• — ¿Cuándo dejarán de caer? —Elam resopló con pesadez. Ya no sabía si estaba harto del interminable trabajo o se debía a algo más. Quizás se debía a esa mezcolanza de sentimientos que le oprimían el pecho cada vez que se detenía a mirar el camino a la pequeña cabaña en que vivía; siempre había sido un ser errante, un vagabundo que parecía ir divirtiéndose por la vida, pero quedarse tanto tiempo en un solo lugar comenzaba a hacer mella en él.— ¿En qué rayos estoy pensando? —Expresó entre dientes, después de arrojar la escoba al piso y hacer un escándalo con las hojas que pateó. Detestaba las labores del hogar, porque jamás se había sentido parte de uno, pero allí estaba, jugando a la casita y a la familia. De seguro se veía ridículo, como un completo tonto que se tragaba el orgullo porque le podía más el corazón.

    — Lo mejor será que me vaya de una vez. Además, ¿qué importa? Ni que me fuesen a extrañar esas brujas. —Bufó, pateó la escoba con fuerza y la hizo volar un poco hasta estrellarse de nuevo al suelo. Allí miró el cielo, tan brillante y tan claro como en días no lo había visto, sin duda pintaba bien para lavar las sábanas y los pañuelos con que limpiaba los frascos de sus pociones. Quizá sería buen tiempo también para arrancar las malezas del jardín y sembrar algunas fresas, quizá hornear una tarta o preparar un poco de té.

    La expresión de su rostro cambió y en sus labios se mostró su incredulidad al separarlos. Le pesaba la realidad y la conclusión a la que llegaba tan rápido: Se había acostumbrado a vivir allí, en ese lugar, con esas personas y sin darse cuenta ya adoptaba una rutina junto a sus hábitos. Elam suspiró, entre hastiado y melancólico, caminó unos cuántos pasos hasta llegar a su escoba de paja y la recogió del suelo. Derrotado, volvió a mirar el camino que conducía desde esa cabaña hasta la villa, se apoyó en el palo de la escoba con ambas manos, y suspiró dejando salir toda esa frustración que se acomodó en su corazón.

    — Ojalá no se pierdan otra vez. Aunque a mí qué más me da. —Volvió a refunfuñar, renuente de aceptar que en su corazón podía existir un poco de aprecio ante esas dos. Negó en repetidas ocasiones y, tras una breve reflexión, se ocupó en barrer las hojas que había desperdigado en su frustración.— Brujas tontas. Me las pagarán, las obligaré a enseñarme más pociones o las convertiré en ranas. No, en cucarachas. Sí, cucarachas es mejor.
    — ¿Cuándo dejarán de caer? —Elam resopló con pesadez. Ya no sabía si estaba harto del interminable trabajo o se debía a algo más. Quizás se debía a esa mezcolanza de sentimientos que le oprimían el pecho cada vez que se detenía a mirar el camino a la pequeña cabaña en que vivía; siempre había sido un ser errante, un vagabundo que parecía ir divirtiéndose por la vida, pero quedarse tanto tiempo en un solo lugar comenzaba a hacer mella en él.— ¿En qué rayos estoy pensando? —Expresó entre dientes, después de arrojar la escoba al piso y hacer un escándalo con las hojas que pateó. Detestaba las labores del hogar, porque jamás se había sentido parte de uno, pero allí estaba, jugando a la casita y a la familia. De seguro se veía ridículo, como un completo tonto que se tragaba el orgullo porque le podía más el corazón. — Lo mejor será que me vaya de una vez. Además, ¿qué importa? Ni que me fuesen a extrañar esas brujas. —Bufó, pateó la escoba con fuerza y la hizo volar un poco hasta estrellarse de nuevo al suelo. Allí miró el cielo, tan brillante y tan claro como en días no lo había visto, sin duda pintaba bien para lavar las sábanas y los pañuelos con que limpiaba los frascos de sus pociones. Quizá sería buen tiempo también para arrancar las malezas del jardín y sembrar algunas fresas, quizá hornear una tarta o preparar un poco de té. La expresión de su rostro cambió y en sus labios se mostró su incredulidad al separarlos. Le pesaba la realidad y la conclusión a la que llegaba tan rápido: Se había acostumbrado a vivir allí, en ese lugar, con esas personas y sin darse cuenta ya adoptaba una rutina junto a sus hábitos. Elam suspiró, entre hastiado y melancólico, caminó unos cuántos pasos hasta llegar a su escoba de paja y la recogió del suelo. Derrotado, volvió a mirar el camino que conducía desde esa cabaña hasta la villa, se apoyó en el palo de la escoba con ambas manos, y suspiró dejando salir toda esa frustración que se acomodó en su corazón. — Ojalá no se pierdan otra vez. Aunque a mí qué más me da. —Volvió a refunfuñar, renuente de aceptar que en su corazón podía existir un poco de aprecio ante esas dos. Negó en repetidas ocasiones y, tras una breve reflexión, se ocupó en barrer las hojas que había desperdigado en su frustración.— Brujas tontas. Me las pagarán, las obligaré a enseñarme más pociones o las convertiré en ranas. No, en cucarachas. Sí, cucarachas es mejor.
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  • — ¿Quieres escuchar un relato?
    《Reader》, debes saber del relato humoristico de cierto hombre que temía a la muerte y trato de superarla.

