• —Me encantan estas flores,recuerdo haber escuchado a una reirse,¿que cosas no?
    —Me encantan estas flores,recuerdo haber escuchado a una reirse,¿que cosas no?
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  • El sol apenas se colaba por el tragaluz de la bodega, iluminando partículas de polvo que danzaban en el aire como pequeños espíritus traviesos. La puerta chirrió al cerrarse detrás de ella, sellando el encierro voluntario que le había prometido a su nonna esa mañana.

    —Solo un par de cajas, Carmina. ¡Cinque minuti! —había dicho Lucia, con esa sonrisa que siempre escondía más de lo que decía.

    Cinco minutos. Claro.

    La bodega de la tienda era un mundo aparte. Estanterías de metal repletas de latas, fideos, frascos de mermelada antigua (¿eran de la temporada pasada o del siglo pasado?), y un rincón misterioso al fondo donde las cajas estaban etiquetadas con la letra temida: “Misc.”.

    Con una escoba en mano y un trapo al hombro, Carmina suspiró.

    —Al menos no hay ratones… espero.

    Empezó con lo más fácil: barrer. O eso pensó, hasta que descubrió que el polvo estaba tan arraigado al suelo que parecía parte de la decoración. El primer estornudo llegó como una explosión.

    —¡Maledizione! —refunfuñó, sonándose la nariz con el borde de su camiseta.

    Avanzó entre cajas, moviéndolas con esfuerzo, hasta tropezar con algo metálico. Abrió una tapa y encontró una caja antigua llena de postales amarillentas y fotos en blanco y negro. Una de ellas mostraba a su abuelo Pietro, joven, con una sonrisa descomunal, cargando un racimo de plátanos como si fuera un trofeo. En la esquina, una nota a mano: “Primer día con la tienda. 1979.”

    Carmina se detuvo un segundo, sonriendo con ternura.

    —Ay, nonno… siempre tan dramático.

    Guardó la foto en el bolsillo trasero de su jeans, sin pensarlo demasiado. Luego siguió con la limpieza, descubriendo que debajo de cada caja había una historia, un objeto olvidado o una araña que no respetaba su espacio personal.

    Tres horas después, salió de la bodega con la cara empolvada, el cabello desordenado, y una sonrisa triunfal. Sostenía en una mano un viejo letrero de madera que decía: “Benvenuti! Aperto con amore.”

    Lucia la miró desde el mostrador, alzando una ceja.

    —¿Cinque minuti, eh?

    Carmina se encogió de hombros.

    —Me entretuve.

    Lucia sonrió con orgullo, mientras el aroma de café recién hecho llenaba el aire.

    —Ven a tomar algo. Te lo ganaste, tesoro.

    Y Carmina, con las manos sucias pero el corazón lleno, se sentó junto a su nonna, sabiendo que la bodega no solo guardaba productos… también secretos, polvo y recuerdos.
    El sol apenas se colaba por el tragaluz de la bodega, iluminando partículas de polvo que danzaban en el aire como pequeños espíritus traviesos. La puerta chirrió al cerrarse detrás de ella, sellando el encierro voluntario que le había prometido a su nonna esa mañana. —Solo un par de cajas, Carmina. ¡Cinque minuti! —había dicho Lucia, con esa sonrisa que siempre escondía más de lo que decía. Cinco minutos. Claro. La bodega de la tienda era un mundo aparte. Estanterías de metal repletas de latas, fideos, frascos de mermelada antigua (¿eran de la temporada pasada o del siglo pasado?), y un rincón misterioso al fondo donde las cajas estaban etiquetadas con la letra temida: “Misc.”. Con una escoba en mano y un trapo al hombro, Carmina suspiró. —Al menos no hay ratones… espero. Empezó con lo más fácil: barrer. O eso pensó, hasta que descubrió que el polvo estaba tan arraigado al suelo que parecía parte de la decoración. El primer estornudo llegó como una explosión. —¡Maledizione! —refunfuñó, sonándose la nariz con el borde de su camiseta. Avanzó entre cajas, moviéndolas con esfuerzo, hasta tropezar con algo metálico. Abrió una tapa y encontró una caja antigua llena de postales amarillentas y fotos en blanco y negro. Una de ellas mostraba a su abuelo Pietro, joven, con una sonrisa descomunal, cargando un racimo de plátanos como si fuera un trofeo. En la esquina, una nota a mano: “Primer día con la tienda. 1979.” Carmina se detuvo un segundo, sonriendo con ternura. —Ay, nonno… siempre tan dramático. Guardó la foto en el bolsillo trasero de su jeans, sin pensarlo demasiado. Luego siguió con la limpieza, descubriendo que debajo de cada caja había una historia, un objeto olvidado o una araña que no respetaba su espacio personal. Tres horas después, salió de la bodega con la cara empolvada, el cabello desordenado, y una sonrisa triunfal. Sostenía en una mano un viejo letrero de madera que decía: “Benvenuti! Aperto con amore.” Lucia la miró desde el mostrador, alzando una ceja. —¿Cinque minuti, eh? Carmina se encogió de hombros. —Me entretuve. Lucia sonrió con orgullo, mientras el aroma de café recién hecho llenaba el aire. —Ven a tomar algo. Te lo ganaste, tesoro. Y Carmina, con las manos sucias pero el corazón lleno, se sentó junto a su nonna, sabiendo que la bodega no solo guardaba productos… también secretos, polvo y recuerdos.
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  • —Esta foto me la tomaron por sorpresa,soy alguien muy cuidadoso con mis flores cuando nadie me esta viendo,me traen hermosos recuerdos
    —Esta foto me la tomaron por sorpresa,soy alguien muy cuidadoso con mis flores cuando nadie me esta viendo,me traen hermosos recuerdos
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  • —Recuerdo cuando Undyne quería entrenar conmigo,era muy energética y determinada,siempre queria pasar sus limites y demostrar de lo que era capaz,hoy en dia es lider de la guardia real y me siento muy orgulloso por su avance en la vida...
    —Recuerdo cuando Undyne quería entrenar conmigo,era muy energética y determinada,siempre queria pasar sus limites y demostrar de lo que era capaz,hoy en dia es lider de la guardia real y me siento muy orgulloso por su avance en la vida...
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  • Entonces... Alguien vio mi bolsa de papas? Recuerdo haberla dejado aqui hace 4 meses
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  • ──────Hace mucho que no veo un conflicto así desde la gigantomaquia. Me ha traído recuerdos.

