• Después de un largo día en la tierra, Mark decidió volver al hotel y descansar. La habitación era pequeña, casi austera, sin lujos ni adornos innecesarios. Una cama deshecha, una silla en el rincón junto a una mesa cubierta con papeles, y una ventana que dejaba pasar la luz tenue de un atardecer que se desvanecía rápidamente. Mark estaba solo, sin soldados que lo vigilasen, sin órdenes inmediatas que seguir. Era su último día en la Tierra, antes de regresar a su deber, y aún no estaba listo para partir.

    En la mochila que llevaba consigo, su mirada se detuvo por un instante en un objeto que no estaba relacionado con las batallas, las guerras ni la conquista: un libro. Simplemente lo sacó y lo dejó sobre la mesa, sus dedos rozando la cubierta como si estuviera tocando algo raro, algo ajeno a el. Había encontrado ese libro en su antiguo hogar, escondido en una caja de cartón encima de un armario viejo. Tenía entendido que los libros fueron escritos por su padre, pero nunca les prestó mayor interés. Pero ahora, en la quietud de la habitación, algo le impulsó a abrirlo.

    Lo hojeó por unos momentos hasta llegar a una página que captó su atención. El título en la parte superior decía: "Space Racer: El hombre con el arma INVENCIBLE". Sin querer, su rostro adoptó una ligera expresión de curiosidad. Se acomodó en la silla y comenzó a leer.

    —Buen titulo, papá. —Dijo el, mostrando una leve sonrisa.

    —"𝙋𝙤𝙘𝙤 𝙨𝙚 𝙨𝙖𝙗𝙞́𝙖 𝙨𝙤𝙗𝙧𝙚 𝙚𝙡 𝙎𝙥𝙖𝙘𝙚 𝙍𝙖𝙘𝙚𝙧. 𝙀𝙧𝙖 𝙪𝙣 𝙢𝙞𝙨𝙩𝙚𝙧𝙞𝙤, 𝙪𝙣𝙖 𝙛𝙞𝙜𝙪𝙧𝙖 𝙡𝙚𝙜𝙚𝙣𝙙𝙖𝙧𝙞𝙖. 𝙎𝙪𝙨 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖𝙨 𝙖𝙗𝙖𝙧𝙘𝙖𝙣 𝟭𝟮 𝙜𝙖𝙡𝙖𝙭𝙞𝙖𝙨 𝙮 𝙩𝙤𝙙𝙖𝙨 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨 𝙞𝙣𝙘𝙡𝙪𝙞́𝙖𝙣 𝙪𝙣𝙖 𝙘𝙤𝙣𝙨𝙩𝙖𝙣𝙩𝙚:

    —"𝙄𝙉𝙁𝙄𝙉𝙄𝙏𝙔 𝙍𝘼𝙔" —Realizó una breve pausa al leer aquel nombre, luego continuó con la lectura.

    —"𝙎𝙚 𝙙𝙚𝙘𝙞́𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙚𝙢𝙞𝙩𝙞́𝙖 𝙪𝙣𝙖 𝙤𝙣𝙙𝙖 𝙙𝙚 𝙚𝙣𝙚𝙧𝙜𝙞́𝙖 𝙞𝙢𝙥𝙖𝙧𝙖𝙗𝙡𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙚𝙨𝙩𝙧𝙪𝙞́𝙖 𝙩𝙤𝙙𝙤 𝙖 𝙨𝙪 𝙥𝙖𝙨𝙤: 𝙖𝙨𝙩𝙚𝙧𝙤𝙞𝙙𝙚𝙨, 𝙨𝙖𝙩𝙚́𝙡𝙞𝙩𝙚𝙨, 𝙥𝙡𝙖𝙣𝙚𝙩𝙖𝙨 𝙮 𝙚𝙨𝙩𝙧𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨. 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙧𝙚𝙦𝙪𝙚𝙧𝙞́𝙖 𝙪𝙣 𝙥𝙪𝙡𝙨𝙤 𝙛𝙞𝙧𝙢𝙚 𝙮 𝙢𝙖́𝙨 𝙞𝙢𝙥𝙤𝙧𝙩𝙖𝙣𝙩𝙚 𝙖𝙪́𝙣, 𝙪𝙣𝙖 𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚 𝙛𝙞𝙧𝙢𝙚. 𝙉𝙖𝙙𝙞𝙚 𝙥𝙪𝙙𝙤 𝙖𝙘𝙚𝙧𝙘𝙖𝙧𝙨𝙚 𝙖 𝙄𝙣𝙛𝙞𝙣𝙞𝙩𝙮 𝙍𝙖𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙨𝙩𝙪𝙙𝙞𝙖𝙧 𝙚𝙡 𝙖𝙧𝙢𝙖 𝙥𝙤𝙧 𝙨𝙪 𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙖".

