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    Así me siento cuando voy tanque en Aram (?)
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    " Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado.

    Ya no disfrutaba del arte de soñar.

    Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar.

    —¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos.

    El reflejo no respondió.

    Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor.

    En su sueño, la niña le habló:

    —¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? —

    Y Morfeo entendió.

    Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo.

    Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma.

    Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real.

    Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte.

    Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
    " Cada noche, tejía sueños para los mortales: unos dulces, otros aterradores, todos necesarios. Sin embargo, desde hacía un tiempo, algo en él había cambiado. Ya no disfrutaba del arte de soñar. Los colores se le desvanecían entre los dedos. Donde antes ponía jardines imposibles y cielos de fuego danzante, ahora solo quedaban grises sin forma. No entendía por qué. No había guerras en su reino, no había enemigos visibles. Pero sentía un peso, como una sombra constante sobre su pecho. Una tristeza callada que ni el sueño más alegre lograba disipar. —¿Qué me sucede? —preguntó una noche a su reflejo en el estanque de los sueños no cumplidos. El reflejo no respondió. Desesperado, Morfeo descendió al mundo de los humanos, disfrazado de viento. Quería entender qué causaba ese vacío en su pecho. Se posó sobre la frente de una niña que lloraba en silencio, en una habitación donde las paredes se habían acostumbrado a ignorar el dolor. En su sueño, la niña le habló: —¿Tú también te sientes solo aunque todos te vean? — Y Morfeo entendió. Él, creador de sueños, se había olvidado de soñar para sí mismo. Había vivido siglos entre las ilusiones de otros, sin permitirse tener las suyas. Había cuidado los corazones ajenos, pero descuidado el suyo. Entonces lloró. No como un dios, sino como un alma. Y de esas lágrimas nació un nuevo tipo de sueño: uno que mezclaba dolor y esperanza, pérdida y renacimiento. Un sueño más humano. Más real. Desde entonces, Morfeo siguió tejiendo, pero ya no para escapar del dolor, sino para aceptarlo y transformarlo. La tristeza no se fue, pero se convirtió en compañera, en inspiración, en parte del arte. Porque incluso en el reino de los sueños, también hay espacio para la melancolía."
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  • Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo.

    Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina.

    Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer.

    Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido.

    «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?»

    Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír.

    Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia.

    «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~»

    Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía.

    «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~»

    Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado.

    Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño.

    «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...»

    Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz.

    «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...»

    El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido.

    El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra.

    «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~»

    Y al final, su voz se volvió plegaria:
    una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida,
    un beso sin labios,
    una estrella que no muere,
    una caricia que no pide nada.

    «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas...
    Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~»

    La última nota no se oyó. SE SINTIÓ.
    Como si el universo contuviera el aliento por un instante.
    Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
    Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo. Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina. Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer. Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido. «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?» Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír. Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia. «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~» Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía. «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~» Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado. Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño. «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...» Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz. «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...» El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido. El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra. «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~» Y al final, su voz se volvió plegaria: una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida, un beso sin labios, una estrella que no muere, una caricia que no pide nada. «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas... Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~» La última nota no se oyó. SE SINTIÓ. Como si el universo contuviera el aliento por un instante. Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
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  • <~~~~~ *Ha dormido tres lechugas, y mírala , hora como una frescura .
    En fin , menos mal que algún alma caritativa le echó una mantita extra, porque últimamente el grajo no es que vuele bajo, es que hasta bufanda y abriguito lleva.
    Han traído churritos, y un megatanque de café , así que eso también es bien, por lo que ¿ Sueños días? ,¿ Buenos días? Pues queso. Good morning.*
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  • Tras reorganizar el nuevo tanque para Slyther, más amplio y con varios huequitos para esconderse, fue a la habitación de sus mascotas para revisar entre los juguetes rotos y camas, cambiando todo tranquilamente.

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  • [ROL LIBRE]

    Sacudir, administrar las pociones, rociar con agua del estanque mágico las plantas, cosechar las margaritas para crear mas pociones antiespectros... ¡Oh cielos! En estos momentos me gustaría tanto tener un asistente.

    ~ Suspiro la mujer con pesadez mientras comtemplaba en silencio todo el pequeño caos que tenía en su estudio privado, mucha gente pensaria que por ser una bruja usaría su magia para acabar rápido con todo, pero las veces que la habia usado para algo asi resultaba aun peor, una vez incluso el director de la academia de magia en donde trabajaba la castigo por que ella quiso limpiar la biblioteca con magia, pero resultó que habia invocado mal el hechizo, lo cual provoco que los fantasmas que tenían encerrados en frascos magicos fueran liberados, siendo toda la culpa de ella.

    No perderia más el tiempo en recordar fracasos absurdos, tomo una pila grande de libros y comenzo a acomodarlos en el estante cercano. ~
    [ROL LIBRE] Sacudir, administrar las pociones, rociar con agua del estanque mágico las plantas, cosechar las margaritas para crear mas pociones antiespectros... ¡Oh cielos! En estos momentos me gustaría tanto tener un asistente. ~ Suspiro la mujer con pesadez mientras comtemplaba en silencio todo el pequeño caos que tenía en su estudio privado, mucha gente pensaria que por ser una bruja usaría su magia para acabar rápido con todo, pero las veces que la habia usado para algo asi resultaba aun peor, una vez incluso el director de la academia de magia en donde trabajaba la castigo por que ella quiso limpiar la biblioteca con magia, pero resultó que habia invocado mal el hechizo, lo cual provoco que los fantasmas que tenían encerrados en frascos magicos fueran liberados, siendo toda la culpa de ella. No perderia más el tiempo en recordar fracasos absurdos, tomo una pila grande de libros y comenzo a acomodarlos en el estante cercano. ~
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  • ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝑹𝒆𝒄𝒖𝒆𝒓𝒅𝒐𝒔
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤcon Daryl Dixon


    Cada paso era más duro que el anterior. La carretera se extendía ante ella como un desierto árido con los árboles inclinándose sobre el asfalto como sombras al acecho. El sol ya empezaba a descender, y Liv sabía que tenía que encontrar refugio antes de que la oscuridad la tragara por completo.

    Pero no podía detenerse. Si lo hacía, la realidad la alcanzaría.

    La prisión había caído. La casa que habían construido, la seguridad que creyeron posible… todo se había convertido en humo y gritos. El rugido del tanque aún vibraba en su cabeza, el eco de las balas silbando entre las rejas. Se aferró a la mochila como si eso pudiera devolverle todo lo que había perdido.

    El viento susurró entre los árboles, y Liv cerró los ojos por un instante, buscando algo a lo que aferrarse:



    ⸻⸻ El motor del coche ronroneaba suavemente mientras avanzaban por la carretera llena de grietas y restos de escombros. Daryl conducía con una mano en el volante y la otra descansando sobre su ballesta. Liv iba en el asiento del copiloto, con la mirada recorriendo los alrededores en busca de cualquier movimiento. La patrulla de aquel día había sido tranquila, lo que nunca era una buena señal.

    —Nada útil hasta ahora —murmuró ella, echando un vistazo a la carretera. Todo parecía tranquilo.

    Daryl no respondió, pero su ceño se frunció de golpe.

    —Ahí —dijo, inclinando la cabeza hacia adelante.

    Liv siguió su mirada y vio a un hombre caminando por el borde de la carretera, con la mochila colgando de uno de sus hombros. No se tambaleaba como un caminante. Estaba sucio, con la ropa gastada y una postura cansada, pero estaba claro que estaba vivo.

    Daryl pisó el freno y detuvo el coche. Ambos se quedaron en silencio unos segundos, evaluando la situación.

    —Podría ser una trampa —susurró Liv.

    —O solo un pobre diablo —respondió Daryl, tomando su ballesta antes de abrir la puerta.

    Liv suspiró y salió del coche junto a él. El sonido de las puertas al cerrarse hizo que el hombre se detuviera en seco y alzase ambas manos en señal de rendición.

    —No quiero problemas —dijo con voz áspera—. Solo... estoy buscando un lugar donde quedarme.

    Liv y Daryl se acercaron con cautela.

    —¿Tienes armas? —preguntó Daryl con tono serio.

    El hombre negó con la cabeza y dejó caer su mochila al suelo, abriéndola para que vieran su contenido.

    —Nada. Perdí todo hace días. Solo me queda esto —explicó, señalando la botella de agua medio vacía en su cinturón.

    —¿Cómo te llamas? —intervino Liv.

    —Bob. Bob Stookey.

    Daryl lo estudió con detenimiento. No parecía una amenaza, pero en ese mundo, nunca se sabía.

