• ❝ 𝐂𝐚𝐝𝐚 𝐟𝐮𝐦𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚, 𝐚𝐬𝐢 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐫𝐥𝐞𝐬 "𝐟𝐮𝐦𝐚𝐫 𝐦𝐚𝐭𝐚", 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐩𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐲𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐦𝐚𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨. ❞

    𝑃𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎 𝑛𝑜𝑐𝘩𝑒.
    𝐴𝑧𝑜𝑡𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑠𝑢 𝑒𝑑𝑖𝑓𝑖𝑐𝑖𝑜.

    Cuando sus pensamientos estaban inquietos solía echar un poco de humo para apaciguarlos.

    Mentolados porque eran más ligeros, le agradaba el sabor que le dejaban en la boca y era más sencillo disimular los rastros que pudiese dejar en su cabello o su ropa.

    Un mal hábito, si, pero funcionaba. Cada quien tenía su forma de lidiar con ciertos aspectos y ese era el suyo.

    Con cigarillo y encendedor listos se acomodó en una de esas banquitas monas que había en la azotea y se dispuso a iniciar su ritual.
    ❝ 𝐂𝐚𝐝𝐚 𝐟𝐮𝐦𝐚𝐝𝐨𝐫 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐮𝐧𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚, 𝐚𝐬𝐢 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐧𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐝𝐞𝐜𝐢𝐫𝐥𝐞𝐬 "𝐟𝐮𝐦𝐚𝐫 𝐦𝐚𝐭𝐚", 𝐪𝐮𝐢𝐞𝐫𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞𝐩𝐚𝐬 𝐪𝐮𝐞 𝐚𝐥𝐠𝐨 𝐲𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐦𝐚𝐭𝐚𝐧𝐝𝐨. ❞ 𝑃𝑎𝑠𝑎𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑚𝑒𝑑𝑖𝑎 𝑛𝑜𝑐𝘩𝑒. 𝐴𝑧𝑜𝑡𝑒𝑎 𝑑𝑒 𝑠𝑢 𝑒𝑑𝑖𝑓𝑖𝑐𝑖𝑜. Cuando sus pensamientos estaban inquietos solía echar un poco de humo para apaciguarlos. Mentolados porque eran más ligeros, le agradaba el sabor que le dejaban en la boca y era más sencillo disimular los rastros que pudiese dejar en su cabello o su ropa. Un mal hábito, si, pero funcionaba. Cada quien tenía su forma de lidiar con ciertos aspectos y ese era el suyo. Con cigarillo y encendedor listos se acomodó en una de esas banquitas monas que había en la azotea y se dispuso a iniciar su ritual.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Mírame, ¿por qué huyes?
    ¿Por qué desvías la atención?
    Tropezaste con el miedo
    Siente tu palpitación

    Tu hedor de ser culpable
    A una bestia despertó
    Ya no vine por respuestas
    Vine a darte la lección

    (Run)
    A donde vayas
    Aunque te escondas
    En todo el día
    Siempre te halla

    (Run) a donde vayas
    (Run) aunque te escondas
    (Run) en todo el día
    (Run) oyes la voz

    (Run)
    (Run)
    Run
    (Run)

    Sabes bien lo que hiciste
    Siente el frío en tu sudor
    Pensamientos repetidos
    Sé que recuerdas tu error

    Hay un ser que te vigila
    Paranoia te encontró
    Sudor frío por tu cuello
    Desde atrás, oyes la voz

    (Run) a donde vayas
    (Run) aunque te escondas
    (Run) en todo el día
    (Run) siempre te halla

    (Run) a donde vayas
    (Run) aunque te escondas
    (Run) en todo el día
    Oyes la voz
    https://www.youtube.com/watch?v=_8a1-yB8i_4&list=RD_8a1-yB8i_4&start_radio=1&ab_channel=AIMWINDX
    Mírame, ¿por qué huyes? ¿Por qué desvías la atención? Tropezaste con el miedo Siente tu palpitación Tu hedor de ser culpable A una bestia despertó Ya no vine por respuestas Vine a darte la lección (Run) A donde vayas Aunque te escondas En todo el día Siempre te halla (Run) a donde vayas (Run) aunque te escondas (Run) en todo el día (Run) oyes la voz (Run) (Run) Run (Run) Sabes bien lo que hiciste Siente el frío en tu sudor Pensamientos repetidos Sé que recuerdas tu error Hay un ser que te vigila Paranoia te encontró Sudor frío por tu cuello Desde atrás, oyes la voz (Run) a donde vayas (Run) aunque te escondas (Run) en todo el día (Run) siempre te halla (Run) a donde vayas (Run) aunque te escondas (Run) en todo el día Oyes la voz https://www.youtube.com/watch?v=_8a1-yB8i_4&list=RD_8a1-yB8i_4&start_radio=1&ab_channel=AIMWINDX
    Me gusta
    Me encocora
    5
    2 turnos 0 maullidos
  • ¿Entonces es el bueno y su anterior yo el cachondo?

    - pensamientos en lobo -
    ¿Entonces es el bueno y su anterior yo el cachondo? - pensamientos en lobo -
    Me enjaja
    Me gusta
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Compañía viva
    Fandom Wednesday
    Categoría Drama
    El día había sido tan insoportable como cualquiera en Nevermore. Demasiada gente respirando, demasiado ruido, y demasiadas expresiones de falsa alegría que me producían náuseas. Necesitaba silencio, así que decidí refugiarme en el único lugar donde la muerte imponía el respeto que la vida no sabía otorgar: el cementerio.

