• Como antes, pero después
    Fandom N/A
    Categoría Slice of Life
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐::
    ㅤㅤㅤㅤㅤOlivia Romero

    223 días.

    Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico.

    172 días desde que el mecánico le envió un mensaje:
    "Señora, su vehículo está listo."

    142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación:
    "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme."

    ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy.

    Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo.

    Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves.

    Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría.

    : ¡Liiiiiiv!
    : -sticker de gato conduciendo-
    : Cancela todos tus planes para hoy...

    El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance.

    : ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas...
    : Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí.

    Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio.

    : A la intemperie. Con insectos, y esas cosas...

    Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo.

    Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo.

    : Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes.

    Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad.

    Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐:: ㅤㅤㅤㅤㅤ[flash_brass_tiger_817] ✦ 223 días. Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico. 172 días desde que el mecánico le envió un mensaje: "Señora, su vehículo está listo." 142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación: "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme." ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy. Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo. Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves. Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría. 📱💬: ¡Liiiiiiv! 📱💬: -sticker de gato conduciendo- 📱💬: Cancela todos tus planes para hoy... El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance. 📱💬: ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas... 📱💬: Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí. Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio. 📱💬: A la intemperie. Con insectos, y esas cosas... Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo. Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo. 📱💬: Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes. Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad. Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
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  • Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de 𝕸𝐞𝐥𝐢𝐧𝐚 𝕱𝐢𝐫𝐞𝐛𝐥𝐨𝐨𝐦 en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones.

    La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro.

    Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él.

    Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas.

    Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno.

    La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
    Habían transcurrido casi tres días desde la misteriosa aparición de [Fire.bl00m] en el templo Aihara. Surgió de un portal, sin entender el cómo ni el porqué… pero el destino, en su eterno capricho, rara vez ofrecía explicaciones. La muchacha había llegado al borde de la muerte, con heridas imposibles de sobrevivir. Habría exhalado su último aliento de no ser porque aquel portal, por algún designio divino o travesura del azar, se abrió justo ante el santuario del zorro. Kazuo la salvó del único modo que conocía: invocando su don de sanación. Un poder tan prodigioso como peligroso, pues cada vez que lo usaba, una parte de su propia energía vital se desvanecía con él. Después de varios forcejeos de orgullo y obstinación entre ambos, alcanzaron finalmente un pacto. Si Melina seguía sus indicaciones al pié de la letra para poder sanar, él prometería descansar y recuperar sus fuerzas. Esa tarde, el kitsune había prometido llevarla a recorrer los alrededores del templo. Sus energías ya casi se habían restablecido, pero la tibieza del sol otoñal lo envolvió con una dulzura irresistible. Poco a poco, la luz dorada lo arrulló, y el zorro acabó rindiéndose a un sueño profundo y sereno. La joven llegaría puntual a su encuentro. Con el único inconveniente, de comprobar, que su acompañante había sido vencido por un ligero sueño.
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  • Lilian Carson

    -La ciudad amanecía gris, envuelta en una llovizna fina que parecía no querer decidir si quedarse o irse. Las gotas repicaban suaves sobre la gabardina de Bondrewd, mientras caminaba con un pequeño ramo de flores envuelto con aquel papel marron, algunas flores blancas, rosas y azules que eran adornadas por aquel liston rojo, elegidas sin pretensión, pero con una intención que no necesitaba palabras-

    -El detective había salido poco más temprano de su casa, caminando sin prisa por aquellas calles después de haber salido del trabajo, con el cigarro apagado entre los labios, No era su costumbre regalar flores, Tampoco visitar lugares que olían tanto a recuerdos, pero esa tarde era diferente-

    -En medio de aquel parque en dónde más de una vez jugaron, se encontraba una pequeña banca de color blanco algo despintada y en ella estaba sentada una chica que parecía buscar algo con la mirada-

    Ha pasado un año....bastante rápido

    -murmuró al verla antes de acercarse y después sentarse a su lado con aquel silencio que siempre lo caracterizo-

