• This can be our secret… if you want.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴

    Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño.

    Aquella noche, Serenna soñó con Sandor.
    Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada.

    Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector.

    El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo.

    Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno.

    Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía.

    Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra.

    ------------------------------------------------------

    Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido.

    La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister.

    Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros.
    Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna.

    —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo.

    Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo

    Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia.

    —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar.

    Él se encogió de hombros.

    —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady.

    “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan.

    Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor.
    No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida.

    Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla.
    Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir.

    Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?...

    No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco.

    ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?...

    La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja.
    El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano.
    La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino.

    Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime.

    Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle.
    Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo.

    O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo.

    Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios.

    —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis.

    Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir.

    Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante.

    Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante.

    —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento.

    Ella contuvo el aliento.

    —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia.
    Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado.
    El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo.

    —My lord... os agradezco vuestra clemencia.

    Él asintió.

    —¿Significa eso que...?

    Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado…

    —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada.

    En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño.

    Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí.

    —¿He sido lo suficientemente claro?

    Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado.
    Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos.

    Asintió lentamente, bajando la vista.

    —Sí, mi lord. Lo entiendo.

    Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz
    —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo.

    Ella tragó saliva y asintió una vez más.
    Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás.

    ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando?

    Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse.
    Pero entonces, su voz la detuvo.

    —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte.

    Serenna se quedó inmóvil.

    Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella.

    Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente.

    —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás.

    Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado.

    El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello…

    Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría.

    Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable.

    Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto.

    Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella.

    Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre.

    Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia.

    Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas.

    —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado.

    Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro.

    Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos.

    Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose.

    Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería.
    El mar.

    ------------------------------------------------------


    Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha.
    Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora.

    La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más.
    Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle.

    Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo.

    Entonces, ella se giró, y buscó su mirada.

    —Ser Clegane…

    Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.

