Va a comenzar un show viajero, tocará música, cantará canciones y se va a aprovechar de la cercanía para obtener información importante sobre cada lugar que pise, suena como un plan perfecto.
Va a comenzar un show viajero, tocará música, cantará canciones y se va a aprovechar de la cercanía para obtener información importante sobre cada lugar que pise, suena como un plan perfecto.
Dr Sniffles Stuart ᴬⁿᵗᵉᵃᵗᵉʳ Mi querido amigo, siempre estás cuando me sienta solita. Gracias por cuidarme. A compensación de ello, seré tu asistente en tus proyectos científicos.
[Sn1ffles] Mi querido amigo, siempre estás cuando me sienta solita. Gracias por cuidarme. A compensación de ello, seré tu asistente en tus proyectos científicos.
¿Qué? No va a negar sus preferencias. Y probablemente el único que podría conseguir que hiciera cualquier trago, pero no a voluntad como a Angel Dust, sería Alastor.
— Avísame si quieres otro — Agregó tras darle el vaso con el licor
¿Qué? No va a negar sus preferencias. Y probablemente el único que podría conseguir que hiciera cualquier trago, pero no a voluntad como a [Ange1Dust], sería Alastor.
— Avísame si quieres otro — Agregó tras darle el vaso con el licor
La clave de comenzar el día con energía y matar el sueño es una buena taza de café. Lástima que la mía sea de té... Y probablemente quiera dormir al medio día.
La clave de comenzar el día con energía y matar el sueño es una buena taza de café. Lástima que la mía sea de té... Y probablemente quiera dormir al medio día.
─Mírame a los ojos.
No tengas miedo, no voy a hacerte daño, a menos que tú me obligues.
Me pregunto qué es lo que realmente deseas. Poder, amor, protección. O tal vez alguien que te diga qué camino seguir. En el fondo, todos anhelan lo mismo: ser guiados.
Si decides seguirme, no necesitarás pensar. Yo tomaré las decisiones por ti. Te mostraré un mundo donde no existe la duda, ni el dolor. Solo propósito.
Así que dime… ¿Quieres resistirte o prefieres dejarte caer?─
─Mírame a los ojos.
No tengas miedo, no voy a hacerte daño, a menos que tú me obligues.
Me pregunto qué es lo que realmente deseas. Poder, amor, protección. O tal vez alguien que te diga qué camino seguir. En el fondo, todos anhelan lo mismo: ser guiados.
Si decides seguirme, no necesitarás pensar. Yo tomaré las decisiones por ti. Te mostraré un mundo donde no existe la duda, ni el dolor. Solo propósito.
Así que dime… ¿Quieres resistirte o prefieres dejarte caer?─
-La casa estaba en silencio por primera vez en todo el día. Las luces cálidas del salón creaban un ambiente suave, casi dorado, mientras el aroma tenue de té recién preparado flotaba en el aire. Afuera la noche era tranquila, pero dentro de la casa había una calidez casi acogedora, como si cada rincón estuviera acostumbrado a guardar risas, carreras diminutas y juguetes olvidados por todas partes.
Ella, todavía con parte del uniforme de trabajo puesto y el cabello suelto cayéndole por los hombros, se apoyó contra la mesa del comedor con una sonrisa traviesa dibujándose en sus labios. Se había quitado los tacones, tenía los pies descalzos sobre el piso cálido y ese pequeño gesto ya la hacía sentirse más viva, más ligera. Sus mejillas aún estaban ligeramente sonrojadas, no se sabía si por el calor, la risa… o por la compañía inesperada-
Bueno…
-dijo con una risa suave mientras se acomodaba un mechón detrás de la oreja-
Parece que al fin puedo descansar un poco… y justo llegas tú para hacer la noche más amena.
-Su voz tenía esa mezcla perfecta entre alegría, cansancio bonito y un ligero toque de coquetería, típica de ella. Se inclinó un poco, mirando hacia la puerta con brillo en los ojos, ese brillo que siempre tenía en sus ojos azules que mostraba su lado dulce-
Espero que no te moleste el desastre… ya sabes, vida de mamá. Pero prometo que compenso el desorden con buena compañía.
-Su sonrisa se ensanchó apenas, cálida, invitante-
-La casa estaba en silencio por primera vez en todo el día. Las luces cálidas del salón creaban un ambiente suave, casi dorado, mientras el aroma tenue de té recién preparado flotaba en el aire. Afuera la noche era tranquila, pero dentro de la casa había una calidez casi acogedora, como si cada rincón estuviera acostumbrado a guardar risas, carreras diminutas y juguetes olvidados por todas partes.
Ella, todavía con parte del uniforme de trabajo puesto y el cabello suelto cayéndole por los hombros, se apoyó contra la mesa del comedor con una sonrisa traviesa dibujándose en sus labios. Se había quitado los tacones, tenía los pies descalzos sobre el piso cálido y ese pequeño gesto ya la hacía sentirse más viva, más ligera. Sus mejillas aún estaban ligeramente sonrojadas, no se sabía si por el calor, la risa… o por la compañía inesperada-
Bueno…
-dijo con una risa suave mientras se acomodaba un mechón detrás de la oreja-
Parece que al fin puedo descansar un poco… y justo llegas tú para hacer la noche más amena.
