• Los días previos a Navidad, Raden se había encontrado en un estado insólito de absoluta y pura indecisión. Su mente, que parecía un catálogo de reliquias y objetos interesantes, de pronto encontraba que todas las opciones resultaban... insuficientes. Demasiado insuficientes. ¿Un espejo victoriano? ¿Una daga ceremonial?. Había consultado a sus amigas y hasta se había sumergido en las profundidades digitales de 'Gugul', saliendo de allí con dolor de cabeza.

    Nada la convencia. Todo le parecía insuficiente para la obra de arte viviente que era su precioso novio. ¿Que podía darle, que fuera realmente digno de él? ¡¿Es que acaso existía algo, que pudiera ser digno de él?!. Entonces la idea llegó... Quizás el regalo perfecto no era algo extravagante, quizás no era algo que pudiera comprar, adquirir o robar de un museo -aunque esa última idea no la descartaba-. Tal vez, era algo que se debía crear. ¡Aja! ¡Eso era! ¿Cuantas veces había él, preparado comidas y manjares para ella, con una paciencia y un arte que eran otra forma de hechicería? Muchas. Demasiadas. ¡Era su turno! Fallar estrepitosamente era una posibilidad... y por eso mismo, era algo valioso. Ese sería su regalo, su esfuerzo y su posible fracaso, todo envuelto en un intento.

    Desempolvó los libros de cocina -porque el 'yutú' es demasiado complicado- y busco las recetas. ¡Un postre! Porque tal parecía como si hubiera menos probabiludades de fallar con un postre que con una cena. La cocina pronto se transformó en una especie de laboratorio donde la harina volaba por todas partes. Mantequilla, huevos, frutas confitadas, frutos secos y un chorrito de moscatel. La dejó leudar, cubierta con un paño. Y mientras esperaba, la masa de jengibre -harins, melaza, especias- fue extendida y cortada con los moldes que logró conseguir en su cocina: una estrella, una luna creciente y un gatito. Las galletas salieron del horno, perfumando el aire, y las decoró con glacé real.El panettone, ya horneado y dorado, fue su obra principal. La adornó con un glacé en color rojo y escribió un mensaje: 'Feliz Navidad, amor. ~ R'.

    La mesa fue puesta con un mantel de lino y la porcelana blanca del siglo XIX que guardaba para ocasiones especiales. Sobre ella, el panettone y el montón de galletas de jengibre. Pero no era suficiente. Lo mundano necesitaba el sello de lo eterno. Y justo a tiempo, llegó su adquisición final. Un anillo 'guarda-secretos' del siglo XVII. Un aro de plata sobre con incrustaciones de onix. Lo había obtenido tras negociaciones que involucraron tres objetos malditos y una promesa vaga. Su función era simple pero profunda: si él, en algún momento de necesidad o simple deseo, sostenía el anillo y concentraba un pensamiento o mensaje para ella, Raden lo escucharía, dondequiera que estuviera. Sería como tener una llave directa a sus pensamientos.

    Todo estaba listo.

    — Amor, te tengo una sorpresa... —le había dicho antes, colocandose detrás de Donovan Lenheim y cubriendo sus ojos con sus manos -aun ligeramente enharinadas- guiandolo hacia el comedor— ¡Ta-dah! ~

    Al retirar sus manos, él vería la escena. Panettone, galletas de jengibre, y sobre la servilleta de lino junto a un plato, el anillo.

    — ¿Que te parece, hm? ¡Creo que... me volví una alquimista de la repostería! O al menos, logré que algo comestible saliera sin tu ayuda, jeje ~ —luego señaló la pieza de onix— Y ese, es para que nunca, nunca, estemos realmente incomunicados ~
    Los días previos a Navidad, Raden se había encontrado en un estado insólito de absoluta y pura indecisión. Su mente, que parecía un catálogo de reliquias y objetos interesantes, de pronto encontraba que todas las opciones resultaban... insuficientes. Demasiado insuficientes. ¿Un espejo victoriano? ¿Una daga ceremonial?. Había consultado a sus amigas y hasta se había sumergido en las profundidades digitales de 'Gugul', saliendo de allí con dolor de cabeza. Nada la convencia. Todo le parecía insuficiente para la obra de arte viviente que era su precioso novio. ¿Que podía darle, que fuera realmente digno de él? ¡¿Es que acaso existía algo, que pudiera ser digno de él?!. Entonces la idea llegó... Quizás el regalo perfecto no era algo extravagante, quizás no era algo que pudiera comprar, adquirir o robar de un museo -aunque esa última idea no la descartaba-. Tal vez, era algo que se debía crear. ¡Aja! ¡Eso era! ¿Cuantas veces había él, preparado comidas y manjares para ella, con una paciencia y un arte que eran otra forma de hechicería? Muchas. Demasiadas. ¡Era su turno! Fallar estrepitosamente era una posibilidad... y por eso mismo, era algo valioso. Ese sería su regalo, su esfuerzo y su posible fracaso, todo envuelto en un intento. Desempolvó los libros de cocina -porque el 'yutú' es demasiado complicado- y busco las recetas. ¡Un postre! Porque tal parecía como si hubiera menos probabiludades de fallar con un postre que con una cena. La cocina pronto se transformó en una especie de laboratorio donde la harina volaba por todas partes. Mantequilla, huevos, frutas confitadas, frutos secos y un chorrito de moscatel. La dejó leudar, cubierta con un paño. Y mientras esperaba, la masa de jengibre -harins, melaza, especias- fue extendida y cortada con los moldes que logró conseguir en su cocina: una estrella, una luna creciente y un gatito. Las galletas salieron del horno, perfumando el aire, y las decoró con glacé real.El panettone, ya horneado y dorado, fue su obra principal. La adornó con un glacé en color rojo y escribió un mensaje: 'Feliz Navidad, amor. ~ R'. La mesa fue puesta con un mantel de lino y la porcelana blanca del siglo XIX que guardaba para ocasiones especiales. Sobre ella, el panettone y el montón de galletas de jengibre. Pero no era suficiente. Lo mundano necesitaba el sello de lo eterno. Y justo a tiempo, llegó su adquisición final. Un anillo 'guarda-secretos' del siglo XVII. Un aro de plata sobre con incrustaciones de onix. Lo había obtenido tras negociaciones que involucraron tres objetos malditos y una promesa vaga. Su función era simple pero profunda: si él, en algún momento de necesidad o simple deseo, sostenía el anillo y concentraba un pensamiento o mensaje para ella, Raden lo escucharía, dondequiera que estuviera. Sería como tener una llave directa a sus pensamientos. Todo estaba listo. — Amor, te tengo una sorpresa... —le había dicho antes, colocandose detrás de [freaky_lil_monster] y cubriendo sus ojos con sus manos -aun ligeramente enharinadas- guiandolo hacia el comedor— ¡Ta-dah! ~ Al retirar sus manos, él vería la escena. Panettone, galletas de jengibre, y sobre la servilleta de lino junto a un plato, el anillo. — ¿Que te parece, hm? ¡Creo que... me volví una alquimista de la repostería! O al menos, logré que algo comestible saliera sin tu ayuda, jeje ~ —luego señaló la pieza de onix— Y ese, es para que nunca, nunca, estemos realmente incomunicados ~
    Me encocora
    5
    1 turno 0 maullidos
  • Viendo esto, solo hace que.... Bueno lo dejaré para mis pensamientos
    Viendo esto, solo hace que.... Bueno lo dejaré para mis pensamientos
    Me enjaja
    1
    9 turnos 0 maullidos
  • Odio demasiado a una de mis compañeras de clase pero a veces me gustaría...