    -el eco de risas infantiles resonaba en su memoria.
    Y entre ellas, la de Lilian, la única que alguna vez lo llamó “Bondy” sin temor ni burla-

    Feliz cumpleaños

    -exclamo mientras extendía su mano dándole aquellas flores mientras sus ojos se encontraban con los de su amiga-
    [1HAPPYLULU1] -La ciudad amanecía gris, envuelta en una llovizna fina que parecía no querer decidir si quedarse o irse. Las gotas repicaban suaves sobre la gabardina de Bondrewd, mientras caminaba con un pequeño ramo de flores envuelto con aquel papel marron, algunas flores blancas, rosas y azules que eran adornadas por aquel liston rojo, elegidas sin pretensión, pero con una intención que no necesitaba palabras- -El detective había salido poco más temprano de su casa, caminando sin prisa por aquellas calles después de haber salido del trabajo, con el cigarro apagado entre los labios, No era su costumbre regalar flores, Tampoco visitar lugares que olían tanto a recuerdos, pero esa tarde era diferente- -En medio de aquel parque en dónde más de una vez jugaron, se encontraba una pequeña banca de color blanco algo despintada y en ella estaba sentada una chica que parecía buscar algo con la mirada- Ha pasado un año....bastante rápido -murmuró al verla antes de acercarse y después sentarse a su lado con aquel silencio que siempre lo caracterizo- -el eco de risas infantiles resonaba en su memoria. Y entre ellas, la de Lilian, la única que alguna vez lo llamó “Bondy” sin temor ni burla- Feliz cumpleaños -exclamo mientras extendía su mano dándole aquellas flores mientras sus ojos se encontraban con los de su amiga-
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  • No necesito muchas cosas esta noche, solo un poco de calma… y esta copa.
    No la bebo para olvidar ni para celebrar nada, simplemente me gusta cómo calienta despacio y cómo me acompaña sin hacer preguntas.
    Hay días en los que una conversación sobra y un trago basta. No cambia nada, no arregla nada, pero por algún motivo… me hace bien.
    No necesito muchas cosas esta noche, solo un poco de calma… y esta copa. No la bebo para olvidar ni para celebrar nada, simplemente me gusta cómo calienta despacio y cómo me acompaña sin hacer preguntas. Hay días en los que una conversación sobra y un trago basta. No cambia nada, no arregla nada, pero por algún motivo… me hace bien.
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  • “— Aaay; mañana es mi cumpleaños y como cada puto año no tengo con quien compartirlo… Meh, da igual; es solo un acto estúpido que realizan los humanos.”

    *- Diría estando recostado al borde de un rascacielos. -*

    “— Aunque se ve divertido… Quizás podría celebrarlo con todas las partes de mi mismo… Nah, eso es patético, literalmente voy a estar celebrando mi cumpleaños conmigo mismo, ósea solo… Ay, mejor solo me conformo con cualquier estupidez que me envíe mi hermano como “regalo” y luego me voy a comer unos tacos de gato… Seh…”

    *- La soledad, era básicamente lo único que le quedaba a Zack; o al menos eso es lo que dice el. -*
    “— Aaay; mañana es mi cumpleaños y como cada puto año no tengo con quien compartirlo… Meh, da igual; es solo un acto estúpido que realizan los humanos.” *- Diría estando recostado al borde de un rascacielos. -* “— Aunque se ve divertido… Quizás podría celebrarlo con todas las partes de mi mismo… Nah, eso es patético, literalmente voy a estar celebrando mi cumpleaños conmigo mismo, ósea solo… Ay, mejor solo me conformo con cualquier estupidez que me envíe mi hermano como “regalo” y luego me voy a comer unos tacos de gato… Seh…” *- La soledad, era básicamente lo único que le quedaba a Zack; o al menos eso es lo que dice el. -*
    Me entristece
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  • El frío del suelo se cuela por mi vestido, pero no me importa. Estoy acurrucada, con mis rodillas contra mi pecho, observando el mundo desde mi propio rincón. Mis ojos, grandes y rojos como dos cerezas, captan cada detalle.
    Me gusta el sonido, es un recordatorio de que estoy aquí, de que soy yo. La gargantilla de encaje negro me oprime un poco, pero es parte de mi estilo, parte de quien soy. La tela de mi vestido, oscura y un poco pesada, me envuelve como una segunda piel. No soy de muchas palabras, prefiero observar, analizar. Mi mente siempre está activa, procesando cada matiz de la luz, cada sombra que se proyecta.

    “¿Qυᥱ ɋυιᥱɾᥱs hᥲᥴᥱɾ? ¿Qυιᥱɾᥱs ɋυᥱ tᥱ ᥴυᥱᥒtᥱ υᥒᥲ hιstoɾιᥲ ɋυᥱ hᥱ ιɱᥲɡιᥒᥲᏧo? ¿O ρɾᥱ𝖿ιᥱɾᥱs ɋυᥱ oᑲsᥱɾνᥱɱos ᥱᥣ ɱυᥒᏧo ȷυᥒtos?”
    El frío del suelo se cuela por mi vestido, pero no me importa. Estoy acurrucada, con mis rodillas contra mi pecho, observando el mundo desde mi propio rincón. Mis ojos, grandes y rojos como dos cerezas, captan cada detalle. Me gusta el sonido, es un recordatorio de que estoy aquí, de que soy yo. La gargantilla de encaje negro me oprime un poco, pero es parte de mi estilo, parte de quien soy. La tela de mi vestido, oscura y un poco pesada, me envuelve como una segunda piel. No soy de muchas palabras, prefiero observar, analizar. Mi mente siempre está activa, procesando cada matiz de la luz, cada sombra que se proyecta. “¿Qυᥱ ɋυιᥱɾᥱs hᥲᥴᥱɾ? ¿Qυιᥱɾᥱs ɋυᥱ tᥱ ᥴυᥱᥒtᥱ υᥒᥲ hιstoɾιᥲ ɋυᥱ hᥱ ιɱᥲɡιᥒᥲᏧo? ¿O ρɾᥱ𝖿ιᥱɾᥱs ɋυᥱ oᑲsᥱɾνᥱɱos ᥱᥣ ɱυᥒᏧo ȷυᥒtos?”
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  • 𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar.

    La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad.

    Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto.

    A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa.

    A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder.

    Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas.

    Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa.

    Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría.

    ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo.

    Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse.

    Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño.

    No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz.

    El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales.

    Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él.

    Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
    𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈 🐚 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar. La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad. Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto. A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa. A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder. Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas. Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa. Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría. ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo. Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse. Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño. No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz. El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales. Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él. Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
    Me encocora
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Marlena estaba hasta arriba de exámenes y se había quedado hasta la madrugada estudiando, por lo que Owen intentó animarla llevándole un poco de chocolate. (Y no cualquiera, invocó a Willy Wonka)

    Owen premio al mejor hermano
    (Nah, Marlena también es muy buena hermana)
    Marlena estaba hasta arriba de exámenes y se había quedado hasta la madrugada estudiando, por lo que Owen intentó animarla llevándole un poco de chocolate. (Y no cualquiera, invocó a Willy Wonka) Owen premio al mejor hermano 🏆🍫 (Nah, Marlena también es muy buena hermana)
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  • *A lo tonto,se ha quedado dormida en el sofá de la salita con el libro que anda investigando casi en la cara hasta que una notificación del móvil ha hecho que se sobresalte. Dos infartos le han dado.*
    *A lo tonto,se ha quedado dormida en el sofá de la salita con el libro que anda investigando casi en la cara hasta que una notificación del móvil ha hecho que se sobresalte. Dos infartos le han dado.*
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  • Por qué no conversamos está terrorifica historia, mis lectores .
    Por qué no conversamos está terrorifica historia, mis lectores .
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