-Su voz tenía esa mezcla perfecta entre alegría, cansancio bonito y un ligero toque de coquetería, típica de ella. Se inclinó un poco, mirando hacia la puerta con brillo en los ojos, ese brillo que siempre tenía en sus ojos azules que mostraba su lado dulce-
Espero que no te moleste el desastre… ya sabes, vida de mamá. Pero prometo que compenso el desorden con buena compañía.
-Su sonrisa se ensanchó apenas, cálida, invitante-
"Todo lo que mal empieza, mal acaba, y tu hiciste las cosas muy mal, tan mal que jodiste tu propia existencia"
Eso le decía a un violador hace unos días ¿Sigue existiendo? Hmmm. . . Digamos que eso es muy obvio de responder
Ahora iré a visitar a mi chico para llenarlo de amor
"Todo lo que mal empieza, mal acaba, y tu hiciste las cosas muy mal, tan mal que jodiste tu propia existencia"
Eso le decía a un violador hace unos días ¿Sigue existiendo? Hmmm. . . Digamos que eso es muy obvio de responder
Ahora iré a visitar a mi chico para llenarlo de amor
Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.
Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.
Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.
En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.
Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia.
Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse con facilidad.
—Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.
En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.
Jean había quedado fascinado, sin realmente importarle guardar las apariencias, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su alegría infantil.
Era la primera vez que estaba tan lejos de casa.
—Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.
La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.
Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.
En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.
Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.
Así, tras otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.
—La Ville Lumière —murmuró Jean en francés, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.
La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica.
Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.
Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.
Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.
Tan estúpidamente infantil.
—¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.
Hizo una seña con la cabeza.
Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.
«Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.
Estaba comportándose inapropiadamente.
Las largas horas de viaje habían agotado terriblemente a Jean, que difícilmente pudo mantener un rostro educado ni la actitud afable habitual con el señor Heinrich; de hecho, ante cada conversación, asentía con una sonrisa débil o forzada, intentando mantener su rol de anfitrión solícito incluso cuando se hallaban lejos de la mansión Phantomhive.
Además, con lo quisquilloso que solía ser Jean con la apariencia, el calor distintivo de agosto lo irritaba profundamente, detestando sentirse sucio por el sudor, o sofocado por el fuerte sol.
Pero eso cambió cuando viajaron por el ferry de vapor.
En la proa, Jean se maravilló ante la vista del mar del norte.
Recordando haberla visto por primera vez en su infancia, cuando, junto a Charles Grey, había viajado hacia Howick Hall, el hogar ancestral de su familia.
Northumberland estaba ubicado al norte de Inglaterra, cerca de Bamburgh, donde el mar podía observarse con facilidad.
—Tal cual como la recuerdo —musitó, guardando el aliento, mientras se aferraba a la barandilla para no caerse del mirador.
En ese instante, en sus ojos pareció reflejarse el mar, sin poder diferenciarse la tonalidad de azules, cálidos como el clima que los arropaba con una refrescante brisa.
Jean había quedado fascinado, sin realmente importarle guardar las apariencias, incluso, el mareo que había sufrido inicialmente parecía haber menguado por su alegría infantil.
Era la primera vez que estaba tan lejos de casa.
—Côte d'Opale —pronunció en un excelente francés, volviendo a maravillarse por las vistas.
La costa de Ópalo era una ladera de un profundo verde que bordeaba el mar y el canal de la mancha; es decir, que con solo verla podían saber que se encontraban en Francia.
Era parte del itinerario pisar suelo francés, dirigirse a París y desde allí, tomar un tren hacia Munich. Estando ahí debían tomar otro tren que los dejaría finalmente en Augsburgo.
En principio, si Jean hubiera sabido que el viaje sería tan extenuante, hubiera declinado.
Sin embargo, la tarea que se tenía entre manos necesitaba de su presencia. No podía delegársela a nadie, pues, no existía en el mundo nadie más capaz que el mismo Jean para ejecutarla.
Así, tras otras horas de viaje en tren, ambos caballeros arribaron a la Ciudad de la Luz.
—La Ville Lumière —murmuró Jean en francés, mirando las luces de la Torre Eiffel y de los edificios circundantes con fascinación.
La noche parecía fulgurante bajo la iluminación eléctrica.
Jean sentía el cuerpo fatigado, y algunas náuseas todavía lo afectaban por el viaje en ferry.
Pero quiso caminar un poco más, conocer algo de París.
Tan entusiasmado por ello como si nunca pudiera regresar.
Tan estúpidamente infantil.
—¿Le gustaría dar un paseo? —propuso con la voz rasposa, dirigiéndole una sonrisa débil por el cansancio. —Si su deseo es descansar, lo entenderé. El hotel se encuentra cerca.
Hizo una seña con la cabeza.
Sintiéndose tontamente esperanzado con la idea de ser acompañado.
«Cálmate un poco» se reprochó con vergüenza.
Estaba comportándose inapropiadamente.