• [ . ]

    —Hace unos días me llamó un hombre. No preguntó por su futuro amoroso ni por su trabajo, ni siquiera por billetes. Nada de eso. Él quería saber en qué momento el cielo empezaría a responderle.

    Hizo una pausa, recordando la voz seria del sujeto.

    —Me pidió que le dijera la fecha exacta en la que el cielo finalmente le daría una respuesta clara, verbal, directa. Una frase. Una señal indudable.

    Se encogió de hombros.

    —No pude darle una fecha, no soy mentirosa. Me nació decirle... “El cielo habla cuando uno deja de querer oír palabras”. No creo que le gustara la respuesta, pero hay gente que prefiere esperar un milagro antes que escuchar lo obvio.
    [ . ] —Hace unos días me llamó un hombre. No preguntó por su futuro amoroso ni por su trabajo, ni siquiera por billetes. Nada de eso. Él quería saber en qué momento el cielo empezaría a responderle. Hizo una pausa, recordando la voz seria del sujeto. —Me pidió que le dijera la fecha exacta en la que el cielo finalmente le daría una respuesta clara, verbal, directa. Una frase. Una señal indudable. Se encogió de hombros. —No pude darle una fecha, no soy mentirosa. Me nació decirle... “El cielo habla cuando uno deja de querer oír palabras”. No creo que le gustara la respuesta, pero hay gente que prefiere esperar un milagro antes que escuchar lo obvio.
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
    esperando que la sombra no volviera a hablarme.

    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La primera pesadilla La noche después de la transformación no sabe a descanso. Mi cuerpo debería estar agotado… pero algo dentro de mí no me deja dormir. Quema. Arde como brasas vivas. Y al mismo tiempo me da frío. Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones. Susurra. Una voz que no es voz. Un idioma que no entiendo… pero siento. Como si siempre hubiera estado en mí, esperando a que mi sombra despertara para recordármelo. Me enseña palabras imposibles. Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas. O quizá… no las olvido. Quizá ellas me recuerdan a mí. Me duermo. Y el mundo cambia. Estoy de pie en un puente de madera vieja. El viento huele a sal y a sangre. Las tablas crujen bajo mis pies pequeños. Mis pies… no. No son mis pies. Yo no soy yo. A mi alrededor escucho gritos. Llamas. El estallido de un hogar ardiendo. La masacre de un pueblo pesquero. Corsarios. Docenas. Tal vez cientos. Queman casas. Se llevan niños. Arrastran mujeres. Degüellan hombres. Y yo corro. Corro sin saber a dónde. Sin saber quién soy. Mis piernas son cortas. Mi cuerpo es frágil. Mi respiración suena a un niño asustado. No a mí. No a Lili. Este no es mi cuerpo. Los corsarios me rodean. Sombras enormes contra la luna. Casco, hierro, parches, cicatrices. Espadas que brillan. No hay salida. Grito. Pero la voz que sale de mí no es la mía. Es más aguda. Más pequeña. Más rota. Una espada me atraviesa. Y otra. Y otra. Y el puente se llena de rojo. Despierto. Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito. Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando. No hay heridas. Soy yo. Lili. Pero el miedo no se va. Se queda enganchado a mis costillas. Me falta el aire. La oscuridad de la habitación parece viva. No quiero cerrar los ojos. No quiero volver a ese puente. No quiero saber quién era ese niño. No quiero saber por qué veo su muerte. No quiero… Me encojo bajo las mantas. Mis uñas arañan mis propios brazos. Mi respiración se convierte en sollozos. Esa noche la pasé llorando. Sola. Llorando con la almohada mordida, esperando que nadie escuchara, esperando que la sombra no volviera a hablarme. La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
    esperando que la sombra no volviera a hablarme.

    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Me gusta
    Me entristece
    2
    0 comentarios 0 compartidos
  • Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    La primera pesadilla

    La noche después de la transformación no sabe a descanso.

    Mi cuerpo debería estar agotado…
    pero algo dentro de mí no me deja dormir.

    Quema.
    Arde como brasas vivas.

    Y al mismo tiempo me da frío.
    Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones.

    Susurra.

    Una voz que no es voz.
    Un idioma que no entiendo… pero siento.
    Como si siempre hubiera estado en mí,
    esperando a que mi sombra despertara para recordármelo.

    Me enseña palabras imposibles.
    Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas.
    O quizá… no las olvido.
    Quizá ellas me recuerdan a mí.

    Me duermo.

    Y el mundo cambia.

    Estoy de pie en un puente de madera vieja.
    El viento huele a sal y a sangre.
    Las tablas crujen bajo mis pies pequeños.
    Mis pies… no.
    No son mis pies.

    Yo no soy yo.