    Sus iris rosas se elevaron al cielo, en una contemplación meditativa. Recordó viejas épocas en las que los dioses habían peleado contra los últimos descendientes de Gaia. Agitó su copa de vino de forma perezosa, antes de darle un pequeño sorbo.
    ──────Hace mucho que no veo un conflicto así desde la gigantomaquia. Me ha traído recuerdos. Sus iris rosas se elevaron al cielo, en una contemplación meditativa. Recordó viejas épocas en las que los dioses habían peleado contra los últimos descendientes de Gaia. Agitó su copa de vino de forma perezosa, antes de darle un pequeño sorbo.
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  • — A veces, el aroma del mar no es suficiente para borrar el recuerdo de un perfume que ya no está.
    — A veces, el aroma del mar no es suficiente para borrar el recuerdo de un perfume que ya no está.
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  • Morfeo camina en silencio por los paisajes fragmentados del Sueño, su silueta oscura recortada contra un cielo que cambia de color con cada pensamiento olvidado. El suelo bajo sus pies no es tierra ni piedra, sino recuerdos rotos, dispersos como hojas secas en otoño. A su alrededor, los sueños abandonados flotan sin rumbo: una risa infantil que se desvanece, un abrazo nunca dado, un rostro amado cuya forma ya no se recuerda del todo.

    Sus ojos, como dos pozos infinitos, no reflejan emoción, pero su andar es pesado, como si cada paso arrastrara siglos de soledad. En su mano, lleva un puñado de arena dorada, la misma que solía formar mundos enteros con solo un suspiro. Pero ahora la deja caer lentamente, sin moldearla, dejándola perderse entre los pliegues del olvido.

    Pasa junto a un trono vacío hecho de palabras no pronunciadas y se detiene, mirando hacia un horizonte donde se apagan las estrellas de los soñadores que ya no creen. El silencio lo rodea. Nadie lo llama. Nadie lo espera.

    Y así sigue Morfeo, el señor de los sueños, errante entre los deseos no cumplidos y las esperanzas que se deshicieron al amanecer. Solo en el lugar donde todos duermen, pero nadie lo ve.
    Morfeo camina en silencio por los paisajes fragmentados del Sueño, su silueta oscura recortada contra un cielo que cambia de color con cada pensamiento olvidado. El suelo bajo sus pies no es tierra ni piedra, sino recuerdos rotos, dispersos como hojas secas en otoño. A su alrededor, los sueños abandonados flotan sin rumbo: una risa infantil que se desvanece, un abrazo nunca dado, un rostro amado cuya forma ya no se recuerda del todo. Sus ojos, como dos pozos infinitos, no reflejan emoción, pero su andar es pesado, como si cada paso arrastrara siglos de soledad. En su mano, lleva un puñado de arena dorada, la misma que solía formar mundos enteros con solo un suspiro. Pero ahora la deja caer lentamente, sin moldearla, dejándola perderse entre los pliegues del olvido. Pasa junto a un trono vacío hecho de palabras no pronunciadas y se detiene, mirando hacia un horizonte donde se apagan las estrellas de los soñadores que ya no creen. El silencio lo rodea. Nadie lo llama. Nadie lo espera. Y así sigue Morfeo, el señor de los sueños, errante entre los deseos no cumplidos y las esperanzas que se deshicieron al amanecer. Solo en el lugar donde todos duermen, pero nadie lo ve.
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  • Mientras el cuerpo físico de Ina se mantiene flotando en una burbuja, su mente sigue anclada en el sueño del Halovian, y su sonrisa sigue siendo la de quien no sabe que está soñando. Allí, bajo un sol dorado, dos estudiantes caminan hacia su primera cita.

