Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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La Rebelión de Oz

El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno.

Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo.

Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno:

—¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses!

El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin.

Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia.

Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder.



El Templo Corrupto.

Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto.

El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo.

En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí.


El Pueblo Maldito.

Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte.

Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume.

Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante.


La niña perdida.

Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo.

Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz.

—Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia.

Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas.

—Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría.

La joven no vacila. Asiente con firmeza.

—Me llamo Onix.

Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
La Rebelión de Oz El cielo se oscurece, la tierra tiembla, el cuerpo de Selin yace inmóvil, rodeado por un silencio que parece eterno. Oz, de rodillas frente a ella, siente cómo su corazón se desgarra. La sangre de su esposa aún tiñe el suelo, y en ese instante, el hombre que había sellado su poder para vivir como humano ya no existe. Solo queda el guerrero, el destructor, el padre que ha perdido todo. Se levanta lentamente, con los ojos ardiendo como brasas. Su voz retumba como un trueno: —¡No te lo perdonaré, Febo! ¡Voy a matarte a ti, y a todos los dioses, y a todos los que se llamen dioses! El grito sacude la tierra alrededor y se quiebra, montañas se parten, árboles se reducen a cenizas. Solo dos lugares permanecen intactos: donde Oz se alza y donde descansa Selin. Con un gesto, rompe el sello que había aprisionado su poder. La energía ancestral fluye como un río desbordado. Sus ojos brillan con un fulgor que no pertenece a los mortales. Con una sola mirada, crea un rectángulo de tierra a la medida de Selin. La tumba se abre, y él deposita el cuerpo con reverencia. Cuando la cubre con tierra, flores blancas brotan de inmediato, puras y delicadas. Son el último regalo de Selin, cuyo poder aún palpita en la naturaleza. Oz se inclina, besa la tierra, y se levanta con la determinación de un hombre que ya no tiene nada que perder. El Templo Corrupto. Oz parte hacia el templo de los Elunai, la raza de Selin. Busca respuestas, busca rastros de su hija Jennifer. Pero al llegar, percibe algo extraño: el poder de la luna ya no habita allí. El templo que alguna vez fue sagrado está vacío, muerto. El recuérdala que ese era donde Selin sirvio en el pasado, pero el poder sagrado que antes poseía aquel lugar ya no se encontraba ahi, en su lugar ahora solo reinaba un poder corrompido, saturado de energía maligna. Oz interroga a los sirven en aquel lugar maldito, pero estos no saben nada. Sin dudarlo, desata su poder y destruye el templo, reduciéndolo a ruinas, de esa forma descubre un pasaje secreto que se suponía no debía estar ahi, pues el conocia muy bien el templo. En las catacumbas, descubre un horror aún mayor: un grupo de niños elfos oscuros, la mayoría muertos o agonizando. Sus cuerpos frágiles son testigos del sacrificio impío que se ha cometido. Oz los toma en brazos, uno por uno, y los lleva fuera. Cree que pertenecen a un poblado cercano y luego de sanarlos con su poder, los conduce allí. El Pueblo Maldito. Pero al llegar al pueblo, la verdad lo golpea como una espada: los habitantes son los responsables. Ellos mismos entregaban a los niños al templo, condenándolos a la muerte. Oz piensa en Jennifer. Piensa en su hija atrapada en manos de los dioses, quizá sufriendo lo mismo que esos niños. La furia lo consume. Sin titubear, desata su poder. El pueblo entero arde en llamas. Los gritos se mezclan con el rugido del fuego, y cuando todo termina, solo queda ceniza. Oz no siente culpa. Solo siente la urgencia de seguir adelante. La niña perdida. Con los niños sobrevivientes, Oz se interna en el bosque de los elfos verdes. Ellos son neutrales, y no rechazan a los pequeños elfos oscuros. Allí los deja, confiando en que estarán a salvo. Pero una joven se acerca. Tiene la mirada firme, más dura de lo que su edad debería permitir. Es apenas mayor que Jennifer, pero en sus ojos arde la misma llama de venganza que consume a Oz. —Déjame acompañarte— Le pide.— Los asesinos de mi madre no estaban en ese pueblo. Yo también quiero justicia. Oz la observa con desdén. Su corazón no tiene espacio para más cargas. —Si me resultas un estorbo, te abandonaré —responde con voz fría. La joven no vacila. Asiente con firmeza. —Me llamo Onix. Oz la acepta de mala gana. Pero en lo profundo, sabe que la niña lleva consigo una fuerza que podría ser necesaria en la guerra que está por comenzar.
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