• - Es un tanto irónica la vida, días soleados y días de lluvia, lágrimas algunas y sonrisas pocas o ninguna, detalles sin días, de algunos la tristeza de amar sin conocer felicidad, como es de unos el estar con nosotros en presencia y carne pero no en el amor, así mismo llevamos el silencio de una intensa pasión que no volveremos a ver pero en el alma quedará por siempre grabada, a resumidas cuentas no merezco nada, yo.. más que un ladrón soy un pirata que tiene recuerdos por tesoros y amantes por prisioneras en un baúl secreto que lleva por nombre el corazón de acero .
    - Es un tanto irónica la vida, días soleados y días de lluvia, lágrimas algunas y sonrisas pocas o ninguna, detalles sin días, de algunos la tristeza de amar sin conocer felicidad, como es de unos el estar con nosotros en presencia y carne pero no en el amor, así mismo llevamos el silencio de una intensa pasión que no volveremos a ver pero en el alma quedará por siempre grabada, a resumidas cuentas no merezco nada, yo.. más que un ladrón soy un pirata que tiene recuerdos por tesoros y amantes por prisioneras en un baúl secreto que lleva por nombre el corazón de acero .
    0 turnos 0 maullidos
  • No sé qué día es.
    O, mejor dicho… no me importa.

    El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar.

    Tecleo sin pensar.

    Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho.

    Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”.

    La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista.

    Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos.

    Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más.

    Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también.

    Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente.

    Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro.

    Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo.
    Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato.

    —Samot —digo—.
    Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía.

    Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo:
    hay momentos que parecen sueños.
    Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
    No sé qué día es. O, mejor dicho… no me importa. El reloj de la pared parece atrasado, aunque juro que hace diez minutos marcaba lo mismo. Afuera, la lluvia arrastra las luces como si alguien estuviera llorando pintura. Aquí dentro, el café huele a humo viejo, a conversaciones que no llegaron a nada y a panes que no saben a hogar. Tecleo sin pensar. Las palabras se cuelan entre los dedos, pero no me escuchan. Estoy escribiendo una historia que no quiero contar. Una de esas que se escriben solas, aunque preferirías que se quedaran encerradas en el fondo del pecho. Un pitido de la cafetera. Otra taza servida. Otro corazón que no se atreve a decir “buenos días”. La silla frente a mí se mueve. No levanto la vista. El lugar está lleno, normal que alguien tenga que compartir mesa con un vagabundo disfrazado de periodista. Gabardina, ojeras y una cara que ni yo reconozco en los espejos. Me da igual. Supongo que también les da igual a ellos. Al principio, nos ignoramos. Una costumbre vieja: fingir que el otro no existe para no romper el velo del silencio. Pero hay algo en la forma en que se sienta… tranquila, segura, pero con esa tensión mínima que sólo se nota cuando ya estás acostumbrado a mirar de más. Cruzo la mirada con… ¿ella? ¿él? No importa. Hay ojos. Y están cansados también. Suspiro. Largo, lento. No es de fastidio, sino de rendición. Como cuando decides que hoy no vas a correr detrás del tiempo. Que vas a dejarte llevar por la corriente. Apago el portátil. Lo cierro con un clic suave, como si no quisiera despertar a las palabras atrapadas dentro. Le dedico una media sonrisa. La mía: torcida, discreta y con gusto a nicotina que ya no fumo. Extiendo la mano por encima de la mesa, con los dedos manchados de tinta invisible y café barato. —Samot —digo—. Sin apellido si no hace falta. Aunque si pregunta, se lo doy. Soy periodista, no espía. Y mientras estrecho su mano, me doy cuenta de algo: hay momentos que parecen sueños. Y otros que parecen recuerdos… de cosas que aún no han pasado.
    Me gusta
    4
    1 turno 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    - Mhm… Estos jóvenes de hoy en día, ¿a quién se le ocurre salir con esta lluvia?
    - Mhm… Estos jóvenes de hoy en día, ¿a quién se le ocurre salir con esta lluvia?
    Me encocora
    Me gusta
    Me enjaja
    4
    0 comentarios 0 compartidos
  • - Al menos alguien lo pasa bien bajo la lluvia.
    - Al menos alguien lo pasa bien bajo la lluvia.
    Me gusta
    Me encocora
    Me enjaja
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • - Que pulso... para cuando me animo a salir.

