• — Grecia brilla más en tu compañía.
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  • — Si no regreso de Grecia, ¿qué es lo peor que puede pasar?
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  • Echaba demasiado de menos Grecia
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  • El taxi avanzaba despacio por la autopista, el murmullo de la radio llenando el silencio que Thalya no lograba romper. Miraba por la ventana, con los dedos entrelazados sobre su regazo, apretando y soltando las manos sin darse cuenta.

    El billete de avión descansaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Solo uno. Los otros dos los había dejado en la mesa del salón de Masthian, el día anterior antes de volver a su casa.

    ¿Vendrán?
    La pregunta no dejaba de repetirse en su cabeza.

    Habían discutido. Y aunque lo arreglaron de alguna forma, ninguno de los dos mencionó otra vez Grecia. No quiso presionar, no quiso arrastrarlos en medio de su culpa ni de sus miedos, pero también sabía que sin ellos el viaje se sentiría vacío.

    El taxista carraspeó, mirándola un instante por el retrovisor.
    —¿Vuelo internacional, verdad?

    —Sí. —La voz de Thalya sonó más débil de lo que esperaba.

    El coche tomó la salida hacia el aeropuerto. A lo lejos ya se veían las torres de control iluminadas contra el cielo grisáceo del amanecer. Ella respiró hondo, apoyando la frente en el cristal frío.

    Sacó el móvil, desbloqueó la pantalla y volvió a mirar la conversación con Masthian. El último mensaje era de la noche anterior: un simple “Descansa”. Sus dedos temblaron sobre el teclado, pero no escribió nada. No quería suplicar.

    El taxi se detuvo frente a la terminal. Thalya bajó con la mochila al hombro, pagó la carrera y entró arrastrando la maleta.

    Se detuvo frente al panel de salidas. Su vuelo aparecía en letras azules: Atenas – Embarque en 45 minutos. Tragó saliva, mirando hacia las puertas de entrada. Cada vez que se abrían, esperaba reconocerlos.

    Pero el tiempo avanzaba. Y ellos no aparecían.
    El taxi avanzaba despacio por la autopista, el murmullo de la radio llenando el silencio que Thalya no lograba romper. Miraba por la ventana, con los dedos entrelazados sobre su regazo, apretando y soltando las manos sin darse cuenta. El billete de avión descansaba en el bolsillo interior de su chaqueta. Solo uno. Los otros dos los había dejado en la mesa del salón de Masthian, el día anterior antes de volver a su casa. ¿Vendrán? La pregunta no dejaba de repetirse en su cabeza. Habían discutido. Y aunque lo arreglaron de alguna forma, ninguno de los dos mencionó otra vez Grecia. No quiso presionar, no quiso arrastrarlos en medio de su culpa ni de sus miedos, pero también sabía que sin ellos el viaje se sentiría vacío. El taxista carraspeó, mirándola un instante por el retrovisor. —¿Vuelo internacional, verdad? —Sí. —La voz de Thalya sonó más débil de lo que esperaba. El coche tomó la salida hacia el aeropuerto. A lo lejos ya se veían las torres de control iluminadas contra el cielo grisáceo del amanecer. Ella respiró hondo, apoyando la frente en el cristal frío. Sacó el móvil, desbloqueó la pantalla y volvió a mirar la conversación con Masthian. El último mensaje era de la noche anterior: un simple “Descansa”. Sus dedos temblaron sobre el teclado, pero no escribió nada. No quería suplicar. El taxi se detuvo frente a la terminal. Thalya bajó con la mochila al hombro, pagó la carrera y entró arrastrando la maleta. Se detuvo frente al panel de salidas. Su vuelo aparecía en letras azules: Atenas – Embarque en 45 minutos. Tragó saliva, mirando hacia las puertas de entrada. Cada vez que se abrían, esperaba reconocerlos. Pero el tiempo avanzaba. Y ellos no aparecían.
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  • Le he dicho que se viene a Grecia y nos hemos reconciliado, es una consentida
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  • Recuerdos de mi viaje a Grecia, inolvidable, para repetir.
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  • Como que no sé qué outfits llevarme a Grecia
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  • El móvil vibró sobre la mesa de la sala mientras Thalya recogía los platos de la cena. Miró la pantalla distraída, pero al ver el nombre que aparecía en letras claras, se quedó congelada: “Yaya”. Su abuela materna.

