• ——— PRESAGIO (parte II)

    El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad.

    El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente.

    Esta criatura no se apartará.

    Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente.

    Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente.

    Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia.

    El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento.

    Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar.

    Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
    ——— PRESAGIO (parte II) El silencio se hace en el bosque que le rodea, como si las aves, los pequeños animalillos e incluso los mismo árboles aguardaran, expectantes, el desarrollo de aquel peculiar encuentro. Khan, notando aquello, vuelve la mirada a lo alto por un instante, ceñudo, molesto, sintiéndose transportado a una era donde, como maiar, era capaz de hablar con la naturaleza, pero ahora sin la capacidad de entenderle con la misma facilidad. El oso avanza sin dar señales de temor o cautela, por el contrario, el animal, de pronto, se acerca con una intensidad feroz, que lo reta de frente. Esta criatura no se apartará. Khan siente cómo una chispa de furia le recorre la piel y, en vez de esperar, huir o refugiarse en el interior de su camioneta, decide encararlo; si el bosque quiere enviarle un mensaje, él lo recibirá como acostumbra, de frente. Dando un paso decidido, luego otro y otro más, Khan acelera hasta romper en una breve carrera, sus botas aplastan las hojas secas bajo el peso de su cuerpo. El oso responde, poniéndose sobre sus patas traseras, erguido y monumental. Su gruñido llena el bosque, profundo y vibrante, pero no provoca en Khan ni un solo paso de retroceso. Al contrario, le arranca una sonrisa desafiante, la misma que revela su propio poder contenido, una presencia que, aunque sellada, nunca ha dejado de ser imponente. Los últimos pasos los da en un impulso arremetido, con la fuerza contenida en sus músculos preparados para impactar contra el oso, pero, justo en el instante en que extiende las manos, listas para asirse a las garras y enfrascarse en una encarnizada pelea, el aire cambia. El enorme cuerpo del oso se disuelve frente a los ojos del hombre, la imponente silueta se desvanece como un banco de niebla dispersado por el viento. Las manos de Khan encuentran solo vacío, en su lugar queda una tranquilidad imperturbable, como si nada hubiera sucedido. El aroma del bosque llena sus pulmones de nuevo, pero ahora tiene un matiz diferente, un eco de magia antigua que percibe, vagamente familiar, aunque sigue sin descifrar. Inmóvil, Khan observa el espacio donde estaba el oso, sus manos aún tensas por el impulso de la confrontación. Su respiración, aunque calmada, vibra con un atisbo de frustración y desconcierto. Este no ha sido un oso común, y tampoco una simple ilusión. Es una señal, una advertencia, tal vez un mensaje que le deja con más preguntas que respuestas, pero algo en el aire le hace intuir que este encuentro no es más que el presagio de lo que está por venir.
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  • Ow!..~

    -Dijo la fantasmita mirando hacia atrás después de que su nuevo "amo" diera un fuerte y directo golpe a sus nalgas las cuales botaron por el impacto. Ella soba sus nalgas haciendo un puchero sonrojada evitando el contacto visual con aquel hombre que amaba hacerle pequeñas jugarretas-
    Ow!..~ -Dijo la fantasmita mirando hacia atrás después de que su nuevo "amo" diera un fuerte y directo golpe a sus nalgas las cuales botaron por el impacto. Ella soba sus nalgas haciendo un puchero sonrojada evitando el contacto visual con aquel hombre que amaba hacerle pequeñas jugarretas-
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  • Luz serpenteante, sombras nebulosas.
    Textos impíos, estudios incesantes.
    Leve luz de luna lograba alcanzar a iluminar una pequeña parte de una página del pesado ejemplar postrado sobre la barra dentro de un viejo establecimiento.

    Línea a línea, párrafo tras párrafo.

    Absurdo.

    Un vaso de licor aguardaba del otro lado sobre la barra.

    Poderío. Cuidado.

    Se hallaba un libro abierto encima del gran tomo, dando el privilegio a su lectora de poder descifrar y saber los conocimientos que guardaban estas profanas escrituras. Un poco más a un lado, un cuaderno de bolsillo, también abierto, recibiendo solo la pulpa de esos jugosos saberes.

    Sensatez. Secreto.

    Con su índice y pulgar extinguió la llama de la vela que la acompañaba e iluminaba su alrededor, después de tomar lo que quedaba del vaso y recoger sus pertenencias. Salió del local. Sin tener que soltar alguna cosa, se las arregló para buscar las llaves en alguno de los bolsillos de su vestido y asegurarse de que la tienda, quedara bien cerrada.

    Dio la vuelta y subió las escaleras hacia su apartamento, dirigiéndose directamente a su habitación, para guardar los libros y sus apuntes en un lugar seguro. Fue a la cocina dónde encontró la botella de licor abierta. Se sirvió otro trago. Lo tomó. La sensación cálida recorrió su garganta. Volteó hacia el espejo. Círculos oscuros rodeaban sus ojos, pupilas dilatadas, respiración desigual.

    Miró la hora, faltaban más que unas cuantas horas para el siguiente día.

    Entró a su cuarto de baño y se quitó la ropa, de una dejó que el agua fresca de la ducha impactara sobre su rostro, y de ahí, el resto de su cuerpo, mismo que fue despojado de cualquier remanente de tensión ocasionado por la ardua sección de estudio ejecutada hace un rato. El aroma floral de los productos de higiene impregnó en el ambiente. Envolvió su cabello con una toalla después de colocarse la bata de baño. Dio una cepillada rápida a sus dientes.

    Sobre la cama yacían unos cuantos objetos, regalos que recibió por parte de algunos allegados. Se sentó a un lado mientras los miraba, una sonrisa de lado naturalmente se formó en su rostro.

    "Feliz cumpleaños" decía un sobre con letra manuscrita. No se atrevía a abrirlo, sabía de quien venía. Sacar la carta sería como abrir deliberadamente la caja de pandora.

    Se vistió con un conjunto para dormir y se acostó, sin sueño, volteó hacia su guardarropa deseando tener alguna excusa para levantarse para cambiarse completamente de ropa y hacer reventar con una gran fiesta excesiva y también pecaminosa, este intento de apartamento.

    Los tragos de licor comenzaban a hacer efecto, su visión se nubló por un segundo. Se levantó de la cama y caminó a la sala de estar, descolgó el teléfono de casa y marcó a su amigo.

