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    Hey,
    ¿que fue eso? ¿esos fueron tus amenazas?

    bah, esperaba más de esos mercenarios que contrataste para matarme.
    Hey, ¿que fue eso? ¿esos fueron tus amenazas? bah, esperaba más de esos mercenarios que contrataste para matarme.
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  • El escritor y su regreso (Privado)
    Categoría Aventura
    Habían pasado ya varios meses de mi partida de este reino y, debo decir, ver las fronteras me generaba cierta nostalgia. El viaje fue bastante provechoso, conseguí gran cantidad de historias, aliados y un buen caudal de dinero. También, como siempre, gané enemigos y por eso quería volver, al menos por un tiempo a mis tierras.

    Luego de pasar la aduana, llenar los aburridos papeles de entrada, el cacheo y toda la burocracia, me encontré libre una vez más en mi hogar con un objetivo claro.

    Los primeros días pase entre pueblo fronterizos enterándome noticias sobre el país y la situación política: Había fuertes rumores de una guerra cercana, muchos mercenarios estaban entrando al reino habidos de gloria. Sin embargo, la notica que más llamó mi atención fue el siguiente: Había una misteriosa maga dando vueltas por el lugar, su nombre resonó en mi cabeza.

    - Nunchi Davalos... Debe ser ella.

    Con esa noticia en mente alcé la vista al cielo, con una tranquila sonrisa, una mano llevando mi una de mis grandes posesiones, mi espada y en mi bolsillo derecho las otras dos: Mi cuaderno de notas y una pluma.

    - Ahora lo que sigue es volver a verla - Dije a mi mismo - Pequeña maga ¿Seguirás por aquí como los rumores indican? Espero encontrarte... Aún no terminé la entrevista.
    Habían pasado ya varios meses de mi partida de este reino y, debo decir, ver las fronteras me generaba cierta nostalgia. El viaje fue bastante provechoso, conseguí gran cantidad de historias, aliados y un buen caudal de dinero. También, como siempre, gané enemigos y por eso quería volver, al menos por un tiempo a mis tierras. Luego de pasar la aduana, llenar los aburridos papeles de entrada, el cacheo y toda la burocracia, me encontré libre una vez más en mi hogar con un objetivo claro. Los primeros días pase entre pueblo fronterizos enterándome noticias sobre el país y la situación política: Había fuertes rumores de una guerra cercana, muchos mercenarios estaban entrando al reino habidos de gloria. Sin embargo, la notica que más llamó mi atención fue el siguiente: Había una misteriosa maga dando vueltas por el lugar, su nombre resonó en mi cabeza. - Nunchi Davalos... Debe ser ella. Con esa noticia en mente alcé la vista al cielo, con una tranquila sonrisa, una mano llevando mi una de mis grandes posesiones, mi espada y en mi bolsillo derecho las otras dos: Mi cuaderno de notas y una pluma. - Ahora lo que sigue es volver a verla - Dije a mi mismo - Pequeña maga ¿Seguirás por aquí como los rumores indican? Espero encontrarte... Aún no terminé la entrevista.
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  • ⸻Observen con cuidado. A menudo se habla del olvido como un bálsamo, una liberación del peso del pasado. Pero esa es una visión parcial, casi ingenua. En su esencia más profunda, el olvido no conduce a la desesperación; el olvido es la desesperación misma.

    ⸻¿Por qué? Simple. Somos nuestra memoria. La identidad, el sentido de propósito, la conexión con otros y con nosotros mismos… todo se teje con los hilos del recuerdo. La memoria nos da contexto, nos da historia, nos da un ser.

    ⸻El olvido, entonces, no es solo perder detalles. Es la desintegración de esa estructura. Es el borrado sistemático del mapa que nos orienta. Cuando olvidas quién fuiste, qué amaste, qué te hirió y qué aprendiste, ¿qué queda? Queda un vacío. Un presente desconectado, flotando sin ancla. Y esa deriva sin sentido, esa ausencia de significado… eso es, precisamente, la desesperación en estado puro.