    - Y sus pensamientos le cerraron la boca. -
    Odio demasiado a una de mis compañeras de clase pero a veces me gustaría... - Y sus pensamientos le cerraron la boca. -
    Me enjaja
    Me encocora
    Me shockea
    7
    10 turnos 0 maullidos
  • Do you remember me? Remember all of that?
    Fandom IT
    Categoría Terror
    Los Ángeles, 2016.

    Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio.

    Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa.

    Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría.

    Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort.

    Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello:

    LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER.
    ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE.

    La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.”

    Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices.
    —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac-
    Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot.
    —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias.
    —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío.
    La muchacha de la cabina rodó los ojos.
    —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor…
    —Está cerrado, vuelva más tarde.
    —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices?
    —Abrimos de 19:00-
    Ally la interrumpió:
    —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que-
    Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca.
    En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba.
    Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí.
    —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad.
    No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas.
    —¿Asiento?
    —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa.
    —¿Hora?
    Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función.
    —Solo hay un espectáculo…
    —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano.
    Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show.
    —La diversión acaba de empezar.
    Después de un par de segundos, la chica respondió:
    —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.”
    —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo…
    —¿Quiere comprar una entrada para mañana?
    —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32.
    —¿A qué hora?
    —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia.
    —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra.
    —Sí —respondió, hastiada.
    —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana?
    Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada.
    —No, déjalo. No importa.
    —De acuerdo, que tenga un buen día.
    Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella.
    No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía.
    —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR!
    Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro.
    —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos…
    El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó.
    —Alice, no es un buen momento.
    —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista.
    —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico.
    —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting.
    —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es?
    —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono.
    —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin.
    —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas!
    —Eso si me cogen.
    —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato.
    —No es un buen momento…
    —¿Qué ha pasado?
    —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro.

    3 horas después, en el Holly West Restaurant.

    —¡¿Qué?!
    —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse.
    —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas?
    —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores.
    —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida?
    —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado.
    —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages?
    —Sí.
    —¿Esta noche?
    —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí?
    —¿Cómo se llama?
    —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre.
    —No. Él no. Su show.
    —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar.
    Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo.
    —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo?
    Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa.
    —¿Cómo cojones las has conseguido?
    —Sam…
    Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso.
    —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado?
    —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara…
    —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió.
    —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda.
    —¡Yo nunca he dicho eso!
    —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas.
    Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella.
    —Por favor, necesito esa entrada…
    Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre.

    Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES.
    A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían.

    El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir…
    Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte.
    El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi.
    Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A.

    Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones…
    Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento.
    Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono…
    El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común.

    La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches.
    Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó:
    —Hola, Richie.
    —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear.
    —¿No te acuerdas de mí?...
    Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella.
    —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo.
    —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara.
    —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego.
    —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello.
    Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda.
    —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
    Los Ángeles, 2016. Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio. Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa. Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría. Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort. Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello: LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER. ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE. La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.” Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices. —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac- Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot. —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias. —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío. La muchacha de la cabina rodó los ojos. —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor… —Está cerrado, vuelva más tarde. —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices? —Abrimos de 19:00- Ally la interrumpió: —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que- Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca. En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba. Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí. —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad. No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas. —¿Asiento? —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa. —¿Hora? Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función. —Solo hay un espectáculo… —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano. Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show. —La diversión acaba de empezar. Después de un par de segundos, la chica respondió: —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.” —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo… —¿Quiere comprar una entrada para mañana? —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32. —¿A qué hora? —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia. —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra. —Sí —respondió, hastiada. —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana? Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada. —No, déjalo. No importa. —De acuerdo, que tenga un buen día. Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella. No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía. —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR! Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro. —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos… El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó. —Alice, no es un buen momento. —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista. —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico. —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting. —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es? —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono. —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin. —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas! —Eso si me cogen. —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato. —No es un buen momento… —¿Qué ha pasado? —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro. 3 horas después, en el Holly West Restaurant. —¡¿Qué?! —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse. —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas? —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores. —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida? —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado. —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages? —Sí. —¿Esta noche? —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí? —¿Cómo se llama? —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre. —No. Él no. Su show. —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar. Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo. —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo? Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa. —¿Cómo cojones las has conseguido? —Sam… Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso. —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado? —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara… —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió. —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda. —¡Yo nunca he dicho eso! —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas. Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella. —Por favor, necesito esa entrada… Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre. Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES. A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían. El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir… Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte. El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi. Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A. Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones… Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento. Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono… El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común. La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches. Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó: —Hola, Richie. —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear. —¿No te acuerdas de mí?... Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella. —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo. —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara. —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego. —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello. Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda. —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me encocora
    1
    22 turnos 0 maullidos
  • La casa estaba demasiado silenciosa.
    Me apoyé en la balaustrada de piedra, dejando que el frío se filtrara a través de la tela oscura de mi ropa mientras observaba el gran espacio que se abría frente a mis ojos. Las sombras se alargaban entre columnas antiguas haciendo que me pregunté si acaso viejos fantasmas se escondían entre los altos arcos.

    El eco de mis propios movimientos parecía exagerado en un lugar que normalmente estaría lleno de voces, risas y magia compartida.

    Casi todos habían salido a celebrar Yule. Fogatas, cantos, vino caliente… la vida siguiendo su curso lejos de aquí. Yo, en cambio, me había quedado atrás, custodiando una casa que parecía más un recuerdo atrapado en el tiempo que un verdadero hogar. Quién sabe, quizá esto era cosa mía: A pesar de los años que había pasado aquí aún no había podido considerar este lugar como parte de mi.