    Charles Grey
    Luz serpenteante, sombras nebulosas. Textos impíos, estudios incesantes. Leve luz de luna lograba alcanzar a iluminar una pequeña parte de una página del pesado ejemplar postrado sobre la barra dentro de un viejo establecimiento. Línea a línea, párrafo tras párrafo. Absurdo. Un vaso de licor aguardaba del otro lado sobre la barra. Poderío. Cuidado. Se hallaba un libro abierto encima del gran tomo, dando el privilegio a su lectora de poder descifrar y saber los conocimientos que guardaban estas profanas escrituras. Un poco más a un lado, un cuaderno de bolsillo, también abierto, recibiendo solo la pulpa de esos jugosos saberes. Sensatez. Secreto. Con su índice y pulgar extinguió la llama de la vela que la acompañaba e iluminaba su alrededor, después de tomar lo que quedaba del vaso y recoger sus pertenencias. Salió del local. Sin tener que soltar alguna cosa, se las arregló para buscar las llaves en alguno de los bolsillos de su vestido y asegurarse de que la tienda, quedara bien cerrada. Dio la vuelta y subió las escaleras hacia su apartamento, dirigiéndose directamente a su habitación, para guardar los libros y sus apuntes en un lugar seguro. Fue a la cocina dónde encontró la botella de licor abierta. Se sirvió otro trago. Lo tomó. La sensación cálida recorrió su garganta. Volteó hacia el espejo. Círculos oscuros rodeaban sus ojos, pupilas dilatadas, respiración desigual. Miró la hora, faltaban más que unas cuantas horas para el siguiente día. Entró a su cuarto de baño y se quitó la ropa, de una dejó que el agua fresca de la ducha impactara sobre su rostro, y de ahí, el resto de su cuerpo, mismo que fue despojado de cualquier remanente de tensión ocasionado por la ardua sección de estudio ejecutada hace un rato. El aroma floral de los productos de higiene impregnó en el ambiente. Envolvió su cabello con una toalla después de colocarse la bata de baño. Dio una cepillada rápida a sus dientes. Sobre la cama yacían unos cuantos objetos, regalos que recibió por parte de algunos allegados. Se sentó a un lado mientras los miraba, una sonrisa de lado naturalmente se formó en su rostro. "Feliz cumpleaños" decía un sobre con letra manuscrita. No se atrevía a abrirlo, sabía de quien venía. Sacar la carta sería como abrir deliberadamente la caja de pandora. Se vistió con un conjunto para dormir y se acostó, sin sueño, volteó hacia su guardarropa deseando tener alguna excusa para levantarse para cambiarse completamente de ropa y hacer reventar con una gran fiesta excesiva y también pecaminosa, este intento de apartamento. Los tragos de licor comenzaban a hacer efecto, su visión se nubló por un segundo. Se levantó de la cama y caminó a la sala de estar, descolgó el teléfono de casa y marcó a su amigo. [EarlGrey]
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  • Trece días. Un total de trece días necesitó el zorro para estar en buena forma. Habría necesitado menos, pero las heridas fueron brutales. Además, a mitad de su recuperación, tuvo que dar parte de su energía vital para ayudar a un amigo.

    Pero por fin, Kazuo estaba en marcha. Ese Ōmukade había crecido a sus anchas desde su último encuentro. Últimamente, en ese tiempo había atacado una aldea cercana, pero, por gracia divina, solo se cobró víctimas de ganado.

    El zorro, esta vez sí, con sus cinco sentidos puestos, fue en busca del demonio escalopendra, aquel que era capaz de matar y comer dragones. Recorrió todo el valle y la montaña en busca de su rastro. Recordaba su olor; si algo se le daba bien al zorro era recordar aromas, cada matiz que incluso podía saborear en la lengua. Tras una larga caminata, lo encontró: ese rastro que olía a podredumbre y muerte, como si algo estuviera comiendo cadáveres en descomposición. En este punto, el zorro bajó su ritmo, sintiendo cómo esa capa de miasma aumentaba a medida que se acercaba.

    Kazuo era tremendamente silencioso; no se escuchaba ni el crujir de las ramas bajo sus pies, igual que un fantasma. Afinaba su oído; cualquier leve sonido hacía que girara su cabeza de forma brusca, como cuando los cazadores acechan a una presa. Y así era: Kazuo era el cazador y el Ōmukade, su presa. La noche se había cernido sobre él. De seguro, Elisabeth le reprendería por no avisarla para que lo acompañara. Pero no le entusiasmaba darle como regalo de compromiso una noche de matanza a un demonio. Desde luego, era poco romántico.

    "¡Clic!" —Un crujido.

    Ese crujido no lo había emitido Kazuo. Tampoco lo habría provocado ningún animal, ya que la densidad del ambiente era inaguantable para cualquier ser que no estuviera preparado para soportarlo. El zorro se puso en cuclillas, posando sus dos manos sobre la tierra e inclinándose levemente hacia delante, como un gato que se agazapa antes de cernirse sobre su presa. Un silencio sepulcral se instalaba en el ambiente; Parecía que incluso el aire había dejado de correr.

    Fue entonces cuando aquel demonio, tan grande como un dragón, emergió de la oscuridad, profiriendo un rugido ensordecedor. Este, igual que la última vez, se dirigió una carga hacia Kazuo, pero este, rápido, tomó impulso en dirección hacia la criatura. A punto de colisionar el uno con el otro, Kazuo sacó sus garras, clavándolas apenas en el caparazón de su cabeza. Su coraza era terriblemente dura; Debería haberle pedido a Elisabeth un poco de su saliva, ya que esta es venenosa para los Ōmukade. Tras aguantar todo lo posible el agarre, aprovechó la inercia de su cuerpo para elevarse sobre la cabeza del demonio, quedando durante unas milésimas de segundo en pie sobre este con una sola mano. Sin soltar su agarre, dobló su tronco para que sus pies y piernas caigan en cuclillas sobre la cabeza del insecto gigante. Con una fuerza sobrehumana, hizo presión con sus piernas hacia abajo, soltando su agarre en el momento justo en que estas hacían más presión sobre la cabeza del demonio. El impulso que tomó el zorro hizo que la cabeza del contrario se estampara de boca contra el suelo, como si Kazuo hubiera lanzado un proyecto con sus piernas.