    STARTER PARA [THEH0UND] Aquella noche, tras temer durante horas soñar con el hombre que la mantenía en vilo, resultó soñar con el único que había conseguido calmarla. No solo a ella, sino a su dolor. Aquel que la había atormentado, que la había hecho sangrar en la bañera, que había conseguido que incluso él, el hombre más tosco de aquel lugar, arrugara el ceño. Aquella noche, Serenna soñó con Sandor. Pero no fue un sueño apacible, ni agradable. Fue uno de aquellos que te despiertan en mitad de la noche con la frente perlada. Las preocupaciones de la noche anterior la habían llevado hasta allí, hasta aquel recóndito lugar de su mente en el que se proyectaron sus miedos. Su temor a haber perdido el poco acercamiento que había tenido con su protector. El miedo de haberle asustado, de haberse sobrepasado, tal vez. El miedo a… perder lo único que le quedaba en aquel castillo y, probablemente, en aquel mundo. Lord Tywin Lannister parecía no sentir ni un mínimo resquicio de cariño, la mantenía aún en su encierro como un castigo que parecía eterno. Ella por supuesto, no sabía que Sandor le explicaba cada noche cómo había sido el día. Que el León sabía perfectamente cómo estaba, lo que hacía, y cómo seguía. Y tal vez por eso, su preocupación había pasado de estar en él a estar en Sandor Clegane: El Perro. Su guardián. Su sombra. ------------------------------------------------------ Se había despertado aquella mañana, agitada, con el dolor aún retumbando en su vientre. No había olvidado la noche anterior, y la pesadilla hizo que fuese por ello imposible. Sandor todavía no estaba ahí, no había llegado aún. Pero sí las doncellas, quien la ayudaron a vestirse. La peinaron, la acicalaron y le colocaron el vestido. La puerta sonó, pero esta vez no fue Sandor quien aguardaba tras ella, sino Jaime Lannister. Vestido con su armadura dorada, aunque sin el casco, su cabello rubio caía desordenado sobre sus hombros. Jaime entró sin pedir permiso, mirando rápidamente a Serenna. —Parece que la princesa Velaryon —dijo, con su evidente tono irónico—, ha sobrevivido a otra luna. ¿Lista para un paseo matutino, mi lady? —Hizo un gesto exagerado con la mano, invitándola a seguirlo. Ella lo contempló ceñuda, sin esperarse encontrarle a él, menos aún, que le preguntara cómo estaba. O pareciera estar haciéndolo Las doncellas se apartaron rápidamente, inclinando la cabeza a modo de reverencia. —¿Paseo? —preguntó ella—. Ya bien sabéis ser Jaime, que no puedo salir de este lugar. Él se encogió de hombros. —No quiero estropearos la sorpresa. Digamos que es… un asunto familiar —Hizo una pausa, cruzando los brazos. Avanzó un paso más hacia ella, extendiendo la mano—. Después de vos… Mi Lady. “Un asunto familiar”. Aquello hizo que sus alarmas se dispararan. Serenna asomó la cabeza hacia la puerta, buscando la figura de Sandor. No tardó en ver parte de su armadura, aguardando fuera. Soltó despacio el aire y asintió. Las doncellas se apartaron, y Jaime la acompañó a la salida. Ahí estaba Sandor, de pie, sin siquiera mirarla. Ella esperó a que lo hiciera, pero parecía que la presencia de Jaime Lannister provocó que lo que la poca cercanía que hubo entre ellos dejara de existir. Jaime la tomó por el brazo y ella se negó a dejar de mirar a Sandor, como si esperara que él en cualquier momento fuese a devolverle la mirada. Un: ¿no venís conmigo? ¿Por qué no venís conmigo?... No fue sino hasta que ella por poco tropezó con sus propios pies que miró al frente y dejó de esperar, que Sandor la miró, y en sus labios se dibujó un gesto de hastío, incluso de asco. ¿Fue por ella? ¿Fue por Jaime?... La guio por los pasillos de la Fortaleza Roja. El camino los llevó a través de patios internos y escaleras empinadas, hasta llegar a la Torre de la Mano. La estructura irguiéndose imponente, casi como una forma de representar el poder que Tywin Lannister ejercía sobre el reino. Los guardias de capas carmesíes flanqueaban la entrada, apartándose sin articular palabra ante la llegada de Jaime. Serenna sintió cómo algo se agitaba en su interior. Después de todo aquel tiempo volvería a verle. Y lo cierto es que no estaba segura de… querer hacerlo. O eso pensó hasta que entró, y lo vio. En el centro, sentado tras el escritorio macizo. Al verlos entrar, levantó la vista con deliberada lentitud, como si su tiempo fuera un recurso precioso que no malgastaba en saludos innecesarios. —Padre —dijo Jaime, soltando el brazo de Serenna—. Os traigo a Lady Velaryon, como ordenasteis. Tywin hizo un gesto casi imperceptible con la mano, despidiendo a su hijo. Jaime arqueó una ceja, pero no protestó; sonrió amargamente antes de girarse y salir. Tywin ni siquiera la miró, continuó escribiendo en el pergamino hasta que creyó suficiente el hacerla temblar. Entonces, la observó durante un largo momento, evaluándola, sabiendo que aquello la estaba poniendo demasiado nerviosa. Podía verlo en su mirada, en sus ojos, en su cuerpo… Debilidad, flaqueza. Su labio se arqueó un instante. Suficiente para que ella lo viera, y su corazón se resquebrajara un instante. —Has languidecido lo suficiente en tu jaula. He decidido poner fin a tu aislamiento. Ella contuvo el aliento. —Te permitiré vagar por la Fortaleza Roja y sus jardines, siempre bajo vigilancia. Y ahora, lo soltó de golpe. “Bajo vigilancia” Aquello significaba que Él seguiría a su lado. El alivio inicial se entremezcló con la cautela; nada con Tywin Lannister era tan simple. Se inclinó ligeramente, manteniendo la compostura. O al menos, intentándolo. —My lord... os agradezco vuestra clemencia. Él asintió. —¿Significa eso que...? Entonces él la interrumpió, con un gesto seco, levantándose de su asiento. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose a unos pasos de ella, su estatura imponente y su mirada perforante, dispararon su pulso. Al parcer, nada había cambiado… —No lo confundas… Hay una condición… El mar te está vetado. No pisarás los muelles, no olerás la brisa salada. En cierto punto de la conversación, Serenna se despegó de la realidad, se marchó lejos, al pensamiento de Sandor, como si de algún modo, algo la estuviera obligando a volver ahí, al sueño. Entonces, la voz de Tywin la hizo volver en sí. —¿He sido lo suficientemente claro? Serenna sintió el nudo en la garganta. El mar lo era todo para ella, pero sabía que aquello era más de lo que podía pedir. Le había levantado el castigo y aquello ya era demasiado. Casi podía escuchar a Cersei quejarse, diciéndole que era una mala decisión, que debería ser tan duro como lo fue con ellos. Asintió lentamente, bajando la vista. —Sí, mi lord. Lo entiendo. Tywin regresó a su asiento, como si el asunto estuviera zanjado, pero su voz —Bien... El Perro seguirá siendo tu sombra, vigilando cada uno de tus pasos. No se lo pongas más difícil. Créeme… no quieres enfadarlo. Ella tragó saliva y asintió una vez más. Y es cierto que no supo cómo actuar. Se quedó paralizada, como si aquella situación fuese extraña, como si… fuese diferente a todas las demás. ¿De verdad a él le importaba tan poco como estaba demostrando? Aquello hizo que su ceño se frunciera, que su mirada descendiera al suelo y que deseara marcharse de allí cuanto antes. Así que, y sin su permiso, Serenna asintió a modo de despedida, hizo una reverencia y se dio la vuelta, dispuesta a marcharse. Pero entonces, su voz la detuvo. —No recuerdo haberte dicho que pudieras irte. Serenna se quedó inmóvil. Tywin se levantó despacio. Caminó hacia ella, deteniéndose lo suficientemente cerca para que el calor de su cuerpo la envolviera, para que su aliento rozara apenas su nuca, evidenciando así que estaba tras ella. Ésta se giró lentamente, enfrentándole. Tragó saliva, el pulso acelerándosele en el cuello visiblemente. —No... no era mi intención desafiaros, My Lord —susurró ella. Su cuerpo traicionándola al inclinarse apenas hacia atrás. Tywin no dijo nada, tan solo la miró, analizándola en silencio. Aquellos ojos azules, penetrantes, se aguzaban mientras la escudriñaban. Su ceño fruncido, su ceja arqueada. Y ahí estaba… aquella expresión tan suya… Esa que utilizaba cuando diseccionaba a las personas, cuando evaluaba cada detalle. Y oh… en ella pudo ver mucho… Demasiado. El temblor sutil en sus hombros, el modo en que su pecho subía y bajaba con la respiración entrecortada, el pulso visible en su cuello… Avanzó un paso más, y luego otro, acorralándola. Su altura imponente obligándola a retroceder instintivamente hasta que su espalda rozó la piedra fría. Serenna levantó la vista hacia él, sus labios entreabriéndose por un deseo incontrolable. Intentó mantener la compostura, apretando los muslos con disimulo, mordiéndose el interior de la mejilla para no dejar escapar un suspiro, pero el calor de su proximidad la traicionaba, haciendo que su cuerpo respondiera con un pulso insistente entre sus piernas, un anhelo que rogaba no ser visto. Tywin se detuvo entonces, tan cerca que podía sentir el calor de su aliento en su rostro, sus ojos clavados en los de ella, notando cada matiz: el rubor que subía a sus mejillas, el leve temblor de sus labios, el deseo que emanaba de ella. Su mandíbula se tensó fugazmente, un atisbo de aquella debilidad que solo ella provocaba en él, pero lo contuvo, como siempre. Casi como si solo hubiera querido comprobar eso: que ella aún lo deseaba, que su atracción por él no se había extinguido, que seguía siendo capaz de encender ese fuego en ella con solo su presencia. Satisfecho, o al menos, aparentándolo, dio un paso atrás, rompiendo la tensión, dejándola con las ganas. —Que no se vuelva a repetir —advirtió, volviendo a su escritorio, sentándose como si nada hubiera pasado. Serenna asintió, temblorosa, saliendo de la torre con el cuerpo aún latiendo por el encuentro, el deseo no saciado quemándole por dentro. Confundida, volvió a sus aposentos, aunque allí ya no tuviese que estar. No por obligación, al menos. Cuando llegó, Sandor la esperaba, de nuevo con la mirada al frente, sin mirarla. Ella, desilusionada y con el reciente encuentro de Tywin, decidió no continuar presionándole. No volvió a mirarle, no esperó respuesta, tan solo entró en la habitación, se encerró y se echó a llorar. La espalda contra la puerta, el cuerpo encogido, sus brazos rodeándose. Le deseaba, le quería. Aún a pesar de todo lo que le había hecho. Aún a pesar de que le hubiera prohibido aquello que más quería. El mar. ------------------------------------------------------ Una semana más tarde, cuando todo pareció asentarse, Tywin anunció su marcha. Debía viajar unos días para unos asuntos importantes. Sandor, como ya había aclarado, se quedaría con Serenna, cuidando de ella, y protegiéndola. Como había sido hasta ahora. La relación del Perro y la “princesa” había sido diferente aquellos días. Ella parecía haber aceptado que no volvería a repetirse lo que había sucedido en su encierro. Él era su protector, y nada más. Y es que, la joven Velaryon no podía permitirse perderle. Aquel día Sandor la acompañaba en lo alto del castillo. El mar se extendía bajo ellos. El cabello de la joven se mecía suavemente. El perfume de su piel llegaba hasta él, inundándolo. Entonces, ella se giró, y buscó su mirada. —Ser Clegane… Insistió en llamarlo así. A veces, eso hacía que él reaccionara, que… pareciera humano, que… pareciera el mismo hombre de aquellos días.
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  • Si un día desapareciera, si el viento se llevara mi nombre, si el sol se tragara mi sombra y mi existencia se disolviera en la eternidad... ¿Quedaría alguien que me recordara? Alguien que, al menos, al evocar un suspiro pensara...

    "Una vez, existió una criatura como ella"

    O simplemente, ¿Sería otra de las sombras olvidadas, un eco que nunca debió mostrar su voz en este mundo?. Quizás, solo fui una chispa condenada a apagarse en la oscuridad.

    Se lo que soy, del abismo que habita en mí, aunque posea un corazón que palpita, que siente, que tiembla con cada latido. Los demás no entienden que ese latido, aunque débil, sigue siendo verdadero. A veces me pregunto si, en algún rincón de mi ser, hay algo de humanidad. ¿De qué serviría esmerarme por parecer menos monstruo si el mundo me ve como tal?. Si, ante sus ojos, siempre seré la aberración, la condena, la bestia que camina entre las sombras sin derecho a pertenecer a nada.

    Pero… ¿Qué es el amor para un monstruo?. Quizá sea solo un anhelo fugaz, una llama que se consume en su propio deseo. Quizá sea lo que jamás podría alcanzar. Sin embargo, tal vez, solo tal vez, lo busque en cada rincón de mi solitaria existencia. Un amor que no se extinga. Un amor que arda como el fuego en lo más profundo de mi ser.
    Si un día desapareciera, si el viento se llevara mi nombre, si el sol se tragara mi sombra y mi existencia se disolviera en la eternidad... ¿Quedaría alguien que me recordara? Alguien que, al menos, al evocar un suspiro pensara... "Una vez, existió una criatura como ella" O simplemente, ¿Sería otra de las sombras olvidadas, un eco que nunca debió mostrar su voz en este mundo?. Quizás, solo fui una chispa condenada a apagarse en la oscuridad. Se lo que soy, del abismo que habita en mí, aunque posea un corazón que palpita, que siente, que tiembla con cada latido. Los demás no entienden que ese latido, aunque débil, sigue siendo verdadero. A veces me pregunto si, en algún rincón de mi ser, hay algo de humanidad. ¿De qué serviría esmerarme por parecer menos monstruo si el mundo me ve como tal?. Si, ante sus ojos, siempre seré la aberración, la condena, la bestia que camina entre las sombras sin derecho a pertenecer a nada. Pero… ¿Qué es el amor para un monstruo?. Quizá sea solo un anhelo fugaz, una llama que se consume en su propio deseo. Quizá sea lo que jamás podría alcanzar. Sin embargo, tal vez, solo tal vez, lo busque en cada rincón de mi solitaria existencia. Un amor que no se extinga. Un amor que arda como el fuego en lo más profundo de mi ser.
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  • El Rapto de Perséfone
    Fandom Mitologica
    Categoría Fantasía
    En los valles de Nysa, donde la tierra respiraba en flores y la brisa jugaba con los rizos de las doncellas, Perséfone, hija de la poderosa Deméter, danzaba entre los tallos suaves del narciso. Era primavera, y ella era su espíritu vivo: risa pura, juventud eterna, inocencia sin heridas.

    Ese día, el sol brillaba alto, pero una sombra se gestaba en lo profundo de la tierra. Hades, señor del inframundo, había observado a Perséfone con ojos antiguos y deseo silencioso. Su corazón, tan oscuro como las cuevas que gobernaba, ardía con un anhelo distinto: no de muerte, sino de compañía. Con el permiso tácito de Zeus, tejió su plan.

    Perséfone se agachó para arrancar una flor especialmente hermosa—un narciso de pétalos tan blancos que parecían capturar la luz misma—cuando la tierra tembló. Un rugido desgarró el aire. Desde el centro del suelo, se abrió un abismo. Un carro negro, tirado por caballos de crines de humo y ojos rojos como brasas, emergió de la grieta. En él, Hades, con su corona de ónix y su mirada fija.