    ⸻Y aquí la clave: es inevitable. No es una tragedia personal evitable, es la condición inherente a la existencia finita. El tiempo erosiona, la mente es falible, las conexiones se desvanecen. La lucha por recordar es constante, pero la tendencia natural es hacia la disolución, hacia el olvido. Tarde o temprano, la niebla avanza.

    ⸻Por eso, la desesperación fundamental no reside en el sufrimiento recordado, sino en la nada que impone el olvido. Es la certeza de que todo lo que nos define está destinado a desvanecerse, no solo de la mente de otros, sino de la nuestra propia. Es la comprensión de que al final, solo queda el silencio donde antes hubo una historia. Y esa es la forma más absoluta e inescapable de la desesperación: la que ni siquiera deja rastro de lo que se ha perdido. Es, simplemente, el fin del significado ¿No estas de acuerdo?


    Hablaba hacia los cádaveres de unas personas de un pueblo recondito de una selva los cuales fueron exterminados por un grupo de mercenarios. Un ejemplo vivido de lo que hablaba. Almas las cuales su existencia sera negada.
    ⸻Observen con cuidado. A menudo se habla del olvido como un bálsamo, una liberación del peso del pasado. Pero esa es una visión parcial, casi ingenua. En su esencia más profunda, el olvido no conduce a la desesperación; el olvido es la desesperación misma. ⸻¿Por qué? Simple. Somos nuestra memoria. La identidad, el sentido de propósito, la conexión con otros y con nosotros mismos… todo se teje con los hilos del recuerdo. La memoria nos da contexto, nos da historia, nos da un ser. ⸻El olvido, entonces, no es solo perder detalles. Es la desintegración de esa estructura. Es el borrado sistemático del mapa que nos orienta. Cuando olvidas quién fuiste, qué amaste, qué te hirió y qué aprendiste, ¿qué queda? Queda un vacío. Un presente desconectado, flotando sin ancla. Y esa deriva sin sentido, esa ausencia de significado… eso es, precisamente, la desesperación en estado puro. ⸻Y aquí la clave: es inevitable. No es una tragedia personal evitable, es la condición inherente a la existencia finita. El tiempo erosiona, la mente es falible, las conexiones se desvanecen. La lucha por recordar es constante, pero la tendencia natural es hacia la disolución, hacia el olvido. Tarde o temprano, la niebla avanza. ⸻Por eso, la desesperación fundamental no reside en el sufrimiento recordado, sino en la nada que impone el olvido. Es la certeza de que todo lo que nos define está destinado a desvanecerse, no solo de la mente de otros, sino de la nuestra propia. Es la comprensión de que al final, solo queda el silencio donde antes hubo una historia. Y esa es la forma más absoluta e inescapable de la desesperación: la que ni siquiera deja rastro de lo que se ha perdido. Es, simplemente, el fin del significado ¿No estas de acuerdo? Hablaba hacia los cádaveres de unas personas de un pueblo recondito de una selva los cuales fueron exterminados por un grupo de mercenarios. Un ejemplo vivido de lo que hablaba. Almas las cuales su existencia sera negada.
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  • Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo.

    —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos.

    Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto.

    —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto!

    Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.**

    —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones.

    Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria.

    —¡Dispárenle! —gritó un oficial.

    Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada.

    —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen.

    Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos.