    Molesta conmigo misma dejé que el peso de mi cuerpo descansara un poco más sobre la piedra, mis dedos recorriendo distraídamente la superficie fría y gastada. Había algo hermoso en la soledad, sí, pero también un aburrimiento sutil, insistente, que se colaba entre mis pensamientos y los recuerdos de la familia que alguna vez llamé mia.

    Suspire.
    Quizá no tenía sentido recordar a mis padres o a mi hermano, no si eso desgastaba las pocas energías que tenía para salir de mi aburrimiento.

    Una voz en el fondo de mi mente susurró un nombre: "David", mi primo ¿No se suponía que esté día se celebraba el cumpleaños de su padre? Bueno, no estaba segura, con Yule encima, no sería raro que todo pasara desapercibido…
    Saqué el teléfono, girándolo lentamente entre mis dedos mientras dudaba...

    Una parte de mí solo buscaba romper el silencio; otra, una excusa para no pasar la noche sola y al mismo tiempo mi alma parecía buscar inconcientemente el lugar en el que había crecido y llamado hogar aunque ahora eso no fuera más que parte de un pasado al que ya no podía volver.

    Al final, desbloqueé la pantalla decidida a dejar de revolcarme en mi autocompasión. Total.... un mensaje no haría daño. ¿Verdad? El texto fue breve:

    David Darkness
    hey... ¿Estás haciendo algo para tu padre está noche?

    Desconfiada deje el teléfono sobre la fría piedra negándome a tener esperanza. Mi relación con ellos no era tan íntima, es más, apenas y habíamos tenido unas cuantas interacciones y aún se sentía raro...
    La casa estaba demasiado silenciosa. Me apoyé en la balaustrada de piedra, dejando que el frío se filtrara a través de la tela oscura de mi ropa mientras observaba el gran espacio que se abría frente a mis ojos. Las sombras se alargaban entre columnas antiguas haciendo que me pregunté si acaso viejos fantasmas se escondían entre los altos arcos. El eco de mis propios movimientos parecía exagerado en un lugar que normalmente estaría lleno de voces, risas y magia compartida. Casi todos habían salido a celebrar Yule. Fogatas, cantos, vino caliente… la vida siguiendo su curso lejos de aquí. Yo, en cambio, me había quedado atrás, custodiando una casa que parecía más un recuerdo atrapado en el tiempo que un verdadero hogar. Quién sabe, quizá esto era cosa mía: A pesar de los años que había pasado aquí aún no había podido considerar este lugar como parte de mi. Molesta conmigo misma dejé que el peso de mi cuerpo descansara un poco más sobre la piedra, mis dedos recorriendo distraídamente la superficie fría y gastada. Había algo hermoso en la soledad, sí, pero también un aburrimiento sutil, insistente, que se colaba entre mis pensamientos y los recuerdos de la familia que alguna vez llamé mia. Suspire. Quizá no tenía sentido recordar a mis padres o a mi hermano, no si eso desgastaba las pocas energías que tenía para salir de mi aburrimiento. Una voz en el fondo de mi mente susurró un nombre: "David", mi primo ¿No se suponía que esté día se celebraba el cumpleaños de su padre? Bueno, no estaba segura, con Yule encima, no sería raro que todo pasara desapercibido… Saqué el teléfono, girándolo lentamente entre mis dedos mientras dudaba... Una parte de mí solo buscaba romper el silencio; otra, una excusa para no pasar la noche sola y al mismo tiempo mi alma parecía buscar inconcientemente el lugar en el que había crecido y llamado hogar aunque ahora eso no fuera más que parte de un pasado al que ya no podía volver. Al final, desbloqueé la pantalla decidida a dejar de revolcarme en mi autocompasión. Total.... un mensaje no haría daño. ¿Verdad? El texto fue breve: [eclipse_pearl_ape_668] 💬 hey... ¿Estás haciendo algo para tu padre está noche? Desconfiada deje el teléfono sobre la fría piedra negándome a tener esperanza. Mi relación con ellos no era tan íntima, es más, apenas y habíamos tenido unas cuantas interacciones y aún se sentía raro...
    Me gusta
    Me encocora
    8
    2 turnos 0 maullidos
  • Me desperté antes de que sonara la alarma. Llevaba horas mirando el techo, con los mismos pensamientos girando sin descanso. Me incorporé despacio, con ese cuidado casi automático que me quedó después del hospital, y me senté en el borde de la cama, respirando hondo. Parte de mí quería cancelar la cita, fingir que ya había aceptado lo que me dijeron la primera vez: que era demasiado arriesgado, que mi cuerpo no debía volver a pasar por eso. Pero había otra parte, la más terca, la que había sobrevivido a todo, que no estaba dispuesta a rendirse sin escuchar más opiniones.

    Fui al baño y me miré al espejo durante unos segundos. No había cicatrices visibles, pero yo sabía exactamente dónde estaban. Me recogí el pelo con calma y me puse ropa cómoda, nada que apretara, nada que me hiciera sentir vulnerable. Mientras me vestía pensaba en Ángela, en cómo lo habíamos hablado tantas veces en voz baja, en la cama, en que ella sería la primera en quedarse embarazada de las dos, y yo estaría ahí, cuidándola, protegiéndola, sosteniéndola como ella lo hizo conmigo. Aun así, no podía evitar preguntarme si algún día podría ser yo también, si mi cuerpo aún era capaz de algo más que dolor.

    Cuando salí del baño, Ángela ya estaba despierta, sentada contra el cabecero, observándome en silencio con esa mirada suya que siempre parece leerme incluso cuando no quiero. Me acerqué y dejé que tomara mi mano. Sentí ese anclaje inmediato, como si todo mi cuerpo recordara de golpe que no estaba sola.

    —Es solo una consulta más —murmuré, más para convencerme a mí misma que a ella—. Quiero escuchar otras opiniones.

    Sabía que entendía todo lo que no estaba diciendo en voz alta: el miedo a que volvieran a cerrarme la puerta, el temor a que confirmaran que ese camino quizá no sería posible para mí nunca. Aun así, se levantó sin dudar. Se vistió conmigo, a mi lado, como si no existiera la opción de no acompañarme.

    Durante el trayecto apenas hablamos. Yo miraba por la ventana y pensaba en futuros posibles: en uno donde la veía embarazada, cansada pero feliz, con la mano apoyada en su vientre; y en otro más lejano, más incierto, donde quizá fuera yo la que sintiera ese peso, esa vida creciendo dentro. Apreté un poco más fuerte su mano cuando aparcamos frente al centro médico.

    No sabía qué me iban a decir esta vez. Tal vez lo mismo. Tal vez algo distinto. Pero había aprendido que rendirme sin luchar no era una opción.

