• Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia.

    Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo.

    Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera.

    La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada?

    Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas.

    Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos.

    Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
    Jimoto llevaba años recorriendo el mundo, documentando sus viajes, conociendo nuevas culturas y enfrentando desafíos que pusieran a prueba su espíritu aventurero. Sin embargo, en su interior, siempre había sentido que algo le faltaba, una pieza perdida en el rompecabezas de su existencia. Desde pequeño, recordaba haber visto una fotografía en la habitación de su madre adoptiva, Mikasa. En la imagen, ella aparecía junto a un grupo de personas que Jimoto no reconocía, todos sonriendo mientras sostenían siete esferas brillantes de color ámbar, cada una decorada con pequeñas estrellas. Cuando era niño, había preguntado por aquella foto, pero Mikasa solo sonreía con nostalgia y le decía que era un recuerdo de otro tiempo. Años después, mientras exploraba una biblioteca antigua en un pueblo remoto, Jimoto encontró un manuscrito que hablaba de aquellas misteriosas esferas. Según el relato, quien reuniera las siete recibiría la oportunidad de ver cumplido un único deseo, sin importar cuán imposible pareciera. La revelación lo dejó inquieto. ¿Por qué Mikasa tenía una foto con esas esferas? ¿Quiénes eran las personas que la acompañaban? Y lo más importante, ¿qué había ocurrido con ellas y con las esferas después de que la foto fuera tomada? Sin recuerdos de su infancia más temprana, Jimoto siempre había sentido que su pasado estaba lleno de sombras. Había fragmentos de memorias que no lograba conectar, preguntas que nadie podía responder. Ahora, tenía un objetivo claro: encontrar las siete esferas y pedir como deseo la recuperación de sus memorias perdidas. Su travesía lo llevaría a cruzarse con aliados y enemigos, desde mercenarios que también codiciaban su poder hasta sabios que custodiaban antiguos secretos. Entre ellos, Shunrei, el dragón azul con el que había forjado una inquebrantable amistad, sería su mayor apoyo, ayudándolo a descifrar los enigmas ocultos y protegiéndolo en los momentos más críticos. Pero conforme Jimoto se acercaba más a la verdad, no podía evitar preguntarse: si recuperaba sus memorias… ¿estaría preparado para enfrentarlas?
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  • Sentada en la cubierta del Thousand Sunny, con la brisa marina acariciando su rostro, Robin cerró los ojos y dejó que el sonido de las olas la envolviera. La noche era tranquila, la luna se reflejaba en el agua como un espejo que separaba dos mundos. En momentos como este, solía sumergirse en sus pensamientos, en los rastros de su pasado que, aunque difusos, seguían formando parte de ella.

    Recordó la soledad. No la soledad de estar sin compañía, sino la de no tener a nadie en quien confiar. Durante años, había vivido como una sombra, siempre en fuga, temiendo que el día siguiente fuera el final. Su vida se había construido sobre el miedo y la desconfianza, con alianzas efímeras y sonrisas vacías. Había aprendido a ser pragmática, a no esperar nada de nadie, a ser una sobreviviente en un mundo que la quería muerta.

    Pero entonces, llegaron ellos. Los Mugiwara. Un grupo de piratas que parecían desafiar toda lógica, que reían en la cara del peligro y que, contra toda razón, la aceptaron sin condiciones. Al principio, le había costado entenderlo. No podía concebir un mundo donde las personas se ayudaran sin esperar nada a cambio. La idea de que alguien pudiera arriesgar su vida por ella era inconcebible.

    Y sin embargo, lo hicieron.

    Robin abrió los ojos y miró el cielo estrellado. Aún se preguntaba en qué momento exacto había cambiado. Quizá fue en Alabasta, cuando Luffy le extendió la mano sin dudar. Quizá en Skypiea, cuando los vio reír juntos bajo un cielo dorado. O quizá en Enies Lobby, cuando escuchó sus voces gritar que la querían de vuelta, cuando se permitió, por primera vez en muchos años, querer vivir.

    Ya no era la arqueóloga solitaria con un precio por su cabeza y un corazón blindado. Ahora, era una Mugiwara. Tenía un lugar donde pertenecer, personas a las que llamar amigos, un sueño que ya no perseguía sola. El miedo a ser traicionada había sido reemplazado por la certeza de que, sin importar lo que pasara, ellos estarían allí.

    Robin sonrió, con esa expresión serena que solo mostraba cuando se sentía verdaderamente en paz. La noche seguía su curso, el mar susurraba canciones antiguas, y por primera vez en su vida, supo con absoluta certeza que ya no estaba sola.
    Sentada en la cubierta del Thousand Sunny, con la brisa marina acariciando su rostro, Robin cerró los ojos y dejó que el sonido de las olas la envolviera. La noche era tranquila, la luna se reflejaba en el agua como un espejo que separaba dos mundos. En momentos como este, solía sumergirse en sus pensamientos, en los rastros de su pasado que, aunque difusos, seguían formando parte de ella. Recordó la soledad. No la soledad de estar sin compañía, sino la de no tener a nadie en quien confiar. Durante años, había vivido como una sombra, siempre en fuga, temiendo que el día siguiente fuera el final. Su vida se había construido sobre el miedo y la desconfianza, con alianzas efímeras y sonrisas vacías. Había aprendido a ser pragmática, a no esperar nada de nadie, a ser una sobreviviente en un mundo que la quería muerta. Pero entonces, llegaron ellos. Los Mugiwara. Un grupo de piratas que parecían desafiar toda lógica, que reían en la cara del peligro y que, contra toda razón, la aceptaron sin condiciones. Al principio, le había costado entenderlo. No podía concebir un mundo donde las personas se ayudaran sin esperar nada a cambio. La idea de que alguien pudiera arriesgar su vida por ella era inconcebible. Y sin embargo, lo hicieron. Robin abrió los ojos y miró el cielo estrellado. Aún se preguntaba en qué momento exacto había cambiado. Quizá fue en Alabasta, cuando Luffy le extendió la mano sin dudar. Quizá en Skypiea, cuando los vio reír juntos bajo un cielo dorado. O quizá en Enies Lobby, cuando escuchó sus voces gritar que la querían de vuelta, cuando se permitió, por primera vez en muchos años, querer vivir. Ya no era la arqueóloga solitaria con un precio por su cabeza y un corazón blindado. Ahora, era una Mugiwara. Tenía un lugar donde pertenecer, personas a las que llamar amigos, un sueño que ya no perseguía sola. El miedo a ser traicionada había sido reemplazado por la certeza de que, sin importar lo que pasara, ellos estarían allí. Robin sonrió, con esa expresión serena que solo mostraba cuando se sentía verdaderamente en paz. La noche seguía su curso, el mar susurraba canciones antiguas, y por primera vez en su vida, supo con absoluta certeza que ya no estaba sola.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Todo dependerá ahora de la frialdad y estrategia.
    la fuerza, energía y violencia no van a apagarse ahora que la bestia ha despertado.

    Sin importar cuanta sangre se derrame, sin importar si algun hueso ha sido destrozado.
    Todo dependerá ahora de la frialdad y estrategia. la fuerza, energía y violencia no van a apagarse ahora que la bestia ha despertado. Sin importar cuanta sangre se derrame, sin importar si algun hueso ha sido destrozado.
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  • El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Maki Zenin salía del campo de entrenamiento, con la camiseta empapada de sudor y el cabello despeinado. Se pasó una mano por la frente, alejando algunos mechones rebeldes, y dejó escapar un largo suspiro de satisfacción. Había sido un buen día.

    Horas de práctica intensa, repitiendo movimientos hasta que sus músculos ardieron, pero valía la pena. Cada gota de sudor era un paso más lejos de los Zenin y su estúpida visión de la fuerza. Ella iba a demostrarles que el talento no significaba nada frente al esfuerzo puro.

    El pasillo estaba desierto, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el silencio no era tan malo. Sin Panda parloteando sin parar o Inumaki limitándose a sus “salmones” y “bonitos,” el mundo parecía moverse más lento. Hasta podía escuchar el suave susurro del viento afuera.

    De camino a su habitación, hizo una parada en la máquina expendedora. Metió unas monedas y presionó el botón para una bebida energética. El sonido del bote cayendo al compartimento resonó fuerte en el pasillo vacío. Se inclinó para recogerlo y, sin pensarlo mucho, se dejó caer en un banco cercano, sintiendo cómo sus músculos se relajaban.

    —Por fin... un momento de paz... —murmuró, apoyando la cabeza contra la pared mientras el frío de la lata refrescaba sus manos.

    Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos para disfrutar del silencio y la brisa que se colaba por las ventanas abiertas. La bebida era amarga, pero reconfortante, y sintió la energía regresar poco a poco a su cuerpo agotado.

    Sin nada que hacer y nadie que la molestara, su mente empezó a divagar. Pensó en Mai, en sus palabras llenas de resentimiento y dolor. En cómo las cosas podrían haber sido diferentes si... pero no, sacudió la cabeza. No tenía caso pensar en “qué pasaría si.” Ella ya había tomado su decisión.

    —Idiota... —susurró, más para sí misma que para nadie más.

    Dejó escapar una risa corta y seca. Sí, era una idiota, pero una idiota con metas claras y con la determinación de alcanzarlas, sin importar lo que dijeran los demás.

    El cielo seguía cambiando de color, y el aire se sentía más fresco. Maki dejó que su cuerpo se hundiera un poco más en el banco, mirando las nubes moverse lentamente. No tenía prisa. Al menos por hoy, podía permitirse unos minutos más de descanso antes de volver a cargar su peso sobre los hombros.

    Bebió otro trago y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar el momento.
    El sol empezaba a descender, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados mientras Maki Zenin salía del campo de entrenamiento, con la camiseta empapada de sudor y el cabello despeinado. Se pasó una mano por la frente, alejando algunos mechones rebeldes, y dejó escapar un largo suspiro de satisfacción. Había sido un buen día. Horas de práctica intensa, repitiendo movimientos hasta que sus músculos ardieron, pero valía la pena. Cada gota de sudor era un paso más lejos de los Zenin y su estúpida visión de la fuerza. Ella iba a demostrarles que el talento no significaba nada frente al esfuerzo puro. El pasillo estaba desierto, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que el silencio no era tan malo. Sin Panda parloteando sin parar o Inumaki limitándose a sus “salmones” y “bonitos,” el mundo parecía moverse más lento. Hasta podía escuchar el suave susurro del viento afuera. De camino a su habitación, hizo una parada en la máquina expendedora. Metió unas monedas y presionó el botón para una bebida energética. El sonido del bote cayendo al compartimento resonó fuerte en el pasillo vacío. Se inclinó para recogerlo y, sin pensarlo mucho, se dejó caer en un banco cercano, sintiendo cómo sus músculos se relajaban. —Por fin... un momento de paz... —murmuró, apoyando la cabeza contra la pared mientras el frío de la lata refrescaba sus manos. Cerró los ojos, permitiéndose unos minutos para disfrutar del silencio y la brisa que se colaba por las ventanas abiertas. La bebida era amarga, pero reconfortante, y sintió la energía regresar poco a poco a su cuerpo agotado. Sin nada que hacer y nadie que la molestara, su mente empezó a divagar. Pensó en Mai, en sus palabras llenas de resentimiento y dolor. En cómo las cosas podrían haber sido diferentes si... pero no, sacudió la cabeza. No tenía caso pensar en “qué pasaría si.” Ella ya había tomado su decisión. —Idiota... —susurró, más para sí misma que para nadie más. Dejó escapar una risa corta y seca. Sí, era una idiota, pero una idiota con metas claras y con la determinación de alcanzarlas, sin importar lo que dijeran los demás. El cielo seguía cambiando de color, y el aire se sentía más fresco. Maki dejó que su cuerpo se hundiera un poco más en el banco, mirando las nubes moverse lentamente. No tenía prisa. Al menos por hoy, podía permitirse unos minutos más de descanso antes de volver a cargar su peso sobre los hombros. Bebió otro trago y cerró los ojos, permitiéndose disfrutar el momento.
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  • Más víctimas
    Fandom V:LM, Varios
    Categoría Suspenso
    [Para responder quien guste.]


    Los casos iban en aumento cada noche. Primero empezaron como asesinatos esparcidos cada cierto tiempo alrededor de la ciudad, luego se hicieron progresivamente más constantes. No solo eso, sino que también aumentaban en número de víctimas. Sin importar si eran hombres, mujeres, niños o ancianos, todos terminaban igual: en callejones oscuros, casi sin una gota de sangre en el cuerpo, aunque sí podía encontrarse en algunas partes del callejón. Tenían las yugulares abiertas de par en par y, algunos de ellos, las mandíbulas destrozadas o directamente sin ellas.

