• # 𝐁𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨𝐬 a la Revista Mnenosyme

    𝙻𝚊 𝚜𝚎𝚌𝚌𝚒𝚘𝚗 𝚏𝚊𝚟𝚘𝚛𝚒𝚝𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚒𝚘𝚜𝚎𝚜... 𝚢 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚘𝚛𝚝𝚊𝚕𝚎𝚜 𝚌𝚞𝚛𝚒𝚘𝚜𝚘𝚜.

    El resumen breve pero sustancioso de rol, de esta oportunidad se desarrolla en el territorio del **Olimpo**. Prepárate para la sorpresa, chisme, y una compañía exótica de ver en esta vez... ¡y más de un escándalo que ni las Moiras se esperaban!

    𝙴𝚗 𝚎𝚜𝚝𝚊 6° 𝚎𝚍𝚒𝚌𝚒𝚘𝚗, 𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚛𝚘𝚝𝚊𝚐𝚘𝚗𝚒𝚜𝚝𝚊𝚜 𝚜𝚘𝚗: **Hebe** ; junto al **Apolo**. En esta oportunidad. 𝙻𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚜𝚎 𝚜𝚒𝚝𝚞𝚊 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚊ñ𝚘 𝟷𝟷8𝟶 𝚊. 𝙲, 𝚓𝚞𝚜𝚝𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚟𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚐𝚞𝚎𝚛𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚊𝚌𝚞𝚍𝚒𝚛𝚊𝚗 𝚃𝚛𝚘𝚢𝚊.

    **¡Acompáñanos y descubre lo que los dioses prefieren mantener en susurros... o en gritos celestiales!**
    # 🌿✨ 𝐁𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨𝐬 a la Revista Mnenosyme 𝙻𝚊 𝚜𝚎𝚌𝚌𝚒𝚘𝚗 𝚏𝚊𝚟𝚘𝚛𝚒𝚝𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚒𝚘𝚜𝚎𝚜... 𝚢 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚘𝚛𝚝𝚊𝚕𝚎𝚜 𝚌𝚞𝚛𝚒𝚘𝚜𝚘𝚜. El resumen breve pero sustancioso de rol, de esta oportunidad se desarrolla en el territorio del **Olimpo**. Prepárate para la sorpresa, chisme, y una compañía exótica de ver en esta vez... ¡y más de un escándalo que ni las Moiras se esperaban! 🔥 𝙴𝚗 𝚎𝚜𝚝𝚊 6° 𝚎𝚍𝚒𝚌𝚒𝚘𝚗, 𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚛𝚘𝚝𝚊𝚐𝚘𝚗𝚒𝚜𝚝𝚊𝚜 𝚜𝚘𝚗: **Hebe** ; junto al **Apolo**. En esta oportunidad. 𝙻𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚜𝚎 𝚜𝚒𝚝𝚞𝚊 𝚎𝚗 𝚎𝚕 𝚊ñ𝚘 𝟷𝟷8𝟶 𝚊. 𝙲, 𝚓𝚞𝚜𝚝𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚟𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚐𝚞𝚎𝚛𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚊𝚌𝚞𝚍𝚒𝚛𝚊𝚗 𝚃𝚛𝚘𝚢𝚊. **¡Acompáñanos y descubre lo que los dioses prefieren mantener en susurros... o en gritos celestiales!**
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  • Tras un largo día de juicios por: infidelidades, usurpación y un señor histérico que dice perder su olla de oro. En mi pequeño rato sin estar entre tribunas y alegatos me planteo si darle dátiles con miel a Hebe o intentar hacer Melimeto.
    Tras un largo día de juicios por: infidelidades, usurpación y un señor histérico que dice perder su olla de oro. En mi pequeño rato sin estar entre tribunas y alegatos me planteo si darle dátiles con miel a Hebe o intentar hacer Melimeto.
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    //Creo que hasta aquí llegamos, queridos desconocidos. Hebe y Morfeo tuvieron caminos separados. Hebe hizo reset, y mi maestro perdió la cuenta por una apuesta. Por lo que, mis motivos de existencia son nulos.

