• Como antes, pero después
    Fandom N/A
    Categoría Slice of Life
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐::
    ㅤㅤㅤㅤㅤOlivia Romero

    223 días.

    Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico.

    172 días desde que el mecánico le envió un mensaje:
    "Señora, su vehículo está listo."

    142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación:
    "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme."

    ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy.

    Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo.

    Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves.

    Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría.

    : ¡Liiiiiiv!
    : -sticker de gato conduciendo-
    : Cancela todos tus planes para hoy...

    El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance.

    : ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas...
    : Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí.

    Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio.

    : A la intemperie. Con insectos, y esas cosas...

    Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo.

    Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo.

    : Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes.

    Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad.

    Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
    ㅤ╰─► 𝑹𝒐𝒍 𝒕𝒐:: ㅤㅤㅤㅤㅤ[flash_brass_tiger_817] ✦ 223 días. Esa era la cuenta exacta que llevaba Kazuha en una nota mental, y probablemente ya perdida entre el caos que era su mente. Doscientos veintitrés días desde que había estrellado su camioneta contra el elegante escaparate de una librería en el centro de la ciudad. Doscientos veintiuno desde que un juez, con evidente falta de imaginación, le había arrebatado su licencia de conducir por tercera vez. Doscientos diecisiete desde que había dejado abandonado el vehículo, con el capó aún humeante, en el taller mecánico. 172 días desde que el mecánico le envió un mensaje: "Señora, su vehículo está listo." 142 días desde el ultimátum, donde la resignación se tornó en un dejo de exasperación: "Señora, venga por su camioneta, ya está lista desde hace mas de un mes. Y págueme." ¿Señora? ¿SEÑORA? La palabra le había estado resonando en el cráneo durante semanas, cada sílaba un insulto a su eterna juventud y su caótico esplendor. ¿Ella? ¡¿Una señora?! Claro que aquella ofensa fue excusa suficiente para que su deuda se extendiera, pudriéndose en el olvido junto a otras facturas y advertencias sociales... hasta hoy. Hoy, finalmente, se había dignado a aparecer. Hoy, el aburrimiento había sido más fuerte que el orgullo. Tal vez fue su figura menuda, sus 1.58 metros de altura, o la mirada de absoluto desdén lo que hizo que el mecánico, quien ni siquiera la recordaba, la llamara 'Chiquilla'. Y por supuesto que la palabra también la ofendió, profundamente, pero sonaba menos a resignación y más a algo que podía aceptar. Pagó en efectivo, el origen del dinero era mejor no cuestionarlo, y recuperó las llaves. Ahora, una mano en el volante, un pie en el acelerador, una licencia de conducir inexistente y una responsabilidad que brillaba por su ausencia, Kazuha salió del taller. Con la otra mano, ya buscaba su móvil, los ojos saltando entre la carretera y la pantalla con una temeridad que era su sello personal. ¿Responsabilidad? Eso, si acaso, era el nombre de un plato aburrido que nunca probaría. 📱💬: ¡Liiiiiiv! 📱💬: -sticker de gato conduciendo- 📱💬: Cancela todos tus planes para hoy... El mensaje partió. Sus dedos, ágiles e imprudentes, continuaron su danza sobre la pantalla, tejiendo una verdad a medias con la urgencia de quien teme que la razón la alcance. 📱💬: ¡Vamos de viaje! Prepara tus cosas... 📱💬: Nada de outfits de señorita perfecta. Vamos a... acampar, sí. Se le acababa de ocurrir en el mismo instante en que lo escribía, pero la idea, una vez plasmada en aquel mensaje, se convirtió en un decreto irrevocable. Ahora hablaba en serio. 📱💬: A la intemperie. Con insectos, y esas cosas... Un semáforo se puso rojo frente a ella. Frenó en seco. En el silencio repentino, interrumpido solo por el ruido del motor, la duda, un monstruo raro y familiar, posó su garra en su estómago. ¿Y si Liv decía que no? ¿Y si los puentes no solo estaban rotos, sino reducidos a cenizas que ni siquiera ella podía reconstruir? El fantasma de una última pelea, de las palabras no dichas y los silencios que pesaban más que gritos, se cernió sobre ella por un segundo. Entonces, el semáforo cambió a verde. Un claxon furioso sonó detrás de ella. Kazuha pisó el acelerador como si estuviera aplastando la misma duda, la camioneta arrancó con una sacudida. La duda no tenía cabida en su mundo; solo la acción la tenía. Tomó el teléfono otra vez, la determinación ahogando el miedo. 📱💬: Ya voy en camino... No puedes decir que no. Ni lo intentes. Mentira. Podía. ¡Claro que podía!. Liv siempre había podido ponerle un alto. Siempre había sido la única capaz de trazar una línea infranqueable. Esa era una de las razones por la que su amistad, en otro tiempo, había valido cada grieta y cada cicatriz. Pero esta vez, no iba a detenerse. Giró el volante, tomando la ruta que conducía al apartamento de Olivia. En el asiento del copiloto, una pequeña maleta contenía lo esencial para ella: un par de conjuntos deportivos, una chaqueta de cuero, y una caja de doce jugos de fruta. ¿Y lo demás? ¿Carpas, sleeping bags, comida...? Si, bueno, eso era un problema para la Kazuha del futuro, que probablemente lo resolvería en la primera tienda que encontrara en el camino, sin importar el costo o la practicidad. Mientras conducía, con el cristal de la ventana a medio bajar y su cabello negro flotando contra el viento por la velocidad, los pensamientos acudían a ella. ¿Cuántos años habían pasado desde la última vez que hicieron algo así? No los de calendario... sino los de verdad, los que se miden en risas compartidas que duelen en el costado, en secretos susurrados bajo las sábanas durante una pijamada, en la complicidad silenciosa de saberse entendidas sin necesidad de palabras.. Ya no serían tres, claro. Esa época había quedado atrás, enterrada bajo los escombros de un corazón roto y elecciones que aún dolían. Esta vez serían solo ellas dos. Pero en ese momento, acelerando hacia el apartamento de Olivia, o tal vez mas bien hacia un futuro incierto, sintió que ellas dos podían ser, una vez más, un universo completo.
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  • ㅤ -- el amor no tiene que ㅤ ser una contienda,ㅤ no debe ser forzado, ㅤ una exigenda o una ㅤ petición.