    **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.**

    **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
    Jimoto había escuchado rumores sobre un grupo de mercenarios con tecnología avanzada, conocidos como la **Patrulla Roja**. No les prestó demasiada atención hasta que, en una aldea remota, vio con sus propios ojos cómo interrogaban a los ancianos sobre las **esferas del dragón**. No podía permitirlo. —Oigan, ¿no creen que están siendo un poco insistentes? —dijo, apoyando las manos en los bolsillos mientras caminaba tranquilamente hacia ellos. Los soldados, vestidos con uniformes rojos y negros, voltearon con evidente molestia. Uno de ellos, más alto y con un rifle de energía, apuntó directo a Jimoto. —¿Y tú quién demonios eres? ¡No te metas en esto! Jimoto sonrió con calma. **No necesitaba armas, ni refuerzos, solo su propio poder.** —Yo solo pasaba por aquí... pero creo que es mi deber detener a los matones. Antes de que los soldados pudieran reaccionar, Jimoto desapareció de su vista. En un parpadeo, **reapareció detrás de ellos**. Un solo golpe en el casco de uno lo dejó inconsciente, otro cayó cuando Jimoto lo derribó con una patada giratoria. —¡Dispárenle! —gritó un oficial. Pero **era inútil**. Jimoto esquivaba los disparos con una facilidad insultante, moviéndose entre ellos como un viento imparable. Derribó a un grupo entero con una onda de energía que sacudió el suelo. Los pocos que quedaban en pie intentaron huir, pero Jimoto saltó y aterrizó frente a ellos con una sonrisa confiada. —Díganle a sus jefes que estas esferas **no** les pertenecen. Los mercenarios asintieron temblorosos y huyeron a toda velocidad. Jimoto los observó desaparecer en la distancia y cruzó los brazos. **Ahora era oficial.** La Patrulla Roja también estaba en busca de las esferas, lo que significaba que **esto se había convertido en una carrera.** **Pero si creían que podían superarlo… estaban muy equivocados.**
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  • Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia.

    Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo.

    Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera.

    La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada?

    Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas.

    Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos.

    Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
    Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia. Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo. Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera. La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada? Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas. Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos. Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
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  • La aventura de la selva: Donde Deadpool y Wolverine aprenden a llevarse bien (o al menos a no matarse)
    Fandom Marvel
    Categoría Comedia
    𝑳𝙊𝑮𝘼𝑵


    Deadpool y Wolverine se adentraron en la selva, cargados con bolsos pesados, armados con sus respectivas armas y una actitud de "¿qué demonios estamos haciendo aquí?". La idea de esta aventura había sido planeada por Deadpool, quien había convencido a Wolverine de unirse a él en una "excursión de relajación" en la selva.


    "¡Vamos, Logan! ¡Hay que dejar atrás el estrés y la vida de típico marginado, lo digo por ti. Hay que darse un momentito para uno mismo!", había dicho Deadpool, con una sonrisa maníaca en su rostro.


    Wolverine había aceptado, más por curiosidad y agobio que por cualquier otra razón. Y ahora, mientras caminaban por la densa vegetación, no podía evitar preguntarse qué había sido de su juicio.


    – ¿Qué es lo que estamos buscando exactamente? — preguntó Wolverine, mientras apartaba una rama de su camino.


    – ¡Ah, no lo sé! ¡La aventura! ¡El misterio! ¡Quizá-..— repentinamente se dió un golpetazo en su glúteo derecho, quitando lentamente al mosquito que lo había picado. – ¡Ush...! ¡Todavía con ropa que cubra, estos hijos de puta devoran! Y mira al nivel que llegamos, me pico una nalga, increíble. Espantosos insectos acosadores...


    Se quejó el mercenario, devolviendo su atención al frente.