    Asi que, espero tengan una larga y buenaventurada vida. Gracias por compartir su tiempo en el periodo corto que estuve viviendo en este reino tan fantasioso. Tal vez, en otra vida, nos volvamos a encontrar.

    Bye, bye.
    //Creo que hasta aquí llegamos, queridos desconocidos. Hebe y Morfeo tuvieron caminos separados. Hebe hizo reset, y mi maestro perdió la cuenta por una apuesta. Por lo que, mis motivos de existencia son nulos. Asi que, espero tengan una larga y buenaventurada vida. Gracias por compartir su tiempo en el periodo corto que estuve viviendo en este reino tan fantasioso. Tal vez, en otra vida, nos volvamos a encontrar. Bye, bye.
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    https://youtu.be/w-Gvfrry7YI?si=BwzW0HjW4gAjZPW0

    A ratos si soy...
    By: Hebe.
    Pd: resad que casi todos esten modo parejita en el Olimpo (?
    Pd2: epico que siga de esta forma (?
    https://youtu.be/w-Gvfrry7YI?si=BwzW0HjW4gAjZPW0 A ratos si soy... By: Hebe. Pd: resad que casi todos esten modo parejita en el Olimpo (? Pd2: epico que siga de esta forma (?
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  • Gracias a Hebe, que el color de mi hermoso cabello volvió a la normalidad. Que había Sido de mi si fuera para siempre.... Probablemente me pongo a vagar en la tierra.
    Gracias a Hebe, que el color de mi hermoso cabello volvió a la normalidad. Que había Sido de mi si fuera para siempre.... Probablemente me pongo a vagar en la tierra. :STK-16:
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  • Desde pequeña, ella había observado a su padre empuñar los rayos como si fueran meros hilos de luz entre sus dedos. Eran salvajes, magníficos, llenos de autoridad. A ella no le hacían daño —nunca lo hicieron— pero tampoco se sometían a su voluntad. Su pequeña mano se alzaba en el aire, imitando el gesto del rey del Olimpo, y los rayos chispeaban en la distancia, burlándose tal vez. No le obedecían. No respondían a su llamado.

    —Te falta seguridad, pequeña —decía Zeus con una voz que temblaba la tierra y acariciaba su orgullo a la vez—. Certeza. Fe en ti misma. Y, por sobre todo, debes aprender a reclamar lo que por derecho te pertenece como hija mía.

    En ese entonces, esas palabras le sonaban grandes, pesadas, lejanas. ¿Reclamar? ¿Certeza? ¿Fe en sí misma? Ella solo deseaba correr entre los jardines, recolectar flores que jamás se marchitaban, ofrecer agua de ambrosía a quienes lo necesitaban, y ver sonrisas florecer entre los mortales como brotes nuevos en primavera. No quería que la temieran. No quería imponer su poder. Quería que confiaran en ella… que la amaran.

    Con los siglos, aprendió que su don no estaba hecho para el dominio brutal, sino para la siembra. Ella no era una tormenta, era la primera lluvia tibia después del invierno. No era un grito de guerra, sino el susurro que sana. Y fue entonces que comprendió por qué los rayos no la obedecían: no era miedo lo que inspiraba, era esperanza. Ella no necesitaba someter la voluntad de la naturaleza como su padre. Su fuerza residía en todo lo que florecía sin forzar.

    Y aun así, en la profundidad de su ser, una parte más antigua y oscura de su divinidad comenzaba a despertar. Porque incluso la esperanza tenía su precio. Porque el equilibrio que custodiaba no era sólo dulzura; también era justicia.

    Había comprendido, en sus viajes al mundo humano, que no todos los corazones brillaban. Que algunos deseaban lo imposible, no para bien, sino por vanidad, egoísmo o desesperación corrupta. Por eso, en lo más recóndito de su alma inmortal, había ideado una ofrenda, una trampa silenciosa para los impuros:

    "𝗧𝗲 𝗱𝗮𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝗲𝘁𝗲𝗿𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱, 𝘀𝗶 𝗺𝗲 𝗼𝗳𝗿𝗲𝗰𝗲𝘀 𝗮 𝘁𝘂 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿 𝗵𝗶𝗷𝗼"

    No era una amenaza. No era malicia. Era el precio que revelaba la verdad más cruda del alma humana. Quienes realmente amaban, jamás entregarían a un hijo. Quienes estaban podridos en lo más íntimo de su ser, caerían por su propia elección. Así equilibraba ella el pecado de querer ser eternamente joven sin haber comprendido jamás el valor del tiempo.

    Porque un hijo, como ella había aprendido incluso en su eterna juventud, es el regalo más puro que el universo puede dar. No importa cómo haya llegado, de qué vientre o cuál historia lo envuelva: una criatura pequeña e inocente es la luz que debe ser protegida, guiada, amada. Ser joven no exime del deber. La belleza no borra las consecuencias.

    Y por eso, aunque su madre, Hera, la abrazara solo a veces —cuando las nubes del orgullo se disipaban lo suficiente para dejar pasar el amor—, había decidido: 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗹𝗲𝗴𝗮𝗿𝗮 𝗲𝗹 𝗱𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗿𝗶𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗱𝗲𝗽𝗲𝗻𝗱𝗶𝗲𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝗹𝗹𝗮, 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝘁𝗲𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻, 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝘀𝘂 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗱𝗼, 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝘁𝗲𝗿𝗻𝘂𝗿𝗮. Incluso si el mundo ardía, incluso si el Olimpo colapsaba, esa criatura sería su centro.

    El amor... había sido efímero. Una caricia breve, una brisa entre los dedos. Le había rozado el alma, apenas lo suficiente como para desearlo más. No lo lamentaba, aunque doliera. Porque esa chispa bastó para despertarle el anhelo de compartir su eternidad no con cualquiera, sino con alguien que supiera sostenerla, celebrarla, multiplicarla.

    Y así, en la soledad luminosa de su santuario, donde las flores nacían con su aliento y el tiempo se doblaba para danzar con su risa, entendió algo más:

    𝗘𝗹𝗹𝗮 𝗶𝗯𝗮 𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗴𝘂𝗶𝗿𝗹𝗼.

    No por capricho. No por venganza. Sino porque cada gesto suyo —cada semilla de esperanza que sembraba sin esperar nada, cada gesto de bondad desinteresada, cada elección por la compasión— era un eco que, tarde o temprano, el universo devolvería. Tal vez en forma de amor. Tal vez en forma de una hija. Tal vez en la risa de un niño que corriera sin miedo hacia ella.

    Porque ella era Hebe.

    𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝘂𝘁𝗿𝗲. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗲𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗾𝘂𝗶𝗹𝗶𝗯𝗿𝗮.

    Y si se atrevía a sembrar bien… la eternidad le devolvería aquello que más anhelaba: una felicidad real, completa, en cada forma posible que la inmortalidad pudiera ofrecer.
    Desde pequeña, ella había observado a su padre empuñar los rayos como si fueran meros hilos de luz entre sus dedos. Eran salvajes, magníficos, llenos de autoridad. A ella no le hacían daño —nunca lo hicieron— pero tampoco se sometían a su voluntad. Su pequeña mano se alzaba en el aire, imitando el gesto del rey del Olimpo, y los rayos chispeaban en la distancia, burlándose tal vez. No le obedecían. No respondían a su llamado. —Te falta seguridad, pequeña —decía Zeus con una voz que temblaba la tierra y acariciaba su orgullo a la vez—. Certeza. Fe en ti misma. Y, por sobre todo, debes aprender a reclamar lo que por derecho te pertenece como hija mía. En ese entonces, esas palabras le sonaban grandes, pesadas, lejanas. ¿Reclamar? ¿Certeza? ¿Fe en sí misma? Ella solo deseaba correr entre los jardines, recolectar flores que jamás se marchitaban, ofrecer agua de ambrosía a quienes lo necesitaban, y ver sonrisas florecer entre los mortales como brotes nuevos en primavera. No quería que la temieran. No quería imponer su poder. Quería que confiaran en ella… que la amaran. Con los siglos, aprendió que su don no estaba hecho para el dominio brutal, sino para la siembra. Ella no era una tormenta, era la primera lluvia tibia después del invierno. No era un grito de guerra, sino el susurro que sana. Y fue entonces que comprendió por qué los rayos no la obedecían: no era miedo lo que inspiraba, era esperanza. Ella no necesitaba someter la voluntad de la naturaleza como su padre. Su fuerza residía en todo lo que florecía sin forzar. Y aun así, en la profundidad de su ser, una parte más antigua y oscura de su divinidad comenzaba a despertar. Porque incluso la esperanza tenía su precio. Porque el equilibrio que custodiaba no era sólo dulzura; también era justicia. Había comprendido, en sus viajes al mundo humano, que no todos los corazones brillaban. Que algunos deseaban lo imposible, no para bien, sino por vanidad, egoísmo o desesperación corrupta. Por eso, en lo más recóndito de su alma inmortal, había ideado una ofrenda, una trampa silenciosa para los impuros: "𝗧𝗲 𝗱𝗮𝗿𝗲 𝗹𝗮 𝗲𝘁𝗲𝗿𝗻𝗶𝗱𝗮𝗱, 𝘀𝗶 𝗺𝗲 𝗼𝗳𝗿𝗲𝗰𝗲𝘀 𝗮 𝘁𝘂 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿 𝗵𝗶𝗷𝗼" No era una amenaza. No era malicia. Era el precio que revelaba la verdad más cruda del alma humana. Quienes realmente amaban, jamás entregarían a un hijo. Quienes estaban podridos en lo más íntimo de su ser, caerían por su propia elección. Así equilibraba ella el pecado de querer ser eternamente joven sin haber comprendido jamás el valor del tiempo. Porque un hijo, como ella había aprendido incluso en su eterna juventud, es el regalo más puro que el universo puede dar. No importa cómo haya llegado, de qué vientre o cuál historia lo envuelva: una criatura pequeña e inocente es la luz que debe ser protegida, guiada, amada. Ser joven no exime del deber. La belleza no borra las consecuencias. Y por eso, aunque su madre, Hera, la abrazara solo a veces —cuando las nubes del orgullo se disipaban lo suficiente para dejar pasar el amor—, había decidido: 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗹𝗲𝗴𝗮𝗿𝗮 𝗲𝗹 𝗱𝗶𝗮 𝗲𝗻 𝗾𝘂𝗲 𝘂𝗻𝗮 𝗰𝗿𝗶𝗮𝘁𝘂𝗿𝗮 𝗱𝗲𝗽𝗲𝗻𝗱𝗶𝗲𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗲𝗹𝗹𝗮, 𝘀𝗲𝗿𝗶𝗮 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝗽𝗿𝗼𝘁𝗲𝗰𝗰𝗶𝗼𝗻, 𝘁𝗼𝗱𝗼 𝘀𝘂 𝗲𝘀𝗰𝘂𝗱𝗼, 𝘁𝗼𝗱𝗮 𝘀𝘂 𝘁𝗲𝗿𝗻𝘂𝗿𝗮. Incluso si el mundo ardía, incluso si el Olimpo colapsaba, esa criatura sería su centro. El amor... había sido efímero. Una caricia breve, una brisa entre los dedos. Le había rozado el alma, apenas lo suficiente como para desearlo más. No lo lamentaba, aunque doliera. Porque esa chispa bastó para despertarle el anhelo de compartir su eternidad no con cualquiera, sino con alguien que supiera sostenerla, celebrarla, multiplicarla. Y así, en la soledad luminosa de su santuario, donde las flores nacían con su aliento y el tiempo se doblaba para danzar con su risa, entendió algo más: 𝗘𝗹𝗹𝗮 𝗶𝗯𝗮 𝗮 𝗰𝗼𝗻𝘀𝗲𝗴𝘂𝗶𝗿𝗹𝗼. No por capricho. No por venganza. Sino porque cada gesto suyo —cada semilla de esperanza que sembraba sin esperar nada, cada gesto de bondad desinteresada, cada elección por la compasión— era un eco que, tarde o temprano, el universo devolvería. Tal vez en forma de amor. Tal vez en forma de una hija. Tal vez en la risa de un niño que corriera sin miedo hacia ella. Porque ella era Hebe. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗻𝘂𝘁𝗿𝗲. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗲𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮. 𝗟𝗮 𝗾𝘂𝗲 𝗲𝗾𝘂𝗶𝗹𝗶𝗯𝗿𝗮. Y si se atrevía a sembrar bien… la eternidad le devolvería aquello que más anhelaba: una felicidad real, completa, en cada forma posible que la inmortalidad pudiera ofrecer.
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  • Hebe TE VOY A AJSDFÑAGDSB

    ¿POR QUÉ MI HERMOSO PELO AHORA ES ROSA CHICLE?
    [God_greek_hebe] TE VOY A AJSDFÑAGDSB ¿POR QUÉ MI HERMOSO PELO AHORA ES ROSA CHICLE? :STK-55:
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  • ¿Cómo levantar el ánimo de Hebe en menos de un minuto?
    R: Tratando de ser dulce con ella, aunque no sea propio de si mismo en serlo.

    Fue así como ella quería pronto recomponerse para darle muchos mimitos a Morfeo. Lo adora, tan solo que ahora dolía la cabeza un montón, nisiquiera podía sintonizar el descanso. Fiebre alta, sed, y dolor de cabeza la achacaban. [A veces, existen Dioses que comparten un gusto culposo de sentirse humanos, ella era uno de ellos]
    ¿Cómo levantar el ánimo de Hebe en menos de un minuto? R: Tratando de ser dulce con ella, aunque no sea propio de si mismo en serlo. Fue así como ella quería pronto recomponerse para darle muchos mimitos a Morfeo. Lo adora, tan solo que ahora dolía la cabeza un montón, nisiquiera podía sintonizar el descanso. Fiebre alta, sed, y dolor de cabeza la achacaban. [A veces, existen Dioses que comparten un gusto culposo de sentirse humanos, ella era uno de ellos]
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  • Su primer canto nació al ver un brote, un brote de trigo junto a Demeter, en Olimpia. Dónde Iki e Íker observaron como la Diosa Hebe, volvía a brillar lentamente, aún cuando le doliera, seguía adelante. Seguía temblando pero volviendo a su camino, a revivir su esencia perdida.
    Su primer canto nació al ver un brote, un brote de trigo junto a Demeter, en Olimpia. Dónde Iki e Íker observaron como la Diosa Hebe, volvía a brillar lentamente, aún cuando le doliera, seguía adelante. Seguía temblando pero volviendo a su camino, a revivir su esencia perdida.
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  • #misiondiarialunes #desafiodivino.

    𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río.

    Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan.

    Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro.

    Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla.

    No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë.

    No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso.

    Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba.

    Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces.

    Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar.

    Nacida de un error.
    Criada por el susurro de aguas sagradas.
    Eunoë, la que recuerda.
    Eunoë, la que repara.
    #misiondiarialunes #desafiodivino. 𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río. Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan. Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro. Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla. No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë. No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso. Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba. Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces. Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar. Nacida de un error. Criada por el susurro de aguas sagradas. Eunoë, la que recuerda. Eunoë, la que repara.
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