    El aire era frío y húmedo, perfecto. Caminé entre las lápidas con la familiaridad de quien pasea por un jardín. Finalmente me senté sobre una piedra cubierta de musgo, abrí mi cuaderno y escribí:

    "La mayoría de los mortales teme ser olvidada. Yo, en cambio, anhelo que mi recuerdo pese como una maldición sobre quienes sobrevivan."

    Guardé silencio unos segundos, disfrutando del eco de mis propios pensamientos. El cuervo que me había seguido desde la entrada se posó en una cruz y me observó con la misma atención con la que yo lo miraba a él. Casi sentí compañía. Casi.

    Fue entonces cuando escuché pasos. No eran los pasos de un espectro, demasiado torpes y humanos. Suspiré con resignación, cerré el cuaderno y alcé la vista hacia el intruso.

    —Si has venido a llorar por un difunto, te advierto que la mayoría de los que yacen aquí preferirían tu silencio. Aunque debo admitir que siempre es entretenido ver cómo los vivos mendigan atención a los muertos.
    El día había sido tan insoportable como cualquiera en Nevermore. Demasiada gente respirando, demasiado ruido, y demasiadas expresiones de falsa alegría que me producían náuseas. Necesitaba silencio, así que decidí refugiarme en el único lugar donde la muerte imponía el respeto que la vida no sabía otorgar: el cementerio. El aire era frío y húmedo, perfecto. Caminé entre las lápidas con la familiaridad de quien pasea por un jardín. Finalmente me senté sobre una piedra cubierta de musgo, abrí mi cuaderno y escribí: "La mayoría de los mortales teme ser olvidada. Yo, en cambio, anhelo que mi recuerdo pese como una maldición sobre quienes sobrevivan." Guardé silencio unos segundos, disfrutando del eco de mis propios pensamientos. El cuervo que me había seguido desde la entrada se posó en una cruz y me observó con la misma atención con la que yo lo miraba a él. Casi sentí compañía. Casi. Fue entonces cuando escuché pasos. No eran los pasos de un espectro, demasiado torpes y humanos. Suspiré con resignación, cerré el cuaderno y alcé la vista hacia el intruso. —Si has venido a llorar por un difunto, te advierto que la mayoría de los que yacen aquí preferirían tu silencio. Aunque debo admitir que siempre es entretenido ver cómo los vivos mendigan atención a los muertos.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    3 turnos 0 maullidos
  • No crees que , cuando estas solo los pensamientos te atormentan y te lleva a locura.
    No crees que , cuando estas solo los pensamientos te atormentan y te lleva a locura.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • — Es agradable que te lean los pensamientos. Me gusta ser un libro abierto, no tengo nada que esconder.
    — Es agradable que te lean los pensamientos. Me gusta ser un libro abierto, no tengo nada que esconder.
    Me gusta
    Me encocora
    Me enjaja
    Me endiabla
    7
    19 turnos 0 maullidos
  • : : ❲ ℰsᴄᴇɴᴀ — 𝒞ᴀɴᴏ́ɴɪᴄᴀ ❳ : :

    Seguramente habían pasado horas desde que él la dejó, desde que cruzó la puerta y se negó a regresar al espacio que compartían juntos. No le sorprendía, a decir verdad. Después de todo, sabía que él sentía que lo había abandonado hacía tiempo, aunque su intención jamás había sido esa. No guardaba esperanzas de que regresara, de que la buscara de nuevo. Ya había dejado claro que era lo que necesitaba y quería.

    Quizás tenía razón. Durante ese tiempo, sus pensamientos se dedicaron a sopesar aquellas ventajas y desventajas que tenía involucrarse en aquella guerra. Era lealtad lo que la motivaba, pero, ¿Hacía quién estaba realmente su lealtad? El vilturmita, Invencible, era su amigo... el primero que podía decir que tenía verdaderamente. Su amistad y lazo era tan genuino que incluso se había cuestionado si tenía razón Grimmjow y había algo más que ella no quisiera ver.

    Pero siempre llegaba a la misma conclusión; el rostro del peliazul se interponía, sus recuerdos y pensamientos siempre viajaban hasta él. Después de intentar por horas alejarlo de sus memorias, entendió que estaba de más intentarlo, la respuesta era clara. Grimmjow era su hogar, era lo que quería y necesitaba; podía prescindir de lo demás, pero de él nunca. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa y a cualquier persona por él. Siempre había sido él.

    Tardó un rato más en ponerse en pie. Ya lo tenía claro, abandonaría el mundo humano y renunciaría a todo, con tal de existir al lado del peliazul. Y aunque la claridad estaba por fin en su cabeza, no lo hacía menos doloroso. Él no tenía por que saberlo, no tenía por que enterarse del esfuerzo y el sacrificio que ella haría por él, así que no lo llamó. Cuando dejó de temblar, se colocó en pie, mirando al cielo nocturno una vez más. Pronto sería el único cielo que podría ver.

    Un ruido de tela desgarrándose y la cicatriz de Garganta apareció frente a ella. No era su batalla, no le incumbía del todo esa pelea, solo iría una última vez a despedirse, a darles la poca información que tenía y luego, nunca más los volvería a ver. El corazón se le encogió un poco ante esa idea, pero ya había tomado una decisión. Garganta se cerró tras ella, cuando por fin hubo entrado del todo en aquel portal.

