• Sí, he vivido algunos años de mi vida junto a elfos...
    pero no soy un elfo.
    Ni siquiera el 1%. Es una lástima, lo sé.
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    ||Primero eran miles de chinitos reproductivos que me agregaban y desaparecían, ahora son mujeronas calientes que me agregan y desaparecen, ¿Qué sigue? ¿Furros? ¿Elfos? ¿Mayordomos? (?)
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    * El Templo de la Santa.

    El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa.

    El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas.

    Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza.

    —No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza.

    Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo.

    —¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición.

    Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan.

    —¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños?

    Los guardianes no responden.

    —Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija.

    Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla:

    —La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto.

    Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún.

    —Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá.

    Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor.

    Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará.


    * El Desafío en el Templo de Yue.

    Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche.

    —¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano.

    El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa.

    La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite!

    El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil.

    Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate.

    Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys.

    Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado.



    *La Ira del Caos.

    Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites.

    Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro.

    Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue.

    El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira.

    Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable.

    Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención.

    Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma:

    —Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó.

    Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno:

    —No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia.

    El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.
    * El Templo de la Santa. El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa. El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas. Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza. —No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza. Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo. —¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición. Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan. —¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños? Los guardianes no responden. —Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija. Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla: —La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto. Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún. —Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá. Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor. Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará. * El Desafío en el Templo de Yue. Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche. —¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano. El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa. La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite! El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil. Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate. Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys. Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado. *La Ira del Caos. Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites. Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro. Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue. El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira. Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable. Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención. Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma: —Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó. Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno: —No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia. El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.
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    La Rebelión de Oz

    El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno.

    Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo.

    Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno:

    —¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses!

    El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin.

    Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia.

    Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder.



    El Templo Corrupto.

    Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto.

    El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo.

    En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí.


    El Pueblo Maldito.

    Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte.

    Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume.

    Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante.


    La niña perdida.

    Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo.

    Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz.

    —Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia.

    Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas.

    —Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría.

    La joven no vacila. Asiente con firmeza.

    —Me llamo Onix.

    Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
    La Rebelión de Oz El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno. Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo. Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno: —¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses! El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin. Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia. Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder. El Templo Corrupto. Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto. El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo. En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí. El Pueblo Maldito. Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte. Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume. Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante. La niña perdida. Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo. Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz. —Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia. Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas. —Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría. La joven no vacila. Asiente con firmeza. —Me llamo Onix. Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
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  • Después de enfrentarse a dos elfos oscuros que se atrevieron a invadir su bosque, ella salió tambaleante entre los árboles. Tenía los brazos cubiertos de raspones y la piel marcada por cortes que aún goteaban sangre. El sudor y el polvo se mezclaban en su rostro, y una herida más profunda en el costado le hacía difícil respirar. Aun así, sus ojos mantenían un brillo desafiante; estaba herida, pero no vencida.

    —Quizas muera aquí...—dice con voz entre cortada—pero será dónde nací y moriré por mi amado bosque.

    #rol
    Después de enfrentarse a dos elfos oscuros que se atrevieron a invadir su bosque, ella salió tambaleante entre los árboles. Tenía los brazos cubiertos de raspones y la piel marcada por cortes que aún goteaban sangre. El sudor y el polvo se mezclaban en su rostro, y una herida más profunda en el costado le hacía difícil respirar. Aun así, sus ojos mantenían un brillo desafiante; estaba herida, pero no vencida. —Quizas muera aquí...—dice con voz entre cortada—pero será dónde nací y moriré por mi amado bosque. #rol
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  • Estoy pensando en construir un palacio para elfos... Una familia real me lo ha pedido...

    ¿Crees que sea posible? Alexa Selene
    Estoy pensando en construir un palacio para elfos... Una familia real me lo ha pedido... ¿Crees que sea posible? [Alexbl]
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    The Dragon Prince
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    Se buscan a los personajes de la serie "The Dragon Prince", tengo esperanzas en que el anuncio de su nueva serie, "The Dragon King", reanime al fandom.
    Busco a cualquier personaje. Principal, secundario, elfos, humanos, magos... Cualquiera es bienvenido

    Puede ser un personaje que haya aparecido en la serie, los escritorios en su página oficial o incluso en sus novelas gráficas.
    Si bien ya hay unos pocos pj's del fandom acá, que se repitan no es problema. En este momento estamos:

    - Callum
    - Runaan
    - Ethari
    - Rayla
    - Aaravos

    Se pueden repetir o traer alguno que todavía no esté (que son muchísimos jajaja)

    No hay exigencias. Si no son de actividad constante o demoran en responder roles, no habrá problemas. Somos tranquilos y super pacientes (pero se agradecería si avisan)

    Por mi parte puedo asegurar una actividad media a alta por estar en hype con el fandom, aporte de ideas, ortografía decente, fangirlismo y novedades de The Dragon King (no me despego de las noticias (?), amistad y más.

    Se agradece muchísimo si me difunden la búsqueda 🫶
    Se buscan a los personajes de la serie "The Dragon Prince", tengo esperanzas en que el anuncio de su nueva serie, "The Dragon King", reanime al fandom. Busco a cualquier personaje. Principal, secundario, elfos, humanos, magos... Cualquiera es bienvenido Puede ser un personaje que haya aparecido en la serie, los escritorios en su página oficial o incluso en sus novelas gráficas. Si bien ya hay unos pocos pj's del fandom acá, que se repitan no es problema. En este momento estamos: - Callum - Runaan - Ethari - Rayla - Aaravos Se pueden repetir o traer alguno que todavía no esté (que son muchísimos jajaja) No hay exigencias. Si no son de actividad constante o demoran en responder roles, no habrá problemas. Somos tranquilos y super pacientes (pero se agradecería si avisan) Por mi parte puedo asegurar una actividad media a alta por estar en hype con el fandom, aporte de ideas, ortografía decente, fangirlismo y novedades de The Dragon King (no me despego de las noticias (?), amistad y más. Se agradece muchísimo si me difunden la búsqueda 🙏🫶💖
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  • El comandante de la patrulla Aokin se entera que los orcos vienen en su dirección gracias al radar. - “¡No puede ser posible!” - Dice molesto y con algo de actitud. - “De seguro ya vienen Los Zurí, no hay de qué preocuparnos.” - Indica el comandante. Mientras reúne a todos los integrantes y les dice lo que está por pasar, se preparan para pelear si es necesario.

    Las familias y demás elfos ya estaban en el lugar de emergencia porque algunos de los Aokin fueron a refugiarlos.

    Aproximadamente 15 minutos después, se escuchan estruendos provenientes de uno de los caminos de la montaña rocosa, pues ahí hay un pasadizo. Un fuerte gruñido se escucha por toda el área norte. - “Han llegado. ¡En marcha¡” - grita el comandante de la patrulla, Cionel. Por el camino se encuentran con la patrulla Zurí

    Llegando al pasadizo, ambas patrullas se encuentran con los orcos. Estos se ríen mientras los miran. - “Vaya, vaya. Hasta que llegan… eso es.. un acto, digamos que suicida.” - dice uno de los orcos y acto seguido se ríe burlón. El comandante de la patrulla Zurí lo mira fijamente serio. - “¿Suicida? Tal vez. Pero al menos nosotros llegamos con honor, no arrastrándonos como ratas entre las piedras.” - Mira al orco con una leve sonrisa. - “En tu lugar, no celebraría tan pronto. Aún no has visto cómo luchan los que cuidan esta región.” - el orco ríe alto, mientras los demás elfos están en postura defensiva. - “¡Honor! ¡Ja! Hermosa palabra para disfrazar la estupidez.” - escupe el suelo, donde la saliva chispea contra una raíz brillante. - “Esta región muere, elfo. Sus raíces crujen bajo nuestras botas.” - el orco levanta su hacha, y los demás le siguen, gritando. - “Lucharemos contra cada uno de ustedes. Y yo cuando logre matarte, arrancaré tu cabeza, elfo rubio insípido… y la pondré como trofeo en nuestro planeta.” - Los orcos golpean sus escudos con entusiasmo, rugiendo, preparándose para la pelea. El cielo se oscurece un poco más. Una tormenta se avecina.
    El comandante de la patrulla Aokin se entera que los orcos vienen en su dirección gracias al radar. - “¡No puede ser posible!” - Dice molesto y con algo de actitud. - “De seguro ya vienen Los Zurí, no hay de qué preocuparnos.” - Indica el comandante. Mientras reúne a todos los integrantes y les dice lo que está por pasar, se preparan para pelear si es necesario. Las familias y demás elfos ya estaban en el lugar de emergencia porque algunos de los Aokin fueron a refugiarlos. Aproximadamente 15 minutos después, se escuchan estruendos provenientes de uno de los caminos de la montaña rocosa, pues ahí hay un pasadizo. Un fuerte gruñido se escucha por toda el área norte. - “Han llegado. ¡En marcha¡” - grita el comandante de la patrulla, Cionel. Por el camino se encuentran con la patrulla Zurí Llegando al pasadizo, ambas patrullas se encuentran con los orcos. Estos se ríen mientras los miran. - “Vaya, vaya. Hasta que llegan… eso es.. un acto, digamos que suicida.” - dice uno de los orcos y acto seguido se ríe burlón. El comandante de la patrulla Zurí lo mira fijamente serio. - “¿Suicida? Tal vez. Pero al menos nosotros llegamos con honor, no arrastrándonos como ratas entre las piedras.” - Mira al orco con una leve sonrisa. - “En tu lugar, no celebraría tan pronto. Aún no has visto cómo luchan los que cuidan esta región.” - el orco ríe alto, mientras los demás elfos están en postura defensiva. - “¡Honor! ¡Ja! Hermosa palabra para disfrazar la estupidez.” - escupe el suelo, donde la saliva chispea contra una raíz brillante. - “Esta región muere, elfo. Sus raíces crujen bajo nuestras botas.” - el orco levanta su hacha, y los demás le siguen, gritando. - “Lucharemos contra cada uno de ustedes. Y yo cuando logre matarte, arrancaré tu cabeza, elfo rubio insípido… y la pondré como trofeo en nuestro planeta.” - Los orcos golpean sus escudos con entusiasmo, rugiendo, preparándose para la pelea. El cielo se oscurece un poco más. Una tormenta se avecina.
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  • Lim se encontraba parada a las afueras del estadio. Sintiendo el viento fresco en su rostro. Sin saber a lo que se enfrentaría después.

    Todos vivían en una sola región; llamada Keobeth. Esto se debe a lo pequeño que era el planeta de donde provenía Lim.

    Desde lo lejos, Lim ve la patrulla del oeste del planeta, Los Zurí. Se especializan en defender los puntos cardinales. Cada punto tiene su propia patrulla con diferentes funciones.

    La patrulla, al llegar al lugar donde se encuentra ella, se escucha una voz con autoridad; - “Lim, te necesitamos acá, ven.” - Le habla el comandante de la patrulla. Sin pensarlo, ella recoge su cabello y se completa la armadura de guerra.

    El comandante le explica a Lim la situación. Una onda de orcos se dirigen a la región. El comandante le muestra el radar. Los orcos se dirigen hacia el norte, donde se encuentran Los Aokin; aunque tienen conocimiento en batallas y saben defenderse no se especializan exactamente por ser elfos guerreros, más bien son los curanderos de la región. Algo preocupados, ya que si los orcos logran llegar antes que ellos sería un problema si les llegase a pasar algo a los curanderos.
    Lim se encontraba parada a las afueras del estadio. Sintiendo el viento fresco en su rostro. Sin saber a lo que se enfrentaría después. Todos vivían en una sola región; llamada Keobeth. Esto se debe a lo pequeño que era el planeta de donde provenía Lim. Desde lo lejos, Lim ve la patrulla del oeste del planeta, Los Zurí. Se especializan en defender los puntos cardinales. Cada punto tiene su propia patrulla con diferentes funciones. La patrulla, al llegar al lugar donde se encuentra ella, se escucha una voz con autoridad; - “Lim, te necesitamos acá, ven.” - Le habla el comandante de la patrulla. Sin pensarlo, ella recoge su cabello y se completa la armadura de guerra. El comandante le explica a Lim la situación. Una onda de orcos se dirigen a la región. El comandante le muestra el radar. Los orcos se dirigen hacia el norte, donde se encuentran Los Aokin; aunque tienen conocimiento en batallas y saben defenderse no se especializan exactamente por ser elfos guerreros, más bien son los curanderos de la región. Algo preocupados, ya que si los orcos logran llegar antes que ellos sería un problema si les llegase a pasar algo a los curanderos.
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  • Doloroso recuerdo.


    Cada noche se había vuelto un tormento. Cada mañana igual.
    Las tardes se sentían solitarias, aunque en ocasiones así había sido, no había sentido el peso del silencio y la falta de compañía sino hasta ahora.
    Runaan a veces debía irse de Silvergrove por alguna misión y había tardado semanas, sino incluso más de un mes, en regresar. Pero eso jamás le había pesado.

    Jamás había llorado por un lugar vacío a su lado en la cama o lo fría que se sentía en las noches sin una compañía a su lado. Jamás había sentido abrumador el silencioso ruido de su taller solo acompañado por el sonido chispeante las llamas o del metal al chocar.
    Tampoco le había parecido solitario el comer un desayuno, un almuerzo o una cena en soledad. Ir al mercado. Pasear ... Todo se sentía distinto ahora.

    Su corazón siempre partía con cada salida de Runaan, pero siempre lo había acompañado la certeza de que siempre le sería devuelto.
    Sin embargo, esta vez, no sucedió. Días. Semanas. Meses. Finalmente se cumplió un nuevo aniversario. ¿2? ¿Tal vez 3 años? Prefería no llevar la cuenta y, honestamente, también prefería no recordar. Aún así, al mirarse en el reflejo del pequeño estanque donde su flor se hundió aquella vez, pudo ver el reflejo de los accesorios en sus cuernos. Aunque no eran simples accesorios y él lo sabía.

    Un objeto. Una promesa. Una especie de anillo que juraba amor eterno. Unos pendientes que adornaban la base de sus cuernos que jamás había podido quitarse.
    La promesa de un matrimonio cumplido que se había jurado lealtad incluso después de la muerte.
    Y allí estaba él. Solo. Su otra mitad ya perdida habiéndose llevado su corazón.
    Era en momentos como ese donde se decía ya no tenía lágrimas qué derramar. Sin embargo, se sorprendía cuando sentía la humedad correr por sus mejillas ante esos recuerdos.

    — Historia... viventem... —

    Murmuró con voz temblorosa, quebrada, mientras su mano trazaba una runa en el aire tras haber roto una piedra lunar. La runa brilló antes de desaparecer y finalmente todo se tornó en oscuridad.
    Luces y formas se formaron de la magia. Una escena. Un momento. Dos elfos. Y él observaba aquella interacción como un espectro lejano.
    En silencio. En soledad. Con su taller tan a oscuras y en silencio como parecía estarlo desde que perdió su mitad.

    En su mente, como una voz casi inaudible, le deseó a su leal amado un feliz aniversario cuando el recuerdo se desvaneció terminado, mientras, una lágrima, bajó por una de sus mejillas.
    Doloroso recuerdo. Cada noche se había vuelto un tormento. Cada mañana igual. Las tardes se sentían solitarias, aunque en ocasiones así había sido, no había sentido el peso del silencio y la falta de compañía sino hasta ahora. Runaan a veces debía irse de Silvergrove por alguna misión y había tardado semanas, sino incluso más de un mes, en regresar. Pero eso jamás le había pesado. Jamás había llorado por un lugar vacío a su lado en la cama o lo fría que se sentía en las noches sin una compañía a su lado. Jamás había sentido abrumador el silencioso ruido de su taller solo acompañado por el sonido chispeante las llamas o del metal al chocar. Tampoco le había parecido solitario el comer un desayuno, un almuerzo o una cena en soledad. Ir al mercado. Pasear ... Todo se sentía distinto ahora. Su corazón siempre partía con cada salida de Runaan, pero siempre lo había acompañado la certeza de que siempre le sería devuelto. Sin embargo, esta vez, no sucedió. Días. Semanas. Meses. Finalmente se cumplió un nuevo aniversario. ¿2? ¿Tal vez 3 años? Prefería no llevar la cuenta y, honestamente, también prefería no recordar. Aún así, al mirarse en el reflejo del pequeño estanque donde su flor se hundió aquella vez, pudo ver el reflejo de los accesorios en sus cuernos. Aunque no eran simples accesorios y él lo sabía. Un objeto. Una promesa. Una especie de anillo que juraba amor eterno. Unos pendientes que adornaban la base de sus cuernos que jamás había podido quitarse. La promesa de un matrimonio cumplido que se había jurado lealtad incluso después de la muerte. Y allí estaba él. Solo. Su otra mitad ya perdida habiéndose llevado su corazón. Era en momentos como ese donde se decía ya no tenía lágrimas qué derramar. Sin embargo, se sorprendía cuando sentía la humedad correr por sus mejillas ante esos recuerdos. — Historia... viventem... — Murmuró con voz temblorosa, quebrada, mientras su mano trazaba una runa en el aire tras haber roto una piedra lunar. La runa brilló antes de desaparecer y finalmente todo se tornó en oscuridad. Luces y formas se formaron de la magia. Una escena. Un momento. Dos elfos. Y él observaba aquella interacción como un espectro lejano. En silencio. En soledad. Con su taller tan a oscuras y en silencio como parecía estarlo desde que perdió su mitad. En su mente, como una voz casi inaudible, le deseó a su leal amado un feliz aniversario cuando el recuerdo se desvaneció terminado, mientras, una lágrima, bajó por una de sus mejillas.
    Me entristece
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