    Buscando la hierba mistica de la inmortalidad, no como Rey o Héroe... fue el unico viaje completado como un hombre ordinario.

    Largo... Un largo viaje más grande que su propia vida y finalmente obtuvo la hierba mística.

    Era un sentimiento de enorme logro, satisfacción, alegria...
    Se podría decir que finalmente se entero del significado de la vida.
    Sin embargo...

    En el último día de su viaje para regresar a casa con la hierba mistica se baño en un intento de presumir antes de regresar a su país, y una serpiente ordinaria robo la hierba mistica.

    El cumplimiento de la vida, la alegría de vivir, la gloria para continuar desde allí...
    Todo desapareció en un instante.
    Pero...
    Lo que salio de la boca del hombre no fue una voz de ira...
    Fue una risa.

    Se volvió tremendamente divertido y se río.
    Se tomó toda su vida para obtener algo y lo perdió.
    A pesar de perderlo todo, todavía ve la luz de otro día.

    La figura de un hombre autoritario era ridículamente divertida.
    Realmente era una comedia.
    Justo al borde de la muerte finalmente entendió el mundo del hombre, los humanos pueden florecer infinitamente.

    Eso no cambia un segundo antes de que termine su duración de vida.
    Hasta el final, el estado del corazón de uno es acumulativo.
    La historia humana es algo similar...
    — ¿Quieres escuchar un relato? 《Reader》, debes saber del relato humoristico de cierto hombre que temía a la muerte y trato de superarla. Buscando la hierba mistica de la inmortalidad, no como Rey o Héroe... fue el unico viaje completado como un hombre ordinario. Largo... Un largo viaje más grande que su propia vida y finalmente obtuvo la hierba mística. Era un sentimiento de enorme logro, satisfacción, alegria... Se podría decir que finalmente se entero del significado de la vida. Sin embargo... En el último día de su viaje para regresar a casa con la hierba mistica se baño en un intento de presumir antes de regresar a su país, y una serpiente ordinaria robo la hierba mistica. El cumplimiento de la vida, la alegría de vivir, la gloria para continuar desde allí... Todo desapareció en un instante. Pero... Lo que salio de la boca del hombre no fue una voz de ira... Fue una risa. Se volvió tremendamente divertido y se río. Se tomó toda su vida para obtener algo y lo perdió. A pesar de perderlo todo, todavía ve la luz de otro día. La figura de un hombre autoritario era ridículamente divertida. Realmente era una comedia. Justo al borde de la muerte finalmente entendió el mundo del hombre, los humanos pueden florecer infinitamente. Eso no cambia un segundo antes de que termine su duración de vida. Hasta el final, el estado del corazón de uno es acumulativo. La historia humana es algo similar...
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    || Y enfatizo en lo que dije antes; a mí me encanta hacer personajes con personalidades totalmente diferentes a la mía. Si bien es cierto que, cada personaje lleva cierta parte de tu esencia, trato de mantenerlo lo más alejado de eso. Amo poder explorar otros puntos de vista, que el personaje mantenga una personalidad y esencia propia, incluso si atenta contra mis principios. Porque eso es lo divertido del rol; poder explorar y experimentar con lo que te gusta.
    || Y enfatizo en lo que dije antes; a mí me encanta hacer personajes con personalidades totalmente diferentes a la mía. Si bien es cierto que, cada personaje lleva cierta parte de tu esencia, trato de mantenerlo lo más alejado de eso. Amo poder explorar otros puntos de vista, que el personaje mantenga una personalidad y esencia propia, incluso si atenta contra mis principios. Porque eso es lo divertido del rol; poder explorar y experimentar con lo que te gusta.
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  • No sabía en qué momento había recaído, pero su cuerpo se sentía en el espacio. Sus ojos rojos, causa de la hierba que había empezado a consumir disociaban de la realidad. Su estómago estaba revuelto, apretaba, sentía un encerrón dentro de él que lo consumía lentamente. Era esa sensación de nuevo. Corrió hacia el baño como pudo, cayendo dos o tres veces hasta quedar cerca del váter. Acercó la cabeza hacia el cubículo; sus dedos se adentraron a su boca, yendo a su garganta para provocar las arcadas.