    A mi alrededor escucho gritos.
    Llamas.
    El estallido de un hogar ardiendo.
    La masacre de un pueblo pesquero.

    Corsarios.

    Docenas.
    Tal vez cientos.

    Queman casas.
    Se llevan niños.
    Arrastran mujeres.
    Degüellan hombres.

    Y yo corro.
    Corro sin saber a dónde.
    Sin saber quién soy.

    Mis piernas son cortas.
    Mi cuerpo es frágil.
    Mi respiración suena a un niño asustado.

    No a mí.
    No a Lili.

    Este no es mi cuerpo.

    Los corsarios me rodean.
    Sombras enormes contra la luna.
    Casco, hierro, parches, cicatrices.
    Espadas que brillan.

    No hay salida.

    Grito.

    Pero la voz que sale de mí no es la mía.
    Es más aguda.
    Más pequeña.
    Más rota.

    Una espada me atraviesa.

    Y otra.

    Y otra.

    Y el puente se llena de rojo.

    Despierto.

    Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito.
    Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando.
    No hay heridas.

    Soy yo.
    Lili.

    Pero el miedo no se va.
    Se queda enganchado a mis costillas.
    Me falta el aire.
    La oscuridad de la habitación parece viva.

    No quiero cerrar los ojos.
    No quiero volver a ese puente.
    No quiero saber quién era ese niño.
    No quiero saber por qué veo su muerte.

    No quiero…

    Me encojo bajo las mantas.
    Mis uñas arañan mis propios brazos.
    Mi respiración se convierte en sollozos.

    Esa noche la pasé llorando.
    Sola.
    Llorando con la almohada mordida,
    esperando que nadie escuchara,
    esperando que la sombra no volviera a hablarme.

    La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La primera pesadilla La noche después de la transformación no sabe a descanso. Mi cuerpo debería estar agotado… pero algo dentro de mí no me deja dormir. Quema. Arde como brasas vivas. Y al mismo tiempo me da frío. Un frío que me cruje los huesos y me muerde los pulmones. Susurra. Una voz que no es voz. Un idioma que no entiendo… pero siento. Como si siempre hubiera estado en mí, esperando a que mi sombra despertara para recordármelo. Me enseña palabras imposibles. Palabras que entiendo sólo el instante antes de olvidarlas. O quizá… no las olvido. Quizá ellas me recuerdan a mí. Me duermo. Y el mundo cambia. Estoy de pie en un puente de madera vieja. El viento huele a sal y a sangre. Las tablas crujen bajo mis pies pequeños. Mis pies… no. No son mis pies. Yo no soy yo. A mi alrededor escucho gritos. Llamas. El estallido de un hogar ardiendo. La masacre de un pueblo pesquero. Corsarios. Docenas. Tal vez cientos. Queman casas. Se llevan niños. Arrastran mujeres. Degüellan hombres. Y yo corro. Corro sin saber a dónde. Sin saber quién soy. Mis piernas son cortas. Mi cuerpo es frágil. Mi respiración suena a un niño asustado. No a mí. No a Lili. Este no es mi cuerpo. Los corsarios me rodean. Sombras enormes contra la luna. Casco, hierro, parches, cicatrices. Espadas que brillan. No hay salida. Grito. Pero la voz que sale de mí no es la mía. Es más aguda. Más pequeña. Más rota. Una espada me atraviesa. Y otra. Y otra. Y el puente se llena de rojo. Despierto. Empapada en sudor, ahogándome en mi propio grito. Mis manos buscan mi torso, desesperada, temblando. No hay heridas. Soy yo. Lili. Pero el miedo no se va. Se queda enganchado a mis costillas. Me falta el aire. La oscuridad de la habitación parece viva. No quiero cerrar los ojos. No quiero volver a ese puente. No quiero saber quién era ese niño. No quiero saber por qué veo su muerte. No quiero… Me encojo bajo las mantas. Mis uñas arañan mis propios brazos. Mi respiración se convierte en sollozos. Esa noche la pasé llorando. Sola. Llorando con la almohada mordida, esperando que nadie escuchara, esperando que la sombra no volviera a hablarme. La Luna, desde la ventana, me miraba en silencio.
    Me gusta
    Me entristece
    2
    1 turno 1 maullido
  • Ver tus ojos.

    Me pone tan nerviosa, me hace sentir tan débil y vulnerable.

    La noche que me encontraste, no supe cómo reaccionar.
    No sé qué pensaste, pero sé lo que sentía al volver a mirar tus ojos.

    Me di cuenta que al no habernos uno del otro en esta vida, en otra nos amamos profundamente.

    El despedirnos fue así, tan corto, y pase a lado de ti, fingiendo que no me importaba.

    Pero no es así, miraba tu espalda, pensando, en qué estabas pensando tú en ese momento.