    – ¿Trajiste el repelente, verdad, wukong?
    [W0LVERINE] Deadpool y Wolverine se adentraron en la selva, cargados con bolsos pesados, armados con sus respectivas armas y una actitud de "¿qué demonios estamos haciendo aquí?". La idea de esta aventura había sido planeada por Deadpool, quien había convencido a Wolverine de unirse a él en una "excursión de relajación" en la selva. "¡Vamos, Logan! ¡Hay que dejar atrás el estrés y la vida de típico marginado, lo digo por ti. Hay que darse un momentito para uno mismo!", había dicho Deadpool, con una sonrisa maníaca en su rostro. Wolverine había aceptado, más por curiosidad y agobio que por cualquier otra razón. Y ahora, mientras caminaban por la densa vegetación, no podía evitar preguntarse qué había sido de su juicio. – ¿Qué es lo que estamos buscando exactamente? — preguntó Wolverine, mientras apartaba una rama de su camino. – ¡Ah, no lo sé! ¡La aventura! ¡El misterio! ¡Quizá-..— repentinamente se dió un golpetazo en su glúteo derecho, quitando lentamente al mosquito que lo había picado. – ¡Ush...! ¡Todavía con ropa que cubra, estos hijos de puta devoran! Y mira al nivel que llegamos, me pico una nalga, increíble. Espantosos insectos acosadores... Se quejó el mercenario, devolviendo su atención al frente. – ¿Trajiste el repelente, verdad, wukong?
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  • Una fachada saturada del abusó constante a la ostentosidad, no podría manchar aún más esa "imágen opulenta" después de aquel ineludible descenso, convertirse en otro mercenario del bajo mundo por un pago justo y obtener el mejor de los beneficios; todo para un único fin: el particular bienestar. Egoísta hasta narcisista. A propia consideración cualquier otro ser es un peón restándole importancia, sí bien gustoso de humillar y torturar tal cual hobby. Siendo inclusive la lujuria un privilegio más. No negaría ese anhelo por atractivos físicos de aspecto "inocente", "casto", en varones como las presas favoritas por devorar.

    Descripción concisa para alguien sumamente corrompido, aquel que en antaño fue otro querubín de esplendoroso índole.
    Una fachada saturada del abusó constante a la ostentosidad, no podría manchar aún más esa "imágen opulenta" después de aquel ineludible descenso, convertirse en otro mercenario del bajo mundo por un pago justo y obtener el mejor de los beneficios; todo para un único fin: el particular bienestar. Egoísta hasta narcisista. A propia consideración cualquier otro ser es un peón restándole importancia, sí bien gustoso de humillar y torturar tal cual hobby. Siendo inclusive la lujuria un privilegio más. No negaría ese anhelo por atractivos físicos de aspecto "inocente", "casto", en varones como las presas favoritas por devorar. Descripción concisa para alguien sumamente corrompido, aquel que en antaño fue otro querubín de esplendoroso índole.
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  • El olor a sangre la había llevado hasta aquel lugar, encontrando un charco de sangre en el suelo y una silueta escondida retrocediendo, ocultándose de ella.

    -Tranquilo no soy tan mala como las leyendas cuentan...

    Dijo mirando al desvalido frente a ella, en los bajos mundos, entre los exiliados, desterrados cazadores y mercenarios, un lugar donde ella perteneció mucho tiempo tenía la reputación de ser " la asesina de luna", nadie que la hubiera visto sobrevivía para contarlo.

    -Ya deje atrás aquellos días... Solo déjame curarte

    Sonrió buscando tranquilizarle
    El olor a sangre la había llevado hasta aquel lugar, encontrando un charco de sangre en el suelo y una silueta escondida retrocediendo, ocultándose de ella. -Tranquilo no soy tan mala como las leyendas cuentan... Dijo mirando al desvalido frente a ella, en los bajos mundos, entre los exiliados, desterrados cazadores y mercenarios, un lugar donde ella perteneció mucho tiempo tenía la reputación de ser " la asesina de luna", nadie que la hubiera visto sobrevivía para contarlo. -Ya deje atrás aquellos días... Solo déjame curarte Sonrió buscando tranquilizarle
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  • " Memorias de un Zorro"

    Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo.

    ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate.

    Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor.

    Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre.

    El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida.

    Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia.

    No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente.

    Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido.

    Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza.

    Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos.


    ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune.

    Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo.

    Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo.

    Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza.

    Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más.

    ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca.

    Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto.

    El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera.

    En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo.

    A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban.

    Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación.

    Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas.

    Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro.

    ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer.

    Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo.

    La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma.

    “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia.

    El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera.
    Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro.

    Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado.

    Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre.

    En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.