    Mikha se encontraba en uno de los últimos callejones donde se encontraron los cuerpos. Era medianoche, pero ella iba con un paraguas consigo, cubriéndola de la lluvia. Frunció el ceño, aún podía notar el aroma a sangre allí, y también algo más.

    𝘔𝘢𝘭𝘬𝘢𝘷𝘪𝘢𝘯.

    Era la única respuesta, esos vampiros (bestias, más bien) eran erráticos, descontrolados. Sin embargo, nunca antes habían sido tan obvios en grandes ciudades, sobre todo porque otros clanes también trataban de mantenerlos a raya.

    A los asesinatos se lo atribuían a alguien despiadado, un mismo asesino o pequeño grupo de ellos que iban en conjunto. El problema era que, sabiendo cómo operaban, la vampiresa tenía la certeza que los ataques iban a volverse cada vez más brutales. A más investigación, más sospecha y, por ende, terminarían afectando a los chupasangre en general. Eso no podía ocurrir.

    Los pasos de la pelinegra resonaban en el callejón oscuro a medida que avanzó hasta el punto donde se encontraron tres cuerpos de unas adolescentes durante la mañana, observó y olfateó con sutileza intentando dar con un rastro.

    —Siempre dejan algo... No pueden ocultarse tan bien. —habló para sí misma, pensando que estaba completamente sola. Después de todo, estaba enfocada en otra cosa y ese callejón era por completo desolado.
    [Para responder quien guste.] Los casos iban en aumento cada noche. Primero empezaron como asesinatos esparcidos cada cierto tiempo alrededor de la ciudad, luego se hicieron progresivamente más constantes. No solo eso, sino que también aumentaban en número de víctimas. Sin importar si eran hombres, mujeres, niños o ancianos, todos terminaban igual: en callejones oscuros, casi sin una gota de sangre en el cuerpo, aunque sí podía encontrarse en algunas partes del callejón. Tenían las yugulares abiertas de par en par y, algunos de ellos, las mandíbulas destrozadas o directamente sin ellas. Mikha se encontraba en uno de los últimos callejones donde se encontraron los cuerpos. Era medianoche, pero ella iba con un paraguas consigo, cubriéndola de la lluvia. Frunció el ceño, aún podía notar el aroma a sangre allí, y también algo más. 𝘔𝘢𝘭𝘬𝘢𝘷𝘪𝘢𝘯. Era la única respuesta, esos vampiros (bestias, más bien) eran erráticos, descontrolados. Sin embargo, nunca antes habían sido tan obvios en grandes ciudades, sobre todo porque otros clanes también trataban de mantenerlos a raya. A los asesinatos se lo atribuían a alguien despiadado, un mismo asesino o pequeño grupo de ellos que iban en conjunto. El problema era que, sabiendo cómo operaban, la vampiresa tenía la certeza que los ataques iban a volverse cada vez más brutales. A más investigación, más sospecha y, por ende, terminarían afectando a los chupasangre en general. Eso no podía ocurrir. Los pasos de la pelinegra resonaban en el callejón oscuro a medida que avanzó hasta el punto donde se encontraron tres cuerpos de unas adolescentes durante la mañana, observó y olfateó con sutileza intentando dar con un rastro. —Siempre dejan algo... No pueden ocultarse tan bien. —habló para sí misma, pensando que estaba completamente sola. Después de todo, estaba enfocada en otra cosa y ese callejón era por completo desolado.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • La embriagues fue cediendo con el paso del tiempo y, con ella, llegó el golpe de realidad.
    Una fecha tan importante en la cual estuvo sin su esposo.

    Quizá era simple mercadotecnia, quizá ni siquiera debía de importar, pero lo hacía y sólo suspiró con pesar, encogiéndose de hombros.

    —Supongo... que debí verlo venir...

    No era la primera, tampoco la última y, aunque lo comprendía, comenzaba a cansarse de estar casado pero solo, era la misma historia que con Lilith, algo que no quería repetir.

    —Me rindo... Es inútil.
    La embriagues fue cediendo con el paso del tiempo y, con ella, llegó el golpe de realidad. Una fecha tan importante en la cual estuvo sin su esposo. Quizá era simple mercadotecnia, quizá ni siquiera debía de importar, pero lo hacía y sólo suspiró con pesar, encogiéndose de hombros. —Supongo... que debí verlo venir... No era la primera, tampoco la última y, aunque lo comprendía, comenzaba a cansarse de estar casado pero solo, era la misma historia que con Lilith, algo que no quería repetir. —Me rindo... Es inútil.
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  • Hablo por EXPERIENCIA cuando digo que la VIDA es mejor, sin importar cuán dura, sin importar cuán dolorosa sea.
    Hablo por EXPERIENCIA cuando digo que la VIDA es mejor, sin importar cuán dura, sin importar cuán dolorosa sea.
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  • En la última semana, Apolo y Ellie han fortalecido su relación durante su viaje a Disneyland París, compartiendo momentos de amor, diversión y descubrimientos inesperados.

    Comenzaron explorando el parque, disfrutando de atracciones y espectáculos, con Ellie emocionada por encontrar a sus princesas favoritas, especialmente Rapunzel y Ariel. A lo largo del viaje, su conexión se volvió más profunda, culminando en una noche de pasión donde Apolo, en un arrebato de amor, la marcó como suya con una mordida. Sin embargo, este acto resultó ser mucho más que un simple gesto de posesión: al parecer, la marca divina tenía implicaciones que ninguno de los dos esperaba.

    Ellie comenzó a experimentar cambios sutiles en su cuerpo, lo que les llevó a darse cuenta de que la mordida de Apolo podría estar transformándola en algo más… posiblemente inmortal. A pesar de su amor por él, la revelación la asustó, y aunque no rechazó la conexión, pidió tiempo para procesarlo. Apolo, siempre paciente y protector, le aseguró que no la presionaría y que enfrentarían cualquier cambio juntos.

    Tras esta revelación, la pareja decidió no dejar que el miedo arruinara su viaje y continuaron disfrutando de su tiempo juntos. Entre juegos, bromas y muestras de cariño, Ellie insistió en buscar a Rapunzel y Ariel, mientras Apolo, rendido a sus encantos, se comprometió a hacer de su día en el parque una aventura inolvidable, incluyendo montañas rusas y paseos en trenecitos.

    Ahora, con el misterio de la marca aún latente, pero con su amor más fuerte que nunca, Apolo y Ellie siguen disfrutando de su viaje, sabiendo que, sin importar lo que venga, lo enfrentarán juntos.
    En la última semana, Apolo y [GIRL0FSADNESS] han fortalecido su relación durante su viaje a Disneyland París, compartiendo momentos de amor, diversión y descubrimientos inesperados. Comenzaron explorando el parque, disfrutando de atracciones y espectáculos, con Ellie emocionada por encontrar a sus princesas favoritas, especialmente Rapunzel y Ariel. A lo largo del viaje, su conexión se volvió más profunda, culminando en una noche de pasión donde Apolo, en un arrebato de amor, la marcó como suya con una mordida. Sin embargo, este acto resultó ser mucho más que un simple gesto de posesión: al parecer, la marca divina tenía implicaciones que ninguno de los dos esperaba. Ellie comenzó a experimentar cambios sutiles en su cuerpo, lo que les llevó a darse cuenta de que la mordida de Apolo podría estar transformándola en algo más… posiblemente inmortal. A pesar de su amor por él, la revelación la asustó, y aunque no rechazó la conexión, pidió tiempo para procesarlo. Apolo, siempre paciente y protector, le aseguró que no la presionaría y que enfrentarían cualquier cambio juntos. Tras esta revelación, la pareja decidió no dejar que el miedo arruinara su viaje y continuaron disfrutando de su tiempo juntos. Entre juegos, bromas y muestras de cariño, Ellie insistió en buscar a Rapunzel y Ariel, mientras Apolo, rendido a sus encantos, se comprometió a hacer de su día en el parque una aventura inolvidable, incluyendo montañas rusas y paseos en trenecitos. Ahora, con el misterio de la marca aún latente, pero con su amor más fuerte que nunca, Apolo y Ellie siguen disfrutando de su viaje, sabiendo que, sin importar lo que venga, lo enfrentarán juntos.
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  • 𓊆 W/𝒜𝓇𝒸𝒽𝒾𝒷𝒶𝓁𝒹 ℛ𝒶𝓰𝓃𝒶𝓀𝒾 𓊇

    Una guerra silenciosa se libraba en esa habitación. Ambas miradas, firmes y desafiantes, se clavaban como lanzas envenenadas, listas para arrebatar la razón del otro. Ninguno retrocedía. Dos puntos de vista tan opuestos que cualquier acuerdo parecía imposible. El aire se volvía más denso con cada segundo, pesado como si pudiera cortarse con la suavidad de una pluma.

    El creía que su inexperiencia y aparente inocencia la harían retroceder, bajar la mirada y otorgarle el respeto que él consideraba merecer por ser el gobernante de aquellas tierras. Pero ella no podía aceptar que él hubiese jugado con su vida como si se tratara de una simple pieza de laboratorio. Estaba convencida de que las decisiones erradas del Barón la habían puesto al borde de la muerte. Él, por su parte, defendía su derecho a proteger su reino y a su gente después del caos que el descontrol de Melina había desatado, cobrando la vida de dos inocentes.

    Batallaban, palabra a palabra, mirada a mirada, buscando arrancar una disculpa del otro. Ninguno cedía, sin importar cuántas horas les costara.

    Resolución: no hubo. Se apuñalaron con miradas afiladas, se hirieron con palabras punzantes. Y al final, ambos se retiraron, malheridos y agotados, sin obtener la victoria.
    𓊆 W/[Baron.01] 𓊇 Una guerra silenciosa se libraba en esa habitación. Ambas miradas, firmes y desafiantes, se clavaban como lanzas envenenadas, listas para arrebatar la razón del otro. Ninguno retrocedía. Dos puntos de vista tan opuestos que cualquier acuerdo parecía imposible. El aire se volvía más denso con cada segundo, pesado como si pudiera cortarse con la suavidad de una pluma. El creía que su inexperiencia y aparente inocencia la harían retroceder, bajar la mirada y otorgarle el respeto que él consideraba merecer por ser el gobernante de aquellas tierras. Pero ella no podía aceptar que él hubiese jugado con su vida como si se tratara de una simple pieza de laboratorio. Estaba convencida de que las decisiones erradas del Barón la habían puesto al borde de la muerte. Él, por su parte, defendía su derecho a proteger su reino y a su gente después del caos que el descontrol de Melina había desatado, cobrando la vida de dos inocentes. Batallaban, palabra a palabra, mirada a mirada, buscando arrancar una disculpa del otro. Ninguno cedía, sin importar cuántas horas les costara. Resolución: no hubo. Se apuñalaron con miradas afiladas, se hirieron con palabras punzantes. Y al final, ambos se retiraron, malheridos y agotados, sin obtener la victoria.
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  • Para las personas que no están habituadas a él, resulta un tanto extraño verlo atender llamadas por teléfono. El distintivo tono de su celular siempre logra captar la atención de sus compañeros de clase o del set donde graba; siempre hay miradas sobre él, todas curiosas, como si estuvieran esperando el momento en que finalmente hable. Pero nunca se escucha una sola palabra de su boca, apenas son vocablos inentendibles, sonidos que le provienen desde la garganta y que no parecen tener una forma simple de adivinar. A muchos a veces se les olvida: Nikolay no habla. Desde hace muchos años es incapaz, según su familia, de emitir una sola palabra, pero ello no impide que sus padres le sigan llamando todo el tiempo para reclamarle algo: Que está malacostumbrando a Irisha, que Irina les volvió a contestar, que ya tiene veintitrés y sigue estudiando o metiéndose en problemas estúpidos. Cosas sinsentido que terminan afectandolo indirectamente y de las que, sin ser su responsabilidad, debe hacerse cargo.

    « Mhm. » Es lo que mayormente se le escucha decir. A veces resopla y otras tantas se le nota el fastidio en la cara, a veces su manager o sus amigos hacen apuestas sobre el responsable de todo. ¿Su padre o su madre? Sea cual sea, es igual de terrible para Nikolay tener que cargar con responsabilidades como esas, más porque sus padres lo siguen dejando de lado para no opacar más a su primogénito.

    A veces sus conversaciones son cortas, pero hay otras ocasiones, pocas, en las que puede pasar más de quince minutos al teléfono. A veces en silencio, sólo asintiendo y divagando en su mente sobre las posibilidades. "Si fuera capaz de hablar, si pudiera revelar este secreto, ¿serían capaces de escuchar mi voz?" Aquel pensamiento siempre rondaba su cabeza en momentos como ese, era imposible no desear gritarle a su madre al otro lado del teléfono, pedirle que de una vez por todas se callara y lo dejara vivir su vida. Pero siempre se detenía por una razón: No quería herirla, no quería pagarle con las mismas monedas que ella lo hiciera por tantos años, porque se le hacía injusto cuan cegada estaba por su dolor. Además, ¿qué iba a decirle? ¿La verdad? ¿Que su propia familia lo había obligado a callar y fingir su mudez? Era más fácil mentir, porque estaba seguro de que nunca iba a creerle. Aunque le diera evidencias y todo tipo de pruebas, ella se mantendría aferrada a que la culpa era de él.

    Una última exhalación dejó sus labios en el momento que, al otro lado del teléfono, solo se escucharon pitidos. Era el anuncio de que su madre había dado por terminada la conversación sin importar, realmente, que Nikolay hiciera consciencia. Por unos instantes el ruso observó la pantalla de su teléfono con el letrero de "Mamá. Llamada finalizada. 07:45 minutos". Con cuidado, quizá por inercia más bien, se llevó la mano hacia la oreja, podía sentir que estaba tan caliente como su teléfono, una señal de que la llamada había durado más de lo debido. Renuente, se guardó el teléfono en el bolsillo solo después de enviarle un mensaje a su madre:

    « Lo siento. Trataré de no darte más problemas. »
    Para las personas que no están habituadas a él, resulta un tanto extraño verlo atender llamadas por teléfono. El distintivo tono de su celular siempre logra captar la atención de sus compañeros de clase o del set donde graba; siempre hay miradas sobre él, todas curiosas, como si estuvieran esperando el momento en que finalmente hable. Pero nunca se escucha una sola palabra de su boca, apenas son vocablos inentendibles, sonidos que le provienen desde la garganta y que no parecen tener una forma simple de adivinar. A muchos a veces se les olvida: Nikolay no habla. Desde hace muchos años es incapaz, según su familia, de emitir una sola palabra, pero ello no impide que sus padres le sigan llamando todo el tiempo para reclamarle algo: Que está malacostumbrando a Irisha, que Irina les volvió a contestar, que ya tiene veintitrés y sigue estudiando o metiéndose en problemas estúpidos. Cosas sinsentido que terminan afectandolo indirectamente y de las que, sin ser su responsabilidad, debe hacerse cargo. « Mhm. » Es lo que mayormente se le escucha decir. A veces resopla y otras tantas se le nota el fastidio en la cara, a veces su manager o sus amigos hacen apuestas sobre el responsable de todo. ¿Su padre o su madre? Sea cual sea, es igual de terrible para Nikolay tener que cargar con responsabilidades como esas, más porque sus padres lo siguen dejando de lado para no opacar más a su primogénito. A veces sus conversaciones son cortas, pero hay otras ocasiones, pocas, en las que puede pasar más de quince minutos al teléfono. A veces en silencio, sólo asintiendo y divagando en su mente sobre las posibilidades. "Si fuera capaz de hablar, si pudiera revelar este secreto, ¿serían capaces de escuchar mi voz?" Aquel pensamiento siempre rondaba su cabeza en momentos como ese, era imposible no desear gritarle a su madre al otro lado del teléfono, pedirle que de una vez por todas se callara y lo dejara vivir su vida. Pero siempre se detenía por una razón: No quería herirla, no quería pagarle con las mismas monedas que ella lo hiciera por tantos años, porque se le hacía injusto cuan cegada estaba por su dolor. Además, ¿qué iba a decirle? ¿La verdad? ¿Que su propia familia lo había obligado a callar y fingir su mudez? Era más fácil mentir, porque estaba seguro de que nunca iba a creerle. Aunque le diera evidencias y todo tipo de pruebas, ella se mantendría aferrada a que la culpa era de él. Una última exhalación dejó sus labios en el momento que, al otro lado del teléfono, solo se escucharon pitidos. Era el anuncio de que su madre había dado por terminada la conversación sin importar, realmente, que Nikolay hiciera consciencia. Por unos instantes el ruso observó la pantalla de su teléfono con el letrero de "Mamá. Llamada finalizada. 07:45 minutos". Con cuidado, quizá por inercia más bien, se llevó la mano hacia la oreja, podía sentir que estaba tan caliente como su teléfono, una señal de que la llamada había durado más de lo debido. Renuente, se guardó el teléfono en el bolsillo solo después de enviarle un mensaje a su madre: « Lo siento. Trataré de no darte más problemas. »
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