    Suspira bajo la máscara, con una intensa lluvia sobre la planicie, amenazando con una tormenta eléctrica en el horizonte.
    - Que pulso... para cuando me animo a salir. Suspira bajo la máscara, con una intensa lluvia sobre la planicie, amenazando con una tormenta eléctrica en el horizonte.
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    || Perdónenme la vida, a Telmex viene arregla el cagadero y luego las lluvias vuelven a desconectar el cable, los desgraciado de todo esto… es que se tardan días en venir.. y que no me puedo cambiar de compañía porque no llega otra, hasta aquí mi reporte
    || Perdónenme la vida, a Telmex viene arregla el cagadero y luego las lluvias vuelven a desconectar el cable, los desgraciado de todo esto… es que se tardan días en venir.. y que no me puedo cambiar de compañía porque no llega otra, hasta aquí mi reporte
    Me shockea
    Me entristece
    2
    1 comentario 0 compartidos
  • Hum...puto dia mas mierda,me moje por la lluvia,en fin que tal va todo por aca pecadores?
    Hum...puto dia mas mierda,me moje por la lluvia,en fin que tal va todo por aca pecadores?
    Me enjaja
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • - ¿Sucede algo? ¿Qué pasa con esa expresión en tu cara? Solo me estoy cambiando porque estaba lloviendo mientras trabajaba..

    ¿Quieres algo a caso o me ibas a decir algo importante?

    - pregunto la pelimorada estando tranquila en estar con esa.. ropa peculiar mientras mantenia una calma que parecia mas bien costumbre por aquella situación. Su proposito solo era cambiarse porque le llego la lluvia antes de lo prevenido mientras estaba cargando unos barriles -
    - ¿Sucede algo? ¿Qué pasa con esa expresión en tu cara? Solo me estoy cambiando porque estaba lloviendo mientras trabajaba.. ¿Quieres algo a caso o me ibas a decir algo importante? - pregunto la pelimorada estando tranquila en estar con esa.. ropa peculiar mientras mantenia una calma que parecia mas bien costumbre por aquella situación. Su proposito solo era cambiarse porque le llego la lluvia antes de lo prevenido mientras estaba cargando unos barriles -
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    7
    17 turnos 0 maullidos
  • 🏮 El legado de Baoshan Sanren
    Fandom OC
    Categoría Original
    La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar.

    Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno.

    «¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada.

    Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad.

    Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida:

    —Así que tú eres… Xiao Xingchen.

    El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones.

    Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien.

    —Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué.

    El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad.

    —Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré.

    Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen.

    —Puedes entenderme bien?

    su tono era bajo, paciente

    — No estás solo.
    La noche en Seúl estaba particularmente silenciosa, interrumpida solo por el suave repiqueteo de la lluvia contra los ventanales del estudio privado de la firma de moda de Yunseok "MIRROR". Frente a él, el espejo ancestral que había heredado de su madre brillaba débilmente, como si algo desde el otro lado quisiera cruzar. Había sentido esa energía antes: antigua, pura… y familiar de una manera inexplicable. Cerró los ojos, respiró profundo y colocó su mano contra el cristal. El reflejo cambió, mostrándole una montaña envuelta en niebla, y una figura solitaria avanzando con paso inseguro. Su corazón se aceleró: reconoció la firma espiritual de Baoshan Sanren, un nombre que solo conocía de los textos más ocultos de su linaje paterno. «¿Qué me estás pidiendo, ancestro…?» murmuró para sí mismo, mientras los símbolos grabados alrededor del marco comenzaban a arder con luz plateada. Un destello lo cegó por un segundo. Cuando volvió a enfocar la vista, allí estaba él: un joven de túnica blanca, vendado de los ojos, de pie en medio de su estudio, con una calma aparente que ocultaba cierta fragilidad. Yunseok dio un paso hacia él, en silencio, cuidando de no sobresaltarlo. Su voz fue grave, cálida: —Así que tú eres… Xiao Xingchen. El nombre salió de sus labios con naturalidad, como si siempre lo hubiera sabido. No necesitaba confirmación: aquella presencia emanaba la misma esencia pura que había sentido en sus meditaciones. Con pasos suaves, Yunseok se acercó y tomó con delicadeza su brazo, guiándolo con cuidado hasta que pudiera orientarlo en el espacio. Sobre sus hombros colocó una manta, asegurándose de acomodarla bien. —Estás a salvo ahora. Baoshan Sanren te envió aquí y deberemos averiguar porqué. El sonido de la lluvia contra los ventanales llenaba el silencio, casi solemne. Yunseok sostuvo su mano con firmeza para transmitirle seguridad. —Estoy frente a ti, Xiao. Si me permites, te guiaré. Su mirada lo recorrió con intriga: aquel hombre ciego había cruzado siglos para llegar a él. Había algo casi irreal en esa imagen. —Puedes entenderme bien? su tono era bajo, paciente — No estás solo.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    30
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    1
    5 turnos 0 maullidos
  • El caballero y la sacerdotisa
    Fandom OC
    Categoría Fantasía
    --Toda su vida había vivido para el servicio de los dioses. Desde que nació, una ceguera inexplicable le negó el amor de una madre, el cobijo de una familia, pues creían que era una maldición.

