• Cementerio, aniversario de sus padres.

    El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt.

    Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía.

    Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida.
    —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año.

    Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire.

    —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado.

    Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo.
    —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad.

    Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente.
    —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo.

    El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año.

    —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco.

    Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
    Cementerio, aniversario de sus padres. El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt. Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía. Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida. —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año. Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire. —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado. Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo. —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente. —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo. El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año. —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco. Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
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  • "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮"

    Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM

    El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre.

    Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena.

    Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado.

    Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche.

    Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio.

    —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba.

    Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas.

    Los sueños estaban más agitados de lo normal.

    Y en el cielo, las estrellas parecían moverse.

    Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer.

    El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante.

    Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras.

    Y el motel... empezaba a respirar.
    "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮" 📍 Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre. Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena. Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado. Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche. Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio. —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba. Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas. Los sueños estaban más agitados de lo normal. Y en el cielo, las estrellas parecían moverse. Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer. El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante. Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras. Y el motel... empezaba a respirar.
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  • — Creces y entiendes lo complicado de ser funcional reprimiendo por dentro como te sientes, despiertas todos los días cumpliendo logros que se evaporan después de las 12 de la noche. Y aunque tu mente esté cansada el cuerpo sigue avanzando que te haces viejo pero no más sabio, solo viejo y cansado, ahhh mejor me duermo otro rato.—
    — Creces y entiendes lo complicado de ser funcional reprimiendo por dentro como te sientes, despiertas todos los días cumpliendo logros que se evaporan después de las 12 de la noche. Y aunque tu mente esté cansada el cuerpo sigue avanzando que te haces viejo pero no más sabio, solo viejo y cansado, ahhh mejor me duermo otro rato.—
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  • Nueva York | Tarde fresca en el West Village

    Las calles estaban tranquilas, lo cual era una rareza para Nueva York. Era uno de esos días donde incluso la ciudad parecía haber tomado un respiro. La brisa era tibia, arrastrando el olor a café recién molido, panecillos dulces y pretzels salados. Música indie salía de una tienda de discos abierta en la esquina, y algún artista callejero tocaba su guitarra con más pasión que técnica.

    En medio de todo eso, sentada en los escalones frente a una librería vintage, estaba ella: Aliona Roux Storm.

    El cabello rubio recogido en una trenza floja, gafas oscuras, auriculares grandes colgando de su cuello y un libro de física cuántica en una mano mientras en la otra sostenía una soda de cereza. Vestía su estilo habitual —grunge meets office girl—, con una camisa oversized metida solo por un lado, jeans rotos y botas negras. Pecas doradas en el rostro y una energía… difícil de ignorar. Literalmente: el pavimento bajo sus botas parecía más cálido que el resto de la acera.

    Entonces, algo la hizo alzar la vista. Un aura leve, sutil pero inquietante. Una especie de vibración mágica que no tenía nada que ver con los fuegos que solía encender. No era calor, era… como un latido suave en el aire. Curioso.

    Frunció el ceño, bajó el libro y miró hacia la esquina del callejón donde un chico acababa de doblar con una bolsa de libros en la mano, aire distraído y rostro familiar de alguna imagen de archivo que ella no había pedido ver, pero que estaba en los documentos clasificados del laboratorio.

    Le dio un sorbo a su soda y, sin pensarlo, soltó desde los escalones:

    —Hey… ¿Maximoff?

    Una pausa.

    —El otro. El tranquilo. El de los hechizos —dijo con una sonrisa socarrona, apoyando el codo en la rodilla mientras lo miraba por sobre sus gafas de sol—. No pareces del tipo que se pierde en librerías polvorientas. ¿Buscando algo o escapando de algo?

    Con un gesto de cabeza lo invitó a sentarse a su lado. El calor se sentía más fuerte ahora, pero no parecía molestarle a ninguno de los dos. Nueva York estaba tranquila, y por una vez, las rarezas decidían simplemente cruzarse... y charlar.


    Billy W Maximoff
    Nueva York | Tarde fresca en el West Village Las calles estaban tranquilas, lo cual era una rareza para Nueva York. Era uno de esos días donde incluso la ciudad parecía haber tomado un respiro. La brisa era tibia, arrastrando el olor a café recién molido, panecillos dulces y pretzels salados. Música indie salía de una tienda de discos abierta en la esquina, y algún artista callejero tocaba su guitarra con más pasión que técnica. En medio de todo eso, sentada en los escalones frente a una librería vintage, estaba ella: Aliona Roux Storm. El cabello rubio recogido en una trenza floja, gafas oscuras, auriculares grandes colgando de su cuello y un libro de física cuántica en una mano mientras en la otra sostenía una soda de cereza. Vestía su estilo habitual —grunge meets office girl—, con una camisa oversized metida solo por un lado, jeans rotos y botas negras. Pecas doradas en el rostro y una energía… difícil de ignorar. Literalmente: el pavimento bajo sus botas parecía más cálido que el resto de la acera. Entonces, algo la hizo alzar la vista. Un aura leve, sutil pero inquietante. Una especie de vibración mágica que no tenía nada que ver con los fuegos que solía encender. No era calor, era… como un latido suave en el aire. Curioso. Frunció el ceño, bajó el libro y miró hacia la esquina del callejón donde un chico acababa de doblar con una bolsa de libros en la mano, aire distraído y rostro familiar de alguna imagen de archivo que ella no había pedido ver, pero que estaba en los documentos clasificados del laboratorio. Le dio un sorbo a su soda y, sin pensarlo, soltó desde los escalones: —Hey… ¿Maximoff? Una pausa. —El otro. El tranquilo. El de los hechizos —dijo con una sonrisa socarrona, apoyando el codo en la rodilla mientras lo miraba por sobre sus gafas de sol—. No pareces del tipo que se pierde en librerías polvorientas. ¿Buscando algo o escapando de algo? Con un gesto de cabeza lo invitó a sentarse a su lado. El calor se sentía más fuerte ahora, pero no parecía molestarle a ninguno de los dos. Nueva York estaba tranquila, y por una vez, las rarezas decidían simplemente cruzarse... y charlar. [illusion_brass_koala_385]
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  • Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas.

    —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante.

    La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella.

    —Ese —lo señalé sin dudar.

    La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí.

    —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa.

    —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera.

    Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho.

    Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder.

    No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
    Entré en la joyería como si fuera cualquier otro sitio, pero la sensación era distinta. Me incomodaba estar rodeada de vitrinas brillantes y dependientes sonrientes demasiado atentos, pero no iba a echarme atrás. Caminé directo al mostrador, ignorando las miradas. —Busco algo… simple —dije, apoyando las manos sobre el cristal—. Nada exagerado, elegante. La mujer me mostró varias opciones. Todas perfectas, todas caras. Pero ninguna me decía nada hasta que vi uno: un aro de plata fina con un detalle en relieve, elegante, como ella. —Ese —lo señalé sin dudar. La dependienta sonrió, lo sacó de la vitrina. Me lo puso en la mano. Era ligero. Frío. Me imaginé su rostro al verlo y casi sonreí. —¿Es para compromiso o promesa? —preguntó ella, curiosa. —Para mi mujer —respondí sin pensar mucho, con esa palabra que todavía me sonaba nueva en la boca pero que me gustaba—. Llámelo como quiera. Pagué en efectivo, pedí que me lo dieran en una caja pequeña. Lo guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, cerca del pecho. Salí de la joyería encendiendo un cigarro. Caminé hacia la moto con las manos en los bolsillos, sintiendo el peso mínimo de la caja. No era solo un anillo, no para mí. Era mi forma de decirle que, pese a todo lo que éramos, lo que habíamos pasado y lo que seguíamos arrastrando, ella era lo único que no quería perder. No soy buena con las palabras, nunca lo fui. Pero esto… esto ella lo entendería.
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  • No sé qué día es.
    O, mejor dicho… no me importa.

    El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar.

    Tecleo sin pensar.

    Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho.

    Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”.

    La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista.

    Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos.

    Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más.

    Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también.

    Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente.

    Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro.

    Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo.
    Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato.

    —Samot —digo—.
    Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía.

    Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo:
    hay momentos que parecen sueños.
    Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
    No sé qué día es. O, mejor dicho… no me importa. El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar. Tecleo sin pensar. Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho. Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”. La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista. Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos. Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más. Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también. Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente. Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro. Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo. Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato. —Samot —digo—. Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía. Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo: hay momentos que parecen sueños. Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
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  • El otro día RJ me invitó a su casa a pasar un rato y a quedarme a dormir, incluso me prestó un pijama! Aunque creo que no me queda tan bien...
    El otro día RJ me invitó a su casa a pasar un rato y a quedarme a dormir, incluso me prestó un pijama! Aunque creo que no me queda tan bien...
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  • El suave crepitar de su fuego llenaba la barra de un calor acogedor. Barman estaba frente al espejo detrás del mostrador, frunciendo el ceño mientras ajustaba su moño amarillo. Tiraba de un extremo, luego del otro, lo aflojaba, lo apretaba… y volvía a empezar. Sus llamas parpadeaban con un leve tono rosado, señal de su paciencia agotándose.

    —Tsk… nunca queda como debe —murmuró para sí, dándose un último tirón al nudo—. Si voy a servirle un trago a alguien, que sea con estilo.

    Al oír la puerta abrirse, levantó la mirada y, en un segundo, su expresión se suavizó. Con el moño por fin en su sitio, tomó un vaso limpio y una botella, recibiendo al recién llegado con su habitual sonrisa cálida.

    —Bienvenido…
    El suave crepitar de su fuego llenaba la barra de un calor acogedor. Barman estaba frente al espejo detrás del mostrador, frunciendo el ceño mientras ajustaba su moño amarillo. Tiraba de un extremo, luego del otro, lo aflojaba, lo apretaba… y volvía a empezar. Sus llamas parpadeaban con un leve tono rosado, señal de su paciencia agotándose. —Tsk… nunca queda como debe —murmuró para sí, dándose un último tirón al nudo—. Si voy a servirle un trago a alguien, que sea con estilo. Al oír la puerta abrirse, levantó la mirada y, en un segundo, su expresión se suavizó. Con el moño por fin en su sitio, tomó un vaso limpio y una botella, recibiendo al recién llegado con su habitual sonrisa cálida. —Bienvenido…
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  • Recepción de bodas de vergil y Alastor
    Categoría Romance
    Sean bienvenidos a disfrutar de este evento con nosotros sírvanse degustando la música y los platillos que escojimos para compartir con ustedes y levantemos nuestras copas por este bello momento gracias por su presencia y a divertirse !!
    Sean bienvenidos a disfrutar de este evento con nosotros sírvanse degustando la música y los platillos que escojimos para compartir con ustedes y levantemos nuestras copas por este bello momento gracias por su presencia y a divertirse !!
    Tipo
    Grupal
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  • Grayhaven' Mysteries - The Sorcerer & The Medium.
    Fandom Jujutsu Kaisen/Original.
    Categoría Suspenso
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Oregón, 4 de Agosto, 2025.

    ⠀⠀Al norte de los bosques de Estados Unidos, se extiende una frondosa región repleta de arboledas y ruinas de madera vieja, húmeda, cubierta por historias muertas tanto en lenguas como en memorias. El pueblo de Grayhaven. Un sitio gris, olvidado por el turismo, pero rememorado por la presencia de una institución bien reputada: la universidad privada de Saint Elric.
    ⠀⠀Las farolas chillan con viento frío y niebla incluso durante el día. Es un entorno lúgubre, siempre azotado por una horca al cuello de los visitantes, como si nunca fueran bienvenidos...

    ⠀⠀Por suerte para él; era justamente la clase de ambientes que estaba buscando. Opresión, conflicto, desesperación. Era una lista de rasgos que llenaban sus fuerzas, y claro que será osado al entrar como si este sitio fuera de su propia pertenencia.

    ⠀⠀La entrada al pueblo del hechicero sin tiempo no fue bien recibida. Los habitantes del sitio vivían en una armonía silenciosa, casi ritual. Aferrados a viejas costumbres y supersticiones, era indudable que el deleite más morboso de esta gente eran los rumores formados a través de chismes y leyendas locales. Un lugar precioso para el desarrollo de maldiciones.

    ⠀⠀Tal vez por eso se sintió bastante atraído a ese sitio.

    ⠀⠀La carrera de medicina forense no era su fuerte, pero no había conseguido un mejor lugar dónde encajar su identidad falsa con los elementos que allí había. Todo era muy estrecho, muy de nicho, demasiado conocido entre sí para meterse en otra clase de rubros. Algo desapercibido, pero no tan anormal. Fue óptimo.

    ⠀⠀Era memorizar información y seguir un guion. Lo haría fácilmente, siempre fue así.

    ⠀⠀Fue entonces que, temprano y sin retrasos, aproximadamente a las siete de la mañana, con un sol tapado con una máscara de nubes, las puertas de ese aula se abrieron. Un hombre levemente más alto que el promedio, de rasgos diaguitas, tono de piel ligeramente morena y unos distintivos ojos azul cielo, casi fosforescentes en esa decadente atmósfera, había entrado. Se había teñido el pelo, su característico color albino se vio opacado por un castaño artificial, pero valía la pena.

    ⠀⠀⸻Mi nombre es Lucio⸻ Concretó al posar sus manos sobre el escritorio de madera rugoso. Salvado de la humedad nada más por estar a resguardo de la calefacción interior. La zona era bastante fría, pero no se veía afectado.
    ⠀⠀⸻Seré su profesor de medicina forense, y seguramente me verán en algunas áreas más de humanidades. La universidad fue tan generosa de contratarme a pesar de ser tan recelosa con las admisiones⸻ Puesto que, a parte de ser privada de un pueblo poco transitado, tenía cierto prestigio por sacar adelante a excelentes policías y abogados. ⸻Quiero dar honor a esa amabilidad y esforzarme al máximo con ustedes. ¿Qué tal si nos presentamos?⸻ Mencionó el hombre. Su identidad falsa fue bien planificada, aguantará unos meses.

    ⠀⠀De movimientos refinados y firmes, poco tortuosos, fluidos, acostumbraba a actuar, a hablar. Por otro lado, su cara concretaba expresiones agridulces, era un misterio si realmente quería estar allí o no.

    ⠀⠀Pero se pegaría a su papel. Como siempre lo ha hecho. Había la posibilidad de encontrar cosas interesantes en ese sitio, no se las perdería por nada del mundo.

    ⠀⠀En este pueblo rodeado de maleficio...

    Nyssara Starfen
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Oregón, 4 de Agosto, 2025. ⠀ ⠀⠀Al norte de los bosques de Estados Unidos, se extiende una frondosa región repleta de arboledas y ruinas de madera vieja, húmeda, cubierta por historias muertas tanto en lenguas como en memorias. El pueblo de Grayhaven. Un sitio gris, olvidado por el turismo, pero rememorado por la presencia de una institución bien reputada: la universidad privada de Saint Elric. ⠀⠀Las farolas chillan con viento frío y niebla incluso durante el día. Es un entorno lúgubre, siempre azotado por una horca al cuello de los visitantes, como si nunca fueran bienvenidos... ⠀⠀Por suerte para él; era justamente la clase de ambientes que estaba buscando. Opresión, conflicto, desesperación. Era una lista de rasgos que llenaban sus fuerzas, y claro que será osado al entrar como si este sitio fuera de su propia pertenencia. ⠀⠀La entrada al pueblo del hechicero sin tiempo no fue bien recibida. Los habitantes del sitio vivían en una armonía silenciosa, casi ritual. Aferrados a viejas costumbres y supersticiones, era indudable que el deleite más morboso de esta gente eran los rumores formados a través de chismes y leyendas locales. Un lugar precioso para el desarrollo de maldiciones. ⠀⠀Tal vez por eso se sintió bastante atraído a ese sitio. ⠀⠀La carrera de medicina forense no era su fuerte, pero no había conseguido un mejor lugar dónde encajar su identidad falsa con los elementos que allí había. Todo era muy estrecho, muy de nicho, demasiado conocido entre sí para meterse en otra clase de rubros. Algo desapercibido, pero no tan anormal. Fue óptimo. ⠀⠀Era memorizar información y seguir un guion. Lo haría fácilmente, siempre fue así. ⠀⠀Fue entonces que, temprano y sin retrasos, aproximadamente a las siete de la mañana, con un sol tapado con una máscara de nubes, las puertas de ese aula se abrieron. Un hombre levemente más alto que el promedio, de rasgos diaguitas, tono de piel ligeramente morena y unos distintivos ojos azul cielo, casi fosforescentes en esa decadente atmósfera, había entrado. Se había teñido el pelo, su característico color albino se vio opacado por un castaño artificial, pero valía la pena. ⠀⠀⸻Mi nombre es Lucio⸻ Concretó al posar sus manos sobre el escritorio de madera rugoso. Salvado de la humedad nada más por estar a resguardo de la calefacción interior. La zona era bastante fría, pero no se veía afectado. ⠀⠀⸻Seré su profesor de medicina forense, y seguramente me verán en algunas áreas más de humanidades. La universidad fue tan generosa de contratarme a pesar de ser tan recelosa con las admisiones⸻ Puesto que, a parte de ser privada de un pueblo poco transitado, tenía cierto prestigio por sacar adelante a excelentes policías y abogados. ⸻Quiero dar honor a esa amabilidad y esforzarme al máximo con ustedes. ¿Qué tal si nos presentamos?⸻ Mencionó el hombre. Su identidad falsa fue bien planificada, aguantará unos meses. ⠀⠀De movimientos refinados y firmes, poco tortuosos, fluidos, acostumbraba a actuar, a hablar. Por otro lado, su cara concretaba expresiones agridulces, era un misterio si realmente quería estar allí o no. ⠀⠀Pero se pegaría a su papel. Como siempre lo ha hecho. Había la posibilidad de encontrar cosas interesantes en ese sitio, no se las perdería por nada del mundo. ⠀⠀En este pueblo rodeado de maleficio... [frost_black_deer_503]
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