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    https://youtu.be/w-Gvfrry7YI?si=BwzW0HjW4gAjZPW0

    A ratos si soy...
    By: Hebe.
    Pd: resad que casi todos esten modo parejita en el Olimpo (?
    Pd2: epico que siga de esta forma (?
    https://youtu.be/w-Gvfrry7YI?si=BwzW0HjW4gAjZPW0 A ratos si soy... By: Hebe. Pd: resad que casi todos esten modo parejita en el Olimpo (? Pd2: epico que siga de esta forma (?
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  • Gracias a Hebe, que el color de mi hermoso cabello volvió a la normalidad. Que había Sido de mi si fuera para siempre.... Probablemente me pongo a vagar en la tierra.
    Gracias a Hebe, que el color de mi hermoso cabello volvió a la normalidad. Que había Sido de mi si fuera para siempre.... Probablemente me pongo a vagar en la tierra. :STK-16:
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  • Desde pequeña, ella había observado a su padre empuñar los rayos como si fueran meros hilos de luz entre sus dedos. Eran salvajes, magníficos, llenos de autoridad. A ella no le hacían daño —nunca lo hicieron— pero tampoco se sometían a su voluntad. Su pequeña mano se alzaba en el aire, imitando el gesto del rey del Olimpo, y los rayos chispeaban en la distancia, burlándose tal vez. No le obedecían. No respondían a su llamado.

    —Te falta seguridad, pequeña —decía Zeus con una voz que temblaba la tierra y acariciaba su orgullo a la vez—. Certeza. Fe en ti misma. Y, por sobre todo, debes aprender a reclamar lo que por derecho te pertenece como hija mía.

    En ese entonces, esas palabras le sonaban grandes, pesadas, lejanas. ¿Reclamar? ¿Certeza? ¿Fe en sí misma? Ella solo deseaba correr entre los jardines, recolectar flores que jamás se marchitaban, ofrecer agua de ambrosía a quienes lo necesitaban, y ver sonrisas florecer entre los mortales como brotes nuevos en primavera. No quería que la temieran. No quería imponer su poder. Quería que confiaran en ella… que la amaran.

    Con los siglos, aprendió que su don no estaba hecho para el dominio brutal, sino para la siembra. Ella no era una tormenta, era la primera lluvia tibia después del invierno. No era un grito de guerra, sino el susurro que sana. Y fue entonces que comprendió por qué los rayos no la obedecían: no era miedo lo que inspiraba, era esperanza. Ella no necesitaba someter la voluntad de la naturaleza como su padre. Su fuerza residía en todo lo que florecía sin forzar.

    Y aun así, en la profundidad de su ser, una parte más antigua y oscura de su divinidad comenzaba a despertar. Porque incluso la esperanza tenía su precio. Porque el equilibrio que custodiaba no era sólo dulzura; también era justicia.

    Había comprendido, en sus viajes al mundo humano, que no todos los corazones brillaban. Que algunos deseaban lo imposible, no para bien, sino por vanidad, egoísmo o desesperación corrupta. Por eso, en lo más recóndito de su alma inmortal, había ideado una ofrenda, una trampa silenciosa para los impuros:

    "𝗧𝗲 𝗱𝗮𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝗲𝘁𝗲𝗿𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱, 𝘀𝗶 𝗺𝗲 𝗼𝗳𝗿𝗲𝗰𝗲𝘀 𝗮 𝘁𝘂 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿 𝗵𝗶𝗷𝗼"

    No era una amenaza. No era malicia. Era el precio que revelaba la verdad más cruda del alma humana. Quienes realmente amaban, jamás entregarían a un hijo. Quienes estaban podridos en lo más íntimo de su ser, caerían por su propia elección. Así equilibraba ella el pecado de querer ser eternamente joven sin haber comprendido jamás el valor del tiempo.

    Porque un hijo, como ella había aprendido incluso en su eterna juventud, es el regalo más puro que el universo puede dar. No importa cómo haya llegado, de qué vientre o cuál historia lo envuelva: una criatura pequeña e inocente es la luz que debe ser protegida, guiada, amada. Ser joven no exime del deber. La belleza no borra las consecuencias.

    Y por eso, aunque su madre, Hera, la abrazara solo a veces —cuando las nubes del orgullo se disipaban lo suficiente para dejar pasar el amor—, había decidido: 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗹𝗲𝗴𝗮𝗿𝗮 𝗲𝗹 𝗱𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗿𝗶𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗱𝗲𝗽𝗲𝗻𝗱𝗶𝗲𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝗹𝗹𝗮, 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝘁𝗲𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻, 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝘀𝘂 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗱𝗼, 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝘁𝗲𝗿𝗻𝘂𝗿𝗮. Incluso si el mundo ardía, incluso si el Olimpo colapsaba, esa criatura sería su centro.

    El amor... había sido efímero. Una caricia breve, una brisa entre los dedos. Le había rozado el alma, apenas lo suficiente como para desearlo más. No lo lamentaba, aunque doliera. Porque esa chispa bastó para despertarle el anhelo de compartir su eternidad no con cualquiera, sino con alguien que supiera sostenerla, celebrarla, multiplicarla.

    Y así, en la soledad luminosa de su santuario, donde las flores nacían con su aliento y el tiempo se doblaba para danzar con su risa, entendió algo más:

    𝗘𝗹𝗹𝗮 𝗶𝗯𝗮 𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗴𝘂𝗶𝗿𝗹𝗼.

    No por capricho. No por venganza. Sino porque cada gesto suyo —cada semilla de esperanza que sembraba sin esperar nada, cada gesto de bondad desinteresada, cada elección por la compasión— era un eco que, tarde o temprano, el universo devolvería. Tal vez en forma de amor. Tal vez en forma de una hija. Tal vez en la risa de un niño que corriera sin miedo hacia ella.

    Porque ella era Hebe.

    𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝘂𝘁𝗿𝗲. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗲𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗾𝘂𝗶𝗹𝗶𝗯𝗿𝗮.

    Y si se atrevía a sembrar bien… la eternidad le devolvería aquello que más anhelaba: una felicidad real, completa, en cada forma posible que la inmortalidad pudiera ofrecer.
    Desde pequeña, ella había observado a su padre empuñar los rayos como si fueran meros hilos de luz entre sus dedos. Eran salvajes, magníficos, llenos de autoridad. A ella no le hacían daño —nunca lo hicieron— pero tampoco se sometían a su voluntad. Su pequeña mano se alzaba en el aire, imitando el gesto del rey del Olimpo, y los rayos chispeaban en la distancia, burlándose tal vez. No le obedecían. No respondían a su llamado. —Te falta seguridad, pequeña —decía Zeus con una voz que temblaba la tierra y acariciaba su orgullo a la vez—. Certeza. Fe en ti misma. Y, por sobre todo, debes aprender a reclamar lo que por derecho te pertenece como hija mía. En ese entonces, esas palabras le sonaban grandes, pesadas, lejanas. ¿Reclamar? ¿Certeza? ¿Fe en sí misma? Ella solo deseaba correr entre los jardines, recolectar flores que jamás se marchitaban, ofrecer agua de ambrosía a quienes lo necesitaban, y ver sonrisas florecer entre los mortales como brotes nuevos en primavera. No quería que la temieran. No quería imponer su poder. Quería que confiaran en ella… que la amaran. Con los siglos, aprendió que su don no estaba hecho para el dominio brutal, sino para la siembra. Ella no era una tormenta, era la primera lluvia tibia después del invierno. No era un grito de guerra, sino el susurro que sana. Y fue entonces que comprendió por qué los rayos no la obedecían: no era miedo lo que inspiraba, era esperanza. Ella no necesitaba someter la voluntad de la naturaleza como su padre. Su fuerza residía en todo lo que florecía sin forzar. Y aun así, en la profundidad de su ser, una parte más antigua y oscura de su divinidad comenzaba a despertar. Porque incluso la esperanza tenía su precio. Porque el equilibrio que custodiaba no era sólo dulzura; también era justicia. Había comprendido, en sus viajes al mundo humano, que no todos los corazones brillaban. Que algunos deseaban lo imposible, no para bien, sino por vanidad, egoísmo o desesperación corrupta. Por eso, en lo más recóndito de su alma inmortal, había ideado una ofrenda, una trampa silenciosa para los impuros: "𝗧𝗲 𝗱𝗮𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝗲𝘁𝗲𝗿𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱, 𝘀𝗶 𝗺𝗲 𝗼𝗳𝗿𝗲𝗰𝗲𝘀 𝗮 𝘁𝘂 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿 𝗵𝗶𝗷𝗼" No era una amenaza. No era malicia. Era el precio que revelaba la verdad más cruda del alma humana. Quienes realmente amaban, jamás entregarían a un hijo. Quienes estaban podridos en lo más íntimo de su ser, caerían por su propia elección. Así equilibraba ella el pecado de querer ser eternamente joven sin haber comprendido jamás el valor del tiempo. Porque un hijo, como ella había aprendido incluso en su eterna juventud, es el regalo más puro que el universo puede dar. No importa cómo haya llegado, de qué vientre o cuál historia lo envuelva: una criatura pequeña e inocente es la luz que debe ser protegida, guiada, amada. Ser joven no exime del deber. La belleza no borra las consecuencias. Y por eso, aunque su madre, Hera, la abrazara solo a veces —cuando las nubes del orgullo se disipaban lo suficiente para dejar pasar el amor—, había decidido: 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗹𝗲𝗴𝗮𝗿𝗮 𝗲𝗹 𝗱𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗿𝗶𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗱𝗲𝗽𝗲𝗻𝗱𝗶𝗲𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝗹𝗹𝗮, 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝘁𝗲𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻, 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝘀𝘂 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗱𝗼, 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝘁𝗲𝗿𝗻𝘂𝗿𝗮. Incluso si el mundo ardía, incluso si el Olimpo colapsaba, esa criatura sería su centro. El amor... había sido efímero. Una caricia breve, una brisa entre los dedos. Le había rozado el alma, apenas lo suficiente como para desearlo más. No lo lamentaba, aunque doliera. Porque esa chispa bastó para despertarle el anhelo de compartir su eternidad no con cualquiera, sino con alguien que supiera sostenerla, celebrarla, multiplicarla. Y así, en la soledad luminosa de su santuario, donde las flores nacían con su aliento y el tiempo se doblaba para danzar con su risa, entendió algo más: 𝗘𝗹𝗹𝗮 𝗶𝗯𝗮 𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗴𝘂𝗶𝗿𝗹𝗼. No por capricho. No por venganza. Sino porque cada gesto suyo —cada semilla de esperanza que sembraba sin esperar nada, cada gesto de bondad desinteresada, cada elección por la compasión— era un eco que, tarde o temprano, el universo devolvería. Tal vez en forma de amor. Tal vez en forma de una hija. Tal vez en la risa de un niño que corriera sin miedo hacia ella. Porque ella era Hebe. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝘂𝘁𝗿𝗲. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗲𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗾𝘂𝗶𝗹𝗶𝗯𝗿𝗮. Y si se atrevía a sembrar bien… la eternidad le devolvería aquello que más anhelaba: una felicidad real, completa, en cada forma posible que la inmortalidad pudiera ofrecer.
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  • Hebe TE VOY A AJSDFÑAGDSB

    ¿POR QUÉ MI HERMOSO PELO AHORA ES ROSA CHICLE?
    [God_greek_hebe] TE VOY A AJSDFÑAGDSB ¿POR QUÉ MI HERMOSO PELO AHORA ES ROSA CHICLE? :STK-55:
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  • ¿Cómo levantar el ánimo de Hebe en menos de un minuto?
    R: Tratando de ser dulce con ella, aunque no sea propio de si mismo en serlo.

    Fue así como ella quería pronto recomponerse para darle muchos mimitos a Morfeo. Lo adora, tan solo que ahora dolía la cabeza un montón, nisiquiera podía sintonizar el descanso. Fiebre alta, sed, y dolor de cabeza la achacaban. [A veces, existen Dioses que comparten un gusto culposo de sentirse humanos, ella era uno de ellos]
    ¿Cómo levantar el ánimo de Hebe en menos de un minuto? R: Tratando de ser dulce con ella, aunque no sea propio de si mismo en serlo. Fue así como ella quería pronto recomponerse para darle muchos mimitos a Morfeo. Lo adora, tan solo que ahora dolía la cabeza un montón, nisiquiera podía sintonizar el descanso. Fiebre alta, sed, y dolor de cabeza la achacaban. [A veces, existen Dioses que comparten un gusto culposo de sentirse humanos, ella era uno de ellos]
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  • Su primer canto nació al ver un brote, un brote de trigo junto a Demeter, en Olimpia. Dónde Iki e Íker observaron como la Diosa Hebe, volvía a brillar lentamente, aún cuando le doliera, seguía adelante. Seguía temblando pero volviendo a su camino, a revivir su esencia perdida.
    Su primer canto nació al ver un brote, un brote de trigo junto a Demeter, en Olimpia. Dónde Iki e Íker observaron como la Diosa Hebe, volvía a brillar lentamente, aún cuando le doliera, seguía adelante. Seguía temblando pero volviendo a su camino, a revivir su esencia perdida.
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  • #misiondiarialunes #desafiodivino.

    𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río.

    Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan.

    Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro.

    Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla.

    No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë.

    No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso.

    Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba.

    Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces.

    Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar.

    Nacida de un error.
    Criada por el susurro de aguas sagradas.
    Eunoë, la que recuerda.
    Eunoë, la que repara.
    #misiondiarialunes #desafiodivino. 𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río. Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan. Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro. Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla. No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë. No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso. Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba. Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces. Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar. Nacida de un error. Criada por el susurro de aguas sagradas. Eunoë, la que recuerda. Eunoë, la que repara.
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  • #desafíodivino #misiondiariaLunes

    A veces, cuando todo parece terminar, también es donde uno vuelve a empezar. Eso le ocurrió a Hebe, la diosa de la juventud, en una etapa reciente de su vida que la sumió en un caos emocional profundo. En medio de su dolor, encontró refugio en el sueño que Morfeo le ofrecía y en la aceptación final de su padre en el Olimpo. No fue una recuperación inmediata, pero esos pequeños gestos marcaron el inicio de su proceso de sanación.

    No se trató de olvidar ni de dejar atrás a la persona que tanto la había afectado, sino de reencontrarse consigo misma, con su esencia divina. Hebe comenzó a recordar quién era realmente: una diosa con un alma empática e incondicional hacia los humanos. Esa reconexión interior le permitió comprender que podía seguir ayudando a los demás sin perderse a sí misma en el proceso. Aprendió a establecer límites sanos, no como una barrera, sino como un escudo protector para quienes confiaban en ella.

    Este renacer personal abrió la puerta a nuevas relaciones, entre ellas una inesperada y significativa: su amistad con Thanatos, el dios de la muerte pacífica. Una conexión que, aunque parecía improbable, floreció con naturalidad. Hebe, con una chispa de esperanza renovada, expresó su emoción por iniciar ese vínculo que promete un equilibrio entre luz y oscuridad. Ella cree firmemente que los opuestos pueden convivir en armonía, y está dispuesta a descubrirlo junto a él.

    Sus palabras lo dicen todo: “¡Estoy emocionada por comenzar nuestro trabajo en equipo, muy pronto!”. En su mirada verde menta, que alguna vez fue opaca, ahora brilla nuevamente una luz suave, pero firme.

    Hebe no solo se levantó de un momento difícil, sino que lo hizo con más sabiduría, claridad y fortaleza. Reconoció su divinidad, su humanidad y su capacidad para transformar el dolor en propósito. Esta nueva etapa no solo se percibe su camino de sanación, sino también de la creación de un lazo con alguien que representa el fin, pero que, en su caso, simboliza un nuevo comienzo.

    *Objetivo: Compartir una breve historia como contenido (mínimo de 250 palabras) #AntiguaGrecia #olimpodiscord #mitologíagriega
    #desafíodivino #misiondiariaLunes A veces, cuando todo parece terminar, también es donde uno vuelve a empezar. Eso le ocurrió a Hebe, la diosa de la juventud, en una etapa reciente de su vida que la sumió en un caos emocional profundo. En medio de su dolor, encontró refugio en el sueño que Morfeo le ofrecía y en la aceptación final de su padre en el Olimpo. No fue una recuperación inmediata, pero esos pequeños gestos marcaron el inicio de su proceso de sanación. No se trató de olvidar ni de dejar atrás a la persona que tanto la había afectado, sino de reencontrarse consigo misma, con su esencia divina. Hebe comenzó a recordar quién era realmente: una diosa con un alma empática e incondicional hacia los humanos. Esa reconexión interior le permitió comprender que podía seguir ayudando a los demás sin perderse a sí misma en el proceso. Aprendió a establecer límites sanos, no como una barrera, sino como un escudo protector para quienes confiaban en ella. Este renacer personal abrió la puerta a nuevas relaciones, entre ellas una inesperada y significativa: su amistad con Thanatos, el dios de la muerte pacífica. Una conexión que, aunque parecía improbable, floreció con naturalidad. Hebe, con una chispa de esperanza renovada, expresó su emoción por iniciar ese vínculo que promete un equilibrio entre luz y oscuridad. Ella cree firmemente que los opuestos pueden convivir en armonía, y está dispuesta a descubrirlo junto a él. Sus palabras lo dicen todo: “¡Estoy emocionada por comenzar nuestro trabajo en equipo, muy pronto!”. En su mirada verde menta, que alguna vez fue opaca, ahora brilla nuevamente una luz suave, pero firme. Hebe no solo se levantó de un momento difícil, sino que lo hizo con más sabiduría, claridad y fortaleza. Reconoció su divinidad, su humanidad y su capacidad para transformar el dolor en propósito. Esta nueva etapa no solo se percibe su camino de sanación, sino también de la creación de un lazo con alguien que representa el fin, pero que, en su caso, simboliza un nuevo comienzo. *Objetivo: Compartir una breve historia como contenido (mínimo de 250 palabras) #AntiguaGrecia #olimpodiscord #mitologíagriega
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  • A veces, donde todo inicia es dónde uno -si puede- vuelve. Hebe en esta experiencia reciente que envolvió su corazón en un caos sin remedio -aparente-, entre el refugio en manos de Morfeo y la aceptación de su padre al Olimpo; digamos que eran las pequeñas cosas que consiguieron que su esencia empiece a sanar, no porque haya soltado o dejado ir a esa persona, no, sino porque ella volvía a aceptarse como Diosa -que siempre será- con empatía incondicional hacia los humanos, entendió que ayudaría a quién lo necesitase desde su propia esencia, transformando su camino para el mejor de todos y que su límite fuera el escudo protector para todos aquellos que confiarán en ella una sencilla amistad.

    Así fue, como comenzó su amistad con Thanatos, el Dios de la muerte pacífica. —¡Y estoy emocionada por comenzar nuestro trabajo en equipo, muy pronto! Polos opuestos pueden funcionar en equilibrio y armonía, se que sí —exclamó con el hilo de esperanza volviendo a brillar de forma perceptible en esos ojos verdes menta palidos.
    A veces, donde todo inicia es dónde uno -si puede- vuelve. Hebe en esta experiencia reciente que envolvió su corazón en un caos sin remedio -aparente-, entre el refugio en manos de Morfeo y la aceptación de su padre al Olimpo; digamos que eran las pequeñas cosas que consiguieron que su esencia empiece a sanar, no porque haya soltado o dejado ir a esa persona, no, sino porque ella volvía a aceptarse como Diosa -que siempre será- con empatía incondicional hacia los humanos, entendió que ayudaría a quién lo necesitase desde su propia esencia, transformando su camino para el mejor de todos y que su límite fuera el escudo protector para todos aquellos que confiarán en ella una sencilla amistad. Así fue, como comenzó su amistad con Thanatos, el Dios de la muerte pacífica. —¡Y estoy emocionada por comenzar nuestro trabajo en equipo, muy pronto! Polos opuestos pueden funcionar en equilibrio y armonía, se que sí —exclamó con el hilo de esperanza volviendo a brillar de forma perceptible en esos ojos verdes menta palidos.
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  • En el reino etéreo del Sueño, donde los pensamientos flotan como nubes y el tiempo se disuelve en suaves latidos, Morfeo, recorría su vasto dominio con un propósito inusual. No buscaba simplemente inspirar visiones nocturnas o recrear anhelos humanos. Esta vez, su tarea era más sagrada: ayudar a Hebe, la diosa de la juventud, a encontrar descanso.

    Desde hacía semanas, él sabía que ella no lograba dormir. ¿Será por el murmullo incansable del mundo? ¿Las preocupaciones de los dioses?, ¿El lamento de los mortales? ¿O acaso el bullicio de la eternidad? Todo eso podía perturbar su mente inquieta. Su risa, antes clara como el manantial, se había vuelto un suspiro apagado. Sin descanso, incluso la juventud misma parecía perder su brillo.

    Conmovido por su fatiga, Morfeo, con un suspiro silencioso, tejió un mundo sólo para ella.

    Primero, creó un cielo de terciopelo azul profundo, salpicado con constelaciones que respiraban. Luego, pintó un campo donde las flores se abrían con cada exhalación de Hebe, y el viento cantaba con voz de madre antigua. En el centro del paisaje, colocó un lago de aguas quietas, donde el reflejo de la luna danzaba sin prisa.

    Pero lo más importante no era el paisaje, sino el silencio. No un silencio vacío, sino uno pleno: como el que precede a una tormenta de paz. Ningún recuerdo podía entrar sin pasar por los dedos de Morfeo, que filtraban todo dolor, toda ansiedad, dejando sólo la dulzura de las horas olvidadas.

    Ahora, ahora solo faltaba ella.

    Mandó a cuervo a buscarla mientras él estaba esperándola.
    En el reino etéreo del Sueño, donde los pensamientos flotan como nubes y el tiempo se disuelve en suaves latidos, Morfeo, recorría su vasto dominio con un propósito inusual. No buscaba simplemente inspirar visiones nocturnas o recrear anhelos humanos. Esta vez, su tarea era más sagrada: ayudar a Hebe, la diosa de la juventud, a encontrar descanso. Desde hacía semanas, él sabía que ella no lograba dormir. ¿Será por el murmullo incansable del mundo? ¿Las preocupaciones de los dioses?, ¿El lamento de los mortales? ¿O acaso el bullicio de la eternidad? Todo eso podía perturbar su mente inquieta. Su risa, antes clara como el manantial, se había vuelto un suspiro apagado. Sin descanso, incluso la juventud misma parecía perder su brillo. Conmovido por su fatiga, Morfeo, con un suspiro silencioso, tejió un mundo sólo para ella. Primero, creó un cielo de terciopelo azul profundo, salpicado con constelaciones que respiraban. Luego, pintó un campo donde las flores se abrían con cada exhalación de Hebe, y el viento cantaba con voz de madre antigua. En el centro del paisaje, colocó un lago de aguas quietas, donde el reflejo de la luna danzaba sin prisa. Pero lo más importante no era el paisaje, sino el silencio. No un silencio vacío, sino uno pleno: como el que precede a una tormenta de paz. Ningún recuerdo podía entrar sin pasar por los dedos de Morfeo, que filtraban todo dolor, toda ansiedad, dejando sólo la dulzura de las horas olvidadas. Ahora, ahora solo faltaba ella. Mandó a cuervo a buscarla mientras él estaba esperándola.
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