**El Ojo de la Justicia Sesgada**
La capital era un hervidero de luces y sombras, un escenario donde los titiriteros del poder jugaban a la guerra sin disparar una sola bala. Alejandro Zeppeli, sin embargo, prefería que su munición hablara por él. Cuatro misiones en una sola noche, cuatro decisiones tomadas por su extraño reloj.
### **1. La Traición del Banquero**
El primer objetivo era un banquero de rostro pulcro y sonrisa falsa, uno de esos hombres que lavaban dinero con la misma elegancia con la que se ajustaban la corbata. Un cliente anónimo quería verlo muerto antes de que pudiera cerrar un trato con un cartel rival. Alejandro, desde la azotea de un viejo edificio, sacó su reloj y giró la corona. La manecilla dorada se adelantó apenas un milímetro.
—Lo siento, amigo. Tu hora llegó.
El disparo atravesó el ventanal de su oficina. La tinta aún estaba fresca en los contratos cuando su cabeza golpeó el escritorio.
### **2. El Traficante Indeciso**
El segundo encargo lo llevó a los barrios bajos, donde un joven traficante de armas intentaba jugar en ligas mayores. No era más que un eslabón, alguien que aún no había aprendido que vender pólvora significaba ensuciarse las manos con sangre. Alejandro lo observó desde un callejón, sacó el reloj y lo giró.
Esta vez, la manecilla negra se mantuvo firme.
—Tienes suerte, chico. Aún no te toca.
En lugar de apretar el gatillo, disparó a las ruedas del auto en el que el traficante pensaba escapar. La policía, alertada por un informante anónimo (cortesía de Alejandro), llegó en minutos. No era un perdón absoluto, pero tampoco un castigo definitivo.
### **3. El General y Su Última Orden**
El tercero fue más complicado. Un general retirado, héroe de guerra convertido en mercenario, se ocultaba en un club nocturno exclusivo. Su pecado: vender secretos militares a quien pagara mejor.
Alejandro entró como un cliente más, con una camisa bien planchada y un vaso de whisky en la mano. Se sentó en la barra, miró su reloj y giró la corona. La dorada se inclinó, sin dudar.
Siguiendo la lógica de su propio juego, se acercó al general, se sentó frente a él y brindó.
—Por la lealtad —susurró.
El viejo soldado apenas tuvo tiempo de fruncir el ceño antes de sentir el filo de una daga deslizándose entre sus costillas.
### **4. El Contrato de la Viuda**
La última misión lo llevó a un apartamento en el centro de la ciudad. Una mujer desesperada le había pagado para matar a su exmarido, un maltratador reincidente que había evadido la justicia con sobornos y amenazas.
Alejandro subió por las escaleras de emergencia, miró por la ventana y vio al hombre bebiendo, con la seguridad de que nadie podría tocarlo.
Sacó el reloj. Lo giró.
La manecilla negra ganó.
Suspiró. No era su trabajo cuestionar el resultado. En lugar de matarlo, entró por la ventana, lo golpeó hasta dejarlo inconsciente y le dejó un mensaje grabado en la piel con la hoja de su navaja:
*"Si vuelves a ponerle una mano encima, la próxima vez la manecilla no te salvará."*
Terminadas sus tareas, Alejandro caminó por las calles de la capital hasta llegar a su refugio temporal: un lugar pintoresco, de esos con muebles de madera tallada y un olor a café recién hecho. Su habitación era modesta, con una cama firme y una ventana con vista a las luces lejanas de la ciudad.
Se quitó la chaqueta, dejó su rifle desmontado en la mesa y se sirvió un trago. Pero el descanso no duraría mucho.
Un sobre esperaba en la mesita de noche. Dentro, los detalles de su siguiente trabajo: un político en ascenso, con la sonrisa de un salvador pero las manos sucias de corrupción.
Alejandro miró el sobre, luego su reloj.
—Veamos qué tienes que decir esta vez.
Giró la corona y esperó.
La capital era un hervidero de luces y sombras, un escenario donde los titiriteros del poder jugaban a la guerra sin disparar una sola bala. Alejandro Zeppeli, sin embargo, prefería que su munición hablara por él. Cuatro misiones en una sola noche, cuatro decisiones tomadas por su extraño reloj.
### **1. La Traición del Banquero**
El primer objetivo era un banquero de rostro pulcro y sonrisa falsa, uno de esos hombres que lavaban dinero con la misma elegancia con la que se ajustaban la corbata. Un cliente anónimo quería verlo muerto antes de que pudiera cerrar un trato con un cartel rival. Alejandro, desde la azotea de un viejo edificio, sacó su reloj y giró la corona. La manecilla dorada se adelantó apenas un milímetro.
—Lo siento, amigo. Tu hora llegó.
El disparo atravesó el ventanal de su oficina. La tinta aún estaba fresca en los contratos cuando su cabeza golpeó el escritorio.
### **2. El Traficante Indeciso**
El segundo encargo lo llevó a los barrios bajos, donde un joven traficante de armas intentaba jugar en ligas mayores. No era más que un eslabón, alguien que aún no había aprendido que vender pólvora significaba ensuciarse las manos con sangre. Alejandro lo observó desde un callejón, sacó el reloj y lo giró.
Esta vez, la manecilla negra se mantuvo firme.
—Tienes suerte, chico. Aún no te toca.
En lugar de apretar el gatillo, disparó a las ruedas del auto en el que el traficante pensaba escapar. La policía, alertada por un informante anónimo (cortesía de Alejandro), llegó en minutos. No era un perdón absoluto, pero tampoco un castigo definitivo.
### **3. El General y Su Última Orden**
El tercero fue más complicado. Un general retirado, héroe de guerra convertido en mercenario, se ocultaba en un club nocturno exclusivo. Su pecado: vender secretos militares a quien pagara mejor.
Alejandro entró como un cliente más, con una camisa bien planchada y un vaso de whisky en la mano. Se sentó en la barra, miró su reloj y giró la corona. La dorada se inclinó, sin dudar.
Siguiendo la lógica de su propio juego, se acercó al general, se sentó frente a él y brindó.
—Por la lealtad —susurró.
El viejo soldado apenas tuvo tiempo de fruncir el ceño antes de sentir el filo de una daga deslizándose entre sus costillas.
### **4. El Contrato de la Viuda**
La última misión lo llevó a un apartamento en el centro de la ciudad. Una mujer desesperada le había pagado para matar a su exmarido, un maltratador reincidente que había evadido la justicia con sobornos y amenazas.
Alejandro subió por las escaleras de emergencia, miró por la ventana y vio al hombre bebiendo, con la seguridad de que nadie podría tocarlo.
Sacó el reloj. Lo giró.
La manecilla negra ganó.
Suspiró. No era su trabajo cuestionar el resultado. En lugar de matarlo, entró por la ventana, lo golpeó hasta dejarlo inconsciente y le dejó un mensaje grabado en la piel con la hoja de su navaja:
*"Si vuelves a ponerle una mano encima, la próxima vez la manecilla no te salvará."*
Terminadas sus tareas, Alejandro caminó por las calles de la capital hasta llegar a su refugio temporal: un lugar pintoresco, de esos con muebles de madera tallada y un olor a café recién hecho. Su habitación era modesta, con una cama firme y una ventana con vista a las luces lejanas de la ciudad.
Se quitó la chaqueta, dejó su rifle desmontado en la mesa y se sirvió un trago. Pero el descanso no duraría mucho.
Un sobre esperaba en la mesita de noche. Dentro, los detalles de su siguiente trabajo: un político en ascenso, con la sonrisa de un salvador pero las manos sucias de corrupción.
Alejandro miró el sobre, luego su reloj.
—Veamos qué tienes que decir esta vez.
Giró la corona y esperó.
**El Ojo de la Justicia Sesgada**
La capital era un hervidero de luces y sombras, un escenario donde los titiriteros del poder jugaban a la guerra sin disparar una sola bala. Alejandro Zeppeli, sin embargo, prefería que su munición hablara por él. Cuatro misiones en una sola noche, cuatro decisiones tomadas por su extraño reloj.
### **1. La Traición del Banquero**
El primer objetivo era un banquero de rostro pulcro y sonrisa falsa, uno de esos hombres que lavaban dinero con la misma elegancia con la que se ajustaban la corbata. Un cliente anónimo quería verlo muerto antes de que pudiera cerrar un trato con un cartel rival. Alejandro, desde la azotea de un viejo edificio, sacó su reloj y giró la corona. La manecilla dorada se adelantó apenas un milímetro.
—Lo siento, amigo. Tu hora llegó.
El disparo atravesó el ventanal de su oficina. La tinta aún estaba fresca en los contratos cuando su cabeza golpeó el escritorio.
### **2. El Traficante Indeciso**
El segundo encargo lo llevó a los barrios bajos, donde un joven traficante de armas intentaba jugar en ligas mayores. No era más que un eslabón, alguien que aún no había aprendido que vender pólvora significaba ensuciarse las manos con sangre. Alejandro lo observó desde un callejón, sacó el reloj y lo giró.
Esta vez, la manecilla negra se mantuvo firme.
—Tienes suerte, chico. Aún no te toca.
En lugar de apretar el gatillo, disparó a las ruedas del auto en el que el traficante pensaba escapar. La policía, alertada por un informante anónimo (cortesía de Alejandro), llegó en minutos. No era un perdón absoluto, pero tampoco un castigo definitivo.
### **3. El General y Su Última Orden**
El tercero fue más complicado. Un general retirado, héroe de guerra convertido en mercenario, se ocultaba en un club nocturno exclusivo. Su pecado: vender secretos militares a quien pagara mejor.
Alejandro entró como un cliente más, con una camisa bien planchada y un vaso de whisky en la mano. Se sentó en la barra, miró su reloj y giró la corona. La dorada se inclinó, sin dudar.
Siguiendo la lógica de su propio juego, se acercó al general, se sentó frente a él y brindó.
—Por la lealtad —susurró.
El viejo soldado apenas tuvo tiempo de fruncir el ceño antes de sentir el filo de una daga deslizándose entre sus costillas.
### **4. El Contrato de la Viuda**
La última misión lo llevó a un apartamento en el centro de la ciudad. Una mujer desesperada le había pagado para matar a su exmarido, un maltratador reincidente que había evadido la justicia con sobornos y amenazas.
Alejandro subió por las escaleras de emergencia, miró por la ventana y vio al hombre bebiendo, con la seguridad de que nadie podría tocarlo.
Sacó el reloj. Lo giró.
La manecilla negra ganó.
Suspiró. No era su trabajo cuestionar el resultado. En lugar de matarlo, entró por la ventana, lo golpeó hasta dejarlo inconsciente y le dejó un mensaje grabado en la piel con la hoja de su navaja:
*"Si vuelves a ponerle una mano encima, la próxima vez la manecilla no te salvará."*
Terminadas sus tareas, Alejandro caminó por las calles de la capital hasta llegar a su refugio temporal: un lugar pintoresco, de esos con muebles de madera tallada y un olor a café recién hecho. Su habitación era modesta, con una cama firme y una ventana con vista a las luces lejanas de la ciudad.
Se quitó la chaqueta, dejó su rifle desmontado en la mesa y se sirvió un trago. Pero el descanso no duraría mucho.
Un sobre esperaba en la mesita de noche. Dentro, los detalles de su siguiente trabajo: un político en ascenso, con la sonrisa de un salvador pero las manos sucias de corrupción.
Alejandro miró el sobre, luego su reloj.
—Veamos qué tienes que decir esta vez.
Giró la corona y esperó.
