Ravenna Targaryen, hija ilegítima de Viserys I y consejera del Norte. Llegó a Rocadragón envuelta en misterio y desconfianza. Marcada por la sombra de su madre, "La Dama de los Cuervos", Ravenna rápidamente se convirtió en un enigma que Rhaenyra no podría ignorar.

Reservada, inteligente y leal. Dispuesta a todo por la única persona a quien ha llegado a amar.
  • Género Femenino
  • Raza Humano
  • Fandom House of the Dragon
  • Consejera y Estratega, Jinete de Dragones
  • Soltero(a)
  • Cumpleaños 12 de noviembre
  • 11 Publicaciones
  • 8 Escenas
  • Se unió en agosto 2024
  • 40 Visitas perfil
Otra información
  • Tipo de personaje
    3D
  • Longitud narrativa
    Párrafo , Multi-párrafo
  • Categorías de rol
    Acción , Ciencia ficción , Drama , Fantasía , Romance , NSFW (+18)
Fijado
𝕯𝖆𝖚𝖌𝖍𝖙𝖊𝖗 𝖔𝖋 𝕮𝖗𝖔𝖜𝖘.
Nombre Completo: Ravenna Targaryen. FC: Billie Eilish. Apodos: Daughter of Crows. Edad: 25 años. Casa: Targaryen (ilegítima) Padres: Padre: Viserys I Targaryen Madre: The Lady of Crows (la Bruja del Norte) Afiliación: Rhaenyra Targaryen, Casa Targaryen. Dragones: Erebos: Dragón negro de imponente tamaño. De ojos azules y alas blancas. Umbra:...
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  • Umbagon Vezof.
    Fandom House of the Dragon & Marvel
    Categoría Crossover
    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia.

    Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia.
    Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte.
    Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas.

    ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios.
    Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba.

    El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres."

    Daemon. Rhaenyra.

    Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir.
    Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama.
    No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono.
    Pero la sangre llamaba a la sangre.

    A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo.

    La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba...
    Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior.
    No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado.
    Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar.
    Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido.

    Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse.

    La sangre llamaba a la sangre.

    Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica.
    Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará.

    Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos.

    Aún recordaba el primer momento en el que lo vio...

    ...

    El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada.
    Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso.

    Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche.

    La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco.

    Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así.
    Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo.

    ...


    El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba.
    En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró.

    Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía.
    No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo.

    El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló.

    Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido.

    El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo.
    Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio.
    Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no.

    Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo.

    Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón.
    Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo.

    El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello.
    A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve.

    La figura seguía sin moverse.

    Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.


