• La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad.

    Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión.

    Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga?

    Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma.

    —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva.

    El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era.

    Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
    La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad. Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión. Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga? Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma. —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva. El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
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  • — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta?

    Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo.

    « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. »

    — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban.

    « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo.

    — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará.

    Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello.

    « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena.

    — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar?

    Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido.

    « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
    — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta? Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo. « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. » — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban. « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo. — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará. Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello. « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena. — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar? Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido. « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
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  • —Irrumpió en el estudio de Valentino , sin siquiera importarle si estaba grabando o no.
    Ignoró cualquier cosa que allí pudiera suceder y se paró a su lado.—

    Lo que sea que estés haciendo, olvídalo. Tenemos algo más importante que hacer

    —Sentenció y con una amplia sonrisa le mostró lo que traía en sus manos. Era la tarjeta de Vox , si, se la había arrebatado a escondidas—
    —Irrumpió en el estudio de [Mothp1mp] , sin siquiera importarle si estaba grabando o no. Ignoró cualquier cosa que allí pudiera suceder y se paró a su lado.— Lo que sea que estés haciendo, olvídalo. Tenemos algo más importante que hacer —Sentenció y con una amplia sonrisa le mostró lo que traía en sus manos. Era la tarjeta de [myth_turquoise_shark_797] , si, se la había arrebatado a escondidas—
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  • Lucho contra la maldad de este mundo porque esas fueron las enseñanzas de mi maestro, Charles Xavier, quién me enseño muchas cosas buenas que tenía la gente, los seres vivos y este mundo, sobretodo que siempre brindará mis poderes a quienes lo necesitan sin importar su alineación ya que todos merecen más que una segunda oportunidad. #PolarisXFactor
    Lucho contra la maldad de este mundo porque esas fueron las enseñanzas de mi maestro, Charles Xavier, quién me enseño muchas cosas buenas que tenía la gente, los seres vivos y este mundo, sobretodo que siempre brindará mis poderes a quienes lo necesitan sin importar su alineación ya que todos merecen más que una segunda oportunidad. #PolarisXFactor
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  • —Muchas veces no entendía la forma de actuar de otras personas conmigo, me lo preguntaba continuamente, ya que nunca he sido del todo amable, mucho menos alguien simpático.

    ¿Era la estupidez de dichas personas? ¿O simplemente interés? ¿O algún otro motivo aparte?...

    Ante tanta cosa que ha ido ocurriendo, sea conmigo mismo o sucesos variados, incluso algunos ajenos a mi persona, comenzó a dejar de importarme.

    Al final la única conclusión a la que llegue es que no volvería a perder el tiempo con seres que no me generan ni el más absoluto interés.
    —Muchas veces no entendía la forma de actuar de otras personas conmigo, me lo preguntaba continuamente, ya que nunca he sido del todo amable, mucho menos alguien simpático. ¿Era la estupidez de dichas personas? ¿O simplemente interés? ¿O algún otro motivo aparte?... Ante tanta cosa que ha ido ocurriendo, sea conmigo mismo o sucesos variados, incluso algunos ajenos a mi persona, comenzó a dejar de importarme. Al final la única conclusión a la que llegue es que no volvería a perder el tiempo con seres que no me generan ni el más absoluto interés.
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  • ¿Qué pasa? ¿No te lo esperabas? ¿De verdad creíste que me quedaría callada, como una puta muñeca rota, sin vida, aceptando tu maldita sombra?

    Pues escucha bien, porque te juro que te perseguiré hasta el último rincón de este mundo… ¡o hasta el mismísimo infierno, si hace falta, malnacido! Por cada aliento que tomes, te recordaré lo que hiciste. Imbécil de mierda.

    Pagarás. Lo harás por cada cosa que destruiste, por cada pedazo de mí que rompiste y creíste dejar atrás como si no importara. No hay redención para ti. No hay perdón. Lo único que mereces es dolor, puro y despiadado, y te aseguro que seré yo quien lo traiga. Día tras día. Gota a gota. Hasta que no quede nada de ti.

