• 𝐖𝐇𝐀𝐓 𝐈 𝐀𝐌? | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 (𝖆.𝕮.) – 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [???]

    Desde su nacimiento, hasta aquellas épocas mantenía esa belleza única y angelical. Rostro tallado, rubio, ojos celestes. Santiago era un ángel hasta en ése entonces, un hijo de Dios, que con el tiempo fue corrompiéndose por este mismo sometido a una vida llena de esclavitud y dolor en todos los aspectos.

    No sabía el porque, pero, siempre había un motivo insignificante donde su mismísimo padre lo hacía pasar por penurias. ¿El pecado? Quizá era aquello teniendo en cuenta que no había cometido ninguno hasta ese entonces.

    Solo era un joven, a veces trataba dd revelarse contra su propia sangre y hacerle frente, pero era inútil, su padre simplemente lo odiaba, quizá por ser diferente a los cuáles seguían su régimen.

    ❝ 𝘚𝘶𝘣𝘪𝘳é 𝘢𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰 𝘺 𝘨𝘰𝘣𝘦𝘳𝘯𝘢𝘳é 𝘢 𝘭𝘰𝘴 á𝘯𝘨𝘦𝘭𝘦𝘴. 𝘛𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳é 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰 𝘮á𝘴 𝘦𝘭𝘦𝘷𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰 𝘺 𝘴𝘦𝘳é 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘈𝘭𝘵í𝘴𝘪𝘮𝘰. ❞ ──── (𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 𝟏𝟒:𝟏𝟑)

    Pronunció aquellas palabras, una y otra vez en lo bajo mientras caminaba con los pies descalzos y ensuciandose con la tierra en cada paso que daba.

    En forma de protesta; decidió parar su andar al llegar a lo más alto de aquél lugar desierto. Estaba cargado de emociones ; Ira, tristeza, impotencia. Tenía la obligación de siempre ocultar sus alas pero en esta ocasión no lo haría, dejaría de ser parte de esto mismo. En un abrupto movimiento y tensión corporal dejó salir sus alas, conmemorando así de quién es él realmente y mostrándose en desacuerdo con aquellos que imponían sus prioridades por sobre todo los demás.

    ──── 𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰. . . 𝘚𝘰𝘺 𝘶𝘯 á𝘯𝘨𝘦𝘭, 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦. 𝘕𝘰 𝘷𝘢𝘴 𝘢 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘥𝘪𝘳 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯𝘰. ────

    Solo alcanzó a obsevar al cielo, su mirada fría y desafiante. El inicio de una revolución y conflicto entre un padre y su hijo.
    𝐖𝐇𝐀𝐓 𝐈 𝐀𝐌? | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 (𝖆.𝕮.) – 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [???] Desde su nacimiento, hasta aquellas épocas mantenía esa belleza única y angelical. Rostro tallado, rubio, ojos celestes. Santiago era un ángel hasta en ése entonces, un hijo de Dios, que con el tiempo fue corrompiéndose por este mismo sometido a una vida llena de esclavitud y dolor en todos los aspectos. No sabía el porque, pero, siempre había un motivo insignificante donde su mismísimo padre lo hacía pasar por penurias. ¿El pecado? Quizá era aquello teniendo en cuenta que no había cometido ninguno hasta ese entonces. Solo era un joven, a veces trataba dd revelarse contra su propia sangre y hacerle frente, pero era inútil, su padre simplemente lo odiaba, quizá por ser diferente a los cuáles seguían su régimen. ❝ 𝘚𝘶𝘣𝘪𝘳é 𝘢𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰 𝘺 𝘨𝘰𝘣𝘦𝘳𝘯𝘢𝘳é 𝘢 𝘭𝘰𝘴 á𝘯𝘨𝘦𝘭𝘦𝘴. 𝘛𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳é 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰 𝘮á𝘴 𝘦𝘭𝘦𝘷𝘢𝘥𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘤𝘪𝘦𝘭𝘰 𝘺 𝘴𝘦𝘳é 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘈𝘭𝘵í𝘴𝘪𝘮𝘰. ❞ ──── (𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 𝟏𝟒:𝟏𝟑) Pronunció aquellas palabras, una y otra vez en lo bajo mientras caminaba con los pies descalzos y ensuciandose con la tierra en cada paso que daba. En forma de protesta; decidió parar su andar al llegar a lo más alto de aquél lugar desierto. Estaba cargado de emociones ; Ira, tristeza, impotencia. Tenía la obligación de siempre ocultar sus alas pero en esta ocasión no lo haría, dejaría de ser parte de esto mismo. En un abrupto movimiento y tensión corporal dejó salir sus alas, conmemorando así de quién es él realmente y mostrándose en desacuerdo con aquellos que imponían sus prioridades por sobre todo los demás. ──── 𝘌𝘴𝘵𝘦 𝘴𝘰𝘺 𝘺𝘰. . . 𝘚𝘰𝘺 𝘶𝘯 á𝘯𝘨𝘦𝘭, 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦. 𝘕𝘰 𝘷𝘢𝘴 𝘢 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘥𝘪𝘳 𝘮𝘪 𝘥𝘦𝘴𝘵𝘪𝘯𝘰. ──── Solo alcanzó a obsevar al cielo, su mirada fría y desafiante. El inicio de una revolución y conflicto entre un padre y su hijo.
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  • Fragmentos de un mundo que no me pertenece
    Fandom OC
    Categoría Original
    El aire nocturno de la ciudad olía a hierro y humo, nada que ver con el frío limpio de los bosques nevados. Lysander caminaba por un callejón húmedo, la capucha cubriéndole el rostro y sus ojos brillando con ese reflejo sobrenatural que tanto esfuerzo le costaba ocultar. A su lado, enroscada alrededor de su brazo, la serpiente siseaba con un tono casi burlón.

