Evangeline se queda frente al espejo en silencio, tan quieta que la llama de las velas parece observarla.
Inclina un poco el rostro, dejando que la luz caiga sobre sus ojos rojizos. El color resalta, intenso, casi orgulloso por sí mismo.
Ella los mira durante un largo momento.
Pasa un dedo por debajo de uno, como si quisiera asegurarse de que ese brillo realmente le pertenece. Respira hondo, acomodando sus manos sobre el vestido con un gesto que intenta ser seguro, pero tiene algo de búsqueda.
La princesa mantiene la postura recta, elegante, exactamente como le enseñaron.
Sin embargo, la manera en que su mirada se desliza hacia un lado, apenas un segundo, delata un pensamiento que no termina de asentarse.
Evangeline vuelve a verse de frente.
El reflejo le devuelve una imagen impecable.
Ella levanta el mentón un poco más de lo necesario.
Y el leve temblor en sus pestañas dice lo que sus labios nunca dirían.
La vela chisporrotea.
Evangeline sostiene la mirada un instante más,
como si esperara encontrar en ella algo que todavía no encuentra.
Evangeline se queda frente al espejo en silencio, tan quieta que la llama de las velas parece observarla.
Inclina un poco el rostro, dejando que la luz caiga sobre sus ojos rojizos. El color resalta, intenso, casi orgulloso por sí mismo.
Ella los mira durante un largo momento.
Pasa un dedo por debajo de uno, como si quisiera asegurarse de que ese brillo realmente le pertenece. Respira hondo, acomodando sus manos sobre el vestido con un gesto que intenta ser seguro, pero tiene algo de búsqueda.
La princesa mantiene la postura recta, elegante, exactamente como le enseñaron.
Sin embargo, la manera en que su mirada se desliza hacia un lado, apenas un segundo, delata un pensamiento que no termina de asentarse.
Evangeline vuelve a verse de frente.
El reflejo le devuelve una imagen impecable.
Ella levanta el mentón un poco más de lo necesario.
Y el leve temblor en sus pestañas dice lo que sus labios nunca dirían.
La vela chisporrotea.
Evangeline sostiene la mirada un instante más,
como si esperara encontrar en ella algo que todavía no encuentra.
Atención chicos/as como es pocible que solo Oscar puso su imagen navideña de perfil exijo que todos ustedes pongan sus perfiles navideños a la de ya!! O si no hay tabla
Atención chicos/as como es pocible que solo Oscar puso su imagen navideña de perfil exijo que todos ustedes pongan sus perfiles navideños a la de ya!! O si no hay tabla :STK-18:
[solar_yellow_frog_924]
[Vergil_Sparda_Oficial]
[vortex_yellow_pigeon_115]
[Lee_wong]
[eclipse_red_crow_913]
[VOX_Vees]
[Luzbel666]
[drift_gold_giraffe_699]
[solar_brass_dolphin_556]
[Leon_scottkennedy241319]
[Robin]
5
13
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Me empiezo a desvanecer lentamente en los brazos de mi madre.
Su abrazo se vuelve luz, su luz se vuelve sueño. Mis dedos atraviesan su espalda como si ya no habitara el mismo plano.
Arc se acerca en silencio y coloca su mano sobre la cabeza de Jennifer, como quien toca una reliquia sagrada… o una herida que necesita cerrarse.
Los ojos de mi madre se ponen en blanco.
Su respiración se serena.
Se duerme.
Arc: “Es necesario que olvide lo sucedido… pero dejaré una semilla implantada en su mente para que recuerde… a su debido tiempo.”
Su voz resuena como el eco de un templo antiguo.
Yo intento moverme, tocar a mi madre una vez más, pero mi forma ya no pertenece ahí.
Desaparezco.
Y entonces estoy… en nada.
Una sala eterna.
Blanca.
Sin principio ni fin.
Sin sonido.
Sin vida.
Sin color.
Camino, pero mis pasos no suenan.
Grito, pero mi voz muere antes de nacer.
La soledad es tan profunda que parece una criatura viva.