    Hasta que miraste atrás, y ese mismo echo, ese mismo mirar desbarató mi alma.

    "¿Por qué Diosa? ... ¿Porqué has permitido que nuevamente nos encontremos, para vernos así?"

    Pensaba, con el alma en mi pecho y sentimientos que dominaban mi mirar, aquellos que se delataban en mis pupilas y el sentimiento en el aire que hacía notar al mundo ajeno sobre nosotros.

    Si no merecía ni siquiera tu mirar, tus encantos estaban en aquel silencio que me mataba por dentro.
    Aquel que me volvía loca por tanto pensar si, era lo correcto lo que estábamos haciendo.

    Y al voltearte a mi, ni siquiera sonreí. porque sabía que te había decepcionado ya dos veces y en una de ellas había roto una promesa.

    Una promesa que aún no me e perdonado.

    Tu mirar no solo delataba ese amor nunca entregado, si no el juicio de mi error, clavándome en el pecho y alma como a una estaca enorme clavada hasta el subsuelo.

    Cómo a la lanza de un angel cósmico que me obligaba a ser conciente del amor que perdí por haber decepcionado mis sentimientos.

    Y tú mirar, que en mi sin ninguna palabra tuya, delataba tu sentir.
    Inundaba mi alma en tu bondad, en palabras que no escucho pero que quisiera oír.

    Hombre!...
    Tú tienes el poder y tú lo sabes.

    Y yo soy el castigo en vida por no poder tenerte y respetar el límite de tu partida, cuidando tu amor.
    Cuidándote de mi,
    una mujer peligrosa que podría arrebatarte de los brazos de otra mujer.

    Pero no soy así, no puedo... Te ame tanto en otra vida, y te amo tanto, que tú felicidad es lo mejor para mi.

    Por eso ambos no nos acercamos, porque sabemos que es peligroso hacerlo así.
    Tú, hombre divino, hombre fiel... Yo, pecadora de un amor no correspondido a morir por su propia mano a sus mismos pecados.

    La canción de esta historia es aquel al cual bailo a solas... Porque sigo danzando en este camino con amor a mi, amor a ti... Amor a lo que nunca existió, nunca se vivió ,pero se pudo sentir.
    Ver tus ojos. Me pone tan nerviosa, me hace sentir tan débil y vulnerable. La noche que me encontraste, no supe cómo reaccionar. No sé qué pensaste, pero sé lo que sentía al volver a mirar tus ojos. Me di cuenta que al no habernos uno del otro en esta vida, en otra nos amamos profundamente. El despedirnos fue así, tan corto, y pase a lado de ti, fingiendo que no me importaba. Pero no es así, miraba tu espalda, pensando, en qué estabas pensando tú en ese momento. Hasta que miraste atrás, y ese mismo echo, ese mismo mirar desbarató mi alma. "¿Por qué Diosa? ... ¿Porqué has permitido que nuevamente nos encontremos, para vernos así?" Pensaba, con el alma en mi pecho y sentimientos que dominaban mi mirar, aquellos que se delataban en mis pupilas y el sentimiento en el aire que hacía notar al mundo ajeno sobre nosotros. Si no merecía ni siquiera tu mirar, tus encantos estaban en aquel silencio que me mataba por dentro. Aquel que me volvía loca por tanto pensar si, era lo correcto lo que estábamos haciendo. Y al voltearte a mi, ni siquiera sonreí. porque sabía que te había decepcionado ya dos veces y en una de ellas había roto una promesa. Una promesa que aún no me e perdonado. Tu mirar no solo delataba ese amor nunca entregado, si no el juicio de mi error, clavándome en el pecho y alma como a una estaca enorme clavada hasta el subsuelo. Cómo a la lanza de un angel cósmico que me obligaba a ser conciente del amor que perdí por haber decepcionado mis sentimientos. Y tú mirar, que en mi sin ninguna palabra tuya, delataba tu sentir. Inundaba mi alma en tu bondad, en palabras que no escucho pero que quisiera oír. Hombre!... Tú tienes el poder y tú lo sabes. Y yo soy el castigo en vida por no poder tenerte y respetar el límite de tu partida, cuidando tu amor. Cuidándote de mi, una mujer peligrosa que podría arrebatarte de los brazos de otra mujer. Pero no soy así, no puedo... Te ame tanto en otra vida, y te amo tanto, que tú felicidad es lo mejor para mi. Por eso ambos no nos acercamos, porque sabemos que es peligroso hacerlo así. Tú, hombre divino, hombre fiel... Yo, pecadora de un amor no correspondido a morir por su propia mano a sus mismos pecados. La canción de esta historia es aquel al cual bailo a solas... Porque sigo danzando en este camino con amor a mi, amor a ti... Amor a lo que nunca existió, nunca se vivió ,pero se pudo sentir.
    Me encocora
    Me gusta
    15
    0 turnos 0 maullidos
  • La nueva gerente de relaciones públicas, había escogido dar la conferencia en un espacio abierto, los flashes de las cámaras reflejaban la seriedad del evento corporativo y a su vez señalaba lo esperado del anuncio. Elsbeth Vaughan se posicionó detrás del podio, impecable en su traje oscuro, con una gabardina beige, su cabello negro azabache cayendo con ondas suaves sobre los hombros. La multitud de periodistas, cámaras y grabadoras no hizo que su calma titubeara; por el contrario, parecía absorber la energía de todos ellos, ordenando la sala con solo su presencia.