    La luz del cielo de aquel país extraño la cegó, pero cuando por fin salió, bastó solo un momento para que pesquisa hiciera lo suyo. No estaba tan lejos. Y estaba también su compañera. Sonrió, avanzando con Sonido en su dirección; al menos podría disculparse por sus modales cuando la conoció por primera vez siendo una infante.
    : : ❲ ℰsᴄᴇɴᴀ — 𝒞ᴀɴᴏ́ɴɪᴄᴀ ❳ : : Seguramente habían pasado horas desde que él la dejó, desde que cruzó la puerta y se negó a regresar al espacio que compartían juntos. No le sorprendía, a decir verdad. Después de todo, sabía que él sentía que lo había abandonado hacía tiempo, aunque su intención jamás había sido esa. No guardaba esperanzas de que regresara, de que la buscara de nuevo. Ya había dejado claro que era lo que necesitaba y quería. Quizás tenía razón. Durante ese tiempo, sus pensamientos se dedicaron a sopesar aquellas ventajas y desventajas que tenía involucrarse en aquella guerra. Era lealtad lo que la motivaba, pero, ¿Hacía quién estaba realmente su lealtad? El vilturmita, Invencible, era su amigo... el primero que podía decir que tenía verdaderamente. Su amistad y lazo era tan genuino que incluso se había cuestionado si tenía razón Grimmjow y había algo más que ella no quisiera ver. Pero siempre llegaba a la misma conclusión; el rostro del peliazul se interponía, sus recuerdos y pensamientos siempre viajaban hasta él. Después de intentar por horas alejarlo de sus memorias, entendió que estaba de más intentarlo, la respuesta era clara. Grimmjow era su hogar, era lo que quería y necesitaba; podía prescindir de lo demás, pero de él nunca. Estaría dispuesta a sacrificar cualquier cosa y a cualquier persona por él. Siempre había sido él. Tardó un rato más en ponerse en pie. Ya lo tenía claro, abandonaría el mundo humano y renunciaría a todo, con tal de existir al lado del peliazul. Y aunque la claridad estaba por fin en su cabeza, no lo hacía menos doloroso. Él no tenía por que saberlo, no tenía por que enterarse del esfuerzo y el sacrificio que ella haría por él, así que no lo llamó. Cuando dejó de temblar, se colocó en pie, mirando al cielo nocturno una vez más. Pronto sería el único cielo que podría ver. Un ruido de tela desgarrándose y la cicatriz de Garganta apareció frente a ella. No era su batalla, no le incumbía del todo esa pelea, solo iría una última vez a despedirse, a darles la poca información que tenía y luego, nunca más los volvería a ver. El corazón se le encogió un poco ante esa idea, pero ya había tomado una decisión. Garganta se cerró tras ella, cuando por fin hubo entrado del todo en aquel portal. La luz del cielo de aquel país extraño la cegó, pero cuando por fin salió, bastó solo un momento para que pesquisa hiciera lo suyo. No estaba tan lejos. Y estaba también su compañera. Sonrió, avanzando con Sonido en su dirección; al menos podría disculparse por sus modales cuando la conoció por primera vez siendo una infante.
    Me gusta
    Me encocora
    6
    0 turnos 0 maullidos
  • Aun no se cuanto tiempo esperare , tu regeso Lancelot .
    Mi caballero rubio , aun dia te volvere a ver no?

    -en su pensamientos vendo por la ventana .-
    Aun no se cuanto tiempo esperare , tu regeso Lancelot . Mi caballero rubio , aun dia te volvere a ver no? -en su pensamientos vendo por la ventana .-
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • RED TIDE.
    Fandom Game Of Thrones
    Categoría Romance
    STARTER PARA 𝚂𝙰𝙽𝙳𝙾𝚁 𝙲𝙻𝙴𝙶𝙰𝙽𝙴


    La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí.
    Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla.
    Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo.
    Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué.
    —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche.
    —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido?
    Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima.
    —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero.
    Serenna lo miró con advertencia.
    —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto.
    La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon.
    —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable.
    Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo.
    —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia?
    Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando.
    Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle.
    —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino.
    Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar.
    Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino.
    —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas.
    Serenna inclinó la cabeza.
    —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos?
    —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios.
    Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad.
    Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable.
    Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz.
    Tyrion dejó de hablar al instante.
    No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura.
    —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas.
    —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme.
    Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta.
    —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal.
    Serenna volvió a mirar el escudo de su casa.
    —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas?
    Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero.
    —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas.
    Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista.
    —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos.
    Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal.
    —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada.
    Silencio.
    Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente.
    —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas?
    Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él.
    —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco?
    Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda.
    —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto.
    Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido.
    —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil.
    —¿Entonces por qué me permite seguir aquí?
    —Porque, de momento, lo que sois… le conviene.
    —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?...
    —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora.
    —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil.
    —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar.
    —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?...
    Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró.
    —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón.
    —¿Entonces?...
    —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos.
    —No os entiendo...
    —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina?
    Serenna negó.
    —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla.
    —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal.
    Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado.
    —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos.
    Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar.
    —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre.
    —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma.
    Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente.
    —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen?
    Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba.
    —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto.
    —Creo que no me estáis…
    —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos.
    Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea.
    —¿Habláis de… monstruos… marinos?
    —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto.
    Serenna contuvo la respiración.
    —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje.
    Tyrion frunció el ceño apenas.
    —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo.
    —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord...
    —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo...
    Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo.
    —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró.
    Tyrion la observó en silencio.
    —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos.
    Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa.
    —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea.
    Tyrion entrecerró los ojos.
    —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro.
    —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían.
    Tyrion la contempló en silencio, atento.
    —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad…
    Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso.
    —¿En realidad…?
    —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo.
    Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación.
    Y aquello, lo inquietó.
    Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme.
    —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy.
    Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela.
    —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso.
    Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez.
    —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo.
    Ella alzó la vista con lentitud.
    Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente.
    —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada...
    Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido.
    Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí.
    Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo.