Avanzo sin saber si estoy moviéndome o si es la eternidad la que me arrastra.
Y por fin, a lo lejos…
Un cubo.
Suspendido en la nada.
Dentro, parece haber una habitación de niña: planetas de papel, móviles espaciales, juguetes que orbitan alrededor de una cama pequeña.
Una estrella fugaz cruza el espacio reducido de su techo como si la habitación fuese un cosmos propio.
La chica allí dentro juega con mundos diminutos.
Sonríe.
Brilla.
Me acerco.
Toco el cubo.
Y aparezco dentro.
Pero no es lo que había visto desde fuera.
No hay paredes.
No hay techo.
Todo es infinito.
Galaxias vivas.
Nebulosas que respiran.
Constelaciones que parpadean como criaturas reales.
La niña —no tan niña— se vuelve hacia mí.
Sus ojos contienen sistemas solares enteros.
Sonríe.
Tsukumo Sana:
“¿De dónde sales tú, niña?”
Trago saliva.
Mis manos tiemblan.
La presencia es tan inmensa que mi alma parece reducirse a un susurro.
Lili:
“Yo… de…”
La miro, incapaz de comprenderla del todo.
“¿Eres la muerte?”
Ella se ríe suavemente, como si la pregunta la acariciara.
Su risa hace vibrar estrellas.
1
2
comentarios
1
compartido
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
1
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
No puedo mantener la compostura.
Cuando por fin la veo, cuando su figura rompe la línea del horizonte y su energía lunar me alcanza… me rompo.
Corro hacia ella y la abrazo como si el cuerpo me ardiera por dentro. Lloro contra su pecho.
Jennifer no dice ninguna de sus frases afiladas ni de sus bromas del caos.
No.
Ella me abraza más fuerte, me acuna contra su collar de reina y… le cae una lágrima.
Jennifer: “Shhh… ya está, pequeña. Respira conmigo… Respira como mamá.”
La palabra mamá no nace de su boca: nace de su alma. Es instintiva, primigenia, como si su propia sangre reconociera algo que su mente aún no ha alcanzado.
Y lo entiende.
Sin que yo tenga que explicarlo.
Sin que exista ninguna duda entre nosotras.
Se da cuenta de que yo no pertenezco a este tiempo.
De que soy su hija.
Jennifer: “Esto significa…” —su voz tiembla, pero no de miedo— “…que finalmente voy a encontrar a esa persona que tanto tiempo llevo buscando. Y voy a tener una preciosa hija con ella.”
Su abrazo se vuelve eterno.
Mi pecho se abre.
Y en ese momento lo siento: un poder antiguo despierta dentro de mí, como si el eclipse hubiera estado esperándome desde antes de nacer.
Cierro los ojos.
Y allí está la mirada del Caos, afilada, danzante, clavándose en mí desde las sombras.
Hakos Baelz.
Observándome.
Sonriendo con esa chispa de destino inevitable.
En esa oscuridad también veo a mi madre, a mis hermanas, a Akane… y todas y cada una de las transformaciones del linaje Queen. Sus ecos, sus pieles, sus luces y abismos.
Y por primera vez, entre ellas, la mía.
Una figura elegante.
Piel totalmente roja, como el corazón de un eclipse en llamas.
Una sombra viva y un sol sangrante al mismo tiempo.
Abro los ojos.
Y mi piel es roja como el fuego.
Un poder nuevo ruge dentro de mí, como un idioma que siempre estuvo ahí pero que hasta ahora no había podido pronunciar.
Lili: “Necesito encontrar a Veythra.”
Arc aparece sin hacer ruido, como si siempre hubiera estado presente.
Arc: “No la encontrarás aquí.”
Da un paso hacia atrás, su forma comienza a difuminarse bajo la luz moribunda del eclipse.
“Tu tiempo aquí… ha terminado.”
2
1
comentario
1
compartido
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
1
0
comentarios
0
compartidos
Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Cuando el blanco absoluto se disipa…
No hay luna.
No hay sol.