    ¿Sacrificarlo todo? No me importa. Ya no me importa nada si al final veo cómo te caes, cómo te rompes, cómo te consumes en tu propia miseria, exactamente como hiciste conmigo. Te destruiré, tal y como tú me destruiste a mí.
    ¿Qué pasa? ¿No te lo esperabas? ¿De verdad creíste que me quedaría callada, como una puta muñeca rota, sin vida, aceptando tu maldita sombra? Pues escucha bien, porque te juro que te perseguiré hasta el último rincón de este mundo… ¡o hasta el mismísimo infierno, si hace falta, malnacido! Por cada aliento que tomes, te recordaré lo que hiciste. Imbécil de mierda. Pagarás. Lo harás por cada cosa que destruiste, por cada pedazo de mí que rompiste y creíste dejar atrás como si no importara. No hay redención para ti. No hay perdón. Lo único que mereces es dolor, puro y despiadado, y te aseguro que seré yo quien lo traiga. Día tras día. Gota a gota. Hasta que no quede nada de ti. ¿Sacrificarlo todo? No me importa. Ya no me importa nada si al final veo cómo te caes, cómo te rompes, cómo te consumes en tu propia miseria, exactamente como hiciste conmigo. Te destruiré, tal y como tú me destruiste a mí.
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  • —Tarde de nuevo, ¿eh? Si me importara tomar asistencia, estarías en muchos problemas ahora.
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  • Estaba sola en un claro del bosque, con el atardecer bañando todo con tonos dorados y anaranjados. En sus manos sostenia una pequeña caja de terciopelo negro, que encontró cuidadosamente dejada para ser vista por su avido ojo. Al abrirla, sus ojos se ensanchan al ver el anillo, un anillo oscuro y elegante que parece brillar débilmente, como si contuviera un fragmento de las sombras mismas. Un anillo corrupto, pero… ¿Su anillo?

    Por un momento, se quedó sin palabras, el aire atrapado en sus pulmones.

    —¿Gazú...? —Rápidamente ató cabos, la falta de su presencia aumentando inclusive la intensidad del gesto.

    El anillo parecía casi resonar con su energía, como si fuera una extensión de él. Lo tomó con cuidado, sosteniéndolo entre los dedos mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.

    —"My Blue Rose"... Siempre sabiendo cómo dejarme sin palabras.

    Se sentó sobre una roca cercana, examinando los detalles del anillo. Su expresión era una mezcla de maravilla y desconcierto. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar sentir el calor en su pecho, una emoción que rara vez permite florecer.

    —¿Cómo siempre logras esto, Gazú? Hacerme sentir... Vista. Como si importara, aunque nunca lo diga en voz alta. —Susurro, pensativa, acariciando con el pulgar cada detalle, cada hendidura, cada símbolo aún oculto para ella.

    Por un momento, se sintió expuesta, pero también segura, como si el anillo fuera un recordatorio físico de su conexión con él. Lentamente, se lo puso en el dedo, observando cómo encajaba perfectamente, como si hubiera sido hecho para ella.

    —No estás aquí, pero... Lo siento, ¿sabes? Tu forma de cuidarme, incluso desde lejos.

    Echó un vistazo al anillo una vez más, y su sonrisa se tornó más amplia, más sincera… Más suya, sin las caricias de un tormentoso dolor acariciando cada centímetro de su piel.

    —Supongo que este es tu regalo de cumpleaños… No sé si merezco algo así, pero gracias. Siempre sabes exactamente lo que necesito, incluso cuando no tengo idea.

    Se recostó contra el árbol, dejando que el anillo brillara débilmente bajo la luz menguante. En ese momento, sintió que la conexión con Gazú Bonetti no dependía de la presencia física; él siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en sus sombras, y ahora, en este anillo que llevaba en su dedo como un recordatorio de todo lo que han compartido y lo que está por venir.
    Estaba sola en un claro del bosque, con el atardecer bañando todo con tonos dorados y anaranjados. En sus manos sostenia una pequeña caja de terciopelo negro, que encontró cuidadosamente dejada para ser vista por su avido ojo. Al abrirla, sus ojos se ensanchan al ver el anillo, un anillo oscuro y elegante que parece brillar débilmente, como si contuviera un fragmento de las sombras mismas. Un anillo corrupto, pero… ¿Su anillo? Por un momento, se quedó sin palabras, el aire atrapado en sus pulmones. —¿Gazú...? —Rápidamente ató cabos, la falta de su presencia aumentando inclusive la intensidad del gesto. El anillo parecía casi resonar con su energía, como si fuera una extensión de él. Lo tomó con cuidado, sosteniéndolo entre los dedos mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios. —"My Blue Rose"... Siempre sabiendo cómo dejarme sin palabras. Se sentó sobre una roca cercana, examinando los detalles del anillo. Su expresión era una mezcla de maravilla y desconcierto. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar sentir el calor en su pecho, una emoción que rara vez permite florecer. —¿Cómo siempre logras esto, Gazú? Hacerme sentir... Vista. Como si importara, aunque nunca lo diga en voz alta. —Susurro, pensativa, acariciando con el pulgar cada detalle, cada hendidura, cada símbolo aún oculto para ella. Por un momento, se sintió expuesta, pero también segura, como si el anillo fuera un recordatorio físico de su conexión con él. Lentamente, se lo puso en el dedo, observando cómo encajaba perfectamente, como si hubiera sido hecho para ella. —No estás aquí, pero... Lo siento, ¿sabes? Tu forma de cuidarme, incluso desde lejos. Echó un vistazo al anillo una vez más, y su sonrisa se tornó más amplia, más sincera… Más suya, sin las caricias de un tormentoso dolor acariciando cada centímetro de su piel. —Supongo que este es tu regalo de cumpleaños… No sé si merezco algo así, pero gracias. Siempre sabes exactamente lo que necesito, incluso cuando no tengo idea. Se recostó contra el árbol, dejando que el anillo brillara débilmente bajo la luz menguante. En ese momento, sintió que la conexión con [Gazu1221] no dependía de la presencia física; él siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en sus sombras, y ahora, en este anillo que llevaba en su dedo como un recordatorio de todo lo que han compartido y lo que está por venir.
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  • " 𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝é 𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬, 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐮𝐬 𝐞𝐧𝐫𝐞𝐝𝐚𝐝𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐣𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐜𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐞𝐬. "




    Era un día fresco, los vientos apaciguaron el calor que el sol provocaba, junto con las sombras que los árboles daban por sus frombosas hojas.

    Ryan se encontraba sentado debajo de una árbol, fumando su tercer cigarro mirando exactamente a la nada. Su camisa era un desastre, las mangas remangadas hasta los codos, los primeros botones de su camisa abiertos, dejándolo respirar tranquilo. El blanco era reemplazado por manchas de tierra y algo de sangre que había estado saliendo de su mano a varias gotas de heridas pequeñas. Ocacionado por arrancar una rosa sin importar las espinas y las enredaderas que terminaron por lastimarlo. No era nada, terminarían por desaparecer en poco minutos.

    A solo 30 centímetros de él había un conjunto de piedritas apiladas con plantas encima de estás que crecieron con el tiempo. Un trozo de madera totalmente viejo con letra que no podía distinguir; era la tumba de su primera mascota, Bianca. La cual fue hecha cuando apenas era un "Bambino".Después de su muerte se escabulló en la noche y la enterró con sus propias manos antes de ponerse a rezar por aquel animal.

    Estaba ahí, pero no solo. Podía sentir la presencia de varios hombres vigilando lo de cerca. Pero a este punto le daba igual. Volver nuevamente a la propiedad de su padre en dónde creció, le provocaba grandes náuseas y malestares que venían de lo psicológico. Sentía que se estaba pudriendo en aquel lugar, que se estaba volviendo cada vez más loco.
    Especialmente porque se enteró la razón del porque estaba ahí: El vejete se estaba muriendo y querían que tomará el lugar de jefe de aquella mafia. Y no solo eso, tenían a su cuidadora Camile como rehen.

    — Figlio di puttana... — Volvió a tomar una colada más. La única cosa que lo mantenía quieto y no volviera a intentar a escapar con su amiga era por esa razón. Camile era la mujer más preciada para él, la única que se atrevió a cuidar de sus heridas cuando apenas era un jovencito. Las cuales sus cicatrices eran evidencias de aquellos tratos que había recibido por su padre en aquellos tratamientos para endurecer su mente.

    Pero, para poder tomar el mando, tenía también que casarse, aunque lo más conveniente era estar con alguna mujer de cualquier mafia que sea también de Italia, su padre descartó por completo esto y simplemente llamó a mujeres ricas de otros paises. No le prestó atención, en primera porque no quería tomarse a cargo de una mafia, vio a primera mano como Kiev se moría del estrés con la mafia que manejaban. Estar aquí significaba su encadenamiento a algo que realmente detestaba.

    Sus pensamientos fueron apesiguados cuando sintió algo que jalaba su pantalón desde abajo. Sus ojos ámbar se encontraron con una conejita blanca, la cual terminó encontrandose la otra vez en el jardín. La bautizo como "La reincarnazione di Bianca" lo que básicamente era "La reencarnación de Bianca" en italiano. No tenía tanta creatividad por ahora. Por lo que solo la llamaba como "Bianca 2, la resurrección"

    — Vieni qui, carino. — Palmeo su pierna. La coneja lo miró unos segundos, quedado se totalmente quieta antes de correr hacia él saltando. Se recostó en sus piernas y se mantuvo quieta, descansando. Ryan solo acarició su lomo y las orejas.

    A lo lejos, vio como uno de los hombres de acercaba, probablemente para decirle que debía alistarse para quien sabe. Simplemente disfruto de aquellos pocos segundos antes de volver a su condena.
    " 𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝é 𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬, 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐮𝐬 𝐞𝐧𝐫𝐞𝐝𝐚𝐝𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐣𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐜𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐞𝐬. " Era un día fresco, los vientos apaciguaron el calor que el sol provocaba, junto con las sombras que los árboles daban por sus frombosas hojas. Ryan se encontraba sentado debajo de una árbol, fumando su tercer cigarro mirando exactamente a la nada. Su camisa era un desastre, las mangas remangadas hasta los codos, los primeros botones de su camisa abiertos, dejándolo respirar tranquilo. El blanco era reemplazado por manchas de tierra y algo de sangre que había estado saliendo de su mano a varias gotas de heridas pequeñas. Ocacionado por arrancar una rosa sin importar las espinas y las enredaderas que terminaron por lastimarlo. No era nada, terminarían por desaparecer en poco minutos. A solo 30 centímetros de él había un conjunto de piedritas apiladas con plantas encima de estás que crecieron con el tiempo. Un trozo de madera totalmente viejo con letra que no podía distinguir; era la tumba de su primera mascota, Bianca. La cual fue hecha cuando apenas era un "Bambino".Después de su muerte se escabulló en la noche y la enterró con sus propias manos antes de ponerse a rezar por aquel animal. Estaba ahí, pero no solo. Podía sentir la presencia de varios hombres vigilando lo de cerca. Pero a este punto le daba igual. Volver nuevamente a la propiedad de su padre en dónde creció, le provocaba grandes náuseas y malestares que venían de lo psicológico. Sentía que se estaba pudriendo en aquel lugar, que se estaba volviendo cada vez más loco. Especialmente porque se enteró la razón del porque estaba ahí: El vejete se estaba muriendo y querían que tomará el lugar de jefe de aquella mafia. Y no solo eso, tenían a su cuidadora Camile como rehen. — Figlio di puttana... — Volvió a tomar una colada más. La única cosa que lo mantenía quieto y no volviera a intentar a escapar con su amiga era por esa razón. Camile era la mujer más preciada para él, la única que se atrevió a cuidar de sus heridas cuando apenas era un jovencito. Las cuales sus cicatrices eran evidencias de aquellos tratos que había recibido por su padre en aquellos tratamientos para endurecer su mente. Pero, para poder tomar el mando, tenía también que casarse, aunque lo más conveniente era estar con alguna mujer de cualquier mafia que sea también de Italia, su padre descartó por completo esto y simplemente llamó a mujeres ricas de otros paises. No le prestó atención, en primera porque no quería tomarse a cargo de una mafia, vio a primera mano como Kiev se moría del estrés con la mafia que manejaban. Estar aquí significaba su encadenamiento a algo que realmente detestaba. Sus pensamientos fueron apesiguados cuando sintió algo que jalaba su pantalón desde abajo. Sus ojos ámbar se encontraron con una conejita blanca, la cual terminó encontrandose la otra vez en el jardín. La bautizo como "La reincarnazione di Bianca" lo que básicamente era "La reencarnación de Bianca" en italiano. No tenía tanta creatividad por ahora. Por lo que solo la llamaba como "Bianca 2, la resurrección" — Vieni qui, carino. — Palmeo su pierna. La coneja lo miró unos segundos, quedado se totalmente quieta antes de correr hacia él saltando. Se recostó en sus piernas y se mantuvo quieta, descansando. Ryan solo acarició su lomo y las orejas. A lo lejos, vio como uno de los hombres de acercaba, probablemente para decirle que debía alistarse para quien sabe. Simplemente disfruto de aquellos pocos segundos antes de volver a su condena.
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