    El corazón se le encogió de golpe. Llevaba años sin verla, desde antes de que la guerra lo arrasara todo y sus padres murieran en aquel atentado. Había llamado un par de veces, siempre con excusas rápidas, siempre prometiendo que “cuando tuviera un hueco” iría a Grecia. Nunca lo cumplió.

    Con las manos aún húmedas, contestó al fin.

    —Yaya… —su voz salió baja, casi quebrada.

    Del otro lado sonó la risa cálida y cansada de la anciana, un sonido que la devolvió a su infancia, a aquellos veranos en la isla donde el olor a café recién hecho y a pan caliente parecía eterno.

    —Mi corazón… mi niña. ¿Cómo estás? Hace tanto que no escucho tu voz…

    Thalya tragó saliva. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura.

    —Estoy… bien. Un poco cansada, ya sabes. Pero… bien. ¿Y tú? ¿Y el abuelo?

    —Viejos, como siempre —rió su abuela, aunque con un tono nostálgico—. Te echamos de menos, Thalya. Tu madre estaría enfadada si supiera que no vienes a vernos ni siquiera en verano.

    Aquellas palabras la golpearon como un puñal. Sintió que la garganta se le cerraba. Imaginó a su madre tras la barra de la cafetería, sirviendo pasteles con esa sonrisa paciente, y a su padre entrando después, con su andar firme y la chaqueta militar colgada del hombro. Imaginó que todavía podía escucharlos.

    —Lo sé… —murmuró, llevándose una mano al rostro—. Lo sé, y lo siento. De verdad lo siento.

    Hubo un silencio breve, roto solo por la respiración pausada de la anciana.

    —No tienes que pedir perdón, niña. Pero recuerda que mientras sigas huyendo, nunca vas a curar lo que llevas dentro. No nos has perdido a nosotros. Estamos aquí.

    Thalya no pudo responder enseguida. Se dejó caer en la cama, apretando el teléfono contra la oreja, con los ojos llenos de lágrimas. Le dolía la culpa, le dolía la ausencia, y le dolía más aún darse cuenta de que tenía miedo de volver, de enfrentarse a los recuerdos.

    —Te prometo que iré… —susurró al fin, con un nudo en la voz.

    La anciana suspiró, suave, como quien acaricia a distancia.

    —Eso espero, mi corazón. Te esperamos con los brazos abiertos.

    Cuando la llamada terminó, Thalya permaneció quieta en la penumbra de la habitación, con el móvil apoyado en su regazo. Sentía que aún no había superado nada, que el pasado seguía atándola, pero al menos ahora sabía que alguien, en algún lugar, seguía esperándola.
    El móvil vibró sobre la mesa de la sala mientras Thalya recogía los platos de la cena. Miró la pantalla distraída, pero al ver el nombre que aparecía en letras claras, se quedó congelada: “Yaya”. Su abuela materna. El corazón se le encogió de golpe. Llevaba años sin verla, desde antes de que la guerra lo arrasara todo y sus padres murieran en aquel atentado. Había llamado un par de veces, siempre con excusas rápidas, siempre prometiendo que “cuando tuviera un hueco” iría a Grecia. Nunca lo cumplió. Con las manos aún húmedas, contestó al fin. —Yaya… —su voz salió baja, casi quebrada. Del otro lado sonó la risa cálida y cansada de la anciana, un sonido que la devolvió a su infancia, a aquellos veranos en la isla donde el olor a café recién hecho y a pan caliente parecía eterno. —Mi corazón… mi niña. ¿Cómo estás? Hace tanto que no escucho tu voz… Thalya tragó saliva. Cerró los ojos, intentando mantener la compostura. —Estoy… bien. Un poco cansada, ya sabes. Pero… bien. ¿Y tú? ¿Y el abuelo? —Viejos, como siempre —rió su abuela, aunque con un tono nostálgico—. Te echamos de menos, Thalya. Tu madre estaría enfadada si supiera que no vienes a vernos ni siquiera en verano. Aquellas palabras la golpearon como un puñal. Sintió que la garganta se le cerraba. Imaginó a su madre tras la barra de la cafetería, sirviendo pasteles con esa sonrisa paciente, y a su padre entrando después, con su andar firme y la chaqueta militar colgada del hombro. Imaginó que todavía podía escucharlos. —Lo sé… —murmuró, llevándose una mano al rostro—. Lo sé, y lo siento. De verdad lo siento. Hubo un silencio breve, roto solo por la respiración pausada de la anciana. —No tienes que pedir perdón, niña. Pero recuerda que mientras sigas huyendo, nunca vas a curar lo que llevas dentro. No nos has perdido a nosotros. Estamos aquí. Thalya no pudo responder enseguida. Se dejó caer en la cama, apretando el teléfono contra la oreja, con los ojos llenos de lágrimas. Le dolía la culpa, le dolía la ausencia, y le dolía más aún darse cuenta de que tenía miedo de volver, de enfrentarse a los recuerdos. —Te prometo que iré… —susurró al fin, con un nudo en la voz. La anciana suspiró, suave, como quien acaricia a distancia. —Eso espero, mi corazón. Te esperamos con los brazos abiertos. Cuando la llamada terminó, Thalya permaneció quieta en la penumbra de la habitación, con el móvil apoyado en su regazo. Sentía que aún no había superado nada, que el pasado seguía atándola, pero al menos ahora sabía que alguien, en algún lugar, seguía esperándola.
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  • ¿Saben? Tal vez, con Zᴀɢʀᴇᴜs no nos llevamos tal para cual como primos. Y tal vez no le haya parecido bien que Harmonía se haya vuelto una alcohólica anónima por mi culpa. Peeero...

    Sé que ahora por fin, tiene una compañía que podrá demostrarle, que morir por sacrificios no es el mismo regreso. Pronto podrá ver por sí mismo, que cada que muera, alguien lo estará esperando para mirarlo y sanarlo.

    *Suspira pensativa* Todos tienen algo bonito comenzando, y yo aquí, volviendo me historiadora de romances de la Antigua Grecia.

    No me quejo, solo... Espero algún día me toque la dicha y no la desdicha. ¿Una eterna es mucho pedir?
    ¿Saben? Tal vez, con [InferZ96] no nos llevamos tal para cual como primos. Y tal vez no le haya parecido bien que [glow_red_pigeon_364] se haya vuelto una alcohólica anónima por mi culpa. Peeero... Sé que ahora por fin, tiene una compañía que podrá demostrarle, que morir por sacrificios no es el mismo regreso. Pronto podrá ver por sí mismo, que cada que muera, alguien lo estará esperando para mirarlo y sanarlo. *Suspira pensativa* Todos tienen algo bonito comenzando, y yo aquí, volviendo me historiadora de romances de la Antigua Grecia. No me quejo, solo... Espero algún día me toque la dicha y no la desdicha. ¿Una eterna es mucho pedir? :STK-78:
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  • En lo más alto de la más alta colina de Grecia, mira contemplando el abismo pues no por ciega el paisaje dejaba de penetrarla. Y en aquella colina fuera de la vista de todos se plantea una pregunta.
    Igual es el momento de dejar estás tierras, borrar y empezar de zero.
    En lo más alto de la más alta colina de Grecia, mira contemplando el abismo pues no por ciega el paisaje dejaba de penetrarla. Y en aquella colina fuera de la vista de todos se plantea una pregunta. Igual es el momento de dejar estás tierras, borrar y empezar de zero.
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