    el amor supone ㅤ seguridad, confianza y dedicaciónㅤ al hilo rojo que ㅤ trazan dos almas; ㅤ sin intervenciones, con sus buenos ㅤ y malos momentos, ㅤ con diálogo entreㅤ medio.

    ㅤ y mi futura ㅤ esposa no necesita ㅤ un collar en el cuello ㅤ con una larga cadena de ㅤ desconfianza, la conocí libre ㅤ y la amare ㅤ libreㅤ sin importar lo que digan ㅤ los demásㅤ .ㅤ solo yo y nadie ㅤ más que yoㅤ conozco su amor.--
    ㅤ -- el amor no tiene que ㅤ ser una contienda,ㅤ no debe ser forzado, ㅤ una exigenda o una ㅤ petición. el amor supone ㅤ seguridad, confianza y dedicaciónㅤ al hilo rojo que ㅤ trazan dos almas; ㅤ sin intervenciones, con sus buenos ㅤ y malos momentos, ㅤ con diálogo entreㅤ medio. ㅤ y mi futura ㅤ esposa no necesita ㅤ un collar en el cuello ㅤ con una larga cadena de ㅤ desconfianza, la conocí libre ㅤ y la amare ㅤ libreㅤ sin importar lo que digan ㅤ los demásㅤ .ㅤ solo yo y nadie ㅤ más que yoㅤ conozco su amor.--
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  • Mei-Ling gruñó, un sonido grave que apenas escapó de sus labios apretados. Su brazo derecho, ahora una elegante y mortífera amalgama de metal bruñido y energía condensada en forma de rifle de pulso, vibraba ligeramente, apuntando directamente a la cabeza del último científico tembloroso.
    — N-no me mates porfavor, por favor... — balbuceó el hombre.
    — ¡Al diablo contigo! — Mei-Ling dio un paso adelante, la punta del rifle casi rozando su piel.
    — Estoy harta. Necesito terminar el trabajo rápido, conseguir mi información y largarme de aquí. ¿Y sabes por qué? — Una vena palpitaba en su sien. — Porque mi estómago está rugiendo como un demonio y llevo soñando con un tazón de ramen picante desde esta mañana. Con extra de picante, un huevo a punto y mucho cerdo. ¡Mucho cerdo! — Cada palabra era un martillo. — Y cada segundo que pierdo con tu patética vida, es un segundo menos que tengo para disfrutar de ese ramen antes de que se enfríe. — El brillo en sus ojos rosados se intensificó, no solo por la ira, sino por el hambre. — Así que, habla. Ahora. Porque si no, te prometo que mi próxima transformación no será un rifle, sino una maldita picadora de carne. Y no, no servirá para el ramen. —
    El científico, al borde del colapso, comenzó a balbucear coordenadas y códigos, y aún así la pelirosa lo mató. Sin importar mucho haber manchado su vestido, mientras pudiera comer aquel tazón de ramen ya que había logrado su objetivo.
    Mei-Ling gruñó, un sonido grave que apenas escapó de sus labios apretados. Su brazo derecho, ahora una elegante y mortífera amalgama de metal bruñido y energía condensada en forma de rifle de pulso, vibraba ligeramente, apuntando directamente a la cabeza del último científico tembloroso. — N-no me mates porfavor, por favor... — balbuceó el hombre. — ¡Al diablo contigo! — Mei-Ling dio un paso adelante, la punta del rifle casi rozando su piel. — Estoy harta. Necesito terminar el trabajo rápido, conseguir mi información y largarme de aquí. ¿Y sabes por qué? — Una vena palpitaba en su sien. — Porque mi estómago está rugiendo como un demonio y llevo soñando con un tazón de ramen picante desde esta mañana. Con extra de picante, un huevo a punto y mucho cerdo. ¡Mucho cerdo! — Cada palabra era un martillo. — Y cada segundo que pierdo con tu patética vida, es un segundo menos que tengo para disfrutar de ese ramen antes de que se enfríe. — El brillo en sus ojos rosados se intensificó, no solo por la ira, sino por el hambre. — Así que, habla. Ahora. Porque si no, te prometo que mi próxima transformación no será un rifle, sino una maldita picadora de carne. Y no, no servirá para el ramen. — El científico, al borde del colapso, comenzó a balbucear coordenadas y códigos, y aún así la pelirosa lo mató. Sin importar mucho haber manchado su vestido, mientras pudiera comer aquel tazón de ramen ya que había logrado su objetivo.
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  • —Hoy es el día...

    Un dia más, uno que siempre ha visto cuan especial es para humanos e incluso otros seres, pero para él es un día común y corriente.

    Por dentro siente algo de tristeza, le gustaría que alguien le tuviera presente de ese modo, sin importar toda su existencia, pero sólo suspira y sigue con el trabajo diario.
    —Hoy es el día... Un dia más, uno que siempre ha visto cuan especial es para humanos e incluso otros seres, pero para él es un día común y corriente. Por dentro siente algo de tristeza, le gustaría que alguien le tuviera presente de ese modo, sin importar toda su existencia, pero sólo suspira y sigue con el trabajo diario.
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  • Tsukumo Sana Espacio

    *Se encontraba sentada en medio del arido panorama que era la Luna. Pudiendo ver la Tierra facilmente. Sentada sobre la arena con las piernas dobladas y apoyando sus manos sobre estas mientras observa. Sumergida en sus pensamientos. Tenia mucho que atender, un problema detras de otro que surgian sin cesar. Y poco a poco se siente como las veces anteriores*

    *Como las lineas de tiempo que ya conoce donde las cosas salen mal. Y aunque apenas esta comenzando por un momento la inseguridad le asalta. Y si nuevamente todo acabara mal? La ultima en la que estuvo no tuvo un final feliz, el mundo no se destruyo pero perdio a sus amigas. Quedando sola nuevamente. Y ahora era un nuevo inicio. Con nuevas y a la vez las mismas compañeras que conoce tan bien. Con pequeñas diferencias que hacen un mundo de diferencia*

    Ironico que sienta que no tengo el tiempo suficiente para hacer esto... *Comentaba con ironia para si misma inclinando el rostro hacia abajo apoyandolo sobre sus manos mientras continuaba observando el planeta que se supone debia proteger sin importar que pase*

    [blaze_titanium_scorpion_916] *Se encontraba sentada en medio del arido panorama que era la Luna. Pudiendo ver la Tierra facilmente. Sentada sobre la arena con las piernas dobladas y apoyando sus manos sobre estas mientras observa. Sumergida en sus pensamientos. Tenia mucho que atender, un problema detras de otro que surgian sin cesar. Y poco a poco se siente como las veces anteriores* *Como las lineas de tiempo que ya conoce donde las cosas salen mal. Y aunque apenas esta comenzando por un momento la inseguridad le asalta. Y si nuevamente todo acabara mal? La ultima en la que estuvo no tuvo un final feliz, el mundo no se destruyo pero perdio a sus amigas. Quedando sola nuevamente. Y ahora era un nuevo inicio. Con nuevas y a la vez las mismas compañeras que conoce tan bien. Con pequeñas diferencias que hacen un mundo de diferencia* Ironico que sienta que no tengo el tiempo suficiente para hacer esto... *Comentaba con ironia para si misma inclinando el rostro hacia abajo apoyandolo sobre sus manos mientras continuaba observando el planeta que se supone debia proteger sin importar que pase*
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  • La zorra dio a luz a sus cachorros, fuertes y sanos. Sus pelajes, de un naranja con vetas rojas de fuego, reflejaban los colores mismos de la tierra.

    Pero aún faltaba uno más… Este se resistía a salir, y parecía que aquello tendría un triste final.

    Inari, testigo de la escena, descendió de los cielos bajando por una escalera dorada que aparecía y se desvanecía con cada paso. Sin importar la suciedad del suelo —incluidos los desechos del nacimiento—, la diosa se arrodilló a su lado.

    Acarició a la exhausta zorra, desde la cabeza hasta el vientre aún abultado. El animal la miró con súplica en los ojos, como si comprendiera por instinto quién era aquella presencia divina.

    —Te concederé la gracia de la vida. Bendeciré a tu hijo, con la condición de que también será mío. Será reclamado, su futuro sellado, su cometido sagrado —dijo la diosa con una voz que sonaba como un eco lejano.

    Su mano se iluminó, posándose sobre el vientre de la madre. Entonces, las fuerzas que le faltaban a la zorra regresaron, como el agua que el desierto reclama.

    El último de sus hijos nació. Era más pequeño, más frágil. Y su pelaje… el blanco plateado de este rivalizaba con el brillo de la luna llena de aquella noche. Su madre lamió su rostro, y él abrió los ojos: azules, como el zafiro; intensos, profundos. Aquella mirada evocaba que se trataba de algo sagrado.

    El kami Inari se desvaneció en un suspiro, como si el aire mismo se hubiera contenido en su presencia. El sonido nocturno regresó junto con la oscuridad, pero aquellos ojos azules tenían brillo propio: dos diminutos faros que guiaban en la noche.
    La zorra dio a luz a sus cachorros, fuertes y sanos. Sus pelajes, de un naranja con vetas rojas de fuego, reflejaban los colores mismos de la tierra. Pero aún faltaba uno más… Este se resistía a salir, y parecía que aquello tendría un triste final. Inari, testigo de la escena, descendió de los cielos bajando por una escalera dorada que aparecía y se desvanecía con cada paso. Sin importar la suciedad del suelo —incluidos los desechos del nacimiento—, la diosa se arrodilló a su lado. Acarició a la exhausta zorra, desde la cabeza hasta el vientre aún abultado. El animal la miró con súplica en los ojos, como si comprendiera por instinto quién era aquella presencia divina. —Te concederé la gracia de la vida. Bendeciré a tu hijo, con la condición de que también será mío. Será reclamado, su futuro sellado, su cometido sagrado —dijo la diosa con una voz que sonaba como un eco lejano. Su mano se iluminó, posándose sobre el vientre de la madre. Entonces, las fuerzas que le faltaban a la zorra regresaron, como el agua que el desierto reclama. El último de sus hijos nació. Era más pequeño, más frágil. Y su pelaje… el blanco plateado de este rivalizaba con el brillo de la luna llena de aquella noche. Su madre lamió su rostro, y él abrió los ojos: azules, como el zafiro; intensos, profundos. Aquella mirada evocaba que se trataba de algo sagrado. El kami Inari se desvaneció en un suspiro, como si el aire mismo se hubiera contenido en su presencia. El sonido nocturno regresó junto con la oscuridad, pero aquellos ojos azules tenían brillo propio: dos diminutos faros que guiaban en la noche.
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  • "El beso final"

    El aire estaba quieto.
    Ni una hoja se movía, como si el mundo contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder.

    Ella lo miró sin temblar, con los ojos llenos de esa calma que solo tienen los que ya comprendieron.
    Frente a él —a la Muerte misma— no hubo súplica ni llanto. Solo un susurro, suave, casi reverente:

    —Antes de irme… quiero saber cómo se siente un beso tuyo.

    Cillian la observó en silencio.
    No había sorpresa en su expresión, ni compasión. Solo ese vacío sereno que se siente al borde del abismo.
    Sus pasos no hicieron ruido al acercarse. El mundo se volvió distante, gris, como si todo lo demás dejara de importar.

    —¿Un beso? —preguntó con voz baja, tan honda que parecía venir de otra época—.
    Sabes lo que eso significa.

    Ella asintió.
    —Lo sé. Es lo que deseo. No temo dejar de existir… temo no haberte conocido.

    Sus palabras lo atravesaron como un eco antiguo.
    Había escuchado muchas cosas a lo largo de los siglos: plegarias, insultos, ruegos… pero esa devoción pura, esa entrega sin drama, era un raro privilegio.

    Cillian levantó una mano y la posó en su mejilla. Su tacto era frío, pero no cruel.
    Sus labios se encontraron apenas, un roce sin tiempo, y el mundo se apagó.
    No hubo dolor, ni oscuridad… solo silencio.

    Cuando la separó de su abrazo, ella dormía ya en su eternidad.
    Cillian la sostuvo un instante, observando el rostro tranquilo, la curva de los labios aún curvada en una ligera sonrisa.

    —Ahora entiendes —murmuró—. La muerte no arrebata. Solo devuelve lo que el tiempo robó.

    Luego, el viento se alzó, y con él desapareció.
    Solo quedó el eco de su voz y el perfume leve de algo que ya no pertenecía a este mundo.
    "El beso final" El aire estaba quieto. Ni una hoja se movía, como si el mundo contuviera la respiración ante lo que estaba por suceder. Ella lo miró sin temblar, con los ojos llenos de esa calma que solo tienen los que ya comprendieron. Frente a él —a la Muerte misma— no hubo súplica ni llanto. Solo un susurro, suave, casi reverente: —Antes de irme… quiero saber cómo se siente un beso tuyo. Cillian la observó en silencio. No había sorpresa en su expresión, ni compasión. Solo ese vacío sereno que se siente al borde del abismo. Sus pasos no hicieron ruido al acercarse. El mundo se volvió distante, gris, como si todo lo demás dejara de importar. —¿Un beso? —preguntó con voz baja, tan honda que parecía venir de otra época—. Sabes lo que eso significa. Ella asintió. —Lo sé. Es lo que deseo. No temo dejar de existir… temo no haberte conocido. Sus palabras lo atravesaron como un eco antiguo. Había escuchado muchas cosas a lo largo de los siglos: plegarias, insultos, ruegos… pero esa devoción pura, esa entrega sin drama, era un raro privilegio. Cillian levantó una mano y la posó en su mejilla. Su tacto era frío, pero no cruel. Sus labios se encontraron apenas, un roce sin tiempo, y el mundo se apagó. No hubo dolor, ni oscuridad… solo silencio. Cuando la separó de su abrazo, ella dormía ya en su eternidad. Cillian la sostuvo un instante, observando el rostro tranquilo, la curva de los labios aún curvada en una ligera sonrisa. —Ahora entiendes —murmuró—. La muerte no arrebata. Solo devuelve lo que el tiempo robó. Luego, el viento se alzó, y con él desapareció. Solo quedó el eco de su voz y el perfume leve de algo que ya no pertenecía a este mundo.
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  • -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo!

    *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.*

    -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~

    -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya.