    " Memorias de un Zorro" Los humanos no merecían su simpatía. Todo lo que los relacionaba directamente con ellos le causaba dolor y aversión. No sería capaz de olvidar ninguna de las lágrimas derramadas por lo que estos le dieron y al mismo tiempo le arrebataron. Veía a los humanos como seres de usar, para después desechar, sin formar ningún vínculo afectivo más allá del divertimento o el sexo. ¿Cómo podría verlo de otra forma?. Estos lo arrancaron de su bosque, le dieron una familia que amar para después, esos mismos seres, segar sus vidas ante la impotencia del zorro, como si el valor de estas quedasen en la nada, como la ceniza de un tronco consumido por las llamas. No deseaba volver a involucrarse con vidas tan efímeras y frágiles, vidas que solo le causarían dolor y pesadumbre. O al menos así pensaba él, hasta aquel ocaso de otoño, donde el bosque estaba tenido de mandarina, limón y granate. Kazuo caminaba de forma tranquila en el único lugar donde sentía que pertenecía; su amado bosque. Este nunca le había traicionado, no como el resto del mundo lo había hecho. Era por esta razón por la que el zorro pasaba sus días recorriendo este de punta a punta. La extensión de su arboleda, el olor a tierra y pino, el sonido del crujir de las hojas bajo sus patas; todo aquello se había convertido en un bálsamo que calmaba su amargo dolor. Pero aquel atardecer sería diferente. El viento traía consigo un aroma a madera quemada. Aquello por lo general no era algo extraño, había pequeños poblados esparcidos por la zona. Pero aquel olor era más intenso que el de unos simples alumbres en casas familiares. ¿Seria que su bosque estaba siendo arrasado nuevamente?. Comenzó a avanzar, en dirección donde él olor a madera quemada se hacía más intenso. Pero a medida que sus zancadas se fueron acelerando, otro olor se alojó en su hocico, dejándole un regusto metálico alojándose en la parte trasera de su lengua; sangre. El zorro era rápido; este apenas una estela plateada entre los arboles para ojos mortales. A pesar de su tamaño, aquel imponente animal de tres colas, se movía entre los arboles como el agua que se colaba entre las rocas de un río montañoso, de forma rápida y fluida. Olía a muerte, y finalmente, llegó al origen de aquel desagradable aroma. Era un poblado de gente humilde, campesinos que apenas sobrevivían el día a día con lo que sacaban de la tierra. Pero ese día sus vidas habían dado un giro de ciento ochenta grados. Un grupo numeroso se bandidos estaba arrasando con las vidas de aquellas familias, saqueando y asediando todo a su paso. Kazuo , con su mirada afilada entre la maleza, observaba la escena con inquietante parsimonia. No era su problema. A él y a su familia nadie les ayudó, tampoco lloraron su muerte. Cuando este explicó, en el poblado donde comerciaban, que su familia había sido asesinada; no obtuvo ningún tipo de apoyo ajeno, más allá de un simple pésame. Era como si aquello fuera lo normal y cada uno tenia que ocuparse de sus propios problemas. Kazuo tuvo que enterrarlos en soledad, con la angustia de ver sus cuerpos destrozados cruelmente. Este estaba apunto de irse cuando escucho el llanto de un bebé. Giró su cabeza, alzó sus orejas zorrunas y clavó su mirada zafiro en una madre siendo arrastrada por la melena, sacándola de lo que una vez fue su hogar, mientras esta se aferraba a la criatura que tenía entre sus brazos. Aquel niño tendría apenas semanas de haber nacido. Aquello parecía haber captado la atención del zorro, quién a base de sufrimiento, había endurecido su corazón. Sin embargo, aquello le provocó una grieta en su bien forjada coraza. Aquella madre, desesperada, sacaba fuerzas de donde fuera, resistiéndose para que su retoño no fuera arrancado de sus brazos. ~ Haced conmigo lo que queráis, pero mi hijo no. Dejarlo vivir, no me importa mi vida, pero a él no…~ Decía