    —"𝙎𝙞 𝙄𝙣𝙛𝙞𝙣𝙞𝙩𝙮 𝙍𝙖𝙮 𝙚𝙨 𝙧𝙚𝙖𝙡 𝙮 𝙚𝙨 𝙩𝙖́𝙣 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧𝙤𝙨𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙡𝙖𝙨 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖𝙨 𝙙𝙞𝙘𝙚𝙣, 𝙧𝙚𝙥𝙧𝙚𝙨𝙚𝙣𝙩𝙖 𝙪𝙣 𝙜𝙧𝙖𝙣 𝙥𝙚𝙡𝙞𝙜𝙧𝙤 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙣𝙪𝙚𝙨𝙩𝙧𝙖 𝙢𝙞𝙨𝙞𝙤́𝙣"

    Mark cerró el libro por un momento, pensativo. Había algo en la historia que le resonaba, algo que sentía profundamente en su ser. El concepto de ser imparable, de ser tan fuerte que nadie pudiera desafiarte. En cierto modo, Space Racer, con su arma destructiva, le recordaba a el mismo. El cazador sin escrúpulos, imparable, brutal... y vacío.

    Después de un largo día en la tierra, Mark decidió volver al hotel y descansar. La habitación era pequeña, casi austera, sin lujos ni adornos innecesarios. Una cama deshecha, una silla en el rincón junto a una mesa cubierta con papeles, y una ventana que dejaba pasar la luz tenue de un atardecer que se desvanecía rápidamente. Mark estaba solo, sin soldados que lo vigilasen, sin órdenes inmediatas que seguir. Era su último día en la Tierra, antes de regresar a su deber, y aún no estaba listo para partir. En la mochila que llevaba consigo, su mirada se detuvo por un instante en un objeto que no estaba relacionado con las batallas, las guerras ni la conquista: un libro. Simplemente lo sacó y lo dejó sobre la mesa, sus dedos rozando la cubierta como si estuviera tocando algo raro, algo ajeno a el. Había encontrado ese libro en su antiguo hogar, escondido en una caja de cartón encima de un armario viejo. Tenía entendido que los libros fueron escritos por su padre, pero nunca les prestó mayor interés. Pero