“Cicatrices heredadas”
El cielo se desangraba sobre el horizonte.
El atardecer parecía burlarse de mí, tiñendo el mundo con esos tonos cálidos que jamás sentí en la piel.
Estaba sentada sobre una vieja cerca, las botas colgando, el metal frío contra mis manos.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sabía quién era.
Toda mi vida había creído que los Carson me habían salvado.
Que me encontraron sola, abandonada, y me ofrecieron una familia.
Pero la verdad… la verdad era un veneno que aún no terminaba de tragar.
Fui adoptada, sí.
Pero no por compasión.
Fui moldeada, quebrada, usada.
Convertida en el arma que necesitaban, en la ejecutora silenciosa que obedecía sin dudar.
Y cada golpe, cada castigo, cada orden cumplida con sangre, fue un paso más lejos de la niña que una vez fui.
No recordaba sus rostros —los de mis verdaderos padres— hasta que Darkus pronunció esas palabras.
Su voz fue el filo que cortó las cuerdas de mi mente.
Y las memorias regresaron como un aluvión.
El olor del bosque.
Las risas.
Mi madre con su cabello oscuro, su piel iluminada por la luna.
Mi padre tomándome en brazos, prometiendo que me protegería.
Luego… fuego.
Aullidos.
La manada.
El miedo.
La sangre.
Ellos no murieron por accidente.
Fueron cazados por su propia gente.
Mi madre, una loba que amó a un humano.
Mi padre, el humano que se atrevió a devolverle ese amor.
Y yo, la hija de ambos… el error que debía ser borrado.
Los Carson no me salvaron.
Me encontraron entre las cenizas y vieron en mí un proyecto.
Una criatura rota, fácil de rehacer.
Así que me arrancaron el nombre, la historia, la ternura.
Me enseñaron a obedecer.
A no sentir.
A matar con precisión.
Y yo lo hice.
Porque creí que eso era amor.
El aire de la tarde quemaba en mis pulmones.
No sabía si llorar o reír.
Todo en mí dolía: los huesos, la memoria, el alma.
Pero entre todo ese dolor, algo empezó a despertar.
Un fuego que no provenía del odio, sino de la verdad.
No soy su creación.
No soy su soldado.
Soy la hija de la luna y la sangre.
Y aunque me arrancaron la infancia, no pudieron borrar mi naturaleza.
Los Carson me convirtieron en un arma…
Pero olvidaron una cosa.
Las armas también pueden apuntar hacia atrás.
Miré el horizonte una última vez.
El sol moría, y yo nacía de nuevo.
Ya no era la niña que pedía ser amada.
Era la sombra que aprendió a amar su propio fuego.
Y esta vez, nadie iba a controlarlo.
---
“Cicatrices heredadas”
El cielo se desangraba sobre el horizonte.
El atardecer parecía burlarse de mí, tiñendo el mundo con esos tonos cálidos que jamás sentí en la piel.
Estaba sentada sobre una vieja cerca, las botas colgando, el metal frío contra mis manos.
Y por primera vez en mucho tiempo, no sabía quién era.
Toda mi vida había creído que los Carson me habían salvado.
Que me encontraron sola, abandonada, y me ofrecieron una familia.
Pero la verdad… la verdad era un veneno que aún no terminaba de tragar.
Fui adoptada, sí.
Pero no por compasión.
Fui moldeada, quebrada, usada.
Convertida en el arma que necesitaban, en la ejecutora silenciosa que obedecía sin dudar.
Y cada golpe, cada castigo, cada orden cumplida con sangre, fue un paso más lejos de la niña que una vez fui.
No recordaba sus rostros —los de mis verdaderos padres— hasta que Darkus pronunció esas palabras.
Su voz fue el filo que cortó las cuerdas de mi mente.
Y las memorias regresaron como un aluvión.
El olor del bosque.
Las risas.
Mi madre con su cabello oscuro, su piel iluminada por la luna.
Mi padre tomándome en brazos, prometiendo que me protegería.
Luego… fuego.
Aullidos.
La manada.
El miedo.
La sangre.
Ellos no murieron por accidente.
Fueron cazados por su propia gente.
Mi madre, una loba que amó a un humano.
Mi padre, el humano que se atrevió a devolverle ese amor.
Y yo, la hija de ambos… el error que debía ser borrado.
Los Carson no me salvaron.
Me encontraron entre las cenizas y vieron en mí un proyecto.
Una criatura rota, fácil de rehacer.
Así que me arrancaron el nombre, la historia, la ternura.
Me enseñaron a obedecer.
A no sentir.
A matar con precisión.
Y yo lo hice.
Porque creí que eso era amor.
El aire de la tarde quemaba en mis pulmones.
No sabía si llorar o reír.
Todo en mí dolía: los huesos, la memoria, el alma.
Pero entre todo ese dolor, algo empezó a despertar.
Un fuego que no provenía del odio, sino de la verdad.
No soy su creación.
No soy su soldado.
Soy la hija de la luna y la sangre.
Y aunque me arrancaron la infancia, no pudieron borrar mi naturaleza.
Los Carson me convirtieron en un arma…
Pero olvidaron una cosa.
Las armas también pueden apuntar hacia atrás.
Miré el horizonte una última vez.
El sol moría, y yo nacía de nuevo.
Ya no era la niña que pedía ser amada.
Era la sombra que aprendió a amar su propio fuego.
Y esta vez, nadie iba a controlarlo.
---