He cortado hilos con la precisión de una eternidad acostumbrada al final. He visto almas suplicar por un segundo más, por una última palabra, por el calor de una caricia que ya no les pertenece. Pero hay algo más cruel que la muerte: desgarrar tu alma por alguien que nunca fue tuyo del todo.
No conozco los sentimientos como los mortales, pero las sensaciones... esas sí. Las he sentido arder entre mis dedos como hilos en llamas. Y sé lo que es un hogar que se enfría cuando esa persona ya no está. El calor no se va de golpe. Se desvanece, como un perfume que se niega a morir del todo, pero tampoco permanece. Y entonces, las paredes susurran en silencio lo que nunca se dijo, y el eco del vacío grita más fuerte que cualquier presencia.
Todo lo que antes era paz, ahora ruge. El aire pesa. El suelo cruje. Y cuando esa persona aparece, no alivia: abruma. Porque ya no sabes si extrañas lo que fue, o detestas lo que se ha vuelto. Y aún así, no huyes. No puedes. Porque incluso en la tormenta, prefieres eso a no sentir nada.
Yo, que soy el fin, sé reconocer los dolores que no matan, pero dejan llagas que ni el tiempo quiere tocar. Y tú… tú estás rota. Pero aún no estás lista para que yo corte tu hilo.
He cortado hilos con la precisión de una eternidad acostumbrada al final. He visto almas suplicar por un segundo más, por una última palabra, por el calor de una caricia que ya no les pertenece. Pero hay algo más cruel que la muerte: desgarrar tu alma por alguien que nunca fue tuyo del todo.
No conozco los sentimientos como los mortales, pero las sensaciones... esas sí. Las he sentido arder entre mis dedos como hilos en llamas. Y sé lo que es un hogar que se enfría cuando esa persona ya no está. El calor no se va de golpe. Se desvanece, como un perfume que se niega a morir del todo, pero tampoco permanece. Y entonces, las paredes susurran en silencio lo que nunca se dijo, y el eco del vacío grita más fuerte que cualquier presencia.
Todo lo que antes era paz, ahora ruge. El aire pesa. El suelo cruje. Y cuando esa persona aparece, no alivia: abruma. Porque ya no sabes si extrañas lo que fue, o detestas lo que se ha vuelto. Y aún así, no huyes. No puedes. Porque incluso en la tormenta, prefieres eso a no sentir nada.
Yo, que soy el fin, sé reconocer los dolores que no matan, pero dejan llagas que ni el tiempo quiere tocar. Y tú… tú estás rota. Pero aún no estás lista para que yo corte tu hilo.