    Angela Di Trapani
    Me desperté antes de que sonara la alarma. Llevaba horas mirando el techo, con los mismos pensamientos girando sin descanso. Me incorporé despacio, con ese cuidado casi automático que me quedó después del hospital, y me senté en el borde de la cama, respirando hondo. Parte de mí quería cancelar la cita, fingir que ya había aceptado lo que me dijeron la primera vez: que era demasiado arriesgado, que mi cuerpo no debía volver a pasar por eso. Pero había otra parte, la más terca, la que había sobrevivido a todo, que no estaba dispuesta a rendirse sin escuchar más opiniones. Fui al baño y me miré al espejo durante unos segundos. No había cicatrices visibles, pero yo sabía exactamente dónde estaban. Me recogí el pelo con calma y me puse ropa cómoda, nada que apretara, nada que me hiciera sentir vulnerable. Mientras me vestía pensaba en Ángela, en cómo lo habíamos hablado tantas veces en voz baja, en la cama, en que ella sería la primera en quedarse embarazada de las dos, y yo estaría ahí, cuidándola, protegiéndola, sosteniéndola como ella lo hizo conmigo. Aun así, no podía evitar preguntarme si algún día podría ser yo también, si mi cuerpo aún era capaz de algo más que dolor. Cuando salí del baño, Ángela ya estaba despierta, sentada contra el cabecero, observándome en silencio con esa mirada suya que siempre parece leerme incluso cuando no quiero. Me acerqué y dejé que tomara mi mano. Sentí ese anclaje inmediato, como si todo mi cuerpo recordara de golpe que no estaba sola. —Es solo una consulta más —murmuré, más para convencerme a mí misma que a ella—. Quiero escuchar otras opiniones. Sabía que entendía todo lo que no estaba diciendo en voz alta: el miedo a que volvieran a cerrarme la puerta, el temor a que confirmaran que ese camino quizá no sería posible para mí nunca. Aun así, se levantó sin dudar. Se vistió conmigo, a mi lado, como si no existiera la opción de no acompañarme. Durante el trayecto apenas hablamos. Yo miraba por la ventana y pensaba en futuros posibles: en uno donde la veía embarazada, cansada pero feliz, con la mano apoyada en su vientre; y en otro más lejano, más incierto, donde quizá fuera yo la que sintiera ese peso, esa vida creciendo dentro. Apreté un poco más fuerte su mano cuando aparcamos frente al centro médico. No sabía qué me iban a decir esta vez. Tal vez lo mismo. Tal vez algo distinto. Pero había aprendido que rendirme sin luchar no era una opción. [haze_orange_shark_766]
    22 turnos 0 maullidos
  • -Se hallaba inmerso en la composición de una sonata cuando los recuerdos lo transportaron a los días en que sus esposos estaban en casa. Sabía que sus misiones los mantenían lejos con frecuencia, pero ya no se sentía solo: el calor de sus crías y la vida que crecía en su interior le devolvían la alegría. De pronto, una misteriosa caja musical captó su atención. ¿Quién la habría puesto ahí? Buscó a su alrededor sin éxito; lo único que encontró fue un grabado con las siglas "STK". Intrigado, se quedó sumido en sus pensamientos mientras escuchaba la melodía.-

    https://music.youtube.com/watch?v=Vdi8c51e-ME&si=gGrDPo1rYFV2DVOC
    -Se hallaba inmerso en la composición de una sonata cuando los recuerdos lo transportaron a los días en que sus esposos estaban en casa. Sabía que sus misiones los mantenían lejos con frecuencia, pero ya no se sentía solo: el calor de sus crías y la vida que crecía en su interior le devolvían la alegría. De pronto, una misteriosa caja musical captó su atención. ¿Quién la habría puesto ahí? Buscó a su alrededor sin éxito; lo único que encontró fue un grabado con las siglas "STK". Intrigado, se quedó sumido en sus pensamientos mientras escuchaba la melodía.- https://music.youtube.com/watch?v=Vdi8c51e-ME&si=gGrDPo1rYFV2DVOC
    Me gusta
    Me shockea
    5
    3 turnos 0 maullidos
  • 𝐄𝐋 𝐔𝐋𝐓𝐈𝐌𝐎 𝐇𝐄𝐑𝐎𝐄 - 𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Los cielos sangraban por debajo. El humo se elevaba en ondas continuas, manchando las nubes de rojo y gris, las cenizas encendidas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la oscuridad. Fuego y noche fusionados en uno solo. Victoria y muerte.

    Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando los límites de una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor.

    Las llamas recortaron la silueta de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo tormentoso al absorber el impacto. El héroe apretó la mandíbula y gruñó. Entonces, Eneas, príncipe de Dardania, empujó con fuerza su antebrazo hacia arriba, elevando el escudo que llevaba atado al brazo junto a la espada de su adversario, y dejando el espacio suficiente para que el filo de Rompeviento abriera el abdomen desprotegido del jinete, hueso y carne crujieron alrededor del metal, y el jinete cayó desplomado de su montura.

    ────¡Rápido! –dijo a Pándaro, que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí.

    Crispó los dedos en el borde del carro y soltó una maldición por debajo al inspeccionar el estado de su pantorrilla; la herida de flecha que había recibido previamente volvió a abrirse. Intentó balancear su peso para mantenerse estable, pero con cada minuto que pasaba se volvía una labor difícil. La sangre caliente escurrió hasta su pie, y la lesión en su cadera que aún no terminaba de curarse del todo, le produjo un dolor lacerante debajo del peto.

    ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. ¿Te encuentras bien?

    ────He estado en peores situaciones –masculló al incorporarse–, no es nada. Vámonos…

    Eneas se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, los ojos le escocían a casusa del humo. A lo lejos, rodeándolos, la muralla se erigió sobre la ciudad de Ilión. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. La muralla había sido construida hacia tanto tiempo para proteger a la población de las amenazas del exterior, era tan alta y ancha en la parte superior que las patrullas que montaban guardia día y noche se veían reducidas por la distancia al tamaño de una hormiga. Y, sin embargo, sus paredes inmensas y sus torres de vigilancia fueron incapaces de resguardar desde dentro. Su principal protector, se había convertido en una prisión de muerte.

    Ese pensamiento sombrío bastó para amargar cualquier atisbo de consuelo en Eneas.

    No había podido salvar a su gente. Ellos, los helenos, los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. El ejercito dárdano, aliado de sus vecinos teucros, apenas consiguió reaccionar a tiempo para crear una distracción y movilizar a tantos ciudadanos como les fue posible para que huyeran de ahí. Y, sin embargo, sus esfuerzos no fueron suficientes para evitar el derramamiento de sangre esa noche. Familias enteras destruidas… inocentes desvaneciéndose en las calles… y las hermanas de su amigo Héctor, maldición, no encontró rastro alguno de ellas.

    La sangre le hirvió de impotencia. Habían sido demasiado ingenuos al creer que, después de diez años de guerra, sus enemigos finalmente aceptarían su derrota así sin más. No. Ellos lucharían hasta que el último de los aqueos muriera de pie.

    «Huye y no mires atrás», resonaron en sus pensamientos las palabras de su amigo, de quién consideraba un hermano. «Mi brazo habría podido defender la ciudad, juntos lo habríamos hecho. Pero yo caí antes. Ahora solo quedas tú. Quizás no puedas salvar a toda la ciudad, llévate contigo a tantos como puedas. Nuestra gente depende de ti».

    El dolor punzante en su pierna lo atravesó.

    «Más rápido».

    Las enormes puertas del oeste estaban abiertas de par en par. Al forzar la vista, Eneas alcanzó a divisar a los últimos ciudadanos que consiguieron rescatar siendo movilizados en carretas. Detrás de ellos, los carros de guerra del ejercito dárdano marchaban levantando nubes de polvo, cubriéndoles las espaldas en su huida. Frunció los labios en una línea recta, lo más cercano a una sonrisa que consiguió dibujar para decir: «Bien, bien».

    ────Algunos consiguieron escapar por las aguas de Escamandro –informó Pándaro. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. No tardaran mucho en reunirse con los demás, si todo sale bien, entonces…

    El aire silbó. Un destello de hierro.

    Los ojos del color del cielo del amanecer de Eneas se abrieron y una galaxia de diminutas gotas rojas salpicó su campo de visión. Palideció. Su compañero de armas no pudo terminar de hablar. Una lanza afilada atravesó su pecho. Armadura, carne y hueso crujieron y su grito se quebró en los hilos de sangre que le brotaron por las comisuras de los labios. El cuerpo de Pándaro trastabilló hacia atrás y rodó sin vida fuera del carro.

    «No. No, no…»

    Los caballos relincharon y se encabritaron por la ausencia de su auriga. El carro tembló sobre los escombros. Eneas se lanzó sobre las riendas, pero la flecha incrustada en su pantorrilla y la situación de su cadera no le permitieron el equilibrio que necesitaba para tirar de estas con la fuerza suficiente para evitar que el carro se estrellara contra un enorme bloque de piedra que se derrumbaba sobre él. Las ruedas no respondieron a tiempo, madera y piedra impactaron.

    El mundo giró. El carro volcó y Eneas fue arrojado a un lado. Su cabeza dio contra una piedra y la luz desapareció del mundo por un instante, dejándolo desorientado, tembloroso.

    En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El rey Diomedes, contemplaba la escena, erguido sobre un bloque de muralla destruida, con una calma cruel, mortal. En la piel le brillaba un patrón enraizado de angulosas líneas cristalinas, surcado por destellos de color iridiscentes, como los reflejos de rayos de luz bailando sobre el agua.

    De haberlo visto, Eneas habría sabido de inmediato de qué se trataba; una bendición. Su protectora, la diosa de ojos brillantes, la doncella indomable, le había concedido su favor, y ahora Diomedes era una fuerza imparable. Su capa roja ondeaba detrás de sus poderosos hombros; un agila majestuosa extendiendo sus alas, vigilando desde lo alto, aguardando el momento preciso para descender sobre su presa.

    ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada de Eneas –. El chico es mío.

    Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal.

    ────¡Ah! No temas príncipe –dijo con falsa dulzura, cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos.

    La lanza voló de su mano. Diomedes la arrojó con precisión quirúrgica, sus ojos brillaron con deleite depredador mientras observaba al príncipe que luchaba por incorporarse en el suelo.

    Un zumbido ensordecedor perforó los oídos de Eneas. Abrió un ojo, jadeó y luchó contra el dolor en su cabeza. Sus dedos, manchados de lodo y barro, se crisparon en la tierra y los escombros, esforzándose por arrastrarse debajo del carro volcado, pero era incapaz de conectar con sus propias fuerzas. Algo caliente y liquido le acarició la sien y el costado de su rostro… sangre.

    Maldición, maldición…

    ────¡Eneas!

    Una voz dulce como la miel tibia lo llamó desde más allá de la niebla densa. Al principio, le costó reconocerla, sus oídos no dejaban de zumbar y, tal vez, también se le escapaba su capacidad de razonamiento, olvidó cómo usar sus extremidades, olvidó cómo reconocer su alrededor. La voz insistió, le pareció tan imposible que algo tan dulce y puro pudiera resonar en ese campo de muerte.

    El corazón de Eneas latió con fuerza.

    La lanza cortó el aire, su punta afilada de bronce reflejó la legendaria ciudad de Ilión sangrando en ruinas. Nada la detenía. La lanza estaba destinada a llegar a su objetivo.

    ────¡Eneas!

    Eneas alzó la mirada. Entre la bruma espesa y las partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba hacia él. La habría reconocido incluso en la más densa oscuridad, entre esa niebla naranja de muerte y desgracia.

    ¿Cómo no podría hacerlo?

    Pequeña, grácil, delicada. Con su cabello color vino flotando con cada paso, y ese par de ojos que eran una copia exacta de los suyos. Siempre con esa manía suya de aparecer en el momento menos esperado, como un espíritu travieso del viento que, de repente, decide materializarse para jugar y reconfortar con su presencia a quién lo necesita.

    Era ella.

    Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. Su nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo y lo acompañó; a veces con palabras que esa mente afilada suya lograba estructurar para hacerlo reír, otras, bastaba con su presencia para hacer que el sol iluminara el día más gris. La mujer que siempre creyó en él.

    Su confidente. Su guardiana. Su protectora.

    ────Afro...

    Ahora ella corría hacia él sin pensar en el peligro, su rostro celestial estaba pálido del terror y él, en su estado, fue consciente del impulso irrefrenable de querer alcanzarla, de tomar su mano para tranquilizarla. Lo agitaba verla así. Odió a cualquier cosa y a todo lo que se atreviera a provocar en ella esa mirada.

    El perfil herido de Eneas apareció en el bronce de la punta de la lanza.

    Entre el espacio de los dedos de Afro, un tejido de energía azul, matizado con tonos rosas, comenzó a resplandecer.