    Tomó el micrófono con delicadeza, inclinando apenas la cabeza, y una sonrisa sutil se dibujó en sus labios. Su mirada azul verdosa, tan profunda que algunos jurarían ver un destello plateado, barrió la sala. Cada palabra que salió de su boca fue medida, calculada, cargada de un magnetismo silencioso que obligaba a todos a escuchar:

    —Gracias por asistir hoy. Estoy aquí para presentar nuestra nueva iniciativa de responsabilidad social y transparencia corporativa, un proyecto que refleja no solo compromiso con la innovación, sino con la ética y el respeto hacia nuestra comunidad.

    Elsbeth pausó apenas, dejando que sus palabras calaran, que cada cámara captara no solo su rostro, sino la autoridad natural que emanaba de ella. Cada gesto, cada inclinación de cabeza, cada parpadeo parecía tener un propósito más allá del humano: la precisión de la cazadora, la paciencia de quien observa y analiza antes de actuar.

    Mientras respondía preguntas con cortesía y firmeza, un murmullo recorría la sala. Nadie se atrevía a interrumpirla; incluso los más experimentados reporteros sentían una presión invisible, un respeto que no se podía fingir. Ella no solo hablaba, estaba evaluando. Cada intención, cada emoción, cada gesto era un mapa que Elsbeth leía con claridad.

    Al terminar, retiró el micrófono con suavidad, dejando un silencio cargado de atención detrás de ella. La conferencia había terminado, pero la presencia de Elsbeth Vaughan continuaba en la sala, imborrable, como si cada asistente se llevara consigo un recuerdo que no podría olvidar.
    La nueva gerente de relaciones públicas, había escogido dar la conferencia en un espacio abierto, los flashes de las cámaras reflejaban la seriedad del evento corporativo y a su vez señalaba lo esperado del anuncio. Elsbeth Vaughan se posicionó detrás del podio, impecable en su traje oscuro, con una gabardina beige, su cabello negro azabache cayendo con ondas suaves sobre los hombros. La multitud de periodistas, cámaras y grabadoras no hizo que su calma titubeara; por el contrario, parecía absorber la energía de todos ellos, ordenando la sala con solo su presencia. Tomó el micrófono con delicadeza, inclinando apenas la cabeza, y una sonrisa sutil se dibujó en sus labios. Su mirada azul verdosa, tan profunda que algunos jurarían ver un destello plateado, barrió la sala. Cada palabra que salió de su boca fue medida, calculada, cargada de un magnetismo silencioso que obligaba a todos a escuchar: —Gracias por asistir hoy. Estoy aquí para presentar nuestra nueva iniciativa de responsabilidad social y transparencia corporativa, un proyecto que refleja no solo compromiso con la innovación, sino con la ética y el respeto hacia nuestra comunidad. Elsbeth pausó apenas, dejando que sus palabras calaran, que cada cámara captara no solo su rostro, sino la autoridad natural que emanaba de ella. Cada gesto, cada inclinación de cabeza, cada parpadeo parecía tener un propósito más allá del humano: la precisión de la cazadora, la paciencia de quien observa y analiza antes de actuar. Mientras respondía preguntas con cortesía y firmeza, un murmullo recorría la sala. Nadie se atrevía a interrumpirla; incluso los más experimentados reporteros sentían una presión invisible, un respeto que no se podía fingir. Ella no solo hablaba, estaba evaluando. Cada intención, cada emoción, cada gesto era un mapa que Elsbeth leía con claridad. Al terminar, retiró el micrófono con suavidad, dejando un silencio cargado de atención detrás de ella. La conferencia había terminado, pero la presencia de Elsbeth Vaughan continuaba en la sala, imborrable, como si cada asistente se llevara consigo un recuerdo que no podría olvidar.
    Me gusta
    Me encocora
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • El sol de Florencia bañaba las calles empedradas mientras Maia Leone recorría la alfombra roja del estreno. Su vestido atrapaba la luz de los focos, haciéndola brillar con un resplandor que parecía venir de dentro. Sonreía con naturalidad a los periodistas, respondía a las preguntas con gracia y gesticulaba suavemente mientras hablaba, irradiando una energía cálida y magnética que atraía las miradas de todos sin esfuerzo.

