La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche.
Violento, súbito. Y despiadado.
Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.
El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.
Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.
El agua, entonces, volvió a reclamarla.
Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.
Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.
Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.
La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.
Ekkora se incorporó.
Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.
No brillaba.
No ardía.
Negra.
Profunda.
Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.
Entonces, abrió los ojos.
Y no eran ojos humanos.
Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.
La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
Violento, súbito. Y despiadado.
Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.
El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.
Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.
El agua, entonces, volvió a reclamarla.
Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.
Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.
Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.
La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.
Ekkora se incorporó.
Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.
No brillaba.
No ardía.
Negra.
Profunda.
Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.
Entonces, abrió los ojos.
Y no eran ojos humanos.
Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.
La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.
La vida la alcanzó como el rayo que rompe la noche.
Violento, súbito. Y despiadado.
Su pecho se arqueó. Una fuerza invisible la desgarró desde dentro, y, por primera vez, sus pulmones buscaron el mundo.
El aire entró con fuerza, desplazando el líquido negro que los ocupaba, una sustancia viscosa y corrupta que parecía hecha de luto y raíces muertas. Tosió. Tosió como una criatura nacida del fango y la tortura.
Cada espasmo la sacudió entera, haciéndole temblar con la violencia que gritaba no debes estar viva.
El agua, entonces, volvió a reclamarla.
Su cuerpo fue tragado otra vez por el pantano, pero ya no era el mismo barro. Su consciencia se encendió en la profundidad y una sombra, un residuo de poder y voluntad, creció bajo la superficie.
Allí donde su cuerpo tocara el mundo, surgió una mancha: negra, densa, oleosa, un error en la piel del paisaje. No solo manchaba: devoraba. Crecía con hambre, extendiéndose en filamentos que ondulaban como tentáculos suaves sobre el agua.
Y fue esa misma mancha la que la sostuvo.
La alzó sin prisa, sin manos. El pantano le perteneció por ese instante, y la depositó en la orilla, a salvo.
Ekkora se incorporó.
Sus piernas, hasta entonces ajenas a la gravedad, temblaban como juncos en el viento. Cada músculo era torpe, débil, pero su aura, incluso en ese estado, era imposible de ignorar.
No brillaba.
No ardía.
Negra.
Profunda.
Se sentía como un vacío que tiraba mundo hacia ella, como un campo magnético atrayendo si mover todo lo que le rodeaba. Una tensión en el aire, espesa y húmeda, que anunciaba que algo imposible había ocurrido. Y nada podría detenerla.
Entonces, abrió los ojos.
Y no eran ojos humanos.
Al principio vacíos, oscuros, el infinito en las profundas cuencas. Pero, en un segundo, se redefinieron, adoptando la forma de la realidad que la rodeaba, con una chispa de la magia que el brujo embulló en sus venas; Ya no negros, ahora celestes.
La magia de Tolek, la desesperación de su amor, los huesos de Side, la oscuridad que una vez fue Blackhole... ahora latían en su interior, en su piel, en su existencia.