    —¿Cuánto tiempo llevas solo? —preguntó.

    —Desde que mi último grupo cayó. Un mes, tal vez más.

    Se hizo un breve silencio. Bob parecía resignado a cualquier respuesta que pudieran darle, como si estuviera acostumbrado a los rechazos.

    Liv miró a Daryl. Sabía lo que él estaba pensando: llevarlo a la prisión era un riesgo, pero también sabían lo que era estar solos en un mundo como ese.

    —Podemos llevarte con nosotros —dijo finalmente—. Tenemos un grupo. Un lugar seguro.

    Bob parpadeó, como si la idea le pareciera demasiado buena para ser cierta.

    —¿De veras?

    Daryl chasqueó la lengua.

    —No hagas que nos arrepintamos.

    Bob asintió de inmediato.

    —No lo haré. Lo prometo.

    Daryl inclinó la cabeza hacia el coche.

    —Sube.

    Bob recogió su mochila y se apresuró a abrir la puerta trasera. Liv lo observó por el retrovisor mientras se acomodaba en el asiento. Puede que fuera un riesgo, pero en ese mundo, la única forma de sobrevivir era seguir intentándolo. Porque Andrea tuvo razón al decir que nadie podría sobrevivir solo.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #OneShot
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝑹𝒆𝒄𝒖𝒆𝒓𝒅𝒐𝒔 ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤcon [DarylDixon] Cada paso era más duro que el anterior. La carretera se extendía ante ella como un desierto árido con los árboles inclinándose sobre el asfalto como sombras al acecho. El sol ya empezaba a descender, y Liv sabía que tenía que encontrar refugio antes de que la oscuridad la tragara por completo. Pero no podía detenerse. Si lo hacía, la realidad la alcanzaría. La prisión había caído. La casa que habían construido, la seguridad que creyeron posible… todo se había convertido en humo y gritos. El rugido del tanque aún vibraba en su cabeza, el eco de las balas silbando entre las rejas. Se aferró a la mochila como si eso pudiera devolverle todo lo que había perdido. El viento susurró entre los árboles, y Liv cerró los ojos por un instante, buscando algo a lo que aferrarse: ⸻⸻ El motor del coche ronroneaba suavemente mientras avanzaban por la carretera llena de grietas y restos de escombros. Daryl conducía con una mano en el volante y la otra descansando sobre su ballesta. Liv iba en el asiento del copiloto, con la mirada recorriendo los alrededores en busca de cualquier movimiento. La patrulla de aquel día había sido tranquila, lo que nunca era una buena señal. —Nada útil hasta ahora —murmuró ella, echando un vistazo a la carretera. Todo parecía tranquilo. Daryl no respondió, pero su ceño se frunció de golpe. —Ahí —dijo, inclinando la cabeza hacia adelante. Liv siguió su mirada y vio a un hombre caminando por el borde de la carretera, con la mochila colgando de uno de sus hombros. No se tambaleaba como un caminante. Estaba sucio, con la ropa gastada y una postura cansada, pero estaba claro que estaba vivo. Daryl pisó el freno y detuvo el coche. Ambos se quedaron en silencio unos segundos, evaluando la situación. —Podría ser una trampa —susurró Liv. —O solo un pobre diablo —respondió Daryl, tomando su ballesta antes de abrir la puerta. Liv suspiró y salió del coche junto a él. El sonido de las puertas al cerrarse hizo que el hombre se detuviera en seco y alzase ambas manos en señal de rendición. —No quiero problemas —dijo con voz áspera—. Solo... estoy buscando un lugar donde quedarme. Liv y Daryl se acercaron con cautela. —¿Tienes armas? —preguntó Daryl con tono serio. El hombre negó con la cabeza y dejó caer su mochila al suelo, abriéndola para que vieran su contenido. —Nada. Perdí todo hace días. Solo me queda esto —explicó, señalando la botella de agua medio vacía en su cinturón. —¿Cómo te llamas? —intervino Liv. —Bob. Bob Stookey. Daryl lo estudió con detenimiento. No parecía una amenaza, pero en ese mundo, nunca se sabía. —¿Cuánto tiempo llevas solo? —preguntó. —Desde que mi último grupo cayó. Un mes, tal vez más. Se hizo un breve silencio. Bob parecía resignado a cualquier respuesta que pudieran darle, como si estuviera acostumbrado a los rechazos. Liv miró a Daryl. Sabía lo que él estaba pensando: llevarlo a la prisión era un riesgo, pero también sabían lo que era estar solos en un mundo como ese. —Podemos llevarte con nosotros —dijo finalmente—. Tenemos un grupo. Un lugar seguro. Bob parpadeó, como si la idea le pareciera demasiado buena para ser cierta. —¿De veras? Daryl chasqueó la lengua. —No hagas que nos arrepintamos. Bob asintió de inmediato. —No lo haré. Lo prometo. Daryl inclinó la cabeza hacia el coche. —Sube. Bob recogió su mochila y se apresuró a abrir la puerta trasera. Liv lo observó por el retrovisor mientras se acomodaba en el asiento. Puede que fuera un riesgo, pero en ese mundo, la única forma de sobrevivir era seguir intentándolo. Porque Andrea tuvo razón al decir que nadie podría sobrevivir solo. #Personajes3D #3D #Comunidad3D #OneShot
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  • 𝐋𝐚 𝐦𝐞𝐭𝐚𝐦𝐨𝐫𝐟𝐨𝐬𝐢𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐢𝐭𝐚