    Antes de que pudiera gritar, sentir o siquiera entender, él la alzó. La tierra se cerró tras ellos como si nada hubiera sucedido, como si la primavera hubiera parpadeado y se hubiera perdido.

    Todo fue silencio después. Silencio… y oscuridad.

    Perséfone cayó, no en el sentido del cuerpo, sino en el alma. Descendió más allá de las raíces de los árboles, más allá del susurro de los vivos. El Inframundo la recibió no con gritos ni con fuego, sino con una quietud pesada y absoluta. Un aire denso, cargado de cosas no dichas. Murallas de piedra, ríos que murmuraban secretos eternos. Sombras que no la miraban, pero que sabían que ella estaba allí.

    Hades no habló mucho. No necesitó hacerlo. La condujo por pasillos de obsidiana, bajo cielos que no eran cielo. Todo allí era distinto: el tiempo, el color, el ritmo de las cosas. Nada moría, porque todo ya lo había hecho.

    Pero ella no iba a quedarse en silencio.

    En cuanto su pie tocó el mármol frío de aquella vasta sala subterránea, se zafó del brazo de su raptor. Lo miró con furia —una furia que no pertenecía a una doncella, sino a una diosa aún por despertar— y le habló con voz firme y clara, que rompió el silencio como un relámpago.

    —¿Crees que porque puedes partir la tierra puedes partirme a mí? —escupió, temblando no de miedo, sino de furia—. ¿Así tomas lo que deseas? Como un ladrón entre sombras. ¿Tanta soledad tienes que necesitas robar una primavera?

    Hades no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se volvió denso, casi físico.

    Perséfone dio un paso hacia él, alzando el mentón.

    —No soy tu prisionera. Soy hija de Deméter, nacida bajo la luz. Si crees que aquí abajo puedo marchitarme, te advierto: hay semillas que germinan incluso en la oscuridad.

    Y entonces, aunque no lo sabía aún, acababa de lanzar el primer hechizo de su transformación.
    En los valles de Nysa, donde la tierra respiraba en flores y la brisa jugaba con los rizos de las doncellas, Perséfone, hija de la poderosa Deméter, danzaba entre los tallos suaves del narciso. Era primavera, y ella era su espíritu vivo: risa pura, juventud eterna, inocencia sin heridas. Ese día, el sol brillaba alto, pero una sombra se gestaba en lo profundo de la tierra. Hades, señor del inframundo, había observado a Perséfone con ojos antiguos y deseo silencioso. Su corazón, tan oscuro como las cuevas que gobernaba, ardía con un anhelo distinto: no de muerte, sino de compañía. Con el permiso tácito de Zeus, tejió su plan. Perséfone se agachó para arrancar una flor especialmente hermosa—un narciso de pétalos tan blancos que parecían capturar la luz misma—cuando la tierra tembló. Un rugido desgarró el aire. Desde el centro del suelo, se abrió un abismo. Un carro negro, tirado por caballos de crines de humo y ojos rojos como brasas, emergió de la grieta. En él, Hades, con su corona de ónix y su mirada fija. Antes de que pudiera gritar, sentir o siquiera entender, él la alzó. La tierra se cerró tras ellos como si nada hubiera sucedido, como si la primavera hubiera parpadeado y se hubiera perdido. Todo fue silencio después. Silencio… y oscuridad. Perséfone cayó, no en el sentido del cuerpo, sino en el alma. Descendió más allá de las raíces de los árboles, más allá del susurro de los vivos. El Inframundo la recibió no con gritos ni con fuego, sino con una quietud pesada y absoluta. Un aire denso, cargado de cosas no dichas. Murallas de piedra, ríos que murmuraban secretos eternos. Sombras que no la miraban, pero que sabían que ella estaba allí. Hades no habló mucho. No necesitó hacerlo. La condujo por pasillos de obsidiana, bajo cielos que no eran cielo. Todo allí era distinto: el tiempo, el color, el ritmo de las cosas. Nada moría, porque todo ya lo había hecho. Pero ella no iba a quedarse en silencio. En cuanto su pie tocó el mármol frío de aquella vasta sala subterránea, se zafó del brazo de su raptor. Lo miró con furia —una furia que no pertenecía a una doncella, sino a una diosa aún por despertar— y le habló con voz firme y clara, que rompió el silencio como un relámpago. —¿Crees que porque puedes partir la tierra puedes partirme a mí? —escupió, temblando no de miedo, sino de furia—. ¿Así tomas lo que deseas? Como un ladrón entre sombras. ¿Tanta soledad tienes que necesitas robar una primavera? Hades no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se volvió denso, casi físico. Perséfone dio un paso hacia él, alzando el mentón. —No soy tu prisionera. Soy hija de Deméter, nacida bajo la luz. Si crees que aquí abajo puedo marchitarme, te advierto: hay semillas que germinan incluso en la oscuridad. Y entonces, aunque no lo sabía aún, acababa de lanzar el primer hechizo de su transformación.
    Tipo
    Grupal
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    19
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  • -Ya estando en el mundo humano nuevamente tenía que mantener mi estabilidad mental el studio seven HEAVEN me esperaba y mi manager había preparado todo para mi llegada los músicos y yo estábamos preparándonos para grabar y no entendía porque tanto arreglo del escenario había dado la señal para enpesar Pero no veía motivación así que en un lenguaje vudú pronunciaba unas palabras susurrantes que no se podían entender al oído humano mis sombras al escuchar la orden tomarán posesión de los cuerpos humanos ellos gustosas aceptaron enpesando a tocar

