La luz tenue del billar dibujaba sombras largas en las paredes manchadas de humo. Constantin sostenía el taco con calma, midiendo cada ángulo como si fuese una partida mucho más importante que un simple juego. La chaqueta resbalaba de su hombro, pero no le importaba; nunca había tenido necesidad de aparentar nada.
Con un movimiento firme empujó la bola. El golpe seco resonó y las demás se dispersaron por la mesa. Sus ojos, sin embargo, apenas siguieron la jugada. Estaban fijos en un punto más allá, en la puerta cerrada, en esa sensación incómoda que lo acompañaba desde que había decidido dejar de esconderse.
El murmullo del bar era distante, como si todo se hubiera apagado para dejarlo a solas con sus pensamientos. Se inclinó sobre la mesa, dejando que el cabello cayera sobre su frente, y murmuró para sí mismo:
—Todo este tiempo… creyendo que era por protegerte. —Su voz sonó baja, casi un gruñido. La bola negra rodó lentamente y cayó en el agujero de la esquina.
Se enderezó, respirando hondo, y en ese instante sus labios se torcieron en una mueca amarga. No había marcha atrás.
—Ahora… tendrá que conocer la verdad.
La luz tenue del billar dibujaba sombras largas en las paredes manchadas de humo. Constantin sostenía el taco con calma, midiendo cada ángulo como si fuese una partida mucho más importante que un simple juego. La chaqueta resbalaba de su hombro, pero no le importaba; nunca había tenido necesidad de aparentar nada.
Con un movimiento firme empujó la bola. El golpe seco resonó y las demás se dispersaron por la mesa. Sus ojos, sin embargo, apenas siguieron la jugada. Estaban fijos en un punto más allá, en la puerta cerrada, en esa sensación incómoda que lo acompañaba desde que había decidido dejar de esconderse.
El murmullo del bar era distante, como si todo se hubiera apagado para dejarlo a solas con sus pensamientos. Se inclinó sobre la mesa, dejando que el cabello cayera sobre su frente, y murmuró para sí mismo:
—Todo este tiempo… creyendo que era por protegerte. —Su voz sonó baja, casi un gruñido. La bola negra rodó lentamente y cayó en el agujero de la esquina.
Se enderezó, respirando hondo, y en ese instante sus labios se torcieron en una mueca amarga. No había marcha atrás.
—Ahora… tendrá que conocer la verdad.