Promettez-moi que vous ne mourrez pas.
─ Otra expedición más que cae ante estas bestias... ─ soltó un suspiro lleno de decepción, tristeza, desesperanzador.
Aquella tarde habían muerto los últimos supervivientes de la expedición 48, y él seguía vivo, era un tormento el no haber podido ayudar... otra vez.
El lugar dónde se encontraba era espectacular a la vista de cualquier ser consciente de la belleza y magnitud. Un lugar que parecía ser el fondo del mar, lleno de corales, piedras pomex, algas marinas gigantes y el cielo parecía ser el mismo océano con todo y fauna nadando por encima del visitante.
El hombre de cabellera larga y negra, con un mechón blanco que dejaba ver su longevidad. Vestía un traje negro, ataviado de polvo y broches de oro. Su semblante reflejaba la decepción más sincera que un ser humano podía develar ante cualquier espectador que tan siquiera comprendiera ese dolor.
Se hallaba sentado en una piedra, con los antebrazos descansando sobre sus muslos y el torso encorvado, cómo queriendo pegar la frente contra sus rodillas y abrazar ese sentimiento que le llenaba el alma.
De pronto, un sonido llamó su atención. Con velocidad se irguió levantando la cabeza en alto para poder captar mejor el sonido. No sabía qué era, pero podría ser peligroso. Entonces se levantó y direccionó su mirada hacia un montículo de piedras y algas por dónde creía que había provenido dicho sonido.
Sin pensarlo ni un instante, elevó los brazos en posición de combate; el izquierdo por delante a la altura de su rostro y el contrario a la altura de su pecho, y cómo por arte de "magia" en su mano derecha apareció una espada en color negro, larga y delgada, mientras que en su mano izquierda apareció una daga de aproximadamente de 25 centímetros, un par de armas que empuñó con fuerza esperando ver lo que le deparaba el destino.
Aquella tarde habían muerto los últimos supervivientes de la expedición 48, y él seguía vivo, era un tormento el no haber podido ayudar... otra vez.
El lugar dónde se encontraba era espectacular a la vista de cualquier ser consciente de la belleza y magnitud. Un lugar que parecía ser el fondo del mar, lleno de corales, piedras pomex, algas marinas gigantes y el cielo parecía ser el mismo océano con todo y fauna nadando por encima del visitante.
El hombre de cabellera larga y negra, con un mechón blanco que dejaba ver su longevidad. Vestía un traje negro, ataviado de polvo y broches de oro. Su semblante reflejaba la decepción más sincera que un ser humano podía develar ante cualquier espectador que tan siquiera comprendiera ese dolor.
Se hallaba sentado en una piedra, con los antebrazos descansando sobre sus muslos y el torso encorvado, cómo queriendo pegar la frente contra sus rodillas y abrazar ese sentimiento que le llenaba el alma.
De pronto, un sonido llamó su atención. Con velocidad se irguió levantando la cabeza en alto para poder captar mejor el sonido. No sabía qué era, pero podría ser peligroso. Entonces se levantó y direccionó su mirada hacia un montículo de piedras y algas por dónde creía que había provenido dicho sonido.
Sin pensarlo ni un instante, elevó los brazos en posición de combate; el izquierdo por delante a la altura de su rostro y el contrario a la altura de su pecho, y cómo por arte de "magia" en su mano derecha apareció una espada en color negro, larga y delgada, mientras que en su mano izquierda apareció una daga de aproximadamente de 25 centímetros, un par de armas que empuñó con fuerza esperando ver lo que le deparaba el destino.
─ Otra expedición más que cae ante estas bestias... ─ soltó un suspiro lleno de decepción, tristeza, desesperanzador.
Aquella tarde habían muerto los últimos supervivientes de la expedición 48, y él seguía vivo, era un tormento el no haber podido ayudar... otra vez.
El lugar dónde se encontraba era espectacular a la vista de cualquier ser consciente de la belleza y magnitud. Un lugar que parecía ser el fondo del mar, lleno de corales, piedras pomex, algas marinas gigantes y el cielo parecía ser el mismo océano con todo y fauna nadando por encima del visitante.
El hombre de cabellera larga y negra, con un mechón blanco que dejaba ver su longevidad. Vestía un traje negro, ataviado de polvo y broches de oro. Su semblante reflejaba la decepción más sincera que un ser humano podía develar ante cualquier espectador que tan siquiera comprendiera ese dolor.
Se hallaba sentado en una piedra, con los antebrazos descansando sobre sus muslos y el torso encorvado, cómo queriendo pegar la frente contra sus rodillas y abrazar ese sentimiento que le llenaba el alma.
De pronto, un sonido llamó su atención. Con velocidad se irguió levantando la cabeza en alto para poder captar mejor el sonido. No sabía qué era, pero podría ser peligroso. Entonces se levantó y direccionó su mirada hacia un montículo de piedras y algas por dónde creía que había provenido dicho sonido.
Sin pensarlo ni un instante, elevó los brazos en posición de combate; el izquierdo por delante a la altura de su rostro y el contrario a la altura de su pecho, y cómo por arte de "magia" en su mano derecha apareció una espada en color negro, larga y delgada, mientras que en su mano izquierda apareció una daga de aproximadamente de 25 centímetros, un par de armas que empuñó con fuerza esperando ver lo que le deparaba el destino.
Tipo
Individual
Líneas
Cualquier línea
Estado
Disponible