    La campana del institutó sonó, Ina salió apresurada esquivando a compañeros cuyos rostros empezaban a difuminarse como acuarelas bajo la lluvia. Solo Belial permanecía nítido, con una sonrisa que le hacía cosquillas en un recuerdo de su memoria que parecía no existir.

    —¡Beli-b... —pausa— digo, Belial~ —canturreó, ajustando su mochila, de la cual colgaba un mini peluche de pulpo que no recordaba haber puesto allí.

    Ambos avanzaron por el camino hacia el arcade. Ina caminaba junto a él, sus pasos sincronizados sobre la acera.

    Se detuvieron antes de cruzar la calle, Ina vio el semáforo: rojo-verde-morado... ¿Morado?. Parpadeó. Era amarillo, pero podría jurar que lo había visto morado. Sacudió su cabeza y cuando el semáforo se puso en rojo, avanzó a un lado de él.

    —Belial... ¿A veces no te pasa que...?

    Dudó. Las palabras se le enredaron en la lengua. ¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba teniendo alucinaciones?

    —...Nah, ¡olvídalo! —sacudió la cabeza una vez más, riendo demasiado alto.

    Llegaron al local, se detuvieron un instante frente al letrero neón del arcade. Y cuando empujó la puerta de vidrio, por un segundo, creyó ver en el reflejo a Belial con...¿alas?. Pero rápidamente, su atención se desvió hacia las luces de colores, los sonidos, las risas y el ambiente. El arcade la envolvió.

    —Waaah, ¿que deberíamos jugar primero? —sus ojos brillaban como estrellas— ¿Sabías que los arcades son como rituales? Insertas monedas y rezas para que el universo no te humille...

    Suelta una risita que suena como campanitas rotas. Parpadea. Pausa. ¿Un ritual? ¿Que acaba de decir?. Su sonrisa se borra por 0.65 segundos. Da igual. Lo olvida rápidamente. Su sonrisa reaparece. Sigue tropezando con las mismas pistas, pero no las ve. ¿O tal vez es que no las quiere ver?
    Mientras el cuerpo físico de Ina se mantiene flotando en una burbuja, su mente sigue anclada en el sueño del Halovian, y su sonrisa sigue siendo la de quien no sabe que está soñando. Allí, bajo un sol dorado, dos estudiantes caminan hacia su primera cita. La campana del institutó sonó, Ina salió apresurada esquivando a compañeros cuyos rostros empezaban a difuminarse como acuarelas bajo la lluvia. Solo [anagenesis001] permanecía nítido, con una sonrisa que le hacía cosquillas en un recuerdo de su memoria que parecía no existir. —¡Beli-b... —pausa— digo, Belial~ —canturreó, ajustando su mochila, de la cual colgaba un mini peluche de pulpo que no recordaba haber puesto allí. Ambos avanzaron por el camino hacia el arcade. Ina caminaba junto a él, sus pasos sincronizados sobre la acera. Se detuvieron antes de cruzar la calle, Ina vio el semáforo: rojo-verde-morado... ¿Morado?. Parpadeó. Era amarillo, pero podría jurar que lo había visto morado. Sacudió su cabeza y cuando el semáforo se puso en rojo, avanzó a un lado de él. —Belial... ¿A veces no te pasa que...? Dudó. Las palabras se le enredaron en la lengua. ¿Qué le iba a decir? ¿Que estaba teniendo alucinaciones? —...Nah, ¡olvídalo! —sacudió la cabeza una vez más, riendo demasiado alto. Llegaron al local, se detuvieron un instante frente al letrero neón del arcade. Y cuando empujó la puerta de vidrio, por un segundo, creyó ver en el reflejo a Belial con...¿alas?. Pero rápidamente, su atención se desvió hacia las luces de colores, los sonidos, las risas y el ambiente. El arcade la envolvió. —Waaah, ¿que deberíamos jugar primero? —sus ojos brillaban como estrellas— ¿Sabías que los arcades son como rituales? Insertas monedas y rezas para que el universo no te humille... Suelta una risita que suena como campanitas rotas. Parpadea. Pausa. ¿Un ritual? ¿Que acaba de decir?. Su sonrisa se borra por 0.65 segundos. Da igual. Lo olvida rápidamente. Su sonrisa reaparece. Sigue tropezando con las mismas pistas, pero no las ve. ¿O tal vez es que no las quiere ver?
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  • — ¿Un sueño, un recuerdo, o parte de ambos? El día que te encontré, Nee-nah, aún se siente extrañamente distante, como si mi mente se llenara de niebla.
    — ¿Un sueño, un recuerdo, o parte de ambos? El día que te encontré, Nee-nah, aún se siente extrañamente distante, como si mi mente se llenara de niebla.
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