ahora, en la quietud de la habitación, algo le impulsó a abrirlo. Lo hojeó por unos momentos hasta llegar a una página que captó su atención. El título en la parte superior decía: "Space Racer: El hombre con el arma INVENCIBLE". Sin querer, su rostro adoptó una ligera expresión de curiosidad. Se acomodó en la silla y comenzó a leer. —Buen titulo, papá. —Dijo el, mostrando una leve sonrisa. —"𝙋𝙤𝙘𝙤 𝙨𝙚 𝙨𝙖𝙗𝙞́𝙖 𝙨𝙤𝙗𝙧𝙚 𝙚𝙡 𝙎𝙥𝙖𝙘𝙚 𝙍𝙖𝙘𝙚𝙧. 𝙀𝙧𝙖 𝙪𝙣 𝙢𝙞𝙨𝙩𝙚𝙧𝙞𝙤, 𝙪𝙣𝙖 𝙛𝙞𝙜𝙪𝙧𝙖 𝙡𝙚𝙜𝙚𝙣𝙙𝙖𝙧𝙞𝙖. 𝙎𝙪𝙨 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖𝙨 𝙖𝙗𝙖𝙧𝙘𝙖𝙣 𝟭𝟮 𝙜𝙖𝙡𝙖𝙭𝙞𝙖𝙨 𝙮 𝙩𝙤𝙙𝙖𝙨 𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨 𝙞𝙣𝙘𝙡𝙪𝙞́𝙖𝙣 𝙪𝙣𝙖 𝙘𝙤𝙣𝙨𝙩𝙖𝙣𝙩𝙚: —"𝙄𝙉𝙁𝙄𝙉𝙄𝙏𝙔 𝙍𝘼𝙔" —Realizó una breve pausa al leer aquel nombre, luego continuó con la lectura. —"𝙎𝙚 𝙙𝙚𝙘𝙞́𝙖 𝙦𝙪𝙚 𝙚𝙢𝙞𝙩𝙞́𝙖 𝙪𝙣𝙖 𝙤𝙣𝙙𝙖 𝙙𝙚 𝙚𝙣𝙚𝙧𝙜𝙞́𝙖 𝙞𝙢𝙥𝙖𝙧𝙖𝙗𝙡𝙚 𝙦𝙪𝙚 𝙙𝙚𝙨𝙩𝙧𝙪𝙞́𝙖 𝙩𝙤𝙙𝙤 𝙖 𝙨𝙪 𝙥𝙖𝙨𝙤: 𝙖𝙨𝙩𝙚𝙧𝙤𝙞𝙙𝙚𝙨, 𝙨𝙖𝙩𝙚́𝙡𝙞𝙩𝙚𝙨, 𝙥𝙡𝙖𝙣𝙚𝙩𝙖𝙨 𝙮 𝙚𝙨𝙩𝙧𝙚𝙡𝙡𝙖𝙨. 𝙋𝙚𝙧𝙤 𝙧𝙚𝙦𝙪𝙚𝙧𝙞́𝙖 𝙪𝙣 𝙥𝙪𝙡𝙨𝙤 𝙛𝙞𝙧𝙢𝙚 𝙮 𝙢𝙖́𝙨 𝙞𝙢𝙥𝙤𝙧𝙩𝙖𝙣𝙩𝙚 𝙖𝙪́𝙣, 𝙪𝙣𝙖 𝙢𝙚𝙣𝙩𝙚 𝙛𝙞𝙧𝙢𝙚. 𝙉𝙖𝙙𝙞𝙚 𝙥𝙪𝙙𝙤 𝙖𝙘𝙚𝙧𝙘𝙖𝙧𝙨𝙚 𝙖 𝙄𝙣𝙛𝙞𝙣𝙞𝙩𝙮 𝙍𝙖𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙚𝙨𝙩𝙪𝙙𝙞𝙖𝙧 𝙚𝙡 𝙖𝙧𝙢𝙖 𝙥𝙤𝙧 𝙨𝙪 𝙘𝙪𝙚𝙣𝙩𝙖". —"𝙎𝙞 𝙄𝙣𝙛𝙞𝙣𝙞𝙩𝙮 𝙍𝙖𝙮 𝙚𝙨 𝙧𝙚𝙖𝙡 𝙮 𝙚𝙨 𝙩𝙖́𝙣 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧𝙤𝙨𝙤 𝙘𝙤𝙢𝙤 𝙡𝙖𝙨 𝙝𝙞𝙨𝙩𝙤𝙧𝙞𝙖𝙨 𝙙𝙞𝙘𝙚𝙣, 𝙧𝙚𝙥𝙧𝙚𝙨𝙚𝙣𝙩𝙖 𝙪𝙣 𝙜𝙧𝙖𝙣 𝙥𝙚𝙡𝙞𝙜𝙧𝙤 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙣𝙪𝙚𝙨𝙩𝙧𝙖 𝙢𝙞𝙨𝙞𝙤́𝙣" Mark cerró el libro por un momento, pensativo. Había algo en la historia que le resonaba, algo que sentía profundamente en su ser. El concepto de ser imparable, de ser tan fuerte que nadie pudiera desafiarte. En cierto modo, Space Racer, con su arma destructiva, le recordaba a el mismo. El cazador sin escrúpulos, imparable, brutal... y vacío.
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  • Inspección.

    ‹ Estaba con sus soldados ayudantes, quiénes también eran jueces aunque aprendices ese día. Revisó la lista de personas sospechosas infectadas que se le otorgó mientras dirigía su mirada hacia una fila de personas que estaban reunidas cerca de ellos. Aunque había un niño que no dejaba de mirarle fijamente. Lu Feng encontró ésto sospechoso. ›

    — ¿De dónde viene ese niño y porqué no deja de mirarme? Quizás está infectado..

    ‹ Justo cuando ya estaba sacando su arma e iba a acercarse a verificar, un solado a su lado habló rápidamente. ›

    — Le tiene miedo, mi señor.

    ‹ Lu Feng se detuvo y le dió una mirada inexpresiva al soldado, pero éste sabía que esa mirada de su líder era de incredulidad. Así que volvió a hablar. ›

    — Estoy seguro de que usted ya le habría juzgado si el niño estuviera infectado sin necesidad de verificar. Entonces la razón por la que le observa tan fervientemente es porque teme de usted.

    ‹ Aún con tanta explicación, Lu Feng siguió neutral. Guardó su arma con suavidad y le devolvió la mirada al infante, quién bajo ese color esmeralda intenso se sintió expuesto y se escondió con pánico detrás de un hombre, Lu Feng supuso que era su padre. Él tampoco estaba infectado. Había experimentado miradas de miedo, rechazo, repulsión y odio. Pero todo era de adultos, ésta era la primera vez que recibía eso de un niño. ›

    ‹ Suspiró levemente y ladeó su cabeza y luego miró al soldado. Éste comprendió y corrió a decirle al padre e hijo que podían irse de la inspección. Ellos se pusieron alegres como si habían tenido otra oportunidad para vivir y se fueron. Aunque no sería lo mismo para otras personas. A los minutos los disparos empezaron a sonar y el juez olvidó ese instante de momentánea humanidad que creyó siempre inexistente. ›
    Inspección. ‹ Estaba con sus soldados ayudantes, quiénes también eran jueces aunque aprendices ese día. Revisó la lista de personas sospechosas infectadas que se le otorgó mientras dirigía su mirada hacia una fila de personas que estaban reunidas cerca de ellos. Aunque había un niño que no dejaba de mirarle fijamente. Lu Feng encontró ésto sospechoso. › — ¿De dónde viene ese niño y porqué no deja de mirarme? Quizás está infectado.. ‹ Justo cuando ya estaba sacando su arma e iba a acercarse a verificar, un solado a su lado habló rápidamente. › — Le tiene miedo, mi señor. ‹ Lu Feng se detuvo y le dió una mirada inexpresiva al soldado, pero éste sabía que esa mirada de su líder era de incredulidad. Así que volvió a hablar. › — Estoy seguro de que usted ya le habría juzgado si el niño estuviera infectado sin necesidad de verificar. Entonces la razón por la que le observa tan fervientemente es porque teme de usted. ‹ Aún con tanta explicación, Lu Feng siguió neutral. Guardó su arma con suavidad y le devolvió la mirada al infante, quién bajo ese color esmeralda intenso se sintió expuesto y se escondió con pánico detrás de un hombre, Lu Feng supuso que era su padre. Él tampoco estaba infectado. Había experimentado miradas de miedo, rechazo, repulsión y odio. Pero todo era de adultos, ésta era la primera vez que recibía eso de un niño. › ‹ Suspiró levemente y ladeó su cabeza y luego miró al soldado. Éste comprendió y corrió a decirle al padre e hijo que podían irse de la inspección. Ellos se pusieron alegres como si habían tenido otra oportunidad para vivir y se fueron. Aunque no sería lo mismo para otras personas. A los minutos los disparos empezaron a sonar y el juez olvidó ese instante de momentánea humanidad que creyó siempre inexistente. ›
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    || Amo el soldado que trae la cámara para grabar toda la batalla como en la película jajajaja y todo siguieron el juego.
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    #Marvel #DiezCosasSobre 𝗕𝘂𝗰𝗸𝘆

    𝟷. Su nombre completo es James Buchanan "Bucky" Barnes.

    𝟸. Nació en Shelbyville, Indiana, EE. UU.

    𝟹. Es alguien leal, valiente y determinado, aunque con un pasado complicado.

    𝟺. Tiene fuerte habilidad en combate cuerpo a cuerpo y tácticas militares.

    𝟻. Fue el mejor amigo de Steve Rogers y soldado durante la Segunda Guerra Mundial.

    𝟼. En la década de los 40s fue capturado y sometido a lavado de cerebro por HYDRA, convirtiéndose en el Soldado del Invierno. (Un arma humana).

    𝟽. Posee una fuerza y resistencia sobrehumanas gracias a los experimentos de HYDRA.

    𝟾. Como soldado del invierno, era un asesino eficaz y sin emociones, cumpliendo misiones sin cuestionar.

    𝟿. Lleva una carga de culpa por las acciones que cometió como Soldado del Invierno.

    𝟷𝟶. Busca redimirse por sus acciones pasadas y encontrar un propósito en su vida.

    𝙴𝚡𝚝𝚛𝚊| Se une a los vengadores por segunda vez en su afán de un cambio significativo y para proteger a aquellos que le importan.
    #Marvel #DiezCosasSobre 𝗕𝘂𝗰𝗸𝘆 𝟷. Su nombre completo es James Buchanan "Bucky" Barnes. 𝟸. Nació en Shelbyville, Indiana, EE. UU. 𝟹. Es alguien leal, valiente y determinado, aunque con un pasado complicado. 𝟺. Tiene fuerte habilidad en combate cuerpo a cuerpo y tácticas militares. 𝟻. Fue el mejor amigo de Steve Rogers y soldado durante la Segunda Guerra Mundial. 𝟼. En la década de los 40s fue capturado y sometido a lavado de cerebro por HYDRA, convirtiéndose en el Soldado del Invierno. (Un arma humana). 𝟽. Posee una fuerza y resistencia sobrehumanas gracias a los experimentos de HYDRA. 𝟾. Como soldado del invierno, era un asesino eficaz y sin emociones, cumpliendo misiones sin cuestionar. 𝟿. Lleva una carga de culpa por las acciones que cometió como Soldado del Invierno. 𝟷𝟶. Busca redimirse por sus acciones pasadas y encontrar un propósito en su vida. 𝙴𝚡𝚝𝚛𝚊| Se une a los vengadores por segunda vez en su afán de un cambio significativo y para proteger a aquellos que le importan.
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  • #DiezCosasSobre Capitán América

