• 𝙀𝙡 𝙢𝙪𝙘𝙝𝙖𝙘𝙝𝙤 𝙙𝙚 𝙡𝙤𝙨 𝙤𝙟𝙤𝙨 𝙩𝙧𝙞𝙨𝙩𝙚𝙨
    Fandom OC
    Categoría Drama
    R./W 𝐂𝐇𝐔𝐂𝐊 𝐒𝐇𝐔𝐑𝐋𝐄𝐘
    "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó.
    ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó?
    𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤
    𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤."
    — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964)

    —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno.

    Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck.

    Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos.

    Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas.

    De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente.

    Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.—

    Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero.

    Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas.

    Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero.

    Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal.

    Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno.

    Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó.

    Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. —
    Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso.

    —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está."

    Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
    R./W [G.0.D] "¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙨𝙚 𝙛𝙪𝙚 𝙮 𝙥𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙢𝙪𝙧𝙞ó. ¿𝙋𝙤𝙧 𝙦𝙪é 𝙚𝙡 𝙎𝙚ñ𝙤𝙧 𝙢𝙚 𝙡𝙤 𝙦𝙪𝙞𝙩ó? 𝙎𝙚 𝙝𝙖 𝙞𝙙𝙤 𝙖𝙡 𝙘𝙞𝙚𝙡𝙤 𝙮 𝙥𝙖𝙧𝙖 𝙥𝙤𝙙𝙚𝙧 𝙞𝙧 𝙮𝙤 𝘿𝙚𝙗𝙤 𝙩𝙖𝙢𝙗𝙞é𝙣 𝙨𝙚𝙧 𝙗𝙪𝙚𝙣𝙤." — 𝙇𝙤𝙨 𝘼𝙥𝙨𝙤𝙣 (1964) —Trece vueltas de marea habían pasado desde que los medios neoyorkinos anunciaron la muerte de Joseph Conor Reagan, el honorable policía, hijo del comisionado en turno. Ese suceso fue devastador para la familia. Todos lo adoraban, era el tipo de persona modelo, un hombre que buscaba siempre hacer el bien sin mirar a quien; razón por la cual los Reagan no comprendían el porque había muerto. Trataron de hacerlo, refugiándose en su fe católica inculcada desde la infancia, con frases paliativas como: "Era su momento." o "Dios lo necesitaba en su reino." Esa última era la que más ponía a pensar a Jamie, en especial ahora que era consciente de la divinidad de Chuck. Para la familia Jamie era quien había llevado mejor el duelo (aparentemente). No obstante, aunque por fuera parecía el mismo joven afable y sonriente, por dentro traía consigo mismo una lucha interna, misma que estaba centrada en un duelo que no hallaba la manera de superar, que lo carcomía, igual que las termitas a la madera. La herida estaba ahí, abierta como el primer día y no era para menos. Habían sido cuatro hermanos. Danny era muy apegado a Erin, después de todo eran los mayores. Por otro lado, Joe tenía un vínculo único con Jamie, uno que solo la muerte logró romper. Cuando él partió Jamie no solo había perdido un hermano, también se había ido un amigo, un confidente, una persona que lo comprendía como nadie, que lo apoyaba, que estaba siempre para él, justo como un buen hermano mayor lo haría. Con eso en cuenta "¿Cómo es que Dios pudo llevárselo? ¿Acaso no sabía el dolor que eso me iba a causar? ¿Cuál es su plan en todo esto?" Por suerte para él, por primera vez en años, conocía a quien de manera directa le podía dar las respuestas. De tal modo que, después de pasar a dejar unas flores al panteón donde reposaban los restos de Joe, se fue directo a un bar que solía ser catalogado como "De policías" más que nada por la afluencia de estas personas en el recinto. Mientras caminaba se hacía a la idea respecto a que tan bueno era tratar el asunto con Chuck, no quería molestarlo pero llevaba tanto tiempo ansiando una respuesta que la posibilidad de esto desvío toda duda naciente. Al adentrarse al local saludó con cortesía al cantinero. El hombre ya de por sí lo ubicaba por ser otro de los hijos del comisionado, razón por la cual siempre le reservaba su mesa favorita en la parte trasera del establecimiento. "Hey ¿Qué hay de nuevo, Jamie? ¿Lo mismo de siempre?" Le preguntó en lo que secaba la barra con el trapo gris que traía colgado al hombro. El oficial al escucharlo le sonrió con una notoria sutileza a la par que asentía.— Sí, por favor, pero esta vez ponme una copa extra ¿Va? Espero compañía esta noche. —No dio más explicación sobre quién llegaría, en especial porque sabía que, tanto a Chuck, como a él, les gustaba la privacidad y porque al ser hijo de una figura pública de alto rango la gente sería capaz de vender "chisme caliente" con tal de obtener algún dinero. Tras dejar la indicación dada se fue a su mesa en el rincón y tomó asiento. Mientras esperaba, sacó del bolsillo de su chamarra negra una pequeña caja que contenía piezas de dominó. Aquel particular juego de mesa era el favorito de Joe y también de Jamie ya que, después de las largas horas patrullando, ambos se ponían al corriente de su día y de sus vidas, entre risas y el "click clak" que generaban las fichas al moverlas. Después de su muerte, el hermano menor no dejó de jugar, aunque ahora lo hacía solo. Muchos le dijeron que eso era imposible en una partida de dominó, más él lo volvió posible, a su manera, pero lo logró. Su método era sencillo pero efectivo: luego de revolver las fichas, separaba las suyas y las que serían de su hermano, posteriormente, tiraba una y luego él mismo podía mover al azar alguna otra pero ahora del montón que le habían tocado simbólicamente a Joe. Le resultaba entretenido, era su medio de canalizar el dolor; habia ocasiones en que incluso el mayor le ganaba sin estar presente, cosa que hacía reír a Jamie momentos antes de quebrarse en un llanto que agradecía solo viera el cantinero. Por eso elegía la mesa del rincón, no quería compasión, no quería que nadie le viera llorar, lo único que deseaba con toda su alma era poder volver a ver a su hermano, poder abrazarlo y decirle todo lo que había pasado desde que se fue del plano terrenal. Y aunque si bien lo volvía a ver en sueños, no era lo mismo, él lo sabía, más que nada porque eran eso, sueños, algo pasajero que terminaba una vez que el reloj empezaba a sonar, una vez que abría los ojos y los volvía a cerrar, pero ahora llenos de lágrimas, rabia y frustración junto con el deseo de poder volver a ese sueño. Más ahora, con Chuck, creía tener un rayo de esperanza en hacer que ese momento de reencuentro se sintiera real y eterno. Pasó un par de horas bebiendo y jugando antes de tomar valor suficiente para lanzar la suplica por línea directa al mismo Dios. Muchos lo buscaban en el silencio, en la oración, en las paredes de un templo sacro, pero Jamie lo tenía al alcance de una llamada telefónica. Sabía que en realidad eso era una mera formalidad, con solo cerrar los ojos e invocarlo él sabría que lo estaba buscando; sin embargo, temiendo que lo juzgaran por hablar solo, sacó su teléfono y marcó el número que Chuck le proporcionó. Esperó los tres tonos correspondientes y justo cuando oyó que descolgaban la bocina habló. — Hola... ¿Chuck? Soy... Soy Reagan, sí, Jamie yo... Tú, bueno, no es relevante... ¡No, en realidad sí lo es! —Traía ya varias copas encima, se notaba, tanto en la incoherencia como en el aliento a alcohol que era capaz de atravesar el otro lado de la línea.— Bueno, olvida eso, olvida todo... Solo quería... Quería verlo, verte a ti ¿Tienes tiempo de venir un momento conmigo? Te diría donde estoy pero tú lo sabes todo... Dios te bendiga, o bueno, te autobendigas, aún no entiendo bien eso. —En cuanto terminó la llamada colgó el teléfono. Se quedó contemplando las fichas sobre la mesa, meditando en sus palabras, en lo que había dicho, en si era el momento, en si era lo correcto, más como dice la sagrada escritura: "Lo hecho, hecho está." Se frotó una mano por el rostro antes de alzar la mano para llamar al cantinero. A sabiendas de que Chuck llegaría en cualquier momento, pidió un café que le ayudara a regular su estado así como un flan pues su hermana le decía que el dulce era también buena opción en esos casos. Así, al tener lo solicitado solo le quedó esperar, tal vez esa noche sería la primera, en muchas, que podría volver a tener a alguien con quien jugar.—
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
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    La verdad enterrada bajo la Luna

    Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco.
    Se mueve como alguien que pisa recuerdos.
    Que pisa ruinas que le hablan.

    —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas.

    Niego con la cabeza.

    Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo:

    —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura.
    Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna.

    La imagen se forma sola en mi mente.
    Selin cayendo.
    Oz gritando.
    El caos quebrando el cielo.

    —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió.
    Su unión… fue su propia sentencia.
    Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo.

    —¿Ozma…? —susurro.

    —El destructor de mundos.
    Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo.
    Cuando la luna misma lo rechazó.
    Ese ser… fue quien destruyó este templo.
    Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos.

    Trago saliva.

    —¿Peor…?

    Akane me mira fijamente.

    —La certeza de que ya no tenía nada que perder.

    El templo tiembla como si recordara.


    ---

    El Páramo Carmesí

    Al final del corredor destruido, una luz se abre paso.

    Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración.

    Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto:

    El centro.

    Y allí, tendida en medio del círculo sangrante…

    Yuna.

    Dormida.
    Quietecita.
    Como si la luna la estuviera respirando.

    Solo que su respiración no es suya.
    Lo siento.
    Lo percibo.

    Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo.

    Doy un paso…

    Y entonces se materializa.


    ---

    El Yokai del Eclipse

    Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies.

    Larga.
    Oscura.
    Delgada.

    La piel es más sombra que carne.
    La voz, más eco que sonido.

    Y porta una máscara.

    Una máscara idéntica a la de Ozma.

    No.
    No idéntica.

    Deformada.
    Retorcida.
    Como si fuera una burla.
    Una imitación grotesca del rey del Caos.

    El Yokai ladea la cabeza.
    Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas.

    —Ni un paso más…
    Su voz es suave, casi amable.
    Peor que un grito.

    —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”.
    —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna—
    La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros.

    Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos.

    —Déjala. Ahora.

    El Yokai ríe.

    Una risa hueca.
    Una risa que suena como metal doblándose.

    —Pensé que tardaríais más.
    La sangre de la luna ya canta.
    Y ella…
    ella ya me escucha.

    Yar.
    Mi corazón se comprime.

    Porque veo a Yuna.

    Y su pecho se eleva.

    Pero no con un sueño tranquilo.

    Sino con la respiración de alguien
    que está siendo llamado
    desde otro lado.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La verdad enterrada bajo la Luna Akane camina a mi lado, pero algo en su postura no es la Akane que yo conozco. Se mueve como alguien que pisa recuerdos. Que pisa ruinas que le hablan. —¿Sabes por qué este templo está así? —me pregunta mientras cruzamos un pasillo donde las columnas están abiertas como costillas quebradas. Niego con la cabeza. Ella continúa, con una voz que parece más vieja que su cuerpo: —Fue después de la muerte de Selin… cuando Oz perdió la cordura. Cuando decidió destruir no solo a los que se la arrebataron… sino a todo lo que tocara la luna. La imagen se forma sola en mi mente. Selin cayendo. Oz gritando. El caos quebrando el cielo. —Los Custodios, los Serafín y los rebeldes del falso Rey Iam se enfrentaron… pero el miedo a la estirpe del Caos los unió. Su unión… fue su propia sentencia. Se enfrentaron a Oz… a Ozma, como empezaron a llamarlo. —¿Ozma…? —susurro. —El destructor de mundos. Siempre llevaba una máscara de metal, para ocultar el rostro que perdió cuando el dolor lo arrancó de sí mismo. Cuando la luna misma lo rechazó. Ese ser… fue quien destruyó este templo. Con el poder del Caos… y con algo peor que el Caos. Trago saliva. —¿Peor…? Akane me mira fijamente. —La certeza de que ya no tenía nada que perder. El templo tiembla como si recordara. --- El Páramo Carmesí Al final del corredor destruido, una luz se abre paso. Pasamos bajo un arco derruido y llegamos a un lugar que corta la respiración. Un páramo amplio, una llanura inmensa cubierta de flores blancas… pero todas ellas tiñéndose de rojo desde un punto exacto: El centro. Y allí, tendida en medio del círculo sangrante… Yuna. Dormida. Quietecita. Como si la luna la estuviera respirando. Solo que su respiración no es suya. Lo siento. Lo percibo. Un manto invisible envuelve su cuerpo —no lo vemos, pero está ahí— como una piel que no pertenece a este mundo. Doy un paso… Y entonces se materializa. --- El Yokai del Eclipse Una figura surge entre las flores que se marchitan bajo sus pies. Larga. Oscura. Delgada. La piel es más sombra que carne. La voz, más eco que sonido. Y porta una máscara. Una máscara idéntica a la de Ozma. No. No idéntica. Deformada. Retorcida. Como si fuera una burla. Una imitación grotesca del rey del Caos. El Yokai ladea la cabeza. Sus ojos se encienden detrás de las cuencas metálicas. —Ni un paso más… Su voz es suave, casi amable. Peor que un grito. —…o acabaré con vuestra preciada “Escudo de Elune”. —murmura pasando un dedo irreal por el aire encima de Yuna— La niña ha sido escogida por la diosa… pero también por nosotros. Akane da un paso adelante, el poder tensándose en sus manos. —Déjala. Ahora. El Yokai ríe. Una risa hueca. Una risa que suena como metal doblándose. —Pensé que tardaríais más. La sangre de la luna ya canta. Y ella… ella ya me escucha. Yar. Mi corazón se comprime. Porque veo a Yuna. Y su pecho se eleva. Pero no con un sueño tranquilo. Sino con la respiración de alguien que está siendo llamado desde otro lado.
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  • El umbral del recuerdo.
    Categoría Drama
    Rol con: Alak–il

    Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido.

    Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización.
    Todas cerradas. Todas silenciosas.

    Sentía que ya había estado allí.
    Pero no sabía cuándo.
    Ni por qué.

    El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más.
    Algo parecido a ceniza y metal.

    Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable.
    No avanzaba.
    No retrocedía.
    Solo existía.

    Su respiración empezó a agitarse.
    Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente.
    Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella.

    Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente...
    Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta.
    Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces...

    Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta?

    Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real.

    Dio un salto en la cama y miró alrededor.
    Apenas podía respirar.
    Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento.

    Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo.
    Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente.

    Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación.

    El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa.
    Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando.

    Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual.

    Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior.
    El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo.

    El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar.

    Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo.

    Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos.

    Pero lo imposible estaba al final del camino.

    Un templo.

    Erguido.
    Intacto.
    Demasiado intacto.

    La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada.

    Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante.

    Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
    Rol con: [Absolute_Annihilation] Ogidnew despertó sin recordar en qué momento se había quedado dormido. Estaba de pie en un pasillo largo y estéril, iluminado solo por una línea de luces amarillas que parpadeaban ocasionalmente. A ambos lados había puertas idénticas: grises, sin manijas, sin señalización. Todas cerradas. Todas silenciosas. Sentía que ya había estado allí. Pero no sabía cuándo. Ni por qué. El aire tenía un olor leve a humedad… y algo más. Algo parecido a ceniza y metal. Intentó retroceder, pero el pasillo seguía, idéntico, interminable. No avanzaba. No retrocedía. Solo existía. Su respiración empezó a agitarse. Una puerta, tres metros frente a él, tembló ligeramente. Como si algo del otro lado hubiese apoyado su mano sobre ella. Se acercó lentamente y la puerta se abrió ligeramente... Se detuvo, pero nada salió de dicha puerta. Continuó acercándose, hasta que el olor a muerte inundó su nariz, no pudo evitar sentir náuseas, pero ¿Por qué? Ya había olido la muerte de cerca, entonces... Entonces ¿Por qué su cuerpo le gritaba que no abriera la puerta? Acercó la mano para abrirla a pesar de todo, y el segundo que vio la escena frente a él fue suficiente para hacer que volviera al mundo real. Dio un salto en la cama y miró alrededor. Apenas podía respirar. Su corazón parecía que iba a escapar de su pecho en cualquier momento. Se echó una mano a la sien y cerró los ojos. — No era real... Tranquilo... — Se murmuró a si mismo. Pero la imagen no desaparecería de su cabeza tan fácilmente. Pasado el rato, Ogidnew se levantó de la cama, vistiéndose con su ropa usual y salió de su habitación. El olor a comida inundaba el pasillo de la posada, tenía hambre... Pero también tenía prisa. Los rumores de las ruinas de una aldea chamánica habían llamado su atención, pues puede que allí encontrara pistas sobre lo que llevaba tanto tiempo buscando. Una técnica de resurrección, no solo corpórea, sino también espiritual. Salió de la posada ofreciéndole una leve sonrisa al empleado que lo atendió la noche anterior. El sol apenas se asomaba cuando salió de la posada. Había venido a Cuyán con un propósito concreto, y las pesadillas no iban a desviarlo. El aire matutino olía a tierra húmeda. El terreno alrededor de Cuyán era agreste, quebrado, lleno de senderos que parecían cambiar bajo los pies. Ogidnew sabía que ciertas ruinas chamánicas estaban dispersas entre los riscos, pero no había un mapa fiable, dependía de su intuición y de algo más profundo: ese pulso oculto que a veces lo guiaba hacia lo que debía encontrar. Horas después, tras atravesar grietas que parecían heridas antiguas del mundo, vio algo. Primero fueron restos dispersos, piedras pintadas con pigmentos desvaídos, los aparentes restos de tótems, o puede que simplemente fueran animales muertos. Pero lo imposible estaba al final del camino. Un templo. Erguido. Intacto. Demasiado intacto. La estructura no parecía resistir al tiempo sino que más bien lo ignoraba. Los muros estaban cubiertos de símbolos, y la entrada, medianamente obstruida, tenía una clara entrada. Al acercarse a dicha entrada, el aire cambió, se respiraba una penumbra tibia, casi expectante. Y algo dentro de Ogidnew sabía que no estaría solo ahí dentro...
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  • ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar.

    ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos.

    ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos.
    ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó.

    ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar.

    ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo...

    ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego.
    ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino.

    ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes.




    ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀⠀"En la cima, siempre estarás solo", una frase que atesoró al paso de los siglos, porque su verdad siempre fue absoluta. Desde que tiene memoria, y sus talentos afloraron en batalla, no había piedra u obstáculo que no pudiera domar. ⠀⠀Su cabellera, blanca y pura, se teñía en carmesí de forma habitual, el denso ambiente tribal de una salvaje naturaleza, incluso más que un puma; la humana. En constante crecimiento, una marea que no paraba de arrasar con todo, barcos, enemigos y... amigos. ⠀⠀Clavaba su espada, tallada en hueso y marcada con el espiral de su gente, en un macabro suelo, tierra húmeda rodeada de gente que alguna vez compartió sus ideales, otros se oponían y otros simplemente querían huir, pero incautos del peligro quedaron atrapados. No sentía remordimientos por almas que no escogieron morir, pero sí se sentía celoso, de aquellos que aun podían experimentar la adrenalina de la muerte cercana. De un combate que hirviera la sangre, y callara los pensamientos. ⠀⠀Pero eso se había ido. Una imagen tan vívida de una añoranza, un recuerdo feliz que jamás llegó. ⠀⠀Despertó. Aturdido por el sueño prolongado, tardada había sido aquella sesión de meditación que se enfrascó en el mundo de lo onírico. Su mente comenzó a confabular, pero esa pradera solitaria, solo iluminada por un atardecer familiar. ⠀⠀Justo como el de ese recuerdo... ⠀⠀Qué dicha aquellos que podían morir dándolo todo. Pero no era su caso, tendría que seguir buscando, y lo haría. Porque no había propósito más grande que su ego. ⠀⠀El fantasma del pueblo calchaquí se levantó de su cama de hojas, tomó su saco y continuó su camino. ⠀⠀Un rumbo incierto que esperaba, lo llevara a vivir combates impresionantes. ⠀ ⠀ ⠀ ⠀ ⠀
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  • Poco antes de la “muerte” de Eddie, los hermanos Munson decidieron dejar inmortalizado un momento, uno en donde les haría recordar su complicidad, diariamente le ayudaría a 𝗩𝗶𝗰𝗸𝘆 𝗠𝘂𝗻𝘀𝗼𝗻 a sobrellevar su ausencia.
    Poco antes de la “muerte” de Eddie, los hermanos Munson decidieron dejar inmortalizado un momento, uno en donde les haría recordar su complicidad, diariamente le ayudaría a [Vic_Munson] a sobrellevar su ausencia.
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  • Siento que tengo unas gran cadenas en mi manos, un poder dentro de mi un ser que solo desea, destrucion y muerte.
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  • Raden había limpiado y ordenado muy bien el sótano de la tienda, un espacio amplio que casi siempre permanecía cerrado y oscuro. Sin embargo, hoy daba la bienvenida a sus dos nuevas inquilinas. En la pared más despejada, destacaba una pizarra enorme, donde las palabras 'REGLAS DE LA CASA' estaban escritas con una caligrafía impecable.

    — Bienvenidas, pequeñas traviesas ~ —su voz fue un suave arrullo, pero sus ojos, de un azul demasiado intenso, recorrían a Mococo Abyssgard y Fuwawa Abyssgard con la curiosidad de una coleccionista ante dos piezas potencialmente peligrosas— espero que encuentren este... refugio, a su gusto. He hecho los arreglos personalmente, uhum.

    Con un movimiento fluido, giró sobre sus tacones y se plantó frente a la pizarra. El abanico, como una extensión natural de su gestualidad, se cerró para apuntar con un extremo a la primera regla de la pizarra.

    — Ahora, hablemos de las normas. Son pocas, pero... cruciales para la armonía. Y para su seguridad, jeje ~ ...

    1. Tratar con sumo cuidado las reliquias. La tienda no es un parque de atracciones. Cada objeto tiene una historia... y la mayoría, un temperamento.

    2. Mantener el orden.

    3. Los clientes son... clientes. Si alguno baja y las ve, una sonrisa y un 'la propietaria no está' bastará. Nada de travesuras que los asusten. Ahem, aunque algunos se lo merezcan.

    4. Prohibidas las peleas en la tienda. Los duelos a muerte, si son estrictamente necesarios, se reservan para el sótano. El sofá es vintage, por favor, no manchen la tapicería...

    5. Nada de invitados indeseados. Traer problemas externos aquí es de pésimo gusto. Yo ya tengo los míos propios.

    6. ¡Y LA MAS IMPORTANTE!... —aquí, su voz bajó a un susurro dramático— No tocar, jugar, romper o, por todos los abismos, beber de mis objetos o reliquias. ¡Prohibido!

    Hizo una pausa, dejando que el silencio las dejara procesar la advertencia. Luego, de repente, lanzó sus manos hacia adelante con los dedos curvados como garras, haciendo una mueca exagerada.

    — ¡Grrr! ¡Porque si lo hacen, los objetos podrían molestarse, despertar... y ATACAR! —soltó una risita, como si fuera una broma adorable.

    Era broma. Aunque no era del todo improbable que algo así pudiera ocurrir.

    —En fin ~ —continuó, recuperando su compostura y abriendo el abanico de nuevo con un gesto elegante— El incumplimiento de alguna de estas reglas conllevará a... hm... —se llevó la punta del abanico a la barbilla, pensativa. Sus ojos se iluminaron con un destello púrpura— ¡Ah, ya sé! Me veré en la obligación de llamar a Shiori. Sí, ella será la adulta responsable de ustedes...

    Era inevitable para Raden ver a las dos chicas como si fueran dos niñas traviesas, por lo cual hacia falta algún adulto responsable. Y ella era adulta, claro, pero no responsable.

    — Y... creo que es todo, si, ¿alguna pregunta, mis pequeñas futuras causas de canas?
    Raden había limpiado y ordenado muy bien el sótano de la tienda, un espacio amplio que casi siempre permanecía cerrado y oscuro. Sin embargo, hoy daba la bienvenida a sus dos nuevas inquilinas. En la pared más despejada, destacaba una pizarra enorme, donde las palabras 'REGLAS DE LA CASA' estaban escritas con una caligrafía impecable. — Bienvenidas, pequeñas traviesas ~ —su voz fue un suave arrullo, pero sus ojos, de un azul demasiado intenso, recorrían a [haze_peridot_bat_137] y [Inu_blue_1] con la curiosidad de una coleccionista ante dos piezas potencialmente peligrosas— espero que encuentren este... refugio, a su gusto. He hecho los arreglos personalmente, uhum. Con un movimiento fluido, giró sobre sus tacones y se plantó frente a la pizarra. El abanico, como una extensión natural de su gestualidad, se cerró para apuntar con un extremo a la primera regla de la pizarra. — Ahora, hablemos de las normas. Son pocas, pero... cruciales para la armonía. Y para su seguridad, jeje ~ ... 1. Tratar con sumo cuidado las reliquias. La tienda no es un parque de atracciones. Cada objeto tiene una historia... y la mayoría, un temperamento. 2. Mantener el orden. 3. Los clientes son... clientes. Si alguno baja y las ve, una sonrisa y un 'la propietaria no está' bastará. Nada de travesuras que los asusten. Ahem, aunque algunos se lo merezcan. 4. Prohibidas las peleas en la tienda. Los duelos a muerte, si son estrictamente necesarios, se reservan para el sótano. El sofá es vintage, por favor, no manchen la tapicería... 5. Nada de invitados indeseados. Traer problemas externos aquí es de pésimo gusto. Yo ya tengo los míos propios. 6. ¡Y LA MAS IMPORTANTE!... —aquí, su voz bajó a un susurro dramático— No tocar, jugar, romper o, por todos los abismos, beber de mis objetos o reliquias. ¡Prohibido! Hizo una pausa, dejando que el silencio las dejara procesar la advertencia. Luego, de repente, lanzó sus manos hacia adelante con los dedos curvados como garras, haciendo una mueca exagerada. — ¡Grrr! ¡Porque si lo hacen, los objetos podrían molestarse, despertar... y ATACAR! —soltó una risita, como si fuera una broma adorable. Era broma. Aunque no era del todo improbable que algo así pudiera ocurrir. —En fin ~ —continuó, recuperando su compostura y abriendo el abanico de nuevo con un gesto elegante— El incumplimiento de alguna de estas reglas conllevará a... hm... —se llevó la punta del abanico a la barbilla, pensativa. Sus ojos se iluminaron con un destello púrpura— ¡Ah, ya sé! Me veré en la obligación de llamar a Shiori. Sí, ella será la adulta responsable de ustedes... Era inevitable para Raden ver a las dos chicas como si fueran dos niñas traviesas, por lo cual hacia falta algún adulto responsable. Y ella era adulta, claro, pero no responsable. — Y... creo que es todo, si, ¿alguna pregunta, mis pequeñas futuras causas de canas?
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    -He vuelto a reclamar lo que es mío. Incluso la eternidad se doblega ante la Muerte.
    -He vuelto a reclamar lo que es mío. Incluso la eternidad se doblega ante la Muerte.
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  • La ofrenda
    Categoría Terror
    ㅤㅤㅤLos pasillos de la parroquia estaban en completo silencio. Fríos y oscuros, con sombras que esperaban por pasos de víctimas distraídas para poder hacerles desaparecer en la noche. Pero, no era cualquier tipo de víctima, Arya se movía entre esos pasillos a pies descalzos entumecidos por el frío mármol del suelo. Ella ni siquiera se inmutó ante ello.

