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    Freya Gulbrandsen es una imponente kitsune, nacida de la unión entre un demonio y un dios. Su belleza etérea y elegancia ocultan una fuerza implacable y una frialdad calculada. Directa y letal, vive entre dos mundos sin pertenecer a ninguno.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ Annie



    ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.


    Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!


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    ꒰ ❛Los humanos son unos seres fascinantes, por eso me gustan tanto. A pesar de sus cortas vidas, brillan tanto como el sol del mediodía mientras están en este mundo. Hay algunos cuya luz nunca se apaga, ni siquiera tras un largo tiempo. Esas son las vidas dignas de relatar en los libros..❜ ꒱‎

    -La kitsune esboza una sonrisa en sus labios, pasando con delicadeza las páginas de aquel diario que había llegado a sus manos. El suave roce de sus dedos sobre el papel amarillento despertaba en ella una curiosidad insaciable. Cada palabra escrita parecía susurrar secretos de un pasado olvidado, historias de amor y desamor, de aventuras y desventuras, que habían quedado atrapadas entre las hojas de aquel cuaderno.-
    ꒰ ❛Los humanos son unos seres fascinantes, por eso me gustan tanto. A pesar de sus cortas vidas, brillan tanto como el sol del mediodía mientras están en este mundo. Hay algunos cuya luz nunca se apaga, ni siquiera tras un largo tiempo. Esas son las vidas dignas de relatar en los libros..❜ ꒱‎ -La kitsune esboza una sonrisa en sus labios, pasando con delicadeza las páginas de aquel diario que había llegado a sus manos. El suave roce de sus dedos sobre el papel amarillento despertaba en ella una curiosidad insaciable. Cada palabra escrita parecía susurrar secretos de un pasado olvidado, historias de amor y desamor, de aventuras y desventuras, que habían quedado atrapadas entre las hojas de aquel cuaderno.-
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  • ───────────八月盆───────────


    "La tarde comenzaba a ceder su trono al crepúsculo, y el oeste se incendiaba en tonos ámbar y bermellón ante sus finas pupilas. A lo largo del río, las primeras linternas flotantes hacían su aparición, comenzando su descenso ritual, deslizándose poco a poco como luciérnagas cansadas sobre el agua, cada una cargada de plegarias, nombres que con el tiempo quedarán en el olvido y las clásicas promesas para el futuro que vendrá.
    El aire del O-Bon (お盆) siempre era denso, saturado por aquel característico aroma semi-dulzón del incienso, las notas secas del sándalo y claro, esa intensa sensación de nostalgia imposible de soportar que se cuela entre los pliegues del alma en cada festejo.

    Aun así, paradójicamente el santuario entero palpitaba con vida en cada dirección. Familias enteras se reunían en sus yukatas coloridos de algodón fino, los niños correteaban entre la multitud disfrazados con máscaras de Tengu y Kitsune artesanales, los puestos de comida chisporroteaban entre las incesantes risas y el sonido de los alimentos cociéndose, mientras que los enormes tambores Taiko marcaban con entusiasmo el ritmo lento de lo que parecía ser un corazón colectivo.
    El mundo de los vivos se esforzaba por parecer alegre, como si la oscuridad no estuviera acechando desde cada rincón.

    Y como cada año, Reiko estaba allí.

    No le hacía falta anunciarse, después de todo estaba en “su hogar”.
    A su paso, las multitudes parecían abrirse con una reverencia involuntaria, como si sus cuerpos recordaran algo que sus mentes habían olvidado. Vestía un kimono tradicional de tonos rojos profundos y dorados apagados, con patrones antiguos de crisantemos marchitos y dragones que parecían danzar por voluntad propia bajo la luz temblorosa de las linternas. Su cabello, recogido en un elaborado moño ceremonial, estaba adornado con peinetas de hueso pulido y cintas rojas que sujetaban flores, entre ellas, colgaban adornos metálicos que tintineaban con un sonido hueco, como pequeñas campanas de templo llamando a los difuntos.
    Sus ojos cortaban la penumbra como dagas envainadas en miel. Su mirada pasaba por encima del borde de su abanico que con delicada gracia femenina ocultaba su rostro, no buscaba; elegía.

