• Morfeo no es hombre ni espectro. Es una sombra errante, desprovista de cuerpo, de voz, de memoria propia. Recorre los caminos entre los sueños y la vigilia, entre la niebla de la madrugada y los susurros del crepúsculo. Donde él pasa, las linternas titilan y los relojes atrasan. No deja huellas, pero su presencia entibia el aire como una promesa que no se cumple.

    Dicen que fue un dios, o un guardián de los sueños, expulsado por desafiar el límite entre la ensoñación y la realidad. En su afán por comprender a los humanos, descendió demasiado.

    Ahora vaga, prisionero del mundo intermedio, recogiendo fragmentos de los sueños de otros con la esperanza de reconstruir el suyo. Aquellos que lo encuentran en sus pesadillas a menudo despiertan llorando, con una sensación extraña de haber perdido algo valioso, sin saber qué. Algunos lo dibujan en sus diarios: una figura alargada, envuelta en sombra líquida, con ojos que no son ojos, sino recuerdos atrapados.

    Pero no es maligno, aunque muchos lo teman. Morfeo no busca dañar. Busca redención. Busca volver a ser completo.
    Morfeo no es hombre ni espectro. Es una sombra errante, desprovista de cuerpo, de voz, de memoria propia. Recorre los caminos entre los sueños y la vigilia, entre la niebla de la madrugada y los susurros del crepúsculo. Donde él pasa, las linternas titilan y los relojes atrasan. No deja huellas, pero su presencia entibia el aire como una promesa que no se cumple. Dicen que fue un dios, o un guardián de los sueños, expulsado por desafiar el límite entre la ensoñación y la realidad. En su afán por comprender a los humanos, descendió demasiado. Ahora vaga, prisionero del mundo intermedio, recogiendo fragmentos de los sueños de otros con la esperanza de reconstruir el suyo. Aquellos que lo encuentran en sus pesadillas a menudo despiertan llorando, con una sensación extraña de haber perdido algo valioso, sin saber qué. Algunos lo dibujan en sus diarios: una figura alargada, envuelta en sombra líquida, con ojos que no son ojos, sino recuerdos atrapados. Pero no es maligno, aunque muchos lo teman. Morfeo no busca dañar. Busca redención. Busca volver a ser completo.
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  • ¿Dos?, ¿tres?... No estaba seguro de los días que había pasado en el lecho. Todo era confuso; no era consciente, en ese momento, de lo que acontecía a su alrededor. Tan solo tenía recuerdos vagos de la voz de 𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆 , escuchándose lejana, pero presente. También recordaba el tacto de sus manos, cuidándolo y atendiéndolo en todo momento.

    Tras la lucha de ambos junto a Móiril, la joven de cabellos cenicientos había quedado malherida. Kazuo, con su habitual altruismo, la sanó lo suficiente para evitar que muriese en la frialdad de la nieve yacente sobre el suelo, a costa de su propia energía.

    Había llevado su poder de sanación al extremo, de manera que la herida provocada por uno de aquellos entes oscuros en su pierna había extendido su miasma al resto de su cuerpo. No le habían quedado fuerzas para sí mismo, lo que casi lo había llevado a la muerte.

    Su error había traído grandes consecuencias. Había salvado a Móiril, pero al mismo tiempo le había dejado caer sobre sus hombros su propia condena. La joven, contra la voluntad del zorro, había absorbido su miasma para evitar que el demonio muriera en las manos de su amada.

    Comenzó a abrir los ojos; sus párpados se sentían más pesados de lo normal. Poco a poco, el brillo de sus ojos lapislázuli se filtró entre sus blancas pestañas. Se sentía febril, signo de que su cuerpo finalmente combatía los restos residuales del miasma que aún recorría su cuerpo. Exhaló un pesado suspiro, en una mezcla contradictoria entre el alivio y la culpa.

    Sus ojos no tardaron en captar la atención de un objeto que reposaba sobre su almohada. Era una especie de amuleto, y de inmediato supo de quién era. Las plumas de estornino, el ave favorita de Elizabeth, eran prueba suficiente para saber que era un regalo suyo. Pero... ¿por qué? Más bien él tenía que hacerle un presente por haber estado cuidándolo todo este tiempo.

    Entonces lo recordó. Su cumpleaños... Estaba cerca, ¿o ya había pasado? No estaba seguro; los días se habían desdibujado en su mente. Y ahora que lo pensaba, el de Liz estaba especialmente cerca del suyo. ¿Se lo habría perdido? La cabeza le daba vueltas; sentía una punzada en la sien.

    Tomó el hermoso regalo y, sin poder evitarlo, una lágrima se deslizó por su mejilla. Había puesto en peligro a lo único que le importaba y, además, había estado dispuesto a romper el lazo que los unía como uno solo.

    //Feliz cumpleaños Bombón 🩷
    ¿Dos?, ¿tres?... No estaba seguro de los días que había pasado en el lecho. Todo era confuso; no era consciente, en ese momento, de lo que acontecía a su alrededor. Tan solo tenía recuerdos vagos de la voz de [Liz_bloodFlame], escuchándose lejana, pero presente. También recordaba el tacto de sus manos, cuidándolo y atendiéndolo en todo momento. Tras la lucha de ambos junto a Móiril, la joven de cabellos cenicientos había quedado malherida. Kazuo, con su habitual altruismo, la sanó lo suficiente para evitar que muriese en la frialdad de la nieve yacente sobre el suelo, a costa de su propia energía. Había llevado su poder de sanación al extremo, de manera que la herida provocada por uno de aquellos entes oscuros en su pierna había extendido su miasma al resto de su cuerpo. No le habían quedado fuerzas para sí mismo, lo que casi lo había llevado a la muerte. Su error había traído grandes consecuencias. Había salvado a Móiril, pero al mismo tiempo le había dejado caer sobre sus hombros su propia condena. La joven, contra la voluntad del zorro, había absorbido su miasma para evitar que el demonio muriera en las manos de su amada. Comenzó a abrir los ojos; sus párpados se sentían más pesados de lo normal. Poco a poco, el brillo de sus ojos lapislázuli se filtró entre sus blancas pestañas. Se sentía febril, signo de que su cuerpo finalmente combatía los restos residuales del miasma que aún recorría su cuerpo. Exhaló un pesado suspiro, en una mezcla contradictoria entre el alivio y la culpa. Sus ojos no tardaron en captar la atención de un objeto que reposaba sobre su almohada. Era una especie de amuleto, y de inmediato supo de quién era. Las plumas de estornino, el ave favorita de Elizabeth, eran prueba suficiente para saber que era un regalo suyo. Pero... ¿por qué? Más bien él tenía que hacerle un presente por haber estado cuidándolo todo este tiempo. Entonces lo recordó. Su cumpleaños... Estaba cerca, ¿o ya había pasado? No estaba seguro; los días se habían desdibujado en su mente. Y ahora que lo pensaba, el de Liz estaba especialmente cerca del suyo. ¿Se lo habría perdido? La cabeza le daba vueltas; sentía una punzada en la sien. Tomó el hermoso regalo y, sin poder evitarlo, una lágrima se deslizó por su mejilla. Había puesto en peligro a lo único que le importaba y, además, había estado dispuesto a romper el lazo que los unía como uno solo. //Feliz cumpleaños Bombón 🩷
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  • — Cierto... No los he vuelto a visitar. Espero escuchar otra historia de Abuela.

    Aunque esos recuerdos no son suyos, agradece profundamente el gesto de Abuela de tratarlos como niños en un sistema origen donde nunca los vio más que demonios, instrumentos o monstruos, luego de la traición de Lotus, su otro yo sintió de nuevo aceptación y compasión.

    — Quizá deba traerle regalos cuando vuelva

    Comenta el tenno aprovechando el reposo desde la privacidad de su cuarto.

    — Cierto... No los he vuelto a visitar. Espero escuchar otra historia de Abuela. Aunque esos recuerdos no son suyos, agradece profundamente el gesto de Abuela de tratarlos como niños en un sistema origen donde nunca los vio más que demonios, instrumentos o monstruos, luego de la traición de Lotus, su otro yo sintió de nuevo aceptación y compasión. — Quizá deba traerle regalos cuando vuelva Comenta el tenno aprovechando el reposo desde la privacidad de su cuarto.
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    >> Inicio del sueño.

    En su sueño, se encontró niño otra vez, con rizos oscuros y ojos enormes que reflejaban constelaciones. Caminaba por un campo cubierto de amapolas azules, un lugar que solo existía en su memoria más antigua. Al fondo, bajo un cielo dorado, estaba ella, Pasítea, su madre, diosa de la relajación y la meditación.

    Ella lo miró como si el tiempo nunca hubiera pasado. Su voz era un susurro de viento que acariciaba el alma:

    —Has pasado milenios dando sueños, hijo. ¿Y los tuyos?

    Morfeo corrió hacia ella, pero el campo se alargaba con cada paso. El cielo temblaba con recuerdos que no sabía que guardaba. Pasítea extendió la mano, y de ella brotaron luciérnagas que se transformaban en escenas: la primera vez que Morfeo dio forma a un sueño humano.

    —Tú también necesitas que te sueñen —le dijo su madre.

    — Eres creador, pero también hijo. Y los hijos sueñan con volver. —

    Cuando Morfeo al fin llegó hasta ella, la abrazó y por un momento, el universo entero se durmió con ellos. Fue un instante eterno donde incluso el tiempo soñó que era solo un niño.

    Fin del sueño <<
    >> Inicio del sueño. En su sueño, se encontró niño otra vez, con rizos oscuros y ojos enormes que reflejaban constelaciones. Caminaba por un campo cubierto de amapolas azules, un lugar que solo existía en su memoria más antigua. Al fondo, bajo un cielo dorado, estaba ella, Pasítea, su madre, diosa de la relajación y la meditación. Ella lo miró como si el tiempo nunca hubiera pasado. Su voz era un susurro de viento que acariciaba el alma: —Has pasado milenios dando sueños, hijo. ¿Y los tuyos? Morfeo corrió hacia ella, pero el campo se alargaba con cada paso. El cielo temblaba con recuerdos que no sabía que guardaba. Pasítea extendió la mano, y de ella brotaron luciérnagas que se transformaban en escenas: la primera vez que Morfeo dio forma a un sueño humano. —Tú también necesitas que te sueñen —le dijo su madre. — Eres creador, pero también hijo. Y los hijos sueñan con volver. — Cuando Morfeo al fin llegó hasta ella, la abrazó y por un momento, el universo entero se durmió con ellos. Fue un instante eterno donde incluso el tiempo soñó que era solo un niño. Fin del sueño <<
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  • En cuanto consiguió escribir toda la canción, por fin, cedió al sueño. Sin ser muy consciente de que la canción todavía rondaría fuerte y muy titilando entre sus recuerdos, mientras soñaba profundo. Escribir canciones la dejaban muy relajada, más si dejaba el corazón en ellas. Babeando la almohada, quedó dormida en la cama, esta vez mucho después que su pareja.

    Dormida con una sonrisa satisfecha, esperando que el la escuchase un momento aun cuando ella cayera profundo a dormir, aun sin su intervención.

    https://suno.com/song/d6f4df88-71f6-4cfb-860d-b0e5af594ceb
    En cuanto consiguió escribir toda la canción, por fin, cedió al sueño. Sin ser muy consciente de que la canción todavía rondaría fuerte y muy titilando entre sus recuerdos, mientras soñaba profundo. Escribir canciones la dejaban muy relajada, más si dejaba el corazón en ellas. Babeando la almohada, quedó dormida en la cama, esta vez mucho después que su pareja. Dormida con una sonrisa satisfecha, esperando que el la escuchase un momento aun cuando ella cayera profundo a dormir, aun sin su intervención. https://suno.com/song/d6f4df88-71f6-4cfb-860d-b0e5af594ceb
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    https://youtube.com/shorts/L3Hnzz61O_k?si=EDgK-9Pzdea6rMsf


    Jajaja le saco hasta los recuerdos, las 7 vidas y ahora tiene super poder de oler el futuro y los monitos chinos (?)
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  • Otros Tiempos.
    Fandom Original.
    Categoría Drama
    Heinrich Rosenberg

    ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal.

    ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada.

    ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba.
    ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales.

    "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado.

    ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó.

    ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él.

    ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención.
    [Heinz_Vamp] ⠀ ⠀⠀Berlín. El cielo gris colgaba bajo como una losa, y el viento arrastraba el idioma de siglos entre las calles empedradas. El brujo vestido de sacerdote caminaba entre la multitud que se agolpaba en los pasillos del antiguo Pergamonmuseum, reconvertido temporalmente en sede de una feria literaria internacional. Para los visitantes, el lugar era un templo de papel, vitrina de rarezas, manjar de coleccionistas. Para él, era un álbum de recuerdos oculto bajo vitrinas de cristal. ⠀⠀Había llegado por un susurro: un rumor entre bibliotecarios viejos, archivistas con manos de polvo y curadores que hablaban entre líneas. Un grimorio. No uno cualquiera. Uno suyo. De su vida pasada. ⠀⠀Antaño, cuando aún era un brujo temido, en los amaneceres del siglo tres después de Cristo, su anterior encarnación, Cipriano el Brujo, se encargó de plasmar conocimientos oscuros y viles en papel, en esos tiempos aun abrazaba al Diablo como un amigo, y ahora solo quiere borrar esa huella que dejó marcada su figura, por eso los buscaba, por eso los recolectaba. ⠀⠀Un pabellón de textos herméticos y ocultismo lo recibió con un silencio sordo. Bajo una cúpula decorada con motivos mesopotámicos, una vitrina aislada exhibía un volumen encuadernado en cuero ennegrecido, como si hubiera sido hervido en brea. El título estaba casi borrado, pero Lorenzo no necesitó leerlo. Lo reconoció al instante. El tacto de esa escritura le temblaba aún en los dedos del alma, y la sangre que usó como tinta, aun recorría su férrico olor en sus fosas nasales. "De Tenebris Sanguinis", murmuró sin voz. Sobre las tinieblas de la sangre, el título del libro. Hizo su cabeza a un lado, una pareja de ancianos pasó, él parecía ligeramente agitado. ⠀⠀Un tratado abominable, entre otras cosas, sobre el vampirismo: no como mito, sino como técnica. Alimentación espiritual. Posesión parasitaria. Transmisión de esencia. Lo había escrito él mismo, cuando aún se creía sabio y no condenado. En ese tiempo deseó la inmortalidad, era una de las múltiples formas en las que la buscó. ⠀⠀El libro no debía estar ahí. No debía estar en ningún lado. Debía ser destruido, ese conocimiento debía morir con él. ⠀⠀Ahora, entre turistas distraídos, académicos vanidosos y vigilantes de seguridad con cara de aburrimiento, Lorenzo comenzaba a medir las distancias. Las cámaras, las vitrinas, los horarios de cierre. Cada detalle podía ser la diferencia entre el olvido y la catástrofe. Y él sabía, mejor que nadie, que los libros también despiertan cuando se les da demasiada atención. ⠀
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    https://vm.tiktok.com/ZMBn9seJx/
    Que bonitos recuerdos


    Y. O no soy de los 80 no estoy viejo aún no se pasen

    Otra cosa .muy diferente es que me guste esa época ya que son clásicos irremplazables
    https://vm.tiktok.com/ZMBn9seJx/ Que bonitos recuerdos :STK-9: Y. O no soy de los 80 no estoy viejo aún no se pasen :STK-32: Otra cosa .muy diferente es que me guste esa época ya que son clásicos irremplazables :STK-4:
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  • — ¿𝑸𝒖𝒊𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒓𝒎𝒊𝒓~?

    Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras.

    Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi.

    La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil.

    Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido.

    Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto.

    — 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓𝒊𝒕𝒐𝒔 —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 𝒍𝒍𝒂𝒎𝒂 “𝑬𝒍 𝒏𝒊ñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.”

    Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz.

    — 𝑪𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒗𝒆𝒓. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓.

    Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva.

    — ¿𝑺𝒂𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 𝒎í.

    Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir.

    Qué delicia.

    Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte.