    ㅤㅤㅤCaminaba con lentitud en la oscuridad, conocía a la perfección esos pasillos, más que a la mismísima palma de su mano. Y, con sigilo, comenzó a acercarse a una de tantas puertas que le prohibían mirar. Una que le recordaban una y otra vez que jamás debería tocar.

    ㅤㅤㅤLo sabía muy bien, hasta temía saber qué había del otro lado, pero su cuerpo se movía sin que ella pudiera detenerlo como si estuviera en un trance. Sus ojos, aunque humanos, se ajustaron a la penumbra y vislumbraron perfectamente la puerta de roble, la cual tenía candado y hasta parecía sellada desde cada grieta.

    ㅤㅤㅤ"Ábrela", escuchó en su mente, un susurro tan dulce como melodía de cuna. "Debes abrirla, Arya".

    ㅤㅤㅤAmbas manos se extendieron, esperando tocar la madera vieja que poco a poco fue perdiendo el barniz con los años. Entonces, cuando apenas hizo contacto, el candado cedió enseguida y cayó al suelo con un ruido pesado, pero seco. La pelinegra empujó con todas sus fuerzas, la puerta fue difícilde mover.

    ㅤㅤㅤㅤ"Ábrelo, Ábrelo, Ábrelo".

    ㅤㅤㅤAllí estaba, esperando con mucha paciencia, un grimorio cerrado sobre el escritorio desgastado. Hasta parecía demasiado pesado como para que la vieja madera pudiera sostenerlo por mucho mas tiempo, ya curvada hacia abajo justo en medio donde descansaba el gran libro.

    ㅤㅤㅤSus pies continuaron, el polvillo del suelo pegándose a las plantas de sus pies con cada paso, dejando marcas detrás de ella. Poco después alzó su mano derecha hacia su boca, la cual abrió de a poco y, colocando la misma entre la unión de su pulgar e índice, mordió con la fuerza necesaria para comenzar a sangrar. El dolor era sordo, casi lejano, pues lo que sintió más fue el calor. Ardor en sus venas que goteaba por la mordida.

    ㅤㅤㅤAcercó la mano al grimorio y la apoyó sobre la tapa, esperando que buena parte de su sangre manchara la superficie. De hecho, esta fue absorbida de a poco hasta que el libro se dejó abrir. Allí es que sintió algo acercarse detrás suyo. No alcanzó a leer lo que estaba escrito en las hojas, pues visiones llegaron a ella. Muerte, demasiada muerte, y sufrimiento. La figura de algo... alguien, ¿un hombre? Era como un faro, lo que causaba agonía y mares de sangre bajo sus pies. Tierras marchitas, destruidas. Escuchó millones de llantos en pena que pedían ayuda, y se hicieron tan fuertes que sintió que su cabeza iba a explotar. Llevó ambas manos a su cabeza para gritar antes de abrir los ojos de golpe.

    ㅤㅤㅤSe sentó de repente, con la respiración agitada y dolor en el pecho, ¿ansiedad? ¿Pánico? Tal vez. Hasta había terror en su mirada. Pero estaba bien... se dio cuenta que volvió a su cuarto. Una pesadilla, por suerte.

    ㅤㅤㅤSuspiró, llevando la diestra a su pecho y sintiendo su corazón latir a mil por minuto. Estuvo a punto de cerrar los ojos, mas algo la detuvo. Dolor. Bajó la vista hasta su mano y vio allí la marca de su propia mordida.

    —...No. —susurró, ahora con el cuerpo helado. ¿Entonces no fue una pesadilla?

    ㅤㅤㅤSe quitó las sábanas y se puso de pie, algo le decía que se acercara a la ventana y así lo hizo, moviendo la cortina para ver hacía afuera. Se espantó en el instante que vio la luna completamente roja, alumbrando cada rincón como si estuviera acechando desde lo alto. De repente le llegó una sensación de perdición: algo muy oscuro estaba llegando. No. No era una sola cosa, eran demasiadas.

    ㅤㅤㅤLos gritos de las demás novicias y hermanas la alejó de un salto de la ventana, escuchando el latir de su corazón junto con un pitido lejano en los oídos. ¿Qué es lo que hizo?

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ─────────
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ》𝙽𝚊𝚝𝚑 ♦ 𝚁𝚊𝚑𝚎𝚕
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ─────────

    ㅤㅤㅤLos pasillos de la parroquia estaban en completo silencio. Fríos y oscuros, con sombras que esperaban por pasos de víctimas distraídas para poder hacerles desaparecer en la noche. Pero, no era cualquier tipo de víctima, Arya se movía entre esos pasillos a pies descalzos entumecidos por el frío mármol del suelo. Ella ni siquiera se inmutó ante ello. ㅤㅤㅤCaminaba con lentitud en la oscuridad, conocía a la perfección esos pasillos, más que a la mismísima palma de su mano. Y, con sigilo, comenzó a acercarse a una de tantas puertas que le prohibían mirar. Una que le recordaban una y otra vez que jamás debería tocar. ㅤㅤㅤLo sabía muy bien, hasta temía saber qué había del otro lado, pero su cuerpo se movía sin que ella pudiera detenerlo como si estuviera en un trance. Sus ojos, aunque humanos, se ajustaron a la penumbra y vislumbraron perfectamente la puerta de roble, la cual tenía candado y hasta parecía sellada desde cada grieta. ㅤㅤㅤ"Ábrela", escuchó en su mente, un susurro tan dulce como melodía de cuna. "Debes abrirla, Arya". ㅤㅤㅤAmbas manos se extendieron, esperando tocar la madera vieja que poco a poco fue perdiendo el barniz con los años. Entonces, cuando apenas hizo contacto, el candado cedió enseguida y cayó al suelo con un ruido pesado, pero seco. La pelinegra empujó con todas sus fuerzas, la puerta fue difícilde mover. ㅤㅤㅤㅤ"Ábrelo, Ábrelo, Ábrelo". ㅤㅤㅤAllí estaba, esperando con mucha paciencia, un grimorio cerrado sobre el escritorio desgastado. Hasta parecía demasiado pesado como para que la vieja madera pudiera sostenerlo por mucho mas tiempo, ya curvada hacia abajo justo en medio donde descansaba el gran libro. ㅤㅤㅤSus pies continuaron, el polvillo del suelo pegándose a las plantas de sus pies con cada paso, dejando marcas detrás de ella. Poco después alzó su mano derecha hacia su boca, la cual abrió de a poco y, colocando la misma entre la unión de su pulgar e índice, mordió con la fuerza necesaria para comenzar a sangrar. El dolor era sordo, casi lejano, pues lo que sintió más fue el calor. Ardor en sus venas que goteaba por la mordida. ㅤㅤㅤAcercó la mano al grimorio y la apoyó sobre la tapa, esperando que buena parte de su sangre manchara la superficie. De hecho, esta fue absorbida de a poco hasta que el libro se dejó abrir. Allí es que sintió algo acercarse detrás suyo. No alcanzó a leer lo que estaba escrito en las hojas, pues visiones llegaron a ella. Muerte, demasiada muerte, y sufrimiento. La figura de algo... alguien, ¿un hombre? Era como un faro, lo que causaba agonía y mares de sangre bajo sus pies. Tierras marchitas, destruidas. Escuchó millones de llantos en pena que pedían ayuda, y se hicieron tan fuertes que sintió que su cabeza iba a explotar. Llevó ambas manos a su cabeza para gritar antes de abrir los ojos de golpe. ㅤㅤㅤSe sentó de repente, con la respiración agitada y dolor en el pecho, ¿ansiedad? ¿Pánico? Tal vez. Hasta había terror en su mirada. Pero estaba bien... se dio cuenta que volvió a su cuarto. Una pesadilla, por suerte. ㅤㅤㅤSuspiró, llevando la diestra a su pecho y sintiendo su corazón latir a mil por minuto. Estuvo a punto de cerrar los ojos, mas algo la detuvo. Dolor. Bajó la vista hasta su mano y vio allí la marca de su propia mordida. —...No. —susurró, ahora con el cuerpo helado. ¿Entonces no fue una pesadilla? ㅤㅤㅤSe quitó las sábanas y se puso de pie, algo le decía que se acercara a la ventana y así lo hizo, moviendo la cortina para ver hacía afuera. Se espantó en el instante que vio la luna completamente roja, alumbrando cada rincón como si estuviera acechando desde lo alto. De repente le llegó una sensación de perdición: algo muy oscuro estaba llegando. No. No era una sola cosa, eran demasiadas. ㅤㅤㅤLos gritos de las demás novicias y hermanas la alejó de un salto de la ventana, escuchando el latir de su corazón junto con un pitido lejano en los oídos. ¿Qué es lo que hizo? ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ───────── ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ》[nathrahel01]《 ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ───────── ㅤ ㅤ
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