Akane frente al espejo
(2 días después del conflicto)
La noche era densa, pero Akane no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, el ardor en su pecho se intensificaba, como si su propio poder estuviera rebelándose, descontrolado dentro de un recipiente dañado.
Se acercó al espejo y lo que vio casi no lo reconoció. La mitad de su cabello ahora era plateado. No un cambio gradual, sino una línea clara, como una cicatriz de magia pura que partía su identidad en dos. Y debajo de sus ojos, dos sombras oscuras, no solo de cansancio, sino de algo que la estaba drenando lentamente.
"Esa mujer me hirió peor de lo que esperaba..." murmuró sin voz, sintiendo una punzada de algo que no era odio, pero tampoco perdón.
"Mi torrente... ¿se quebró?"
Sintió un estremecimiento, no por frío, sino por una ausencia: la conexión con algo más grande, ese flujo espiritual que siempre había sentido recorrerla, era ahora errático, quebrado como un río que ha cambiado de cauce.
Tal vez “esa mujer” no buscaba matarla. Tal vez buscaba algo más profundo. Un castigo. Una advertencia. O una ruptura irreversible.
El reflejo en el espejo parpadeó. Akane retrocedió un paso, sintiendo que la habitación se volvía más estrecha, sofocante. El mundo a su alrededor se oscureció. De pronto ya no estaba en su casa.
Estaba de pie otra vez sobre el campo de batalla, envuelta en sombras deformes. Todo era familiar… pero torcido. El cielo estaba teñido de rojo oscuro. La figura delante de ella, esa mujer, no tenía rostro al principio. Solo una silueta alargada, con los ojos encendidos como brasas contenidas.
La voz llegó distorsionada, como si viniera desde el fondo de un pozo: "Eres una híbrida."
Pero no sonaba como una acusación, ni siquiera como una advertencia. Sonaba como una sentencia, una condena.
"No abrazas tu legado… la sangre de los Ishtar fluye por ti como un veneno inútil..."
La Akane de la visión intentó moverse, gritar, reaccionar… pero no pudo. Sus pies estaban clavados al suelo, su cuerpo se deshacía en hilos de energía blanca y plateada que se desvanecían en el aire.
"No fue así," pensó con desesperación. "No lo dijo con ese odio. ¿O sí?"
La silueta de su hermana se acercó, y por un instante, su rostro se definió. Tenía lágrimas en los ojos… o quizás era sangre.
"Si no te doblegas, te romperás."
Y entonces su mano atravesó su costado como una espada una vez más, pero esta vez Akane sintió cómo algo dentro de ella estallaba, como un cristal que se parte sin remedio.
Volvió en sí, jadeando, de rodillas frente al espejo. El pecho ardía como un horno sellado.
"¿Fue mi mente... o fue ella quien deseó romperme de verdad?". La pregunta quedó suspendida, como ceniza en el aire.
Akane frente al espejo
(2 días después del conflicto)
La noche era densa, pero Akane no podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, el ardor en su pecho se intensificaba, como si su propio poder estuviera rebelándose, descontrolado dentro de un recipiente dañado.
Se acercó al espejo y lo que vio casi no lo reconoció. La mitad de su cabello ahora era plateado. No un cambio gradual, sino una línea clara, como una cicatriz de magia pura que partía su identidad en dos. Y debajo de sus ojos, dos sombras oscuras, no solo de cansancio, sino de algo que la estaba drenando lentamente.
"Esa mujer me hirió peor de lo que esperaba..." murmuró sin voz, sintiendo una punzada de algo que no era odio, pero tampoco perdón.
"Mi torrente... ¿se quebró?"
Sintió un estremecimiento, no por frío, sino por una ausencia: la conexión con algo más grande, ese flujo espiritual que siempre había sentido recorrerla, era ahora errático, quebrado como un río que ha cambiado de cauce.
Tal vez “esa mujer” no buscaba matarla. Tal vez buscaba algo más profundo. Un castigo. Una advertencia. O una ruptura irreversible.
El reflejo en el espejo parpadeó. Akane retrocedió un paso, sintiendo que la habitación se volvía más estrecha, sofocante. El mundo a su alrededor se oscureció. De pronto ya no estaba en su casa.
Estaba de pie otra vez sobre el campo de batalla, envuelta en sombras deformes. Todo era familiar… pero torcido. El cielo estaba teñido de rojo oscuro. La figura delante de ella, esa mujer, no tenía rostro al principio. Solo una silueta alargada, con los ojos encendidos como brasas contenidas.
La voz llegó distorsionada, como si viniera desde el fondo de un pozo: "Eres una híbrida."
Pero no sonaba como una acusación, ni siquiera como una advertencia. Sonaba como una sentencia, una condena.
"No abrazas tu legado… la sangre de los Ishtar fluye por ti como un veneno inútil..."
La Akane de la visión intentó moverse, gritar, reaccionar… pero no pudo. Sus pies estaban clavados al suelo, su cuerpo se deshacía en hilos de energía blanca y plateada que se desvanecían en el aire.
"No fue así," pensó con desesperación. "No lo dijo con ese odio. ¿O sí?"
La silueta de su hermana se acercó, y por un instante, su rostro se definió. Tenía lágrimas en los ojos… o quizás era sangre.
"Si no te doblegas, te romperás."
Y entonces su mano atravesó su costado como una espada una vez más, pero esta vez Akane sintió cómo algo dentro de ella estallaba, como un cristal que se parte sin remedio.
Volvió en sí, jadeando, de rodillas frente al espejo. El pecho ardía como un horno sellado.
"¿Fue mi mente... o fue ella quien deseó romperme de verdad?". La pregunta quedó suspendida, como ceniza en el aire.