aquella madre con una desesperación que calaba incluso dentro del frío Kitsune. Inevitablemente Kazuo recordó a sus madres. Como cuando nació, está daba todo de ella para poder tenerlo, como a pesar de ser diferente a sus hermanos y el más débil, se encargó de que no le faltase alimento. Como su madre Reina, incluso sin conocerle, lo rescató junto con su padre de aquel estanque en mitad de la nada, arriesgando sus vidas al detenerse de su huída de la guerra para recogerlo. Aquella mujer estaba peleando como una jabata para evitar un final funesto para su hijo. Finalmente, aquellos mercenarios, lograban arrancarle a su hijo de los brazos, mientras algunos de estos la sujetaban y comenzaron a rasgar sus ropas de forma brusca, una señal inequívoca de lo que venía a continuación para ella. La mujer dejó de luchar, estaba dispuesta a todo por tal de que su hijo no sufriera la suerte que le esperaba a ella, dejando su cuerpo como pago por su vida. Aunque aquello no le garantizaba que su hijo viviera, ella estaba dispuesta a todo, a agarrarse a esa mínima esperanza. Ahí estaba, el amor incondicional de una madre. Algo tan puro y honesto, que difícilmente podría ser superado por algo más. ~ Dioses, proteger a mí hijo, solo pido eso. Que mi suerte y la suya se hagan una para él. Que mi alma sirva de tributo para que él esté bien.~ Decía esta mientras veía como su retoño se pasaba de un mercenario a otro de forma brusca. Una plegaría... Una plegaría frente a un mensajero de Inari. Eso, sumado a la grieta que se habría formado en el caparazón alrededor del corazón del zorro, fue el detonante para que este se moviera por puro instinto. El Kitsune, en toda su majestuosa forma, salió de entre la maleza, gruñendo y enseñando su hilera de dientes, afilados como cuchillos de cerámica. A aquellos infelices apenas les dio tiempo de reaccionar; en un abrir y cerrar de ojos, él zorro, tan grande como un caballo, se abalanzaba sobre estos, uno por uno. Acabando con cada una de sus vidas de forma certera. En medio del alboroto, la madre se zafó de sus actores para ir en busca de su hijo, quién lo tenía uno de aquellos desgraciados. Cuando esta se acercó al mercenario, este sin compasión Katana en mano, atravesó su estómago con una estocada firme. Esta, a pesar de la herida infligida, tomo a su criatura de los brazos de aquel sin corazón. En cuanto este retira su arma, la joven madre cae de espaldas al suelo en un charco de sangre, pero sin soltar en ningún momento a su más preciado tesoro, su hijo. A Kazuo no le había dado tiempo a detener aquel deleznable acto. Este, con la misma furia con la que vengó a su familia se abalanzó sobre aquel individuo. Sus temibles fauces sujetaron la cabeza del contrario, quien gritaba de puro miedo ante la impotencia de su tráfico final. De un tirón, Kazuo decapitó a aquel mala sangre, lanzando su cabeza varios metros de donde se encontraban. Este estaba furibundo, el fuego recorría la sangre de sus venas, en oleadas de rabia y heridas abiertas. Solo el llanto de aquella frágil criatura lo trajo de vuelta al presente. Este se voltea y camina en dirección a esa madre, la cual se desangraba sin opción a salvación. Con cada paso del zorro, su cuerpo iba mutando con llamas color zafiro. La estela de estas daban paso a un Kazuo con aspecto humano, con una vestimenta desgastada, pero de un blanco puro, ahora tintada por la sangre derramada. Su melena plateada enmarcaban aquel rostro casi angelical, parecía alguien que solo podía ser soñado o contado en leyendas. Este llega donde la mujer, quién aún estaba viva, pero su respiración era lenta y errática, arrodillándose a su lado. Kazuo aún no tenía el suficiente poder para curar una herida como aquella, no sin que la vida de este peligrase, compartiendo ambos un funesto destino. La mujer clavaba su mirada avellana en los ojos