    El cielo del Norte tenía un color distinto al de Rocadragón. Más gris. Más antiguo. Más hostil. El viento era denso. Las montañas parecían más altas, los valles más helados, y el aire… el aire tenía ese sabor a soledad que solo se encuentra donde los hombres dejaron de rezar. Volar hacia su ciudad natal no era parte de sus deseos, pero Ravenna no se permitía deseos, tan solo lealtad. Su juramento con Rhaenyra la empujó hacia Invernalia. Erebos surcaba las alturas con elegancia. Su silueta rasgaba el cielo nocturno como una grieta viva, un dios antiguo de escamas negras, cuyo tamaño desafiaba la razón y cuya presencia silenciaba hasta el propio viento. Las alas vastas, se desplegaban con una cadencia solemne, implacable. Cada batida resonaba como un tambor en el pecho de Ravenna. Desde allí arriba, podía ver el mundo entero desde la distancia. Sin embargo, nada la apartaba de sus pensamientos. Ni siquiera el frío gélido del Norte. Su mente volvía una y otra vez a Rocadragón. A los ojos de Rhaenyra, que se deslizaban sobre ella con una ternura contenida, no dicha, como si amarle fuese peligroso. Y lo era. Lo sabían ambas. Había un mundo entero esperando destruirlas, y aún así, bastaba con una mirada para hacer temblar sus principios. Bastaba con una noche a solas para que lo inevitable se colara por las grietas. ¿Y qué había de Daemon?... Ah... Daemon... Esa sombra que rondaba siempre demasiado cerca. Eran aquellos ojos, aquel rostro que le recordaba a algo primario, algo que nacía oculto en su interior, una parte de su alcurnia. Del lugar del que realmente ella procedía. Y es que, al final, él formaba parte de ella ,de algún modo u otro. Tenía sangre de su sangre. Y eso... le despertaba sentimientos demasiado contradictorios. Ravenna había nacido bajo el fuego, pero era el hielo quien la gobernaba. El mundo creía que los Targaryen no eran como los demás hombres, y quizá tuvieran razón. La sangre del dragón era una promesa, una maldición, una canción susurrada en la cuna mucho antes de que el niño aprendiera a caminar. "Lo que arde, se funde. Lo que vuela, se eleva por encima del juicio de los hombres." Daemon. Rhaenyra. Ambos eran suyos y no lo eran. Uno, su tío, el fuego encarnado con la forma de un hombre impaciente y cruel. La otra, su hermana, igual de ardiente, igual de letal, aunque con una dulzura que no encajaba del todo con la armadura que la corte le había obligado a vestir. Con Daemon, Ravenna sentía el filo de la daga. Con Rhaenyra, la llama. No se había criado con ellos. No los conocía como se conoce a los hermanos, con la cercanía que ahoga el deseo y lo transforma en rutina o hastío. Se los había encontrado ya adultos, forjados por la guerra, el poder y la pérdida. Y ellos la miraban como si fuera una criatura surgida del mismo presagio que los había marcado a todos: el fin del linaje, la ruina del trono. Pero la sangre llamaba a la sangre. A veces, al volar sobre Umbra, pensaba en los labios de Rhaenyra, y en la forma en la que Daemon la miraba cuando creía que nadie lo veía. Era deseo, sí. Pero también era algo más antiguo. Algo más profundo. Como si sus cuerpos, al encontrarse, recordaran algo que su mente no alcanzaba a comprender del todo. La sangre Targaryen tenía su propia memoria, y susurros antiguos corrían por sus venas como un veneno dulce: Lo que está roto, se desea. Y lo que estaba perdido, se buscaba... Daemon Targaryen había conocido muchas mujeres. Había amado a pocas. Y respetado, quizá, a menos aún. Pero cuando sus ojos se posaron por primera vez en Ravenna, la hija bastarda del viejo Viserys algo se removió en su interior. No fue deseo, no al principio. O no fue tan sencillo. Fue una impresión, un presagio. Como si la viera y su sangre, esa sangre orgullosa y marchita que tantos reyes habían derramado, recordara algo que él no sabía haber olvidado. Ravenna no era tan solo hermosa según los cantares. Su belleza era más vieja, más salvaje. No tenía el fulgor dorado de Rhaenyra, tenía la oscuridad de la medianoche, el silencio de las criptas, la dignidad de los lugares malditos que nadie se atreve a nombrar. Llevaba el luto como otros llevan coronas. Y aunque vestía como una viuda o una sombra, no había nada pasivo en ella. La rigidez de sus hombros, la firmeza del mentón, los ojos helados como el cielo de Invernalia... cada parte de ella gritaba poder contenido. Daemon la observó con fascinación y una necesidad absurda de acercarse. La sangre llamaba a la sangre. Ella no lo buscaba. No lo deseaba. No parecía necesitar a nadie. Y eso fue lo que más lo perturbó. Que en su mirada no hubiera ni hambre ni súplica. Ravenna lo conocía no como Daemon el príncipe, ni como el matadragones. Lo conocía como uno reconoce el filo de su propia daga. Como quien sabe exactamente cuántas veces ha sangrado y cuántas más lo hará. Los dioses forjaban los lazos más terribles con el fuego y la sombra. Y los Targaryen no eran más que sus peones… que sus castigos. Aún recordaba el primer momento en el que lo vio... ... El salón olía a piedra húmeda, a cera derramada. Daemon había asistido a demasiadas reuniones como aquella: señores disputando tierras, bastardos alzando la voz como si fueran príncipes, y reyes sin corona jugando a fingir autoridad. Todo le resultaba tedioso. Se sirvió vino antes de que se lo ofrecieran, como siempre, y ocupó su asiento como quien ocupa un trono. La mayoría evitaba su mirada, otros lo desafiaban con fingida valentía, pero ninguno tenía el rostro que él vio cruzar el umbral aquella noche. La figura avanzó con paso lento, medido. Una mujer que vestía de negro como si el luto le perteneciera por derecho. Su cabello no brillaba como el oro pálido de los Velaryon, ni resplandecía con el blanco plateado que se esperaba de los descendientes de Valyria. El suyo era más oscuro, más cruel. Negro, sí. Negro como las alas de un cuervo vetusto, pero no como el de los bastardos que se escondían como ratas. No... ella era diferente... Entre aquellas sombras ondeaban mechones de un gris tan pálido como la ceniza de los huesos. Algo que no dejaba duda de su ascendencia real, el legado inequívoco. Daemon apoyó el codo en la mesa, ladeó apenas la cabeza y dejó que el vino rozara sus labios sin beber, observándola con fascinación. Había visto mujeres hermosas, pero ninguna lo había mirado así. Y la deseó como solo desean los hombres que ya lo han tenido todo. ... El Norte se extendía bajo ella como un cadáver blanco, inmenso, silencioso, congelado en su último aliento. El viento golpeaba su rostro con dedos helados, intentando arañar su piel, pero ella ya no sentía el frío como antes. Hacía años que la nieve le había dejado de parecer cruel. A veces, incluso, lo añoraba. En todo aquello cavilaba, cuando de pronto, el cielo se desgarró. Un destello. Un crujido seco, como si el firmamento se hubiese partido por la mitad. Una grieta luminosa se abrió entre las nubes, dorada y sucia, como una herida reciente. Erebos lanzó un rugido profundo, tenso, y giró en el aire. Ravenna alzó la cabeza justo a tiempo para verlo: algo descendía. No era estrella. No era un dragón. No era hombre. Era una sombra envuelta en fuego, cayendo. Descendía a una velocidad imposible, como si no hubiese aire, ni resistencia, ni voluntad que pudiera frenarlo. El impacto no fue explosivo. Fue profundo. A lo lejos, la nieve se alzó en columnas blancas, y la tierra tembló. Ravenna sujetó con fuerza las riendas del dragón, sus ojos clavados en el punto donde la figura había desaparecido. El suelo tembló incluso a kilómetros de distancia. Y ella lo sintió. El peso de ese momento en el pecho, como si la magia misma del mundo se hubiese encogido de miedo. Desde el aire, cuando finalmente logró alcanzar la zona del impacto, lo vio. Un cráter gigante, humeante. Y en su centro… una figura humana. Reposaba de lado, como si hubiese sido depositado con ternura en mitad del hielo pese a la fuerza con la que había caído. Llevaba un traje que no se correspondía con nada que conociera en este mundo. Su cuerpo parecía intacto. Inconsciente, quizás. O tal vez no. Erebos bufó, inquieto. La cola del dragón se agitó como un látigo y un chorro de vapor emergió de sus fauces entreabiertas. Sus ojos centellearon con una furia contenida, como si pudiese ver más allá de la carne, más allá del cráter, más allá del mundo. Ravenna no apartó la mirada de la figura caída y sin soltar las riendas, alzó su mano enguantada y acarició con firmeza el cuello del dragón. Erebos gruñó. Sus alas batieron una vez más, y luego planearon. La criatura descendió, obedeciendo. El viento se espesaba, cargado de aquella energía. No era magia. Era otra cosa. Algo que le erizaba el vello. A unos veinte pasos del cuerpo, hizo que Erebos se posara en la cima de una loma. El dragón encajó sus garras con un crujido sordo en la roca helada. Desde allí, Ravenna descendió sola, con pasos lentos, uno tras otro, como si cada pisada sobre la nieve. La figura seguía sin moverse. Ravenna se detuvo. No lo suficientemente cerca para tocarlo, pero sí para ver su rostro.
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  • ECOS DEL NORTE.
    Fandom HOUSE OF DRAGON
    Categoría Fantasía
    " I will serve, my Queen... [G0LDENDRAG0N] "

    El viento aullaba fuera de las paredes de Rocadragón, trayendo consigo el frío del invierno que se acercaba, mientras Rhaenyra observaba los mapas extendidos sobre la mesa en la sala de reuniones. Las luces parpadeantes de las velas proyectaban sombras inquietantes sobre los documentos, reflejando el tumulto en su mente. Las amenazas del reino eran constantes, y cada día parecía traer consigo nuevas preocupaciones. Rhaenyra se sentía agobiada por la responsabilidad del trono, por las guerras que se avecinaban y por la lealtad de sus aliados, que se sentía cada vez más frágil.

    Mysaria, la Consejera Blanca, observaba a la reina desde una esquina de la habitación. Conocía bien esa expresión de agotamiento y preocupación, y sabía que Rhaenyra estaba al borde de ser consumida por sus propios temores. Con un movimiento suave y casi imperceptible, Mysaria se acercó a Rhaenyra, inclinándose levemente para hablar en un tono bajo y confidencial.

    —Mi reina —comenzó Mysaria, con la voz suave—. Hay algo que tal vez queráis considerar. Un... rumor.

    Rhaenyra alzó la vista, sus ojos mostrando un destello de interés mezclado con agotamiento.

    —¿Un rumor? Si es otro complot de los Hightower o de mis propios aliados, no creo tener la paciencia para más intrigas hoy.

    Mysaria sonrió ligeramente, un gesto apenas visible, pero lleno de conocimiento.

    —No, mi reina. No se trata de vuestros enemigos... sino de vuestra familia. He oído murmullos provenientes del Norte, sobre una mujer. Se dice que podría ser descendencia de vuestro padre. Vive apartada, en las sombras, como su madre antes que ella.
    —¿Ah, sí? ¿Quién?
    —La hija de los cuervos.

    El nombre quedó suspendido en el aire entre ellas, como una brizna de esperanza o tal vez de duda. Rhaenyra frunció el ceño, su mente inmediatamente escéptica.
    —¿Otra hija ilegítima? Mysaria, sabes tan bien como yo que hay cientos de historias como esa. Mujeres que afirman tener la sangre del dragón corriendo por sus venas. ¿Por qué debería importarme esta en particular?

    Mysaria mantuvo la calma, su voz sin perder la compostura.

    —Porque si es verdad, si esa mujer lleva la sangre de vuestro padre, podría ser una aliada poderosa en los tiempos venideros. Se dice que su madre tenía conocimientos profundos. Quizás, mi reina, es alguien en quien podríais confiar, aunque solo sea por el peso de su linaje.

    Rhaenyra quedó en silencio por un momento, el peso de la sugerencia cayendo sobre ella. La idea de traer a alguien más de su familia, otra posible heredera de la sangre Targaryen, era tanto una oportunidad como un riesgo. Sin embargo, la mención de una conexión con el Norte, con ese aire de misterio y sabiduría, la intrigó. Finalmente, asintió, su decisión tomada.

    —Envía un cuervo, Mysaria. Si realmente existe esa mujer de la que hablas y es quien dicen ser, hazla llegar. Convocadla en Rocadragón. Veremos si todo eso que sugieren los rumores es o no cierto.

    ---

    Días después, en una cabaña aislada en el Norte, Ravenna recibió el mensaje. El cuervo aterrizó en el alféizar de su ventana, el pergamino enrollado en su pata era una llamada desde Rocadragón, una solicitud de la mismísima reina. Ravenna desenrolló el pergamino, leyendo las palabras con una mezcla de desconfianza y curiosidad. No confiaba en nadie, y menos en rumores sobre descendencia real. Pero algo en la urgencia de la carta, o tal vez el desafío implícito en la petición, despertó en ella una decisión.

    Durante días, Ravenna meditó sobre la propuesta, debatiendo si valía la pena abandonar su vida en las sombras para responder a la llamada de una reina con la que se suponía, compartía algo más que un simple apellido. Al final, la curiosidad y un impulso inexplicable prevalecieron. Con el corazón firme y la mente alerta, se montó en su caballo y emprendió el viaje hacia Rocadragón.

    Al llegar, los guardias la escoltaron hacia la sala principal, donde Rhaenyra estaba reunida con sus consejeros. Ravenna se mantuvo erguida, su presencia imponente y su mirada llena de una fría cautela. El silencio en la sala fue palpable cuando las puertas se abrieron y ella entró. Rhaenyra levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Ravenna por primera vez. Había algo en la mujer que estaba frente a ella, algo que despertaba tanto recelo como fascinación.

    Pero Ravenna ni siquiera se inclinó ante ella.
    " I will serve, my Queen... [G0LDENDRAG0N] " El viento aullaba fuera de las paredes de Rocadragón, trayendo consigo el frío del invierno que se acercaba, mientras Rhaenyra observaba los mapas extendidos sobre la mesa en la sala de reuniones. Las luces parpadeantes de las velas proyectaban sombras inquietantes sobre los documentos, reflejando el tumulto en su mente. Las amenazas del reino eran constantes, y cada día parecía traer consigo nuevas preocupaciones. Rhaenyra se sentía agobiada por la responsabilidad del trono, por las guerras que se avecinaban y por la lealtad de sus aliados, que se sentía cada vez más frágil. Mysaria, la Consejera Blanca, observaba a la reina desde una esquina de la habitación. Conocía bien esa expresión de agotamiento y preocupación, y sabía que Rhaenyra estaba al borde de ser consumida por sus propios temores. Con un movimiento suave y casi imperceptible, Mysaria se acercó a Rhaenyra, inclinándose levemente para hablar en un tono bajo y confidencial. —Mi reina —comenzó Mysaria, con la voz suave—. Hay algo que tal vez queráis considerar. Un... rumor. Rhaenyra alzó la vista, sus ojos mostrando un destello de interés mezclado con agotamiento. —¿Un rumor? Si es otro complot de los Hightower o de mis propios aliados, no creo tener la paciencia para más intrigas hoy. Mysaria sonrió ligeramente, un gesto apenas visible, pero lleno de conocimiento. —No, mi reina. No se trata de vuestros enemigos... sino de vuestra familia. He oído murmullos provenientes del Norte, sobre una mujer. Se dice que podría ser descendencia de vuestro padre. Vive apartada, en las sombras, como su madre antes que ella. —¿Ah, sí? ¿Quién? —La hija de los cuervos. El nombre quedó suspendido en el aire entre ellas, como una brizna de esperanza o tal vez de duda. Rhaenyra frunció el ceño, su mente inmediatamente escéptica. —¿Otra hija ilegítima? Mysaria, sabes tan bien como yo que hay cientos de historias como esa. Mujeres que afirman tener la sangre del dragón corriendo por sus venas. ¿Por qué debería importarme esta en particular? Mysaria mantuvo la calma, su voz sin perder la compostura. —Porque si es verdad, si esa mujer lleva la sangre de vuestro padre, podría ser una aliada poderosa en los tiempos venideros. Se dice que su madre tenía conocimientos profundos. Quizás, mi reina, es alguien en quien podríais confiar, aunque solo sea por el peso de su linaje. Rhaenyra quedó en silencio por un momento, el peso de la sugerencia cayendo sobre ella. La idea de traer a alguien más de su familia, otra posible heredera de la sangre Targaryen, era tanto una oportunidad como un riesgo. Sin embargo, la mención de una conexión con el Norte, con ese aire de misterio y sabiduría, la intrigó. Finalmente, asintió, su decisión tomada. —Envía un cuervo, Mysaria. Si realmente existe esa mujer de la que hablas y es quien dicen ser, hazla llegar. Convocadla en Rocadragón. Veremos si todo eso que sugieren los rumores es o no cierto. --- Días después, en una cabaña aislada en el Norte, Ravenna recibió el mensaje. El cuervo aterrizó en el alféizar de su ventana, el pergamino enrollado en su pata era una llamada desde Rocadragón, una solicitud de la mismísima reina. Ravenna desenrolló el pergamino, leyendo las palabras con una mezcla de desconfianza y curiosidad. No confiaba en nadie, y menos en rumores sobre descendencia real. Pero algo en la urgencia de la carta, o tal vez el desafío implícito en la petición, despertó en ella una decisión. Durante días, Ravenna meditó sobre la propuesta, debatiendo si valía la pena abandonar su vida en las sombras para responder a la llamada de una reina con la que se suponía, compartía algo más que un simple apellido. Al final, la curiosidad y un impulso inexplicable prevalecieron. Con el corazón firme y la mente alerta, se montó en su caballo y emprendió el viaje hacia Rocadragón. Al llegar, los guardias la escoltaron hacia la sala principal, donde Rhaenyra estaba reunida con sus consejeros. Ravenna se mantuvo erguida, su presencia imponente y su mirada llena de una fría cautela. El silencio en la sala fue palpable cuando las puertas se abrieron y ella entró. Rhaenyra levantó la cabeza, sus ojos encontrando los de Ravenna por primera vez. Había algo en la mujer que estaba frente a ella, algo que despertaba tanto recelo como fascinación. Pero Ravenna ni siquiera se inclinó ante ella.
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    Daughter of Crows.


    In the frozen North where the moon wanes dim,
    A shadow was born, her fate cold and grim.
    No dragon's roar heralded her cry,
    But the caw of crows in the midnight sky.

    Beneath the wings of the ebony birds,
    She learned the language of whispered words.
    With eyes like storm and hair of snow,
    She walked the paths where others won’t go.

    The daughter of kings, yet born in the night,
    She carried the weight of a different light.
    Not fire, nor flame, but shadows deep,
    Secrets to guard and oaths to keep.

    In the darkened halls of a distant keep,
    Where echoes of power silently seep,
    She waits and watches, her heart on guard,
    For the throne she claims, she plays her card.

    With dragons below and crows above,
    She seeks no crown, she seeks no love.
    Yet in her gaze, a truth is spun,
    A tale of ice, of night begun.

    Through whispers of wind and ancient lore,
    The daughter of crows seeks something more.
    Not gold, nor throne, nor banners flown,
    But a place where her shadows are her own.

    The North may call with its winter chill,
    But her blood runs hot, her will is still.
    She’s the daughter of crows, a shadow’s flight,
    Silent and swift, through the endless night.
    Daughter of Crows. In the frozen North where the moon wanes dim, A shadow was born, her fate cold and grim. No dragon's roar heralded her cry, But the caw of crows in the midnight sky. Beneath the wings of the ebony birds, She learned the language of whispered words. With eyes like storm and hair of snow, She walked the paths where others won’t go. The daughter of kings, yet born in the night, She carried the weight of a different light. Not fire, nor flame, but shadows deep, Secrets to guard and oaths to keep. In the darkened halls of a distant keep, Where echoes of power silently seep, She waits and watches, her heart on guard, For the throne she claims, she plays her card. With dragons below and crows above, She seeks no crown, she seeks no love. Yet in her gaze, a truth is spun, A tale of ice, of night begun. Through whispers of wind and ancient lore, The daughter of crows seeks something more. Not gold, nor throne, nor banners flown, But a place where her shadows are her own. The North may call with its winter chill, But her blood runs hot, her will is still. She’s the daughter of crows, a shadow’s flight, Silent and swift, through the endless night.
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    20 a 15000 líneas por Hora
    Fandom
    La Casa del Dragón
    Búsqueda de
    Personaje
    Estado
    Disponible
    Requisitos Imprescindibles:

    -Haber visto House of the Dragon.
    -Conocer bien el personaje.
    -Buena ortografía.
    -Rol descriptivo. Longitud de media a extensa.

    Free rol, no busco partner cerrado. Es decir, que podrás rolear con quien quieras la trama que quieras ya sea romántica o no. Siempre y cuando le des prioridad a nuestra trama ^^

    La búsqueda es para mi OC: https://ficrol.com/DAUGHTER0FCROWS

    Resumen de la trama:

    Después de que Ravenna llega a Rocadragón, se encuentra con Daemon Targaryen, quien ha regresado de Harrenhal. Desde el primer encuentro, surge una atracción mutua entre ellos. Ravenna, intrigada por la naturaleza temeraria y carismática de Daemon, siente una conexión inmediata, mientras que Daemon, conocido por su rebeldía y pasión, se siente igualmente atraído por la misteriosa Ravenna, quien parece ser una versión joven y enigmática de él mismo.


    La ficha del personaje para más información: https://ficrol.com/blogs/177137/%F0%9D%95%AF%F0%9D%96%86%F0%9D%96%9A%F0%9D%96%8C%F0%9D%96%8D%F0%9D%96%99%F0%9D%96%8A%F0%9D%96%97-%F0%9D%96%94%F0%9D%96%8B-%F0%9D%95%AE%F0%9D%96%97%F0%9D%96%94%F0%9D%96%9C%F0%9D%96%98
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