    La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles.
    Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo.
    Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban.
    No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto.
    El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura.
    —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
    STARTER PARA [THEH0UND] La entrada a la Torre de la Mano estaba flanqueada por más guardias. El interior olía a papiro viejo, a cera derretida y a madera encerada. Pero su vista no se posó en los estantes, ni en la mesa central, ni siquiera en la figura menuda que la esperaba allí. Aquel lugar le traía demasiados recuerdos. Recuerdos dolorosos. ¿Cuánto tiempo hacía que la había castigado con su ausencia? Ahora, estar allí solo le hacía sentir una cosa: que lo necesitaba más de lo que quería admitir. No solo era el olor de los libros o los muebles, era el suyo, el de él. Ahí dentro olía demasiado al hombre que tanto deseaba, y aquello solo hizo que desestabilizarla. Serenna cerró los ojos un segundo, como si el aroma le trajera de vuelta no solo los recuerdos en su mente, sino en su cuerpo. Podía sentirlo: sus manos, sujetándola, incitándola a seguir leyendo. Deteniéndola, manejándola a su antojo. Tyrion, que la observaba desde el centro de la estancia, no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla. Sus ojos, pequeños y astutos, leyeron cada gesto. Sabía a quién buscaba. Y también por qué. —Él no está aquí —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Se ha marchado antes del amanecer. Supongo que también os habéis preguntado dónde está vuestro sabueso. No irán lejos, pero no volverán hasta bien entrada la noche. —Él no es mi sabueso —lo corrigió ella, avanzando hacia la mesa—. Pero sí, me lo he preguntado —tomó asiento—. ¿Dónde han ido? Tyrion la miró con un deje de ternura, incluso de lástima. —Volverán. Sanos y salvos —Tyrion enarcó una ceja, y entonces, se corrigió—: O eso espero. Serenna lo miró con advertencia. —Es lo habitual —continuó Tyrion—. Ya conocéis a mi padre. Lo ha sido también para vos. Aunque de una forma muy distinta... —dijo, más para sí mismo que para ella—. Estáis acostumbrada a esto. La mesa estaba cubierta de mapas, libros abiertos, pergaminos que olían a sal y tinta seca. Tyrion había reunido todo lo necesario para una lección completa sobre las casas del Mar Angosto, y en especial, sobre los Velaryon. —¿Dónde concluisteis vuestras lecciones la última vez? —preguntó. Pero la mirada que le dedicó Serenna no fue del todo afable. Recordarle a Tywin solo hacía que tensarla más. Como si estuviera riéndose del castigo que él mismo le había impuesto, recordándoselo, restregándoselo. —Ya... —dijo entonces, apretando los labios, enarcando una ceja—. Creo que lo mejor será tomar un nuevo rumbo. ¿Qué tal vuestra descendencia? Serenna no respondió, su mirada se paseó por la estancia, como si ver algo en distinto lugar pudiera hacerle verle ahí: reubicando, tocando, manipulando. Cuánto lo echaba de menos... Cuánto deseaba volver a verle, volver a… sentirle. —Vuestra sangre es antigua —comenzó, al ver que ella no parecía querer colaborar—. Noble. Rica. Terriblemente incómoda de llevar, imagino. Ahora sí, lo miró. Pero una vez más, no parecía estar en la misma conversación que él, ni querer continuar. Tyrion no dijo nada al respecto. En lugar de eso, desenrolló un pergamino con el escudo de su casa: el hipocampo plateado sobre el verde marino. —Los Velaryon fueron navegantes antes de que muchas casas aprendieran a flotar. Antes de que los dragones surcaran el cielo, ellos surcaban el agua. Hicieron fortuna, guerra, alianzas, y leyendas. Serenna inclinó la cabeza. —¿Y por qué debería importarme una historia hecha de sal y hombres muertos? —Porque sois el final de esa historia —respondió él sin perder el ritmo—. Porque cuando seáis Reina de Marcaderiva, y os digan que sois una bastarda con suerte, tendréis que recordarles que vuestro linaje hunde raíces más profundas que sus espadas. Y más viejas que sus prejuicios. Ella lo miró. Por primera vez desde que había entrado, lo miró de verdad. Y entonces, un espasmo. Fuerte, sordo, implacable. Serenna se tensó. Sus hombros se recogieron, su vientre se contrajo, y un leve gesto crispó su rostro antes de que pudiera evitarlo. Cerró los ojos un instante. Su mano derecha se apoyó sobre el borde del banco. Respiró por la nariz. Tyrion dejó de hablar al instante. No hizo preguntas. Solo la observó. Un parpadeo lento, un leve cambio en su postura. —¿Mi Lady?… —preguntó, alzando ambas cejas. —Estoy bien —respondió con la voz contenida, pero firme. Él por supuesto no insistió. Solo se reclinó un poco en el asiento y bajó la mirada hacia los pergaminos, carraspeando la garganta. —Como decía, vuestra familia está acostumbrada al mar. No sois la primera Velaryon en detestar la tierra firme. Vuestros antepasados tenían tanto de pez como de hombre. Dormían en cubiertas abiertas, comían lo que pescaban, y según algunos poetas... respiraban sal. Serenna volvió a mirar el escudo de su casa. —¿Y vos creéis en esas cosas? —preguntó—. ¿En las leyendas? Tyrion tomó un sorbo de su copa, luego giró uno de los pergaminos, mostrando una línea de tiempo pintada con esmero. —La historia es una suma de mentiras que el tiempo ha vuelto útiles. Pero algunas leyendas... tienen raíces demasiado profundas como para ignorarlas. Ella lo miró un segundo más, como evaluando algo. Luego bajó la vista. —He oído que los Velaryon se relacionaron con los Targaryen —murmuró—. Que… engendraron hijos, juntos. Tyrion arqueó una ceja. El tono había cambiado. Ya no hablaba solo por curiosidad. Había algo en su voz… algo más íntimo, más personal. —Lo hicieron —admitió con un tono más grave—. En más de una ocasión, de