**"El Día que el Sol Juzgó"**
La noche había caído como un velo sobre el castillo de Caelard, pero algo en el viento delataba traición.
Sin previo aviso, un grupo de vampiros de élite irrumpió en el salón principal, sus siluetas envolviéndose en sombras vivas, sus ojos brillando con odio puro. Eran siete, cada uno cargando siglos de crueldad, enviados no solo a matarlo... sino a borrar su legado.
Caelard cerró su libro lentamente, dejando que cayera con un golpe seco sobre la mesa.
**No desenfundó su espada. No extendió su látigo.**
Algo dentro de él, una furia gélida y antigua, ardió en su pecho.
—¿En mi hogar...? —susurró, su voz más peligrosa que un grito.
El primero en acercarse recibió un puñetazo directo al pecho. El golpe fue tan brutal que el vampiro se dobló sobre sí mismo antes de ser arrojado como un muñeco de trapo contra un muro, dejando una grieta sangrienta.
Otro saltó desde las alturas, pero Caelard lo atrapó en el aire con una mano, lo estampó contra el suelo y, sin esfuerzo, aplastó su garganta bajo su bota.
Cada movimiento era devastador, cada impacto letal.
Los vampiros lucharon con garras, con magia oscura, con toda la furia de la noche. Pero **Caelard no cedía**. Golpeaba, derribaba, partía huesos y corazones sin piedad, como una tormenta encarnada.
No peleaba como un caballero.
Peleaba como **una fuerza de la naturaleza traicionada**.
Finalmente, solo quedó uno: el líder, una criatura enorme cubierta con una capa carmesí, un antiguo vampiro llamado **Sarketh**.
Intentó resistir, desplegar su poder, pero Caelard lo alcanzó con una velocidad abrumadora, ignorando los hechizos y la fuerza bruta.
**De un solo movimiento**, Caelard lo sujetó **de la nuca** como a un animal desobediente.
Sarketh gruñó, pateó, maldijo, invocó las sombras... pero Caelard caminaba implacable, atravesando el salón, la entrada, los pasillos rotos, hasta llegar a la puerta principal del castillo.
Con un empujón brutal, abrió las puertas.
**La luz del amanecer estalló como un océano dorado.**
Sin pronunciar palabra, Caelard levantó el cuerpo de Sarketh, lo sostuvo ante el sol naciente.
El vampiro chilló, se retorció, su carne humeando al instante. La sombra eterna no podía protegerlo de la furia del día.
Los gritos se extinguieron rápidamente, dejando solo cenizas flotando en la brisa matutina.
Caelard miró el cielo en silencio, dejando que la luz bañara su rostro.
Una promesa renovada ardía en su interior:
**"Mi hogar no caerá jamás ante la oscuridad."**
Volvió a cerrar las puertas tras de sí, dejando el eco de sus pasos resonar como un juramento.
La noche había caído como un velo sobre el castillo de Caelard, pero algo en el viento delataba traición.
Sin previo aviso, un grupo de vampiros de élite irrumpió en el salón principal, sus siluetas envolviéndose en sombras vivas, sus ojos brillando con odio puro. Eran siete, cada uno cargando siglos de crueldad, enviados no solo a matarlo... sino a borrar su legado.
Caelard cerró su libro lentamente, dejando que cayera con un golpe seco sobre la mesa.
**No desenfundó su espada. No extendió su látigo.**
Algo dentro de él, una furia gélida y antigua, ardió en su pecho.
—¿En mi hogar...? —susurró, su voz más peligrosa que un grito.
El primero en acercarse recibió un puñetazo directo al pecho. El golpe fue tan brutal que el vampiro se dobló sobre sí mismo antes de ser arrojado como un muñeco de trapo contra un muro, dejando una grieta sangrienta.
Otro saltó desde las alturas, pero Caelard lo atrapó en el aire con una mano, lo estampó contra el suelo y, sin esfuerzo, aplastó su garganta bajo su bota.
Cada movimiento era devastador, cada impacto letal.
Los vampiros lucharon con garras, con magia oscura, con toda la furia de la noche. Pero **Caelard no cedía**. Golpeaba, derribaba, partía huesos y corazones sin piedad, como una tormenta encarnada.
No peleaba como un caballero.
Peleaba como **una fuerza de la naturaleza traicionada**.
Finalmente, solo quedó uno: el líder, una criatura enorme cubierta con una capa carmesí, un antiguo vampiro llamado **Sarketh**.
Intentó resistir, desplegar su poder, pero Caelard lo alcanzó con una velocidad abrumadora, ignorando los hechizos y la fuerza bruta.
**De un solo movimiento**, Caelard lo sujetó **de la nuca** como a un animal desobediente.
Sarketh gruñó, pateó, maldijo, invocó las sombras... pero Caelard caminaba implacable, atravesando el salón, la entrada, los pasillos rotos, hasta llegar a la puerta principal del castillo.
Con un empujón brutal, abrió las puertas.
**La luz del amanecer estalló como un océano dorado.**
Sin pronunciar palabra, Caelard levantó el cuerpo de Sarketh, lo sostuvo ante el sol naciente.
El vampiro chilló, se retorció, su carne humeando al instante. La sombra eterna no podía protegerlo de la furia del día.
Los gritos se extinguieron rápidamente, dejando solo cenizas flotando en la brisa matutina.
Caelard miró el cielo en silencio, dejando que la luz bañara su rostro.
Una promesa renovada ardía en su interior:
**"Mi hogar no caerá jamás ante la oscuridad."**
Volvió a cerrar las puertas tras de sí, dejando el eco de sus pasos resonar como un juramento.
**"El Día que el Sol Juzgó"**
La noche había caído como un velo sobre el castillo de Caelard, pero algo en el viento delataba traición.
Sin previo aviso, un grupo de vampiros de élite irrumpió en el salón principal, sus siluetas envolviéndose en sombras vivas, sus ojos brillando con odio puro. Eran siete, cada uno cargando siglos de crueldad, enviados no solo a matarlo... sino a borrar su legado.
Caelard cerró su libro lentamente, dejando que cayera con un golpe seco sobre la mesa.
**No desenfundó su espada. No extendió su látigo.**
Algo dentro de él, una furia gélida y antigua, ardió en su pecho.
—¿En mi hogar...? —susurró, su voz más peligrosa que un grito.
El primero en acercarse recibió un puñetazo directo al pecho. El golpe fue tan brutal que el vampiro se dobló sobre sí mismo antes de ser arrojado como un muñeco de trapo contra un muro, dejando una grieta sangrienta.
Otro saltó desde las alturas, pero Caelard lo atrapó en el aire con una mano, lo estampó contra el suelo y, sin esfuerzo, aplastó su garganta bajo su bota.
Cada movimiento era devastador, cada impacto letal.
Los vampiros lucharon con garras, con magia oscura, con toda la furia de la noche. Pero **Caelard no cedía**. Golpeaba, derribaba, partía huesos y corazones sin piedad, como una tormenta encarnada.
No peleaba como un caballero.
Peleaba como **una fuerza de la naturaleza traicionada**.
Finalmente, solo quedó uno: el líder, una criatura enorme cubierta con una capa carmesí, un antiguo vampiro llamado **Sarketh**.
Intentó resistir, desplegar su poder, pero Caelard lo alcanzó con una velocidad abrumadora, ignorando los hechizos y la fuerza bruta.
**De un solo movimiento**, Caelard lo sujetó **de la nuca** como a un animal desobediente.
Sarketh gruñó, pateó, maldijo, invocó las sombras... pero Caelard caminaba implacable, atravesando el salón, la entrada, los pasillos rotos, hasta llegar a la puerta principal del castillo.
Con un empujón brutal, abrió las puertas.
**La luz del amanecer estalló como un océano dorado.**
Sin pronunciar palabra, Caelard levantó el cuerpo de Sarketh, lo sostuvo ante el sol naciente.
El vampiro chilló, se retorció, su carne humeando al instante. La sombra eterna no podía protegerlo de la furia del día.
Los gritos se extinguieron rápidamente, dejando solo cenizas flotando en la brisa matutina.
Caelard miró el cielo en silencio, dejando que la luz bañara su rostro.
Una promesa renovada ardía en su interior:
**"Mi hogar no caerá jamás ante la oscuridad."**
Volvió a cerrar las puertas tras de sí, dejando el eco de sus pasos resonar como un juramento.
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