    Nadie osaba interponerse en su camino, ni siquiera “los suyos” y aunque su intensión era pasar "desapercibida" algunos residentes, como ya era usual, empezaban a murmurar sobre su posible procedencia, unos afirmaban que era una sacerdotisa enviada de algún santuario cercano. Otros rumoraban que se trataba de una poderosa médium errante, incluso llegaron a bautizarla como “la dama que no envejece".


    Para los vivos, el O-bon es una celebración de memoria, un acto de amor, un llamado a los espíritus ancestrales. Pero para Reiko, era otra cosa. Una oportunidad.

    Porque donde los humanos recuerdan… ella recoge.

    Es durante estas noches de Agosto, cuando los inocentes claman por señales de sus antepasados y seres amados, donde ella ofrece las más tiernas y convincentes mentiras. Envolviendo a los dolientes en un dulce y cálido consuelo que finalmente los deja más vacíos que antes.

    Y así, cada verano, mientras el mundo honra a sus muertos…

    Ella se alimenta de ellos."


    ──────────────────────────
    #Minirol♥.
    ───────────八月盆─────────── "La tarde comenzaba a ceder su trono al crepúsculo, y el oeste se incendiaba en tonos ámbar y bermellón ante sus finas pupilas. A lo largo del río, las primeras linternas flotantes hacían su aparición, comenzando su descenso ritual, deslizándose poco a poco como luciérnagas cansadas sobre el agua, cada una cargada de plegarias, nombres que con el tiempo quedarán en el olvido y las clásicas promesas para el futuro que vendrá. El aire del O-Bon (お盆) siempre era denso, saturado por aquel característico aroma semi-dulzón del incienso, las notas secas del sándalo y claro, esa intensa sensación de nostalgia imposible de soportar que se cuela entre los pliegues del alma en cada festejo. Aun así, paradójicamente el santuario entero palpitaba con vida en cada dirección. Familias enteras se reunían en sus yukatas coloridos de algodón fino, los niños correteaban entre la multitud disfrazados con máscaras de Tengu y Kitsune artesanales, los puestos de comida chisporroteaban entre las incesantes risas y el sonido de los alimentos cociéndose, mientras que los enormes tambores Taiko marcaban con entusiasmo el ritmo lento de lo que parecía ser un corazón colectivo. El mundo de los vivos se esforzaba por parecer alegre, como si la oscuridad no estuviera acechando desde cada rincón. Y como cada año, Reiko estaba allí. No le hacía falta anunciarse, después de todo estaba en “su hogar”. A su paso, las multitudes parecían abrirse con una reverencia involuntaria, como si sus cuerpos recordaran algo que sus mentes habían olvidado. Vestía un kimono tradicional de tonos rojos profundos y dorados apagados, con patrones antiguos de crisantemos marchitos y dragones que parecían danzar por voluntad propia bajo la luz temblorosa de las linternas. Su cabello, recogido en un elaborado moño ceremonial, estaba adornado con peinetas de hueso pulido y cintas rojas que sujetaban flores, entre ellas, colgaban adornos metálicos que tintineaban con un sonido hueco, como pequeñas campanas de templo llamando a los difuntos. Sus ojos cortaban la penumbra como dagas envainadas en miel. Su mirada pasaba por encima del borde de su abanico que con delicada gracia femenina ocultaba su rostro, no buscaba; elegía. Nadie osaba interponerse en su camino, ni siquiera “los suyos” y aunque su intensión era pasar "desapercibida" algunos residentes, como ya era usual, empezaban a murmurar sobre su posible procedencia, unos afirmaban que era una sacerdotisa enviada de algún santuario cercano. Otros rumoraban que se trataba de una poderosa médium errante, incluso llegaron a bautizarla como “la dama que no envejece". Para los vivos, el O-bon es una celebración de memoria, un acto de amor, un llamado a los espíritus ancestrales. Pero para Reiko, era otra cosa. Una oportunidad. Porque donde los humanos recuerdan… ella recoge. Es durante estas noches de Agosto, cuando los inocentes claman por señales de sus antepasados y seres amados, donde ella ofrece las más tiernas y convincentes mentiras. Envolviendo a los dolientes en un dulce y cálido consuelo que finalmente los deja más vacíos que antes. Y así, cada verano, mientras el mundo honra a sus muertos… Ella se alimenta de ellos." ────────────────────────── #Minirol♥.
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    -¿Cuándo entenderéis que la kitsune lo ve todo, todito? (?) ¡Ataque pokemon!
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  • - "Ella era tan; Kitsune sacerdotisa y yo tan; Dame mi hamburguesa"
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  • - "Hola señorita Ex-Mia KItsune san o lo que sea"

    Se esta tratando de hacer el interesante, trata de mantener un aura de misterio a pesar de estar hablando con la persona que mejor lo conoce actualmente

    - "Tanto tiempo, usted tan zorra y yo tan proxeneta" (?)

    🌸Yae Miko🌸
    - "Hola señorita Ex-Mia KItsune san o lo que sea" Se esta tratando de hacer el interesante, trata de mantener un aura de misterio a pesar de estar hablando con la persona que mejor lo conoce actualmente - "Tanto tiempo, usted tan zorra y yo tan proxeneta" (?) [ripple_lime_bison_158]
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  • *Aunque en los ultimos dias el frio era mas intenso que de costumbre, eso no impidió a Kaori realizar sus deberes como Kunoichi, patrullando las calles en busca de actividad, ella sentia que el duro entrenamiento en el templo le ayudaria a no caer ante el frio, ya que estaba acostumbrada a climas extremos, y estaba en lo correcto, ya que esa noche el frio no le afectó*

    *Lo que no contaba ella era que los dias siguientes si le harían efecto, Kaori se habria enfermado, ahora se encontraba dentro de su casa en su forma de Kitsune desatada, utilizando sus colas para manterse en calor*

    Quien me manda a mi a patrullar... a... achuu~
    *Aunque en los ultimos dias el frio era mas intenso que de costumbre, eso no impidió a Kaori realizar sus deberes como Kunoichi, patrullando las calles en busca de actividad, ella sentia que el duro entrenamiento en el templo le ayudaria a no caer ante el frio, ya que estaba acostumbrada a climas extremos, y estaba en lo correcto, ya que esa noche el frio no le afectó* *Lo que no contaba ella era que los dias siguientes si le harían efecto, Kaori se habria enfermado, ahora se encontraba dentro de su casa en su forma de Kitsune desatada, utilizando sus colas para manterse en calor* Quien me manda a mi a patrullar... a... achuu~
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  • Recuerdos de un Zorro.

    Kuragari: la oscuridad creciente (parte 2)


    "Cada día mi cuerpo era profanado, como un objeto sin valor, usado y desechado por manos que nunca aprendieron a amar. Como si no tuviese valor, como si este no me perteneciera."

    Kuragari; un ser que había nacido desde el sufrimiento del Kitsune Kazuo. Este había tomado su propia forma, su propia conciencia. Un ser que, por mucho que el zorro no lo deseara, seguiría sujeto a él por siempre.

    Acabar con él no era una opción. De hacerlo, el alma de Kazuo estaría incompleta, convirtiéndolo en un ser roto, condenado a vagar por el mundo sintiéndose un tarro a medio llenar.

    Kuragari estaba, poco a poco, mermando la voluntad de Kazuo. Quedándose cada noche con un poquito más de su alma. Haciéndola suya de las formas más depravadas posibles.

    Aquella noche, como muchas otras, Kuragari apareció detrás de la espalda de Kazuo. Este se había acomodado en el futón donde el zorro intentaba conciliar el sueño. Sus manos, aparentemente normales a la vista, pero con la sensación de estar tocando hueso, rodeaban el torso de Kazuo acariciando su pecho con la yema de los dedos.

    Kazuo había perdido prácticamente la voluntad de su propio cuerpo. Ni siquiera se movió; no tenía fuerza física ni mental. Kuragari se había apoderado de la voluntad de su alma.

