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    —Ver esto me hace preguntar que que algo quieren decirme Pero creo que esto no es la manera no soy adivino si quieren preguntarme algo pueden enviarme un mensaje mi teléfono no dejaba de timbrar si tienen alguna duda sobre mi pueden preguntar solo no hagan esto gracias por entender —
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  • El olor del cuero mezclado con tabaco caro aún impregnaba el aire del camarín. Las luces alrededor del espejo chispeaban como si presintieran algo, ya no era solo un show, sino una tormenta.

    Lia se encontraba sentada en el borde de la silla, el codo apoyado sobre su rodilla, sosteniendo entre los dedos una bala. Era liviana. Demasiado liviana para todo el peso que traía con ella.
    En el costado pulido del metal, sus iniciales estaban grabadas con precisión sobre la supercie.

    L.A.R.B

    Una firma.
    Una advertencia.
    Una promesa.

    La rosa blanca había quedado sobre el tocador, marchita antes de tiempo por el aire caliente del lugar. Ese perfume un aroma sutil a ruina y memoria, seguía anclado en el ambiente como una cuerda atada al pasado.

    No necesitaba preguntar quién la había dejado. Estaba segura que era él.

    Su mente regresó, sin quererlo, a un apartamento en Moscú, a las ventanas cubiertas por cortinas pesadas. Había escapado de él… o eso había creído. Pero los fantasmas que huelen a pólvora y Versace nunca mueren del todo.

    Un golpe seco la sacó del trance.

    —Lia —la voz de su mánager era apenas un susurro desesperado tras la puerta entreabierta— Hay alguien en el balcón de VIP… está armado. Seguridad no puede acercarse. Dicen que es... alguien tuyo.

    Lia se puso de pie, la bala aún en su mano. Su cuerpo reaccionaba con el mismo ritmo de siempre, movimientos agiles, mirada seria, respiración medida. Pero por dentro, el hielo corría por sus venas.

    —No es mío —Corrigió mirando a su mánager— Nunca lo fue.

    Tomó la chaqueta de cuero, la ajustó como una armadura, como si de esa forma se daba el valor necesario. Esa noche, el escenario no era solo para posar. Era un campo minado con luces de neón. Cruzó el pasillo entre bastidores con paso firme. La música al otro lado de la cortina negra se alzaba como una ola a punto de romper. Los flashes la esperaban. Las cámaras, los gritos, los aplausos…todo parecía tan ajeno a todo el tormento de su cabeza.

    Sin más subió al escenario y lo vio. Desde el balcón, rodeado de sombras y escoltas con rostros de piedra, la miraba como si nunca la hubiese dejado ir. Como si no supiera distinguir entre obsesión y amor. Vestía de negro, con un vaso en la mano y una sonrisa torcida que conocía demasiado bien.

    Ella alzó el micrófono. Su voz, serena, casi suave, resonó por todo el club...

    —A veces, el pasado vuelve. A veces, con flores. A veces... con balas- Y entonces, sin romper la mirada con él, dejó caer la bala al suelo. El sonido metálico rebotó contra la tarima.
    Seco. Definitivo.

    Y él ya no sonrió esta vez.

    "¿Qué se supone que debería hacer ahora?. ¿Correr?". Los flashes la segaban un poco, tanto así como cuando volvió su vista al balcón, él ya no estaba...eso solo significaba una cosa. PELIGRO!
    El olor del cuero mezclado con tabaco caro aún impregnaba el aire del camarín. Las luces alrededor del espejo chispeaban como si presintieran algo, ya no era solo un show, sino una tormenta. Lia se encontraba sentada en el borde de la silla, el codo apoyado sobre su rodilla, sosteniendo entre los dedos una bala. Era liviana. Demasiado liviana para todo el peso que traía con ella. En el costado pulido del metal, sus iniciales estaban grabadas con precisión sobre la supercie. L.A.R.B Una firma. Una advertencia. Una promesa. La rosa blanca había quedado sobre el tocador, marchita antes de tiempo por el aire caliente del lugar. Ese perfume un aroma sutil a ruina y memoria, seguía anclado en el ambiente como una cuerda atada al pasado. No necesitaba preguntar quién la había dejado. Estaba segura que era él. Su mente regresó, sin quererlo, a un apartamento en Moscú, a las ventanas cubiertas por cortinas pesadas. Había escapado de él… o eso había creído. Pero los fantasmas que huelen a pólvora y Versace nunca mueren del todo. Un golpe seco la sacó del trance. —Lia —la voz de su mánager era apenas un susurro desesperado tras la puerta entreabierta— Hay alguien en el balcón de VIP… está armado. Seguridad no puede acercarse. Dicen que es... alguien tuyo. Lia se puso de pie, la bala aún en su mano. Su cuerpo reaccionaba con el mismo ritmo de siempre, movimientos agiles, mirada seria, respiración medida. Pero por dentro, el hielo corría por sus venas. —No es mío —Corrigió mirando a su mánager— Nunca lo fue. Tomó la chaqueta de cuero, la ajustó como una armadura, como si de esa forma se daba el valor necesario. Esa noche, el escenario no era solo para posar. Era un campo minado con luces de neón. Cruzó el pasillo entre bastidores con paso firme. La música al otro lado de la cortina negra se alzaba como una ola a punto de romper. Los flashes la esperaban. Las cámaras, los gritos, los aplausos…todo parecía tan ajeno a todo el tormento de su cabeza. Sin más subió al escenario y lo vio. Desde el balcón, rodeado de sombras y escoltas con rostros de piedra, la miraba como si nunca la hubiese dejado ir. Como si no supiera distinguir entre obsesión y amor. Vestía de negro, con un vaso en la mano y una sonrisa torcida que conocía demasiado bien. Ella alzó el micrófono. Su voz, serena, casi suave, resonó por todo el club... —A veces, el pasado vuelve. A veces, con flores. A veces... con balas- Y entonces, sin romper la mirada con él, dejó caer la bala al suelo. El sonido metálico rebotó contra la tarima. Seco. Definitivo. Y él ya no sonrió esta vez. "¿Qué se supone que debería hacer ahora?. ¿Correr?". Los flashes la segaban un poco, tanto así como cuando volvió su vista al balcón, él ya no estaba...eso solo significaba una cosa. PELIGRO!
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  • Yendo a comprar unos detalles bonitos... Flores ya se cual son sus favoritas... Pero me faltan mas datos de importancia, eso me pasa por no preguntar mas... Me las arreglaré basándome en lo bonito que es él... Espero me vaya bien
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    || Muchos visitantes me hace preguntarme, si han perdido algo, si sienten vergüenza o miedo de iniciar algo. No teman, no me los comeré.
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  • Le digo un secreto ...
    Siempre donde hay un cuerpo de agua la "muerte" estará..
    Se preguntarán por qué..
    Es el conductor universal entre este mundo y el otro, entre quien vive y muere, es lo más cercano a la pureza después del aire..

    - Estaba en casa viendo las películas destino final(?)-

    Pero hay muertes que se me atribuyen a mi , y solo es efecto de la física..


    #SeductiveSunday
    Le digo un secreto ... Siempre donde hay un cuerpo de agua la "muerte" estará.. Se preguntarán por qué.. Es el conductor universal entre este mundo y el otro, entre quien vive y muere, es lo más cercano a la pureza después del aire.. - Estaba en casa viendo las películas destino final(?)- Pero hay muertes que se me atribuyen a mi , y solo es efecto de la física.. #SeductiveSunday
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  • ¿Quieres echar un ojo? No hay problema, es una pequeña parte de lo que vendo pero creo que algo de esto puede interesarte

    **Mencionaria el esqueleto al alzar una parte de su sudadera, mostrando algunos articulos peculiares en los bolsillos ocultos de este**

    Sin miedo puedes preguntar lo que sea.
    ¿Quieres echar un ojo? No hay problema, es una pequeña parte de lo que vendo pero creo que algo de esto puede interesarte **Mencionaria el esqueleto al alzar una parte de su sudadera, mostrando algunos articulos peculiares en los bolsillos ocultos de este** Sin miedo puedes preguntar lo que sea.
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  • —Bueno,Bueno,Bueno...miren a quien tenemos aqui..iba a preguntarte como entraste aqui pero a quién le importa...supongo que tengo un nuevo juguete
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  • Once Upon a Siren
    Fandom OC
    Categoría Original
    Gin Katsuragi

    Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba.

    Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin.

    Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor.

    "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado.

    Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer.

    Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado.
    "¿Qué soy para ti, Gin?"

    La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso.

    Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea.

    Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón.

    La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    [Katsuragi01] Aquella noche parecía estar perfectamente acompañada por el sonido de las hojas mecidas por el viento que entonaban una melodía triste como si la misma naturaleza pudiera percibir lo que pasaba por su mente y su corazón. Miyabi abrió los ojos lentamente notando que el sudor frío que solía cubrir su frente al despertar no estaba. Por primera vez en tanto tiempo la pesadilla repetitiva no había venido a buscarla. La aldea devorada por las llamas, las voces ahogadas por el humo, la soledad gritando en su pecho se habían desvanecido en un silencio inusualmente pacífico. Sí, era la primera vez que amanecía sin dolor o miedo y solo podía atribuírselo a Gin. Su primer encuentro había sido tan improbable y violento en sus inicios, ella había intentado matarlo al confundirlo con un miembro del fenix negro. Él, en lugar de atacar de vuelta se había transformado en algo que desafiaba toda lógica acogiéndola a pesar de sus amenazas, entendiendo sus motivos y sobretodo su dolor. "¿Cómo era posible que, en tan poco tiempo, alguien pudiera convertirse en un refugio?" Pensó cuando sus ojos se pasearon por el rostro pacífico de Gin quién parecia descansar tranquilo a su lado. Sabía que aunque él no pudiera leer su mente, de alguna extraña manera podía percibir lo que sentía. La luz de las velas de la habitación comenzaba a extinguirse aunque la luna brindara suficiente luz para notar los detalles en el rostro del hombre que tenía al lado. Miyabi se sentó cerca a la ventana abrazando sus rodillas contra el pecho con los ojos clavados en la cicatriz que brillaba en su muñeca con un tenue fulgor azulado. La marca de su misión. Un recordatorio vivo de lo que era y de lo que tenía que hacer. Las voces susurraban en los bordes de su conciencia, lejanas pero insistentes: "Aún no ha terminado. No puedes permitirte sentir." Pero ya era demasiado tarde. Su corazón latía con una fuerza que no conocía desde antes de perderlo todo. Cada vez que Gin estaba cerca, sentía que algo dentro de ella se encendía, algo que había enterrado con los restos de su pasado. "¿Qué soy para ti, Gin?" La pregunta había quedado flotando entre ellos como algo que no se había atrevido a preguntar en voz alta aunque lo sabía y temía a la respuesta tanto como a las sombras que la seguían. Aquellas que no conocían el descanso. Por mucho que él prometiera protegerla, una parte de ella sabía que la batalla aún no había terminado y algo que él no sabia era que tal vez la verdadera lucha de Miyabi no era contra los fantasmas del pasado sino contra el miedo a vivir, a no ser merecedora a lo que se le fue negado al resto de su aldea. Esa noche, mientras el cielo comenzaba a teñirse de estrellas, Miyabi se levantó en silencio; sus manos parecían cobrar posesión de aquella pluma que Gin había dejado sobre el escritorio escribiendo algo que sólo él comprendería, una referencia al lugar que había dado inicio a todo, el primer encuentro en alguna otra vida que habia generado aquella chispa entre ellos y una promesa rota de su parte que no pensaba volver a romper. Quería estar con Gin para siempre y para éso tenía que llevarlo con ella a descubrir aquello que le impedía sentir profundamente con todo el corazón. La marea parecía más fuerte que la última vez que estuvo en ese lugar. El sonido del viento y de las olas golpeando el muelle era lo único que la acompañaban, la cicatriz en su muñeca parecía haberse calmado producto en parte de aquel alejamiento, como si fuera una recompensa a estar sola. Sabia que Gin llegaría pronto, podía sentirlo en su corazón por lo que sólo se dedicó a esperar mientras miles de burbujas se formaban en el infinito océano frente a ella.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
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    Estado
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  • [Pesadilla recurrente.] [Historia canónica]

    — ¡BASTA, PAPÁ! —

    — ... —

    — ¡BASTA YA, DETENTE! ¡TE JURO QUE NO ES LO QUE PARECE! —

    — ... —

    La sangre goteando por sus nudillos. Su rostro totalmente estoíco. En el suelo, aquel sujeto que habia encontrado en la cama con su mujer tiene la nariz destrozada y la boca llena de sangre. Seguramente se tragó algún diente.

    — ¡POR FAVOR PAPÁ, YA PARA! ¡YA APRENDIÓ SU LECCIÓN! —

    Un pequeño niño que solloza y moquea se abraza a su pierna. El adulto dirige su mirada a él, y frunce el ceño.

    — ¿No dijiste que querías ser tan fuerte y poderoso como tu padre...? —

    — *Sniff* S-Si... Si lo dije... —

    — Entonces debes entenderlo... Este tipo de basuras nunca aprenden la lección. Seguramente tu madre no es la primera, ni es la última que trate de ser seducida por este Don Juan. Un estúpido que no sabe donde se mete. —

    Dirige su mano a su bolsillo, y de este saca un arma. Le quita el seguro con naturalidad, y apunta hacia el tipo en el suelo.

    — Asi son los blancos, creen que son dueños de todo... Hasta que les das un unico golpe, y entienden su posición. Fuimos bendecidos con un cuerpo superior, hijo mío. Somos más fuertes, más resistentes, más capaces. Nuestro único error fue dejarnos doblegar por estas basuras desde hace siglos. —

    El menor observa con horror como su padre coloca su arma en sus pequeñas manos. Tembloroso, imita la posición que su padre tomaba cuando apuntaba. El mayor rie, y corrige un poco su postura.

    — Debes entenderlo, y nunca olvidarlo... Dios nos bendijo con la fuerza para defendernos de estas basuras. Sería un pecado no usar ese poder.~ —

    El sudor recorre la frente del pequeño mientras su respiración se agita. El sujeto en el suelo está tan malherido que ni siquiera tiene fuerzas para rogar.

    — Yo... —

    — ¡NO LO HAGAS, DETENTE! —

    — ¿Dijiste que querías ser como papá, no? No dudar cuando tiene que hacer lo correcto... Es lo que hizo tan fuerte a tu padre. —

    Las voces retumbando en su cabeza. Las lagrimas que recorren el rostro del tipo golpeado, y que recorren su propio rostro. El pánico se apodera de su cuerpo, mientras las ordenes del mayor resuenan sin control.

    — Ya... ¡YA BASTA...! —

    Sin poder soportar más, finalmente dispara. El retroceso es tan fuerte como para hacerlo caer hacia atrás, mientras llora desconsoladamente. Su padre aplaude y ríe, mientras su madre se dirige a tomar el pulso de su victima.

    — Bien hecho, muy bien hecho... Te falta puntería, pero lo hiciste muy bien. Papá está orgulloso. —

    Se arrodilla para abrazar a su pequeño hijo con una sonrisa de orgullo. Lo esconde en su pecho mientras el pequeño no para de llorar con angustia y pánico.

    — Lo hiciste muy bien, Joel... Papá está orgulloso de ti.~ —

    ...

    Con esa frase despierta en medio de la madrugada, con el ceño fruncido. Desde hace unos días, no hay noche en la que su mente no divague por su infancia, por aquél día. Obligado a despertar por su propia mente, se endereza y se dirige a la cocina. No se molesta en preguntarle a la chica que descansa cubierta en sábanas si también quiere agua.

    — Maldición... ¿Por qué diablos ahora tengo que recordarlo...? ¿Es porque se acerca el aniversario de tu muerte, padre...? —

    Bebe directamente de la botella. No va a molestarse en sacar un vaso solo para eso. Se lleva la botella consigo al cuarto, la deja a un costado y se dirige a la ventana para ver hacia la noche. Su mirada melancolica, delata la duda que ronda su mente.

    ...

    Enciende un cigarrillo y suspira. Quizás mañana consiga dormir 8 horas seguidas.
    [Pesadilla recurrente.] [Historia canónica] — ¡BASTA, PAPÁ! — — ... — — ¡BASTA YA, DETENTE! ¡TE JURO QUE NO ES LO QUE PARECE! — — ... — La sangre goteando por sus nudillos. Su rostro totalmente estoíco. En el suelo, aquel sujeto que habia encontrado en la cama con su mujer tiene la nariz destrozada y la boca llena de sangre. Seguramente se tragó algún diente. — ¡POR FAVOR PAPÁ, YA PARA! ¡YA APRENDIÓ SU LECCIÓN! — Un pequeño niño que solloza y moquea se abraza a su pierna. El adulto dirige su mirada a él, y frunce el ceño. — ¿No dijiste que querías ser tan fuerte y poderoso como tu padre...? — — *Sniff* S-Si... Si lo dije... — — Entonces debes entenderlo... Este tipo de basuras nunca aprenden la lección. Seguramente tu madre no es la primera, ni es la última que trate de ser seducida por este Don Juan. Un estúpido que no sabe donde se mete. — Dirige su mano a su bolsillo, y de este saca un arma. Le quita el seguro con naturalidad, y apunta hacia el tipo en el suelo. — Asi son los blancos, creen que son dueños de todo... Hasta que les das un unico golpe, y entienden su posición. Fuimos bendecidos con un cuerpo superior, hijo mío. Somos más fuertes, más resistentes, más capaces. Nuestro único error fue dejarnos doblegar por estas basuras desde hace siglos. — El menor observa con horror como su padre coloca su arma en sus pequeñas manos. Tembloroso, imita la posición que su padre tomaba cuando apuntaba. El mayor rie, y corrige un poco su postura. — Debes entenderlo, y nunca olvidarlo... Dios nos bendijo con la fuerza para defendernos de estas basuras. Sería un pecado no usar ese poder.~ — El sudor recorre la frente del pequeño mientras su respiración se agita. El sujeto en el suelo está tan malherido que ni siquiera tiene fuerzas para rogar. — Yo... — — ¡NO LO HAGAS, DETENTE! — — ¿Dijiste que querías ser como papá, no? No dudar cuando tiene que hacer lo correcto... Es lo que hizo tan fuerte a tu padre. — Las voces retumbando en su cabeza. Las lagrimas que recorren el rostro del tipo golpeado, y que recorren su propio rostro. El pánico se apodera de su cuerpo, mientras las ordenes del mayor resuenan sin control. — Ya... ¡YA BASTA...! — Sin poder soportar más, finalmente dispara. El retroceso es tan fuerte como para hacerlo caer hacia atrás, mientras llora desconsoladamente. Su padre aplaude y ríe, mientras su madre se dirige a tomar el pulso de su victima. — Bien hecho, muy bien hecho... Te falta puntería, pero lo hiciste muy bien. Papá está orgulloso. — Se arrodilla para abrazar a su pequeño hijo con una sonrisa de orgullo. Lo esconde en su pecho mientras el pequeño no para de llorar con angustia y pánico. — Lo hiciste muy bien, Joel... Papá está orgulloso de ti.~ — ... Con esa frase despierta en medio de la madrugada, con el ceño fruncido. Desde hace unos días, no hay noche en la que su mente no divague por su infancia, por aquél día. Obligado a despertar por su propia mente, se endereza y se dirige a la cocina. No se molesta en preguntarle a la chica que descansa cubierta en sábanas si también quiere agua. — Maldición... ¿Por qué diablos ahora tengo que recordarlo...? ¿Es porque se acerca el aniversario de tu muerte, padre...? — Bebe directamente de la botella. No va a molestarse en sacar un vaso solo para eso. Se lleva la botella consigo al cuarto, la deja a un costado y se dirige a la ventana para ver hacia la noche. Su mirada melancolica, delata la duda que ronda su mente. ... Enciende un cigarrillo y suspira. Quizás mañana consiga dormir 8 horas seguidas.
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  • El silbido lejano de una bala perdida se apagó entre escombros. Thalya se agazapó tras un muro derrumbado, con el fusil apoyado en las rodillas y los dedos manchados de tierra y sangre ajena. El humo olía a carne, a metal caliente, a algo que ya había olido demasiadas veces como para seguir estremeciéndose.

    Pero no era el olor lo que la tenía en silencio.

    Era la noche. Y lo que la noche le traía.

    Cerró los ojos un instante. Sólo un segundo.

    Y allí estaba otra vez. Él.

    Su padre. Su voz grave. Su silueta de sombra recortada contra el amanecer de aquel campo de entrenamiento improvisado. Ella tendría… ¿siete? ¿Ocho? Apenas alcanzaba a sostener el peso de la pistola entre las manos.

    —“No te estoy enseñando a matar, Thalya.”

    Ella había levantado la mirada, confundida. Sus rodillas raspadas. Sus manos temblando.

    —“Te estoy enseñando a que no te maten.”

    Ese fue el primer día que disparó a algo que se movía. No era un enemigo. Era una liebre. Saltó por el disparo, no por el miedo. Y acertó.

    Thalya volvió al presente cuando oyó el crujido de una bota en la grava. Apretó la mandíbula y desenfundó el arma sin pensarlo. Su cuerpo sabía qué hacer. Su mente… no tanto.

    A veces deseaba que él siguiera vivo para preguntarle por qué les enseñó a sobrevivir, pero no a vivir con lo que vendría después.

    El silencio volvió. Ella también.

    La guerra no le dejaba tiempo para llorar. Pero sí para recordar.
    El silbido lejano de una bala perdida se apagó entre escombros. Thalya se agazapó tras un muro derrumbado, con el fusil apoyado en las rodillas y los dedos manchados de tierra y sangre ajena. El humo olía a carne, a metal caliente, a algo que ya había olido demasiadas veces como para seguir estremeciéndose. Pero no era el olor lo que la tenía en silencio. Era la noche. Y lo que la noche le traía. Cerró los ojos un instante. Sólo un segundo. Y allí estaba otra vez. Él. Su padre. Su voz grave. Su silueta de sombra recortada contra el amanecer de aquel campo de entrenamiento improvisado. Ella tendría… ¿siete? ¿Ocho? Apenas alcanzaba a sostener el peso de la pistola entre las manos. —“No te estoy enseñando a matar, Thalya.” Ella había levantado la mirada, confundida. Sus rodillas raspadas. Sus manos temblando. —“Te estoy enseñando a que no te maten.” Ese fue el primer día que disparó a algo que se movía. No era un enemigo. Era una liebre. Saltó por el disparo, no por el miedo. Y acertó. Thalya volvió al presente cuando oyó el crujido de una bota en la grava. Apretó la mandíbula y desenfundó el arma sin pensarlo. Su cuerpo sabía qué hacer. Su mente… no tanto. A veces deseaba que él siguiera vivo para preguntarle por qué les enseñó a sobrevivir, pero no a vivir con lo que vendría después. El silencio volvió. Ella también. La guerra no le dejaba tiempo para llorar. Pero sí para recordar.
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