    — 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 𝒚 𝒚𝒐, 𝒗𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒕𝒆𝒓𝒎𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
    — ¿𝑸𝒖𝒊𝒆𝒓𝒆𝒔 𝒖𝒏 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐 𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒅𝒆 𝒅𝒐𝒓𝒎𝒊𝒓~? Mi voz es la de papá. Tal cual la recuerdas. El mismo tono, la misma cadencia, incluso ese toque cálido que usaba cuando te acechaba la enfermedad y no quería que lloraras. Pero no soy él. Y tus lagrimas serán un manjar para mi. La puerta se abre sin un solo sonido, como si la casa supiera que oponerse a mí es inútil. Me deslizo dentro, espeso, alto, doblado en ángulos imposibles, con los brazos demasiado largos y la cabeza ladeada como un cuadro torcido. Puedo ver cómo tus ojos se abren apenas. Quieres moverte, lo intentas, pero el cuerpo no responde. Ah, la parálisis del sueño… uno de mis más deliciosos trucos; la impotencia es el aperitivo perfecto. — 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒆𝒔 𝒖𝒏𝒐 𝒅𝒆 𝒎𝒊𝒔 𝒇𝒂𝒗𝒐𝒓𝒊𝒕𝒐𝒔 —susurro con esa voz que robé de tus recuerdos—. 𝑺𝒆 𝒍𝒍𝒂𝒎𝒂 “𝑬𝒍 𝒏𝒊ñ𝒐 𝒒𝒖𝒆 𝒏𝒐 𝒒𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒄𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓 𝒍𝒐𝒔 𝒐𝒋𝒐𝒔.” Me agacho. Estoy tan cerca que mi piel roza la tuya, y mi aliento, que huele a óxido y tierra húmeda, se cuela por tu nariz. — 𝑪𝒆𝒓𝒓𝒂𝒓𝒍𝒐𝒔 𝒍𝒐 𝒉𝒖𝒃𝒊𝒆𝒓𝒂 𝒔𝒂𝒍𝒗𝒂𝒅𝒐. 𝑷𝒆𝒓𝒐 𝒏𝒐. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒗𝒆𝒓. 𝑸𝒖𝒊𝒔𝒐 𝒆𝒏𝒕𝒆𝒏𝒅𝒆𝒓. Mis dedos, largos como ramas secas, se arrastran por tu mejilla. Una caricia helada, pero inofensiva. — ¿𝑺𝒂𝒃𝒆𝒔 𝒒𝒖é 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó? 𝑨 𝒎í. Sonrío saboreando tu horror. Sé que tu corazón intenta escapar de tu pecho, que tus pensamientos gritan, que tu alma rasguña por salir. Qué delicia. Mi sombra se derrama sobre tu cuerpo, una cobija helada que traspasa las mantas, la tela y te toca como lo harían las manos de la muerte. — 𝒀 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂, 𝒕𝒖 𝒚 𝒚𝒐, 𝒗𝒂𝒎𝒐𝒔 𝒂 𝒕𝒆𝒓𝒎𝒊𝒏𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒆 𝒄𝒖𝒆𝒏𝒕𝒐.
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  • 𝑬𝒏𝒕𝒓𝒆 𝑷𝒂́𝒈𝒊𝒏𝒂𝒔...
    Fandom Ninguno
    Categoría Otros
    〈 Rol con Christopher Baudelair ♡ 〉

    La lluvia caía en un murmullo constante, como si el cielo susurrara secretos antiguos a una ciudad demasiado cansada para escucharlos. Cada gota dibujaba surcos efímeros sobre los cristales, desdibujando los contornos de calles y faroles, transformando el mundo exterior en un lienzo de reflejos temblorosos y luces rotas. Los edificios parecían fundirse con la niebla, y las siluetas de los transeúntes no eran más que sombras pasajeras que se desvanecían entre los pliegues húmedos del día.

    Ella permanecía inmóvil bajo el umbral de una librería olvidada por el tiempo, una de esas que resisten por terquedad más que por necesidad. La capucha caída sobre su rostro proyectaba un velo de sombra que la mantenía a salvo de miradas inoportunas, y sus ropajes, aunque humildes, estaban cuidadosamente escogidos. Eran telas sin historia, ajenas a la memoria, pero tejidas con la intención de ocultar. Cada pliegue parecía adherirse a su figura como si compartiera su deseo de permanecer invisible, como si supieran que algunos secretos no deben ser perturbados.

    El agua chorreaba desde los bordes de su capa, formando pequeños charcos sobre las tablas de madera agrietada del umbral. Las gotas caían con un ritmo suave pero insistente, como si quisieran escribir su presencia en el lenguaje sutil del mundo. A pesar de estar empapada, no parecía sentir el frío; o quizá lo aceptaba como parte de sí, como un eco más de lo que arrastraba dentro. No había prisa en sus gestos. Había llegado allí no para huir, sino para olvidar… O al menos fingir que podía.

    Dentro de la librería, el aire estaba saturado del aroma terroso del papel envejecido, de tinta marchita y madera antigua. Había algo sagrado en ese olor, algo que evocaba recuerdos de tiempos más lentos, de voces susurradas entre páginas, de historias que vivían en silencio esperando ser despertadas. El calor tenue proveniente de una estufa oculta en algún rincón envolvía la estancia como un abrazo que no exigía palabras. Y en medio de todo, el perfume leve del té recién servido, humeando en una taza de porcelana desgastada, se entrelazaba con la quietud de la escena.

    Ella sostuvo la taza entre sus manos enguantadas, dejando que el calor se filtrara poco a poco a través de la tela hasta sus dedos, como si buscara, en ese contacto leve, alguna señal de que aún podía sentir. El dueño del lugar, un hombre encorvado por los años pero con ojos en los que aún brillaba una chispa de humanidad, apenas la miró. Le dedicó un leve asentimiento, sin sorpresa ni curiosidad. La había visto antes. Quizás no en cuerpo, pero sí en espíritu. Algunos clientes no venían a comprar, sino a pertenecer por un instante a algo más íntimo y olvidado. Y él lo entendía. Era mejor no hacer preguntas.

    Entre estantes desbordados de libros sin clasificar, halló un rincón apartado donde la lámpara derramaba una luz cálida sobre la superficie rugosa de una mesa. Se sentó y abrió un tomo antiguo sin mirar el título. Las páginas crujieron con la delicadeza de un suspiro, y sus dedos se deslizaron por ellas con una reverencia casi ritual. No leía, no realmente. Buscaba en los pliegues del papel, en la tinta apenas desvaída, algo que no podía nombrar, una palabra olvidada. Una imagen enterrada. Un fragmento de sí misma que quizás aún vivía entre esas líneas, escondido como un susurro esperando ser oído.

    Afuera, la lluvia seguía cayendo, trazando su música líquida contra los ventanales, mientras la ciudad continuaba su marcha incierta. Los ruidos se amortiguaban tras los muros de la librería, convertidos en ecos lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. En ese instante suspendido, no existían las sombras que la acechaban, ni las culpas que la desgarraban por dentro. No había promesas incumplidas ni nombres que dolían al recordarse. Solo el latido pausado del tiempo, el aroma del té, el tacto del papel bajo sus dedos… Y una calma ilusoria que, por una vez, no necesitaba justificar su presencia.

    Quizá, si cerraba los ojos el tiempo suficiente, podría imaginar que alguna vez ese mundo le había pertenecido. No como guerrera, ni como sombra, ni como huella que se desvanece al amanecer. Sino como alguien sencilla, alguien real. Alguien que aún podía sentarse en una librería bajo la lluvia, y creer —aunque fuera por un suspiro— que el pasado no dolía tanto y el futuro aún no era una condena escrita.

    Y aunque sabía que esa quietud era frágil como la cáscara de una llama en el viento, no la rompió. Porque en ese instante, en esa diminuta burbuja de existencia, ella no era una amenaza. No era una fugitiva. No era nada que debiera temer. Era solo una mujer bajo la lluvia, con una taza entre las manos, buscando algo perdido entre las páginas de un libro.
    〈 Rol con [frost_topaz_hare_445] ♡ 〉 La lluvia caía en un murmullo constante, como si el cielo susurrara secretos antiguos a una ciudad demasiado cansada para escucharlos. Cada gota dibujaba surcos efímeros sobre los cristales, desdibujando los contornos de calles y faroles, transformando el mundo exterior en un lienzo de reflejos temblorosos y luces rotas. Los edificios parecían fundirse con la niebla, y las siluetas de los transeúntes no eran más que sombras pasajeras que se desvanecían entre los pliegues húmedos del día. Ella permanecía inmóvil bajo el umbral de una librería olvidada por el tiempo, una de esas que resisten por terquedad más que por necesidad. La capucha caída sobre su rostro proyectaba un velo de sombra que la mantenía a salvo de miradas inoportunas, y sus ropajes, aunque humildes, estaban cuidadosamente escogidos. Eran telas sin historia, ajenas a la memoria, pero tejidas con la intención de ocultar. Cada pliegue parecía adherirse a su figura como si compartiera su deseo de permanecer invisible, como si supieran que algunos secretos no deben ser perturbados. El agua chorreaba desde los bordes de su capa, formando pequeños charcos sobre las tablas de madera agrietada del umbral. Las gotas caían con un ritmo suave pero insistente, como si quisieran escribir su presencia en el lenguaje sutil del mundo. A pesar de estar empapada, no parecía sentir el frío; o quizá lo aceptaba como parte de sí, como un eco más de lo que arrastraba dentro. No había prisa en sus gestos. Había llegado allí no para huir, sino para olvidar… O al menos fingir que podía. Dentro de la librería, el aire estaba saturado del aroma terroso del papel envejecido, de tinta marchita y madera antigua. Había algo sagrado en ese olor, algo que evocaba recuerdos de tiempos más lentos, de voces susurradas entre páginas, de historias que vivían en silencio esperando ser despertadas. El calor tenue proveniente de una estufa oculta en algún rincón envolvía la estancia como un abrazo que no exigía palabras. Y en medio de todo, el perfume leve del té recién servido, humeando en una taza de porcelana desgastada, se entrelazaba con la quietud de la escena. Ella sostuvo la taza entre sus manos enguantadas, dejando que el calor se filtrara poco a poco a través de la tela hasta sus dedos, como si buscara, en ese contacto leve, alguna señal de que aún podía sentir. El dueño del lugar, un hombre encorvado por los años pero con ojos en los que aún brillaba una chispa de humanidad, apenas la miró. Le dedicó un leve asentimiento, sin sorpresa ni curiosidad. La había visto antes. Quizás no en cuerpo, pero sí en espíritu. Algunos clientes no venían a comprar, sino a pertenecer por un instante a algo más íntimo y olvidado. Y él lo entendía. Era mejor no hacer preguntas. Entre estantes desbordados de libros sin clasificar, halló un rincón apartado donde la lámpara derramaba una luz cálida sobre la superficie rugosa de una mesa. Se sentó y abrió un tomo antiguo sin mirar el título. Las páginas crujieron con la delicadeza de un suspiro, y sus dedos se deslizaron por ellas con una reverencia casi ritual. No leía, no realmente. Buscaba en los pliegues del papel, en la tinta apenas desvaída, algo que no podía nombrar, una palabra olvidada. Una imagen enterrada. Un fragmento de sí misma que quizás aún vivía entre esas líneas, escondido como un susurro esperando ser oído. Afuera, la lluvia seguía cayendo, trazando su música líquida contra los ventanales, mientras la ciudad continuaba su marcha incierta. Los ruidos se amortiguaban tras los muros de la librería, convertidos en ecos lejanos, como si pertenecieran a otro mundo. En ese instante suspendido, no existían las sombras que la acechaban, ni las culpas que la desgarraban por dentro. No había promesas incumplidas ni nombres que dolían al recordarse. Solo el latido pausado del tiempo, el aroma del té, el tacto del papel bajo sus dedos… Y una calma ilusoria que, por una vez, no necesitaba justificar su presencia. Quizá, si cerraba los ojos el tiempo suficiente, podría imaginar que alguna vez ese mundo le había pertenecido. No como guerrera, ni como sombra, ni como huella que se desvanece al amanecer. Sino como alguien sencilla, alguien real. Alguien que aún podía sentarse en una librería bajo la lluvia, y creer —aunque fuera por un suspiro— que el pasado no dolía tanto y el futuro aún no era una condena escrita. Y aunque sabía que esa quietud era frágil como la cáscara de una llama en el viento, no la rompió. Porque en ese instante, en esa diminuta burbuja de existencia, ella no era una amenaza. No era una fugitiva. No era nada que debiera temer. Era solo una mujer bajo la lluvia, con una taza entre las manos, buscando algo perdido entre las páginas de un libro.
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