    Este le susurraba al oído, ofreciéndole promesas de amor, de seguridad y bienestar. Unas promesas vacías y, aun así, Kazuo creyó creerlas.

    Kuragari comenzó a bajar sus manos por el pecho y el torso de Kazuo, mientras seguía prometiéndole promesas vacías de una paz que jamás llegaría. Aquella noche Kazuo no tenía fuerzas para seguir luchando, su cuerpo se había negado a moverse ante el profanamiento al que iba a ser sometido.

    Aquellas manos, limpias en apariencia pero sucias en intención, bajaron hasta su vientre y, de allí sin mostrar piedad, siguieron bajando hasta su virilidad. Kuragari rodeó la extensión de esta con sus frías manos, apropiándose de aquello que reclamaba como suyo.

    En aquel punto el cuerpo de Kazuo le pertenecía más a Kuragari que a él mismo. Su cuerpo no respondía a su propia voluntad.

    "Relájate… Pronto estarás bien" —ronroneaba el demonio al oído del zorro.

    Kazuo estuvo dispuesto a protestar, pero cuando abrió la boca para hablar esta no emitió sonido alguno. Un nudo constreñía su garganta, apenas dejándole pasar el aire necesario para poder seguir respirando. La sonrisa maliciosa de Kuragari se ensanchó.

    Kazuo se sentía sucio. Aquella asquerosa criatura se estaba apoderando sin pudor de su fuerte cuerpo y su débil alma. Estaba siendo usado como algo sin valor, aunque las palabras de Kuragari dijesen lo contrario.

    La lengua bífida de Kuragari se paseaba por el cuello de Kazuo, de forma lenta y letal. Sumiéndolo en un estado de letargo, como si su cuerpo languideciera con cada toque. Jamás había enfermado y, sin embargo, de poder describir la sensación sería justo aquella.

    Kuragari, con movimientos lentos, manejaba el cuerpo de Kazuo a voluntad. En cierto momento de aquella larga noche, Kazuo se encontraba boca abajo, sometido ante un embiste sin piedad. Su mirada estaba clavada en algún lugar sin definir, mientras su cuerpo chocaba contra el futón una y otra vez. En otro punto de la madrugada fue consciente, por breves instantes, de estar boca arriba. Kuragari lo cabalgaba como quien lo hace sobre un corcel desbocado; con su cabeza echada hacia atrás y sus frías manos sobre el pecho de Kazuo.

    Así era cada noche… Él mismo estaba siendo víctima y verdugo. Siendo abusado por algo que había dejado que creciera dentro de él. Pensó que se convertiría en una vía de escape, pero se había convertido en una tortuosa pesadilla.

    Entonces Kazuo despertó de pronto, incorporándose sobre sí mismo, con una mano sobre el pecho, en un intento de calmar la hiperventilación que cabalgaba sobre este. Sus ojos por unos instantes miraron a todos lados, de forma frenética, buscando una figura que no se encontraba allí.

    Sus ojos se adaptaron a la iluminación. No era aquella casucha en mitad de un bosque, tampoco se encontraba Kuragari allí; habían pasado más de mil años. Se encontraba en su templo, en su dormitorio, en el futón que compartía con su amada Elizabeth.

    Este se llevó las manos a la cabeza mientras su rostro quedaba cabizbajo.
    ¿Por qué estaban volviendo aquellos recuerdos?
    Él no está aquí, no puede volver... ¿no?

    Este miró hacia la ventana, observando la luna, que había comenzado con su primer ciclo. Entonces recordó que en pocas semanas habría un eclipse lunar.

    —¿Podría ser que…? —murmuró de una forma tan baja que apenas podría haberse percibido el sonido saliendo de sus labios.

    Tras unos largos segundos pensativo, Kazuo se volvió a acostar. Este se giró para encontrarse con el rostro de Elizabeth, quien dormía plácidamente. Aquel era su lugar seguro, por lo que no dudó en rodearla con sus brazos y empaparse de aquella sensación.
    Recuerdos de un Zorro. Kuragari: la oscuridad creciente (parte 2) "Cada día mi cuerpo era profanado, como un objeto sin valor, usado y desechado por manos que nunca aprendieron a amar. Como si no tuviese valor, como si este no me perteneciera." Kuragari; un ser que había nacido desde el sufrimiento del Kitsune Kazuo. Este había tomado su propia forma, su propia conciencia. Un ser que, por mucho que el zorro no lo deseara, seguiría sujeto a él por siempre. Acabar con él no era una opción. De hacerlo, el alma de Kazuo estaría incompleta, convirtiéndolo en un ser roto, condenado a vagar por el mundo sintiéndose un tarro a medio llenar. Kuragari estaba, poco a poco, mermando la voluntad de Kazuo. Quedándose cada noche con un poquito más de su alma. Haciéndola suya de las formas más depravadas posibles. Aquella noche, como muchas otras, Kuragari apareció detrás de la espalda de Kazuo. Este se había acomodado en el futón donde el zorro intentaba conciliar el sueño. Sus manos, aparentemente normales a la vista, pero con la sensación de estar tocando hueso, rodeaban el torso de Kazuo acariciando su pecho con la yema de los dedos. Kazuo había perdido prácticamente la voluntad de su propio cuerpo. Ni siquiera se movió; no tenía fuerza física ni mental. Kuragari se había apoderado de la voluntad de su alma. Este le susurraba al oído, ofreciéndole promesas de amor, de seguridad y bienestar. Unas promesas vacías y, aun así, Kazuo creyó creerlas. Kuragari comenzó a bajar sus manos por el pecho y el torso de Kazuo, mientras seguía prometiéndole promesas vacías de una paz que jamás llegaría. Aquella noche Kazuo no tenía fuerzas para seguir luchando, su cuerpo se había negado a moverse ante el profanamiento al que iba a ser sometido. Aquellas manos, limpias en apariencia pero sucias en intención, bajaron hasta su vientre y, de allí sin mostrar piedad, siguieron bajando hasta su virilidad. Kuragari rodeó la extensión de esta con sus frías manos, apropiándose de aquello que reclamaba como suyo. En aquel punto el cuerpo de Kazuo le pertenecía más a Kuragari que a él mismo. Su cuerpo no respondía a su propia voluntad. "Relájate… Pronto estarás bien" —ronroneaba el demonio al oído del zorro. Kazuo estuvo dispuesto a protestar, pero cuando abrió la boca para hablar esta no emitió sonido alguno. Un nudo constreñía su garganta, apenas dejándole pasar el aire necesario para poder seguir respirando. La sonrisa maliciosa de Kuragari se ensanchó. Kazuo se sentía sucio. Aquella asquerosa criatura se estaba apoderando sin pudor de su fuerte cuerpo y su débil alma. Estaba siendo usado como algo sin valor, aunque las palabras de Kuragari dijesen lo contrario. La lengua bífida de Kuragari se paseaba por el cuello de Kazuo, de forma lenta y letal. Sumiéndolo en un estado de letargo, como si su cuerpo languideciera con cada toque. Jamás había enfermado y, sin embargo, de poder describir la sensación sería justo aquella. Kuragari, con movimientos lentos, manejaba el cuerpo de Kazuo a voluntad. En cierto momento de aquella larga noche, Kazuo se encontraba boca abajo, sometido ante un embiste sin piedad. Su mirada estaba clavada en algún lugar sin definir, mientras su cuerpo chocaba contra el futón una y otra vez. En otro punto de la madrugada fue consciente, por breves instantes, de estar boca arriba. Kuragari lo cabalgaba como quien lo hace sobre un corcel desbocado; con su cabeza echada hacia atrás y sus frías manos sobre el pecho de Kazuo. Así era cada noche… Él mismo estaba siendo víctima y verdugo. Siendo abusado por algo que había dejado que creciera dentro de él. Pensó que se convertiría en una vía de escape, pero se había convertido en una tortuosa pesadilla. Entonces Kazuo despertó de pronto, incorporándose sobre sí mismo, con una mano sobre el pecho, en un intento de calmar la hiperventilación que cabalgaba sobre este. Sus ojos por unos instantes miraron a todos lados, de forma frenética, buscando una figura que no se encontraba allí. Sus ojos se adaptaron a la iluminación. No era aquella casucha en mitad de un bosque, tampoco se encontraba Kuragari allí; habían pasado más de mil años. Se encontraba en su templo, en su dormitorio, en el futón que compartía con su amada Elizabeth. Este se llevó las manos a la cabeza mientras su rostro quedaba cabizbajo. ¿Por qué estaban volviendo aquellos recuerdos? Él no está aquí, no puede volver... ¿no? Este miró hacia la ventana, observando la luna, que había comenzado con su primer ciclo. Entonces recordó que en pocas semanas habría un eclipse lunar. —¿Podría ser que…? —murmuró de una forma tan baja que apenas podría haberse percibido el sonido saliendo de sus labios. Tras unos largos segundos pensativo, Kazuo se volvió a acostar. Este se giró para encontrarse con el rostro de Elizabeth, quien dormía plácidamente. Aquel era su lugar seguro, por lo que no dudó en rodearla con sus brazos y empaparse de aquella sensación.
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  • - "Un galan de las sombras, no comprendido ni por dios. Ven a mi señorita Kitsune, ven a mi vida de mierda"
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  • Recuerdos de un zorro

    Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1)

    //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.//

    “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.”



    No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo.
    Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma.

    “Demasiado dolor para una sola alma que calla.
    Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.”


    No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable.
    Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado.
    “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó.

    Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos.
    Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas.
    Por el otro… Él.

    Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto.
    Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada.
    Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura.

    Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne.
    Sus miedos.
    Su ira.
    Sus deseos más viscerales.
    Su sed de sangre.

    Kuragari. El anochecer que no se va.

    Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto.
    Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho.
    Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría.

    Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro.
    Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia.

    -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias.

    Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida.
    Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado.

    Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna.
    Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin.

    Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse.

    -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada.

    -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro.

    Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones.

    No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro.

    Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire.

    Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos.

    En aquel entonces, Kazuo era aún joven.
    Apenas había cumplido los doscientos años.
    Un yōkai inexperto.
    Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable.

    La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza.

    Y así nació Kuragari:

    Un ente vengativo y lleno de dolor.
    Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió.

    Pero Kazuo fue más fuerte;
    Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina.

    Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra.

    Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo.

    “Para siempre.”

    O al menos… eso pensó.






    Recuerdos de un zorro Kuragari: La oscuridad creciente (Parte 1) //Estas son crónicas del pasado de Kazuo. Ocurrieron alrededor de mil años atrás.// “No quiero herir con lo que siento. No quiero herirme con lo que muestro.” No siempre hubo luz en aquellos ojos de un azul tan puro y etéreo. Hubo un tiempo en el que su brillo fue devorado por su propia alma. “Demasiado dolor para una sola alma que calla. Araña las paredes de mi mente. Me siento exhausto.” No lo vio venir. Su cuerpo se había convertido en un recipiente lleno de odio, amargura, tristeza… y un deseo de venganza insaciable. Los hombres le habían causado demasiado dolor. Nada bueno le fue concedido por ellos. Y su madre, su diosa, en aquel entonces parecía mirar hacia otro lado. “Una forma retorcida de castigarme por aquello que pienso y callo”, pensó. Aquella vorágine de sentimientos comenzó a tomar forma. Era como si su alma se hubiera dividido en dos. Por un lado, la bondad y la pureza que luchaban por no ser consumidas. Por el otro… Él. Lucía como Kazuo, pero al mismo tiempo era algo completamente distinto. Su cuerpo era más delgado, con las mejillas hundidas, como si algo le devorase por dentro. Su belleza estaba distorsionada, como una burda copia mal interpretada. Su