No hay Veythra.
Solo un olor agrio, espeso, pegado en el aire.
Estoy frente a una taberna cochambrosa, una choza de madera hundida sobre sí misma, rodeada de barro, vómito y voces ebrias. Una farola de fuego tambalea, iluminando la escena con una luz enfermiza.
Y entonces lo veo.
Un hombre enorme, grasiento, con ropa mugrienta y manos ásperas—el dueño—patea sin remordimiento a su pequeña empleada:
una niña goblina, huesuda, con mejillas salpicadas de barro y ojos grandes que no se atreven a llorar.
Los borrachos se ríen, le tiran jarras de cerveza encima como si fuera un espectáculo.
Un instante.
Un latido.
Una repulsión que me revuelve la sangre.
No hago nada.
Aún no.
Solo… me giro. Me alejo.
No sé dónde estoy. No sé quién soy aquí.
Pero entonces, al salir por la verja desvencijada, la niña vuelve caminando hacia unas cuadras. Va a dormir en un establo.
Me acerco con cuidado.
—¿Dónde estamos? —pregunto.
La goblina se encoge, temblando. Ni siquiera me mira al principio. Solo aprieta los hombros.
—Me llamo… Selin —dice con voz rota.
El nombre me corta la respiración.
Selin.
Como mi abuela.
Como la Elunai.
Como el origen de todo.
Y recuerdo que Oz puede adoptar forma de goblin.
Y Akane también.
¿Será…? ¿Puede ser…?
La abrazo instintivamente. No puedo evitarlo.
La niña tiembla como un animalillo acorralado.
Y entonces una voz irrumpe como un trueno:
—¡SELIN! ¡MUÉVETE, RATA!
El propietario aparece con un cinturón enrollado en la mano.
Sus ojos me recorren como si yo fuera otra de sus pertenencias.
Mi visión se distorsiona.
Mi corazón se enciende.
Un estremecimiento me sube por la columna… y algo en mí se rompe, sin retorno.
Camino hacia él.
No oigo mi respiración.
No oigo al mundo.
Solo siento una certeza fría.
El cuchillo aparece en mi mano como si siempre hubiese estado ahí.
El resto es un borrón oscuro, instintivo, inevitable.
Una ejecución.
Una sentencia.
Acabo con él sin dejar que pronuncie un segundo insulto.
Y tomo la pequeña mano de Selin.
—Vámonos —le digo.
No pregunto. No dudo.
Solo la saco de ese mundo de mierda.
La llevo hasta el bosque más cercano, donde la niebla es espesa y las hojas crujen bajo nuestros pasos. Allí, por fin, ella empieza a respirar sin miedo.
Pero antes de que pueda decir nada, un viento gélido rasga el silencio.
Una guerrera aparece frente a nosotras.
Armadura negra. Ojos rojizos.
Aura del Caos tan densa que distorsiona el aire.
Sus armas se levantan hacia mí.
—Apártate de la niña —ordena con un tono que solo usa alguien que ha matado mil veces—. Si le haces daño, te arranco el alma.
Mi sangre se hiela.
Ella… es Jennifer.
Mi madre.
Pero joven. Feroz. Impiadosa.
La Jennifer de las leyendas del Caos.
Levanto una mano lentamente y dejo que mi aura se libere.
La luna, el Caos, Elunai.
Todo lo que soy.
Ella se detiene.
Sus ojos se abren con una mezcla de reconocimiento y desconcierto.
La guerrera inclina la cabeza con respeto inmediato y absoluto.
—Pido perdón. No sabía…
—¿Quién eres? —pregunto.
Ella da un paso adelante y se arrodilla, puño al suelo.
—Soy Onix, general del Caos. Mano derecha de Jennifer Queen Ishtar… y ahora—
Levanta la vista, seria, solemne.
—al servicio de su hija: Lili.
Selin se esconde detrás de mí.
Onix me mira, esperando órdenes.
Y yo… yo no sé si el futuro tiembla, o si es el pasado el que empieza a cambiar bajo mis pies.