No estaba preparado para esto. Cuando la vi con los ojos cansados y me comentó lo de las náuseas, mi corazón empezó a martillar como si quisiera salirse del pecho. Tenía que confirmarlo, no podía quedarme quieto, así que bajé por esas malditas pruebas de embarazo… y mientras caminaba sentía que cada paso pesaba una tonelada.
No pensé que sucedería tan pronto. Sí, lo deseaba, lo había imaginado en algún rincón de mi mente, pero ahora que estaba frente a mí me invadió el miedo incluso enfado ¿Sería capaz? ¿Estaría listo? Ella hablaba de alternativas y sentí rabia, no iba a abandonar a ningún hijo. Ese cachorro era mío, nuestro, y aunque temblara por dentro, sabía que lo aceptaría.
Cuando vi esas dos rayas, me quedé helado. Todo lo que creía controlado se vino abajo en segundos. Iba a ser padre. Después de tanto tiempo, después de creer que era imposible… al fin la vida me daba eso. El miedo se convirtió en un nudo de emoción, y al mirarla entendí que no estaba solo en esto.
La besé con la fuerza de todo lo que sentía y las palabras me salieron solas: “Enhorabuena, mamá”. Y entonces lo supe: no quería solo compartir un hijo con ella, quería compartir mi vida entera.
Me arrodillé frente a ella, con el corazón golpeando como nunca, saqué la caja de mi bolsillo. Llevaba ese anillo conmigo, esperando un momento perfecto, un paisaje de ensueño, palabras ensayadas… pero la perfección era esta: la verdad desnuda, nuestras lágrimas, el vértigo de lo inesperado, apenas pude hablar.
—¿Quieres casarte conmigo?
No fue la declaración romántica que había planeado, pero sí fue la más sincera de mi vida. Cuando me dijo que sí, el alivio me golpeó como una ola. No solo iba a ser padre, también sería su esposo. Y por primera vez en mucho tiempo, supe que tenía un hogar.
Isla Rowan No estaba preparado para esto. Cuando la vi con los ojos cansados y me comentó lo de las náuseas, mi corazón empezó a martillar como si quisiera salirse del pecho. Tenía que confirmarlo, no podía quedarme quieto, así que bajé por esas malditas pruebas de embarazo… y mientras caminaba sentía que cada paso pesaba una tonelada.
No pensé que sucedería tan pronto. Sí, lo deseaba, lo había imaginado en algún rincón de mi mente, pero ahora que estaba frente a mí me invadió el miedo incluso enfado ¿Sería capaz? ¿Estaría listo? Ella hablaba de alternativas y sentí rabia, no iba a abandonar a ningún hijo. Ese cachorro era mío, nuestro, y aunque temblara por dentro, sabía que lo aceptaría.
Cuando vi esas dos rayas, me quedé helado. Todo lo que creía controlado se vino abajo en segundos. Iba a ser padre. Después de tanto tiempo, después de creer que era imposible… al fin la vida me daba eso. El miedo se convirtió en un nudo de emoción, y al mirarla entendí que no estaba solo en esto.
La besé con la fuerza de todo lo que sentía y las palabras me salieron solas: “Enhorabuena, mamá”. Y entonces lo supe: no quería solo compartir un hijo con ella, quería compartir mi vida entera.
Me arrodillé frente a ella, con el corazón golpeando como nunca, saqué la caja de mi bolsillo. Llevaba ese anillo conmigo, esperando un momento perfecto, un paisaje de ensueño, palabras ensayadas… pero la perfección era esta: la verdad desnuda, nuestras lágrimas, el vértigo de lo inesperado, apenas pude hablar.
—¿Quieres casarte conmigo?
No fue la declaración romántica que había planeado, pero sí fue la más sincera de mi vida. Cuando me dijo que sí, el alivio me golpeó como una ola. No solo iba a ser padre, también sería su esposo. Y por primera vez en mucho tiempo, supe que tenía un hogar.
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