    En un resquicio del asfalto, donde el gris devora la vida, nació una margarita. Pequeña, frágil, solitaria, resistía el inclemente sol y la sed insaciable de la tierra reseca. Soñaba con un imposible: que en lugar de raíces le crecieran pies, para huir de aquel páramo de indiferencia.

    Pero un día, el destino la traicionó. Un paso descuidado, un peso inmenso, y su existencia casi se extinguió. Doblegada, con pétalos mutilados y su talle inclinado hacia la nada, sintió que su vida se desvanecía.

    Fue entonces cuando unas manos se posaron sobre ella con ternura inesperada. La alzaron con delicadeza, la llevaron lejos del asfalto cruel y la sembraron en un jardín japonés, donde el murmullo del agua y la danza del viento acariciaban las hojas con dulzura.

    Aquel hombre la regó con paciencia, la nutrió con palabras, la protegió del frío y la abrazó con su sombra en los días de sol ardiente. La margarita, agradecida, floreció con renovado esplendor. Pero constantemente se preguntaba:

    ¿Lo quiero porque me salvó?
    ¿O porque me enseñó que este mundo también sabe ser amable?
    ¿Sus manos me sostienen por cariño, o solo por compasión?

    Quiso cambiar, quiso dejar de ser margarita. Luchó contra su naturaleza, pero su reflejo en el estanque seguía siendo el mismo. Se entristeció, hasta que un día ocurrió el milagro.

    Su tallo se alzó con fuerza, sus pétalos se tornaron dorados como el sol, su esencia se transformó. Dejó de ser una margarita. Se convirtió en un girasol.

    Se dio cuenta que esa clase de milagros sólo eran por gracia del amor: Pues no pide, no exige, no arrastra… simplemente transforma. No importaba el cómo ni el porqué de su encuentro, sino la belleza de lo que ahora era. Un girasol radiante, de raíces profundas, nacido del milagro de haber sido querida
    𝐋𝐚 𝐦𝐞𝐭𝐚𝐦𝐨𝐫𝐟𝐨𝐬𝐢𝐬 𝐝𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐫𝐠𝐚𝐫𝐢𝐭𝐚 En un resquicio del asfalto, donde el gris devora la vida, nació una margarita. Pequeña, frágil, solitaria, resistía el inclemente sol y la sed insaciable de la tierra reseca. Soñaba con un imposible: que en lugar de raíces le crecieran pies, para huir de aquel páramo de indiferencia. Pero un día, el destino la traicionó. Un paso descuidado, un peso inmenso, y su existencia casi se extinguió. Doblegada, con pétalos mutilados y su talle inclinado hacia la nada, sintió que su vida se desvanecía. Fue entonces cuando unas manos se posaron sobre ella con ternura inesperada. La alzaron con delicadeza, la llevaron lejos del asfalto cruel y la sembraron en un jardín japonés, donde el murmullo del agua y la danza del viento acariciaban las hojas con dulzura. Aquel hombre la regó con paciencia, la nutrió con palabras, la protegió del frío y la abrazó con su sombra en los días de sol ardiente. La margarita, agradecida, floreció con renovado esplendor. Pero constantemente se preguntaba: ¿Lo quiero porque me salvó? ¿O porque me enseñó que este mundo también sabe ser amable? ¿Sus manos me sostienen por cariño, o solo por compasión? Quiso cambiar, quiso dejar de ser margarita. Luchó contra su naturaleza, pero su reflejo en el estanque seguía siendo el mismo. Se entristeció, hasta que un día ocurrió el milagro. Su tallo se alzó con fuerza, sus pétalos se tornaron dorados como el sol, su esencia se transformó. Dejó de ser una margarita. Se convirtió en un girasol. Se dio cuenta que esa clase de milagros sólo eran por gracia del amor: Pues no pide, no exige, no arrastra… simplemente transforma. No importaba el cómo ni el porqué de su encuentro, sino la belleza de lo que ahora era. Un girasol radiante, de raíces profundas, nacido del milagro de haber sido querida
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  • — Fue mejor así, supongo.

    Se inclina ligeramente para verse en el reflejo del agua, su cabello no cubre la cicatriz por completo.

    — Extraño lugar, para un prisionero.

    Se aparta del estanque de una casa veraniega muy bien acomodada pero muy vigilada, más que a él.
    — Fue mejor así, supongo. Se inclina ligeramente para verse en el reflejo del agua, su cabello no cubre la cicatriz por completo. — Extraño lugar, para un prisionero. Se aparta del estanque de una casa veraniega muy bien acomodada pero muy vigilada, más que a él.
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  • El sol de la mañana se filtraba a través de las puertas de papel shoji del templo, proyectando un brillo dorado sobre el suelo de madera pulida. Morticia se despertó lentamente, sus largos cabellos rojos esparcidos sobre la almohada. Se estiró, sus delicados dedos rozando la suave seda de su kimono.
    Mientras se sentaba, notó el silencio a su alrededor, un silencio solo roto por el suave susurro de las hojas en el jardín exterior. El tranquilo ambiente del templo era un marcado contraste con el bullicio de su vida habitual, pero Morticia lo encontró reconfortante.
    Con gracia, se levantó y se acercó a las puertas shoji, deslizándolas para revelar el jardín bañado por el sol. Los cerezos estaban en plena floración, sus delicadas flores rosadas bailaban con la suave brisa. Un pequeño estanque de carpas brillaba bajo el sol de la mañana, y el aire estaba lleno del dulce aroma de las flores.
    Morticia respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire fresco y fragante. Sintió una sensación de paz y tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Este templo, este jardín, era un mundo alejado del caos y el drama que a menudo definían su vida.
    Mientras contemplaba el jardín, Morticia no pudo evitar sonreír. Este viaje a Japón había sido una oportunidad para ella para escapar de su vida habitual y encontrarse a sí misma. Y en este tranquilo templo, rodeada de belleza natural, finalmente estaba comenzando a hacerlo.
    El sol de la mañana se filtraba a través de las puertas de papel shoji del templo, proyectando un brillo dorado sobre el suelo de madera pulida. Morticia se despertó lentamente, sus largos cabellos rojos esparcidos sobre la almohada. Se estiró, sus delicados dedos rozando la suave seda de su kimono. Mientras se sentaba, notó el silencio a su alrededor, un silencio solo roto por el suave susurro de las hojas en el jardín exterior. El tranquilo ambiente del templo era un marcado contraste con el bullicio de su vida habitual, pero Morticia lo encontró reconfortante. Con gracia, se levantó y se acercó a las puertas shoji, deslizándolas para revelar el jardín bañado por el sol. Los cerezos estaban en plena floración, sus delicadas flores rosadas bailaban con la suave brisa. Un pequeño estanque de carpas brillaba bajo el sol de la mañana, y el aire estaba lleno del dulce aroma de las flores. Morticia respiró hondo, llenando sus pulmones con el aire fresco y fragante. Sintió una sensación de paz y tranquilidad que no había experimentado en mucho tiempo. Este templo, este jardín, era un mundo alejado del caos y el drama que a menudo definían su vida. Mientras contemplaba el jardín, Morticia no pudo evitar sonreír. Este viaje a Japón había sido una oportunidad para ella para escapar de su vida habitual y encontrarse a sí misma. Y en este tranquilo templo, rodeada de belleza natural, finalmente estaba comenzando a hacerlo.
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