    𝟏. Su nombre completo es: Steven Grant Rogers.

    𝟐. Nació en Brooklyn, Nueva York, EE. UU.

    𝟑. Tiene un físico alto, atlético y musculoso gracias al suero del supersoldado.

    𝟒. Su personalidad es la de un líder natural, valiente, leal y con un fuerte sentido de justicia.

    𝟓. Sus habilidades son la fuerza, velocidad, agilidad y resistencia sobrehumanas.

    𝟔. Su arma: un escudo casi indestructible hecho de vibranio.

    𝟕. Fue un soldado débil que se convirtió en supersoldado durante la Segunda Guerra Mundial.

    𝟖. Estuvo congelado en hielo durante décadas y despertó en el presente.

    𝟗. Está dispuesto a sacrificar su propia vida por el bien de los demás y la justicia.

    𝟏𝟎. Le gusta bailar, especialmente el swing y otros estilos de la década de 1940.

    #Marvel #3D
    #DiezCosasSobre Capitán América 𝟏. Su nombre completo es: Steven Grant Rogers. 𝟐. Nació en Brooklyn, Nueva York, EE. UU. 𝟑. Tiene un físico alto, atlético y musculoso gracias al suero del supersoldado. 𝟒. Su personalidad es la de un líder natural, valiente, leal y con un fuerte sentido de justicia. 𝟓. Sus habilidades son la fuerza, velocidad, agilidad y resistencia sobrehumanas. 𝟔. Su arma: un escudo casi indestructible hecho de vibranio. 𝟕. Fue un soldado débil que se convirtió en supersoldado durante la Segunda Guerra Mundial. 𝟖. Estuvo congelado en hielo durante décadas y despertó en el presente. 𝟗. Está dispuesto a sacrificar su propia vida por el bien de los demás y la justicia. 𝟏𝟎. Le gusta bailar, especialmente el swing y otros estilos de la década de 1940. #Marvel #3D
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  • ⟬ FLASHBACK ⟭

    El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino.

    Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio.

    La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible.

    La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control.

    Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación.

    Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla.

    La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió.

    Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida.

    No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar.

    Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra.

    Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
    ⟬ FLASHBACK ⟭ El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino. Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio. La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible. La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control. Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación. Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla. La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió. Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida. No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar. Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra. Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
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  • “Cuando cruzamos, pudimos verlo.

    La oscuridad… la oscuridad ahí estaba, y ante su comando las sombras respondieron.

    Vimos como la noche se levantaba cual soldado marchando hacia nosotros mientras la oscuridad los comandaba

    Y temimos, pues vimos como la muerte nos fijaba la mirada, anhelando tomar nuestras almas.

    Reclamándonos para también unirnos a sus filas
    “Cuando cruzamos, pudimos verlo. La oscuridad… la oscuridad ahí estaba, y ante su comando las sombras respondieron. Vimos como la noche se levantaba cual soldado marchando hacia nosotros mientras la oscuridad los comandaba Y temimos, pues vimos como la muerte nos fijaba la mirada, anhelando tomar nuestras almas. Reclamándonos para también unirnos a sus filas
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  • El planeta Gardan, ubicado fuera de los límites de la galaxia conocida, se convirtió en un punto estratégico de interés para el Imperio Viltrumita. Durante meses fue objeto de estudio: su clima, su estructura social, sus recursos. Finalmente, había llegado la hora de integrarlo al dominio imperial. A pesar de ser una civilización tecnológicamente avanzada —casi al nivel de los humanos de la Tierra—, los habitantes del planeta vivían sumidos en conflictos sin sentido. Guerras territoriales, rivalidades ancestrales, ambiciones desmedidas. Los líderes deseaban el poder y los recursos únicamente para ellos, mientras los más débiles caían en el fuego cruzado o eran devorados por criaturas colosales de un solo ojo, bestias de más de dos metros diseñadas para erradicar poblaciones enteras y allanar el terreno para sus amos.

    Mark, enviado directo desde la Tierra en la nave Viltrumita, descendió sobre aquel mundo con un mensaje claro: redención o aniquilación. Se reunió con los líderes de las naciones dominantes en una sala de conferencias de proporciones monumentales. Ya todos sentados en una gran mesa redonda en lo que parecía ser una gran mesa redonda, el debate había comenzado.

    Las criaturas, de aspecto delgado, piel cerúlea y un solo ojo centelleante en medio del rostro, lo escucharon con atención. Medían poco más de metro y medio, y aunque frágiles a la vista, demostraban inteligencia y estrategia. Mark les ofreció una oportunidad: acceso a tecnología Viltrumita, el fin de los conflictos, erradicación de la hambruna y defensa garantizada frente a amenazas estelares. Al principio, la conversación fue cordial.
    Pero como él sospechaba, la desconfianza brotó rápidamente.

    —Si aceptamos unirnos al Imperio —dijo uno de los líderes— no seremos más que ganado. Esclavos bajo otro nombre.

    Todos los presentes se pusieron de pie al instante, derribando sus sillas con brusquedad. Sin dudarlo, sacaron sus armas: rifles térmicos de última generación, capaces de desintegrar materia orgánica en segundos. Dispararon.
    La lluvia de energía golpeó a Mark con violencia. Cualquier otro habría muerto en el acto. Pero los rayos solo rebotaban inofensivos en su cuerpo, como si lo rodeara una capa invisible de acero. Cuando se dieron cuenta de que sus armas eran inútiles, el fuego cesó. Mark suspiró con un dejo de tristeza.

    —¿Saben...? Lo presentí desde que llegué. No estoy molesto... solo me decepciona que este planeta tenga que ser destruido.

    Sin previo aviso, se lanzó al frente. En una fracción de segundo, se encontraba frente al líder más poderoso. Lo tomó del cuello y, con una sola mano, le arrancó la cabeza de un apretón seco. La sangre brotó como una fuente, bañando la mesa de negociación.

    —Pudo ser mejor para ustedes. Solo tenían que aceptar... puta madre.

    Lo que siguió fue una masacre. Mark acabó con todos los presentes en cuestión de segundos, usando solo sus manos. No le costó nada. Eran criaturas frágiles, sin preparación para enfrentar el verdadero poder de un viltrumita. Al finalizar la ejecución, Mark contactó con el comando imperial.

    —Negociación fallida. Los Gardianos no están dispuestos a cooperar. —Comentó con serenidad el Viltrumita, La respuesta del general Kregg fue inmediata.

    —"Procede con la eliminación global. Que no quede rastro".

    Mark no pidió más explicaciones. En el transcurso de una semana, él solo desató el fin de toda una civilización. Redujo a cenizas las fuerzas armadas, arrasó ciudades, quemó aldeas. Cada rincón del planeta fue testigo del poder que pretendieron desafiar. Cuando la misión concluyó, Gardan no era más que una tumba sin nombre: edificios calcinados, cuerpos sin enterrar esparcidos por las calles y un silencio que helaba los huesos. El soldado Viltrumita solo se detuvo ha observar desde los cielos todo lo que había causado. En cuestión de segundos volvió a contactar con la base Viltrumita.

    —Misión cumplida. Me hubiera tomado menos tiempo, pero los ogros mostraron más resistencia y poder que los Gardianos promedio. Regresaré a la nave, Mark fuera.

    Tomó un breve impulso flexionando las piernas, acto seguido salió disparado en línea recta hacía el cielo del planeta. Antes de salir de la atmosfera contuvo la respiración y en cuestión de segundos ya se encontraba en la exosfera del planeta, dejando atrás lo que una vez fue un intento de forma de vida alienígena avanzada e inteligente.


    El planeta Gardan, ubicado fuera de los límites de la galaxia conocida, se convirtió en un punto estratégico de interés para el Imperio Viltrumita. Durante meses fue objeto de estudio: su clima, su estructura social, sus recursos. Finalmente, había llegado la hora de integrarlo al dominio imperial. A pesar de ser una civilización tecnológicamente avanzada —casi al nivel de los humanos de la Tierra—, los habitantes del planeta vivían sumidos en conflictos sin sentido. Guerras territoriales, rivalidades ancestrales, ambiciones desmedidas. Los líderes deseaban el poder y los recursos únicamente para ellos, mientras los más débiles caían en el fuego cruzado o eran devorados por criaturas colosales de un solo ojo, bestias de más de dos metros diseñadas para erradicar poblaciones enteras y allanar el terreno para sus amos. Mark, enviado directo desde la Tierra en la nave Viltrumita, descendió sobre aquel mundo con un mensaje claro: redención o aniquilación. Se reunió con los líderes de las naciones dominantes en una sala de conferencias de proporciones monumentales. Ya todos sentados en una gran mesa redonda en lo que parecía ser una gran mesa redonda, el debate había comenzado. Las criaturas, de aspecto delgado, piel cerúlea y un solo ojo centelleante en medio del rostro, lo escucharon con atención. Medían poco más de metro y medio, y aunque frágiles a la vista, demostraban inteligencia y estrategia. Mark les ofreció una oportunidad: acceso a tecnología Viltrumita, el fin de los conflictos, erradicación de la hambruna y defensa garantizada frente a amenazas estelares. Al principio, la conversación fue cordial. Pero como él sospechaba, la desconfianza brotó rápidamente. —Si aceptamos unirnos al Imperio —dijo uno de los líderes— no seremos más que ganado. Esclavos bajo otro nombre. Todos los presentes se pusieron de pie al instante, derribando sus sillas con brusquedad. Sin dudarlo, sacaron sus armas: rifles térmicos de última generación, capaces de desintegrar materia orgánica en segundos. Dispararon. La lluvia de energía golpeó a Mark con violencia. Cualquier otro habría muerto en el acto. Pero los rayos solo rebotaban inofensivos en su cuerpo, como si lo rodeara una capa invisible de acero. Cuando se dieron cuenta de que sus armas eran inútiles, el fuego cesó. Mark suspiró con un dejo de tristeza. —¿Saben...? Lo presentí desde que llegué. No estoy molesto... solo me decepciona que este planeta tenga que ser destruido. Sin previo aviso, se lanzó al frente. En una fracción de segundo, se encontraba frente al líder más poderoso. Lo tomó del cuello y, con una sola mano, le arrancó la cabeza de un apretón seco. La sangre brotó como una fuente, bañando la mesa de negociación. —Pudo ser mejor para ustedes. Solo tenían que aceptar... puta madre. Lo que siguió fue una masacre. Mark acabó con todos los presentes en cuestión de segundos, usando solo sus manos. No le costó nada. Eran criaturas frágiles, sin preparación para enfrentar el verdadero poder de un viltrumita. Al finalizar la ejecución, Mark contactó con el comando imperial. —Negociación fallida. Los Gardianos no están dispuestos a cooperar. —Comentó con serenidad el Viltrumita, La respuesta del general Kregg fue inmediata. —"Procede con la eliminación global. Que no quede rastro". Mark no pidió más explicaciones. En el transcurso de una semana, él solo desató el fin de toda una civilización. Redujo a cenizas las fuerzas armadas, arrasó ciudades, quemó aldeas. Cada rincón del planeta fue testigo del poder que pretendieron desafiar. Cuando la misión concluyó, Gardan no era más que una tumba sin nombre: edificios calcinados, cuerpos sin enterrar esparcidos por las calles y un silencio que helaba los huesos. El soldado Viltrumita solo se detuvo ha observar desde los cielos todo lo que había causado. En cuestión de segundos volvió a contactar con la base Viltrumita. —Misión cumplida. Me hubiera tomado menos tiempo, pero los ogros mostraron más resistencia y poder que los Gardianos promedio. Regresaré a la nave, Mark fuera. Tomó un breve impulso flexionando las piernas, acto seguido salió disparado en línea recta hacía el cielo del planeta. Antes de salir de la atmosfera contuvo la respiración y en cuestión de segundos ya se encontraba en la exosfera del planeta, dejando atrás lo que una vez fue un intento de forma de vida alienígena avanzada e inteligente.
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  • Operación Boreal
    Fandom Marbella Vice
    Categoría Original
    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa.

    Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras.

    Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira.

    El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro.

    Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era.

    Lo sabía bien.

    Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma.

    Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba.

    Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí.

    Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad.

    Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo.

    El se giró, alerta.

    Pero no vio a nadie.

    Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto.

    No era casualidad. Era estrategia.

    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa. Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras. Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira. El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro. Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era. Lo sabía bien. Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma. Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba. Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí. Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad. Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo. El se giró, alerta. Pero no vio a nadie. Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto. No era casualidad. Era estrategia.
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  • —Puedo hacer que cada criatura que mis soldados exterminen se vuelvan parte de mis números.

    Ustedes eventualmente también formarán parte.

    Y eso, te incluye a ti—
    —Puedo hacer que cada criatura que mis soldados exterminen se vuelvan parte de mis números. Ustedes eventualmente también formarán parte. Y eso, te incluye a ti—
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