lapislázuli del zorro. ~ Hijo de la luna…~ Digo con voz casi inaudible aquella mujer. Esta arrastraba su mano hasta tomar la de Kazuo, y con un esfuerzo tremebundo, lo guía hasta que la mano de él descansara sobre su bebé. El Kitsune abría sus ojos sorprendido; aquella mujer lo había visto masacrar sin esfuerzo ni compasión a aquellos hombres, y aún así dejaba que la mano de un demonio descansara sobre lo más valioso para ella, su hijo. La mano libre de Kazuo se alzó hasta alcanzar el rostro de aquella madre, quién parecía tranquila estando al borde de la muerte. Aquellos indeseables habían gritado y suplicado por si vida, habían tenido miedo de su destino final. Sin embargo, aquella joven que rondaba la veintena, estaba en total calma. “Hijo de la Luna”. Este había nacido una noche bañada por la luna llena y bendecido por la gracia de una diosa. Aquella mujer había depositado su esperanza y confianza en él sin dudarlo, una confianza y una esperanza que él había perdido por completo en él y en la humanidad. Pero aquel acontecimiento cambiaría totalmente la perspectiva de Kazuo, de como miraba el mundo después de la muerte de su familia. El mundo aún tenía bondad que ofrecer, y él también podría darle bondad al mundo; tal y como sus madres quería que hiciera. Fue entonces cuando los ojos de aquella joven se apagaron, perdiendo el brillo de la vida en un último suspiro. Kazuo, con sumo cuidado, toma el tesoro más preciado de aquella joven. En cuanto el niño estuvo en sus brazos, este dejó de llorar, clavando esos mismos ojos avellana en la mirada del zorro. Kazuo se encargó de darle una sepultura digna a su madre. Y de buscar una familia de ese mismo poblado que se encargara de cuidarlo y contar la historia de como su madre dio la vida por él. Esos días posteriores Kazuo ayudó a reconstruir el poblado, enterrar a los seres queridos y ayudar diligentemente en todo lo que podía, tal y como su madre y su padre les habían enseñado. Es ahí cuando el zorro empezaría su más sagrada tarea. Llevar las plegarias puras a oídos de su diosa madre. En un monte, donde el bosque era dueño en toda su extensión. El zorro, decidió construir un templo, con sus propias manos y su propio esfuerzo. Un templo que sería un tributo a su familia, y un hogar para aquellos que necesitaran de su gracia. Es así como el monte Inari llegaría a bautizarse, y donde el templo Aihara se alzaría en la medianía camino a su cima.
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  • Simplemente, se desploma sentado sobre un tronco caído, el fuego avanza lentamente hacia donde él se encuentra sentado, aunque ya no si preocupa por huir, el fuego es un buen elemento para este cuerpo, solo espera que el siniestro lo alcance primero que las rondas magnéticas de unos mercenarios desconocidos

    "Ojalá valga la pena"

    Solo se asegura que su vulpafila en su forma larvaria siga escondida en su torso, estas criaturas al ser heridos fatalmente se adquieren al cuerpo de su amo, dejando atrás su viejo cuerpo herido y como una larva gestando un nuevo cuerpo bajo el cobijo de su amo.

    "Sino, juro que mi Vulpafila te devorará personalmente."
    Simplemente, se desploma sentado sobre un tronco caído, el fuego avanza lentamente hacia donde él se encuentra sentado, aunque ya no si preocupa por huir, el fuego es un buen elemento para este cuerpo, solo espera que el siniestro lo alcance primero que las rondas magnéticas de unos mercenarios desconocidos "Ojalá valga la pena" Solo se asegura que su vulpafila en su forma larvaria siga escondida en su torso, estas criaturas al ser heridos fatalmente se adquieren al cuerpo de su amo, dejando atrás su viejo cuerpo herido y como una larva gestando un nuevo cuerpo bajo el cobijo de su amo. "Sino, juro que mi Vulpafila te devorará personalmente."
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