    Su madre, la diosa del amor, había llegado para salvarlo.
    𝐄𝐋 𝐔𝐋𝐓𝐈𝐌𝐎 𝐇𝐄𝐑𝐎𝐄 - 𝐈 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Los cielos sangraban por debajo. El humo se elevaba en ondas continuas, manchando las nubes de rojo y gris, las cenizas encendidas ascendían hasta perderse en la noche, mientras los gritos de guerra resonaban como ecos que rasgaban la oscuridad. Fuego y noche fusionados en uno solo. Victoria y muerte. Entre las ruinas, un carro de guerra se abría paso entre los escombros, atravesando los límites de una ciudad que estaba condenada y que pronto, lo único que quedaría de ella era un nombre y un recuerdo distante. El suelo temblaba bajo sus ruedas, que esquivaban espadas, cuerpos y piedras que caían a su alrededor. Las llamas recortaron la silueta de un jinete que se abalanzó por el costado del carro. Su espada descendió con furia contra el escudo del héroe abordo, haciéndolo vibrar como un trueno cruzando en el cielo tormentoso al absorber el impacto. El héroe apretó la mandíbula y gruñó. Entonces, Eneas, príncipe de Dardania, empujó con fuerza su antebrazo hacia arriba, elevando el escudo que llevaba atado al brazo junto a la espada de su adversario, y dejando el espacio suficiente para que el filo de Rompeviento abriera el abdomen desprotegido del jinete, hueso y carne crujieron alrededor del metal, y el jinete cayó desplomado de su montura. ────¡Rápido! –dijo a Pándaro, que sujetaba las riendas– Tenemos que salir de aquí. Crispó los dedos en el borde del carro y soltó una maldición por debajo al inspeccionar el estado de su pantorrilla; la herida de flecha que había recibido previamente volvió a abrirse. Intentó balancear su peso para mantenerse estable, pero con cada minuto que pasaba se volvía una labor difícil. La sangre caliente escurrió hasta su pie, y la lesión en su cadera que aún no terminaba de curarse del todo, le produjo un dolor lacerante debajo del peto. ────No falta mucho para que lleguemos. Acates nos está esperando del otro lado. ¿Te encuentras bien? ────He estado en peores situaciones –masculló al incorporarse–, no es nada. Vámonos… Eneas se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano, los ojos le escocían a casusa del humo. A lo lejos, rodeándolos, la muralla se erigió sobre la ciudad de Ilión. Un gigante imperturbable a la masacre que se suscitó en el interior de sus muros. La muralla había sido construida hacia tanto tiempo para proteger a la población de las amenazas del exterior, era tan alta y ancha en la parte superior que las patrullas que montaban guardia día y noche se veían reducidas por la distancia al tamaño de una hormiga. Y, sin embargo, sus paredes inmensas y sus torres de vigilancia fueron incapaces de resguardar desde dentro. Su principal protector, se había convertido en una prisión de muerte. Ese pensamiento sombrío bastó para amargar cualquier atisbo de consuelo en Eneas. No había podido salvar a su gente. Ellos, los helenos, los habían abordado durante la noche, arrancándoles la vida en medio de sus sueños. El ejercito dárdano, aliado de sus vecinos teucros, apenas consiguió reaccionar a tiempo para crear una distracción y movilizar a tantos ciudadanos como les fue posible para que huyeran de ahí. Y, sin embargo, sus esfuerzos no fueron suficientes para evitar el derramamiento de sangre esa noche. Familias enteras destruidas… inocentes desvaneciéndose en las calles… y las hermanas de su amigo Héctor, maldición, no encontró rastro alguno de ellas. La sangre le hirvió de impotencia. Habían sido demasiado ingenuos al creer que, después de diez años de guerra, sus enemigos finalmente aceptarían su derrota así sin más. No. Ellos lucharían hasta que el último de los aqueos muriera de pie. «Huye y no mires atrás», resonaron en sus pensamientos las palabras de su amigo, de quién consideraba un hermano. «Mi brazo habría podido defender la ciudad, juntos lo habríamos hecho. Pero yo caí antes. Ahora solo quedas tú. Quizás no puedas salvar a toda la ciudad, llévate contigo a tantos como puedas. Nuestra gente depende de ti». El dolor punzante en su pierna lo atravesó. «Más rápido». Las enormes puertas del oeste estaban abiertas de par en par. Al forzar la vista, Eneas alcanzó a divisar a los últimos ciudadanos que consiguieron rescatar siendo movilizados en carretas. Detrás de ellos, los carros de guerra del ejercito dárdano marchaban levantando nubes de polvo, cubriéndoles las espaldas en su huida. Frunció los labios en una línea recta, lo más cercano a una sonrisa que consiguió dibujar para decir: «Bien, bien». ────Algunos consiguieron escapar por las aguas de Escamandro –informó Pándaro. Las ruedas saltaron sobre los escombros–. No tardaran mucho en reunirse con los demás, si todo sale bien, entonces… El aire silbó. Un destello de hierro. Los ojos del color del cielo del amanecer de Eneas se abrieron y una galaxia de diminutas gotas rojas salpicó su campo de visión. Palideció. Su compañero de armas no pudo terminar de hablar. Una lanza afilada atravesó su pecho. Armadura, carne y hueso crujieron y su grito se quebró en los hilos de sangre que le brotaron por las comisuras de los labios. El cuerpo de Pándaro trastabilló hacia atrás y rodó sin vida fuera del carro. «No. No, no…» Los caballos relincharon y se encabritaron por la ausencia de su auriga. El carro tembló sobre los escombros. Eneas se lanzó sobre las riendas, pero la flecha incrustada en su pantorrilla y la situación de su cadera no le permitieron el equilibrio que necesitaba para tirar de estas con la fuerza suficiente para evitar que el carro se estrellara contra un enorme bloque de piedra que se derrumbaba sobre él. Las ruedas no respondieron a tiempo, madera y piedra impactaron. El mundo giró. El carro volcó y Eneas fue arrojado a un lado. Su cabeza dio contra una piedra y la luz desapareció del mundo por un instante, dejándolo desorientado, tembloroso. En el borde de la plaza central, una figura gloriosa se alzó entre las sombras y el fuego. El rey Diomedes, contemplaba la escena, erguido sobre un bloque de muralla destruida, con una calma cruel, mortal. En la piel le brillaba un patrón enraizado de angulosas líneas cristalinas, surcado por destellos de color iridiscentes, como los reflejos de rayos de luz bailando sobre el agua. De haberlo visto, Eneas habría sabido de inmediato de qué se trataba; una bendición. Su protectora, la diosa de ojos brillantes, la doncella indomable, le había concedido su favor, y ahora Diomedes era una fuerza imparable. Su capa roja ondeaba detrás de sus poderosos hombros; un agila majestuosa extendiendo sus alas, vigilando desde lo alto, aguardando el momento preciso para descender sobre su presa. ────Ustedes vayan por los demás –ordenó a sus hombres, sin apartar la mirada de Eneas –. El chico es mío. Diomedes se inclinó y arrancó una lanza enemiga del suelo, con un movimiento elegante, solemne. La sostuvo como si fuera el cetro de un heraldo de la muerte y sus labios se curvaron en una sonrisa fría, letal. ────¡Ah! No temas príncipe –dijo con falsa dulzura, cada palabra destilando burla–. No sufrirás mucho. Pronto te reunirás con tu pobre amigo en el mundo de los muertos. La lanza voló de su mano. Diomedes la arrojó con precisión quirúrgica, sus ojos brillaron con deleite depredador mientras observaba al príncipe que luchaba por incorporarse en el suelo. Un zumbido ensordecedor perforó los oídos de Eneas. Abrió un ojo, jadeó y luchó contra el dolor en su cabeza. Sus dedos, manchados de lodo y barro, se crisparon en la tierra y los escombros, esforzándose por arrastrarse debajo del carro volcado, pero era incapaz de conectar con sus propias fuerzas. Algo caliente y liquido le acarició la sien y el costado de su rostro… sangre. Maldición, maldición… ────¡Eneas! Una voz dulce como la miel tibia lo llamó desde más allá de la niebla densa. Al principio, le costó reconocerla, sus oídos no dejaban de zumbar y, tal vez, también se le escapaba su capacidad de razonamiento, olvidó cómo usar sus extremidades, olvidó cómo reconocer su alrededor. La voz insistió, le pareció tan imposible que algo tan dulce y puro pudiera resonar en ese campo de muerte. El corazón de Eneas latió con fuerza. La lanza cortó el aire, su punta afilada de bronce reflejó la legendaria ciudad de Ilión sangrando en ruinas. Nada la detenía. La lanza estaba destinada a llegar a su objetivo. ────¡Eneas! Eneas alzó la mirada. Entre la bruma espesa y las partículas ardientes de cenizas, una figura avanzaba hacia él. La habría reconocido incluso en la más densa oscuridad, entre esa niebla naranja de muerte y desgracia. ¿Cómo no podría hacerlo? Pequeña, grácil, delicada. Con su cabello color vino flotando con cada paso, y ese par de ojos que eran una copia exacta de los suyos. Siempre con esa manía suya de aparecer en el momento menos esperado, como un espíritu travieso del viento que, de repente, decide materializarse para jugar y reconfortar con su presencia a quién lo necesita. Era ella. Aquella mujer que lo crío bajo el disfraz de una dulce nodriza. Su nodriza. La que lo escuchó en sus noches más oscuras. La que sostuvo su mano cuando nadie más lo hizo y lo acompañó; a veces con palabras que esa mente afilada suya lograba estructurar para hacerlo reír, otras, bastaba con su presencia para hacer que el sol iluminara el día más gris. La mujer que siempre creyó en él. Su confidente. Su guardiana. Su protectora. ────Afro... Ahora ella corría hacia él sin pensar en el peligro, su rostro celestial estaba pálido del terror y él, en su estado, fue consciente del impulso irrefrenable de querer alcanzarla, de tomar su mano para tranquilizarla. Lo agitaba verla así. Odió a cualquier cosa y a todo lo que se atreviera a provocar en ella esa mirada. El perfil herido de Eneas apareció en el bronce de la punta de la lanza. Entre el espacio de los dedos de Afro, un tejido de energía azul, matizado con tonos rosas, comenzó a resplandecer. Su madre, la diosa del amor, había llegado para salvarlo.
    Me encocora
    Me gusta
    Me entristece
    8
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.



    No sigo caminos. Los inauguro.
    Mi mapa es el eco de mis propios pasos.

    ( Toma pluma y se sienta en su pequeño estudio y escribe en silencio solo sus pensamientos )

    Veo cómo estudian mis movimientos,
    buscando el secreto en mis cimientos.
    Toman notas, intentan replicar
    la fuerza que emana de mi singular andar.
    Levantan sus muros con miedo y con prisa...
    Donde otros ven límites, yo construyo oportunidades.
    Convierto sus finales en mi punto de acción,
    soy la arquitecta de mi propia rebelión.

    ()
    Y me observas, anhelando entender
    el fuego que tengo, mi forma de ser.
    Pero es inútil, no pierdas tu aliento...
    No se puede copiar lo que se lleva por dentro.

    ()
    ¡Porque soy el ejemplo que los demás intentan imitar y jamás logran alcanzar!
    ¡Soy el diseño maestro, el plan original!
    ¡No hay manual que descifre mi composición,
    porque no soy la mejor, soy la que viene después de la palabra perfección!
    Mi nombre es la meta que nunca tocarás,
    soy el horizonte que siempre verás... a lo lejos.

    ()
    Para el que lucha, soy su inspiración,
    la prueba viviente de que existe la opción.
    Me ven y entienden que se puede volar
    más allá de este cielo, más allá del mar.
    Pero para el que cede, el que vive en temor...
    mi simple existencia es un cruel recordatorio de su error.
    Soy la inspiración de los que aspiran y la pesadilla de los que fracasan.

    ()
    Me preguntas por qué no me uno a tu juego,
    por qué no respondo a tu infantil ruego.
    La respuesta es simple, es una ley natural,
    un axioma que tu mente no puede procesar...
    No compito, porque donde estoy no hay rivales.

    (se para deja la pluma en su diario y grita por la ventana ala fría noche )

    ¡PORQUE SOY EL EJEMPLO QUE LOS DEMÁS INTENTAN IMITAR Y JAMÁS LOGRAN ALCANZAR!
    ¡SOY EL DISEÑO MAESTRO, EL PLAN ORIGINAL!
    ¡NO HAY MANUAL QUE DESCIFRE MI COMPOSICIÓN,
    PORQUE NO SOY LA MEJOR, SOY LA QUE VIENE DESPUÉS DE LA PALABRA PERFECCIÓN!
    ¡MI NOMBRE ES LA META QUE NUNCA TOCARÁS,
    SOY EL HORIZONTE QUE SIEMPRE VERÁS... A LO LEJOS!

    https://www.youtube.com/watch?v=MHY79OdNQ2Y&list=RDMHY79OdNQ2Y&start_radio=1

    No sigo caminos. Los inauguro. Mi mapa es el eco de mis propios pasos. ( Toma pluma y se sienta en su pequeño estudio y escribe en silencio solo sus pensamientos ) Veo cómo estudian mis movimientos, buscando el secreto en mis cimientos. Toman notas, intentan replicar la fuerza que emana de mi singular andar. Levantan sus muros con miedo y con prisa... Donde otros ven límites, yo construyo oportunidades. Convierto sus finales en mi punto de acción, soy la arquitecta de mi propia rebelión. () Y me observas, anhelando entender el fuego que tengo, mi forma de ser. Pero es inútil, no pierdas tu aliento... No se puede copiar lo que se lleva por dentro. () ¡Porque soy el ejemplo que los demás intentan imitar y jamás logran alcanzar! ¡Soy el diseño maestro, el plan original! ¡No hay manual que descifre mi composición, porque no soy la mejor, soy la que viene después de la palabra perfección! Mi nombre es la meta que nunca tocarás, soy el horizonte que siempre verás... a lo lejos. () Para el que lucha, soy su inspiración, la prueba viviente de que existe la opción. Me ven y entienden que se puede volar más allá de este cielo, más allá del mar. Pero para el que cede, el que vive en temor... mi simple existencia es un cruel recordatorio de su error. Soy la inspiración de los que aspiran y la pesadilla de los que fracasan. () Me preguntas por qué no me uno a tu juego, por qué no respondo a tu infantil ruego. La respuesta es simple, es una ley natural, un axioma que tu mente no puede procesar... No compito, porque donde estoy no hay rivales. (se para deja la pluma en su diario y grita por la ventana ala fría noche ) ¡PORQUE SOY EL EJEMPLO QUE LOS DEMÁS INTENTAN IMITAR Y JAMÁS LOGRAN ALCANZAR! ¡SOY EL DISEÑO MAESTRO, EL PLAN ORIGINAL! ¡NO HAY MANUAL QUE DESCIFRE MI COMPOSICIÓN, PORQUE NO SOY LA MEJOR, SOY LA QUE VIENE DESPUÉS DE LA PALABRA PERFECCIÓN! ¡MI NOMBRE ES LA META QUE NUNCA TOCARÁS, SOY EL HORIZONTE QUE SIEMPRE VERÁS... A LO LEJOS! https://www.youtube.com/watch?v=MHY79OdNQ2Y&list=RDMHY79OdNQ2Y&start_radio=1
    Me encocora
    3
    1 comentario 0 compartidos
  • Escrito en las paredes
    Fandom Hellaverse/Hazbin Hotel
    Categoría Otros
    Habían pasado ya algunos días y el cruce de palabras o siquiera miradas entre el rey y quien más estuviera en el hotel era mínimo, por no decir inexistente.
    Era evidente que de nuevo sus pensamientos lo estaban consumiendo y, sumado a ello, evitaba especialmente a cierto molesto botones que parecía haberle dado al menos un poco de paz mientras tanto, pero el gusto era extraño.

    Mientras más pasaba hundido en su propia mente y menos en las discusiones, de nuevo los pensamientos intrusivos se iban acumulando y fue entonces cuando recordó aquellas palabras, como un eco distante, pero llegó a su cabeza la imagen distorsionada y su voz.

    Su canto... era verdad que podía expresar mucho con la voz y lo había dejado de hacer hace tanto tiempo que incluso le costaba, pero volvía entonces a recordar esa tarde, un par de minutos apenas, pero que dejaron huella.
    Tomando un respiro profundo, caminó hacia el ventanal, observando desde su torre la ciudad, oscura y poco apoco en ruinas, pero no siempre fue de esa manera.

    Pasando la mano por el cristal como si de limpiar la mugre se tratara, fue entonces que lo vio, un espejismo del pasado mostrando cada edificio en su antigua gloria, cuando recién construyó todo desde la nada misma, piedra por piedra, a mano, pues no tenía a Keekee como ahora formaba parte del hotel y menos mano de obra.
    Abriendo las puertas, caminó por el balcón, tomando aire y comenzando a cantar suavemente, apenas dejando que su voz fuera llevada con el viento pero, al paso de los compases, era cada vez más audible, con más sentimiento, extendiendo las alas para arrojarse al vacío y, al poco de tocar el suelo, volver a elevarse, dejando que una estela dorada proyectara la misma imagen que él veía en su cabeza a quien fuera capaz de distinguirlo.

    Los años no solo habían sido crueles con las construcciones, también con él que había dejado partes de sí en todo lo que ahora veían los pecadores con desprecio, como si no fuera más que escombro, sin saber que era el mismo Lucifer quien buscó erguir un infierno majestuoso en el cual recibir a todos los pecadores, darles un segundo hogar tras la muerte y perder todo lo que en vida conocían, pisoteándolo.

    https://www.youtube.com/watch?v=jJD-UIB60vs&list=RDjJD-UIB60vs&start_radio=1
    Habían pasado ya algunos días y el cruce de palabras o siquiera miradas entre el rey y quien más estuviera en el hotel era mínimo, por no decir inexistente. Era evidente que de nuevo sus pensamientos lo estaban consumiendo y, sumado a ello, evitaba especialmente a cierto molesto botones que parecía haberle dado al menos un poco de paz mientras tanto, pero el gusto era extraño. Mientras más pasaba hundido en su propia mente y menos en las discusiones, de nuevo los pensamientos intrusivos se iban acumulando y fue entonces cuando recordó aquellas palabras, como un eco distante, pero llegó a su cabeza la imagen distorsionada y su voz. Su canto... era verdad que podía expresar mucho con la voz y lo había dejado de hacer hace tanto tiempo que incluso le costaba, pero volvía entonces a recordar esa tarde, un par de minutos apenas, pero que dejaron huella. Tomando un respiro profundo, caminó hacia el ventanal, observando desde su torre la ciudad, oscura y poco apoco en ruinas, pero no siempre fue de esa manera. Pasando la mano por el cristal como si de limpiar la mugre se tratara, fue entonces que lo vio, un espejismo del pasado mostrando cada edificio en su antigua gloria, cuando recién construyó todo desde la nada misma, piedra por piedra, a mano, pues no tenía a Keekee como ahora formaba parte del hotel y menos mano de obra. Abriendo las puertas, caminó por el balcón, tomando aire y comenzando a cantar suavemente, apenas dejando que su voz fuera llevada con el viento pero, al paso de los compases, era cada vez más audible, con más sentimiento, extendiendo las alas para arrojarse al vacío y, al poco de tocar el suelo, volver a elevarse, dejando que una estela dorada proyectara la misma imagen que él veía en su cabeza a quien fuera capaz de distinguirlo. Los años no solo habían sido crueles con las construcciones, también con él que había dejado partes de sí en todo lo que ahora veían los pecadores con desprecio, como si no fuera más que escombro, sin saber que era el mismo Lucifer quien buscó erguir un infierno majestuoso en el cual recibir a todos los pecadores, darles un segundo hogar tras la muerte y perder todo lo que en vida conocían, pisoteándolo. https://www.youtube.com/watch?v=jJD-UIB60vs&list=RDjJD-UIB60vs&start_radio=1
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    5
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me entristece
    5
    20 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados