• >>https://youtu.be/KYlLWcsJWdQ?si=nQMHWI4Sbi6WVmiy <<

    ɱ૦ՐƿҺ૯υς era curioso, demasiado curioso. No se conformaba con crear sueños; deseaba comprender la realidad, incluso alterar el curso de los destinos que observaba mientras los humanos dormían. En su anhelo de sabiduría, quiso cruzar el umbral prohibido: descendió a los dominios del Destino, donde ni los dioses deben intervenir.

    Hipnos, al descubrir la osadía de su hijo, se vio consumido por una mezcla de ira, miedo y tristeza. Sabía que el castigo de los hilos del destino no sería leve, y temía que Morfeo se condenara por su ambición.

    Entonces, tomó una decisión cruel por amor.

    Mientras Morfeo dormía, Hipnos lo visitó, y por primera vez, tejió un sueño tan perfecto que su propio hijo no supo que estaba soñando. En ese sueño, lo envolvió con una niebla densa y luminosa, cargada de olvido. Con un beso en la frente, le susurró:

    —Perdóname, hijo mío. Te quito el peso del saber para salvarte del abismo que tú mismo quisiste escalar.—

    Cuando Morfeo despertó, ya no recordaba haber sido un dios. Era solo una sombra que flotaba entre los sueños, dando forma a los pensamientos de los hombres sin saber por qué. Pero aún, en lo más profundo de su esencia, sentía una nostalgia inexplicable cada vez que el viento traía el eco de una voz que le era familiar… una voz que decía su nombre con ternura.

    Hipnos, desde su trono de niebla, observaba a su hijo con lágrimas ocultas, repitiéndose una y otra vez que había hecho lo correcto.
    >>https://youtu.be/KYlLWcsJWdQ?si=nQMHWI4Sbi6WVmiy << [Sweets_dreams] era curioso, demasiado curioso. No se conformaba con crear sueños; deseaba comprender la realidad, incluso alterar el curso de los destinos que observaba mientras los humanos dormían. En su anhelo de sabiduría, quiso cruzar el umbral prohibido: descendió a los dominios del Destino, donde ni los dioses deben intervenir. Hipnos, al descubrir la osadía de su hijo, se vio consumido por una mezcla de ira, miedo y tristeza. Sabía que el castigo de los hilos del destino no sería leve, y temía que Morfeo se condenara por su ambición. Entonces, tomó una decisión cruel por amor. Mientras Morfeo dormía, Hipnos lo visitó, y por primera vez, tejió un sueño tan perfecto que su propio hijo no supo que estaba soñando. En ese sueño, lo envolvió con una niebla densa y luminosa, cargada de olvido. Con un beso en la frente, le susurró: —Perdóname, hijo mío. Te quito el peso del saber para salvarte del abismo que tú mismo quisiste escalar.— Cuando Morfeo despertó, ya no recordaba haber sido un dios. Era solo una sombra que flotaba entre los sueños, dando forma a los pensamientos de los hombres sin saber por qué. Pero aún, en lo más profundo de su esencia, sentía una nostalgia inexplicable cada vez que el viento traía el eco de una voz que le era familiar… una voz que decía su nombre con ternura. Hipnos, desde su trono de niebla, observaba a su hijo con lágrimas ocultas, repitiéndose una y otra vez que había hecho lo correcto.
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  • Que un amor como el mío no vas a encontrar
    Ven y dame la calma
    En donde estás corazón


    Comí como los dioses, ¡Viva la pasta en salsa roja!
    Que un amor como el mío no vas a encontrar Ven y dame la calma En donde estás corazón 🎶 Comí como los dioses, ¡Viva la pasta en salsa roja!
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  • —Morfeo, hasta que comprendas el valor de la armonía, aquí dormirás tú, entre sus sueños. — dijo Hipnos, cerrando las puertas de la prisión con un suspiro que apagó estrellas.

    Los dioses callaron, y el mundo mortal comenzó a soñar menos. Los sueños ya no eran tan vívidos, tan coloridos. Y aunque dormían, muchos despertaban con una extraña nostalgia… como si algo mágico les hubiera sido arrebatado.

    Morfeo duerme aún, atrapado en su propia creación. Y Hipnos, desde la sombra, vela por el sueño del mundo, esperando el día en que su hijo despierte… no para soñar de nuevo, sino para comprender.

    —Morfeo, hasta que comprendas el valor de la armonía, aquí dormirás tú, entre sus sueños. — dijo Hipnos, cerrando las puertas de la prisión con un suspiro que apagó estrellas. Los dioses callaron, y el mundo mortal comenzó a soñar menos. Los sueños ya no eran tan vívidos, tan coloridos. Y aunque dormían, muchos despertaban con una extraña nostalgia… como si algo mágico les hubiera sido arrebatado. Morfeo duerme aún, atrapado en su propia creación. Y Hipnos, desde la sombra, vela por el sueño del mundo, esperando el día en que su hijo despierte… no para soñar de nuevo, sino para comprender.
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    IMPORTANTE, leer antes de joder:

    OC Shapeshifter: Kalhi puede ser chica o chico.
    NO negociable: Kalhi mantiene su cualidad de shapeshifter 𝐄𝐍 𝐒𝐄𝐂𝐑𝐄𝐓𝐎 y no es averiguable (ni dioses, ni oler la raza, ni clarividencia, ni en 🫙).

    → No está relacionada con la milicia. Es civil.
    → Es operador de fuerzas especiales. Sólo va de civil a algún bar por ahí, por la noche. En contexto profesional se le conoce por su alias "Viper".

    Lista de personajes que saben su secreto:
    𝐌𝐨𝐧𝐬𝐭𝐞𝐫 WhiteGlint Hiro Wolf ᴬᵁ Vidhi NigDurgae
    ☠️ IMPORTANTE, leer antes de joder: 📌 OC Shapeshifter: Kalhi puede ser chica o chico. 📌 NO negociable: Kalhi mantiene su cualidad de shapeshifter 𝐄𝐍 𝐒𝐄𝐂𝐑𝐄𝐓𝐎 y no es averiguable (ni dioses, ni oler la raza, ni clarividencia, ni 🐤 en 🫙). ♀️ → No está relacionada con la milicia. Es civil. ♂️ → Es operador de fuerzas especiales. Sólo va de civil a algún bar por ahí, por la noche. En contexto profesional se le conoce por su alias "Viper". 📌 Lista de personajes que saben su secreto: [Monster] [shimmer_bronze_bull_562] [Hiritox3] [Wolfy] [v1dh1]
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    Por milenios, había sido un espíritu distante, abstraído en su tarea de crear realidades efímeras para los mortales. No sentía apego por nada de lo que soñaba, porque sabía que al despertar, todo desaparecería. Era su maldición y su don: todo lo que amaba solo existía en el espacio entre un latido y otro.

    Hasta que la vio a ella.

    Ella no aparecía en los sueños, porque su esencia no podía ser contenida por lo onírico. Era vida pura, juventud perpetua, energía renovada. Su risa no se disolvía al amanecer. Sus pasos no se desvanecían al abrir los ojos. Ella era real, y eso le dolía a Morfeo de una manera que nunca antes había sentido.

    Este día, como castigo por su padre, dormía, y soñaba.


    >> Comienzo del sueño:

    Todo comenzaba en la casa de los dios, la observó en el Olimpo sirviendo néctar a los dioses, su andar despreocupado, su voz que parecía despertar incluso a las estatuas dormidas. No era solo su belleza, sino la forma en que existía: sin miedo al tiempo, sin miedo al error. Ella era todo lo que los sueños no eran... ella era presente.

    Sin previo aviso, ella lo miró.

    —¿Tú... eres Morfeo? —le preguntó Hebe con una mezcla de sorpresa y ternura.

    Él titubeó. Acostumbrado a ser visto solo en sueños, sentirse mirado en la vigilia lo desarmó.

    —Lo soy. —respondió con voz baja, como si temiera despertar de ella.

    Hebe sonrió, esa sonrisa suya que parecía un amanecer recién inventado.

    —Pensé que solo aparecías cuando uno dormía... Pero creo que te soñé despierta.—

    Fue entonces cuando algo cambió. Morfeo, por primera vez en toda su eternidad, sintió que él era el sueño de alguien más. No un capricho pasajero, sino una ilusión con sentido.

    Ella le enseñaba a reír sin temor al ridículo. Él le mostraba paisajes imposibles, estrellas que bailaban con el mar, cielos que se desbordaban en flores. Morfeo no sabía si estaba robando instantes al destino o si el destino finalmente le estaba sonriendo.

    Y se enamoró. Como solo un dios que nunca había amado puede hacerlo. Sin medida, sin defensa, sin lógica.

    Pero sabía también que Hebe no era suya. No podía encerrarla en un sueño, no podía darle cadenas de eternidad disfrazadas de caricias. Hebe pertenecía a la vida, al ahora, al correr del tiempo que no toca a los dioses, pero que ella hacía danzar a su antojo.

    Fin del sueño <<

    Por milenios, había sido un espíritu distante, abstraído en su tarea de crear realidades efímeras para los mortales. No sentía apego por nada de lo que soñaba, porque sabía que al despertar, todo desaparecería. Era su maldición y su don: todo lo que amaba solo existía en el espacio entre un latido y otro. Hasta que la vio a ella. Ella no aparecía en los sueños, porque su esencia no podía ser contenida por lo onírico. Era vida pura, juventud perpetua, energía renovada. Su risa no se disolvía al amanecer. Sus pasos no se desvanecían al abrir los ojos. Ella era real, y eso le dolía a Morfeo de una manera que nunca antes había sentido. Este día, como castigo por su padre, dormía, y soñaba. >> Comienzo del sueño: Todo comenzaba en la casa de los dios, la observó en el Olimpo sirviendo néctar a los dioses, su andar despreocupado, su voz que parecía despertar incluso a las estatuas dormidas. No era solo su belleza, sino la forma en que existía: sin miedo al tiempo, sin miedo al error. Ella era todo lo que los sueños no eran... ella era presente. Sin previo aviso, ella lo miró. —¿Tú... eres Morfeo? —le preguntó Hebe con una mezcla de sorpresa y ternura. Él titubeó. Acostumbrado a ser visto solo en sueños, sentirse mirado en la vigilia lo desarmó. —Lo soy. —respondió con voz baja, como si temiera despertar de ella. Hebe sonrió, esa sonrisa suya que parecía un amanecer recién inventado. —Pensé que solo aparecías cuando uno dormía... Pero creo que te soñé despierta.— Fue entonces cuando algo cambió. Morfeo, por primera vez en toda su eternidad, sintió que él era el sueño de alguien más. No un capricho pasajero, sino una ilusión con sentido. Ella le enseñaba a reír sin temor al ridículo. Él le mostraba paisajes imposibles, estrellas que bailaban con el mar, cielos que se desbordaban en flores. Morfeo no sabía si estaba robando instantes al destino o si el destino finalmente le estaba sonriendo. Y se enamoró. Como solo un dios que nunca había amado puede hacerlo. Sin medida, sin defensa, sin lógica. Pero sabía también que Hebe no era suya. No podía encerrarla en un sueño, no podía darle cadenas de eternidad disfrazadas de caricias. Hebe pertenecía a la vida, al ahora, al correr del tiempo que no toca a los dioses, pero que ella hacía danzar a su antojo. Fin del sueño <<
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  • ¿Alguna vez tuviste el deseo de matar?
    ¿Serías capaz de arrebatarle la vida a un ser que al igual que tú, lucha por sobrevivir?
    Para la mayoría de las personas estas preguntas serían fáciles de responder, pero algunos dioses carecemos de moral.

    El semidios más odiado incluso por los de su especie, el único habitante del cielo que es perseguido como un criminal. Siempre le atribuimos está maldad a los demonios, pero lo cierto es que la sangre de mis enemigos llena mis días de sentido...amo mi trabajo.
    ¿Alguna vez tuviste el deseo de matar? ¿Serías capaz de arrebatarle la vida a un ser que al igual que tú, lucha por sobrevivir? Para la mayoría de las personas estas preguntas serían fáciles de responder, pero algunos dioses carecemos de moral. El semidios más odiado incluso por los de su especie, el único habitante del cielo que es perseguido como un criminal. Siempre le atribuimos está maldad a los demonios, pero lo cierto es que la sangre de mis enemigos llena mis días de sentido...amo mi trabajo.
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  • No solía visitar el mundo mortal sin razón, pero aquella alegría tan pura lo llamó. No como un deber… sino como una curiosidad.

    Así que le pidió ayuda a muerte, la única deidad que le tenía permitido caminar en el reino de los humanos sin castigo. 

    — Sabes que estoy cometiendo una falta grave si hago lo que me pides. ¿Qué es lo que, con tanta curiosidad, buscas en ellos?—preguntó Muerte a Morfeo. 

    Morfeo guardó silencio por unos segundos. 

    — Solo quiero saber, qué es lo que los motiva a ser felices y amar, quiero aprender lo que a algunos dioses les hace falta. —contestó Morfeo.

    — Quieres ser como ellos. — muerte lo miró con una leve tristeza, como si entendiera demasiado. Y aunque dudó. Pero como los viejos amigos, se entiende sin palabras. Asintió.

    — Sé lo que buscas. Y es una mala idea. El amor, como es la felicidad, también puede corromper. Espero que hagas lo correcto. Ahora ve. —

    Muerte siguió jugando con el felino que había encontrado. 

    Morfeo se retiró y decidió entonces hacer lo impensado. Descender.
    No solía visitar el mundo mortal sin razón, pero aquella alegría tan pura lo llamó. No como un deber… sino como una curiosidad. Así que le pidió ayuda a muerte, la única deidad que le tenía permitido caminar en el reino de los humanos sin castigo.  — Sabes que estoy cometiendo una falta grave si hago lo que me pides. ¿Qué es lo que, con tanta curiosidad, buscas en ellos?—preguntó Muerte a Morfeo.  Morfeo guardó silencio por unos segundos.  — Solo quiero saber, qué es lo que los motiva a ser felices y amar, quiero aprender lo que a algunos dioses les hace falta. —contestó Morfeo. — Quieres ser como ellos. — muerte lo miró con una leve tristeza, como si entendiera demasiado. Y aunque dudó. Pero como los viejos amigos, se entiende sin palabras. Asintió. — Sé lo que buscas. Y es una mala idea. El amor, como es la felicidad, también puede corromper. Espero que hagas lo correcto. Ahora ve. — Muerte siguió jugando con el felino que había encontrado.  Morfeo se retiró y decidió entonces hacer lo impensado. Descender.
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  • Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo.

    Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina.

    Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer.

    Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido.

    «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?»

    Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír.

    Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia.

    «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~»

    Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía.

    «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~»

    Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado.

    Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño.

    «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...»

    Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz.

    «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...»

    El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido.

    El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra.

    «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~»

    Y al final, su voz se volvió plegaria:
    una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida,
    un beso sin labios,
    una estrella que no muere,
    una caricia que no pide nada.

    «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas...
    Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~»

    La última nota no se oyó. SE SINTIÓ.
    Como si el universo contuviera el aliento por un instante.
    Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
    Después de un día colmado de pequeños placeres —tan sencillos como respirar sin preocupaciones o reírse al ver la forma absurda en que caen los pétalos del almendro—, la diosa se recostó al fin en el mundo que más le pertenecía: los sueños. No los de los mortales, no los impuestos por los dioses... sino aquellos que brotaban de su corazón eterno, que brillaban con el mismo color dorado del néctar que solía servir en los banquetes del Olimpo. Sus pies apenas rozaban la nada. Una nube dorada le sirvió de trono, mullida y tibia, mientras los dados de Hermes danzaban a su alrededor como luciérnagas juguetonas, lanzando destellos de buena suerte, de infancia, de travesura divina. Con una sonrisa suave, casi traviesa, invocó a su compañera más leal: la pequeña lira, que apareció entre sus manos como si hubiera estado esperándola. Sus dedos tocaron las cuerdas con ternura, y el sonido que brotó no fue nota ni palabra. Fue una brisa de luz rozando campanillas de cristal en descenso, un saludo cálido desde el alma misma del amanecer. Inspiró hondo, y el tamborileo de su corazón marcó el compás como golpecitos en la superficie de un estanque dormido. «Dices que nadie te sueña~ Dices que nadie te adora~ mmm~ Entonces me pregunto: ¿Qué soy yo entonces?» Su voz no era de este mundo. Tenía la textura del azúcar derretida bajo el sol, la resonancia de un recuerdo que siempre hace sonreír. Las cuerdas respondieron a su canto con un juego encantado: sonaron como el tintinear de cucharas de plata chocando suavemente en una cocina celestial, curiosas, como niños que observan al dios solitario desde la distancia. «Dices que no puedes soñar~ entonces te invito hoy, a soñar conmigo, querido Morfeo~» Aquel nombre fue pronunciado como si fuera un regalo envuelto en cintas de luz. Y la lira se volvió puro murmullo: el suspiro de una estrella cayendo al mar, una brizna de viento que pasa entre cortinas de lino en una siesta de verano. Los sonidos se enroscaban como humo dorado, ascendiendo y envolviendo el firmamento con una dulzura tan pura que rompía. «Gracias por tanto, yo~ quisiera darte mil oportunidades de soñar, soña-ar ar~» Sus dedos no tocaban cuerdas: acariciaban cuencos de cristal flotando sobre agua tibia, cada vibración una ofrenda de esperanza, cada acorde un pétalo lanzado al altar invisible de un dios olvidado. Pensó en él: en su sombra distante, en su andar sereno, en ese peso de eternidad que a veces ella podía ver en sus ojos —cuando nadie lo notaba—. Y al recordar su infancia, cuando Morfeo era un dios lejano y silencioso, las notas se volvieron más íntimas: como el crujido de una caja de música olvidada, como la risa que no se escucha pero se intuye en el eco de un sueño. «Ahora ya no soy tan pequeña, y creo que entiendo que la eternidad que padeces no es tan divertida como la mía...» Las cuerdas respondieron como cintas de seda que se desenrollan en el aire, girando suaves sobre columnas de luz. «…así que~ te propongo disfrutar de mi lugar para intentar ir un poco en contra de las reglas, sé rebelde, sé libre y disfruta de mi luz...» El ritmo cambió, y por un instante, fue el galopar lento de un unicornio sobre campos de algodón, tan suave como la risa de un ser amado al volver del olvido. El manto de Morfeo que la había cubierto todo su sueño diurno y actual, aunque ausente aun sin el presente, se sentía cerca. Como si su presencia se moldeara entre cada acorde, cada respiro, cada palabra. «Disfruta la canción, mi lira y la sensación, que hoy te toca soñar despierto a ti, protector de ensueño~» Y al final, su voz se volvió plegaria: una gota de miel cayendo sobre la herida más escondida, un beso sin labios, una estrella que no muere, una caricia que no pide nada. «Tal vez no sea un sueño físico... Tal vez~ no es lo que pensabas... Pero... aunque sea déjame soñar contigo, y soñar que te dejas querer un poquito más~» La última nota no se oyó. SE SINTIÓ. Como si el universo contuviera el aliento por un instante. Esperaba que pudiera siquiera conseguir ser un dios dormido, y que aunque, le hubiese causado motivos para sonreír, en un tiempo ya finalizando el día cotidiano.
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  • Una noche tranquila en el Olimpo, cuando incluso los vientos dormían y la luna se reflejaba serena sobre el Égeo, Hestia, diosa del hogar y el fuego sagrado, se revolvía en su lecho. Por primera vez en milenios, el sueño le era esquivo. Su llama eterna ardía demasiado brillante, como si algo en su interior no pudiera apagarse.

    Los pensamientos le danzaban por la mente: el murmullo de hogares lejanos, el crujir de leña, las plegarias susurradas por los humanos. Su deber, aunque silencioso y constante, nunca cesaba.

    Desesperada, Hestia invocó a Morfeo, dios de los sueños, quien apareció envuelto en un manto de niebla azul, con alas oscuras a los lados de su cabeza.

    —Morfeo —susurró Hestia, con voz suave pero firme. —Necesito que me prestes tu arte. El sueño me rehúye, y mi llama ya no encuentra descanso.—

    Morfeo la miró. Pocas veces lo llamaban los dioses, y menos aún aquella que era el corazón del Olimpo.

    —Tu fuego es constante, Hestia, pero incluso el fuego necesita soñar —dijo, extendiendo una mano envuelta en sombra estelar.

    —Déjame llevarte a un lugar donde incluso las llamas se apagan suavemente con el susurro del viento.—

    Contándole una historia y con un toque en la frente, Morfeo sumergió a Hestia en un sueño profundo. En su mente, la diosa caminaba por un bosque de luciérnagas, donde cada luz era un hogar en paz, y el fuego ardía no por deber, sino por amor...

    Una noche tranquila en el Olimpo, cuando incluso los vientos dormían y la luna se reflejaba serena sobre el Égeo, Hestia, diosa del hogar y el fuego sagrado, se revolvía en su lecho. Por primera vez en milenios, el sueño le era esquivo. Su llama eterna ardía demasiado brillante, como si algo en su interior no pudiera apagarse. Los pensamientos le danzaban por la mente: el murmullo de hogares lejanos, el crujir de leña, las plegarias susurradas por los humanos. Su deber, aunque silencioso y constante, nunca cesaba. Desesperada, Hestia invocó a Morfeo, dios de los sueños, quien apareció envuelto en un manto de niebla azul, con alas oscuras a los lados de su cabeza. —Morfeo —susurró Hestia, con voz suave pero firme. —Necesito que me prestes tu arte. El sueño me rehúye, y mi llama ya no encuentra descanso.— Morfeo la miró. Pocas veces lo llamaban los dioses, y menos aún aquella que era el corazón del Olimpo. —Tu fuego es constante, Hestia, pero incluso el fuego necesita soñar —dijo, extendiendo una mano envuelta en sombra estelar. —Déjame llevarte a un lugar donde incluso las llamas se apagan suavemente con el susurro del viento.— Contándole una historia y con un toque en la frente, Morfeo sumergió a Hestia en un sueño profundo. En su mente, la diosa caminaba por un bosque de luciérnagas, donde cada luz era un hogar en paz, y el fuego ardía no por deber, sino por amor...
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  • Luego de una larga jornada de trabajo y habiendo terminado las tareas encomendadas por los dioses, el semi dios se toma la libertad de descansar un poco en el mundo humano, aprovechandose de su apariencia ahora humana, termina sentado en un bar a la espera de algo que mate su aburrimiento...
    Luego de una larga jornada de trabajo y habiendo terminado las tareas encomendadas por los dioses, el semi dios se toma la libertad de descansar un poco en el mundo humano, aprovechandose de su apariencia ahora humana, termina sentado en un bar a la espera de algo que mate su aburrimiento...
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