    Después de las entrevistas, se detuvo junto a la barrera donde los fans esperaban. Firmaba autógrafos con delicadeza y hablaba con cada persona unos segundos, escuchando sus palabras con atención genuina. Su voz era cálida, su risa ligera, y su manera de mirar a cada fan hacía que cada encuentro se sintiera único.

    Mientras firmaba, levantó la vista un momento y lo vio: un hombre apartado entre la multitud, observándola con calma contenida. Su mirada era distinta, intensa, y por un instante sintió un calor extraño en el pecho, como si algo en él le resultara vagamente familiar. Frunció ligeramente el ceño, intrigada, pero volvió a sonreír y a agacharse para firmar otro autógrafo.

    No había nada que explicara la sensación, no lo conocía, no había motivo para reconocerlo. Y, aun así, mientras sus manos seguían moviéndose sobre los carteles y papeles, el eco de aquel instante quedó flotando en el aire. Maia continuó sonriendo, saludando, interactuando con los fans, perfecta en su papel de actriz brillante y humana… pero sin saber que algo antiguo y poderoso la estaba observando, despertando lentamente bajo la luz del atardecer florentino.
    El sol de Florencia bañaba las calles empedradas mientras Maia Leone recorría la alfombra roja del estreno. Su vestido atrapaba la luz de los focos, haciéndola brillar con un resplandor que parecía venir de dentro. Sonreía con naturalidad a los periodistas, respondía a las preguntas con gracia y gesticulaba suavemente mientras hablaba, irradiando una energía cálida y magnética que atraía las miradas de todos sin esfuerzo. Después de las entrevistas, se detuvo junto a la barrera donde los fans esperaban. Firmaba autógrafos con delicadeza y hablaba con cada persona unos segundos, escuchando sus palabras con atención genuina. Su voz era cálida, su risa ligera, y su manera de mirar a cada fan hacía que cada encuentro se sintiera único. Mientras firmaba, levantó la vista un momento y lo vio: un hombre apartado entre la multitud, observándola con calma contenida. Su mirada era distinta, intensa, y por un instante sintió un calor extraño en el pecho, como si algo en él le resultara vagamente familiar. Frunció ligeramente el ceño, intrigada, pero volvió a sonreír y a agacharse para firmar otro autógrafo. No había nada que explicara la sensación, no lo conocía, no había motivo para reconocerlo. Y, aun así, mientras sus manos seguían moviéndose sobre los carteles y papeles, el eco de aquel instante quedó flotando en el aire. Maia continuó sonriendo, saludando, interactuando con los fans, perfecta en su papel de actriz brillante y humana… pero sin saber que algo antiguo y poderoso la estaba observando, despertando lentamente bajo la luz del atardecer florentino.
    Me encocora
    Me gusta
    7
    2 turnos 0 maullidos
  • Una visita del pasado
    Fandom Legado Queen
    Categoría Fantasía
    Una mañana normal en el Instituto, una estudiante le hablar a Loki.

    —Oye, Loki…— La voz de su compañera sonaba casi burlona, como si la pregunta fuera un juego más. Sus ojos brillaban con esa energía que siempre arrastraba a todas a salir, a reír, a olvidar. Pero detrás de esa chispa había algo más, un temblor oculto que Loki no alcanzaba a ver.

    —Digamos que… tengo una amiga con problemas en su casa. —

    —¿Que clase de problemas? — Pregunto Loki sin mostrar mayor interés. La chica le cuenta la historia de esta supuesta "amiga", luego le pregunta a Loki disfrazando su propio dolor bajo la máscara de una historia ajena. ¿Qué crees que debería hacer?

    Loki arqueó una ceja. Para ella, los problemas de los demás eran entretenimiento. No pensó que aquella historia tuviera nada que ver con su compañera. Con una sonrisa torcida, respondió con un consejo venenoso, diseñado para que todo saliera mal. Era divertido, pensó,un juego cruel más.

    Los días pasaron y las risas se apagaron. La noticia llegó como un tornado que arrasa con todo a su paso. Su amiga había muerto, la joven se había quitado la vida. Loki quedó inmóvil, incapaz de comprender. El vacío se abrió en su pecho, un sentimiento desconocido que quemaba más que cualquier burla. Por primera vez, entendió que sus palabras habían sido la chispa que empujó a alguien hacia el abismo.

    Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. No eran de apego, ni de amor, sino de una culpa que se clavaba como espinas invisibles. Loki deseaba, con todo su ser, regresar al instante en que había dado aquel consejo venenoso.

    Cuando las clases terminaron, Loki regreso a casa. Jennifer observaba la práctica mágica de Lili, quien al ver a su hermana menor le pregunto si quería acompañarlas, Loki no dijo nada y siguió su camino. Lili ya estaba acostumbrada que Loki no mostrara interés en la magia, por lo que no le dio importancia. Ya en su habitación, Loki se tiro sobre su cama y rompió en llanto, la joven que disfrutaba de las bromas crueles, por primera vez sentía el peso, la culpa de sus malas acciones, aquel sentimiento era nuevo, era doloroso y le hacia sentirse sucia.

    —Tomoe chan... Tonta, ¿porque no me dijiste que eras tu? Si tan solo... Si tan solo pudiera regresar en el tiempo, yo no.... —

    En aquel instante, algo rompió en Loki, el aire se quebró, los pasillos se doblaron como espejos líquidos. Los relojes estallaron en fragmentos de luz; El tiempo mismo se desgarró, como si la realidad fuera un telón demasiado frágil para contener su dolor.

    Su cuerpo se distorsionó: líneas quebradas atravesaban su silueta, como errores de matriz en un programa defectuoso. Los bordes de su figura parpadeaban, duplicándose, fragmentándose, como si la existencia no pudiera decidir si Loki estaba dentro o fuera del mundo.

    Ella lloraba, y cada sollozo era una grieta más en la realidad. El poder que nunca había buscado se manifestaba por primera vez, nacido del arrepentimiento y la desesperación. El mundo se torcía alrededor de ella, esperando… temblando… a punto de romperse del todo.

    Entonces miró sus manos distorsionadas, vibrando como si fueran errores de matriz. Pero Loki no las vio como un glitch: en ellas reconoció lo que había sido antes, un ser primordial. Aunque lo había olvidado, en su alma estaba grabado ese recuerdo. No era un error, era su forma real.

    Jennifer sintió la perturbación. —Lili, quédate aqui! — Corrió a la habitación de su hija. Para ella, que no estaba acostumbrada a ver seres de la cuarta dimensión, Loki era un amasijo de fracturas, un cuerpo quebrado por glitches imposibles. Asustada de perderla por el descontrol de su poder, Jennifer se lanzó a abrazarla, intentando contener la tormenta.

    El poder golpeó a Jennifer, su cuerpo cayó al suelo. Loki gritó, pensando que la había lastimado a su madre, o peor aún, que la había matado. —¿Mamá?! ¿Mami? — No hubo respuesta por parte de Jennifer.

    Loki dio un paso atrás y grito y en ese grito, se abrió otra visión: los últimos momentos de su amiga, el instante en que se quitaba la vida. Loki se convirtió en observadora, como lo había sido en su existencia primordial, atrapada en la visión de aquello que no podía cambiar.

    Asustada por lo que estaba viendo, escapó de su casa, dejando atrás a Jennifer. Corrió en busca de su abuelo Oz, el único que podría salvar a su madre y ayudarla a comprender su poder. Pero lo que Loki no sabía era que el golpe de energía había abierto un portal al pasado. De él emergió la Jennifer joven de siglos atrás.

    La realidad tembló. Dos entidades del caos no podían coexistir en la misma línea de tiempo. El tejido del mundo se ajustó, y ambas Jennifers se unieron en una sola. La Jennifer del presente desapareció, y lo único que quedó fue la Jennifer joven del pasado, ahora habitando la época moderna.

    Rol Grupal con: Jenny Queen Orc - L̶i̶l̶i̶ ̶Q̶u̶e̶e̶n̶ ̶I̶s̶h̶t̶a̶r̶ Veythra
    Una mañana normal en el Instituto, una estudiante le hablar a Loki. —Oye, Loki…— La voz de su compañera sonaba casi burlona, como si la pregunta fuera un juego más. Sus ojos brillaban con esa energía que siempre arrastraba a todas a salir, a reír, a olvidar. Pero detrás de esa chispa había algo más, un temblor oculto que Loki no alcanzaba a ver. —Digamos que… tengo una amiga con problemas en su casa. — —¿Que clase de problemas? — Pregunto Loki sin mostrar mayor interés. La chica le cuenta la historia de esta supuesta "amiga", luego le pregunta a Loki disfrazando su propio dolor bajo la máscara de una historia ajena. ¿Qué crees que debería hacer? Loki arqueó una ceja. Para ella, los problemas de los demás eran entretenimiento. No pensó que aquella historia tuviera nada que ver con su compañera. Con una sonrisa torcida, respondió con un consejo venenoso, diseñado para que todo saliera mal. Era divertido, pensó,un juego cruel más. Los días pasaron y las risas se apagaron. La noticia llegó como un tornado que arrasa con todo a su paso. Su amiga había muerto, la joven se había quitado la vida. Loki quedó inmóvil, incapaz de comprender. El vacío se abrió en su pecho, un sentimiento desconocido que quemaba más que cualquier burla. Por primera vez, entendió que sus palabras habían sido la chispa que empujó a alguien hacia el abismo. Las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. No eran de apego, ni de amor, sino de una culpa que se clavaba como espinas invisibles. Loki deseaba, con todo su ser, regresar al instante en que había dado aquel consejo venenoso. Cuando las clases terminaron, Loki regreso a casa. Jennifer observaba la práctica mágica de Lili, quien al ver a su hermana menor le pregunto si quería acompañarlas, Loki no dijo nada y siguió su camino. Lili ya estaba acostumbrada que Loki no mostrara interés en la magia, por lo que no le dio importancia. Ya en su habitación, Loki se tiro sobre su cama y rompió en llanto, la joven que disfrutaba de las bromas crueles, por primera vez sentía el peso, la culpa de sus malas acciones, aquel sentimiento era nuevo, era doloroso y le hacia sentirse sucia. —Tomoe chan... Tonta, ¿porque no me dijiste que eras tu? Si tan solo... Si tan solo pudiera regresar en el tiempo, yo no.... — En aquel instante, algo rompió en Loki, el aire se quebró, los pasillos se doblaron como espejos líquidos. Los relojes estallaron en fragmentos de luz; El tiempo mismo se desgarró, como si la realidad fuera un telón demasiado frágil para contener su dolor. Su cuerpo se distorsionó: líneas quebradas atravesaban su silueta, como errores de matriz en un programa defectuoso. Los bordes de su figura parpadeaban, duplicándose, fragmentándose, como si la existencia no pudiera decidir si Loki estaba dentro o fuera del mundo. Ella lloraba, y cada sollozo era una grieta más en la realidad. El poder que nunca había buscado se manifestaba por primera vez, nacido del arrepentimiento y la desesperación. El mundo se torcía alrededor de ella, esperando… temblando… a punto de romperse del todo. Entonces miró sus manos distorsionadas, vibrando como si fueran errores de matriz. Pero Loki no las vio como un glitch: en ellas reconoció lo que había sido antes, un ser primordial. Aunque lo había olvidado, en su alma estaba grabado ese recuerdo. No era un error, era su forma real. Jennifer sintió la perturbación. —Lili, quédate aqui! — Corrió a la habitación de su hija. Para ella, que no estaba acostumbrada a ver seres de la cuarta dimensión, Loki era un amasijo de fracturas, un cuerpo quebrado por glitches imposibles. Asustada de perderla por el descontrol de su poder, Jennifer se lanzó a abrazarla, intentando contener la tormenta. El poder golpeó a Jennifer, su cuerpo cayó al suelo. Loki gritó, pensando que la había lastimado a su madre, o peor aún, que la había matado. —¿Mamá?! ¿Mami? — No hubo respuesta por parte de Jennifer. Loki dio un paso atrás y grito y en ese grito, se abrió otra visión: los últimos momentos de su amiga, el instante en que se quitaba la vida. Loki se convirtió en observadora, como lo había sido en su existencia primordial, atrapada en la visión de aquello que no podía cambiar. Asustada por lo que estaba viendo, escapó de su casa, dejando atrás a Jennifer. Corrió en busca de su abuelo Oz, el único que podría salvar a su madre y ayudarla a comprender su poder. Pero lo que Loki no sabía era que el golpe de energía había abierto un portal al pasado. De él emergió la Jennifer joven de siglos atrás. La realidad tembló. Dos entidades del caos no podían coexistir en la misma línea de tiempo. El tejido del mundo se ajustó, y ambas Jennifers se unieron en una sola. La Jennifer del presente desapareció, y lo único que quedó fue la Jennifer joven del pasado, ahora habitando la época moderna. Rol Grupal con: [queen_0] - [Lili.Queen]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    1
    5 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷

    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷

    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Me gusta
    1
    0 comentarios 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷

    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
    Me shockea
    Me entristece
    2
    1 comentario 1 compartido
  • ¿Cómo es que había acabado en una situación como ésta?...

    Su cola se movía de un lado a otro de forma rígida, evidenciando su estrés mientras aquella pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza.

    Lo último que recordaba era que, tras una ardua búsqueda de las lágrimas con la intención de recobrar sus recuerdos, había llegado agotado a su casa en la aldea Arkadia. Se sentía adolorido, fatigado y hambriento, así que preparó algo simple para cenar y después irse a dormir… Luego de eso, no tenía memoria de ningún otro suceso.

    Frunció el ceño en un intento de concentrarse, y aquellas peludas orejas rubias se movieron hacia los sonidos que lo rodeaban. No había sido víctima de ningún ataque extraño y tampoco había comido nada fuera de lo habitual.

    Aun así, el hylian se acercó al fogón de la cocina para asegurarse de que realmente no hubiese nada fuera de lugar. Después de todo, estaba tan cansado la noche anterior que ni siquiera confiaba en su propio juicio al momento de elegir los ingredientes para la cena.

    Y ahí estaba: una botella morada de sustancia misteriosa adquirida con Kilton. En su agotamiento, la había confundido con una salsa casera que había comprado en Hateno…

    El pelaje de su cola se erizó, reflejando su evidente mal humor. No era precisamente la hora para salir a buscar a Kilton y exigirle información sobre cuánto duraría el efecto de aquel líquido sospechoso que ingirió. Aun así, no se sentía mal… más allá del pequeño detalle de compartir ahora ciertas características felinas.

    Además… había otro problema. Su agudo olfato había captado el delicioso aroma a salmón proveniente de alguna casa en el corazón de la aldea Arkadia. Quizá, con el estómago lleno, pensaría con mayor claridad sobre cómo revertir su predicamento.

    Justo cuando intentó ordenar sus pensamientos, su estómago rugió con tal intensidad que hasta sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si también se avergonzaran por él. Su cola se erizó un instante, para luego dar un par de latigazos irritados.

    El olor a salmón volvió a invadirlo, delicioso y traicionero. Link parpadeó lentamente, un gesto que mezclaba resignación y súplica muda al destino, antes de llevarse una mano al rostro. La exhalación pesada que soltó decía claramente lo que no podía expresar con palabras.

    A pesar de sus esfuerzos, sus pasos empezaron a avanzar por sí solos. Primero uno… luego otro… y otro más, como si sus pies y su recién adquirido instinto felino hubieran formado una alianza rebelde. Su cola, por supuesto, se movía con un entusiasmo que él no compartía en lo absoluto.

    Un último suspiro escapó de sus labios mientras su expresión adoptaba esa mezcla entre frustración y aceptación absoluta del desastre.

    Antes de poder resolver su problema… tendría que lidiar con su nuevo y escandalosamente persistente apetito felino.
    ¿Cómo es que había acabado en una situación como ésta?... Su cola se movía de un lado a otro de forma rígida, evidenciando su estrés mientras aquella pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza. Lo último que recordaba era que, tras una ardua búsqueda de las lágrimas con la intención de recobrar sus recuerdos, había llegado agotado a su casa en la aldea Arkadia. Se sentía adolorido, fatigado y hambriento, así que preparó algo simple para cenar y después irse a dormir… Luego de eso, no tenía memoria de ningún otro suceso. Frunció el ceño en un intento de concentrarse, y aquellas peludas orejas rubias se movieron hacia los sonidos que lo rodeaban. No había sido víctima de ningún ataque extraño y tampoco había comido nada fuera de lo habitual. Aun así, el hylian se acercó al fogón de la cocina para asegurarse de que realmente no hubiese nada fuera de lugar. Después de todo, estaba tan cansado la noche anterior que ni siquiera confiaba en su propio juicio al momento de elegir los ingredientes para la cena. Y ahí estaba: una botella morada de sustancia misteriosa adquirida con Kilton. En su agotamiento, la había confundido con una salsa casera que había comprado en Hateno… El pelaje de su cola se erizó, reflejando su evidente mal humor. No era precisamente la hora para salir a buscar a Kilton y exigirle información sobre cuánto duraría el efecto de aquel líquido sospechoso que ingirió. Aun así, no se sentía mal… más allá del pequeño detalle de compartir ahora ciertas características felinas. Además… había otro problema. Su agudo olfato había captado el delicioso aroma a salmón proveniente de alguna casa en el corazón de la aldea Arkadia. Quizá, con el estómago lleno, pensaría con mayor claridad sobre cómo revertir su predicamento. Justo cuando intentó ordenar sus pensamientos, su estómago rugió con tal intensidad que hasta sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si también se avergonzaran por él. Su cola se erizó un instante, para luego dar un par de latigazos irritados. El olor a salmón volvió a invadirlo, delicioso y traicionero. Link parpadeó lentamente, un gesto que mezclaba resignación y súplica muda al destino, antes de llevarse una mano al rostro. La exhalación pesada que soltó decía claramente lo que no podía expresar con palabras. A pesar de sus esfuerzos, sus pasos empezaron a avanzar por sí solos. Primero uno… luego otro… y otro más, como si sus pies y su recién adquirido instinto felino hubieran formado una alianza rebelde. Su cola, por supuesto, se movía con un entusiasmo que él no compartía en lo absoluto. Un último suspiro escapó de sus labios mientras su expresión adoptaba esa mezcla entre frustración y aceptación absoluta del desastre. Antes de poder resolver su problema… tendría que lidiar con su nuevo y escandalosamente persistente apetito felino.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados