La casa de Lucia siempre olía a galletas recién horneadas en Navidad. Aquella mañana, Carmina se levantó temprano, despertada por el suave tintineo de las campanas que su abuela colgaba cada año en las ventanas. Salió de su habitación con el cabello despeinado y las pantuflas arrastrándose por el suelo, atraída por el aroma de café recién hecho y el murmullo de villancicos que provenían de la cocina.
Al cruzar la sala, sus ojos se detuvieron en el viejo piano junto al árbol de Navidad. Sobre él descansaba una fotografía de su abuelo Pietro, su sonrisa serena iluminando el espacio. Carmina suspiró y se dirigió a la cocina, donde su abuela la esperaba con una taza de café caliente y un abrazo que podía derretir el hielo más frío.
“Buenos días, tesoro. Hoy es un buen día para recordar, ¿no crees?” dijo Lucia, entregándole una galleta en forma de estrella.
Carmina asintió, conmovida. “Siempre lo es, Nonna. Especialmente hoy.”
Ambas pasaron la mañana juntas, decorando el árbol y preparando la comida navideña. Mientras horneaban galletas, Lucia le contó a Carmina cómo Pietro solía cantar villancicos mientras amasaba la masa, desafinando de forma entrañable pero logrando que todos lo siguieran en coro.
Por la tarde, cuando las luces del árbol comenzaron a brillar, Carmina llevó a su abuela al salón. Había preparado un pequeño regalo: una vieja grabación que Pietro había hecho años atrás, donde su voz grave llenaba la habitación con un villancico.
Lucia tomó la mano de Carmina, con los ojos brillantes por las lágrimas. "Gracias, mi niña. Es el mejor regalo que podría haber recibido."
Esa noche, mientras escuchaban juntos la voz de Pietro y compartían recuerdos, la ausencia dejó de ser dolorosa, reemplazada por una cálida sensación de amor y gratitud que llenaba cada rincón de la casa.
Al cruzar la sala, sus ojos se detuvieron en el viejo piano junto al árbol de Navidad. Sobre él descansaba una fotografía de su abuelo Pietro, su sonrisa serena iluminando el espacio. Carmina suspiró y se dirigió a la cocina, donde su abuela la esperaba con una taza de café caliente y un abrazo que podía derretir el hielo más frío.
“Buenos días, tesoro. Hoy es un buen día para recordar, ¿no crees?” dijo Lucia, entregándole una galleta en forma de estrella.
Carmina asintió, conmovida. “Siempre lo es, Nonna. Especialmente hoy.”
Ambas pasaron la mañana juntas, decorando el árbol y preparando la comida navideña. Mientras horneaban galletas, Lucia le contó a Carmina cómo Pietro solía cantar villancicos mientras amasaba la masa, desafinando de forma entrañable pero logrando que todos lo siguieran en coro.
Por la tarde, cuando las luces del árbol comenzaron a brillar, Carmina llevó a su abuela al salón. Había preparado un pequeño regalo: una vieja grabación que Pietro había hecho años atrás, donde su voz grave llenaba la habitación con un villancico.
Lucia tomó la mano de Carmina, con los ojos brillantes por las lágrimas. "Gracias, mi niña. Es el mejor regalo que podría haber recibido."
Esa noche, mientras escuchaban juntos la voz de Pietro y compartían recuerdos, la ausencia dejó de ser dolorosa, reemplazada por una cálida sensación de amor y gratitud que llenaba cada rincón de la casa.
La casa de Lucia siempre olía a galletas recién horneadas en Navidad. Aquella mañana, Carmina se levantó temprano, despertada por el suave tintineo de las campanas que su abuela colgaba cada año en las ventanas. Salió de su habitación con el cabello despeinado y las pantuflas arrastrándose por el suelo, atraída por el aroma de café recién hecho y el murmullo de villancicos que provenían de la cocina.
Al cruzar la sala, sus ojos se detuvieron en el viejo piano junto al árbol de Navidad. Sobre él descansaba una fotografía de su abuelo Pietro, su sonrisa serena iluminando el espacio. Carmina suspiró y se dirigió a la cocina, donde su abuela la esperaba con una taza de café caliente y un abrazo que podía derretir el hielo más frío.
“Buenos días, tesoro. Hoy es un buen día para recordar, ¿no crees?” dijo Lucia, entregándole una galleta en forma de estrella.
Carmina asintió, conmovida. “Siempre lo es, Nonna. Especialmente hoy.”
Ambas pasaron la mañana juntas, decorando el árbol y preparando la comida navideña. Mientras horneaban galletas, Lucia le contó a Carmina cómo Pietro solía cantar villancicos mientras amasaba la masa, desafinando de forma entrañable pero logrando que todos lo siguieran en coro.
Por la tarde, cuando las luces del árbol comenzaron a brillar, Carmina llevó a su abuela al salón. Había preparado un pequeño regalo: una vieja grabación que Pietro había hecho años atrás, donde su voz grave llenaba la habitación con un villancico.
Lucia tomó la mano de Carmina, con los ojos brillantes por las lágrimas. "Gracias, mi niña. Es el mejor regalo que podría haber recibido."
Esa noche, mientras escuchaban juntos la voz de Pietro y compartían recuerdos, la ausencia dejó de ser dolorosa, reemplazada por una cálida sensación de amor y gratitud que llenaba cada rincón de la casa.
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