• ────Creo que todos ustedes olvidan a veces de quien soy hija

    #desafiodivino #misiondiariamiercoles─⁠──⁠─ ☾
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  • Melioë, diosa de mentira y verdad, de odio y amor, de locura y cordura, de luz y oscuridad, de vida y muerte... Una mujer de hermosa e irresistible belleza y de un poder incontenible e inestable, hija de la primavera misma, era como un capullo oscuro que florecía en la penumbra, completamente hermoso, con un aroma dulce y de granate intenso, una flor rodeada de espinas muy afiladas capaces de atravesar incluso almas.
    Melinoë, forjada en el fuego del inframundo, como una flor que crece en la adversidad, hija no solo de nombre de Hades, sino también en espíritu del dios más temido por mortales, almas y dioses. Aunque no corría la sangre del dios de la muerte por sus venas, el fuego implacable de este sí lo hacía, y la había vuelto una mujer fuerte e imponente. Su madre, la diosa que florece incluso en el fuego del inframundo, la mujer que llevó vida al lugar más muerto de todo el mundo, la había vuelto dulce, bondadosa y completamente capaz de llorar por los que vagaban sin rumbo y por aquellos a quienes ella corrompía.
    La diosa se encontraba sentada en la sala del trono, sola, mirando cada detalle como si sus ojos no fueran a ver de nuevo aquello. Lo miró sin parar: las molduras, el color de las paredes, cada textura de estas, cada pequeña línea en el mármol negro del piso, cada adorno en las columnas, hasta que llegó al candelabro en la esquina de la pared. Una vela solitaria brillaba arrogante, iluminando la oscuridad de la sala con fuerza, como si ella sola pudiera hacer desaparecer toda la tiniebla del Hades.
    La diosa, que siempre había carecido de la capacidad de sentir dolor cuando estaba dentro de aquel castillo, se vio tentada en tocarla, en sentir el irradiado calor en su piel, en tener entre sus dedos esa llama arrogante que luchaba contra la adversidad tal como ella luchaba por no iluminar el inframundo como siempre lo hacía. Tocó la cera caliente que escurría por el torso alargado de la vela, y la sensación le agradó, cedosa, como si un aceite se esparciera por sus dedos. El aroma también era adictivo, dulce y carbonizado, como los árboles quemados por los ríos de lava en el Tártaro. No lo pudo resistir y tomó la vela entre sus manos, llenándolas de cera. Aferrada al calor que apenas si la rozaba, que apenas si la hacía sentir abrigada, y entonces, con la luz titilando entre sus manos y la cera bañándolas, la apagó, cerrando sus manos sobre el pabilo como quien quita una vida de tajo, apagándola de golpe sin preguntar ni dar explicaciones.


    #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
    Melioë, diosa de mentira y verdad, de odio y amor, de locura y cordura, de luz y oscuridad, de vida y muerte... Una mujer de hermosa e irresistible belleza y de un poder incontenible e inestable, hija de la primavera misma, era como un capullo oscuro que florecía en la penumbra, completamente hermoso, con un aroma dulce y de granate intenso, una flor rodeada de espinas muy afiladas capaces de atravesar incluso almas. Melinoë, forjada en el fuego del inframundo, como una flor que crece en la adversidad, hija no solo de nombre de Hades, sino también en espíritu del dios más temido por mortales, almas y dioses. Aunque no corría la sangre del dios de la muerte por sus venas, el fuego implacable de este sí lo hacía, y la había vuelto una mujer fuerte e imponente. Su madre, la diosa que florece incluso en el fuego del inframundo, la mujer que llevó vida al lugar más muerto de todo el mundo, la había vuelto dulce, bondadosa y completamente capaz de llorar por los que vagaban sin rumbo y por aquellos a quienes ella corrompía. La diosa se encontraba sentada en la sala del trono, sola, mirando cada detalle como si sus ojos no fueran a ver de nuevo aquello. Lo miró sin parar: las molduras, el color de las paredes, cada textura de estas, cada pequeña línea en el mármol negro del piso, cada adorno en las columnas, hasta que llegó al candelabro en la esquina de la pared. Una vela solitaria brillaba arrogante, iluminando la oscuridad de la sala con fuerza, como si ella sola pudiera hacer desaparecer toda la tiniebla del Hades. La diosa, que siempre había carecido de la capacidad de sentir dolor cuando estaba dentro de aquel castillo, se vio tentada en tocarla, en sentir el irradiado calor en su piel, en tener entre sus dedos esa llama arrogante que luchaba contra la adversidad tal como ella luchaba por no iluminar el inframundo como siempre lo hacía. Tocó la cera caliente que escurría por el torso alargado de la vela, y la sensación le agradó, cedosa, como si un aceite se esparciera por sus dedos. El aroma también era adictivo, dulce y carbonizado, como los árboles quemados por los ríos de lava en el Tártaro. No lo pudo resistir y tomó la vela entre sus manos, llenándolas de cera. Aferrada al calor que apenas si la rozaba, que apenas si la hacía sentir abrigada, y entonces, con la luz titilando entre sus manos y la cera bañándolas, la apagó, cerrando sus manos sobre el pabilo como quien quita una vida de tajo, apagándola de golpe sin preguntar ni dar explicaciones. #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
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  • Dice albina que tambien quería participar...
    Les hago una Traducción: de la corriente filosófica del cabracentismo etéreo:
    "El alma duda, luego bala. Pero en el eco del meh… está la verdad."

    #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
    Dice albina que tambien quería participar... Les hago una Traducción: de la corriente filosófica del cabracentismo etéreo: "El alma duda, luego bala. Pero en el eco del meh… está la verdad." #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
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  • Aquella noche donde el viento no soplaba, no porque no pudiera, sino porque incluso el aire parecía contener la respiración ante la espectral figura que se erguía, esa una presencia se alzaba en la penumbra, distinta… ajena… eterna.

    Melinoe, diosa de las almas en pena, señora de la locura, luz de los perdidos, pesadilla de los que duermen en su presencia.

    Aquellas tierras de mortales que estabas tan llena vida, luz, historia y alegría para la diosa Melinoe eran de donde había recolectado más almas en pena, era esos lugares de caos festivo, de dulces luces y familias amorosas donde la joven diosa había dejado correr sus mas oscuros deseos, donde había llenado de pesadillas y orillado a la locura a tantos como pudo, donde los rostros eran mas alegres las amas sufrían mas, ocultas en el aparentar de la perfección, en la mentira de las emociones tranquilas y despreocupadas, era donde llamaban mas fuerte a Melinoe

    La diosa se sentía perdida en la oscuridad, ¿Cómo había llegado?, ¿Con que fin?, ¿Cuál era su plan?, no lo sabia, consumida por su locura y oscuridad, no caminaba, flotaba a centímetros del suelo, tal vez no dejaban huella, pero los cipreses se inclinaban a su paso con un aura divina rodeándola como neblina viva, delicada como el aliento de un sueño a punto de desvanecerse, portaba su vestimenta oscura y un velo que la cubría su rostro hermoso.

    Aquella silueta femenina caminaba sin rumbo con la mirada perdida en el suelo, mariposas negras giraban en torno a ella como pétalos rotos, tal como las polillas seguían a la diosa como farol brillante por las calles provocando el alarido de los canes y la inquietud de los recién nacido en sus lechos.

    Susurrando casi como un silbido del viento, palabras en un idioma viejo y olvidado, aun ms antiguo que ella misma.

    #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
    Aquella noche donde el viento no soplaba, no porque no pudiera, sino porque incluso el aire parecía contener la respiración ante la espectral figura que se erguía, esa una presencia se alzaba en la penumbra, distinta… ajena… eterna. Melinoe, diosa de las almas en pena, señora de la locura, luz de los perdidos, pesadilla de los que duermen en su presencia. Aquellas tierras de mortales que estabas tan llena vida, luz, historia y alegría para la diosa Melinoe eran de donde había recolectado más almas en pena, era esos lugares de caos festivo, de dulces luces y familias amorosas donde la joven diosa había dejado correr sus mas oscuros deseos, donde había llenado de pesadillas y orillado a la locura a tantos como pudo, donde los rostros eran mas alegres las amas sufrían mas, ocultas en el aparentar de la perfección, en la mentira de las emociones tranquilas y despreocupadas, era donde llamaban mas fuerte a Melinoe La diosa se sentía perdida en la oscuridad, ¿Cómo había llegado?, ¿Con que fin?, ¿Cuál era su plan?, no lo sabia, consumida por su locura y oscuridad, no caminaba, flotaba a centímetros del suelo, tal vez no dejaban huella, pero los cipreses se inclinaban a su paso con un aura divina rodeándola como neblina viva, delicada como el aliento de un sueño a punto de desvanecerse, portaba su vestimenta oscura y un velo que la cubría su rostro hermoso. Aquella silueta femenina caminaba sin rumbo con la mirada perdida en el suelo, mariposas negras giraban en torno a ella como pétalos rotos, tal como las polillas seguían a la diosa como farol brillante por las calles provocando el alarido de los canes y la inquietud de los recién nacido en sus lechos. Susurrando casi como un silbido del viento, palabras en un idioma viejo y olvidado, aun ms antiguo que ella misma. #desafiodivino #misiondiarialunes ─⁠──⁠─ ☾
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  • #misiondiarialunes #desafiodivino.

    𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río.

    Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan.

    Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro.

    Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla.

    No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë.

    No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso.

    Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba.

    Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces.

    Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar.

    Nacida de un error.
    Criada por el susurro de aguas sagradas.
    Eunoë, la que recuerda.
    Eunoë, la que repara.
    #misiondiarialunes #desafiodivino. 𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río. Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan. Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro. Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla. No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë. No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso. Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba. Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces. Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar. Nacida de un error. Criada por el susurro de aguas sagradas. Eunoë, la que recuerda. Eunoë, la que repara.
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  • #desafiodivino #misiondiarialunes

    La noche cayó suave sobre el lecho de un anciano que no temía a la muerte, pero sí al olvido. Sus ojos se cerraban con el peso de los años, y su alma, inquieta, temblaba entre lo que fue y lo que ya no volvería.

    Fue entonces cuando la neblina danzó desde los bordes del mundo tangible, cruzando el umbral entre el pensamiento y el descanso. Eunoë, forma sin contorno, sin tiempo, descendió como una exhalación plateada. No habló, pero su presencia murmuró en el alma fatigada:

    "Descansa, alma errante; que en mi bruma hallarás alivio. El dolor no pesa donde sueña la esperanza."

    Y el anciano soñó. Soñó con manos que aún lo recordaban, con voces que lo nombraban sin tristeza, con soles que no dolían. Eunoë no se quedó. Nunca lo hace. Pero en ese suspiro de sueño, dejó su consuelo, tejió su propósito. Y siguió flotando, callada, hacia la próxima alma que temía cerrar los ojos.
    #desafiodivino #misiondiarialunes La noche cayó suave sobre el lecho de un anciano que no temía a la muerte, pero sí al olvido. Sus ojos se cerraban con el peso de los años, y su alma, inquieta, temblaba entre lo que fue y lo que ya no volvería. Fue entonces cuando la neblina danzó desde los bordes del mundo tangible, cruzando el umbral entre el pensamiento y el descanso. Eunoë, forma sin contorno, sin tiempo, descendió como una exhalación plateada. No habló, pero su presencia murmuró en el alma fatigada: "Descansa, alma errante; que en mi bruma hallarás alivio. El dolor no pesa donde sueña la esperanza." Y el anciano soñó. Soñó con manos que aún lo recordaban, con voces que lo nombraban sin tristeza, con soles que no dolían. Eunoë no se quedó. Nunca lo hace. Pero en ese suspiro de sueño, dejó su consuelo, tejió su propósito. Y siguió flotando, callada, hacia la próxima alma que temía cerrar los ojos.
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  • #desafiodivino #misiondiarialunes

    La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro.

    Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos.
    Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento.

    El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así.

    Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho.
    No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser.

    Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente.

    Pero no lo hicieron.

    Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado.
    Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana.

    Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró.

    Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre.

    A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas.
    Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen.

    **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.**
    Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano.

    Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
    #desafiodivino #misiondiarialunes La tragedia no cayó como un trueno, cayó como un susurro. Fue rápido. Fue brutal. Y lo peor de todo, fue con sus propias manos. Cuando Heracles despertó de la niebla, con los ojos todavía húmedos de una locura que no recordaba invocar, lo único que encontró fue silencio. Un silencio antinatural, como si incluso los dioses contuvieran el aliento. El hogar que había construido con Megara, los muros que alguna vez estuvieron adornados con flores y risas infantiles, ahora estaban teñidos de rojo. Los cuerpos de sus hijos —sus pequeños, con quienes alguna vez había bailado bajo la lluvia y contado historias junto al fuego— yacían inmóviles. Megara, su compañera, la mujer que había visto más allá del guerrero, estaba fría, aún con expresión de desconcierto, como si no hubiera creído hasta el último segundo que él podría hacerle algo así. Heracles no gritó al verlos. No tenía voz. Era como si su alma hubiese abandonado su cuerpo antes de que pudiera comprender lo que había hecho. No fue ira lo que lo atravesó. Fue un vacío tan absoluto que dolía respirar. Dolía estar de pie. Dolía simplemente… ser. Durante días se arrastró por la casa sin sentido, sus ojos clavados en el suelo, sus manos temblorosas, incapaz de tocar nada por temor a romper aún más lo que quedaba. No comía. No dormía. Solo existía. A veces hablaba solo, en murmullos inconexos, preguntándose si era una pesadilla, si los dioses lo devolverían todo si sufría lo suficiente. Pero no lo hicieron. Y la ciudad —esa misma que lo había admirado como un semidiós, que había celebrado su matrimonio, que había aclamado su fuerza como la de un titán— ahora lo miraba con horror velado. Nadie se atrevía a condenarlo abiertamente. Era Heracles, el hijo de Zeus. Pero todos lo evitaban. Las madres apartaban a sus hijos. Los niños que antes jugaban imitando sus hazañas ahora huían al verlo. No hubo juicio, porque todos sabían que el castigo que él se imponía era más cruel que cualquier sentencia humana. Heracles dejó Tebas poco después. No se llevó nada, ni armas ni riquezas, ni siquiera los recuerdos. Caminó hasta que las piernas le sangraron, buscando no un destino, sino una distancia. Quería alejarse de sí mismo, aunque sabía que era imposible. Porque aunque los pasos lo llevaran a nuevas tierras, su mente seguía atrapada en esa casa, en esa noche, en el instante en que todo se quebró. Lo que más lo atormentaba no era el acto, sino que aún en medio del dolor… **seguía viviendo**. Cada amanecer era una bofetada. Cada vez que el sol acariciaba su piel, sentía que el mundo lo obligaba a seguir adelante cuando su alma pedía descanso. Los hombres lo llamaban héroe. Los dioses, instrumento. Él solo se veía como una ruina caminante, una sombra con la forma de un hombre. A veces encontraba un río y se quedaba mirando el reflejo. No el de su rostro, sino el de sus ojos. Ya no había luz en ellos. Solo cenizas. Se preguntaba si alguna vez volvería a sonreír, a amar, a tener un propósito que no naciera del dolor. No quería redención. No la creía posible. Solo deseaba, en lo más profundo, que algún día… su familia pudiera perdonarlo, desde donde estuviesen. **Heracles no le temía a la muerte. Le temía a olvidar sus nombres.** Porque si alguna vez dejaba de oírlos en su cabeza, si alguna vez sus rostros se desdibujaban entre sueños, entonces todo habría sido en vano. Y entonces sí, el verdadero Heracles, moriría para siempre.
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  • El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio.

    Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable.

    Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia.

    Porque siempre llega.

    Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar.

    Y entonces… el primer trueno.

    No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio.

    Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden.

    Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo.

    En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio.

    No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo.

    Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto.

    Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos.

    Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no.

    Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar.

    Y esta vez, no vino a hablar.

    No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar:

    Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia.

    Y entre ellas… está su nombre.

    Zeus.

    #desafiodivino #misiondiarialunes
    El cielo no crujía. No porque estuviera en paz, sino porque esperaba. Como las bestias antes del salto, como el mar antes del naufragio. Zeus permanecía en lo alto, donde los vientos no se atreven a susurrar y las nubes no se forman sin su permiso. En la cima invisible del mundo, donde ningún altar llega y ninguna plegaria es necesaria, sus ojos repasaban el horizonte. No buscaba nada. Solo observaba lo inevitable. Los siglos pasaban sin que él parpadeara. La historia humana se derramaba como un río desbocado, repitiéndose con disfraces distintos. Reyes que se creían dioses. Dioses que se disfrazaban de hombres. Y en medio de todos ellos, Zeus, eterno y paciente, esperando el punto exacto donde el orden cede a la soberbia. Porque siempre llega. Debajo, los hombres gritaban órdenes, escribían leyes con tinta que no pesa, y creaban reglas para un mundo que no les pertenece. Pensaban haber domesticado a la tormenta, convertido la furia en fenómeno meteorológico. Se reían de los dioses entre cervezas y pantallas, sin comprender que el olvido no es poder. Es simplemente la antesala del despertar. Y entonces… el primer trueno. No cayó sobre una ciudad. No mató a nadie. No fue castigo, ni venganza. Fue un anuncio. Los pájaros lo sintieron primero. Luego, los perros. Luego, los niños. Aquellos que todavía no han aprendido a ignorar lo que no entienden. Él no bajó del cielo. No tuvo que hacerlo. Zeus nunca desciende. El mundo sube hasta él cuando está listo. En las montañas más solitarias, los árboles se inclinaron. En los mares más profundos, los remolinos detuvieron su danza. En las ciudades más ruidosas, hubo un segundo de absoluto silencio. No era nostalgia lo que lo traía de vuelta. No era la necesidad de un trono, ni de una guerra. Era la memoria. La suya… y la del mundo. Porque el mundo lo había olvidado. Y sin embargo, su sombra seguía allí, entre cada tormenta maldita, cada rayo que parte un cielo limpio sin razón. Él no busca sacrificios. Ni fe. Solo respeto. Zeus camina de nuevo, con pies que no pisan la tierra pero dejan huellas. No lleva corona. No necesita relámpagos para imponerse. Su mirada basta. Es el trueno contenido, el castigo en potencia, el equilibrio final entre ley y caos. Los dioses no mueren, solo se aburren. Zeus no. Porque a diferencia de los otros, él no fue creado por la humanidad. Él la soportó. La moldeó. La castigó y la perdonó más veces de las que alguien puede contar. Y esta vez, no vino a hablar. No necesita presentarse. No busca adoración. Solo quiere que recuerden algo que nunca debieron olvidar: Que hay cosas que no pueden ser nombradas sin consecuencia. Y entre ellas… está su nombre. Zeus. #desafiodivino #misiondiarialunes
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  • #desafiodivino #misiondiarialunes

    En la ribera gris y silenciosa del río Aqueronte, donde las almas errantes susurraban en un coro lúgubre, él emergió de las sombras con paso firme y ojos inquisitivos. Frente a él, el flujo constante de ánimas se movía con un ritmo frenético, atrapado en un orden caótico que tensaba la paciencia del joven príncipe del Inframundo. Con una ceja alzada y una sonrisa irónica, no pudo evitar comentar, con su habitual tono de ligera burla, que el río parecía más una procesión caótica en Atenas que el paso ordenado de las almas al juicio.

    Desde las sombras, la figura imponente de Hades apareció, respondiendo con un estoicismo profundo y una pizca de humor en su voz grave. Tras un breve intercambio cargado de sarcasmo, el dios aceptó acompañar a su hijo en aquella caminata inusual, una oportunidad para hablar después de siglos de silencio.

    Caminaron juntos, en medio del espeso aire donde las voces de los muertos formaban un tapiz de murmullos eternos. Por un instante, el flujo del Aqueronte se detuvo para ser testigo de una conversación largamente postergada. Hades, rompiendo el silencio con una pregunta aparentemente mundana, quiso saber si su hijo había encontrado ya a alguien con quien compartir su vida.

    Él no se detuvo ni desvió la mirada. Su respuesta, envuelta en desdén y burla, fue que no necesitaba esposa para cumplir sus obligaciones. Pero detrás de su indiferencia se ocultaba una verdad más profunda: no huía del compromiso, simplemente no había hallado ese amor capaz de conmoverlo.

    Hades, con su voz cargada de amargura disfrazada de humor, le recordó a su hijo que, aunque corría desafiando la muerte, evitaba los lazos afectivos, como si eligiera la soledad por sobre todo. Él replicó con firmeza, negando que huyera, defendiendo su derecho a caminar un sendero solitario hasta que apareciera algo que realmente moviera su alma.

    Entonces, una única lágrima escapó de sus ojos, revelando más que mil palabras. Por primera vez en mucho tiempo, Hades bajó su guardia y confesó que veía en su hijo el reflejo de su propio pasado, marcado por el miedo a amar y la soledad elegida.

    Con una mano firme sobre el hombro de su hijo, Hades le dijo: “No tienes que cargar con todo solo”. Él permaneció en silencio, pero no se alejó. Y en ese gesto callado, ambos encontraron un puente para sanar las heridas del tiempo.


    ⧘⃟⁕ Moraleja:
    ‹A veces, lo que más nos distancia de aquellos que amamos no son los desacuerdos, sino los reflejos que tememos ver en ellos. Reconocer el dolor compartido es el primer paso para sanar las heridas del silencio.›
    #desafiodivino #misiondiarialunes En la ribera gris y silenciosa del río Aqueronte, donde las almas errantes susurraban en un coro lúgubre, él emergió de las sombras con paso firme y ojos inquisitivos. Frente a él, el flujo constante de ánimas se movía con un ritmo frenético, atrapado en un orden caótico que tensaba la paciencia del joven príncipe del Inframundo. Con una ceja alzada y una sonrisa irónica, no pudo evitar comentar, con su habitual tono de ligera burla, que el río parecía más una procesión caótica en Atenas que el paso ordenado de las almas al juicio. Desde las sombras, la figura imponente de Hades apareció, respondiendo con un estoicismo profundo y una pizca de humor en su voz grave. Tras un breve intercambio cargado de sarcasmo, el dios aceptó acompañar a su hijo en aquella caminata inusual, una oportunidad para hablar después de siglos de silencio. Caminaron juntos, en medio del espeso aire donde las voces de los muertos formaban un tapiz de murmullos eternos. Por un instante, el flujo del Aqueronte se detuvo para ser testigo de una conversación largamente postergada. Hades, rompiendo el silencio con una pregunta aparentemente mundana, quiso saber si su hijo había encontrado ya a alguien con quien compartir su vida. Él no se detuvo ni desvió la mirada. Su respuesta, envuelta en desdén y burla, fue que no necesitaba esposa para cumplir sus obligaciones. Pero detrás de su indiferencia se ocultaba una verdad más profunda: no huía del compromiso, simplemente no había hallado ese amor capaz de conmoverlo. Hades, con su voz cargada de amargura disfrazada de humor, le recordó a su hijo que, aunque corría desafiando la muerte, evitaba los lazos afectivos, como si eligiera la soledad por sobre todo. Él replicó con firmeza, negando que huyera, defendiendo su derecho a caminar un sendero solitario hasta que apareciera algo que realmente moviera su alma. Entonces, una única lágrima escapó de sus ojos, revelando más que mil palabras. Por primera vez en mucho tiempo, Hades bajó su guardia y confesó que veía en su hijo el reflejo de su propio pasado, marcado por el miedo a amar y la soledad elegida. Con una mano firme sobre el hombro de su hijo, Hades le dijo: “No tienes que cargar con todo solo”. Él permaneció en silencio, pero no se alejó. Y en ese gesto callado, ambos encontraron un puente para sanar las heridas del tiempo. ⧘⃟⁕ Moraleja: ‹A veces, lo que más nos distancia de aquellos que amamos no son los desacuerdos, sino los reflejos que tememos ver en ellos. Reconocer el dolor compartido es el primer paso para sanar las heridas del silencio.›
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  • El sol acariciaba el cielo cuando ella descendió del Olimpo, con una ultima misión. Su risa aún tenía la inocencia de los siglos, pero sus ojos… sus ojos hablaban de experiencias que antes no conocía. Había cambiado. Ya no era solo la diosa de la juventud: era el resultado de haber sido herida… y haber renacido.

    Caminaba descalza sobre la hierba, y a cada paso, pequeñas flores brotaban bajo sus pies. Su cabello, largo y blanco como la paz eterna, flotaba con cada brisa, brillante, fuerte, indomable.

    —Antes creía que la juventud era eterna sólo por serlo —susurró, alzando un mechón entre sus dedos—. Pero aprendí que incluso la luz necesita cuidados para no apagarse.

    Se detuvo frente a un espejo de agua. Su reflejo era más que belleza: era resiliencia.

    —Me rompieron, sí… —dijo, sin bajar la mirada—. Pero me recompongo más fuerte. Y ahora, no hay sombra que me apague.

    A su lado, un frasco blanco con dorado del shampoo: Pantene, descansaba como un tesoro celestial. Ella lo alzó entre sus manos con la misma reverencia con la que brindaba néctar a los dioses.

    —Esto no es un simple shampoo. Es un escudo, un bálsamo, un recordatorio de que incluso las diosas necesitan cuidarse. Mi cabello no solo brilla… resiste. Vive. Habla de mí.

    Y con una sonrisa traviesa, pero decidida, se giró al espectador invisible que la miraba desde el mundo terrenal.

    —Si quieres sentirte radiante, viva… y fuerte, como yo… Elige bien. Pantene. Brilla con fuerza. Como una diosa.

    #momentopeloteo #desafiodivino
    El sol acariciaba el cielo cuando ella descendió del Olimpo, con una ultima misión. Su risa aún tenía la inocencia de los siglos, pero sus ojos… sus ojos hablaban de experiencias que antes no conocía. Había cambiado. Ya no era solo la diosa de la juventud: era el resultado de haber sido herida… y haber renacido. Caminaba descalza sobre la hierba, y a cada paso, pequeñas flores brotaban bajo sus pies. Su cabello, largo y blanco como la paz eterna, flotaba con cada brisa, brillante, fuerte, indomable. —Antes creía que la juventud era eterna sólo por serlo —susurró, alzando un mechón entre sus dedos—. Pero aprendí que incluso la luz necesita cuidados para no apagarse. Se detuvo frente a un espejo de agua. Su reflejo era más que belleza: era resiliencia. —Me rompieron, sí… —dijo, sin bajar la mirada—. Pero me recompongo más fuerte. Y ahora, no hay sombra que me apague. A su lado, un frasco blanco con dorado del shampoo: Pantene, descansaba como un tesoro celestial. Ella lo alzó entre sus manos con la misma reverencia con la que brindaba néctar a los dioses. —Esto no es un simple shampoo. Es un escudo, un bálsamo, un recordatorio de que incluso las diosas necesitan cuidarse. Mi cabello no solo brilla… resiste. Vive. Habla de mí. Y con una sonrisa traviesa, pero decidida, se giró al espectador invisible que la miraba desde el mundo terrenal. —Si quieres sentirte radiante, viva… y fuerte, como yo… Elige bien. Pantene. Brilla con fuerza. Como una diosa. #momentopeloteo #desafiodivino
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