    Mis manos Sujetaban el micrófono con un anhelo e inpregnando mis emociones en mi interpretación comenzaba a cantar ~~~~~
    Mientras tanto en las zonas céntricas de New York las pantallas de anuncios enpesaron a transmitir mi interpretación los tranceundes quedaban asombrados que al fin el famoso locutor ALASTOR fuera visto en televisión y las redes nuevamente no tardaron en viralizarce con encabezados rumores etc -





    https://youtu.be/OiIZazzFl4I?si=8yRKJv1RzI-G3I6u
    -Ya estando en el mundo humano nuevamente tenía que mantener mi estabilidad mental el studio seven HEAVEN me esperaba y mi manager había preparado todo para mi llegada los músicos y yo estábamos preparándonos para grabar y no entendía porque tanto arreglo del escenario había dado la señal para enpesar Pero no veía motivación así que en un lenguaje vudú pronunciaba unas palabras susurrantes que no se podían entender al oído humano mis sombras al escuchar la orden tomarán posesión de los cuerpos humanos ellos gustosas aceptaron enpesando a tocar Mis manos Sujetaban el micrófono con un anhelo e inpregnando mis emociones en mi interpretación comenzaba a cantar ~~~~~ Mientras tanto en las zonas céntricas de New York las pantallas de anuncios enpesaron a transmitir mi interpretación los tranceundes quedaban asombrados que al fin el famoso locutor ALASTOR fuera visto en televisión y las redes nuevamente no tardaron en viralizarce con encabezados rumores etc - https://youtu.be/OiIZazzFl4I?si=8yRKJv1RzI-G3I6u
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  • '╭❥ No soy una heroína, mucho menos me considero buena, sólo soy alguien que nada contra corriente, por una promesa y por un anhelo desesperado de no dejar escapar la humanidad que aún creo tener.

    ¿Necesitas ayuda? Puedo ayudarte incluso escucharte, si no tienes a nadie más a quien recurrir, estoy para ti, porqué sé lo que se siente estar completamente sólo en contra del mundo y no quiero presenciar que alguien más viva eso si yo lo puedo evitar.
    '╭❥ No soy una heroína, mucho menos me considero buena, sólo soy alguien que nada contra corriente, por una promesa y por un anhelo desesperado de no dejar escapar la humanidad que aún creo tener. ¿Necesitas ayuda? Puedo ayudarte incluso escucharte, si no tienes a nadie más a quien recurrir, estoy para ti, porqué sé lo que se siente estar completamente sólo en contra del mundo y no quiero presenciar que alguien más viva eso si yo lo puedo evitar.
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  • '╭❥ Como me gustan las cosas románticas, pero por por ahora eso se queda solamente en un anhelo vago... ¿No?

    https://www.youtube.com/watch?v=dkN7p0A9m6w
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  • - Es mi retorno, es mi reinicio, es una vida que espero disfrutar.

    El hombre se encontraba con calma sentado en un sofá dentro de su hogar observando hacia la ventana, un anhelo se percibía en sus palabras y un deseo en su semblante esperando vislumbrar la nueva experiencia que le dará aquel nuevo inicio.
    - Es mi retorno, es mi reinicio, es una vida que espero disfrutar. El hombre se encontraba con calma sentado en un sofá dentro de su hogar observando hacia la ventana, un anhelo se percibía en sus palabras y un deseo en su semblante esperando vislumbrar la nueva experiencia que le dará aquel nuevo inicio.
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  • El amor, una dulzura ignorada y un anhelo que parecía inconcebible en la vida de Rei. Siempre había creído firmemente que ese sentimiento no era para él, que no estaba destinado a experimentar ese tipo de lazos afectivos. Su mundo consistía en encuentros fugaces, en amistades que brindaban momentos efímeros de compañía o, en el peor de los casos, en relaciones pasajeras, pero todo eso cambió en el momento en que sus ojos se encontraron con los de aquel enigmático chico.

    El corazón de Rei comenzó a marchitar y florecer al mismo tiempo, intentó negar sus emociones, convencerse de que era solo una amistad profunda, una conexión especial. Pero su cuerpo le delataba, con sus manos temblorosas y su aliento entrecortado cuando estaba cerca de aquel hombre, fue un torbellino de emociones que lo arrastró a una vorágine de dudas y anhelos incontrolables.

    Sin embargo, como en un cruel giro del destino, aquel amor era imposible, Rei es un cobarde, incapaz de revelarse y declarar lo que su corazón guardaba en el más profundo de sus rincones. Y aunque su alma ansiaba con desesperación aquellos dulces besos, aquella cercanía y complicidad que solo el amor puede brindar, sabía que era algo que nunca podría ser.

    El sentimiento de impotencia se apoderaba de él, provocando un nudo en su estómago que parecía estrangularlo, el asqueroso sabor del arrepentimiento aparecían en su boca, amenazando con hacerle derramar lágrimas solitarias y calladas en la oscuridad de la noche. Era un tormento que le robaba el sueño y le llenaba de frustración, una desgarradora realidad que parecía aplastarlo con cada suspiro.
    El amor, una dulzura ignorada y un anhelo que parecía inconcebible en la vida de Rei. Siempre había creído firmemente que ese sentimiento no era para él, que no estaba destinado a experimentar ese tipo de lazos afectivos. Su mundo consistía en encuentros fugaces, en amistades que brindaban momentos efímeros de compañía o, en el peor de los casos, en relaciones pasajeras, pero todo eso cambió en el momento en que sus ojos se encontraron con los de aquel enigmático chico. El corazón de Rei comenzó a marchitar y florecer al mismo tiempo, intentó negar sus emociones, convencerse de que era solo una amistad profunda, una conexión especial. Pero su cuerpo le delataba, con sus manos temblorosas y su aliento entrecortado cuando estaba cerca de aquel hombre, fue un torbellino de emociones que lo arrastró a una vorágine de dudas y anhelos incontrolables. Sin embargo, como en un cruel giro del destino, aquel amor era imposible, Rei es un cobarde, incapaz de revelarse y declarar lo que su corazón guardaba en el más profundo de sus rincones. Y aunque su alma ansiaba con desesperación aquellos dulces besos, aquella cercanía y complicidad que solo el amor puede brindar, sabía que era algo que nunca podría ser. El sentimiento de impotencia se apoderaba de él, provocando un nudo en su estómago que parecía estrangularlo, el asqueroso sabor del arrepentimiento aparecían en su boca, amenazando con hacerle derramar lágrimas solitarias y calladas en la oscuridad de la noche. Era un tormento que le robaba el sueño y le llenaba de frustración, una desgarradora realidad que parecía aplastarlo con cada suspiro.
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  • La idea de solo un amor a través de todas las vidas,
    el anhelo de un alma que clama por la otra.
    ¿Por qué ver por separada esta vida de la pasada,
    si una proviene de la anterior?

    El tiempo siempre es escaso para quienes lo necesitan,
    pero para los que aman, dura para siempre;
    y así, mis eternidades han estado llenas de pequeñas cosas,
    pequeños detalles, que al final, solo han sido para ti.

    En un cuarto tan vacío, con mi mente tan habitada por ti,
    — ¿dónde estás? — preguntó mi suspiro.
    Cómo culpar tus ojos, si yo mismo les he dado el poder de matarme
    y revivirme en cada mirada que me dan,
    y es que tu llegada ha creado una locura tan grande en mí,
    que mis noches se han vuelto día pensando en tí cuando no estás conmigo
    y mis días se han vuelto noche soñando que estás junto a mí.

    Y es que tú, mi cielo,
    hasta en tus días de tormentas me sigues pareciendo lo más hermoso que pueda ver;
    y tus ojos, apocalipsis de mis demonios, destructores de mis dudas;
    solo ellos, simplemente quiero que sean el eclipse que me hechice todos los días.

    La promesa de dos almas que juran esperarse cada eternidad,
    el dulce deseo que produce el amor sincero por solo probar los labios de una persona nada más, únicos, eternos, infinitos.
    Dulce capricho, dulce masoquismo, dulce amor que juran cuidar por siempre.

    Anhelantes ruegos después de la muerte de cada día
    para que al despertar nuevamente sigan allí,
    perplejos ante sí mismos,
    adorando la belleza que produce verse reflejados cada uno en los ojos del otro.

    Estrellas son, galaxias, universos,
    ojos tan penetrante que dejan ver la felicidad de todas las vidas vividas ya juntos
    y dando pistas para una vida siguiente,
    como dos estrellas chocando que su efecto dura por generaciones.

    Lo cierto es, que en la aurora de cada amanecer,
    después del ruego del ocaso anterior por ver sus ojos nuevamente al despertar;
    el amor florece una vez más entre pasiones, caricias, besos, suspiros, deseos, gemidos,
    esparciendo sus almas en todo sus alrededores como flor que abre sus pétalos para darse vida un día más.

    Y así, quien ha de pensar que su amor ha vivido una vida tras otra,
    desafiando las paredes de la mente humana,
    desafiando los ciclos de la vida, en un amor puro, en una promesa, en un anhelo, en un clamor…
    en los fragmentos de dos corazones enamorados a través de las épocas de sus eternidades.

    Te amo sin límites,
    más allá del cosmos,
    más allá del infinito…
    allá donde no llegan las luces de las estrellas…
    te amo para siempre...
    La idea de solo un amor a través de todas las vidas, el anhelo de un alma que clama por la otra. ¿Por qué ver por separada esta vida de la pasada, si una proviene de la anterior? El tiempo siempre es escaso para quienes lo necesitan, pero para los que aman, dura para siempre; y así, mis eternidades han estado llenas de pequeñas cosas, pequeños detalles, que al final, solo han sido para ti. En un cuarto tan vacío, con mi mente tan habitada por ti, — ¿dónde estás? — preguntó mi suspiro. Cómo culpar tus ojos, si yo mismo les he dado el poder de matarme y revivirme en cada mirada que me dan, y es que tu llegada ha creado una locura tan grande en mí, que mis noches se han vuelto día pensando en tí cuando no estás conmigo y mis días se han vuelto noche soñando que estás junto a mí. Y es que tú, mi cielo, hasta en tus días de tormentas me sigues pareciendo lo más hermoso que pueda ver; y tus ojos, apocalipsis de mis demonios, destructores de mis dudas; solo ellos, simplemente quiero que sean el eclipse que me hechice todos los días. La promesa de dos almas que juran esperarse cada eternidad, el dulce deseo que produce el amor sincero por solo probar los labios de una persona nada más, únicos, eternos, infinitos. Dulce capricho, dulce masoquismo, dulce amor que juran cuidar por siempre. Anhelantes ruegos después de la muerte de cada día para que al despertar nuevamente sigan allí, perplejos ante sí mismos, adorando la belleza que produce verse reflejados cada uno en los ojos del otro. Estrellas son, galaxias, universos, ojos tan penetrante que dejan ver la felicidad de todas las vidas vividas ya juntos y dando pistas para una vida siguiente, como dos estrellas chocando que su efecto dura por generaciones. Lo cierto es, que en la aurora de cada amanecer, después del ruego del ocaso anterior por ver sus ojos nuevamente al despertar; el amor florece una vez más entre pasiones, caricias, besos, suspiros, deseos, gemidos, esparciendo sus almas en todo sus alrededores como flor que abre sus pétalos para darse vida un día más. Y así, quien ha de pensar que su amor ha vivido una vida tras otra, desafiando las paredes de la mente humana, desafiando los ciclos de la vida, en un amor puro, en una promesa, en un anhelo, en un clamor… en los fragmentos de dos corazones enamorados a través de las épocas de sus eternidades. Te amo sin límites, más allá del cosmos, más allá del infinito… allá donde no llegan las luces de las estrellas… te amo para siempre...
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