    *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.*

    -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
    -¡Tadaa~! ¿Qué te parece? ¡El universo entero dentro de un solo atuendo! *Gira sobre sí misma dejando que las mangas llenas de estrellas ondeen como un firmamento viviente, su alegría siempre desbordante se veía al mostrárselo a todos.* -He estado ajustando un poco el tejido del espacio-tiempo para hacerlo más a la... Moda. ¡Y mira estas esferas! Son cúmulos de energía estelar comprimidos, perfectos para iluminar cualquier dimensión~ -¿Sabías que cada punto brillante aquí representa un pequeño sistema solar? Así puedo llevar conmigo a todos mis pequeñas creaciones, sin importar a dónde vaya. *Ríe suavemente mientras su halo gira como una órbita dorada.* -Ehehe~ No todo tiene que ser tan serio en el cosmos. A veces, el universo también necesita un poco de estilo, ¿no crees?
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  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    El sol de media mañana inunda el vagón de tren, cálido y sorprendentemente brillante, como si el cielo quisiera compensar la furia del día anterior. Un día antes, la ciudad había estado sumida en un diluvio gris, ahora la luz baila sobre el terciopelo desgastado de los asientos.

    Irina está sentada sola en un compartimento, su silueta recortada contra el paisaje que se desenfoca, a su lado, una pequeña mochila.

    ​Afuera, la ciudad ha quedado atrás hace ya un buen rato. Los edificios han sido reemplazados por colinas suaves que se elevan a montañas escarpadas, pequeñas casas de pobladores que viven más alejados y por supuesto campos de un verde tan intenso que casi duele a la vista. El aire que entra por la ventanilla, ligeramente abierta, huele a tierra húmeda y a pino.

    ​Irina observa los árboles pasar una y otra vez.
    ​La última misión aún fresca revive en sus pensamientos.

    La sonrisa falsa en el rostro de la duquesa de Borgoña mientras un artefacto desaparecía de su tocador, la tensión en la voz del agente que le daba las "gracias" por haber evitado una paradoja temporal que habría reescrito la Revolución Francesa. El sudor frío que corrió por su espalda cuando se dio cuenta de que había estado a segundos de ser descubierta en el año 1789.
    ​Se lleva una mano a la sien, un ligero temblor apenas perceptible.

    Demasiado. Ha sido demasiado.

    Los anacronismos en su cabeza, las voces de diferentes épocas, el miedo constante de un desliz, un error que podría borrar existencias.
    ​Cierra los ojos. Las imágenes tintinean detrás de sus párpados: un salón rococó, una calle adoquinada bajo la lluvia, el olor a pólvora de un campo de batalla del siglo XVII. Y luego, el flash blanquecino de un salto, una sensación de vacío estomacal, y el aterrizaje en otro ahora, en otro lugar.

    ​El tren traquetea sobre un puente de acero, y el sonido metálico la devuelve al presente. Abre los ojos. Un río cristalino fluye debajo, arrastrando ramas y hojas. Agua que sigue su curso, sin importar lo que el tiempo le depare.

    Este sentido de ser un fantasma en su propia época, siempre un paso fuera de sincronía, siempre una espectadora, nunca una participante plena, la sensación de no pertenecer del todo a este tiempo la persigue.​

    Su don, que le permite deslizarse entre los siglos, es también su jaula. Siempre observando, nunca echando raíces lo suficientemente profundas

    ​Siente una familiar opresión en el pecho, no es tristeza, es más bien una fatiga de la esencia ... Ha visto el ascenso y la caída de imperios, la evolución del arte, la brutalidad y la belleza de la humanidad a través de los siglos. Y en cada era, ella ha sido la misma, una constante que no cambia, mientras todo a su alrededor se transforma.

    Aún quedan un par de horas para su destino, su mente no deja de pensar... Irina busca desesperadamente como calmarse antes de rayar en la locura. Por fuera se ve implacable, con la mirada fija en el paisaje, sólo un pequeño temblor de su pierna la delataría bajo un ojo observador
    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ El sol de media mañana inunda el vagón de tren, cálido y sorprendentemente brillante, como si el cielo quisiera compensar la furia del día anterior. Un día antes, la ciudad había estado sumida en un diluvio gris, ahora la luz baila sobre el terciopelo desgastado de los asientos. Irina está sentada sola en un compartimento, su silueta recortada contra el paisaje que se desenfoca, a su lado, una pequeña mochila. ​Afuera, la ciudad ha quedado atrás hace ya un buen rato. Los edificios han sido reemplazados por colinas suaves que se elevan a montañas escarpadas, pequeñas casas de pobladores que viven más alejados y por supuesto campos de un verde tan intenso que casi duele a la vista. El aire que entra por la ventanilla, ligeramente abierta, huele a tierra húmeda y a pino. ​Irina observa los árboles pasar una y otra vez. ​La última misión aún fresca revive en sus pensamientos. La sonrisa falsa en el rostro de la duquesa de Borgoña mientras un artefacto desaparecía de su tocador, la tensión en la voz del agente que le daba las "gracias" por haber evitado una paradoja temporal que habría reescrito la Revolución Francesa. El sudor frío que corrió por su espalda cuando se dio cuenta de que había estado a segundos de ser descubierta en el año 1789. ​Se lleva una mano a la sien, un ligero temblor apenas perceptible. Demasiado. Ha sido demasiado. Los anacronismos en su cabeza, las voces de diferentes épocas, el miedo constante de un desliz, un error que podría borrar existencias. ​Cierra los ojos. Las imágenes tintinean detrás de sus párpados: un salón rococó, una calle adoquinada bajo la lluvia, el olor a pólvora de un campo de batalla del siglo XVII. Y luego, el flash blanquecino de un salto, una sensación de vacío estomacal, y el aterrizaje en otro ahora, en otro lugar. ​El tren traquetea sobre un puente de acero, y el sonido metálico la devuelve al presente. Abre los ojos. Un río cristalino fluye debajo, arrastrando ramas y hojas. Agua que sigue su curso, sin importar lo que el tiempo le depare. Este sentido de ser un fantasma en su propia época, siempre un paso fuera de sincronía, siempre una espectadora, nunca una participante plena, la sensación de no pertenecer del todo a este tiempo la persigue.​ Su don, que le permite deslizarse entre los siglos, es también su jaula. Siempre observando, nunca echando raíces lo suficientemente profundas ​Siente una familiar opresión en el pecho, no es tristeza, es más bien una fatiga de la esencia ... Ha visto el ascenso y la caída de imperios, la evolución del arte, la brutalidad y la belleza de la humanidad a través de los siglos. Y en cada era, ella ha sido la misma, una constante que no cambia, mientras todo a su alrededor se transforma. Aún quedan un par de horas para su destino, su mente no deja de pensar... Irina busca desesperadamente como calmarse antes de rayar en la locura. Por fuera se ve implacable, con la mirada fija en el paisaje, sólo un pequeño temblor de su pierna la delataría bajo un ojo observador
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  • Aikaterine Ouro ℭ𝔢𝔯𝔢𝔰 𝔉𝔞𝔲𝔫𝔞 ᴳᵘᵃʳᵈⁱᵃⁿᵃ ᵈᵉ ˡᵃ ᴺᵃᵗᵘʳᵃˡᵉᶻᵃ

    *La cálida brisa roza su piel mientras Sana, con una gran sonrisa, se acerca a sus dos compañeras y las rodea con sus brazos extendidos, rebosante de energía solar.*

    —¡Hehehe~! ¡Cuánto tiempo sin verlas tan juntas! ¡La naturaleza, el tiempo y el espacio, reunidas otra vez!

    *Aprieta el abrazo con cariño, aunque con tanta fuerza que una de ellas se queja entre risas.*

    —Ah… perdón, olvidé que mi entusiasmo puede ser un poco… gravitacional, jejeje. Pero en serio, las extrañé mucho. El universo se siente mucho más brillante cuando estamos así.

    *Inclina la cabeza, su sonrisa se vuelve más suave.*

    —Prometamos que, sin importar cuántos mundos o eras pasen, seguiremos encontrándonos… una y otra vez.
    [Mercenary1x] [Ceres3] *La cálida brisa roza su piel mientras Sana, con una gran sonrisa, se acerca a sus dos compañeras y las rodea con sus brazos extendidos, rebosante de energía solar.* —¡Hehehe~! ¡Cuánto tiempo sin verlas tan juntas! ¡La naturaleza, el tiempo y el espacio, reunidas otra vez! *Aprieta el abrazo con cariño, aunque con tanta fuerza que una de ellas se queja entre risas.* —Ah… perdón, olvidé que mi entusiasmo puede ser un poco… gravitacional, jejeje. Pero en serio, las extrañé mucho. El universo se siente mucho más brillante cuando estamos así. *Inclina la cabeza, su sonrisa se vuelve más suave.* —Prometamos que, sin importar cuántos mundos o eras pasen, seguiremos encontrándonos… una y otra vez.
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