⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos.
Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada.
Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista.
Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse.
Entra en la cafetería.
El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno
──Un americano grande - pide al llegar su turno
La barista asiente, sin mirarla.
Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana.
Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento.
La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa)
Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla.
Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad.
Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual.
El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto.
── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro
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El sol se alza sobre los edificios de hormigón y cristal, proyectando delgadas sombras a lo largo de una calle lateral. El aire aún conserva un ligero frío matutino, la calle está llena de vida: gente saliendo de cafeterías con tazas de cartón, perros tirando de sus correas, el murmullo de conversaciones triviales...Irina vestida siempre de negro, con su densa melena azabache al viento y sus ojos grisáceos penetrantes pero ligeramente distraídos.
Con un propósito silencioso, sus pasos son firmes y miden la distancia entre ella y su objetivo. Lleva un plano doblado en una mano y una foto de baja resolución en la otra, la imagen de un hombre de mediana edad, barba canosa y mirada huidiza, un experto en criptografía que se ha esfumado con información clasificada.
Se detiene en un cruce, escudriñando los edificios de enfrente, Irina cae en cuenta que ha queddo justo frente a una pequeña cafetería, el cristal está empañado. Una mujer ríe dentro, su cabeza echada hacia atrás mientras le entrega un billete a la barista.
Irina siente un impulso repentino, su misión es prioritaria, pero se permite desviarse.
Entra en la cafetería.
El calor la envuelve, la fila es corta. Irina observa cómo la barista, una joven con el cabello recogido descuidadamente, prepara un latte con movimientos precisos. El vapor sube, el sonido del molinillo y la leche espumándose es un ruido de fondo que de alguna manera le resulta profundamente extraño, ajeno
──Un americano grande - pide al llegar su turno
La barista asiente, sin mirarla.
Mientras espera, se recarga contra el mostrador. Saca su teléfono y revisa el plano: el área de búsqueda es amplia, densa, saturada. Pero su mirada se desvía, a su lado, un hombre de negocios, con el traje pulcro y un maletín de cuero, revisa las noticias en su tableta mientras da un sorbo a su café. En una mesa, una pareja joven discute planes para el fin de semana.
Un recuerdo fugaz la golpea: ella, hace años, sentada en una mesa similar, leyendo un libro antes de ir a trabajar, saboreando el momento.
La barista llama su nombre: "Alicia" (Por supuesto no daría el real, nunca se sabe quien escucha, quien la observa)
Toma la taza humeante, el cartón caliente y ligeramente rugoso entre sus dedos y da un sorbo. El amargor oscuro y fuerte del café, el calor entrando en su cuerpo, es un ancla.
Una sensación extraña y casi dolorosa la invade...Mira a su alrededor, a la gente inmersa en sus pequeñas rutinas. El ir y venir. La normalidad.
Una opresión fría se instala en su pecho. Se siente como una turista en un país que solía ser su hogar. Sus motivos son grandes, sus responsabilidades vitales, pero aquí, en este burbujeo de lo cotidiano, es una pieza fuera de lugar. Su rutina es el secretismo, la alerta constante, el no ser vista. Su café es una pausa forzada, no un ritual.
El hombre de la foto en su bolsillo parece ahora un fantasma, una excusa para no ser parte de esto.
── La rutina… el privilegio de la normalidad, la olvidé. - dijo para sí en un susurro