    Mientras una polvareda se levantaba por el impacto del Ōmukade contra el suelo, el zorro caía con gracia sobre la rama de un árbol cercano.

    —Esto va a terminar rápido... —decía él con esa calma que a veces podía resultar inquietante.

    Tras unos segundos, el demonio se levantaba. Este retorcía su cuerpo con dolor y furia. Kazuo pensó que, si no podía atravesar su corazón, lo molería a golpes hasta que esta cediera.

    Durante largos minutos, ambos yōkais se regalaban una serenata de golpes. Kazuo era quien más golpe daba y quien más los esquivaba, aunque se llevó alguno que otro en el camino. El demonio escalopendra comenzaba a estar cansado y cada vez más débil. En un último movimiento, Kazuo volvió a embestir de frente, algo bastante necio por su parte, ya que el demonio no era tonto y ya había visto antes de ese ataque.

    El Ōmukade, habiendo aprendido la lección, levantó su cabeza para atrapar el cuerpo de Kazuo, uniendo sus dientes afilados en su carne. Pero de pronto, como si fuera vapor, el cuerpo de Kazuo desapareció, dejando una leve neblina a su paso y una hoja otoñal flotando donde antes estaba su cuerpo, hasta que esta cayó al suelo. Kazuo había desaparecido. El demonio, desconcertado, giró sus ojos telescópicos de un lado a otro buscando al zorro. Pero Kazuo no estaba en su campo de visión. El zorro, como si de un truco de mágia se tratase, estaba justo debajo de la cabeza del Ōmukade, concretamente bajo su mandíbula. Ahí había un punto frágil; un área de su corazón había cedido por los constantes golpes que le había propinado. La mano de Kazuo se llenaba de llamas color zafiro, llamas capaces de purificar y quemar aquello que no puede ser purificado por nada. Juntó y puso rectos los dedos de su mano para, posteriormente, clavar sus garras de una sola estocada en la tráquea del monstruo, atravesándola con facilidad.

    El Ōmukade rugía, rugía con desesperación y dolor. Su cuerpo de escalopendra se retorcía de un lado a otro, volcando árboles y maleza, dejando un destrozo a su paso. Kazuo, insatisfecho, aún con su mano introducida, hizo florecer sus llamas color zafiro, haciendo que la criatura comenzara a arder desde dentro. Segundos más tarde, mientras aún se retorcía de dolor, llamas azules salían crepitantes entre los huecos de su coraza, por su boca y por sus ojos.

    Era un golpe incompatible con la vida, totalmente mortal. Saca sus manos del interior, su cuerpo dejó de moverse progresivamente, quedando solo algunos espasmos residuales de movimiento. Kazuo observaba cómo el cuerpo del demonio que casi lo mata se consumía. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado con un demonio tan inferior a él?

    —Esto por haber preocupado a Liz, infeliz —decía Kazuo de forma seria, pero con una calma nuevamente inquietante.

