La ciudad no cambió. O tal vez sí. Los reflejos en los vidrios son más fríos, los callejones más angostos, y el silencio entre las palabras se volvió rutina en lugar de excepción.
Silver St. Cloud caminó entre las sombras con la cabeza erguida, como quien sabe que no pertenece al mundo por el que transita... pero decide enfrentarlo igual. Su nombre aún abría puertas —a veces—, aunque ya no se apoyaba en eso. Esta vez no vino a buscar un titular, ni un escándalo, ni una segunda oportunidad.
Esta vez, vino a ver si alguien —si algo— seguía en pie.
Su elegancia no era ostentación, sino defensa. Y su sonrisa, esa discreta línea entre la ironía y la esperanza, solo se curvaba cuando realmente valía la pena.
Gotham tenía cicatrices. Ella también.
Pero Silver aprendió que hay heridas que solo cicatrizan si alguien las nombra en voz alta.
Y si hay algo que aún sabe hacer, es mirar a los monstruos a los ojos... y no parpadear primero.
La ciudad no cambió. O tal vez sí. Los reflejos en los vidrios son más fríos, los callejones más angostos, y el silencio entre las palabras se volvió rutina en lugar de excepción.
Silver St. Cloud caminó entre las sombras con la cabeza erguida, como quien sabe que no pertenece al mundo por el que transita... pero decide enfrentarlo igual. Su nombre aún abría puertas —a veces—, aunque ya no se apoyaba en eso. Esta vez no vino a buscar un titular, ni un escándalo, ni una segunda oportunidad.
Esta vez, vino a ver si alguien —si algo— seguía en pie.
Su elegancia no era ostentación, sino defensa. Y su sonrisa, esa discreta línea entre la ironía y la esperanza, solo se curvaba cuando realmente valía la pena.
Gotham tenía cicatrices. Ella también.
Pero Silver aprendió que hay heridas que solo cicatrizan si alguien las nombra en voz alta.
Y si hay algo que aún sabe hacer, es mirar a los monstruos a los ojos... y no parpadear primero.

