• 𝙀𝙡 𝙢𝙪𝙘𝙝𝙖𝙘𝙝𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙤𝙟𝙤𝙨 𝙩𝙧𝙞𝙨𝙩𝙚𝙨
    Fandom OC
    Categoría Drama
    R./W 𝐂𝐇𝐔𝐂𝐊 𝐒𝐇𝐔𝐑𝐋𝐄𝐘
    "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó.
    ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó?
    𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤
    𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤."
    — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964)

    —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno.

    Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck.

    Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos.

    Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas.

    De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente.

    Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.—

    Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero.

    Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas.

    Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero.

    Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal.

    Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno.

    Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó.

    Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. —
    Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso.

    —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está."

    Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
    R./W [G.0.D] "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó. ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó? 𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤 𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤." — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964) —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno. Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck. Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos. Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas. De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente. Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.— Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero. Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas. Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero. Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal. Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno. Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó. Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. — Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso. —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está." Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
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  • VIII. Augusta Vindelicorum
    Fandom Kuroshitsuji/Black Butler OC y otros
    Categoría Otros
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.

    Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.

    Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.

    En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.

    Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte.

    En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso.

    —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.

    En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.

    Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil.

    Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa.

    —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.

    La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.

    Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.

    En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.

    Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.

    Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.

    —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.

    La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño.

    Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.

    Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.

    Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.

    Tan estúpidamente infantil.

    —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.

    Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión.

    Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.

    «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.

    Estaba comportándose inapropiadamente.
    Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive. Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol. Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor. En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte. Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia; Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse por el horizonte. En cambio, aquí Jean se vio rodeado de un azul profundo, donde el mar parecía no tener fin y el aroma a sal fue intenso. —Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador. En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa. Jean había quedado fascinado, y sin importarle guardar las apariencias, había mostrado genuina alegría, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su emoción infantil. Naturalmente, esta reacción se debió a que fue la primera vez que viajaba tan lejos de casa. —Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas. La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia. Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo. En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado. Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla. Así, tras pisar suelo firme y tener otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz. —La Ville Lumière —murmuró Jean, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación. La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica, creando un ambiente de ensueño. Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry. Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París. Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar. Tan estúpidamente infantil. —¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca. Hizo una seña con la cabeza hacia la edificación en cuestión. Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado. «Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza. Estaba comportándose inapropiadamente.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
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    #Ro he decidido hacer un reinicio para los hermanos Argent ya que sentía que no avanzaba.

    Cosas a considerar:

    ~ Son de Republica Checa
    ~No saben nada de sus padres
    ~Fueron criados para ser el arma perfecta
    ~ Puede que en un futuro alguien de su lazo sanguíneo aparezca
    ~ Actualmente los dos tienen amnesia de su infancia
    ~ Su reencuentro fue a los 20 años
    ~ Ambos solo finjen estar bien pero siguen con sed de venganza, por lo que les hicieron en Kinderheim 511 y Kinderheim 512.

    #Ro he decidido hacer un reinicio para los hermanos Argent ya que sentía que no avanzaba. Cosas a considerar: ~ Son de Republica Checa ~No saben nada de sus padres ~Fueron criados para ser el arma perfecta ~ Puede que en un futuro alguien de su lazo sanguíneo aparezca ~ Actualmente los dos tienen amnesia de su infancia ~ Su reencuentro fue a los 20 años ~ Ambos solo finjen estar bien pero siguen con sed de venganza, por lo que les hicieron en Kinderheim 511 y Kinderheim 512.
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  • //La ficha ya ha sido modificada, para quien quiera ir a verla. Ahora toca presentar al niño.

    Ren era un muchacho de apariencia algo andrógina, por ello alguna vez le llegaron a confundir con mujer. Nada más lejos de la realidad, su cuerpo al desnudo era atlético y claramente masculino, aunque desde luego no tan grande y trabajado como el de muchos otros hombres. De cabello largo, en ocasiones recogido, castaño, de suaves ondas naturales que en ocasiones alisaba. Piel nívea y suave, sin ninguna imperfección... Bueno, quitando esas pecas que a él le acomplejaban tanto. ¿Uno de los aspectos más llamativos? Sus ojos, naturales con heterocromía siendo el derecho verde y el izquierdo azul.

    Siempre desprendía un sutil pero dulce aroma que excusaba con su trabajo. Florista. Amaba las plantas, las flores, desde su tierna infancia. Soñando con dedicarse a ellas, estudiarlas, comprenderlas. Después de años de duros esfuerzos, trabajo y penurias consiguió terminar sus estudios y dedicarse a su pasión. Ya solo quedaba perseguir el último paso de dicho sueño: abrir su propia floristería.

    A ojos ajenos podía parecer que su vida era ordinaria, nada más allá de la vida de un muchacho de su edad. Más quisiera él. Pues por mucho que amase las flores, su vida nunca fue un camino de rosas, ni había previsión a serlo. Ya empezaba con el hecho de guardar un gran secreto... Era un hombre lobo. Y no contento solo con eso, de rango/género omega. No se sentía avergonzado por ello, ni mucho menos, pero era cierto que añadía dificultades a su vida, como si no tuviera ya suficientes.

    ---

    Salió de su turno en la floristería. Las 18:00pm. Un mensaje llegó a su teléfono y era obvio de quién se trataría: su madre. Para cualquiera sería normal y grato recibir noticias de sus progenitores pero Ren sabía bien que no buscaba saludarle o saber cómo le fue el día.
    "Hola, cariño. Sabes que no me gusta molestarte, pero mamá necesita ayuda, ¿sí? ¿Podrías prestarme un poco más de dinero? Te quiero mucho."

    ¿Ya se había pulido todo lo que le dio del mes? Las deudas en lugar de disminuir, parecían aumentar cada día más, estaba bastante agotado, pero... No podía decirle que no. ¿Qué clase de hijo sería si dejase a su madre desamparada? Al menos esta vez el mensaje era por falta de dinero y no para irla a buscar a un callejón o al hospital.

    Necesitaba despejarse y la mejor forma de hacerlo para él: una copa.
    //La ficha ya ha sido modificada, para quien quiera ir a verla. Ahora toca presentar al niño. Ren era un muchacho de apariencia algo andrógina, por ello alguna vez le llegaron a confundir con mujer. Nada más lejos de la realidad, su cuerpo al desnudo era atlético y claramente masculino, aunque desde luego no tan grande y trabajado como el de muchos otros hombres. De cabello largo, en ocasiones recogido, castaño, de suaves ondas naturales que en ocasiones alisaba. Piel nívea y suave, sin ninguna imperfección... Bueno, quitando esas pecas que a él le acomplejaban tanto. ¿Uno de los aspectos más llamativos? Sus ojos, naturales con heterocromía siendo el derecho verde y el izquierdo azul. Siempre desprendía un sutil pero dulce aroma que excusaba con su trabajo. Florista. Amaba las plantas, las flores, desde su tierna infancia. Soñando con dedicarse a ellas, estudiarlas, comprenderlas. Después de años de duros esfuerzos, trabajo y penurias consiguió terminar sus estudios y dedicarse a su pasión. Ya solo quedaba perseguir el último paso de dicho sueño: abrir su propia floristería. A ojos ajenos podía parecer que su vida era ordinaria, nada más allá de la vida de un muchacho de su edad. Más quisiera él. Pues por mucho que amase las flores, su vida nunca fue un camino de rosas, ni había previsión a serlo. Ya empezaba con el hecho de guardar un gran secreto... Era un hombre lobo. Y no contento solo con eso, de rango/género omega. No se sentía avergonzado por ello, ni mucho menos, pero era cierto que añadía dificultades a su vida, como si no tuviera ya suficientes. --- Salió de su turno en la floristería. Las 18:00pm. Un mensaje llegó a su teléfono y era obvio de quién se trataría: su madre. Para cualquiera sería normal y grato recibir noticias de sus progenitores pero Ren sabía bien que no buscaba saludarle o saber cómo le fue el día. "Hola, cariño. Sabes que no me gusta molestarte, pero mamá necesita ayuda, ¿sí? ¿Podrías prestarme un poco más de dinero? Te quiero mucho." ¿Ya se había pulido todo lo que le dio del mes? Las deudas en lugar de disminuir, parecían aumentar cada día más, estaba bastante agotado, pero... No podía decirle que no. ¿Qué clase de hijo sería si dejase a su madre desamparada? Al menos esta vez el mensaje era por falta de dinero y no para irla a buscar a un callejón o al hospital. Necesitaba despejarse y la mejor forma de hacerlo para él: una copa.
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    La Última Santa, el Último Héroe. - Legado del Error.

    Hubo una vez un joven optimista, bendecido por la Diosa. Su destino era claro: traer la paz al mundo derrotando al Señor Demonio. Desde niño entrenó con fe, esperando el día en que su amiga de la infancia, elegida como la Santa a los diez años, regresara a su lado. Ella poseía la gracia divina, capaz de sanar casi cualquier herida… excepto las suyas propias.

    Separados por el deber, él recibió la bendición dos años después. Con ella, la espada sagrada capaz de herir al mal. Años pasaron. Cuando el héroe cumplió diecinueve, se reencontró con la Santa, ahora una joven de dieciocho. Junto a ellos se unió el hijo del maestro del héroe, un guerrero valiente. Los tres partieron en su misión sagrada.

    Derrotaron a los soldados del Señor Demonio, pero sabían que el verdadero enemigo no estaba en su continente. Solo sus generales cruzaban el mar. Para enfrentarlo, debían volverse más fuertes. Un sabio les enseñó entonces el ritual del sello: si el héroe fallaba, la Santa podría sellar al demonio. Ella aprendió a invocar el sello. Él, a debilitar al enemigo. El guerrero los protegía.

    Antes de partir al continente oscuro, buscaron el apoyo de los reinos. Si el reino Ishtar los respaldaba, los demás seguirían. Pero entonces, llegó la noticia: una general del Señor Demonio se acercaba a Ishtar. Los tres corrieron a advertirles, pero sabían que no llegarían a tiempo. Decidieron interceptarla en una aldea.

    La trampa estaba lista. Los aldeanos confiaron… demasiado. Al ver que la general era una jovencita, creyeron que podrían capturarla. Salieron a pelear, arruinando el plan. La general los derrotó con facilidad. El héroe tuvo que intervenir. En un acto desesperado, pidió a la Santa que usara el sello. El guerrero logró herir a la general, pero murió en el intento.

    El héroe, cegado por la rabia, luchó para vengarlo. La Santa invocó el sello. La general quedó inmovilizada. El héroe creyó que habían ganado. Pero no sabían que ella era la hija del Señor Demonio. Una híbrida. El sello no funcionó del todo.

    Sin dudarlo, la general lanzó su espada. Atravesó el pecho de la Santa. La mató al instante.

    El héroe gritó, maldijo, atacó. Pero fue derrotado. Herido en el suelo, escuchó la verdad: la general no pensaba atacar la aldea. Su misión era formar una alianza con Ishtar. Pero por culpa del héroe, ahora arrasaría con todo.

    Tomó su cabeza. Leyó su mente. Le dijo los nombres de sus amigos, de quienes lo cuidaron en el orfanato. Le prometió que cuando los matara, les diría que fue culpa suya.

    Y entonces lo mató.

    La general cayó al suelo, apoyándose con las manos. Su soldado más fiel, la guerrera Onix, se acercó.

    —¿De verdad harás todo eso? —preguntó.

    Jennifer, la hija del Señor Demonio, sonrió con cansancio.

    —No. Solo lo dije porque me hizo enojar.


    Loki al lector
    "Oh valla... ¿No es hermosa la ironía? El héroe murió creyendo que salvaría el mundo. La santa murió creyendo que sellaría al mal. Y al final… la hija del mal es la única capaz de hacerlo."

    "Ah, lector… ¿crees que el héroe y la santa merecían un final feliz? Él, cegado por su fe, provocó la ruina. Ella, incapaz de sanar sus propias heridas, murió por un destino impuesto. ¿De verdad llamas a eso justicia? Yo digo que la ironía es más honesta que la esperanza."
    La Última Santa, el Último Héroe. - Legado del Error. Hubo una vez un joven optimista, bendecido por la Diosa. Su destino era claro: traer la paz al mundo derrotando al Señor Demonio. Desde niño entrenó con fe, esperando el día en que su amiga de la infancia, elegida como la Santa a los diez años, regresara a su lado. Ella poseía la gracia divina, capaz de sanar casi cualquier herida… excepto las suyas propias. Separados por el deber, él recibió la bendición dos años después. Con ella, la espada sagrada capaz de herir al mal. Años pasaron. Cuando el héroe cumplió diecinueve, se reencontró con la Santa, ahora una joven de dieciocho. Junto a ellos se unió el hijo del maestro del héroe, un guerrero valiente. Los tres partieron en su misión sagrada. Derrotaron a los soldados del Señor Demonio, pero sabían que el verdadero enemigo no estaba en su continente. Solo sus generales cruzaban el mar. Para enfrentarlo, debían volverse más fuertes. Un sabio les enseñó entonces el ritual del sello: si el héroe fallaba, la Santa podría sellar al demonio. Ella aprendió a invocar el sello. Él, a debilitar al enemigo. El guerrero los protegía. Antes de partir al continente oscuro, buscaron el apoyo de los reinos. Si el reino Ishtar los respaldaba, los demás seguirían. Pero entonces, llegó la noticia: una general del Señor Demonio se acercaba a Ishtar. Los tres corrieron a advertirles, pero sabían que no llegarían a tiempo. Decidieron interceptarla en una aldea. La trampa estaba lista. Los aldeanos confiaron… demasiado. Al ver que la general era una jovencita, creyeron que podrían capturarla. Salieron a pelear, arruinando el plan. La general los derrotó con facilidad. El héroe tuvo que intervenir. En un acto desesperado, pidió a la Santa que usara el sello. El guerrero logró herir a la general, pero murió en el intento. El héroe, cegado por la rabia, luchó para vengarlo. La Santa invocó el sello. La general quedó inmovilizada. El héroe creyó que habían ganado. Pero no sabían que ella era la hija del Señor Demonio. Una híbrida. El sello no funcionó del todo. Sin dudarlo, la general lanzó su espada. Atravesó el pecho de la Santa. La mató al instante. El héroe gritó, maldijo, atacó. Pero fue derrotado. Herido en el suelo, escuchó la verdad: la general no pensaba atacar la aldea. Su misión era formar una alianza con Ishtar. Pero por culpa del héroe, ahora arrasaría con todo. Tomó su cabeza. Leyó su mente. Le dijo los nombres de sus amigos, de quienes lo cuidaron en el orfanato. Le prometió que cuando los matara, les diría que fue culpa suya. Y entonces lo mató. La general cayó al suelo, apoyándose con las manos. Su soldado más fiel, la guerrera Onix, se acercó. —¿De verdad harás todo eso? —preguntó. Jennifer, la hija del Señor Demonio, sonrió con cansancio. —No. Solo lo dije porque me hizo enojar. Loki al lector "Oh valla... ¿No es hermosa la ironía? El héroe murió creyendo que salvaría el mundo. La santa murió creyendo que sellaría al mal. Y al final… la hija del mal es la única capaz de hacerlo." "Ah, lector… ¿crees que el héroe y la santa merecían un final feliz? Él, cegado por su fe, provocó la ruina. Ella, incapaz de sanar sus propias heridas, murió por un destino impuesto. ¿De verdad llamas a eso justicia? Yo digo que la ironía es más honesta que la esperanza."
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    Fandom Epic the musical
    Categoría Acción
    Rol privado con: ᴛᴇʟᴇᴍᴀᴄʜᴜꜱ 𝔓𝔯𝔦𝔫𝔠𝔢 𝔬𝔣 ℑ𝔱𝔥𝔞𝔠𝔞


    Antínoo, aún refunfuñando había seguido su camino sin más, aunque aun era capaz de escuchar en la lejanía la irritante voz del hijo de Odiseo. También sentía su olor; dulzón, empalagoso e irritante, era como meter la nariz en un frasco de perfume. Obvio, también la del sucio chucho que lo acompañaba.

    Teniendo claro que lo primero que haría cuando fuera rey, sería mandarlos a él y su detestable madre bien lejos con un pretexto de "viaje diplomático" en el que tal vez, pasaría algún desafortunado accidente por el que, desgraciadamente enviudaría.

    A fin de cuentas, quien se había pasado la vida defendiendo aquel estúpido reino, aquel ridículo palacio era él. Con el inútil del rey lejos, ese lugar le pertenecia a él, no a una viuda en estado de negación ni a un niño caprichoso. A él, quien de verdad se había pasado todos esos años peleando por ellos. Cansado de sentirse como una mascota, se moría de ganas de hacerles pagar a todos por lo que le hicieron, por la infancia arrebatada.

    Se detuvo unos instantes, respiró hondo para calmarse, mientras sus orejas echadas hacia atrás y su cola azotando de un lado a otro indicaban lo contrariado que se sentía en ese preciso instante.

    Fue entonces cuando estás mismas se alzaron tensas, lo escuchó. Unos asaltantes, el olor de la misma sangre que había saboreado del hombro del mocoso. Unos asaltantes.

    Sonrió.

    —Bueno, uno menos. Con suerte—concluyó en un susurro para si. Tras esto dio un par de pasos no era asunto suyo, el príncipe le importaba tan poco como su madre o su desaparecido padre. Sin embargo algo le pasó por la cabeza.

    ¿Y si salvaba a ese mocoso insoportable y se lo mostraba a su vieja madre? Ganaría puntos frente a todos los infelices que pretendían SU puesto, SU trono. El hijo maldito del león de Nemea, siempre fuerte, siempre leal, ahora había salvado al príncipe pese a los constantes desplantes públicos a los que este le sometía ¿Quien mejor para protegerlos a todos?

    Su sonrisa se ensanchó. Y corrió siguiendo su olfato, no por qué quisiera salvar al muchacho si no por codicia.
    Rol privado con: [Litt1ewo1f] Antínoo, aún refunfuñando había seguido su camino sin más, aunque aun era capaz de escuchar en la lejanía la irritante voz del hijo de Odiseo. También sentía su olor; dulzón, empalagoso e irritante, era como meter la nariz en un frasco de perfume. Obvio, también la del sucio chucho que lo acompañaba. Teniendo claro que lo primero que haría cuando fuera rey, sería mandarlos a él y su detestable madre bien lejos con un pretexto de "viaje diplomático" en el que tal vez, pasaría algún desafortunado accidente por el que, desgraciadamente enviudaría. A fin de cuentas, quien se había pasado la vida defendiendo aquel estúpido reino, aquel ridículo palacio era él. Con el inútil del rey lejos, ese lugar le pertenecia a él, no a una viuda en estado de negación ni a un niño caprichoso. A él, quien de verdad se había pasado todos esos años peleando por ellos. Cansado de sentirse como una mascota, se moría de ganas de hacerles pagar a todos por lo que le hicieron, por la infancia arrebatada. Se detuvo unos instantes, respiró hondo para calmarse, mientras sus orejas echadas hacia atrás y su cola azotando de un lado a otro indicaban lo contrariado que se sentía en ese preciso instante. Fue entonces cuando estás mismas se alzaron tensas, lo escuchó. Unos asaltantes, el olor de la misma sangre que había saboreado del hombro del mocoso. Unos asaltantes. Sonrió. —Bueno, uno menos. Con suerte—concluyó en un susurro para si. Tras esto dio un par de pasos no era asunto suyo, el príncipe le importaba tan poco como su madre o su desaparecido padre. Sin embargo algo le pasó por la cabeza. ¿Y si salvaba a ese mocoso insoportable y se lo mostraba a su vieja madre? Ganaría puntos frente a todos los infelices que pretendían SU puesto, SU trono. El hijo maldito del león de Nemea, siempre fuerte, siempre leal, ahora había salvado al príncipe pese a los constantes desplantes públicos a los que este le sometía ¿Quien mejor para protegerlos a todos? Su sonrisa se ensanchó. Y corrió siguiendo su olfato, no por qué quisiera salvar al muchacho si no por codicia.
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    Día del Entrenamiento – Parte II

    (El Campo Que No Era Para Mí)

    La tarde llega, y con ella mi impaciencia.
    Corro hacia el jardín del castillo Ishtar, donde suele descansar Akane.
    La encuentro recostada entre las flores, una visión casi celestial si no fuese tan… Ishtar.

    Hablamos.
    Bueno, ella habla y yo absorbo cada palabra como si fuera un secreto prohibido.

    Me cuenta de su infancia:
    Su madre es mi hermana Yuna, sí,
    pero su otra madre no es cualquiera:
    es la Emperatriz Ishtar, Sasha.

    Aun así, su destino no quedó ahí.
    Mi madre Jennifer la vio rodeada por la podredumbre de los íncubos Ishtar,
    y sin pedir permiso a nadie —como siempre— la tomó en brazos.
    La raptó con la naturalidad de quien roba algo que ya le pertenece.

    Porque para Jennifer,
    todo aquel que porta el apellido Queen pertenece a su corazón,
    y por eso decidió ser la mentora de Akane:
    para entrenarla, protegerla,
    y enseñarle lo que significa realmente llevar su sangre.

    Así como debía hacer conmigo,
    esta misma tarde.

    Le ofrezco la rosca robada, pero Akane ríe con dulzura.

    Akane:
    —No puedo aceptar esto. Le pertenece a tu madre Jennifer. Devuélvesela… y le cuentas lo que hiciste.

    Trago saliva.
    Asiento, aunque por dentro muero de vergüenza.

    De camino a casa, el mundo parece más grande de lo que mis piernas pueden abarcar.

    Encuentro a mi madre Ayane un poco ida, perdida en pensamientos que no alcanzo a comprender.
    Cuando le hablo, me abraza.
    Un abrazo cálido, pero dolido, como si supiera algo que yo aún no.

    Luego se recompone, como sólo una madre puede hacerlo.
    Me acaricia la mejilla, se seca discretamente los ojos
    y me invita a probar unos dulces que ha preparado.
    Se ha pasado toda la tarde cocinando, esperando a Jennifer.

    Lili:
    —Mami… le robé la rosca a mami Jennifer para dársela a Akane… pero me ha dicho que se la devuelva.

    Una única lágrima escapa de Ayane.
    Pequeña, tímida.
    Suficiente para romperme un poquito por dentro.

    Ayane:
    —Trae… la guardaremos aquí hasta que vuelva… ¿vale?

    Lili:
    —Vale… ¡Voy a empezar a entrenar! Cuando llegue dile que estoy en el campo de entrenamiento!!!

    Salgo corriendo.
    Ayane no dice nada.
    Solo camina lentamente hacia la puerta
    y me observa mientras desaparezco, ilusión pura latiendo en mis pasos.

    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
    Sasha Ishtar
    Jenny Queen Orc
    𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Día del Entrenamiento – Parte II (El Campo Que No Era Para Mí) La tarde llega, y con ella mi impaciencia. Corro hacia el jardín del castillo Ishtar, donde suele descansar Akane. La encuentro recostada entre las flores, una visión casi celestial si no fuese tan… Ishtar. Hablamos. Bueno, ella habla y yo absorbo cada palabra como si fuera un secreto prohibido. Me cuenta de su infancia: Su madre es mi hermana Yuna, sí, pero su otra madre no es cualquiera: es la Emperatriz Ishtar, Sasha. Aun así, su destino no quedó ahí. Mi madre Jennifer la vio rodeada por la podredumbre de los íncubos Ishtar, y sin pedir permiso a nadie —como siempre— la tomó en brazos. La raptó con la naturalidad de quien roba algo que ya le pertenece. Porque para Jennifer, todo aquel que porta el apellido Queen pertenece a su corazón, y por eso decidió ser la mentora de Akane: para entrenarla, protegerla, y enseñarle lo que significa realmente llevar su sangre. Así como debía hacer conmigo, esta misma tarde. Le ofrezco la rosca robada, pero Akane ríe con dulzura. Akane: —No puedo aceptar esto. Le pertenece a tu madre Jennifer. Devuélvesela… y le cuentas lo que hiciste. Trago saliva. Asiento, aunque por dentro muero de vergüenza. De camino a casa, el mundo parece más grande de lo que mis piernas pueden abarcar. Encuentro a mi madre Ayane un poco ida, perdida en pensamientos que no alcanzo a comprender. Cuando le hablo, me abraza. Un abrazo cálido, pero dolido, como si supiera algo que yo aún no. Luego se recompone, como sólo una madre puede hacerlo. Me acaricia la mejilla, se seca discretamente los ojos y me invita a probar unos dulces que ha preparado. Se ha pasado toda la tarde cocinando, esperando a Jennifer. Lili: —Mami… le robé la rosca a mami Jennifer para dársela a Akane… pero me ha dicho que se la devuelva. Una única lágrima escapa de Ayane. Pequeña, tímida. Suficiente para romperme un poquito por dentro. Ayane: —Trae… la guardaremos aquí hasta que vuelva… ¿vale? Lili: —Vale… ¡Voy a empezar a entrenar! Cuando llegue dile que estoy en el campo de entrenamiento!!! Salgo corriendo. Ayane no dice nada. Solo camina lentamente hacia la puerta y me observa mientras desaparezco, ilusión pura latiendo en mis pasos. [akane_qi] [SashaIshtar] [queen_0] [Ayane_Ishtar]
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    Día del Entrenamiento – Parte II

    (El Campo Que No Era Para Mí)

    La tarde llega, y con ella mi impaciencia.
    Corro hacia el jardín del castillo Ishtar, donde suele descansar Akane.
    La encuentro recostada entre las flores, una visión casi celestial si no fuese tan… Ishtar.

    Hablamos.
    Bueno, ella habla y yo absorbo cada palabra como si fuera un secreto prohibido.

    Me cuenta de su infancia:
    Su madre es mi hermana Yuna, sí,
    pero su otra madre no es cualquiera:
    es la Emperatriz Ishtar, Sasha.

    Aun así, su destino no quedó ahí.
    Mi madre Jennifer la vio rodeada por la podredumbre de los íncubos Ishtar,
    y sin pedir permiso a nadie —como siempre— la tomó en brazos.
    La raptó con la naturalidad de quien roba algo que ya le pertenece.

    Porque para Jennifer,
    todo aquel que porta el apellido Queen pertenece a su corazón,
    y por eso decidió ser la mentora de Akane:
    para entrenarla, protegerla,
    y enseñarle lo que significa realmente llevar su sangre.

    Así como debía hacer conmigo,
    esta misma tarde.

    Le ofrezco la rosca robada, pero Akane ríe con dulzura.

    Akane:
    —No puedo aceptar esto. Le pertenece a tu madre Jennifer. Devuélvesela… y le cuentas lo que hiciste.

    Trago saliva.
    Asiento, aunque por dentro muero de vergüenza.

    De camino a casa, el mundo parece más grande de lo que mis piernas pueden abarcar.

    Encuentro a mi madre Ayane un poco ida, perdida en pensamientos que no alcanzo a comprender.
    Cuando le hablo, me abraza.
    Un abrazo cálido, pero dolido, como si supiera algo que yo aún no.

    Luego se recompone, como sólo una madre puede hacerlo.
    Me acaricia la mejilla, se seca discretamente los ojos
    y me invita a probar unos dulces que ha preparado.
    Se ha pasado toda la tarde cocinando, esperando a Jennifer.

    Lili:
    —Mami… le robé la rosca a mami Jennifer para dársela a Akane… pero me ha dicho que se la devuelva.

    Una única lágrima escapa de Ayane.
    Pequeña, tímida.
    Suficiente para romperme un poquito por dentro.

    Ayane:
    —Trae… la guardaremos aquí hasta que vuelva… ¿vale?

    Lili:
    —Vale… ¡Voy a empezar a entrenar! Cuando llegue dile que estoy en el campo de entrenamiento!!!

    Salgo corriendo.
    Ayane no dice nada.
    Solo camina lentamente hacia la puerta
    y me observa mientras desaparezco, ilusión pura latiendo en mis pasos.
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    Día del Entrenamiento – Parte II

    (El Campo Que No Era Para Mí)

    La tarde llega, y con ella mi impaciencia.
    Corro hacia el jardín del castillo Ishtar, donde suele descansar Akane.
    La encuentro recostada entre las flores, una visión casi celestial si no fuese tan… Ishtar.

    Hablamos.
    Bueno, ella habla y yo absorbo cada palabra como si fuera un secreto prohibido.

    Me cuenta de su infancia:
    Su madre es mi hermana Yuna, sí,
    pero su otra madre no es cualquiera:
    es la Emperatriz Ishtar, Sasha.

    Aun así, su destino no quedó ahí.
    Mi madre Jennifer la vio rodeada por la podredumbre de los íncubos Ishtar,
    y sin pedir permiso a nadie —como siempre— la tomó en brazos.
    La raptó con la naturalidad de quien roba algo que ya le pertenece.

    Porque para Jennifer,
    todo aquel que porta el apellido Queen pertenece a su corazón,
    y por eso decidió ser la mentora de Akane:
    para entrenarla, protegerla,
    y enseñarle lo que significa realmente llevar su sangre.

    Así como debía hacer conmigo,
    esta misma tarde.

    Le ofrezco la rosca robada, pero Akane ríe con dulzura.

    Akane:
    —No puedo aceptar esto. Le pertenece a tu madre Jennifer. Devuélvesela… y le cuentas lo que hiciste.

    Trago saliva.
    Asiento, aunque por dentro muero de vergüenza.

    De camino a casa, el mundo parece más grande de lo que mis piernas pueden abarcar.

    Encuentro a mi madre Ayane un poco ida, perdida en pensamientos que no alcanzo a comprender.
    Cuando le hablo, me abraza.
    Un abrazo cálido, pero dolido, como si supiera algo que yo aún no.

    Luego se recompone, como sólo una madre puede hacerlo.
    Me acaricia la mejilla, se seca discretamente los ojos
    y me invita a probar unos dulces que ha preparado.
    Se ha pasado toda la tarde cocinando, esperando a Jennifer.

    Lili:
    —Mami… le robé la rosca a mami Jennifer para dársela a Akane… pero me ha dicho que se la devuelva.

    Una única lágrima escapa de Ayane.
    Pequeña, tímida.
    Suficiente para romperme un poquito por dentro.

    Ayane:
    —Trae… la guardaremos aquí hasta que vuelva… ¿vale?

    Lili:
    —Vale… ¡Voy a empezar a entrenar! Cuando llegue dile que estoy en el campo de entrenamiento!!!

    Salgo corriendo.
    Ayane no dice nada.
    Solo camina lentamente hacia la puerta
    y me observa mientras desaparezco, ilusión pura latiendo en mis pasos.
    Relato en el post y comentario de la imagen 🩷 Día del Entrenamiento – Parte II (El Campo Que No Era Para Mí) La tarde llega, y con ella mi impaciencia. Corro hacia el jardín del castillo Ishtar, donde suele descansar Akane. La encuentro recostada entre las flores, una visión casi celestial si no fuese tan… Ishtar. Hablamos. Bueno, ella habla y yo absorbo cada palabra como si fuera un secreto prohibido. Me cuenta de su infancia: Su madre es mi hermana Yuna, sí, pero su otra madre no es cualquiera: es la Emperatriz Ishtar, Sasha. Aun así, su destino no quedó ahí. Mi madre Jennifer la vio rodeada por la podredumbre de los íncubos Ishtar, y sin pedir permiso a nadie —como siempre— la tomó en brazos. La raptó con la naturalidad de quien roba algo que ya le pertenece. Porque para Jennifer, todo aquel que porta el apellido Queen pertenece a su corazón, y por eso decidió ser la mentora de Akane: para entrenarla, protegerla, y enseñarle lo que significa realmente llevar su sangre. Así como debía hacer conmigo, esta misma tarde. Le ofrezco la rosca robada, pero Akane ríe con dulzura. Akane: —No puedo aceptar esto. Le pertenece a tu madre Jennifer. Devuélvesela… y le cuentas lo que hiciste. Trago saliva. Asiento, aunque por dentro muero de vergüenza. De camino a casa, el mundo parece más grande de lo que mis piernas pueden abarcar. Encuentro a mi madre Ayane un poco ida, perdida en pensamientos que no alcanzo a comprender. Cuando le hablo, me abraza. Un abrazo cálido, pero dolido, como si supiera algo que yo aún no. Luego se recompone, como sólo una madre puede hacerlo. Me acaricia la mejilla, se seca discretamente los ojos y me invita a probar unos dulces que ha preparado. Se ha pasado toda la tarde cocinando, esperando a Jennifer. Lili: —Mami… le robé la rosca a mami Jennifer para dársela a Akane… pero me ha dicho que se la devuelva. Una única lágrima escapa de Ayane. Pequeña, tímida. Suficiente para romperme un poquito por dentro. Ayane: —Trae… la guardaremos aquí hasta que vuelva… ¿vale? Lili: —Vale… ¡Voy a empezar a entrenar! Cuando llegue dile que estoy en el campo de entrenamiento!!! Salgo corriendo. Ayane no dice nada. Solo camina lentamente hacia la puerta y me observa mientras desaparezco, ilusión pura latiendo en mis pasos.
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  • -aveces parece que la gente olvida que tengo 190 años.... Y si sigo siendo un bebé para mí raza, las brujas tardamos de 5 a 10 eones en alcanzar la adultez, la magia se presenta hasta los 500 años cuando una bruja pasa a su estado de "infancia", aunque en años humanos tengo 19 más o menos-

    https://vt.tiktok.com/ZSynJAK21/
    -aveces parece que la gente olvida que tengo 190 años.... Y si sigo siendo un bebé para mí raza, las brujas tardamos de 5 a 10 eones en alcanzar la adultez, la magia se presenta hasta los 500 años cuando una bruja pasa a su estado de "infancia", aunque en años humanos tengo 19 más o menos- https://vt.tiktok.com/ZSynJAK21/
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  • EL estudio del Tao
    Fandom Mo Dao Zu Shi
    Categoría Aventura
    CHINA ANTIGUA, Montaña Celestial

    Cuando los primeros rayos de sol aparecieron en los tejados de aquel recóndito lugar llamado por los cultivadores como "Tianshan" o Montaña Celestial, daba paso a un hermoso paisaje onírico.

    Los pequeños de distintas flores comenzaban a brotar, de la pequeña alfombra verde que aun resistia al paso de la estación. Un viento frío recorria todo aquel lugar, el invierno se aproximaba y con ello todo una extensa alfombra blanca pronto remplazaría aquella vegetación dominando asi por al menos unos 3 o 4 meses antes de que llegara nuevamente la primavera; algunos de los pequeños ayudantes que tenía su maestra jugaban a recolectar palos y leña entre el pequeño bosque que rodeaba la montaña para el invierno.

    Entre todos los pequeños ayudantes, existía un joven taoista, y último discipulo de la gran maestra Baoshan Sanren, un joven soñador que deseaba terminar su entrenamiento para ayudar al mundo exterior con su deseo y fe inquebrantable.

    Xiao Xingchen, era el nombre que su maestra le puso cuando fue acogido desde su mas tierna infancia, creció a lado de su maestra para ser un cultivador como sus dos hermanos mayores de cultivo que ya habían partido de la secta mucho antes que el.

    Ahora a sus 16 años, pasaba su tiempo en meditacion, entrenando con su maestra en el manejo de la espada, incluso desde muy joven habia desarrollado su propia tecnica "Frost"el cual era letal para todo aquel que deseara una muerte segura; así también como aprendiendo las 6 artes: ritos, música, Tiro con arco, conduccion de carros (montar a caballo), caligrafía y matemáticas.

    Aun cuando fuera un joven cultivador, no dejaba de lado aprender sobre los antiguos eruditos llegando a cosiderarse como Daozhang a muy temprana edad.

    Metido entre montañas de libros, Xiao Xingchen estudiaba sobre los preceptos basicos del Taoismo, con la misma dedicación y pasión que hacía sus entrenamientos.
    1. No albergues odio ni celos en tu corazón.
    2. Mantén un corazón amable y no mates.
    3. Mantén la pureza y sé retraído en tus interacciones sociales.
    4. No pongas tu mente en el deseo sexual ni des lugar a la pasión.
    5. No pronuncies malas palabras.
    6. No tomes licor ni drogas.
    7. No envidies si otros son mejores que tú.
    8. No critiques ni debatas las escrituras y enseñanzas.
    9. No crees disturbios a través de la argumentación verbal.
    10. Sé ecuánime y de todo corazón en todas tus acciones.

    Solo un año mas..y podré salir de la Mansión a viajar por el mundo...

    CHINA ANTIGUA, Montaña Celestial Cuando los primeros rayos de sol aparecieron en los tejados de aquel recóndito lugar llamado por los cultivadores como "Tianshan" o Montaña Celestial, daba paso a un hermoso paisaje onírico. Los pequeños de distintas flores comenzaban a brotar, de la pequeña alfombra verde que aun resistia al paso de la estación. Un viento frío recorria todo aquel lugar, el invierno se aproximaba y con ello todo una extensa alfombra blanca pronto remplazaría aquella vegetación dominando asi por al menos unos 3 o 4 meses antes de que llegara nuevamente la primavera; algunos de los pequeños ayudantes que tenía su maestra jugaban a recolectar palos y leña entre el pequeño bosque que rodeaba la montaña para el invierno. Entre todos los pequeños ayudantes, existía un joven taoista, y último discipulo de la gran maestra Baoshan Sanren, un joven soñador que deseaba terminar su entrenamiento para ayudar al mundo exterior con su deseo y fe inquebrantable. Xiao Xingchen, era el nombre que su maestra le puso cuando fue acogido desde su mas tierna infancia, creció a lado de su maestra para ser un cultivador como sus dos hermanos mayores de cultivo que ya habían partido de la secta mucho antes que el. Ahora a sus 16 años, pasaba su tiempo en meditacion, entrenando con su maestra en el manejo de la espada, incluso desde muy joven habia desarrollado su propia tecnica "Frost"el cual era letal para todo aquel que deseara una muerte segura; así también como aprendiendo las 6 artes: ritos, música, Tiro con arco, conduccion de carros (montar a caballo), caligrafía y matemáticas. Aun cuando fuera un joven cultivador, no dejaba de lado aprender sobre los antiguos eruditos llegando a cosiderarse como Daozhang a muy temprana edad. Metido entre montañas de libros, Xiao Xingchen estudiaba sobre los preceptos basicos del Taoismo, con la misma dedicación y pasión que hacía sus entrenamientos. 1. No albergues odio ni celos en tu corazón. 2. Mantén un corazón amable y no mates. 3. Mantén la pureza y sé retraído en tus interacciones sociales. 4. No pongas tu mente en el deseo sexual ni des lugar a la pasión. 5. No pronuncies malas palabras. 6. No tomes licor ni drogas. 7. No envidies si otros son mejores que tú. 8. No critiques ni debatas las escrituras y enseñanzas. 9. No crees disturbios a través de la argumentación verbal. 10. Sé ecuánime y de todo corazón en todas tus acciones. Solo un año mas..y podré salir de la Mansión a viajar por el mundo...
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