    Su venganza no había sido porque lo hubiera estado a punto de matar, sino por el mal rato que pasó Elisabeth cuando lo encontró moribundo. Finalmente, el zorro se volvió y puso rumbo a su templo, esperando que no se le hubiera hecho demasiado tarde para cenar.
    Trece días. Un total de trece días necesitó el zorro para estar en buena forma. Habría necesitado menos, pero las heridas fueron brutales. Además, a mitad de su recuperación, tuvo que dar parte de su energía vital para ayudar a un amigo. Pero por fin, Kazuo estaba en marcha. Ese Ōmukade había crecido a sus anchas desde su último encuentro. Últimamente, en ese tiempo había atacado una aldea cercana, pero, por gracia divina, solo se cobró víctimas de ganado. El zorro, esta vez sí, con sus cinco sentidos puestos, fue en busca del demonio escalopendra, aquel que era capaz de matar y comer dragones. Recorrió todo el valle y la montaña en busca de su rastro. Recordaba su olor; si algo se le daba bien al zorro era recordar aromas, cada matiz que incluso podía saborear en la lengua. Tras una larga caminata, lo encontró: ese rastro que olía a podredumbre y muerte, como si algo estuviera comiendo cadáveres en descomposición. En este punto, el zorro bajó su ritmo, sintiendo cómo esa capa de miasma aumentaba a medida que se acercaba. Kazuo era tremendamente silencioso; no se escuchaba ni el crujir de las ramas bajo sus pies, igual que un fantasma. Afinaba su oído; cualquier leve sonido hacía que girara su cabeza de forma brusca, como cuando los cazadores acechan a una presa. Y así era: Kazuo era el cazador y el Ōmukade, su presa. La noche se había cernido sobre él. De seguro, Elisabeth le reprendería por no avisarla para que lo acompañara. Pero no le entusiasmaba darle como regalo de compromiso una noche de matanza a un demonio. Desde luego, era poco romántico. "¡Clic!" —Un crujido. Ese crujido no lo había emitido Kazuo. Tampoco lo habría provocado ningún animal, ya que la densidad del ambiente era inaguantable para cualquier ser que no estuviera preparado para soportarlo. El zorro se puso en cuclillas, posando sus dos manos sobre la tierra e inclinándose levemente hacia delante, como un gato que se agazapa antes de cernirse sobre su presa. Un silencio sepulcral se instalaba en el ambiente; Parecía que incluso el aire había dejado de correr. Fue entonces cuando aquel demonio, tan grande como un dragón, emergió de la oscuridad, profiriendo un rugido ensordecedor. Este, igual que la última vez, se dirigió una carga hacia Kazuo, pero este, rápido, tomó impulso en dirección hacia la criatura. A punto de colisionar el uno con el otro, Kazuo sacó sus garras, clavándolas apenas en el caparazón de su cabeza. Su coraza era terriblemente dura; Debería haberle pedido a Elisabeth un poco de su saliva, ya que esta es venenosa para los Ōmukade. Tras aguantar todo lo posible el agarre, aprovechó la inercia de su cuerpo para elevarse sobre la cabeza del demonio, quedando durante unas milésimas de segundo en pie sobre este con una sola mano. Sin soltar su agarre, dobló su tronco para que sus pies y piernas caigan en cuclillas sobre la cabeza del insecto gigante. Con una fuerza sobrehumana, hizo presión con sus piernas hacia abajo, soltando su agarre en el momento justo en que estas hacían más presión sobre la cabeza del demonio. El impulso que tomó el zorro hizo que la cabeza del contrario se estampara de boca contra el suelo, como si Kazuo hubiera lanzado un proyecto con sus piernas. Mientras una polvareda se levantaba por el impacto del Ōmukade contra el suelo, el zorro caía con gracia sobre la rama de un árbol cercano. —Esto va a terminar rápido... —decía él con esa calma que a veces podía resultar inquietante. Tras unos segundos, el demonio se levantaba. Este retorcía su cuerpo con dolor y furia. Kazuo pensó que, si no podía atravesar su corazón, lo molería a golpes hasta que esta cediera. Durante largos minutos, ambos yōkais se regalaban una serenata de golpes. Kazuo era quien más golpe daba y quien más los esquivaba, aunque se llevó alguno que otro en el camino. El demonio escalopendra comenzaba a estar cansado y cada vez más débil. En un último movimiento, Kazuo volvió a embestir de frente, algo bastante necio por su parte, ya que el demonio no era tonto y ya había visto antes de ese ataque. El Ōmukade, habiendo aprendido la lección, levantó su cabeza para atrapar el cuerpo de Kazuo, uniendo sus dientes afilados en su carne. Pero de pronto, como si fuera vapor, el cuerpo de Kazuo desapareció, dejando una leve neblina a su paso y una hoja otoñal flotando donde antes estaba su cuerpo, hasta que esta cayó al suelo. Kazuo había desaparecido. El demonio, desconcertado, giró sus ojos telescópicos de un lado a otro buscando al zorro. Pero Kazuo no estaba en su campo de visión. El zorro, como si de un truco de mágia se tratase, estaba justo debajo de la cabeza del Ōmukade, concretamente bajo su mandíbula. Ahí había un punto frágil; un área de su corazón había cedido por los constantes golpes que le había propinado. La mano de Kazuo se llenaba de llamas color zafiro, llamas capaces de purificar y quemar aquello que no puede ser purificado por nada. Juntó y puso rectos los dedos de su mano para, posteriormente, clavar sus garras de una sola estocada en la tráquea del monstruo, atravesándola con facilidad. El Ōmukade rugía, rugía con desesperación y dolor. Su cuerpo de escalopendra se retorcía de un lado a otro, volcando árboles y maleza, dejando un destrozo a su paso. Kazuo, insatisfecho, aún con su mano introducida, hizo florecer sus llamas color zafiro, haciendo que la criatura comenzara a arder desde dentro. Segundos más tarde, mientras aún se retorcía de dolor, llamas azules salían crepitantes entre los huecos de su coraza, por su boca y por sus ojos. Era un golpe incompatible con la vida, totalmente mortal. Saca sus manos del interior, su cuerpo dejó de moverse progresivamente, quedando solo algunos espasmos residuales de movimiento. Kazuo observaba cómo el cuerpo del demonio que casi lo mata se consumía. ¿Cómo podía haber sido tan descuidado con un demonio tan inferior a él? —Esto por haber preocupado a Liz, infeliz —decía Kazuo de forma seria, pero con una calma nuevamente inquietante. Su venganza no había sido porque lo hubiera estado a punto de matar, sino por el mal rato que pasó Elisabeth cuando lo encontró moribundo. Finalmente, el zorro se volvió y puso rumbo a su templo, esperando que no se le hubiera hecho demasiado tarde para cenar.
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  • ═════─────────────────
    ⟁ La lluvia comienza con una sola gota.
    ═══════════════════───


    Gazú transitaba por las empedradas calles de un triste pueblo alemán, donde la lluvia caía en gotas constantes. Era una noche tardía, y las luces de las ventanas se apagaban una a una, mientras los habitantes se refugiaban entre las paredes de sus cálidos refugios. El gelido viento se adueñaba de las calles mientras las gotas resonaban.

    La hoja del puñal brillo bajo la luna y se baño en lluvia...

    Golpeó la puerta de madera. El silencio fue su única respuesta. Insistió una vez más pero la casa permaneció muda. A la tercera vez, la paciencia de Gazú se agotó. Lanzó una patada que hizo crujir la puerta y la abrió de par en par.

    Un hombre esperándolo con un rifle en mano disparó. El sonido quebró la cálida sinfonía de la lluvia. La bala impacto, y Gazú cayó inerte. El hombre se acerco, con un suspiro de alivio.

    Pero el puñal atravesó su espalda. El grito de dolor fue ahogado por la lluvia.

    Gazú siempre estuvo adentro de su casa...

    ◢✥𝐆azú✥◣
    ═════───────────────── 🎃 ⟁ La lluvia comienza con una sola gota. 🦇🕸️ ═══════════════════─── Gazú transitaba por las empedradas calles de un triste pueblo alemán, donde la lluvia caía en gotas constantes. Era una noche tardía, y las luces de las ventanas se apagaban una a una, mientras los habitantes se refugiaban entre las paredes de sus cálidos refugios. El gelido viento se adueñaba de las calles mientras las gotas resonaban. La hoja del puñal brillo bajo la luna y se baño en lluvia... Golpeó la puerta de madera. El silencio fue su única respuesta. Insistió una vez más pero la casa permaneció muda. A la tercera vez, la paciencia de Gazú se agotó. Lanzó una patada que hizo crujir la puerta y la abrió de par en par. Un hombre esperándolo con un rifle en mano disparó. El sonido quebró la cálida sinfonía de la lluvia. La bala impacto, y Gazú cayó inerte. El hombre se acerco, con un suspiro de alivio. Pero el puñal atravesó su espalda. El grito de dolor fue ahogado por la lluvia. Gazú siempre estuvo adentro de su casa... ◢✥𝐆azú✥◣
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  • ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏

    𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴...

    La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel.

    El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía.

    Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable.

    "Esto no está bien..."

    – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada.

    Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había.

    Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss.

    Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible.

    Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida.

    – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel.

    – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase.

    Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar.

    Ya no podía escapar.

    Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo.

    – Si no sirves como puta, no sirves para nada.

    El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama.

    En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia.

    ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel?

    El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral.

    Y entonces ocurrió.

    Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta.

    Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos.

    Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros.

    Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo.

    Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
    ℱ𝓁𝒶𝓈𝒽𝒷𝒶𝒸𝓀 ➺ ℒ𝒶 𝒫𝓇𝒾𝓂𝑒𝓇𝒶 𝒱𝑒𝓏 𝘚𝘦𝘪𝘴 𝘢𝘯̃𝘰𝘴 𝘢𝘵𝘳𝘢́𝘴... La noche era oscura y fría, como tantas otras. Las luces mortecinas del motel parpadeaban sobre la fachada gris tan conocida. Nathan, envuelto en su chaqueta, sentía el aire helado filtrarse por cada fibra de su cuerpo, pero no era el frío lo que lo hacía temblar. Apoyado contra la pared áspera del motel, esperaba al boss, mirando hacia la calle vacía con una ansiedad que le erizaba la piel. El negocio había estado lento y el ambiente se había tornado peligroso, las tensiones cada vez más palpables. No era la primera vez. Sabía lo que venía. Siempre lo sabía. Cuando el coche se detuvo, el motor rugió como una bestia amenazante en la distancia y la figura del jefe emergió de entre las sombras, imponente y oscura. Lo reconoció de inmediat,o por el sonido de sus pasos pesados, y su corazón se aceleró golpeando su pecho con una furia incontrolable. "Esto no está bien..." – Vamos –la voz del jefe era grave, como un trueno contenido. Le llamó sin siquiera dirigirle una mirada. Nathan lo siguió, sintiendo las piernas flojas, como si su cuerpo intentara advertirle de lo que estaba por venir. Pero no había escapatoria. Nunca la había. Entraron en el motel, subiendo por el pasillo enmoquetado que olía a humedad y cigarros rancios. Nathan mantenía la cabeza gacha, con los ojos fijos en sus botas gastadas, conteniendo el aire, pensando si está vez realmente bastaría su cuerpo para saciar las ansias del boss. Cada segundo que pasaba, el miedo se acumulaba en su pecho, creciendo, apretando como una garra invisible. Al llegar a la habitación, las cosas se tensaron en un instante. La puerta se cerró de golpe, el sonido resonó como un disparo. Nathan levantó la vista lentamente, solo para encontrarse con la mirada oscura del jefe que lo devoraba con rabia contenida. – ¿Sabes lo que pasa cuando no me traes lo que te pido, verdad? –las palabras, impregnadas de un veneno hirviente, apuñalaron sus oídos. Nathan tragó saliva, sintiendo la garganta seca como papel. – Lo siento, ha sido una semana lenta. He intentado más de lo que he podido. La gente no... – intentó explicar, pero el golpe vino antes de que pudiera terminar la frase. Un puño cerrado, duro como una roca, le impactó en la cara derribándolo contra la cama desvencijada. Sintió el sabor metálico en la boca, la sangre comenzando a brotar. Ya no podía escapar. Antes de que pudiera reaccionar, las manos del jefe se cerraron alrededor de su cuello como una cadena implacable. Nathan pataleó, se retorció tratando de agarrar las muñecas que lo aprisionaban, pero la presión superaba por mucho la escasa fuerza de su cuerpo. – Si no sirves como puta, no sirves para nada. El aire dejó de entrar y los bordes de su visión comenzaron a oscurecerse. Cada segundo era una eternidad. Los latidos de su corazón martillaban en sus oídos mientras la fuerza del hombre lo aplastaba contra la cama. En algún punto dejó de luchar. Sus extremidades colgaban débilmente y su garganta ardía, incapaz de sacar sonido alguno. Los ojos se llenaron de lágrimas, no solo de dolor, sino de impotencia. ¿Así era como todo terminaba? Después de tanto luchar, resistir, sufrir... ¿Ni siquiera una luz al final del túnel? El mundo comenzó a desvanecerse. Los bordes de su conciencia eran oscuros, distantes, el sonido amortiguado, pero, dentro de sí, en lo más profundo de su ser, algo rugió, algo primitivo y furioso, algo que se negaba a ceder, un instinto de supervivencia puro, visceral. Y entonces ocurrió. Sin entender cómo ni por qué, una ola de energía se liberó de su cuerpo. No la sintió, no la controló, simplemente explotó fuera de él. La habitación vibró y el jefe fue lanzado violentamente hacia el otro lado, como si una fuerza invisible lo hubiera empujado con furia. El hombre impactó contra la pared con un estruendo aterrador, y el yeso y las vigas de madera estallaron en fragmentos, cayendo como una tormenta. Nathan quedó tendido en el lecho, afanándose por respirar. El oxígeno volvió a inundar sus pulmones como un golpe inesperado, revitalizando su cuerpo, aunque su mente estaba desorientada, perdida en el caos. Todo a su alrededor estaba roto, la cama destruida, las paredes con grietas. Su cuerpo temblaba, pero la amenaza había desaparecido. El boss yacía inconsciente en el otro lado de la habitación entre polvo y escombros. Nathan jadeaba, sus ojos aún abiertos, aunque la consciencia empezaba a resbalar de nuevo. Su corazón latía desbocado, el cuerpo exhausto por el esfuerzo mental que acababa de realizar sin siquiera comprender cómo. Mientras se hundía en la oscuridad del inconsciente, la única certeza que lo acompañaba era que algo en su interior había cambiado para siempre; esa sería la última vez que subyugaría su voluntad bajo la de alguien más.
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  • || #Inkfest #dia13 Un misterioso gato negro se cruza en tu camino. Desde ese momento, parecen seguirte una serie de eventos desafortunados. ||

    —¡Un gato!

    De las pocas cosas que le encantaban al chico, eran los gatos. Aquel era de pelaje azabache, un poco esponjado y mucho más dócil de lo que pensaba. Se dejó acariciar un par de veces antes de continuar su misterioso camino, dejando al chico seguir vagando con pereza.

    A los pocos metros, se tropezó y cayó directamente de cara al lodo. Se limpió las gafas, masculló un par de cosas y siguió adelante. No pasaron ni cinco metros cuando la suela del tenis se le rompió, dejándolo sin un zapato. Bueno, igual ya eran viejos, pero no dejaba de ser molesto.

    —Esto ya comienza a irritarme —gruñó para sí mismo, teniendo que seguir el camino con un solo zapato. Bueno, tocaría robar uno después.

    Como si hubiera invocado su desgracia con ese pensamiento, el karma instantáneo hizo que un búho le cayera de la nada, queriendo picotearlo y haciéndolo lanzar golpes al aire. Cuando Toby logró alejar a la alimaña esa, su cartera había desaparecido totalmente. Entre la frustración, lanzó el hacha que llevaba en el cinturón al piso, y como si la vida quisiera escupirle otra vez, el hacha rebotó y le dio con el mango de madera en el meñique del pie.

    —Ja! En tu cara, eso no puede lastimarme —al menos podía regodearse en eso. Por desgracia, el daño fue emocional, pues el mango del hacha se había dañado por el impacto ¡era su favorita!— Tal vez si no me muevo no me pase nada…

    Lo malo es que estaba en medio de la calle en la noche, pronto le comenzaría a dar hambre y… se aburría mucho estando quieto. ¿Por qué la vida de pronto decidió odiarlo?

    || que no se diga que no lo intento(?)||
    || #Inkfest #dia13 Un misterioso gato negro se cruza en tu camino. Desde ese momento, parecen seguirte una serie de eventos desafortunados. || —¡Un gato! De las pocas cosas que le encantaban al chico, eran los gatos. Aquel era de pelaje azabache, un poco esponjado y mucho más dócil de lo que pensaba. Se dejó acariciar un par de veces antes de continuar su misterioso camino, dejando al chico seguir vagando con pereza. A los pocos metros, se tropezó y cayó directamente de cara al lodo. Se limpió las gafas, masculló un par de cosas y siguió adelante. No pasaron ni cinco metros cuando la suela del tenis se le rompió, dejándolo sin un zapato. Bueno, igual ya eran viejos, pero no dejaba de ser molesto. —Esto ya comienza a irritarme —gruñó para sí mismo, teniendo que seguir el camino con un solo zapato. Bueno, tocaría robar uno después. Como si hubiera invocado su desgracia con ese pensamiento, el karma instantáneo hizo que un búho le cayera de la nada, queriendo picotearlo y haciéndolo lanzar golpes al aire. Cuando Toby logró alejar a la alimaña esa, su cartera había desaparecido totalmente. Entre la frustración, lanzó el hacha que llevaba en el cinturón al piso, y como si la vida quisiera escupirle otra vez, el hacha rebotó y le dio con el mango de madera en el meñique del pie. —Ja! En tu cara, eso no puede lastimarme —al menos podía regodearse en eso. Por desgracia, el daño fue emocional, pues el mango del hacha se había dañado por el impacto ¡era su favorita!— Tal vez si no me muevo no me pase nada… Lo malo es que estaba en medio de la calle en la noche, pronto le comenzaría a dar hambre y… se aburría mucho estando quieto. ¿Por qué la vida de pronto decidió odiarlo? || que no se diga que no lo intento(?)||
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  • [ La estrategia: ]

    << Las luces en el exterior parecían no tener descanso pues siempre debían atraer a nuevos clientes que gustaban de malgastar su dinero en apuestas y bebidas para poder pasar el rato, así como servicios adicionales que uno ya podría imaginar al colocar a un hombre motivado por el alcohol y a una joven de atractivas facciones con un atuendo realmente provocador.

    En una de las recurrentes reuniones que Giovanni tenía con algunos clientetes que recurrían a sus servicios para obtener sustancias ilícitas, alcohol, armas de la más alta calidad, incluso a una "compañía" para pasar el rato o para uso más personal, aquellos había acordado a tener una partida amistosa de ajedrez.

    La partida había transcurrido de manera aceptable, el oponente realmente no era de los más brillantes pues en un pequeño descuido había perdido a sus dos "Caballos" y a su "Reina", haciéndole sentir algo de presión, aunque el oponente hizo algo totalmente imprevisto...

    — Espera un minuto... ¿Qué es esto?— Cuestionó Giovanni al mirar el tablero, el desprecio y asco eran notables en su expresión.
    —Tomo tu alfil...— respondió aquel hombre que era claramente mayor en tamaño y con un tono serio.

    —Hablo de tu estrategia. ¿Qué estás jugando? ¿El Ataque Pelagatti? ¿El Contragambito Archizer-Meyer? ¿Der Hammerschlag? ¿El Zigzag Zugzwang? ¿El Pingüino Furtivo? ¿La Tartakowera Borrachera? ¿Una variación a medias de la Defensa Clavada Mareada? ¿Damas…?— era claro que le estaba molestando, pero no más de lo que él se molestaba al ver tan vacías estrategias y sin sentido.
    —Yo... tomé tu alfil...— dijo espaciado el contrario en una clara mueca de molestia.

    —¿Dónde aprendiste a jugar? ¿En una cueva?— Pregunta el Di Vincenzo con un aire de superioridad mientras mantenía su porte elegante, pero su rostro mostraba cierta molestia al fruncir su entrecejo.
    —En una trinchera.— responde, seguro que era un veterano de las fuerzas armadas y sobreviviente.

    —Claro... en la suciedad. Eso lo explica todo.— palabras de un claro desprecio hacia aquel que era su cliente, pero antes rival en el juego. Se había molestado el gran hombre y tomado el tablero en desesperación por no poder contener la ira. Lanzó el tablero con todo y piezas a un costado, sin ver a quién golpeaba. Estaba claro que iba a golpear al italo-ruso en el rostro como respuesta a sus provocaciónes. Los humos entre ambos aumentaba, ambos parecían dispuesto a iniciar un intercambio de balas.

    —Ahí está... la ofensiva "Viktoriana". — agregó "Vanni", más un estruendo captó la atención de ambos jugadores al ver que uno de los acompañantes de aquel hombre de nombre "Viktor" se había desplomado al recibir el impacto del tablero de madera macizo en la cabeza y caer sobre una mesa de centro de cristal, ahora hecha añicos por el hombre inconsciente.

    — Ah... Me pregunto por qué nunca se formalizó el aspecto balístico de este juego...— dijo con un dejo de ironía y desinterés en la condición de aquel que se había desplomado. >>
    [ La estrategia: ] << Las luces en el exterior parecían no tener descanso pues siempre debían atraer a nuevos clientes que gustaban de malgastar su dinero en apuestas y bebidas para poder pasar el rato, así como servicios adicionales que uno ya podría imaginar al colocar a un hombre motivado por el alcohol y a una joven de atractivas facciones con un atuendo realmente provocador. En una de las recurrentes reuniones que Giovanni tenía con algunos clientetes que recurrían a sus servicios para obtener sustancias ilícitas, alcohol, armas de la más alta calidad, incluso a una "compañía" para pasar el rato o para uso más personal, aquellos había acordado a tener una partida amistosa de ajedrez. La partida había transcurrido de manera aceptable, el oponente realmente no era de los más brillantes pues en un pequeño descuido había perdido a sus dos "Caballos" y a su "Reina", haciéndole sentir algo de presión, aunque el oponente hizo algo totalmente imprevisto... — Espera un minuto... ¿Qué es esto?— Cuestionó Giovanni al mirar el tablero, el desprecio y asco eran notables en su expresión. —Tomo tu alfil...— respondió aquel hombre que era claramente mayor en tamaño y con un tono serio. —Hablo de tu estrategia. ¿Qué estás jugando? ¿El Ataque Pelagatti? ¿El Contragambito Archizer-Meyer? ¿Der Hammerschlag? ¿El Zigzag Zugzwang? ¿El Pingüino Furtivo? ¿La Tartakowera Borrachera? ¿Una variación a medias de la Defensa Clavada Mareada? ¿Damas…?— era claro que le estaba molestando, pero no más de lo que él se molestaba al ver tan vacías estrategias y sin sentido. —Yo... tomé tu alfil...— dijo espaciado el contrario en una clara mueca de molestia. —¿Dónde aprendiste a jugar? ¿En una cueva?— Pregunta el Di Vincenzo con un aire de superioridad mientras mantenía su porte elegante, pero su rostro mostraba cierta molestia al fruncir su entrecejo. —En una trinchera.— responde, seguro que era un veterano de las fuerzas armadas y sobreviviente. —Claro... en la suciedad. Eso lo explica todo.— palabras de un claro desprecio hacia aquel que era su cliente, pero antes rival en el juego. Se había molestado el gran hombre y tomado el tablero en desesperación por no poder contener la ira. Lanzó el tablero con todo y piezas a un costado, sin ver a quién golpeaba. Estaba claro que iba a golpear al italo-ruso en el rostro como respuesta a sus provocaciónes. Los humos entre ambos aumentaba, ambos parecían dispuesto a iniciar un intercambio de balas. —Ahí está... la ofensiva "Viktoriana". — agregó "Vanni", más un estruendo captó la atención de ambos jugadores al ver que uno de los acompañantes de aquel hombre de nombre "Viktor" se había desplomado al recibir el impacto del tablero de madera macizo en la cabeza y caer sobre una mesa de centro de cristal, ahora hecha añicos por el hombre inconsciente. — Ah... Me pregunto por qué nunca se formalizó el aspecto balístico de este juego...— dijo con un dejo de ironía y desinterés en la condición de aquel que se había desplomado. >>
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  • ¿Qué hay tras la muerte?
    Fandom Hazbin Hotel (Original)
    Categoría Drama
    —¡Anthony! ¡Anthony, espera! ¡Maldita sea, espérame!

    Los gritos resonaban en un eco, entre la desesperación y la rabia, pues aquel rubio se le estaba escapando de las manos como la fina arena, apenas pudiendo seguirle el paso en un intento vano de explicar, de enmendar su "error" tras haberlo llevado a lo que debía ser una muerte segura como venganza, cosa que no consiguió pero debía actuar como el salvador...
    O eso quería pretender, pues las luces de las farolas terminaron volviéndose difusas tras un fuerte estruendo y sentir un par de balas atravesándole el pecho.

    —. . . ¿Qué... mier...?

    El ardor del impacto fue apenas de segundos, seguido por un frío atroz y su cuerpo desplomarse en el suelo, bañándolo en sangre, tiñendo su espalda desde los hombros hasta los pies en una capa carmesí que incluso aparentaban alas por la peculiar forma que el pavimento le ayudó a tomar.
    Su mirada se mantenía fija en las farolas, borrosas, como si quisiera aferrarse a aquella luz con desesperación, igual a una polilla que era guiada, extendiéndo a duras penas el brazo por breves instantes hasta caer en una muerte prácticamente instantanea.

    ¿Cómo todo acabó así?
    Tenía la respuesta, después de todo se lo buscó al traicionar a la familia para la que trabajaba, a la cual pertenecía y, con la enorme estupidez de intentar enamorar al hijo de esta.
    No sólo la homosexualidad fue su tormento, también el haber planeado como deshacerse del mocoso por el cual perdió a su verdadero amor tantos años atrás, sin pensar que podría ser descubierto, que él sería más inteligente que una mafia y, por orgullo, aún en la agonía antes del último aliento, lo seguía creyendo.

    La oscuridad y el frío lo envolvieron, pero era extraño... ¿Por qué sentía frío si estaba muerto? ¿O se salvó? ¿Lograría sobrevivir?
    No, no escuchaba absolutamente nada, no pensaba en absolutamente nada y, sin embargo, abrió los ojos, volviendo a ver todo borroso, levantándose con la respiración agitada tras esa asfixiante sensación mientras se sujetaba el pecho con fuerza, sintiendo el ardor de las heridas.

    Su pecho ardía, quemaba... La espalda dolía demasiado, podía sentir como las balas atravesaron su cuerpo por los homóplatos, como si hubieran quebrado sus huesos pero no era así.
    Miró alrededor, confundido, todo lo que parecía un sueño muy lúcido, uno del que era consciente y vivía en carne propia pero, conforme los segundos, menos claro tenía lo sucedido hasta que olvidó todo, casi todo.

    "Bienvenido, Valentino."

    Podía ver aquello en el piso, enarcando la ceja, intentando levantarse aún en medio del lapsus, pero su cuerpo no parecía pertenecerle, no lo sentía propio, no conseguía dominarlo para algo tan fácil como ponerse en pie y fue que terminó apoyado en las cuatro extremidades, pudiendo ver finalmente 2 pares de manos, dos brazos, de forma distorsionada pero ahí estaban.

    —¿¡Qué carajo es esto!?

    El temor lo hizo volver a retroceder y caer de sentón, sintiendo el tirón a su espalda, lo cual llamó su atención, mirando aquel gran par de alas de polilla que tenía.

    ¿Qué demonios estaba pasando?
    Todo era tan confuso, llevándose las mano a la cabeza, las cuatro, siendo una sensación extraña y fue peor, pues sintió aquel par de antenas "afelpadas", tomándolas entre sus dedos y bajándolas hasta donde pudiera apreciarlas mejor. Repitió lo mismo con la peculiar pelusa que ahora tenía por su cuello.

    Había caído al infierno por sus pecados, ahora le tocaba reconocerse, saber que mierda era pero tenía algo claro gracias a aquel mensaje.

    —Valentino...

    Repitió, seguro de que ese era su nombre y con una idea firme tras él, pues no era un nombre ordinario ni para cualquier idiota. Era la valentía misma, la seducción, cosas que ya sentía propias a pesar de todo ese extraño cuerpo, de aquel extraño entorno, volviendo a mirar alrededor antes de conseguir ponerse de pie, extendiendo las alas con una pequeña ráfaga de viento que lo ayudó a mantener el equilibrio.
    —¡Anthony! ¡Anthony, espera! ¡Maldita sea, espérame! Los gritos resonaban en un eco, entre la desesperación y la rabia, pues aquel rubio se le estaba escapando de las manos como la fina arena, apenas pudiendo seguirle el paso en un intento vano de explicar, de enmendar su "error" tras haberlo llevado a lo que debía ser una muerte segura como venganza, cosa que no consiguió pero debía actuar como el salvador... O eso quería pretender, pues las luces de las farolas terminaron volviéndose difusas tras un fuerte estruendo y sentir un par de balas atravesándole el pecho. —. . . ¿Qué... mier...? El ardor del impacto fue apenas de segundos, seguido por un frío atroz y su cuerpo desplomarse en el suelo, bañándolo en sangre, tiñendo su espalda desde los hombros hasta los pies en una capa carmesí que incluso aparentaban alas por la peculiar forma que el pavimento le ayudó a tomar. Su mirada se mantenía fija en las farolas, borrosas, como si quisiera aferrarse a aquella luz con desesperación, igual a una polilla que era guiada, extendiéndo a duras penas el brazo por breves instantes hasta caer en una muerte prácticamente instantanea. ¿Cómo todo acabó así? Tenía la respuesta, después de todo se lo buscó al traicionar a la familia para la que trabajaba, a la cual pertenecía y, con la enorme estupidez de intentar enamorar al hijo de esta. No sólo la homosexualidad fue su tormento, también el haber planeado como deshacerse del mocoso por el cual perdió a su verdadero amor tantos años atrás, sin pensar que podría ser descubierto, que él sería más inteligente que una mafia y, por orgullo, aún en la agonía antes del último aliento, lo seguía creyendo. La oscuridad y el frío lo envolvieron, pero era extraño... ¿Por qué sentía frío si estaba muerto? ¿O se salvó? ¿Lograría sobrevivir? No, no escuchaba absolutamente nada, no pensaba en absolutamente nada y, sin embargo, abrió los ojos, volviendo a ver todo borroso, levantándose con la respiración agitada tras esa asfixiante sensación mientras se sujetaba el pecho con fuerza, sintiendo el ardor de las heridas. Su pecho ardía, quemaba... La espalda dolía demasiado, podía sentir como las balas atravesaron su cuerpo por los homóplatos, como si hubieran quebrado sus huesos pero no era así. Miró alrededor, confundido, todo lo que parecía un sueño muy lúcido, uno del que era consciente y vivía en carne propia pero, conforme los segundos, menos claro tenía lo sucedido hasta que olvidó todo, casi todo. "Bienvenido, Valentino." Podía ver aquello en el piso, enarcando la ceja, intentando levantarse aún en medio del lapsus, pero su cuerpo no parecía pertenecerle, no lo sentía propio, no conseguía dominarlo para algo tan fácil como ponerse en pie y fue que terminó apoyado en las cuatro extremidades, pudiendo ver finalmente 2 pares de manos, dos brazos, de forma distorsionada pero ahí estaban. —¿¡Qué carajo es esto!? El temor lo hizo volver a retroceder y caer de sentón, sintiendo el tirón a su espalda, lo cual llamó su atención, mirando aquel gran par de alas de polilla que tenía. ¿Qué demonios estaba pasando? Todo era tan confuso, llevándose las mano a la cabeza, las cuatro, siendo una sensación extraña y fue peor, pues sintió aquel par de antenas "afelpadas", tomándolas entre sus dedos y bajándolas hasta donde pudiera apreciarlas mejor. Repitió lo mismo con la peculiar pelusa que ahora tenía por su cuello. Había caído al infierno por sus pecados, ahora le tocaba reconocerse, saber que mierda era pero tenía algo claro gracias a aquel mensaje. —Valentino... Repitió, seguro de que ese era su nombre y con una idea firme tras él, pues no era un nombre ordinario ni para cualquier idiota. Era la valentía misma, la seducción, cosas que ya sentía propias a pesar de todo ese extraño cuerpo, de aquel extraño entorno, volviendo a mirar alrededor antes de conseguir ponerse de pie, extendiendo las alas con una pequeña ráfaga de viento que lo ayudó a mantener el equilibrio.
    Tipo
    Individual
    Líneas
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    Estado
    Terminado
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  • Se quedó pensativo, tomando asiento en el balcón mientras trataba de intuir sobre aquella nueva tarea.

    —Un guardián... Supongo que lo más lógico sería él, aunque estoy entre tres... posiblemente cuatro...

    Musitaba, sin ningún sentido aparente, suspirando mientras apoyaba el mentón a la mano y el brazo a la vez en su pierna.

    —¿Cómo se supone que lo identificaré?
    Ahh, tocará a prueba y error...

    Y terminó saltando del balcón, ayudándose de sus recién crecidas alas, al menos el primer par, para frenar el impacto contra el suelo y quedar en pie, volviendo a plegarlas mientras iba a empezar su búsqueda.
    Se quedó pensativo, tomando asiento en el balcón mientras trataba de intuir sobre aquella nueva tarea. —Un guardián... Supongo que lo más lógico sería él, aunque estoy entre tres... posiblemente cuatro... Musitaba, sin ningún sentido aparente, suspirando mientras apoyaba el mentón a la mano y el brazo a la vez en su pierna. —¿Cómo se supone que lo identificaré? Ahh, tocará a prueba y error... Y terminó saltando del balcón, ayudándose de sus recién crecidas alas, al menos el primer par, para frenar el impacto contra el suelo y quedar en pie, volviendo a plegarlas mientras iba a empezar su búsqueda.
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