    —“No perteneces aquí, Lysander. Estos humanos te miran como a un extraño, aunque no lo sepan.”
    —Lo sé… —murmuró él, apretando los puños—. Pero tampoco pertenezco allá arriba… y tú lo sabes.

    La voz se le quebró, apenas un susurro, cargado de frustración. Era cierto: en el cielo lo miraban como un error, un híbrido mal concebido; en la tierra, era un monstruo oculto entre multitudes.

    Una botella rota crujió bajo sus botas. El callejón no estaba vacío. Tres figuras emergieron de la penumbra, hombres de rostro áspero, con sonrisas que mezclaban burla y amenaza.

    —Eh, chico raro… —dijo uno de ellos, alzando un bate—. ¿Qué haces solo en esta parte de la ciudad? Parece que te perdiste…

    Lysander respiró hondo. “No pierdas el control, no pierdas el control…” repitió para sí mismo, recordando las palabras de su madre.

    —No quiero problemas. Déjenme pasar.

    Los hombres rieron, acercándose más. La serpiente siseó, enroscándose hasta su cuello.

    —Míralo, hasta tiene mascota. Qué adorable. —escupió otro, avanzando—. ¿Sabes cuánto puede valer esa piel en el mercado?

    El corazón de Lysander latió con furia. Sus alas invisibles —esas que siempre ocultaba en el mundo humano— parecieron presionar desde dentro, rogando por desplegarse. Sus ojos brillaron más, dorados, como brasas encendidas.

    —Dije… que no quiero problemas. —su voz retumbó, grave, casi no humana.

    El silencio cayó por un instante, pero el primero soltó una carcajada y levantó el bate para golpear. Fue el error más grande que pudo cometer.

    En un movimiento fluido, Lysander lo detuvo, la madera del bate crujiendo bajo la presión de su mano. El hombre apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser lanzado contra la pared con fuerza sobrenatural. Los otros dos retrocedieron, pero Lysander ya había dado un paso al frente, la serpiente siseando en sincronía con su respiración.

    —Les advertí… —susurró, y sus ojos se encendieron como brasas al viento.

    Uno intentó correr, pero el híbrido lo sujetó de la chaqueta y lo estampó contra el suelo, la sangre tiñendo el cemento húmedo. El último quedó paralizado, temblando, observando cómo el muchacho que parecía perdido se transformaba en un ser de sombras y luz, un ángel y un demonio al mismo tiempo.

    —Váyanse de mi vista. —dijo finalmente, liberando al único que aún respiraba. Su voz sonó como un juicio, como si cada palabra pesara toneladas.

    El hombre huyó tambaleando, dejando un rastro de miedo tras de sí. Lysander se quedó quieto, respirando con dificultad, mirando sus propias manos manchadas de sangre.

    —“No eres como ellos, pero tampoco como los otros. ¿Cuánto más podrás contenerte?” —preguntó la serpiente, con un siseo casi paternal.

    Lysander se dejó caer contra la pared del callejón, mirando el cielo apenas visible entre los edificios.

    —No lo sé… —susurró, con un hilo de voz—. No lo sé…

    Y por un instante, el chico que era un híbrido celestial y tengu se sintió exactamente lo que los demás veían en él: un extraño perdido en un mundo que nunca lo aceptaría del todo.
    El aire nocturno de la ciudad olía a hierro y humo, nada que ver con el frío limpio de los bosques nevados. Lysander caminaba por un callejón húmedo, la capucha cubriéndole el rostro y sus ojos brillando con ese reflejo sobrenatural que tanto esfuerzo le costaba ocultar. A su lado, enroscada alrededor de su brazo, la serpiente siseaba con un tono casi burlón. —“No perteneces aquí, Lysander. Estos humanos te miran como a un extraño, aunque no lo sepan.” —Lo sé… —murmuró él, apretando los puños—. Pero tampoco pertenezco allá arriba… y tú lo sabes. La voz se le quebró, apenas un susurro, cargado de frustración. Era cierto: en el cielo lo miraban como un error, un híbrido mal concebido; en la tierra, era un monstruo oculto entre multitudes. Una botella rota crujió bajo sus botas. El callejón no estaba vacío. Tres figuras emergieron de la penumbra, hombres de rostro áspero, con sonrisas que mezclaban burla y amenaza. —Eh, chico raro… —dijo uno de ellos, alzando un bate—. ¿Qué haces solo en esta parte de la ciudad? Parece que te perdiste… Lysander respiró hondo. “No pierdas el control, no pierdas el control…” repitió para sí mismo, recordando las palabras de su madre. —No quiero problemas. Déjenme pasar. Los hombres rieron, acercándose más. La serpiente siseó, enroscándose hasta su cuello. —Míralo, hasta tiene mascota. Qué adorable. —escupió otro, avanzando—. ¿Sabes cuánto puede valer esa piel en el mercado? El corazón de Lysander latió con furia. Sus alas invisibles —esas que siempre ocultaba en el mundo humano— parecieron presionar desde dentro, rogando por desplegarse. Sus ojos brillaron más, dorados, como brasas encendidas. —Dije… que no quiero problemas. —su voz retumbó, grave, casi no humana. El silencio cayó por un instante, pero el primero soltó una carcajada y levantó el bate para golpear. Fue el error más grande que pudo cometer. En un movimiento fluido, Lysander lo detuvo, la madera del bate crujiendo bajo la presión de su mano. El hombre apenas tuvo tiempo de gritar antes de ser lanzado contra la pared con fuerza sobrenatural. Los otros dos retrocedieron, pero Lysander ya había dado un paso al frente, la serpiente siseando en sincronía con su respiración. —Les advertí… —susurró, y sus ojos se encendieron como brasas al viento. Uno intentó correr, pero el híbrido lo sujetó de la chaqueta y lo estampó contra el suelo, la sangre tiñendo el cemento húmedo. El último quedó paralizado, temblando, observando cómo el muchacho que parecía perdido se transformaba en un ser de sombras y luz, un ángel y un demonio al mismo tiempo. —Váyanse de mi vista. —dijo finalmente, liberando al único que aún respiraba. Su voz sonó como un juicio, como si cada palabra pesara toneladas. El hombre huyó tambaleando, dejando un rastro de miedo tras de sí. Lysander se quedó quieto, respirando con dificultad, mirando sus propias manos manchadas de sangre. —“No eres como ellos, pero tampoco como los otros. ¿Cuánto más podrás contenerte?” —preguntó la serpiente, con un siseo casi paternal. Lysander se dejó caer contra la pared del callejón, mirando el cielo apenas visible entre los edificios. —No lo sé… —susurró, con un hilo de voz—. No lo sé… Y por un instante, el chico que era un híbrido celestial y tengu se sintió exactamente lo que los demás veían en él: un extraño perdido en un mundo que nunca lo aceptaría del todo.
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  • ❝ 𝑵𝒊𝒏𝒈𝒖𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒄𝒂𝒕𝒓𝒊𝒄𝒆𝒔 𝒆𝒏 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛𝒐𝒏 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐, 𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝑎𝑚𝑎𝑏𝑎... ❞

    𝑀𝑒 𝑛𝑒𝑔𝑢𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑟 𝑎𝑠𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑡𝑎𝑞𝑢𝑒, 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑖𝑎 𝑑𝑖𝑔𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑒 𝑠𝑒𝑟𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜. 𝑆𝑒𝑛𝑡𝑖𝑟 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑧𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝘩𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑖𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑏𝑖𝑎 𝑎𝑢𝑡𝑜𝑖𝑚𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜.

    𝑃𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑙 𝑗𝑒𝑓𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 𝘩𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝑠𝑒𝑐𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑜 𝑖𝑛𝑐𝑙𝑢𝑠𝑜 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑦 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠... 𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑎.

    Instalados en la segunda casa de seguridad dejó a su jefe en la seguridad de su oficina y muy bien custodiado; necesitaba mínimo tomar una ducha.

    Bajo las gotas frias de agua esperaba estas se llevaran no solo los restos de sangre y el dolor fisico sino también las heridas internas, esas que seguían escupiendo sangre y dolor pero era imposible... estaba ahí dónde todo comenzó.

    Después de su ducha se cambió y antes de presentarse ante su jefe para disculparse quiso serenarse, recuperar su calma y frialdad.
    Su lugar seguro: la biblioteca.

    —Evie... Evie... ¿el ajedrez no te enseñó que un mal movimiento te puede hacer perder a tu reina?

    Susurró mirando el juego del mismo que reposaba sobre la mesita de centro.
    ❝ 𝑵𝒊𝒏𝒈𝒖𝒏𝒂 𝒅𝒆 𝒍𝒂𝒔 𝒄𝒊𝒄𝒂𝒕𝒓𝒊𝒄𝒆𝒔 𝒆𝒏 𝒎𝒊 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛𝒐𝒏 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒖𝒏 𝒆𝒏𝒆𝒎𝒊𝒈𝒐, 𝒆𝒍𝒍𝒂𝒔 𝒗𝒊𝒏𝒊𝒆𝒓𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒈𝒆𝒏𝒕𝒆 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒆 𝑎𝑚𝑎𝑏𝑎... ❞ 𝑀𝑒 𝑛𝑒𝑔𝑢𝑒 𝑎 𝑟𝑒𝑐𝑖𝑏𝑖𝑟 𝑎𝑠𝑖𝑠𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑐𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑢𝑒𝑠 𝑑𝑒𝑙 𝑎𝑡𝑎𝑞𝑢𝑒, 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑠𝑒𝑛𝑡𝑖𝑎 𝑑𝑖𝑔𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑒𝑠𝑒 𝑠𝑒𝑟𝑣𝑖𝑐𝑖𝑜. 𝑆𝑒𝑛𝑡𝑖𝑟 𝑒𝑙 𝑒𝑠𝑐𝑜𝑧𝑜𝑟 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑖𝑒𝑙 𝘩𝑒𝑟𝑖𝑑𝑎 𝑒𝑟𝑎 𝑢𝑛𝑎 𝑝𝑒𝑛𝑖𝑡𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑞𝑢𝑒 𝑚𝑒 𝘩𝑎𝑏𝑖𝑎 𝑎𝑢𝑡𝑜𝑖𝑚𝑝𝑢𝑒𝑠𝑡𝑜. 𝑃𝑜𝑟 𝑚𝑖 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑙 𝑗𝑒𝑓𝑒 𝑝𝑢𝑑𝑜 𝘩𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑠𝑖𝑑𝑜 𝑠𝑒𝑐𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑎𝑑𝑜 𝑜 𝑖𝑛𝑐𝑙𝑢𝑠𝑜 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑑𝑎 𝑦 𝑡𝑜𝑑𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠... 𝑒𝑠𝑜𝑠 𝑚𝑎𝑙𝑑𝑖𝑡𝑜𝑠 𝑟𝑒𝑐𝑢𝑒𝑟𝑑𝑜𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑛𝑜 𝑚𝑒 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑞𝑢𝑖𝑙𝑎. Instalados en la segunda casa de seguridad dejó a su jefe en la seguridad de su oficina y muy bien custodiado; necesitaba mínimo tomar una ducha. Bajo las gotas frias de agua esperaba estas se llevaran no solo los restos de sangre y el dolor fisico sino también las heridas internas, esas que seguían escupiendo sangre y dolor pero era imposible... estaba ahí dónde todo comenzó. Después de su ducha se cambió y antes de presentarse ante su jefe para disculparse quiso serenarse, recuperar su calma y frialdad. Su lugar seguro: la biblioteca. —Evie... Evie... ¿el ajedrez no te enseñó que un mal movimiento te puede hacer perder a tu reina? Susurró mirando el juego del mismo que reposaba sobre la mesita de centro.
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  • “Es extraño. Nunca pensé que podría sentir algo parecido. He vivido demasiado tiempo con la certeza de que todo lo que toca mi vida termina manchado de sangre o reducido a cenizas. Y, sin embargo, ahora mismo, siento que alguien logró atravesar esa coraza que me había jurado no bajar jamás.

    No es fácil. No me gusta reconocerlo. Me hace sentir débil, expuesta, como si llevara un blanco pintado en el pecho. El amor nunca estuvo en mis planes. Para mí, las emociones eran un lujo que no podía permitirme, un error que podía costarme la vida. Pero ahí está: esa maldita sensación que me quema por dentro y que no sé cómo manejar.

    Lo vivo en silencio. Lo escondo como escondo mis armas, como escondo mis cicatrices. Y cada vez que me sorprendo sonriendo por un recuerdo o por un gesto, me odio un poco a mí misma. Porque sé lo que soy, sé lo que he hecho, y no me creo merecedora de algo tan limpio.

    Pero, al mismo tiempo… hay algo en todo esto que me da fuerzas. No la clase de fuerza que viene de un rifle cargado o de un cuchillo bien afilado. Es otra, más peligrosa, más adictiva. Es sentir que, por primera vez, no estoy sola aunque el mundo entero me grite lo contrario.

    Me da miedo. Me aterra. Pero también me hace sentir viva, y eso es algo que pensé que ya había perdido para siempre.”
    “Es extraño. Nunca pensé que podría sentir algo parecido. He vivido demasiado tiempo con la certeza de que todo lo que toca mi vida termina manchado de sangre o reducido a cenizas. Y, sin embargo, ahora mismo, siento que alguien logró atravesar esa coraza que me había jurado no bajar jamás. No es fácil. No me gusta reconocerlo. Me hace sentir débil, expuesta, como si llevara un blanco pintado en el pecho. El amor nunca estuvo en mis planes. Para mí, las emociones eran un lujo que no podía permitirme, un error que podía costarme la vida. Pero ahí está: esa maldita sensación que me quema por dentro y que no sé cómo manejar. Lo vivo en silencio. Lo escondo como escondo mis armas, como escondo mis cicatrices. Y cada vez que me sorprendo sonriendo por un recuerdo o por un gesto, me odio un poco a mí misma. Porque sé lo que soy, sé lo que he hecho, y no me creo merecedora de algo tan limpio. Pero, al mismo tiempo… hay algo en todo esto que me da fuerzas. No la clase de fuerza que viene de un rifle cargado o de un cuchillo bien afilado. Es otra, más peligrosa, más adictiva. Es sentir que, por primera vez, no estoy sola aunque el mundo entero me grite lo contrario. Me da miedo. Me aterra. Pero también me hace sentir viva, y eso es algo que pensé que ya había perdido para siempre.”
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  • ─Entonces… pagas, o te atienes a las consecuencias.

    Sentenció envuelto en un traje oscuro impecable, guantes negros y una mirada que helaba la sangre, su sola presencia parecía no solo reflejar quien era si no, a cuantos ha matado.

    Su objetivo era claro: extorsionr el local... o reducirlo a ruinas.

    El silencio se volvió insoportable.

    ¿Intervienes? ¿Observas desde las sombras? ¿O te conviertes en su próximo objetivo?

    🌹─Entonces… pagas, o te atienes a las consecuencias. Sentenció envuelto en un traje oscuro impecable, guantes negros y una mirada que helaba la sangre, su sola presencia parecía no solo reflejar quien era si no, a cuantos ha matado. Su objetivo era claro: extorsionr el local... o reducirlo a ruinas. El silencio se volvió insoportable. ¿Intervienes? ¿Observas desde las sombras? ¿O te conviertes en su próximo objetivo?
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  • Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
    Sentada en el alféizar, Hella se relamió. La punta de su lengua tomó una gota del líquido oscuro que se deslizaba desde su nariz hasta sus labios carmesí. No fue sangre ajena, sino la propia como un recordatorio del precio por husmear en los rincones donde lo prohibido duerme.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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    Donde hay destrucción de la felicidad, siempre hay olor a sangre... ¿verdad, onii-chan?
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  • Las bisagras se quejaron cuando la puerta se abrió de un golpe seco. El mercenario entró sin pedir permiso, la capa húmeda arrastrando polvo y barro. Tras de sí, arrastraba un saco que dejó caer con violencia sobre la alfombra. El impacto fue húmedo, pesado, y del interior se deslizó un brazo rígido, con la piel aún tibia y las uñas ennegrecidas por la sangre seca. El hedor llenó la sala.
    -El pago.
    Las bisagras se quejaron cuando la puerta se abrió de un golpe seco. El mercenario entró sin pedir permiso, la capa húmeda arrastrando polvo y barro. Tras de sí, arrastraba un saco que dejó caer con violencia sobre la alfombra. El impacto fue húmedo, pesado, y del interior se deslizó un brazo rígido, con la piel aún tibia y las uñas ennegrecidas por la sangre seca. El hedor llenó la sala. -El pago.
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  • La aguja entra en mi piel y siento cómo la sangre, espesa y ardiente, se mezcla con la mía. Al principio es solo un calor incómodo, pero en segundos se convierte en un fuego líquido que corre por mis venas, quemando cada rincón de mi cuerpo. Intento moverme, gritar, hacer algo… pero estoy atrapado. Es como si mi cuerpo ya no me obedeciera.

    El ardor se intensifica, mi piel late y arde como si fuera a desgarrarse desde adentro. Siento que se estira, que se rompe, que algo debajo quiere salir. Mis pulmones se llenan de aire pesado, espeso, como humo; respiro y me ahogo al mismo tiempo. El pánico me oprime el pecho, me corta la voz. No hay escape.

    Abro los ojos y lo primero que veo es mi reflejo en la oscuridad: un resplandor púrpura que no me pertenece. Mi pupila se estrecha en una línea alargada, inhumana. No soy yo. No puedo ser yo. Trago saliva, pero el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Los colmillos atraviesan mis encías, desgarrándolas, y un dolor punzante me obliga a abrir la boca en un grito que no suena como el mío.

    Las uñas se alargan, se curvan en garras, mis manos tiemblan, deformes, irreconocibles. Intento apretarlas contra el suelo, sujetarme a algo, pero solo siento la carne desgarrándose, como si ya no perteneciera a un cuerpo humano.

    Arde. Quema. Me consume.
    Quiero despertar, pero no puedo. Estoy hundido en la pesadilla, respirando cenizas, sintiendo cada fibra de mí romperse para dar paso a algo que no comprendo.

    Entonces lo escucho: un rugido profundo, monstruoso, que retumba en mi garganta. Es mi voz, pero no lo es. Y en ese instante lo sé: lo que vive dentro de mí no quiere dejarme regresar.
    La aguja entra en mi piel y siento cómo la sangre, espesa y ardiente, se mezcla con la mía. Al principio es solo un calor incómodo, pero en segundos se convierte en un fuego líquido que corre por mis venas, quemando cada rincón de mi cuerpo. Intento moverme, gritar, hacer algo… pero estoy atrapado. Es como si mi cuerpo ya no me obedeciera. El ardor se intensifica, mi piel late y arde como si fuera a desgarrarse desde adentro. Siento que se estira, que se rompe, que algo debajo quiere salir. Mis pulmones se llenan de aire pesado, espeso, como humo; respiro y me ahogo al mismo tiempo. El pánico me oprime el pecho, me corta la voz. No hay escape. Abro los ojos y lo primero que veo es mi reflejo en la oscuridad: un resplandor púrpura que no me pertenece. Mi pupila se estrecha en una línea alargada, inhumana. No soy yo. No puedo ser yo. Trago saliva, pero el sabor metálico de la sangre me inunda la boca. Los colmillos atraviesan mis encías, desgarrándolas, y un dolor punzante me obliga a abrir la boca en un grito que no suena como el mío. Las uñas se alargan, se curvan en garras, mis manos tiemblan, deformes, irreconocibles. Intento apretarlas contra el suelo, sujetarme a algo, pero solo siento la carne desgarrándose, como si ya no perteneciera a un cuerpo humano. Arde. Quema. Me consume. Quiero despertar, pero no puedo. Estoy hundido en la pesadilla, respirando cenizas, sintiendo cada fibra de mí romperse para dar paso a algo que no comprendo. Entonces lo escucho: un rugido profundo, monstruoso, que retumba en mi garganta. Es mi voz, pero no lo es. Y en ese instante lo sé: lo que vive dentro de mí no quiere dejarme regresar.
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