    Vomitó, vomitó todo lo que había comido en ese día. Estuvo un buen rato en aquella posición, cerrando los ojos, cansado, perdido. Cuando el vómito se acabó, se encargó de ordenar todo, dejándolo limpio y con buen olor, como le gustaba.

    Volvió a recostarse en la cama. Se sentía exhausto, comenzando a cerrar sus párpados, dispuesto a descansar.
    No sabía en qué momento había recaído, pero su cuerpo se sentía en el espacio. Sus ojos rojos, causa de la hierba que había empezado a consumir disociaban de la realidad. Su estómago estaba revuelto, apretaba, sentía un encerrón dentro de él que lo consumía lentamente. Era esa sensación de nuevo. Corrió hacia el baño como pudo, cayendo dos o tres veces hasta quedar cerca del váter. Acercó la cabeza hacia el cubículo; sus dedos se adentraron a su boca, yendo a su garganta para provocar las arcadas. Vomitó, vomitó todo lo que había comido en ese día. Estuvo un buen rato en aquella posición, cerrando los ojos, cansado, perdido. Cuando el vómito se acabó, se encargó de ordenar todo, dejándolo limpio y con buen olor, como le gustaba. Volvió a recostarse en la cama. Se sentía exhausto, comenzando a cerrar sus párpados, dispuesto a descansar.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Me sentí ansioso mientras el autobús se zarandeaba por la carretera con cráteres hasta en las curvas. Yo iba del lado derecho, por donde el sol no pegaba, igual, el vehículo iba solo, tan solo que a duras penas dos o tres almas a parte de la mía y la del chofer viajaban a dios sabe donde. La gente de estos lados no parecía ser muy habladora o agradable, cualquiera te miraba con coraje o con cara de tonto, como si el que oliera mal fuera uno, para colmo, el chofer ni música traía en la radio y no parecía querer poner algo pronto. Fuera de eso, la tarde era agradable, un poco calurosa, suficiente al menos como para estar loco, o enfermo, si llevases encima una chaqueta. Al menos, a mi, me parecía que el cielo, cuál lienzo al oleo, teñía con hermosos colores ocres, pero vibrantes, un atardecer más de otoño, uno más de esos hermosos que parecían provenir de películas.

    —Parece que he llegado.

    Afirmé para mi mismo, mirando para el fondo un pueblo chico, de esos pequeños que pasaban desapercibidos, justo como me habían comentado que se iba a ver. Ignorando por completo a la gente que viajaba en el bus conmigo. Dentro de mi cabeza, me parecía mucho, mucho más solitario el lugar de lo que pensaba. Había viajado desde mi pueblo a este, porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Lucas Páramo. En su momento, mi madre me lo dijo. Yo, como buen hijo, le prometí antes que muriera, que vendría a verlo. Recordaba claramente esos momentos, sus últimos suspiros, cuando le aprete las manos porqué las palabras ya no me salían. Nunca estuve ansioso por verlo otra vez, pero mi madre estaba por morirse y yo me mantuve en un plan de prometerlo todo.

    —Madre, voy a ver a mi padre

    Afirmé para mi ya difunta mamá. Me paré, acercándome al hombre que conducía el autobús y, con toda la inocencia del mundo, le pregunté si faltaba mucho para Comala. No hubo una contestación inmediata, de hecho, el chofer medito su respuesta mientras miraba hacia el camino. Tras algunos segundos, este finalmente atino a decir unas palabras.

    "Muchacho, bájate por aquí y agarra el que gira en esta curva, unos ya no vamos pa' allá porqué esa tierra esta muerta"

    Simplemente dije "gracias" para luego, en la plena parada del transporte, bajarme, recogiendo mis cosas, no mucho, una mochila y una caja de cecina para el desobligado, luego, caminé, porqué el otro bus no más no pasaba. Yo nunca había sido un hombre demasiado apegado a lo material, tal vez porqué vine sin nada y me iría sin nada, igual y con unos pesos que el señor Lucas se dignara a dejarme por ahí. De cualquier modo, me puse a caminar hasta llegar al centro, perdido, pero ansioso por cumplir con lo prometido. Me había topado con varías personas de mirada turbia, perdida. Y yo, siendo un hombre de esos curtidos y fríos ante los ojos de perro rabioso, sentí por primera vez en años, un escalofrió cuando un hombre en su 30 o 40 años me miró desde una ventana, la de una casa de apariencia antigua. Mi atención se disperso de este cuando, en algún momento, alguien a un costado mío me llamo por un nombre que nunca me había pertenecido.

    "Abundio, Abundio..."