piel, tan blanca, dejaba ver unas venas del color de la noche, que serpenteaban bajo la superficie. Y sus ojos… negros; Tan oscuros que parecía que se habían tragado todo atisbo de luz; unos ojos capaces de arrebatarte lo poco que te quedase de cordura. Todo lo malo y oscuro que Kazuo albergaba en su corazón había tomado forma hecha carne. Sus miedos. Su ira. Sus deseos más viscerales. Su sed de sangre. Kuragari. El anochecer que no se va. Le susurraba al oído cada noche, llenando su mente de tanta maldad que habría preferido estar muerto. Manipulaba sus pensamientos, convenciéndolo de buscar placer en el dolor ajeno, en el sufrimiento de aquellos que tanto daño le habían hecho. Lo seducía con caricias envueltas en un fingido cariño, con promesas de amor y una paz que jamás llegaría. Kuragari había tomado su propia forma, construyendo una especie de alma nacida del miedo y el silencio del noble zorro. Todo lo que Kazuo había callado y encerrado en lo más profundo de su ser, había despertado con voz propia. -Nadie te ama. Solo yo te entiendo, mi Kazuo.Déjame enseñarte lo que es ser amado.- Le decía Kuragari en las noches más frías y solitarias. Se pegaba a su espalda, con su pecho desnudo, helado y sin vida. Sus manos, huesudas, acariciaban su torso, haciendo estremecer al kitsune, haciéndole creer, aunque fuera por un instante, que podía ser amado. Cada palabra era pronunciada en un ronroneo pegado a su oído, provocando un escalofrío que le recorría la columna. Su lengua bífida deslizándose por el lateral de su cuello hasta alcanzar el lóbulo de su oreja, que mordía con suavidad, de forma seductora, en un intento desesperado por arrastrarlo a una oscuridad sin fin. Kazuo suspiraba, dejándose llevar por breves momentos por aquel placer tan fácil… tan inmediato… que casi lograba convencerlo de rendirse. -Déjame…- Decía el zorro de forma entrecortada. -No te puedo dejar, al igual que tú no puedes dejarme a mí. Soy parte de tu todo, sin mi solo eres alguien incompleto.- Decía mientras una de sus manos se colaba desde su espalda hasta el vientre del zorro. Kuragari pasaba sus dedos por todo el abdomen de Yōkai, dejando que sus largas uñas dejasen un recorrido de marcas rojizas. A Kazuo le costaba respirar, como si su simple toque provocase que el aire escapase de sus pulmones. No era amor, ni nada que se le pareciera. Era un deseo vacío, uno que Kuragari intentaba despertar. Su mano descendió aún más, llegando a su bajo vientre, hasta quedar a escasos sentimientos de la virilidad del zorro. Fue entonces que Kazuo reaccionó. Se volteó, llevando su mano en puño hacia atrás, creando un arco para asestar un golpe certero. En ese momento Kuragari se volvió humo, desapareciendo, dejando una risa maliciosa suspendida en el aire. Los rayos del sol comenzaron a filtrarse a través de la ventana de una choza abandonada, que estaba usando como refugio provisional. Estos anunciaban el fin de la oscuridad. Al menos, hasta que la noche volviera a caer, Kuragari se mantendría lejos. En aquel entonces, Kazuo era aún joven. Apenas había cumplido los doscientos años. Un yōkai inexperto. Un zorro marcado por un siglo de amargura inconsolable. La muerte de quienes había considerado su familia lo dejó anclado en un ciclo perpetuo de tristeza y deseo de venganza. Y así nació Kuragari: Un ente vengativo y lleno de dolor. Una sombra con voz, intentando arrastrar a su creador al mismo abismo del que surgió. Pero Kazuo fue más fuerte; Recordó la bondad de sus padres, la inocencia de sus hermanos, y el amor verdadero.Un amor que Kuragari no podía ofrecer de forma genuina. Entonces comprendió que ese ser nacido de su sufrimiento debía ser detenido.Pero destruirlo no era una opción.Compartían alma.Y si Kuragari era destruido, parte del alma de Kazuo moriría con él, dejándolo incompleto. Una criatura fragmentada vagando por la tierra. Lo único que podía hacer con el poder que tenía entonces fue sellarlo. “Para siempre.” O al menos… eso pensó.
    Me encocora
    Me endiabla
    Me shockea
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