Takeru llevaba horas resistiéndose a descansar. A pesar de las advertencias de los médicos y las miradas preocupadas de sus compañeros, insistía en que aún tenía fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, esa tarde algo cambió. Sin decir palabra, accedió finalmente a recostarse en una de las camas de la enfermería, dejando que el peso del agotamiento lo envolviera.
Los doctores, sorprendidos por su repentino cambio de actitud, no tardaron en preguntarle:
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Takeru desvió la mirada, incapaz de responder. Su mente se llenó de la imagen de aquella persona, la que con una sola frase, con una sola expresión de genuina preocupación, había logrado derribar su terquedad. Su rostro comenzó a arder y, sin quererlo, sus manos se aferraron a las sábanas con nerviosismo.
—No es nada… —murmuró, evitando el contacto visual.
Los médicos intercambiaron miradas cómplices pero decidieron no presionarlo más. Después de todo, lo importante era que, por fin, estaba descansando.
Takeru llevaba horas resistiéndose a descansar. A pesar de las advertencias de los médicos y las miradas preocupadas de sus compañeros, insistía en que aún tenía fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, esa tarde algo cambió. Sin decir palabra, accedió finalmente a recostarse en una de las camas de la enfermería, dejando que el peso del agotamiento lo envolviera.
Los doctores, sorprendidos por su repentino cambio de actitud, no tardaron en preguntarle:
—¿Qué te hizo cambiar de opinión?
Takeru desvió la mirada, incapaz de responder. Su mente se llenó de la imagen de aquella persona, la que con una sola frase, con una sola expresión de genuina preocupación, había logrado derribar su terquedad. Su rostro comenzó a arder y, sin quererlo, sus manos se aferraron a las sábanas con nerviosismo.
—No es nada… —murmuró, evitando el contacto visual.
Los médicos intercambiaron miradas cómplices pero decidieron no presionarlo más. Después de todo, lo importante era que, por fin, estaba descansando.