    ...
    Me sentí ansioso mientras el autobús se zarandeaba por la carretera con cráteres hasta en las curvas. Yo iba del lado derecho, por donde el sol no pegaba, igual, el vehículo iba solo, tan solo que a duras penas dos o tres almas a parte de la mía y la del chofer viajaban a dios sabe donde. La gente de estos lados no parecía ser muy habladora o agradable, cualquiera te miraba con coraje o con cara de tonto, como si el que oliera mal fuera uno, para colmo, el chofer ni música traía en la radio y no parecía querer poner algo pronto. Fuera de eso, la tarde era agradable, un poco calurosa, suficiente al menos como para estar loco, o enfermo, si llevases encima una chaqueta. Al menos, a mi, me parecía que el cielo, cuál lienzo al oleo, teñía con hermosos colores ocres, pero vibrantes, un atardecer más de otoño, uno más de esos hermosos que parecían provenir de películas. —Parece que he llegado. Afirmé para mi mismo, mirando para el fondo un pueblo chico, de esos pequeños que pasaban desapercibidos, justo como me habían comentado que se iba a ver. Ignorando por completo a la gente que viajaba en el bus conmigo. Dentro de mi cabeza, me parecía mucho, mucho más solitario el lugar de lo que pensaba. Había viajado desde mi pueblo a este, porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Lucas Páramo. En su momento, mi madre me lo dijo. Yo, como buen hijo, le prometí antes que muriera, que vendría a verlo. Recordaba claramente esos momentos, sus últimos suspiros, cuando le aprete las manos porqué las palabras ya no me salían. Nunca estuve ansioso por verlo otra vez, pero mi madre estaba por morirse y yo me mantuve en un plan de prometerlo todo. —Madre, voy a ver a mi padre Afirmé para mi ya difunta mamá. Me paré, acercándome al hombre que conducía el autobús y, con toda la inocencia del mundo, le pregunté si faltaba mucho para Comala. No hubo una contestación inmediata, de hecho, el chofer medito su respuesta mientras miraba hacia el camino. Tras algunos segundos, este finalmente atino a decir unas palabras. "Muchacho, bájate por aquí y agarra el que gira en esta curva, unos ya no vamos pa' allá porqué esa tierra esta muerta" Simplemente dije "gracias" para luego, en la plena parada del transporte, bajarme, recogiendo mis cosas, no mucho, una mochila y una caja de cecina para el desobligado, luego, caminé, porqué el otro bus no más no pasaba. Yo nunca había sido un hombre demasiado apegado a lo material, tal vez porqué vine sin nada y me iría sin nada, igual y con unos pesos que el señor Lucas se dignara a dejarme por ahí. De cualquier modo, me puse a caminar hasta llegar al centro, perdido, pero ansioso por cumplir con lo prometido. Me había topado con varías personas de mirada turbia, perdida. Y yo, siendo un hombre de esos curtidos y fríos ante los ojos de perro rabioso, sentí por primera vez en años, un escalofrió cuando un hombre en su 30 o 40 años me miró desde una ventana, la de una casa de apariencia antigua. Mi atención se disperso de este cuando, en algún momento, alguien a un costado mío me llamo por un nombre que nunca me había pertenecido. "Abundio, Abundio..." ...
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    //Con los que he tenido alguna interacción o rol, les menciono que estaré ausente hasta finales de noviembre entonces si no hay respuestas de parte mía o alguna acción es por eso. Gracias por su comprensión y espero vernos pronto. Se arropan porque es época de frío
    //Con los que he tenido alguna interacción o rol, les menciono que estaré ausente hasta finales de noviembre entonces si no hay respuestas de parte mía o alguna acción es por eso. Gracias por su comprensión y espero vernos pronto. Se arropan porque es época de frío :STK-62:
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  • El bosque del rey hada

    - era un día bastante tranquilo, en el bosque el rey Harlequin estaba tomado una pequeña siesta en el gran árbol , ya que estaba muy como costado a arriba de chastifol mientras dormía un poco más . -
    El bosque del rey hada - era un día bastante tranquilo, en el bosque el rey Harlequin estaba tomado una pequeña siesta en el gran árbol , ya que estaba muy como costado a arriba de chastifol mientras dormía un poco más . -
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  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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  • ¿Quién me está hablando?... Creo que es idea mía e imagine que alguién me hablaba.
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  • ¿Es cosa mía o todo está muy tranquilo? No voy a irme a otra dimensión más interesante por que no pienso abandonar a cierto cuervito. Pero tío… Este sitio está más muerto que mis ganas de volver al cielo…
    ¿Es cosa mía o todo está muy tranquilo? No voy a irme a otra dimensión más interesante por que no pienso abandonar a cierto cuervito. Pero tío… Este sitio está más muerto que mis ganas de volver al cielo…
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