hecho. No era extraño que las casas valyrias entrelazaran su sangre… sobre todo cuando esa sangre era considerada sagrada. Silencio. Tyrion la observó sin disimulo, con una perspicacia que rara vez se permitía mostrar tan abiertamente. —¿Y vos? —preguntó entonces—. ¿Creéis que en vuestras venas hay algo más que sal y tormentas? Serenna no respondió de inmediato. Su mirada se perdió un momento en la superficie de la mesa, donde la tinta trazaba rutas marítimas. Luego alzó los ojos, y los clavó en él. —Creo que si en mis venas corriera sangre Targaryen vuestro padre ya hubiera acabado conmigo. ¿Me equivoco? Tyrion no parpadeó, pero su expresión cambió, como si aquella frase hubiera hendido una capa más profunda. —No os equivocáis —dijo al fin, con calma—. Pero tampoco estáis del todo en lo cierto. Se inclinó hacia delante, despacio, con el ceño levemente fruncido. —Mi padre no mata a alguien porque sí. No si puede usaros primero. No si puede exprimiros hasta dejaros seca… y convertiros en un estandarte útil. —¿Entonces por qué me permite seguir aquí? —Porque, de momento, lo que sois… le conviene. —¿De verdad creéis que es por la relación que tuvo con mi padre?... —Creo que eso ayudó —admitió—. Pero no es la razón —Se echó hacia atrás, con un suspiro que arrastró parte de la tensión, pero no la disipó del todo—. Tywin Lannister no mantiene a alguien a su lado por afecto, Serenna. Guarda todo lo que pueda usar a su favor cuando llegue el momento. Vuestro padre fue útil, sí. Pero vos también lo sois. Ahora. —No se me ocurre por qué podría resultarle útil… Él mismo lo dijo: que era una idiota, una necia por lo que había hecho. Por eso llevo todo este tiempo encerrada. Porque no me… considera útil. —El error que cometisteis —prosiguió Tyrion—, no fue escapar al mar. Fue recordarle que no puede controlarlo todo. Ni siquiera a vos. Y eso… eso enfurece a mi padre más de lo que podríais imaginar. —¿Y qué debo hacer para que me perdone? ¿Para poder… volver al mar?... Tyrion suspiró despacio, apoyando los codos sobre la mesa, entrelazó los dedos y la miró. —Nada —dijo al fin—. No hay gesto o palabra que os garantice su perdón. —¿Entonces?... —Saldréis cuando él vea que encerraros le cuesta más que teneros suelta. Cuando vuestra ausencia pese más que vuestra desobediencia —Hizo una pausa—. Y eso solo lo lograréis convirtiendo vuestra jaula en un trono. No llorando tras los barrotes… sino aprendiendo a gobernar desde ellos. —No os entiendo... —¿Conocéis la diferencia entre un peón y una reina? Serenna negó. —El peón se lanza hacia delante. La reina espera, se mueve cuando quiere… y cuando lo hace, nadie puede detenerla. —Pero yo no soy ninguna reina. Ni pretendo serlo. Y está claro que él nunca me verá como tal. Tyrion sostuvo su mirada con una intensidad insólita. Por un instante, sus ojos dejaron de ser los de un Lannister y se tornaron los de un hombre que conocía de cerca lo que era ser menospreciado. —Eso es lo que os convierte en una amenaza aún mayor —dijo, con voz baja pero firme—. Las reinas que nacen para reinar son previsibles. Las que no lo hacen… son impredecibles. Y las impredecibles hacen temblar los cimientos. Serenna apretó los labios. Sus manos se cerraron sobre el faldón de su vestido, como si contuviera en los puños algo que no sabía cómo liberar. —No quiero hacer temblar nada. Solo quiero volver a ser libre. —Exacto —Tyrion alzó una ceja, casi con ternura—. Esa es precisamente la diferencia. Él os encerró creyendo que rompería vuestra voluntad. Pero seguís deseando lo único que él no puede daros. La libertad no se otorga, Serenna, se escoge. Se toma. Ella bajó la mirada, despacio, frunciendo el ceño, con aquellos pensamientos tomando forma en su mente. —Mi Lord… —dijo, y Tyrion sonrió, como si no estuviese acostumbrado a que lo trataran… bien—. Antes hablasteis sobre los Targaryens y los Velaryon. Sé que ellos tenían dragones. Los Velaryon… ¿qué teníamos que pudiera interesar a alguien como… los Targaryen? Tyrion dejó la copa a un lado, despacio. La sonrisa se desvaneció con suavidad, no por desagrado, sino porque aquella pregunta le intrigaba. —Los Targaryen eran fuego —dijo en un too reverente—. Los Velaryon… eran el mar. —Hizo una pausa—. No teníais dragones —continuó—. Pero navegasteis antes que nadie. Surcasteis las rutas entre islas cuando otros apenas sabían mirar más allá de la costa. Había quien decía que los Targaryen eran los conquistadores… pero sin los Velaryon, su conquista no habría cruzado jamás el mar Angosto. —Creo que no me estáis… —Y hay más —la interrumpió—. Leyendas apenas susurradas. Antiguas incluso para Valyria. En lo profundo, en lo oscuro, criaturas que no vuelan, pero que se deslizan entre corrientes y ruinas olvidadas. Serpientes, leviatanes. Sombras con ojos. Ella no se movió, pero sus labios se entreabrieron apenas, como si algo dentro de sí reconociera aquella idea. —¿Habláis de… monstruos… marinos? —Algunos los llaman monstruos —dijo Tyrion, inclinándose apenas hacia adelante—. Otros, dioses. Depende de a quién preguntéis… y de cuánto haya visto. Serenna contuvo la respiración. —Mi madre solía hablar de eso —dijo, con un hilo de voz—. Decía que algunas líneas de sangre podían despertar a esas criaturas. Que no respondían al hierro… sino a la llamada de su linaje. Tyrion frunció el ceño apenas. —Una vez oí hablar de una criatura en las Islas del Verano —continuó—. Dicen que emergía solo cuando los niños desaparecían. Que tenía alas membranosas y una cabeza tan alargada como la vela mayor de un barco. Se movía sin romper la superficie, deslizándose. Como una sombra bajo el mundo. —¿Y creéis que son reales? Esas... criaturas... Mi Lord... —No lo sé. Pero cuando un marinero vive más de sesenta años y aún no ha tocado fondo... Serenna se quedó en silencio un momento más. Miró el mapa, luego el mar pintado con tinta azul, y el hipocampo de su escudo. —Tal vez no todos los dragones vuelen —susurró. Tyrion la observó en silencio. —Los que caen y sobreviven, Lady Serenna —dijo al fin—, suelen ser los más peligrosos. Y por fin, Tyrion pudo ver el atisbo de una sonrisa. —Lord Tyrion… De… existir esas criaturas… ¿Creéis que alguna de ellas habría vivido aquí? ¿En Poniente?… En… el mar que nos rodea. Tyrion entrecerró los ojos. —En Poniente… —repitió, con lentitud—. Hay quienes creen que las profundidades del Mar del Ocaso no tienen fin. Que hay grietas tan hondas que ni la luz ni el tiempo las alcanzan. Que en las aguas al sur de Rocadragón, a veces los barcos desaparecen sin dejar rastro. —Mi padre hablaba del estrecho de Marcaderiva —dijo de pronto—. Decía que había zonas donde las redes salían rasgadas. Donde los peces no volvían. Tyrion la contempló en silencio, atento. —Pero también hablaba de estas aguas… —continuó, casi para sí misma—. Decía que el mar de aquí no se parece a ningún otro. Que parece manso, seguro. Pero que en realidad… Tyrion frunció el ceño, ladeando la cabeza, curioso. —¿En realidad…? —…es el más inseguro —Levantó la mirada—. Contaba historias de reyes y de príncipes que dormían tranquilos en sus fortalezas, convencidos de que el poder les pertenecía solo por ocupar un trono. —Sus dedos rozaron el borde del mapa, distraídos—. Creían que el peligro venía del norte, de los campos de batalla, de la traición de los hombres. Pero bajo sus castillos, Mi Lord… bajo sus torres de piedra, bajo su orgullo… dormían criaturas que no conocen de leyes, ni coronas. Criaturas que podrían reducir un reino entero a ruinas con el solo batir de su cola. Y ellos ni siquiera tendrían tiempo de mirar hacia abajo. Tyrion la observó durante unos segundos más. En el rostro de Serenna no quedaba rastro de duda. Lo que antes era tristeza o resignación se había tornado en algo más sutil y mucho más difícil de controlar: determinación. Y aquello, lo inquietó. Desvió la mirada con un suspiro casi imperceptible. Apoyó las manos en el borde de la mesa, como si de pronto el peso de la conversación lo reclamara de vuelta a tierra firme. —Bien —dijo, en voz baja, con una leve sacudida de cabeza—. Creo que hemos hablado suficiente por hoy. Intentó sonreír, pero la mueca apenas alcanzó a suavizar el gesto. No era cinismo lo que temblaba en sus labios, sino cautela. —Mi intención era distraeros un poco, no… daros alas —añadió con tono más ligero, aunque no del todo convincente—. O branquias, en este caso. Ella no respondió. Seguía absorta, los ojos clavados en el mapa como si, de repente, lo viera por primera vez. —Mi Lady... —la llamó Tyrion, más serio esta vez—. Escuchad... Solo son... leyendas. No os dejéis arrastrar por lo que podría ser. No ahora. Lo último que necesitáis es otro motivo para desafiarlo. Ella alzó la vista con lentitud. Tyrion se enderezó con suavidad y recogió un par de papeles del escritorio. Luego, al pasar junto a ella, se detuvo brevemente. —Mañana hablaremos de comercio marítimo y alianzas entre casas. Algo… menos poético, y mucho menos propenso a tentaros a nadar hasta la ruina —le dedicó una última mirada, casi a modo de advertencia—. No le deis a mi padre más razones para manteneros encerrada... Colocó su mano sobre la de ella, un ligero apretón. Y es que, realmente la apreciaba. Él no era Cersei, él quería a esa chica por quien era, no por lo que su hermana creía que les había arrebatado. Ella no tenía la culpa de que su padre la hubiera elegido. Él ya hacía tiempo que se había resignado, y la envidia no formaba parte de sí. Tyrion se marchó. La puerta se cerró con suavidad, dejándola sola con el mapa y el escudo. La noche caía sobre Desembarco del Rey con lentitud propia. Las torres de la Fortaleza Roja, recortadas contra un cielo encapotado, comenzaban a encender sus antorchas mientras la ciudad se sumía en su habitual murmullo nocturno. La brisa del mar traía consigo el olor del puerto y el rumor constante de los navíos meciéndose en los muelles. Una tropa de hombres montados a caballo, atravesaban la Puerta del Río sin ceremonia. Sus capas polvorientas y el barro seco en los flancos de los caballos hablaban de un viaje largo. Habían cabalgado hasta Rosby aquella mañana, tras una carta urgente llegada al amanecer. Un asunto de recursos, según Tywin: un cargamento de suministros que se retrasaba, una deuda que debía cobrarse con presencia, y una amenaza velada de deslealtad por parte de un vasallo menor. Rosby no quedaba lejos, apenas una jornada de ida y vuelta si se apresuraban. No necesitaba a Sandor para negociar, pero sí para recordar que la disuasión podía ir más allá de las palabras. Su sola presencia bastaba para sembrar el respeto. El camino de regreso fue tranquilo, pero no silencioso del todo. Tywin encabezaba al grupo de hombres, siempre reflexivo tras cerrar un trato. Cabalgaba con el entrecejo fruncido, ordenando pensamientos y estrategias. Sandor lo seguía, casi a su misma altura. —Tenéis algo en la mente, Clegane —dijo Tywin, sin mirarlo.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me encocora
    1
    6 turnos 0 maullidos
  • El sol caía bajo, reflejando su luz dorada sobre la línea del horizonte, cuando Natasha Romanoff, la reconocida Viuda Negra, salió del helicóptero de transporte y pisó el terreno desconocido. Con el aire de un soldado experimentado, sus botas golpearon el suelo con la misma precisión que sus pensamientos. No era la primera vez que se encontraba en un lugar como ese, pero había algo diferente en la atmósfera. La sensación de estar lejos de su elemento habitual, en un campo de entrenamiento más grande y abierto que el habitual laberinto de oficinas y misiones secretas que conocía tan bien, le resultaba incómoda.

    Se detuvo un momento, observando el vasto campo de entrenamiento. Había camiones blindados estacionados a un lado, grupos de soldados que practicaban maniobras, y edificios industriales, algunos de ellos claramente destinados para entrenamientos avanzados. —Y dentro del aula que esperaba a sus instructores, los ojos de los inexperto alumnos brillaban de anticipación, sus posturas tensas, aprovechando la falta de presencia de sus docentes para intercambiar preguntas o tal. Todos sabían que sus nuevos instructores eran dos de los más experimentados soldados—.

    Natasha no sentía nervios, pero sí una cierta incomodidad, una incomodidad que no lograba disipar. Se pasó una mano por el cabello rojo, recogido en una coleta, y ajustó el chaleco táctico mientras avanzaba hacia el edificio principal. En sus pensamientos, había una serie de preguntas que se repetían, pero no había tiempo para reflexionar en ese momento. Lo único que necesitaba era concentrarse. Solo que hoy, se dio cuenta, no estaría sola. 𝗠𝗶𝗰𝗮𝗵 𝗥𝗮𝘃𝗲𝗻𝘀𝗰𝗿𝗼𝗳𝘁.

    El nombre había sido lo único que le habían dado. Un soldado experimentado con años de servicio, el que se encargaría de todo lo relacionado con la medicina de combate. Su mirada era la misma de siempre, calculadora, distante, pero esta vez, la sensación de estar acompañada la desconcertaba. No se le había informado mucho sobre él. Nada sobre su personalidad, su forma de enseñar, ni siquiera qué tan eficiente era en su especialidad. Solo sabía que era parte de este programa, y que compartiría la responsabilidad de enseñar a los nuevos reclutas con él.

    Caminaba hacia el edificio, distante a las miradas ajenas. La puerta de entrada se abrió automáticamente, y al instante, el ambiente cambió. Ya no estaba al aire libre. Ahora, estaba dentro de un espacio cerrado, de paredes grises y frías, lleno de largas pasarelas y pasillos desordenados.

    Al final de uno de esos pasillos, se encontraba él.

    El soldado estaba allí, de pie, en una esquina apartada del pasillo, en su uniforme de combate, ajustado a la perfección, no había nada que delatara su presencia más que su altura y su postura: erguida, seria, inquebrantable.

    Los pocos detalles que Natasha pudo captar desde su llegada fueron los suficientes para percatarse de que Micah no era un hombre de palabras. De hecho, no parecía tener ninguna intención de romper el silencio que parecía envolverlo.

    La mujer, aunque acostumbrada a trabajar con personas tan complejas como él, no pudo evitar sentir una punzada de curiosidad. Pero no era una curiosidad complaciente; era más bien una necesidad de entender cómo, en este nuevo terreno, iba a encajar. ¿Cómo iba a trabajar con alguien que parecía tan… distante?

    Se acercó con paso firme, pero sin la urgencia que suele tener en las misiones. Un leve resoplido escapó de sus labios mientras recorría el pasillo. De reojo, observó los muros que les rodeaban.

    Finalmente, se acercó un poco más a él, hasta quedar a unos pasos de distancia. Se permitió un momento para evaluarlo con una mirada rápida y precisa, sus ojos se movieron con rapidez por su rostro, intentando descifrar cualquier cosa que pudiera indicarle algo sobre el hombre que tendría como compañero de instrucción.

    ──¿Micah Ravenscroft?

    Preguntó con un tono neutral, pero con una chispa de impaciencia que no pudo evitar esconder. El silencio de él le resultaba desconcertante. Estaba acostumbrada a la gente que no le temía a las palabras. ¿Por qué este hombre no respondía?

    Los ojos verde oliva y fríos del hombre, se encontraron con los de ella por un instante. Ella percibió o pensó que en el contrario no había miedo ni duda. Solo estaba… observando.

    "Supongo que tendré que trabajar con este silencio", pensó Natasha, sintiendo un leve tirón de frustración en su pecho. Pero rápidamente lo apartó de su mente. No tenía tiempo para juzgar, solo para actuar.
    ㅤㅤ
    [ Micah Ravenscroft ]
    El sol caía bajo, reflejando su luz dorada sobre la línea del horizonte, cuando Natasha Romanoff, la reconocida Viuda Negra, salió del helicóptero de transporte y pisó el terreno desconocido. Con el aire de un soldado experimentado, sus botas golpearon el suelo con la misma precisión que sus pensamientos. No era la primera vez que se encontraba en un lugar como ese, pero había algo diferente en la atmósfera. La sensación de estar lejos de su elemento habitual, en un campo de entrenamiento más grande y abierto que el habitual laberinto de oficinas y misiones secretas que conocía tan bien, le resultaba incómoda. Se detuvo un momento, observando el vasto campo de entrenamiento. Había camiones blindados estacionados a un lado, grupos de soldados que practicaban maniobras, y edificios industriales, algunos de ellos claramente destinados para entrenamientos avanzados. —Y dentro del aula que esperaba a sus instructores, los ojos de los inexperto alumnos brillaban de anticipación, sus posturas tensas, aprovechando la falta de presencia de sus docentes para intercambiar preguntas o tal. Todos sabían que sus nuevos instructores eran dos de los más experimentados soldados—. Natasha no sentía nervios, pero sí una cierta incomodidad, una incomodidad que no lograba disipar. Se pasó una mano por el cabello rojo, recogido en una coleta, y ajustó el chaleco táctico mientras avanzaba hacia el edificio principal. En sus pensamientos, había una serie de preguntas que se repetían, pero no había tiempo para reflexionar en ese momento. Lo único que necesitaba era concentrarse. Solo que hoy, se dio cuenta, no estaría sola. 𝗠𝗶𝗰𝗮𝗵 𝗥𝗮𝘃𝗲𝗻𝘀𝗰𝗿𝗼𝗳𝘁. El nombre había sido lo único que le habían dado. Un soldado experimentado con años de servicio, el que se encargaría de todo lo relacionado con la medicina de combate. Su mirada era la misma de siempre, calculadora, distante, pero esta vez, la sensación de estar acompañada la desconcertaba. No se le había informado mucho sobre él. Nada sobre su personalidad, su forma de enseñar, ni siquiera qué tan eficiente era en su especialidad. Solo sabía que era parte de este programa, y que compartiría la responsabilidad de enseñar a los nuevos reclutas con él. Caminaba hacia el edificio, distante a las miradas ajenas. La puerta de entrada se abrió automáticamente, y al instante, el ambiente cambió. Ya no estaba al aire libre. Ahora, estaba dentro de un espacio cerrado, de paredes grises y frías, lleno de largas pasarelas y pasillos desordenados. Al final de uno de esos pasillos, se encontraba él. El soldado estaba allí, de pie, en una esquina apartada del pasillo, en su uniforme de combate, ajustado a la perfección, no había nada que delatara su presencia más que su altura y su postura: erguida, seria, inquebrantable. Los pocos detalles que Natasha pudo captar desde su llegada fueron los suficientes para percatarse de que Micah no era un hombre de palabras. De hecho, no parecía tener ninguna intención de romper el silencio que parecía envolverlo. La mujer, aunque acostumbrada a trabajar con personas tan complejas como él, no pudo evitar sentir una punzada de curiosidad. Pero no era una curiosidad complaciente; era más bien una necesidad de entender cómo, en este nuevo terreno, iba a encajar. ¿Cómo iba a trabajar con alguien que parecía tan… distante? Se acercó con paso firme, pero sin la urgencia que suele tener en las misiones. Un leve resoplido escapó de sus labios mientras recorría el pasillo. De reojo, observó los muros que les rodeaban. Finalmente, se acercó un poco más a él, hasta quedar a unos pasos de distancia. Se permitió un momento para evaluarlo con una mirada rápida y precisa, sus ojos se movieron con rapidez por su rostro, intentando descifrar cualquier cosa que pudiera indicarle algo sobre el hombre que tendría como compañero de instrucción. ──¿Micah Ravenscroft? Preguntó con un tono neutral, pero con una chispa de impaciencia que no pudo evitar esconder. El silencio de él le resultaba desconcertante. Estaba acostumbrada a la gente que no le temía a las palabras. ¿Por qué este hombre no respondía? Los ojos verde oliva y fríos del hombre, se encontraron con los de ella por un instante. Ella percibió o pensó que en el contrario no había miedo ni duda. Solo estaba… observando. "Supongo que tendré que trabajar con este silencio", pensó Natasha, sintiendo un leve tirón de frustración en su pecho. Pero rápidamente lo apartó de su mente. No tenía tiempo para juzgar, solo para actuar. ㅤㅤ [ [M.C09] ]
    Me gusta
    Me encocora
    4
    3 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados