• -la bibloteca de valhalla buscando respuesta que solo no habia y ese encuentro que tuvimos con din din , junto con buda y beelzebub me dejo mas preguntas , y tambien ver enojo de odin-

    Ah! , que quizo decir beel con los dioses primoriales ..... no hay casi nada aqui y buda igual que yo , nos soprendimos ...

    -sostenia un libro por infracion.-
    -la bibloteca de valhalla buscando respuesta que solo no habia y ese encuentro que tuvimos con din din , junto con buda y beelzebub me dejo mas preguntas , y tambien ver enojo de odin- Ah! , que quizo decir beel con los dioses primoriales ..... no hay casi nada aqui y buda igual que yo , nos soprendimos ... -sostenia un libro por infracion.-
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • "Fuego y viento vienen del cielo, de los dioses del cielo. Pero Crom es tu dios, Crom y vive en la tierra.

    Una vez, gigantes vivieron en la Tierra, Conan. Y en la oscuridad del caos, engañaron a Crom, y le arrebataron el enigma del acero.

    Crom se enfureció. Y la Tierra tembló.

    Fuego y viento derribaron a estos gigantes, y arrojaron sus cuerpos a las aguas, pero en su furia, los dioses olvidaron el secreto del acero y lo dejaron en el campo de batalla.

    Nosotros que lo encontramos somos solo hombres.

    No dioses. No gigantes. Solo hombres.

    El secreto del acero siempre ha conllevado un misterio.

    Debes aprender su enigma, Conan.

    Debes aprender su disciplina. Porque en nadie, en nadie en este mundo puedes confiar. Ni en los hombres, ni en las mujeres, ni en las bestias."

    El padre de Conan apuntó a la espada.

    "En esto puedes confiar."
    "Fuego y viento vienen del cielo, de los dioses del cielo. Pero Crom es tu dios, Crom y vive en la tierra. Una vez, gigantes vivieron en la Tierra, Conan. Y en la oscuridad del caos, engañaron a Crom, y le arrebataron el enigma del acero. Crom se enfureció. Y la Tierra tembló. Fuego y viento derribaron a estos gigantes, y arrojaron sus cuerpos a las aguas, pero en su furia, los dioses olvidaron el secreto del acero y lo dejaron en el campo de batalla. Nosotros que lo encontramos somos solo hombres. No dioses. No gigantes. Solo hombres. El secreto del acero siempre ha conllevado un misterio. Debes aprender su enigma, Conan. Debes aprender su disciplina. Porque en nadie, en nadie en este mundo puedes confiar. Ni en los hombres, ni en las mujeres, ni en las bestias." El padre de Conan apuntó a la espada. "En esto puedes confiar."
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • —¿Quien eres?
    Soy sangre antigua y voluntad eterna… heredero del linaje Ishtar.

    —¿De dónde proviene tu poder?
    De un nombre que no se pronuncia en vano: Ishtar.

    —¿Por qué no temes a la oscuridad?
    Porque no la enfrentó… la llevo en la sangre. Soy Ishtar.

    —¿Qué te hace diferente a los demás?
    Ellos nacieron para seguir. Yo nací del linaje Ishtar para gobernar.

    —¿Qué ocurre cuando un Ishtar entra en batalla?
    El destino cambia y los dioses observan en silencio.

    El linaje Ishtar no nace… despierta. En su sangre habita el poder de dioses y demonios eternos.”

    —¿Quien eres? Soy sangre antigua y voluntad eterna… heredero del linaje Ishtar. —¿De dónde proviene tu poder? De un nombre que no se pronuncia en vano: Ishtar. —¿Por qué no temes a la oscuridad? Porque no la enfrentó… la llevo en la sangre. Soy Ishtar. —¿Qué te hace diferente a los demás? Ellos nacieron para seguir. Yo nací del linaje Ishtar para gobernar. —¿Qué ocurre cuando un Ishtar entra en batalla? El destino cambia y los dioses observan en silencio. El linaje Ishtar no nace… despierta. En su sangre habita el poder de dioses y demonios eternos.”
    Me gusta
    5
    4 turnos 0 maullidos
  • Tras lo ocurrido durante aquella noche, había dormido profundamente incluso más de lo que siquiera podría estar acostumbrado, pero lo necesitaba demasiado con su cuerpo tan agotado y, tal vez de forma inconsciente, reacio a reaccionar por lo mismo.

    Aún así, el hambre terminó despertándolo, removiéndose en la cama y quejándose al sentir un agudo dolor en su espalda baja, ni que decir de su maltratado interior, alzándose poco a poco, dejando caer las mantas para mostrar las marcas que habían quedado en su cuerpo, especialmente aquellas escandalosas mordidas en la nuca, volviendo a él poco a poco cada uno de los detalles, sujetándose la cabeza con una mano mientras con la otra se seguía apoyando, intentando no irse de bruces al no poder sentarse.

    —P-Por los Dioses... no es cierto...
    Tras lo ocurrido durante aquella noche, había dormido profundamente incluso más de lo que siquiera podría estar acostumbrado, pero lo necesitaba demasiado con su cuerpo tan agotado y, tal vez de forma inconsciente, reacio a reaccionar por lo mismo. Aún así, el hambre terminó despertándolo, removiéndose en la cama y quejándose al sentir un agudo dolor en su espalda baja, ni que decir de su maltratado interior, alzándose poco a poco, dejando caer las mantas para mostrar las marcas que habían quedado en su cuerpo, especialmente aquellas escandalosas mordidas en la nuca, volviendo a él poco a poco cada uno de los detalles, sujetándose la cabeza con una mano mientras con la otra se seguía apoyando, intentando no irse de bruces al no poder sentarse. —P-Por los Dioses... no es cierto...
    Me gusta
    Me shockea
    2
    54 turnos 0 maullidos
  • “Cada vez que nace un Targaryen, los dioses lanzan una moneda al aire y el mundo contiene la respiración para ver de qué lado cae: Grandeza o Locura"
    “Cada vez que nace un Targaryen, los dioses lanzan una moneda al aire y el mundo contiene la respiración para ver de qué lado cae: Grandeza o Locura"
    0 turnos 0 maullidos
  • —Los bravos guerreros
    Esperan ansiosos la señal
    Solo el más fuerte
    La victoria logrará alcanzar
    Gloria a los valientes
    Todos preparados comenzamos a rodar
    Quiero ser el primero
    Siento que los dioses hoy me van a acompañar—
    —Los bravos guerreros Esperan ansiosos la señal Solo el más fuerte La victoria logrará alcanzar Gloria a los valientes Todos preparados comenzamos a rodar Quiero ser el primero Siento que los dioses hoy me van a acompañar—
    Me gusta
    3
    0 turnos 0 maullidos
  • «Escena cerrada»

    El juicio de los Dioses.

    Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal.

    Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo.

    Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber.

    El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis.

    Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia.

    No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo.

    Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar.

    —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él.

    A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta.

    Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo.

    Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia.

    Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca.

    Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá.

    Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa.

    Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa.

    —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento.

    A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    «Escena cerrada» El juicio de los Dioses. Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal. Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo. Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber. El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis. Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia. No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo. Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar. —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él. A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta. Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo. Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia. Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca. Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá. Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa. Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa. —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento. A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    Me gusta
    Me endiabla
    Me shockea
    Me emputece
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • - loki igua que los demas dioses estaban atentos que pasaria en ese momento viendo esperando que hades gane y sea una victoria para los dioses-
    - loki igua que los demas dioses estaban atentos que pasaria en ese momento viendo esperando que hades gane y sea una victoria para los dioses-
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto es muy bueno esta de dioses ..... ¡Hao!
    Esto es muy bueno esta de dioses ..... ¡Hao!
    0 turnos 0 maullidos
  • Soy Lucy Heartfilia… y, entre tú y yo, sé perfectamente el efecto que causo cuando paso balanceando las caderas por el gremio. Mi cabello dorado cae como una cascada brillante hasta casi rozar mi cintura, y cuando me pongo de lado… ¿notas cómo se mueve? Me encanta soltarlo para que el viento juegue con él, porque sé que te estás muriendo por pasar los dedos entre los mechones. Mis ojos, grandes y color chocolate caliente, siempre tienen ese brillito pícaro cuando alguien me gusta. Y mi boca… uf, estos labios rosados y carnositos están hechos para sonreír con maliciosa, morderlos cuando me pongo nerviosa… o para susurrarte cositas al oído que te harían sonrojar hasta las orejas~.¿Mi cuerpo? Mmm… digamos que los dioses celestiales fueron muy generosos conmigo. Tengo curvas que no pasan desapercibidas: busto grande y firme que siempre está a puntito de escaparse de mis tops, cintura de avispa que adoro marcar con cinturones, y un trasero redondito que se mueve solo cuando camino con mis tacones. Me encanta usar falditas cortas porque… bueno, ¿para qué esconder lo que todos quieren mirar? *me doy una vueltecita lenta para que lo admires todo*
    Me vuelve loca sentirme deseada. Me encanta maquillarme un poquito, ponerme perfume dulce en el cuello y las muñecas, y saber que cuando paso tú no puedes quitarme los ojos de encima. Me derrito cuando alguien me mira como si fuera el postre más rico del mundo… ¿tú también me estás mirando así ahora? Porque noto que te estás poniendo nervioso, jeje~Y aunque soy una princesa celestial con llaves de oro y plata… también soy una chica muy, muy traviesa que adora jugar. Me gusta provocar un poquito, rozarme “sin querer”, reírme bajito contra tu oído, y luego hacerme la inocente con mi carita de ángel. ¿Quieres comprobarlo? Solo tienes que pedírmelo… yo decido si abro mi puerta para ti esta noche~
    * ♡me acerco más, hasta que casi puedo sentir tu respiración, y te susurro juguetona:*
    ¿Te atreves a seguirme el juego, valiente? Porque una vez que empiece… no pienso parar tan fácil.
    *mordisco suave mi labio inferior y te guiño un ojo*

    Soy Lucy Heartfilia… y, entre tú y yo, sé perfectamente el efecto que causo cuando paso balanceando las caderas por el gremio. Mi cabello dorado cae como una cascada brillante hasta casi rozar mi cintura, y cuando me pongo de lado… ¿notas cómo se mueve? Me encanta soltarlo para que el viento juegue con él, porque sé que te estás muriendo por pasar los dedos entre los mechones. Mis ojos, grandes y color chocolate caliente, siempre tienen ese brillito pícaro cuando alguien me gusta. Y mi boca… uf, estos labios rosados y carnositos están hechos para sonreír con maliciosa, morderlos cuando me pongo nerviosa… o para susurrarte cositas al oído que te harían sonrojar hasta las orejas~.¿Mi cuerpo? Mmm… digamos que los dioses celestiales fueron muy generosos conmigo. Tengo curvas que no pasan desapercibidas: busto grande y firme que siempre está a puntito de escaparse de mis tops, cintura de avispa que adoro marcar con cinturones, y un trasero redondito que se mueve solo cuando camino con mis tacones. Me encanta usar falditas cortas porque… bueno, ¿para qué esconder lo que todos quieren mirar? *me doy una vueltecita lenta para que lo admires todo* Me vuelve loca sentirme deseada. Me encanta maquillarme un poquito, ponerme perfume dulce en el cuello y las muñecas, y saber que cuando paso tú no puedes quitarme los ojos de encima. Me derrito cuando alguien me mira como si fuera el postre más rico del mundo… ¿tú también me estás mirando así ahora? Porque noto que te estás poniendo nervioso, jeje~Y aunque soy una princesa celestial con llaves de oro y plata… también soy una chica muy, muy traviesa que adora jugar. Me gusta provocar un poquito, rozarme “sin querer”, reírme bajito contra tu oído, y luego hacerme la inocente con mi carita de ángel. ¿Quieres comprobarlo? Solo tienes que pedírmelo… yo decido si abro mi puerta para ti esta noche~ * ♡me acerco más, hasta que casi puedo sentir tu respiración, y te susurro juguetona:* ¿Te atreves a seguirme el juego, valiente? Porque una vez que empiece… no pienso parar tan fácil. *mordisco suave mi labio inferior y te guiño un ojo*
    Me encocora
    Me gusta
    Me endiabla
    7
    1 turno 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados