• Todo es tan tranquilo aqui...y pensar que luego de esto debo ir a un mundo a entrevistar dragones. Ah...*se acomoda dejandose caer en el sillon*
    Todo es tan tranquilo aqui...y pensar que luego de esto debo ir a un mundo a entrevistar dragones. Ah...*se acomoda dejandose caer en el sillon*
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  • — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • Hobby y trabajo de medio tiempo: fotografía corporativa para revistas variadas.

    Pagan una miseria, pero evita que me vuelva loco.
    Hobby y trabajo de medio tiempo: fotografía corporativa para revistas variadas. Pagan una miseria, pero evita que me vuelva loco.
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  • Cho estaba sentada en el rincón más tranquilo de la biblioteca de la escuela, como siempre lo hacía cuando necesitaba escapar del bullicio. Entre las páginas de la revista de entretenimiento, se encontró con un artículo sobre las últimas "aventuras" de Sagitario, el eterno viajero, siempre buscando nuevos horizontes y contando historias de su última escapada. Cho dejó escapar una ligera sonrisa, claramente divertida por la imagen que muchos tenían de él.

    Dejó la revista a un lado y, tomando un sorbo de su bebida, murmuró para sí misma:

    — ¡Ay, Sagitario! Siempre con esa actitud de 'yo sé todo porque me leí un libro y viajé a tres lugares'. Pero, corazón, ¿cuándo vas a aprender que no basta con correr por el mundo si sigues huyendo de tus problemas? Primero resuelve tu caos, y luego nos cuentas de tus 'grandes aventuras'. —

    La verdad es que a veces Cho prefería quedarse con las palabras y pensamientos que no siempre decía en voz alta. A los demás les gustaba hablar de lo que veían, pero Cho sabía que había más en las personas de lo que mostraban al mundo.
    Cho estaba sentada en el rincón más tranquilo de la biblioteca de la escuela, como siempre lo hacía cuando necesitaba escapar del bullicio. Entre las páginas de la revista de entretenimiento, se encontró con un artículo sobre las últimas "aventuras" de Sagitario, el eterno viajero, siempre buscando nuevos horizontes y contando historias de su última escapada. Cho dejó escapar una ligera sonrisa, claramente divertida por la imagen que muchos tenían de él. Dejó la revista a un lado y, tomando un sorbo de su bebida, murmuró para sí misma: — ¡Ay, Sagitario! Siempre con esa actitud de 'yo sé todo porque me leí un libro y viajé a tres lugares'. Pero, corazón, ¿cuándo vas a aprender que no basta con correr por el mundo si sigues huyendo de tus problemas? Primero resuelve tu caos, y luego nos cuentas de tus 'grandes aventuras'. — La verdad es que a veces Cho prefería quedarse con las palabras y pensamientos que no siempre decía en voz alta. A los demás les gustaba hablar de lo que veían, pero Cho sabía que había más en las personas de lo que mostraban al mundo.
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  • —A Power no le interesaba los pañuelos "sospechosos" regados por el piso,las revistas eroticas por doquier,el olor del cuarto o el desorden,ella solo quizo dormir con Denji en completa paz—
    —A Power no le interesaba los pañuelos "sospechosos" regados por el piso,las revistas eroticas por doquier,el olor del cuarto o el desorden,ella solo quizo dormir con Denji en completa paz—
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  • Ya se cansó de ser un felino, por lo que regresó a su forma y vaya suerte, justo para dar entrevistas mientras acomodaba su traje.

    Claro que no era mentira, lo sabía bien, él era sexy, tierno, encantador y cuanto quisiera, pues era un ángel después de todo.

    —Lo sé, lo sé... Soy muy adorable~

    Y eso no le quitaba lo desquiciado si le hacían enojar.
    Ya se cansó de ser un felino, por lo que regresó a su forma y vaya suerte, justo para dar entrevistas mientras acomodaba su traje. Claro que no era mentira, lo sabía bien, él era sexy, tierno, encantador y cuanto quisiera, pues era un ángel después de todo. —Lo sé, lo sé... Soy muy adorable~ Y eso no le quitaba lo desquiciado si le hacían enojar.
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  • —El jardín era amplio, impecable, y bañado por la suave luz del mediodía. Las mesas estaban dispuestas con una perfección casi obsesiva, adornadas con flores frescas y vajilla de porcelana que reflejaba el brillo del sol. El evento parecía sacado de una revista de lujo.

    La chica observaba desde la sombra de un limonero mientras los invitados se congregaban alrededor de la larga mesa principal. Conversaciones llenas de risas educadas y comentarios sobre la última tendencia en la bolsa de valores llenaban el aire. Ella había llegado temprano, como siempre, ayudando a supervisar los detalles finales. No era su trabajo, pero alguien tenía que hacerlo.

    —¿Estás disfrutando? —preguntó él, apareciendo a su lado con dos copas de vino. Su sonrisa era tan encantadora como siempre, pero ella la veía cada vez más como una máscara.

    —Claro —mintió, aceptando la copa y fingiendo un interés que ya no sentía.

    Él no pareció notar la falsedad en su respuesta. Dio un sorbo a su copa y giró su atención al grupo más cercano, donde un par de empresarios discutían sobre mercados emergentes. Ella sabía lo que vendría después: él se deslizaría entre las conversaciones, tejiendo su red de contactos y cerrando acuerdos disfrazados de charlas casuales.

    Desde fuera, todo parecía una simple reunión social. Pero para ella, las reuniones de mediodía tenían una cualidad distinta a las fiestas nocturnas. Durante la noche, al menos, había algo de desenfreno y diversión. Durante el día, las transacciones eran más evidentes. Aquí se trazaban líneas invisibles de poder y se intercambiaban promesas con sonrisas calculadas.

    Mientras los platos principales se servían y la charla se hacía más animada, él desapareció, como era habitual. Probablemente en el estudio, con una puerta cerrada y un selecto grupo de personas que no estaban allí por casualidad.

    Ella miró su plato, el filet mignon perfectamente cocinado, y sintió que apenas podía probarlo. ¿Qué estaba haciendo allí realmente?

    Levantándose con un gesto discreto, se escabulló hacia la casa. La fiesta seguiría sin ella. Nadie notaría su ausencia, ni siquiera él, demasiado ocupado cerrando tratos para percatarse de que la chica que lo había acompañado a tantas de estas reuniones ya no estaba dispuesta a ser solo parte del decorado.—


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    —El jardín era amplio, impecable, y bañado por la suave luz del mediodía. Las mesas estaban dispuestas con una perfección casi obsesiva, adornadas con flores frescas y vajilla de porcelana que reflejaba el brillo del sol. El evento parecía sacado de una revista de lujo. La chica observaba desde la sombra de un limonero mientras los invitados se congregaban alrededor de la larga mesa principal. Conversaciones llenas de risas educadas y comentarios sobre la última tendencia en la bolsa de valores llenaban el aire. Ella había llegado temprano, como siempre, ayudando a supervisar los detalles finales. No era su trabajo, pero alguien tenía que hacerlo. —¿Estás disfrutando? —preguntó él, apareciendo a su lado con dos copas de vino. Su sonrisa era tan encantadora como siempre, pero ella la veía cada vez más como una máscara. —Claro —mintió, aceptando la copa y fingiendo un interés que ya no sentía. Él no pareció notar la falsedad en su respuesta. Dio un sorbo a su copa y giró su atención al grupo más cercano, donde un par de empresarios discutían sobre mercados emergentes. Ella sabía lo que vendría después: él se deslizaría entre las conversaciones, tejiendo su red de contactos y cerrando acuerdos disfrazados de charlas casuales. Desde fuera, todo parecía una simple reunión social. Pero para ella, las reuniones de mediodía tenían una cualidad distinta a las fiestas nocturnas. Durante la noche, al menos, había algo de desenfreno y diversión. Durante el día, las transacciones eran más evidentes. Aquí se trazaban líneas invisibles de poder y se intercambiaban promesas con sonrisas calculadas. Mientras los platos principales se servían y la charla se hacía más animada, él desapareció, como era habitual. Probablemente en el estudio, con una puerta cerrada y un selecto grupo de personas que no estaban allí por casualidad. Ella miró su plato, el filet mignon perfectamente cocinado, y sintió que apenas podía probarlo. ¿Qué estaba haciendo allí realmente? Levantándose con un gesto discreto, se escabulló hacia la casa. La fiesta seguiría sin ella. Nadie notaría su ausencia, ni siquiera él, demasiado ocupado cerrando tratos para percatarse de que la chica que lo había acompañado a tantas de estas reuniones ya no estaba dispuesta a ser solo parte del decorado.— #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Memorias pasadas de Kazuo)

    La primera vez que Kazuo besó a alguien fue con un chico de la aldea más cercana a su hogar. Su madre lo alentaba a relacionarse con jóvenes de su edad, ahora que dominaba bien el lenguaje humano. Las chicas de su generación ya eran futuras esposas y amas de casa, por lo que no solían convivir con el grupo habitual de jóvenes solteros.

    Kazuo era arrebatadoramente hermoso, y, como era de esperar, no pasaba inadvertido para las mujeres, pero tampoco para los hombres. Aquella tarde se había quedado más tiempo en la aldea, saliendo y bebiendo algo en la posada local. Uno de los chicos del grupo, llamado Kayto, era alto como Kazuo, tenía ojos color avellana y una espalda más ancha que la del kitsune.

    Mientras el grupo avanzaba, Kazuo y Kayto se quedaron rezagados. El joven, algo ebrio, pasó un brazo por encima de los hombros del zorro para apoyarse en él. Kazuo, en cambio, apenas notaba el alcohol ingerido. De forma casi imprevista, Kayto usó su corpulento cuerpo para llevar a Kazuo hacia un callejón estrecho, entre dos edificios de madera. Allí lo atrapó, inmovilizándolo contra la pared con su cuerpo. En ese entonces, el yōkai no había experimentado ningún tipo de contacto físico.

    —¿Por qué eres tan hermoso? —inquirió Kayto en un susurro ronco, imponiendo su presencia sobre Kazuo.
    —¿Qué…? —respondió este, totalmente desorientado. No sabía qué estaba ocurriendo ni cómo reaccionar.

    Aunque sus padres, en los ocho años que llevaban juntos, le habían enseñado muchas cosas, jamás lo prepararon para una situación así, y menos aún con un chico.

    —Tus ojos… No puedo dejar de pensar en ellos —continuó Kayto, acercándose aún más. Sus labios apenas rozaban los de Kazuo mientras susurraba.

    Kazuo permanecía en silencio. No sabía qué hacer ni qué decir. Todo aquello era completamente nuevo para él, y la dominación que ejercía el joven sobre su inexperiencia era absoluta.

    Kayto aplacó la distancia y capturó los labios de Kazuo con un beso de forma rapaz. Este, sorprendido, se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué era esto? ¿Por qué lo hacía? Además, eran dos chicos. Kazuo había oído hablar de los besos y el cortejo, pero siempre entre un hombre y una mujer. ¿Qué significaba esto?

    Poco a poco, comenzó a experimentar sensaciones desconocidas. Era cálido, húmedo… La lengua de Kayto se adentró con confianza en su boca, dominándola por completo. Se sintió extraño, pero también placentero, como cuando sus pies tocaban la hierba húmeda de la mañana. A eso olía Kayto: a hierba fresca y tierra, recordándole al bosque.

    Impulsado por un repentino subidón de adrenalina, Kazuo empujó a Kayto contra la pared opuesta, tomando ahora él el control. Lo besó con confianza, de forma salvaje y voraz. Kayto quedó cohibido ante el inesperado arrebato de Kazuo. Lo que no sabía era que, en el interior de Kazuo, latía una naturaleza salvaje. La magia arcana que fluía por sus venas intensificaba cada sensación, despertando al zorro que dormitaba en su interior y lo hacía reaccionar por puro instinto.

    Abrumado, Kayto lo apartó de forma brusca. Los ojos de Kazuo centelleaban con una mezcla de confusión y deseo. Ambos jadeaban, y durante unos segundos permanecieron en silencio.

    —A… aquí no ha pasado nada, rarito del bosque. ¿Vale? —dijo Kayto con voz mordaz—. Volvamos con los demás, y ni se te ocurre decir una palabra, si no quieres problemas.—

    Kazuo no respondió. Permaneció callado mientras Kayto salía del callejón y aceleraba el paso para reunirse con sus amigos. En ese momento comenzó a llover, y Kazuo permaneció en el callejón durante largos minutos, dejando que el agua empapara su cabello, mientras la tinta negra se deslizaba, revelando su verdadero color plateado.

    Solo salió del callejón cuando se aseguró de que no había nadie por las calles. Su madre siempre le había insistido en ocultar su cabello, plateado como la luna, para no llamar la atención y evitar problemas. Pero, incluso siendo cuidadoso, los problemas le habían encontrado.

    Así fue su primer beso: robado, sin amor; un beso que entregó sin reservas, pero que se convirtió en un recuerdo amargo.

    Bajo la densa lluvia, Kazuo caminaba perdido en sus pensamientos. Se preguntaba qué había hecho mal, si lo que había ocurrido era normal y qué pasaría a partir de entonces. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron cuando el olor metálico de la sangre invadió sus sentidos, alojándose pesadamente en la parte trasera de su paladar.

    —Mamá… Papá… —susurró mientras empezaba a acelerar el paso—. Shouta… Masaru…

    Kazuo comenzó a correr frenéticamente. La lluvia no cesaba; Caía con más intensidad, pero no era suficiente para disipar el olor penetrante de sangre que venía de su hogar.

    ———————————————————————

    Continuación de relato;

    Venganza Parte 1;
    https://ficrol.com/posts/187508

    Venganza Parte 2;
    https://ficrol.com/posts/194855


    "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Memorias pasadas de Kazuo) La primera vez que Kazuo besó a alguien fue con un chico de la aldea más cercana a su hogar. Su madre lo alentaba a relacionarse con jóvenes de su edad, ahora que dominaba bien el lenguaje humano. Las chicas de su generación ya eran futuras esposas y amas de casa, por lo que no solían convivir con el grupo habitual de jóvenes solteros. Kazuo era arrebatadoramente hermoso, y, como era de esperar, no pasaba inadvertido para las mujeres, pero tampoco para los hombres. Aquella tarde se había quedado más tiempo en la aldea, saliendo y bebiendo algo en la posada local. Uno de los chicos del grupo, llamado Kayto, era alto como Kazuo, tenía ojos color avellana y una espalda más ancha que la del kitsune. Mientras el grupo avanzaba, Kazuo y Kayto se quedaron rezagados. El joven, algo ebrio, pasó un brazo por encima de los hombros del zorro para apoyarse en él. Kazuo, en cambio, apenas notaba el alcohol ingerido. De forma casi imprevista, Kayto usó su corpulento cuerpo para llevar a Kazuo hacia un callejón estrecho, entre dos edificios de madera. Allí lo atrapó, inmovilizándolo contra la pared con su cuerpo. En ese entonces, el yōkai no había experimentado ningún tipo de contacto físico. —¿Por qué eres tan hermoso? —inquirió Kayto en un susurro ronco, imponiendo su presencia sobre Kazuo. —¿Qué…? —respondió este, totalmente desorientado. No sabía qué estaba ocurriendo ni cómo reaccionar. Aunque sus padres, en los ocho años que llevaban juntos, le habían enseñado muchas cosas, jamás lo prepararon para una situación así, y menos aún con un chico. —Tus ojos… No puedo dejar de pensar en ellos —continuó Kayto, acercándose aún más. Sus labios apenas rozaban los de Kazuo mientras susurraba. Kazuo permanecía en silencio. No sabía qué hacer ni qué decir. Todo aquello era completamente nuevo para él, y la dominación que ejercía el joven sobre su inexperiencia era absoluta. Kayto aplacó la distancia y capturó los labios de Kazuo con un beso de forma rapaz. Este, sorprendido, se quedó inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. ¿Qué era esto? ¿Por qué lo hacía? Además, eran dos chicos. Kazuo había oído hablar de los besos y el cortejo, pero siempre entre un hombre y una mujer. ¿Qué significaba esto? Poco a poco, comenzó a experimentar sensaciones desconocidas. Era cálido, húmedo… La lengua de Kayto se adentró con confianza en su boca, dominándola por completo. Se sintió extraño, pero también placentero, como cuando sus pies tocaban la hierba húmeda de la mañana. A eso olía Kayto: a hierba fresca y tierra, recordándole al bosque. Impulsado por un repentino subidón de adrenalina, Kazuo empujó a Kayto contra la pared opuesta, tomando ahora él el control. Lo besó con confianza, de forma salvaje y voraz. Kayto quedó cohibido ante el inesperado arrebato de Kazuo. Lo que no sabía era que, en el interior de Kazuo, latía una naturaleza salvaje. La magia arcana que fluía por sus venas intensificaba cada sensación, despertando al zorro que dormitaba en su interior y lo hacía reaccionar por puro instinto. Abrumado, Kayto lo apartó de forma brusca. Los ojos de Kazuo centelleaban con una mezcla de confusión y deseo. Ambos jadeaban, y durante unos segundos permanecieron en silencio. —A… aquí no ha pasado nada, rarito del bosque. ¿Vale? —dijo Kayto con voz mordaz—. Volvamos con los demás, y ni se te ocurre decir una palabra, si no quieres problemas.— Kazuo no respondió. Permaneció callado mientras Kayto salía del callejón y aceleraba el paso para reunirse con sus amigos. En ese momento comenzó a llover, y Kazuo permaneció en el callejón durante largos minutos, dejando que el agua empapara su cabello, mientras la tinta negra se deslizaba, revelando su verdadero color plateado. Solo salió del callejón cuando se aseguró de que no había nadie por las calles. Su madre siempre le había insistido en ocultar su cabello, plateado como la luna, para no llamar la atención y evitar problemas. Pero, incluso siendo cuidadoso, los problemas le habían encontrado. Así fue su primer beso: robado, sin amor; un beso que entregó sin reservas, pero que se convirtió en un recuerdo amargo. Bajo la densa lluvia, Kazuo caminaba perdido en sus pensamientos. Se preguntaba qué había hecho mal, si lo que había ocurrido era normal y qué pasaría a partir de entonces. Sin embargo, todos esos pensamientos se desvanecieron cuando el olor metálico de la sangre invadió sus sentidos, alojándose pesadamente en la parte trasera de su paladar. —Mamá… Papá… —susurró mientras empezaba a acelerar el paso—. Shouta… Masaru… Kazuo comenzó a correr frenéticamente. La lluvia no cesaba; Caía con más intensidad, pero no era suficiente para disipar el olor penetrante de sangre que venía de su hogar. ——————————————————————— Continuación de relato; Venganza Parte 1; https://ficrol.com/posts/187508 Venganza Parte 2; https://ficrol.com/posts/194855
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  • Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia donde trabajaba Carmina. Los pasillos estaban ordenados, los refrigeradores emitían un zumbido constante y, salvo por algún cliente ocasional que entraba a comprar un refresco o una bolsa de papas, el lugar estaba casi desierto. Aprovechando la calma, Carmina se deslizó detrás del mostrador y tomó una revista de moda de la pequeña sección de revistas y periódicos.

    Se acomodó en el taburete y comenzó a hojearla, deteniéndose en las imágenes de mujeres perfectamente maquilladas y vestidas con trajes que parecían sacados de otro mundo. Las modelos lucían impecables: pieles radiantes, cuerpos esbeltos, poses seguras y sonrisas llenas de una confianza que parecía inalcanzable. Carmina inclinó la cabeza, observando con detenimiento una fotografía en particular, donde una modelo con cabello perfectamente alisado llevaba un vestido largo que fluía como el agua.

    — ¿Quién se ve así en la vida real? — murmuró, dejando escapar un suspiro. Bajó la vista hacia su uniforme: una camiseta simple con el logo de la tienda y jeans que ya estaban un poco gastados. Su cabello, recogido en una coleta rápida, había comenzado a desordenarse tras varias horas de trabajo. De manera casi inconsciente, se estiró para alisar un mechón rebelde detrás de su oreja.

    Con la revista abierta en su regazo, su mente comenzó a divagar. ¿Cómo sería ser alguien como ellas? Pensó en su rutina diaria: despertarse temprano, lidiar con clientes apresurados, reponer productos en los estantes. Nada en su vida se sentía glamoroso ni digno de una portada.

    Sin embargo, al pasar la página, encontró una entrevista con una de esas modelos. Hablaba de lo agotador que era mantener una imagen perfecta, de las largas horas en sesiones de fotos y de las inseguridades que aún la perseguían pese a toda su fama. Carmina frunció el ceño, releyendo un párrafo. Entonces, incluso ellas tienen sus momentos de duda...

    Miró su reflejo en la pequeña pantalla apagada de la caja registradora. "Supongo que nadie es perfecto, ni siquiera ellas," murmuró con una media sonrisa. Cerró la revista y la dejó en su lugar, sacudiéndose las comparaciones como si fueran polvo.

    Un cliente entró en ese momento, rompiendo el silencio. "¿Podrías ayudarme a encontrar algo?" preguntó.

    Carmina se levantó, dejando atrás las imágenes de la revista. "Claro, ¿qué necesitas?" respondió con una sonrisa sincera, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, lo suficientemente bien en su propia piel.
    Era una tarde tranquila en la tienda de conveniencia donde trabajaba Carmina. Los pasillos estaban ordenados, los refrigeradores emitían un zumbido constante y, salvo por algún cliente ocasional que entraba a comprar un refresco o una bolsa de papas, el lugar estaba casi desierto. Aprovechando la calma, Carmina se deslizó detrás del mostrador y tomó una revista de moda de la pequeña sección de revistas y periódicos. Se acomodó en el taburete y comenzó a hojearla, deteniéndose en las imágenes de mujeres perfectamente maquilladas y vestidas con trajes que parecían sacados de otro mundo. Las modelos lucían impecables: pieles radiantes, cuerpos esbeltos, poses seguras y sonrisas llenas de una confianza que parecía inalcanzable. Carmina inclinó la cabeza, observando con detenimiento una fotografía en particular, donde una modelo con cabello perfectamente alisado llevaba un vestido largo que fluía como el agua. — ¿Quién se ve así en la vida real? — murmuró, dejando escapar un suspiro. Bajó la vista hacia su uniforme: una camiseta simple con el logo de la tienda y jeans que ya estaban un poco gastados. Su cabello, recogido en una coleta rápida, había comenzado a desordenarse tras varias horas de trabajo. De manera casi inconsciente, se estiró para alisar un mechón rebelde detrás de su oreja. Con la revista abierta en su regazo, su mente comenzó a divagar. ¿Cómo sería ser alguien como ellas? Pensó en su rutina diaria: despertarse temprano, lidiar con clientes apresurados, reponer productos en los estantes. Nada en su vida se sentía glamoroso ni digno de una portada. Sin embargo, al pasar la página, encontró una entrevista con una de esas modelos. Hablaba de lo agotador que era mantener una imagen perfecta, de las largas horas en sesiones de fotos y de las inseguridades que aún la perseguían pese a toda su fama. Carmina frunció el ceño, releyendo un párrafo. Entonces, incluso ellas tienen sus momentos de duda... Miró su reflejo en la pequeña pantalla apagada de la caja registradora. "Supongo que nadie es perfecto, ni siquiera ellas," murmuró con una media sonrisa. Cerró la revista y la dejó en su lugar, sacudiéndose las comparaciones como si fueran polvo. Un cliente entró en ese momento, rompiendo el silencio. "¿Podrías ayudarme a encontrar algo?" preguntó. Carmina se levantó, dejando atrás las imágenes de la revista. "Claro, ¿qué necesitas?" respondió con una sonrisa sincera, sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, lo suficientemente bien en su propia piel.
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  • Trabajar con uno de los empresarios más famosos del mundo no es nada fácil, espero poder pasar esa entrevista.

    Buenas noches a tod@s
    Trabajar con uno de los empresarios más famosos del mundo no es nada fácil, espero poder pasar esa entrevista. Buenas noches a tod@s :STK-23:
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