    Fue abandonada a los pies de un inmenso árbol, con los ojos vendados y colgando de su manita, una pequeña piedra blanca de río envuelta con una correa de cuero, con Ansuz grabada en ella.

    Creció de un lugar a otro, hasta que finalmente encontró un hogar definitivo en un Hof abandonado que ella misma acondicionó, atrayendo poco a poco a algunos miembros de las aldeas cercanas que buscaban el consejo de los Dioses.

    Finalmente, con el paso de los años, Astrid se volvió popular entre las comunidades cercanas, hasta que un día, fue llevada -Casi a la fuerza- a las costas para abordar uno de los barcos exploradores hasta que llegó a Britania.

    Astrid no se opuso, pues noches antes, segura estaba, de haber escuchado al mismo padre Odín dirigirle algunas palabras, prometiéndole siempre guiarla en su misión.

    Escuchó al cuervo que desde entonces no la abandonaba y que en sus momentos de mayor necesidad, estaba siempre presente, y aunque Astrid fuese incapaz de ver, podía percibir, que todo lo que le estaba sucediendo, tenía un propósito.

    Una vez hubo llegado a Britania, le fue construida una pequeña choza donde Astrid se dedicaba a predicar la palabra de Odín a los niños y mujeres que eran llevadas como botín tras algunos saqueos e “incursiones” a los llamados fuertes de piedra.

    Pero… una tarde todo cambió. Cuando la lluvia de la tarde comenzó a caer, fuerte, agitando los techos de paja y madera hasta que de pronto, el calor y el olor a quemado llenaron el ambiente.

    Las mujeres gritando por ayuda y el grito de guerra de algunos hombres se mezclaron con el fuerte ruido de la tormenta cayendo sobre ellos, perturbaron a Astrid que en un intento por ayudar, salió del Hof para correr alrededor.

    Un fuerte agarre la tomó del brazo y la arrastró fuera del campo de batalla —¡Quédate aquí! —Le gritó un hombre, a quien no pudo identificar. Astrid, incapaz de reconocer el terreno, caminó a tientas entre los arbustos y los árboles, cayendo en cuenta que se había adentrado en el bosque. Los gritos y el sonar de las espadas al estrellarse unas con otras se fue apagando, hasta que finalmente tuvo que aceptar que se había perdido en un país y un lugar totalmente desconocido para ella.-
    --Toda su vida había vivido para el servicio de los dioses. Desde que nació, una ceguera inexplicable le negó el amor de una madre, el cobijo de una familia, pues creían que era una maldición. Fue abandonada a los pies de un inmenso árbol, con los ojos vendados y colgando de su manita, una pequeña piedra blanca de río envuelta con una correa de cuero, con Ansuz grabada en ella. Creció de un lugar a otro, hasta que finalmente encontró un hogar definitivo en un Hof abandonado que ella misma acondicionó, atrayendo poco a poco a algunos miembros de las aldeas cercanas que buscaban el consejo de los Dioses. Finalmente, con el paso de los años, Astrid se volvió popular entre las comunidades cercanas, hasta que un día, fue llevada -Casi a la fuerza- a las costas para abordar uno de los barcos exploradores hasta que llegó a Britania. Astrid no se opuso, pues noches antes, segura estaba, de haber escuchado al mismo padre Odín dirigirle algunas palabras, prometiéndole siempre guiarla en su misión. Escuchó al cuervo que desde entonces no la abandonaba y que en sus momentos de mayor necesidad, estaba siempre presente, y aunque Astrid fuese incapaz de ver, podía percibir, que todo lo que le estaba sucediendo, tenía un propósito. Una vez hubo llegado a Britania, le fue construida una pequeña choza donde Astrid se dedicaba a predicar la palabra de Odín a los niños y mujeres que eran llevadas como botín tras algunos saqueos e “incursiones” a los llamados fuertes de piedra. Pero… una tarde todo cambió. Cuando la lluvia de la tarde comenzó a caer, fuerte, agitando los techos de paja y madera hasta que de pronto, el calor y el olor a quemado llenaron el ambiente. Las mujeres gritando por ayuda y el grito de guerra de algunos hombres se mezclaron con el fuerte ruido de la tormenta cayendo sobre ellos, perturbaron a Astrid que en un intento por ayudar, salió del Hof para correr alrededor. Un fuerte agarre la tomó del brazo y la arrastró fuera del campo de batalla —¡Quédate aquí! —Le gritó un hombre, a quien no pudo identificar. Astrid, incapaz de reconocer el terreno, caminó a tientas entre los arbustos y los árboles, cayendo en cuenta que se había adentrado en el bosque. Los gritos y el sonar de las espadas al estrellarse unas con otras se fue apagando, hasta que finalmente tuvo que aceptar que se había perdido en un país y un lugar totalmente desconocido para ella.-
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    4
    27 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados