• Un recuerdo de mi visita al hotel
    Un recuerdo de mi visita al hotel
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  • *Sentada en su trono, viendo a la nada con detenimiento teniendo su mente un tanto perdida, cerrando sus ojos solo perdida en los recuerdos, que su piel y labios le pueden brindar*

    *Sentada en su trono, viendo a la nada con detenimiento teniendo su mente un tanto perdida, cerrando sus ojos solo perdida en los recuerdos, que su piel y labios le pueden brindar*
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  • -Con un pequeño pañuelo en sus manos observaba los detalles del plan que marcó sobre la pizara verde, en aquella cabaña vieja y apolillada, las iniciales del nombre de la mujer que robó su corazón, están bordados elegantemente en una de las esquinas y aún conservaba el aroma del exquisito perfume.

    Tiene que funcionar, ¿Verdad?.

    - Preguntó al hombre que estaba oculto en las sombras, respondiendo con un "Si", con una voz conocida.

    No sé te olvide quitarle las espinas a las rosas, deseó que mi recuerdo este presente como el de ella está en mis pensamientos.
    -Con un pequeño pañuelo en sus manos observaba los detalles del plan que marcó sobre la pizara verde, en aquella cabaña vieja y apolillada, las iniciales del nombre de la mujer que robó su corazón, están bordados elegantemente en una de las esquinas y aún conservaba el aroma del exquisito perfume. Tiene que funcionar, ¿Verdad?. - Preguntó al hombre que estaba oculto en las sombras, respondiendo con un "Si", con una voz conocida. No sé te olvide quitarle las espinas a las rosas, deseó que mi recuerdo este presente como el de ella está en mis pensamientos.
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  • ¿Así será?
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    Isidro Rubio Villa de Montemar

    Capum, capum, capum. Mi corazón no puede dejar de bombear con fuerza.

    Después de dejar a Isidro y Bruna en esa habitación, escuché a mi tía Asumi hablar con mis padres. Les había contado todo.

    ¿Por qué lo hiciste? - Pregunté, perplejo; me sentí traicionado.
    Tus padres no me agradan, pero eres un niño, y los niños deben estar con sus padres. - Contestó ella, resignada.
    - Pero ellos fueron quienes-
    - No fuiste a la Fujiyama Gakuen, ¿Verdad? Elegiste vagar con esos dos chicos.
    - ¡Eso fue porque-
    - Lo sé. Es un lugar torturoso. Yo también huí de ahí, pero era mayor de edad. Tú no. Pensé que eras obediente, pero estás empezando a desafiar las cosas. Estás en problemas.

    No pude quedarme más en casa de tía Asumi. Tenía que alejarme de Isidro, había conversado tan devastadoramente con Bruna, y ahora mis padres lo sabían todo. Evité despedirme y escapé en la madrugada.

    ...

    El taxi se detuvo. Caminé hacia la puerta, y fue Nikaido quien la abrió, con el gesto serio, antes de saludarme.
    Cada paso por el pasillo me generaba un nuevo revoltijo al estómago. Ese sonido vacío con olor a represión social y recuerdos comprados. Hasta que finalmente: Están ahí los dos, sentados en la sala con sus posturas rígidas e impasibles, y sus miradas de furia contenida y decepción.

    - Ryuna ¿Esto es lo que has decidido hacer con tu vida?. - Rompe el silencio mi madre, con su gesto inexpresivo y su voz baja y calculada.

    Mi padre, por otra parte, me contempla fijamente, con ese golpecito de sus dedos al sofá que refleja su análisis y estrés. - Ni si quiera tuviste la decencia de ir a Fujiyama Gakuen. Después de nuestra discusión inicial, decidimos no hablarnos, pero que tú cumplirías con lo tuyo ¿Crees que puedes engañarnos?

    Yo me acerco en un paso hacia ellos, queriendo participar; sin embargo, mi madre alza su mano, indicándome que me detenga. - ¿Qué clase de espectáculo deplorable es este? Llegas herido después de pasarla con dos delincuentes europeos. ¿Es esto lo que eres ahora, un vagabundo que arrastra vergüenza con extraños?

    Sus palabras me paralizan. Siento tanta impotencia: cómo se refiere a ellos, cómo se refiere a mí. Separo los labios para hablar, pero ella interviene de vuelta.
    - Siempre fuiste torpe, sí, y...diferente. Lo aceptamos porque creíamos que con suficiente disciplina podrías corregirte. Pero esto...esto no tiene justificación.

    La desesperación me recubre, es injusto, es cruel. Abro la boca otra vez. - ¡Sus reglas-

    Mi papá se levanta abrupamente, furioso. - ¡No tienes derecho a hablar de reglas cuando lo único que has hecho es huir de ellas! Te dimos una oportunidad. Te dimos un lugar en Fujiyama, donde pudiste aprender a ser decente. Pero preferiste engañar nuestro trato. ¿Y para qué? ¿Para vagar por las calles y poner en peligro nuestro nombre?

    Él se acerca un paso más, con esa voz que me agua los ojos. - ¿Sabes lo que significa que hallas sido visto con esas personas? ¿Lo que la gente murmura de nosotros? Que nuestro único hijo ha elegido vivir como un criminal, como un...degenerado.

    No obstante, no aguanto más, y con los puños apretados, pero incapaz de verle: - ¿Por qué hablas como si hubieramos hecho algún acuerdo? ¿Acaso yo tuve opinión en algo de ir a ese lugar? ¿Yo les pedí que no me hablaran más? ¡Ustedes me abandonan y luego-

    Mi mamá culmina dándome una bofetada veloz, con su gesto inqueebrantable. - No te atrevas a decir que tu familia te abandonó, Ryuna. Eso no te lo permitiré. Tus desiciones fueron erradas y punto.

    - No necesitamos tus justificaciones. - Concluye mi padre.- A partir de ahora, harás lo que decidamos. Irás a Japón, a un internado que ya está siendo preparado para tí. Lejos de aquí, lejos de esas...distracciones que te han convertido en esto.

    El aire me abandona y me arrepiento. Debí rogarle a Bruna que me dejara quedarme junto con ellos, debí pasar más rato con Isidro, o ¿debí conocer a alguien más? Algo, debí hacer algo para evitar esto. No quiero, no quiero este futuro.

    - ¿Y si no quiero? - Suelto sin más, aguantando mi propio llanto.

    - No tienes opción. Tienes 17 años. Mientras estés bajo nuestro cargo, harás lo que se te ordene. - Contesta ella.

    Mi padre me toma del mentón, mirándome fijamente. - No olvides que todo, todo, lo que tienes proviene de nosotros. Sin nosotros, tú: No eres nada.

    Así, me quedó en mi habitación, totalmente devastado. El número de Bruna está allí, pero ella dijo que sólo llamaría si había algo nuevo. Mi dibujo del hogar de Isidro y de él también lo llevo.

    De lo que no tengo idea es de lo que pasó al otro lado y de que los medios de comunicación ya han empezado a hablar.
    [isimont12] Capum, capum, capum. Mi corazón no puede dejar de bombear con fuerza. Después de dejar a Isidro y Bruna en esa habitación, escuché a mi tía Asumi hablar con mis padres. Les había contado todo. ¿Por qué lo hiciste? - Pregunté, perplejo; me sentí traicionado. Tus padres no me agradan, pero eres un niño, y los niños deben estar con sus padres. - Contestó ella, resignada. - Pero ellos fueron quienes- - No fuiste a la Fujiyama Gakuen, ¿Verdad? Elegiste vagar con esos dos chicos. - ¡Eso fue porque- - Lo sé. Es un lugar torturoso. Yo también huí de ahí, pero era mayor de edad. Tú no. Pensé que eras obediente, pero estás empezando a desafiar las cosas. Estás en problemas. No pude quedarme más en casa de tía Asumi. Tenía que alejarme de Isidro, había conversado tan devastadoramente con Bruna, y ahora mis padres lo sabían todo. Evité despedirme y escapé en la madrugada. ... El taxi se detuvo. Caminé hacia la puerta, y fue Nikaido quien la abrió, con el gesto serio, antes de saludarme. Cada paso por el pasillo me generaba un nuevo revoltijo al estómago. Ese sonido vacío con olor a represión social y recuerdos comprados. Hasta que finalmente: Están ahí los dos, sentados en la sala con sus posturas rígidas e impasibles, y sus miradas de furia contenida y decepción. - Ryuna ¿Esto es lo que has decidido hacer con tu vida?. - Rompe el silencio mi madre, con su gesto inexpresivo y su voz baja y calculada. Mi padre, por otra parte, me contempla fijamente, con ese golpecito de sus dedos al sofá que refleja su análisis y estrés. - Ni si quiera tuviste la decencia de ir a Fujiyama Gakuen. Después de nuestra discusión inicial, decidimos no hablarnos, pero que tú cumplirías con lo tuyo ¿Crees que puedes engañarnos? Yo me acerco en un paso hacia ellos, queriendo participar; sin embargo, mi madre alza su mano, indicándome que me detenga. - ¿Qué clase de espectáculo deplorable es este? Llegas herido después de pasarla con dos delincuentes europeos. ¿Es esto lo que eres ahora, un vagabundo que arrastra vergüenza con extraños? Sus palabras me paralizan. Siento tanta impotencia: cómo se refiere a ellos, cómo se refiere a mí. Separo los labios para hablar, pero ella interviene de vuelta. - Siempre fuiste torpe, sí, y...diferente. Lo aceptamos porque creíamos que con suficiente disciplina podrías corregirte. Pero esto...esto no tiene justificación. La desesperación me recubre, es injusto, es cruel. Abro la boca otra vez. - ¡Sus reglas- Mi papá se levanta abrupamente, furioso. - ¡No tienes derecho a hablar de reglas cuando lo único que has hecho es huir de ellas! Te dimos una oportunidad. Te dimos un lugar en Fujiyama, donde pudiste aprender a ser decente. Pero preferiste engañar nuestro trato. ¿Y para qué? ¿Para vagar por las calles y poner en peligro nuestro nombre? Él se acerca un paso más, con esa voz que me agua los ojos. - ¿Sabes lo que significa que hallas sido visto con esas personas? ¿Lo que la gente murmura de nosotros? Que nuestro único hijo ha elegido vivir como un criminal, como un...degenerado. No obstante, no aguanto más, y con los puños apretados, pero incapaz de verle: - ¿Por qué hablas como si hubieramos hecho algún acuerdo? ¿Acaso yo tuve opinión en algo de ir a ese lugar? ¿Yo les pedí que no me hablaran más? ¡Ustedes me abandonan y luego- Mi mamá culmina dándome una bofetada veloz, con su gesto inqueebrantable. - No te atrevas a decir que tu familia te abandonó, Ryuna. Eso no te lo permitiré. Tus desiciones fueron erradas y punto. - No necesitamos tus justificaciones. - Concluye mi padre.- A partir de ahora, harás lo que decidamos. Irás a Japón, a un internado que ya está siendo preparado para tí. Lejos de aquí, lejos de esas...distracciones que te han convertido en esto. El aire me abandona y me arrepiento. Debí rogarle a Bruna que me dejara quedarme junto con ellos, debí pasar más rato con Isidro, o ¿debí conocer a alguien más? Algo, debí hacer algo para evitar esto. No quiero, no quiero este futuro. - ¿Y si no quiero? - Suelto sin más, aguantando mi propio llanto. - No tienes opción. Tienes 17 años. Mientras estés bajo nuestro cargo, harás lo que se te ordene. - Contesta ella. Mi padre me toma del mentón, mirándome fijamente. - No olvides que todo, todo, lo que tienes proviene de nosotros. Sin nosotros, tú: No eres nada. Así, me quedó en mi habitación, totalmente devastado. El número de Bruna está allí, pero ella dijo que sólo llamaría si había algo nuevo. Mi dibujo del hogar de Isidro y de él también lo llevo. De lo que no tengo idea es de lo que pasó al otro lado y de que los medios de comunicación ya han empezado a hablar.
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  • - Me acaban de traer un recuerdo que me amargo la existencia ..
    - Me acaban de traer un recuerdo que me amargo la existencia ..
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  • El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos.

    El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural.

    Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar.

    La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones?
    Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo.

    — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría.

    El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído.

    El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
    El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos. El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural. Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar. La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones? Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo. — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría. El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído. El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
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  • La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad.

    Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión.

    Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga?

    Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma.

    —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva.

    El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era.

    Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
    La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad. Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión. Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga? Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma. —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva. El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
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  • — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • -Ese cuerpo de mujer lleno de belleza se transformó en una capa de humo, dejando en el viento el recuerdo, de sus ojos esmeralda, su nombre fue pronunciado a millas de ahí, era tiempo de reclamar lo que le pertenecía. 
    -Ese cuerpo de mujer lleno de belleza se transformó en una capa de humo, dejando en el viento el recuerdo, de sus ojos esmeralda, su nombre fue pronunciado a millas de ahí, era tiempo de reclamar lo que le pertenecía. 
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Sophie ya tiene ganas de nuevas aventuras pero necesita motivación.

    (En pocas palabras, necesita drama y alguien en ella.)

    Recuerdo que tengo una ficha e incluso un capítulo subido 🩷

    No quiero aclarar pero personajes 2D no porfi.
    Sophie ya tiene ganas de nuevas aventuras pero necesita motivación. (En pocas palabras, necesita drama y alguien en ella.) Recuerdo que tengo una ficha e incluso un capítulo subido 🩷 No quiero aclarar pero personajes 2D no porfi.
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