• Zwëihanherz Rising Sun
    Fandom Zwëihanherz: Rising Sun
    Categoría Otros
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido.
    ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba.
    ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior.
    ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa.
    ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara.
    ​El Cairo: El Viaje Comienza
    ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento.
    ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano.
    ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada.
    ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta.
    ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible.
    ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo.
    ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos.
    ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo.
    ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente.
    ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    "Nuestra historia comienza en la antigua Alejandría, Egipto. Nenet nace en el seno de una familia humilde, un regalo que llegó después de una profunda sombra. Tiempo atrás, sus padres ya habían perdido un hijo, y por un amargo momento, parecía que Nenet estaba destinada al mismo fin. Fue entonces cuando su padre se arrodilló y elevó su ruego a los cielos, a los dioses antiguos. Prometió dar y hacer lo que fuera necesario si le concedían el deseo de que su esposa diera a luz a su primogénita. Tras varios días de ayuno y súplica, el deseo fue concedido. ​Nació una niña con una particularidad sorprendente: su piel era tan oscura como un abismo sin fondo, un contraste absoluto con la luz del desierto. Sumado a esto, un par de marcas doradas sutiles se delineaban sobre sus brazos y espalda, como una escritura incomprensible. Pero la maravilla del nacimiento superó todo misterio. Se susurra que aquella noche, una sombra misteriosa, un visitante silencioso, le hizo una visita a la recién nacida, que dormía en paz sin percatarse de la entidad que la observaba. ​El tiempo no borró la diferencia. Nenet creció bajo la constante mirada de su comunidad, ganándose burlas y el acoso incesante de otros niños. Se aisló, haciendo de su pequeña habitación un santuario. Allí, los cuentos que su padre le leía cada noche se convirtieron en su única ventana. Aprendió a leer vorazmente, transformando su soledad en una devoción por la literatura y por el mundo exterior. ​Cerca de sus diecisiete años, esa devoción se convirtió en su más ferviente deseo: abandonar Alejandría para, finalmente, escribir su propia historia. Era de complexión delgada, su cabello negro cortado en un bob mediano enmarcaba un rostro de carácter indomable, con unos ojos delineados por una sutil curva que atraían la mirada y unos labios que, teñidos de un tono oscuro, hacían brillar cada sonrisa. ​Su vestimenta no era la de una reclusa, sino la de una guerrera en ciernes: un corset de batalla que dejaba los hombros y el abdomen a la vista, un pantalón de tela con un intrincado encaje de fuego que subía desde el tobillo hasta la cintura, y sandalias firmes. Las marcas doradas en su piel brillaban, un enigma que nadie había podido descifrar. La disciplina de combate le había otorgado un temple firme, pero su esencia era la de una chica amable, dulce, caritativa, siempre dispuesta a servir. Aunque el temor la rozaba, nunca dudaba en enfrentar el peligro para ayudar a quien lo necesitara. ​El Cairo: El Viaje Comienza ​En la vibrante y caótica Ciudad de El Cairo, a las 2:45 p.m., Nenet caminaba con su mochila al hombro. Los edificios se alzaban en una fila desigual y casi surrealista, una muralla de vida que la asombraba. El caos citadino era un torrente de movimiento y ruido, y ella lo observaba como una niña que conoce el mundo por primera vez, dando cada paso con la expectativa de un nuevo descubrimiento. ​Se detuvo en la esquina de la acera. Estaba acostumbrada a la curiosidad de los transeúntes, pero la multitud aquí era un organismo vivo. Al dar el tercer paso, fue empujada con una fuerza inesperada; el tráfico de gente era denso y ciego. Su mochila, la que contenía su bitácora de viaje, pasaporte y el dinero para la travesía, cayó de su hombro y fue inmediatamente engullida por el río humano. ​Quedó paralizada en medio de la acera, sintiendo un vacío helado. Los cláxones resonaron con estridente impaciencia, obligándola a correr para evitar el flujo de autos. Al llegar al otro lado, el tráfico seguía su curso indiferente, y la mochila había desaparecido. Se cruzó de brazos, la rabia contra su propia distracción mezclándose con una culpa punzante. No podía permitirse un error tan costoso; perder esa mochila era quedarse, literalmente, varada. ​Justo entonces, oyó unas risas. En la boca de un angosto callejón, un grupo de niños alardeaban de su nuevo botín. Su mochila estaba allí, a punto de ser abierta. ​— ¡Oigan, eso es mío! — gritó con ahínco, alzando las manos para hacerse visible. ​Esperó a que la luz de tráfico se pusiera en rojo y, como una flecha, se lanzó a la persecución. Desplegó una agilidad felina, concentrándose. Agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los pequeños corredores hasta la entrada de una casa abandonada, sucia y cubierta de polvo. ​Se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido. Escuchó el barullo en el patio trasero y se acercó a una ventana manchada para observarlos. Su plan no era solo recuperar sus cosas, sino darles un buen escarmiento. Localizó una vieja puerta de madera que conectaba al patio. La abrió con una lentitud dramática. El chirrido agónico del gozne llamó la atención de los niños, que se quedaron quietos, confusos. ​En ese instante de distracción, Nenet saltó al patio con una mirada deliberadamente macabra y exagerada. Su aparición fue tan repentina que los niños huyeron despavoridos, dejando todo su contenido regado por el suelo. ​Nenet suspiró, cerrando los ojos con frustración. Susurró la admonición a sí misma mientras recogía sus pertenencias: — Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo. — Acomodó todo en su lugar, cargando la mochila al hombro. Retomó su camino, con un destino claro en mente. ​Ahora, se dirigía a Jerusalén, cumpliendo la orden tácita de su padre. Una travesía que no solo buscaba aventura, sino también obtener una bendición para el camino que acababa de empezar."
    Tipo
    Individual
    Líneas
    15
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    1
    7 turnos 0 maullidos
  • —Hola cómo están está tarde les contaré la historia de Cinthia espero y disfruten del relato —

    hace cinco años, cuando tenía 20, vivía con mi madre, mis tías y mi abuela en una antigua casa de campo a las afueras del pueblo. Desde que tengo memoria, ellas se habían dedicado a la brujería, algo que, aunque no compartía, había aceptado como parte de mi vida. No obstante, esa noche en particular fue diferente, pues nunca antes había presenciado uno de sus rituales.

    Era una noche oscura y lúgubre, en la que apenas se distinguía la luz de la luna entre las nubes. Había un aire pesado y denso que me rodeaba, como si presintiera que algo extraño estaba a punto de suceder. Mi familia decidió realizar un ritual para alejar las malas vibras de nuestra casa, y aunque no era mi costumbre, decidí unirme a ellas.

    Nos dirigimos hacia una cueva ubicada cerca de nuestra casa, un lugar que siempre me había parecido tenebroso y del cual había evitado acercarme. Sin embargo, esta vez me encontraba caminando hacia allí, acompañada por el sonido de nuestras pisadas en la hojarasca y el murmullo de las ramas moviéndose por el viento.

    Al llegar a la entrada de la cueva, mis tías encendieron velas, mientras mi abuela sostenía en sus manos unos libros antiguos y polvorientos cuyo contenido desconocía. La luz de las velas proyectaba sombras fantasmagóricas en las paredes de la cueva, lo que acentuaba mi creciente sensación de inquietud.

    Mis tías comenzaron a preparar el ritual, disponiendo todo lo necesario en el suelo. Entre los elementos que utilizarían, había una botella con sangre de cabra y un mechón de cabello del cual no sabía su procedencia. La simple visión de esos objetos aumentaba mi temor, pero decidí mantener la compostura y seguir adelante.

    A medida que el ritual avanzaba, mis tías y mi abuela recitaban palabras en un idioma que no reconocía, y yo me mantenía en silencio, observando cada movimiento con cautela. No podía evitar sentir que algo no estaba bien, que aquel ritual tenía un propósito más oscuro del que me habían contado.

    No obstante, me encontraba allí, en medio de la oscuridad, junto a mi familia, sintiendo cómo una energía inquietante se apoderaba de la cueva. En mi mente, una mezcla de miedo y curiosidad me impulsaba a quedarme y descubrir qué sucedería a continuación, sin saber que aquella noche sería solo el comienzo de una serie de aterradores acontecimientos que cambiarían mi vida para siempre.

    En ese momento, casi al finalizar el ritual, mi abuela mencionó el nombre de mi novio, Jorge. Sentí cómo mi corazón se detenía por un instante y mi sangre se helaba en las venas. A pesar de mi miedo, la ira comenzó a apoderarse de mí. No podía creer que mi familia estuviera haciendo algo en contra de la persona a la que amaba.

    Enfurecida, me abalancé sobre el altar improvisado y arrojé al suelo las velas y la sangre que estaba en un florero. La oscuridad invadió la cueva mientras las llamas se apagaban, y el eco de mis acciones retumbaba en las paredes de piedra.

    Mis tías y mi abuela me miraron sorprendidas, mientras mi madre intentaba justificar sus acciones, diciéndome que Jorge no me convenía, que no tenía trabajo y era poco agraciado, y que yo merecía a alguien mejor. En ese momento, mi enojo alcanzó su punto máximo y, sin poder contenerme, les grité que no se metieran en mi vida.

    La cueva parecía vibrar con la intensidad de mis palabras, como si las propias paredes pudieran sentir mi ira y mi dolor. Mi madre y mis tías bajaron la mirada, mientras mi abuela me observaba con una expresión indescifrable en su rostro arrugado.

    La ira se disipó lentamente, dejando tras de sí un profundo sentimiento de tristeza y traición. Me di cuenta de que, en su afán por protegerme y guiarme, mi familia había cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar del amor que sentía por ellas, sabía que ya no podría confiar en ellas de la misma manera.

    En silencio, recogí las velas apagadas y salí de la cueva, dejando atrás a mi familia y el ritual inconcluso. La noche había recuperado su oscuridad y frío, pero mi corazón ardiendo de furia e indignación me mantenía caliente mientras me alejaba de aquel lugar.

    No sabía qué me depararía el futuro después de esa traición, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío por mi cuenta, sin dejarme influenciar por las creencias y deseos de mi familia. Lo que no imaginaba era que aquella noche de traición y furia sería solo el inicio de una serie de eventos escalofriantes que pondrían a prueba mi valentía y cambiarían mi vida para siempre.

    Apenas llegué a casa, tomé una maleta y comencé a llenarla con mi ropa y pertenencias más importantes, decidida a irme a casa de Jorge, quien vivía a poca distancia. No quería pasar ni un segundo más en ese lugar donde mi familia había intentado manipular mi vida sin mí consentimiento.

    Estaba a punto de salir por la puerta cuando las brujas de mi familia aparecieron frente a mí. Una de mis tías me miró con seriedad y me dijo que entendía mi enojo, pero que lo que había hecho estaba muy mal. Me explicó que dejar un ritual inconcluso podría traer graves consecuencias, ya que estaba jugando con fuerzas que no debían ser tomadas a la ligera. Hizo alusión a que el diablo no toleraba ese tipo de juegos.

    A pesar de sus palabras, no podía dejar de sentir coraje hacia ellas. Les respondí con firmeza que no me importaban las consecuencias y que me iba de esa casa para que no me molestaran más. Les pedí que dejaran en paz a Jorge y que no intentaran interferir en nuestra relación de nuevo.

    Mis tías y mi madre parecieron sorprendidas por mi determinación, pero mi abuela me observó con una expresión preocupada en su rostro. A pesar de su reacción, me mantuve firme en mi decisión y salí de la casa, sintiendo un peso en mi pecho que me oprimía.

    Llegué a casa de Jorge y le conté lo sucedido, buscando consuelo y apoyo en él. Él me abrazó con fuerza, prometiéndome que estaríamos juntos y enfrentaríamos cualquier cosa que se nos presentara. Aunque sus palabras me reconfortaron, no pude evitar sentir un temor creciente en mi interior, como si el abismo de lo desconocido se abriera ante mí.

    La advertencia de mi tía sobre las consecuencias de dejar un ritual inconcluso retumbaba en mi mente, pero me negaba a darle importancia. No quería que el miedo gobernara mi vida y mis decisiones, pero lo que no sabía era que esa noche había desatado fuerzas oscuras que no tardarían en manifestarse.

    Las primeras semanas en casa de Jorge transcurrieron sin incidentes. Nos sentíamos felices y seguros juntos, y yo comenzaba a olvidar los eventos aterradores que habían llevado a mi huida de la casa de mi familia. Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho.

    Una noche, mientras estábamos acostados en la cama, comenzamos a escuchar un extraño sonido, como si algo estuviera arañando las paredes. Nos miramos con inquietud, pero no le dimos mayor importancia, atribuyéndolo a algún animal nocturno o al viento.

    Otra noche, Jorge metió la mano debajo de la cama para buscar algo que había dejado caer y sintió que algo lamió su mano. Retiró la mano rápidamente, describiendo una lengua fría, rasposa y asquerosa. Ambos nos quedamos estupefactos y asustados, pero no encontramos ninguna explicación lógica para lo sucedido.

    El miedo comenzó a apoderarse de nosotros cuando, en otra ocasión, mientras dormíamos, fuimos despertados por ruidos en la habitación. Al abrir los ojos, vimos algo que parecía sacado de nuestras peores pesadillas: dos de los peluches de Jorge parecían haber cobrado vida y se burlaban de nosotros, señalándonos y riéndose con malicia.

    El terror nos invadió por completo, y comenzamos a cuestionarnos si lo que estaba sucediendo tenía alguna conexión con el ritual inconcluso que había interrumpido semanas atrás. La advertencia de mi tía resonaba en mi mente, y no pude evitar sentir que, en mi desesperación por proteger a Jorge, había desatado fuerzas oscuras y peligrosas que ahora nos acechaban.

    Sabía que debía enfrentar el problema y buscar una solución antes de que las cosas empeoraran, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Había dejado atrás a mi familia y sus conocimientos sobre brujería, y ahora me encontraba atrapada en una situación que amenazaba con destruir la vida que había construido junto a Jorge.

    Con cada nueva manifestación de esas fuerzas oscuras, la tensión y el miedo se apoderaban cada vez más de nuestras vidas. La incertidumbre y la angustia nos atormentaban día y noche, y sabíamos que debíamos encontrar una manera de detener ese tormento antes de que fuera demasiado tarde.

    La situación empeoró considerablemente. Un día, mientras Jorge se bañaba, escuché un grito desgarrador que provenía del baño. Corrí hacia allí y lo encontré temblando de miedo. Me contó que el agua de la ducha había salido hirviendo de repente, la luz del baño se había apagado y, además, había escuchado a alguien pronunciar su nombre en repetidas ocasiones.

    Al escuchar su relato, mi corazón latía a mil por hora y el miedo recorrió todo mi ser. Lo abracé con fuerza y le dije que todo estaría bien, pero en mi interior sabía que estaba equivocada. Aquella misma noche, uno de los peores presagios se manifestó: una de las cruces que Jorge tenía en su cuarto, ya que era católico, se cayó y se partió en pedazos sin razón aparente.

    Para colmo, Jorge comenzó a sentirse muy mal. Le dio fiebre, tos y su piel se tornó pálida. Su estado empeoró rápidamente e incluso empezó a vomitar cabellos, algo que me dejó horrorizada y sin saber qué hacer. No podía negar más la realidad: las fuerzas oscuras desatadas por el ritual inconcluso estaban afectando a Jorge, y era mi culpa.

    Desesperada y sintiendo que no tenía otra opción, decidí enfrentar mi miedo y regresar a la casa de mi familia para pedirles ayuda. A pesar de todo lo que había ocurrido, sabía que ellas eran las únicas que podrían enfrentar y detener las fuerzas que ahora amenazaban nuestras vidas.

    Con el corazón en un puño y la determinación de proteger a Jorge, me dispuse a enfrentar a mi familia y a las sombras del pasado que ahora se cernían sobre nosotros. No tenía idea de lo que encontraría al regresar a aquella casa ni de si podríamos detener el mal que nos acechaba, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvar a Jorge y recuperar nuestras vidas.

    Regresé a la casa de mi familia con el corazón lleno de temor y resentimiento. A pesar de que no quería estar allí, sabía que era la única opción que tenía para proteger a Jorge y poner fin a la pesadilla que estábamos viviendo.

    Mis tías, mi madre y mi abuela estaban felices de verme de vuelta, pero yo no podía olvidar lo que habían intentado hacerle a Jorge. Aun así, les conté todo lo que nos había sucedido en los últimos días, esperando que pudieran ayudarnos a detener las fuerzas oscuras que nos atormentaban.

    Para mi sorpresa, no parecieron sorprendidas por lo que les conté. Con seriedad, prometieron ayudarnos y aseguraron que todo mejoraría. Incluso afirmaron que dejarían de interferir en mi relación con Jorge, reconociendo que habían cruzado un límite que no debieron traspasar.

    A pesar de sus palabras, no podía evitar sentir cierta desconfianza. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción que confiar en ellas y en su conocimiento sobre brujería para enfrentar las fuerzas malignas que habíamos desatado.

    Mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a preparar un ritual de purificación y protección, con el objetivo de limpiar nuestra energía y alejar las entidades oscuras que nos acechaban. Me pidieron que participara en el ritual y les confiara mis miedos y preocupaciones, algo que hice con cierta reticencia, pero también con la esperanza de que podría salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos envolvía.

    Con temor y resignación, volví a la cueva en la que había interrumpido el ritual anterior. Mi madre me explicó que, para solucionar el problema que yo misma había creado, tendría que realizar un sacrificio de sangre. Me entregaron una gallina, que debía sacrificar para obtener un poco de su sangre y así completar el ritual.

    A pesar de sentirme horrorizada ante la idea, sabía que no tenía otra opción si quería salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos acechaba. Con manos temblorosas, sacrifiqué a la gallina y recogí su sangre en un recipiente.

    Luego, mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a recitar palabras en un idioma que no entendía. Me pidieron que las repitiera, aunque no sabía qué significaban. Mientras lo hacía, mi abuela me limpiaba con hierbas y mis tías me escupían alcohol para purificar mi cuerpo y mi espíritu.

    El ritual se volvió cada vez más intenso, y las energías en la cueva parecían vibrar a nuestro alrededor. Podía sentir que algo estaba cambiando, aunque no sabía si era para bien o para mal. En mi corazón, solo deseaba que todo terminara y que Jorge y yo pudiéramos recuperar nuestras vidas.

    Cuando finalmente el ritual llegó a su fin, mis tías, mi madre y mi abuela parecían satisfechas y aliviadas. Me aseguraron que las fuerzas oscuras que habíamos desatado estarían ahora bajo control y que no tendríamos que preocuparnos más por ellas.

    Aunque quería creer en sus palabras, una parte de mí seguía temiendo que el mal que habíamos desencadenado fuera demasiado poderoso como para ser contenido. Sin embargo, por el bien de Jorge y el mío, decidí confiar en mi familia y esperar que, de alguna manera, las cosas volvieran a la normalidad.

    Al regresar a casa, comencé a sentir una paz que no había experimentado desde que iniciaron los horribles sucesos. Decidí perdonar a mi familia, quienes se mostraron muy felices y aseguraron que solo querían lo mejor para mí. Sin embargo, había un terrible secreto que ocultaban y que no descubriría hasta más tarde.

    Mi confianza en ellas comenzó a crecer, ya que los eventos sobrenaturales habían cesado y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Cuando le pregunté a Jorge cómo se sentía, me dijo que se encontraba mucho mejor y que no había experimentado nada extraño en los últimos días. Ambos nos sentíamos aliviados y agradecidos por la aparente calma.

    Aproveché la oportunidad para disculparme con Jorge por todos los aterradores acontecimientos que había vivido a causa de mi culpa y la de mi familia. Para mi alivio, él lo entendió y me perdonó, demostrando una vez más el amor profundo que sentía por mí.

    Por un tiempo, parecía que todo iba bien y que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Pero en el fondo, no podía quitarme la sensación de que algo no estaba del todo bien y que el mal que habíamos desencadenado seguía al acecho, esperando el momento adecuado para volver a manifestarse. A pesar de mi inquietud, traté de ignorar esos pensamientos y disfrutar de la paz y la tranquilidad que había en nuestra vida. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que el terrible secreto de mi familia saliera a la luz y cambiara todo para siempre.

    Mi temor y desesperación crecieron a medida que la normalidad aparente comenzó a desmoronarse. Una madrugada, mientras dormía, escuché un golpe en mi ventana. Al principio, creí que se trataba de algo sobrenatural, pero luego escuché la voz de Jorge llamándome. Abrí la ventana y lo vi empapado en sudor, con el rostro pálido y llorando desconsoladamente. Lo hice entrar a escondidas en mi casa para que me explicara qué había sucedido.

    Una vez dentro, Jorge me contó que su abuelo había fallecido hacía apenas una hora. Habían escuchado un grito de terror, y cuando corrieron a verlo, ya no respondía. Sus palabras hicieron que mi corazón se llenara de angustia, no solo por el miedo a lo desconocido, sino también por la tristeza de perder a alguien que había sido muy amable conmigo durante el tiempo de mi relación con Jorge. Su abuelo siempre había mostrado afecto y comprensión hacia mí, y no pude evitar sentir un profundo pesar por su pérdida.

    Lo que dijo a continuación fue aún más aterrador. Al salir a pedir ayuda, había visto a una de mis tías espiándolo en plena oscuridad, vestida de negro.

    El pánico se apoderó de mí al comprender que, de alguna manera, mi familia todavía estaba involucrada en todo esto. A pesar de sus promesas de ayudarnos y de no interferir en nuestra relación, habían seguido manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento.

    No sabía qué hacer ni en quién confiar. Mi mundo se había vuelto oscuro y aterrador, y sentía que estaba siendo arrastrada hacia un abismo del que no había escapatoria. Decidí que no podía seguir permitiendo que mi familia destruyera nuestras vidas y que debía enfrentarme a ellas y descubrir la verdad detrás de sus acciones y el oscuro secreto que ocultaban.

    En lugar de enfrentar a toda mi familia de una vez, decidí comenzar por hablar con mi tía en privado. Desperté a mi tía con cuidado para no hacer mucho ruido y le pedí que fuera a mi habitación para que me diera una explicación.

    Una vez en mi habitación, mi tía me reveló que el último ritual que habían realizado en realidad no había sido para protegerme a mí y a Jorge, sino para asegurarse de que yo estuviera bien, pero a costa del sufrimiento de mi novio. Ellas no querían que estuviéramos juntos y habían tomado medidas extremas para separarnos.

    Mi tía me confesó que entendía cómo me sentía, pero que no podía hacer nada al respecto. Me contó que, hace muchos años, mi abuela tampoco había permitido que ella estuviera con el amor de su vida. Mi tía se vio obligada a abandonar a su novio para evitar que mi abuela enterrara un muñeco vudú en el panteón, lo que habría resultado en la muerte de su amado. Prefería sacrificar su relación antes que poner en peligro la vida del hombre que amaba.

    La revelación de mi tía me dejó conmocionada y angustiada. No solo había descubierto que mi familia había estado manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento a Jorge, sino que también aprendí que este tipo de intervenciones y sacrificios se habían repetido en el pasado. Me pregunté cuántas veces habían hecho esto antes y cuántas vidas habían sido afectadas por sus acciones.


    ||—En comentarios está la continuación disculpen las molestias —
    —Hola cómo están está tarde les contaré la historia de Cinthia espero y disfruten del relato — hace cinco años, cuando tenía 20, vivía con mi madre, mis tías y mi abuela en una antigua casa de campo a las afueras del pueblo. Desde que tengo memoria, ellas se habían dedicado a la brujería, algo que, aunque no compartía, había aceptado como parte de mi vida. No obstante, esa noche en particular fue diferente, pues nunca antes había presenciado uno de sus rituales. Era una noche oscura y lúgubre, en la que apenas se distinguía la luz de la luna entre las nubes. Había un aire pesado y denso que me rodeaba, como si presintiera que algo extraño estaba a punto de suceder. Mi familia decidió realizar un ritual para alejar las malas vibras de nuestra casa, y aunque no era mi costumbre, decidí unirme a ellas. Nos dirigimos hacia una cueva ubicada cerca de nuestra casa, un lugar que siempre me había parecido tenebroso y del cual había evitado acercarme. Sin embargo, esta vez me encontraba caminando hacia allí, acompañada por el sonido de nuestras pisadas en la hojarasca y el murmullo de las ramas moviéndose por el viento. Al llegar a la entrada de la cueva, mis tías encendieron velas, mientras mi abuela sostenía en sus manos unos libros antiguos y polvorientos cuyo contenido desconocía. La luz de las velas proyectaba sombras fantasmagóricas en las paredes de la cueva, lo que acentuaba mi creciente sensación de inquietud. Mis tías comenzaron a preparar el ritual, disponiendo todo lo necesario en el suelo. Entre los elementos que utilizarían, había una botella con sangre de cabra y un mechón de cabello del cual no sabía su procedencia. La simple visión de esos objetos aumentaba mi temor, pero decidí mantener la compostura y seguir adelante. A medida que el ritual avanzaba, mis tías y mi abuela recitaban palabras en un idioma que no reconocía, y yo me mantenía en silencio, observando cada movimiento con cautela. No podía evitar sentir que algo no estaba bien, que aquel ritual tenía un propósito más oscuro del que me habían contado. No obstante, me encontraba allí, en medio de la oscuridad, junto a mi familia, sintiendo cómo una energía inquietante se apoderaba de la cueva. En mi mente, una mezcla de miedo y curiosidad me impulsaba a quedarme y descubrir qué sucedería a continuación, sin saber que aquella noche sería solo el comienzo de una serie de aterradores acontecimientos que cambiarían mi vida para siempre. En ese momento, casi al finalizar el ritual, mi abuela mencionó el nombre de mi novio, Jorge. Sentí cómo mi corazón se detenía por un instante y mi sangre se helaba en las venas. A pesar de mi miedo, la ira comenzó a apoderarse de mí. No podía creer que mi familia estuviera haciendo algo en contra de la persona a la que amaba. Enfurecida, me abalancé sobre el altar improvisado y arrojé al suelo las velas y la sangre que estaba en un florero. La oscuridad invadió la cueva mientras las llamas se apagaban, y el eco de mis acciones retumbaba en las paredes de piedra. Mis tías y mi abuela me miraron sorprendidas, mientras mi madre intentaba justificar sus acciones, diciéndome que Jorge no me convenía, que no tenía trabajo y era poco agraciado, y que yo merecía a alguien mejor. En ese momento, mi enojo alcanzó su punto máximo y, sin poder contenerme, les grité que no se metieran en mi vida. La cueva parecía vibrar con la intensidad de mis palabras, como si las propias paredes pudieran sentir mi ira y mi dolor. Mi madre y mis tías bajaron la mirada, mientras mi abuela me observaba con una expresión indescifrable en su rostro arrugado. La ira se disipó lentamente, dejando tras de sí un profundo sentimiento de tristeza y traición. Me di cuenta de que, en su afán por protegerme y guiarme, mi familia había cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar del amor que sentía por ellas, sabía que ya no podría confiar en ellas de la misma manera. En silencio, recogí las velas apagadas y salí de la cueva, dejando atrás a mi familia y el ritual inconcluso. La noche había recuperado su oscuridad y frío, pero mi corazón ardiendo de furia e indignación me mantenía caliente mientras me alejaba de aquel lugar. No sabía qué me depararía el futuro después de esa traición, pero estaba decidida a enfrentar cualquier desafío por mi cuenta, sin dejarme influenciar por las creencias y deseos de mi familia. Lo que no imaginaba era que aquella noche de traición y furia sería solo el inicio de una serie de eventos escalofriantes que pondrían a prueba mi valentía y cambiarían mi vida para siempre. Apenas llegué a casa, tomé una maleta y comencé a llenarla con mi ropa y pertenencias más importantes, decidida a irme a casa de Jorge, quien vivía a poca distancia. No quería pasar ni un segundo más en ese lugar donde mi familia había intentado manipular mi vida sin mí consentimiento. Estaba a punto de salir por la puerta cuando las brujas de mi familia aparecieron frente a mí. Una de mis tías me miró con seriedad y me dijo que entendía mi enojo, pero que lo que había hecho estaba muy mal. Me explicó que dejar un ritual inconcluso podría traer graves consecuencias, ya que estaba jugando con fuerzas que no debían ser tomadas a la ligera. Hizo alusión a que el diablo no toleraba ese tipo de juegos. A pesar de sus palabras, no podía dejar de sentir coraje hacia ellas. Les respondí con firmeza que no me importaban las consecuencias y que me iba de esa casa para que no me molestaran más. Les pedí que dejaran en paz a Jorge y que no intentaran interferir en nuestra relación de nuevo. Mis tías y mi madre parecieron sorprendidas por mi determinación, pero mi abuela me observó con una expresión preocupada en su rostro. A pesar de su reacción, me mantuve firme en mi decisión y salí de la casa, sintiendo un peso en mi pecho que me oprimía. Llegué a casa de Jorge y le conté lo sucedido, buscando consuelo y apoyo en él. Él me abrazó con fuerza, prometiéndome que estaríamos juntos y enfrentaríamos cualquier cosa que se nos presentara. Aunque sus palabras me reconfortaron, no pude evitar sentir un temor creciente en mi interior, como si el abismo de lo desconocido se abriera ante mí. La advertencia de mi tía sobre las consecuencias de dejar un ritual inconcluso retumbaba en mi mente, pero me negaba a darle importancia. No quería que el miedo gobernara mi vida y mis decisiones, pero lo que no sabía era que esa noche había desatado fuerzas oscuras que no tardarían en manifestarse. Las primeras semanas en casa de Jorge transcurrieron sin incidentes. Nos sentíamos felices y seguros juntos, y yo comenzaba a olvidar los eventos aterradores que habían llevado a mi huida de la casa de mi familia. Sin embargo, esa tranquilidad no duró mucho. Una noche, mientras estábamos acostados en la cama, comenzamos a escuchar un extraño sonido, como si algo estuviera arañando las paredes. Nos miramos con inquietud, pero no le dimos mayor importancia, atribuyéndolo a algún animal nocturno o al viento. Otra noche, Jorge metió la mano debajo de la cama para buscar algo que había dejado caer y sintió que algo lamió su mano. Retiró la mano rápidamente, describiendo una lengua fría, rasposa y asquerosa. Ambos nos quedamos estupefactos y asustados, pero no encontramos ninguna explicación lógica para lo sucedido. El miedo comenzó a apoderarse de nosotros cuando, en otra ocasión, mientras dormíamos, fuimos despertados por ruidos en la habitación. Al abrir los ojos, vimos algo que parecía sacado de nuestras peores pesadillas: dos de los peluches de Jorge parecían haber cobrado vida y se burlaban de nosotros, señalándonos y riéndose con malicia. El terror nos invadió por completo, y comenzamos a cuestionarnos si lo que estaba sucediendo tenía alguna conexión con el ritual inconcluso que había interrumpido semanas atrás. La advertencia de mi tía resonaba en mi mente, y no pude evitar sentir que, en mi desesperación por proteger a Jorge, había desatado fuerzas oscuras y peligrosas que ahora nos acechaban. Sabía que debía enfrentar el problema y buscar una solución antes de que las cosas empeoraran, pero no tenía idea de cómo hacerlo. Había dejado atrás a mi familia y sus conocimientos sobre brujería, y ahora me encontraba atrapada en una situación que amenazaba con destruir la vida que había construido junto a Jorge. Con cada nueva manifestación de esas fuerzas oscuras, la tensión y el miedo se apoderaban cada vez más de nuestras vidas. La incertidumbre y la angustia nos atormentaban día y noche, y sabíamos que debíamos encontrar una manera de detener ese tormento antes de que fuera demasiado tarde. La situación empeoró considerablemente. Un día, mientras Jorge se bañaba, escuché un grito desgarrador que provenía del baño. Corrí hacia allí y lo encontré temblando de miedo. Me contó que el agua de la ducha había salido hirviendo de repente, la luz del baño se había apagado y, además, había escuchado a alguien pronunciar su nombre en repetidas ocasiones. Al escuchar su relato, mi corazón latía a mil por hora y el miedo recorrió todo mi ser. Lo abracé con fuerza y le dije que todo estaría bien, pero en mi interior sabía que estaba equivocada. Aquella misma noche, uno de los peores presagios se manifestó: una de las cruces que Jorge tenía en su cuarto, ya que era católico, se cayó y se partió en pedazos sin razón aparente. Para colmo, Jorge comenzó a sentirse muy mal. Le dio fiebre, tos y su piel se tornó pálida. Su estado empeoró rápidamente e incluso empezó a vomitar cabellos, algo que me dejó horrorizada y sin saber qué hacer. No podía negar más la realidad: las fuerzas oscuras desatadas por el ritual inconcluso estaban afectando a Jorge, y era mi culpa. Desesperada y sintiendo que no tenía otra opción, decidí enfrentar mi miedo y regresar a la casa de mi familia para pedirles ayuda. A pesar de todo lo que había ocurrido, sabía que ellas eran las únicas que podrían enfrentar y detener las fuerzas que ahora amenazaban nuestras vidas. Con el corazón en un puño y la determinación de proteger a Jorge, me dispuse a enfrentar a mi familia y a las sombras del pasado que ahora se cernían sobre nosotros. No tenía idea de lo que encontraría al regresar a aquella casa ni de si podríamos detener el mal que nos acechaba, pero estaba dispuesta a hacer todo lo necesario para salvar a Jorge y recuperar nuestras vidas. Regresé a la casa de mi familia con el corazón lleno de temor y resentimiento. A pesar de que no quería estar allí, sabía que era la única opción que tenía para proteger a Jorge y poner fin a la pesadilla que estábamos viviendo. Mis tías, mi madre y mi abuela estaban felices de verme de vuelta, pero yo no podía olvidar lo que habían intentado hacerle a Jorge. Aun así, les conté todo lo que nos había sucedido en los últimos días, esperando que pudieran ayudarnos a detener las fuerzas oscuras que nos atormentaban. Para mi sorpresa, no parecieron sorprendidas por lo que les conté. Con seriedad, prometieron ayudarnos y aseguraron que todo mejoraría. Incluso afirmaron que dejarían de interferir en mi relación con Jorge, reconociendo que habían cruzado un límite que no debieron traspasar. A pesar de sus palabras, no podía evitar sentir cierta desconfianza. Sin embargo, sabía que no tenía otra opción que confiar en ellas y en su conocimiento sobre brujería para enfrentar las fuerzas malignas que habíamos desatado. Mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a preparar un ritual de purificación y protección, con el objetivo de limpiar nuestra energía y alejar las entidades oscuras que nos acechaban. Me pidieron que participara en el ritual y les confiara mis miedos y preocupaciones, algo que hice con cierta reticencia, pero también con la esperanza de que podría salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos envolvía. Con temor y resignación, volví a la cueva en la que había interrumpido el ritual anterior. Mi madre me explicó que, para solucionar el problema que yo misma había creado, tendría que realizar un sacrificio de sangre. Me entregaron una gallina, que debía sacrificar para obtener un poco de su sangre y así completar el ritual. A pesar de sentirme horrorizada ante la idea, sabía que no tenía otra opción si quería salvar a Jorge y a mí de la oscuridad que nos acechaba. Con manos temblorosas, sacrifiqué a la gallina y recogí su sangre en un recipiente. Luego, mis tías, mi madre y mi abuela comenzaron a recitar palabras en un idioma que no entendía. Me pidieron que las repitiera, aunque no sabía qué significaban. Mientras lo hacía, mi abuela me limpiaba con hierbas y mis tías me escupían alcohol para purificar mi cuerpo y mi espíritu. El ritual se volvió cada vez más intenso, y las energías en la cueva parecían vibrar a nuestro alrededor. Podía sentir que algo estaba cambiando, aunque no sabía si era para bien o para mal. En mi corazón, solo deseaba que todo terminara y que Jorge y yo pudiéramos recuperar nuestras vidas. Cuando finalmente el ritual llegó a su fin, mis tías, mi madre y mi abuela parecían satisfechas y aliviadas. Me aseguraron que las fuerzas oscuras que habíamos desatado estarían ahora bajo control y que no tendríamos que preocuparnos más por ellas. Aunque quería creer en sus palabras, una parte de mí seguía temiendo que el mal que habíamos desencadenado fuera demasiado poderoso como para ser contenido. Sin embargo, por el bien de Jorge y el mío, decidí confiar en mi familia y esperar que, de alguna manera, las cosas volvieran a la normalidad. Al regresar a casa, comencé a sentir una paz que no había experimentado desde que iniciaron los horribles sucesos. Decidí perdonar a mi familia, quienes se mostraron muy felices y aseguraron que solo querían lo mejor para mí. Sin embargo, había un terrible secreto que ocultaban y que no descubriría hasta más tarde. Mi confianza en ellas comenzó a crecer, ya que los eventos sobrenaturales habían cesado y todo parecía haber vuelto a la normalidad. Cuando le pregunté a Jorge cómo se sentía, me dijo que se encontraba mucho mejor y que no había experimentado nada extraño en los últimos días. Ambos nos sentíamos aliviados y agradecidos por la aparente calma. Aproveché la oportunidad para disculparme con Jorge por todos los aterradores acontecimientos que había vivido a causa de mi culpa y la de mi familia. Para mi alivio, él lo entendió y me perdonó, demostrando una vez más el amor profundo que sentía por mí. Por un tiempo, parecía que todo iba bien y que las cosas estaban volviendo a la normalidad. Pero en el fondo, no podía quitarme la sensación de que algo no estaba del todo bien y que el mal que habíamos desencadenado seguía al acecho, esperando el momento adecuado para volver a manifestarse. A pesar de mi inquietud, traté de ignorar esos pensamientos y disfrutar de la paz y la tranquilidad que había en nuestra vida. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que el terrible secreto de mi familia saliera a la luz y cambiara todo para siempre. Mi temor y desesperación crecieron a medida que la normalidad aparente comenzó a desmoronarse. Una madrugada, mientras dormía, escuché un golpe en mi ventana. Al principio, creí que se trataba de algo sobrenatural, pero luego escuché la voz de Jorge llamándome. Abrí la ventana y lo vi empapado en sudor, con el rostro pálido y llorando desconsoladamente. Lo hice entrar a escondidas en mi casa para que me explicara qué había sucedido. Una vez dentro, Jorge me contó que su abuelo había fallecido hacía apenas una hora. Habían escuchado un grito de terror, y cuando corrieron a verlo, ya no respondía. Sus palabras hicieron que mi corazón se llenara de angustia, no solo por el miedo a lo desconocido, sino también por la tristeza de perder a alguien que había sido muy amable conmigo durante el tiempo de mi relación con Jorge. Su abuelo siempre había mostrado afecto y comprensión hacia mí, y no pude evitar sentir un profundo pesar por su pérdida. Lo que dijo a continuación fue aún más aterrador. Al salir a pedir ayuda, había visto a una de mis tías espiándolo en plena oscuridad, vestida de negro. El pánico se apoderó de mí al comprender que, de alguna manera, mi familia todavía estaba involucrada en todo esto. A pesar de sus promesas de ayudarnos y de no interferir en nuestra relación, habían seguido manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento. No sabía qué hacer ni en quién confiar. Mi mundo se había vuelto oscuro y aterrador, y sentía que estaba siendo arrastrada hacia un abismo del que no había escapatoria. Decidí que no podía seguir permitiendo que mi familia destruyera nuestras vidas y que debía enfrentarme a ellas y descubrir la verdad detrás de sus acciones y el oscuro secreto que ocultaban. En lugar de enfrentar a toda mi familia de una vez, decidí comenzar por hablar con mi tía en privado. Desperté a mi tía con cuidado para no hacer mucho ruido y le pedí que fuera a mi habitación para que me diera una explicación. Una vez en mi habitación, mi tía me reveló que el último ritual que habían realizado en realidad no había sido para protegerme a mí y a Jorge, sino para asegurarse de que yo estuviera bien, pero a costa del sufrimiento de mi novio. Ellas no querían que estuviéramos juntos y habían tomado medidas extremas para separarnos. Mi tía me confesó que entendía cómo me sentía, pero que no podía hacer nada al respecto. Me contó que, hace muchos años, mi abuela tampoco había permitido que ella estuviera con el amor de su vida. Mi tía se vio obligada a abandonar a su novio para evitar que mi abuela enterrara un muñeco vudú en el panteón, lo que habría resultado en la muerte de su amado. Prefería sacrificar su relación antes que poner en peligro la vida del hombre que amaba. La revelación de mi tía me dejó conmocionada y angustiada. No solo había descubierto que mi familia había estado manipulando nuestras vidas y causando sufrimiento a Jorge, sino que también aprendí que este tipo de intervenciones y sacrificios se habían repetido en el pasado. Me pregunté cuántas veces habían hecho esto antes y cuántas vidas habían sido afectadas por sus acciones. ||—En comentarios está la continuación disculpen las molestias —
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    3
    2 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR
    Dossier Interno — División Masculina Élite

    Nombre del Modelo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar
    Alias: El Emperador Carmesí del Abismo

    Ficha Extendida
    ★ Nombre Completo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar
    ★ Título: El Emperador Carmesí del Abismo
    ★ Edad Aparente: 28 años
    ★ Linaje: Dracónico / Demonio Guerrero del Clan Ishtar
    ★ Altura: 1.90 m
    ★ Elemento Dominante: Fuego Azul del Inframundo
    ★ Arma Sagrada: Espada Valkyrion, la Llama del Reino Caído
    ★ Debilidad: Su conexión con el caos lo vuelve emocionalmente inestable cuando siente rabia o pérdida.

    ★Frase Emblemática:
    “En mi fuego no hay destrucción, solo el renacer de los que se atreven a desafiarme.”

    Rol dentro de la Agencia
    Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar encarna el concepto del “dios masculino infernal”: belleza demoníaca, disciplina militar y elegancia majestuosa.
    Dentro de la agencia, cumple funciones como:

    ✺ Modelo de campañas de moda abismal y trajes ceremoniales.
    ✺ Embajador de la colección masculina “LUX INFERNA”.
    ✺ Mentor de los nuevos modelos infernales del programa “Bloodline Academy”.
    ✺ Guardián simbólico del Trono Carmesí, sede espiritual del clan Ishtar.

    Historia y Origen
    Heredero directo del linaje Jaegerjaquez e integrante por juramento del Clan Ishtar, Rex fue forjado en el fuego del infierno más profundo. Su alma fue marcada por las cadenas del caos y la sangre de dragones antiguos, lo que lo convierte en un ser híbrido entre guerrero abisal y divinidad encarnada.

    Antes de unirse a la agencia, fue comandante del Escuadrón Infernal “Oblivion Fang”, donde lideró a otros modelos de combate ritual. Fue descubierto por la Emperatriz Ishtar durante una ceremonia de sangre lunar, impresionándola por su presencia inquebrantable y su elegancia letal.

    Desde entonces, Rex es una de las figuras más influyentes de Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour, no solo por su apariencia, sino por su aura que mezcla autoridad, poder y una belleza inhumana.

    Descripción General
    Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar es el epítome del poder contenido en forma humana. De complexión atlética y porte regio, su presencia eclipsa el ambiente a donde entra. Su mirada carmesí arde con fuego de antiguas batallas y su energía parece moldear el aire mismo.

    Su nombre resuena dentro de la agencia como símbolo de autoridad y disciplina, un modelo que combina la estética infernal con la perfección marcial. Cada paso que da en pasarela o sesión irradia supremacía y control.

    Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#R-07)
    “Rex no camina entre nosotros... el mundo se curva a su paso.”
    — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
    💠 AGENCIA ISHTAR’S DEMONIC DÈESSE INFERNAL GLAMOUR 📜 Dossier Interno — División Masculina Élite 🩸 Nombre del Modelo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar Alias: El Emperador Carmesí del Abismo ⚔️ 🕯️ Ficha Extendida ★ Nombre Completo: Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar ★ Título: El Emperador Carmesí del Abismo ★ Edad Aparente: 28 años ★ Linaje: Dracónico / Demonio Guerrero del Clan Ishtar ★ Altura: 1.90 m ★ Elemento Dominante: Fuego Azul del Inframundo ★ Arma Sagrada: Espada Valkyrion, la Llama del Reino Caído ★ Debilidad: Su conexión con el caos lo vuelve emocionalmente inestable cuando siente rabia o pérdida. ★Frase Emblemática: “En mi fuego no hay destrucción, solo el renacer de los que se atreven a desafiarme.” 🌑 Rol dentro de la Agencia Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar encarna el concepto del “dios masculino infernal”: belleza demoníaca, disciplina militar y elegancia majestuosa. Dentro de la agencia, cumple funciones como: ✺ Modelo de campañas de moda abismal y trajes ceremoniales. ✺ Embajador de la colección masculina “LUX INFERNA”. ✺ Mentor de los nuevos modelos infernales del programa “Bloodline Academy”. ✺ Guardián simbólico del Trono Carmesí, sede espiritual del clan Ishtar. ⚔️ Historia y Origen Heredero directo del linaje Jaegerjaquez e integrante por juramento del Clan Ishtar, Rex fue forjado en el fuego del infierno más profundo. Su alma fue marcada por las cadenas del caos y la sangre de dragones antiguos, lo que lo convierte en un ser híbrido entre guerrero abisal y divinidad encarnada. Antes de unirse a la agencia, fue comandante del Escuadrón Infernal “Oblivion Fang”, donde lideró a otros modelos de combate ritual. Fue descubierto por la Emperatriz Ishtar durante una ceremonia de sangre lunar, impresionándola por su presencia inquebrantable y su elegancia letal. Desde entonces, Rex es una de las figuras más influyentes de Ishtar’s Demonic Dèesse Infernal Glamour, no solo por su apariencia, sino por su aura que mezcla autoridad, poder y una belleza inhumana. 🔥 Descripción General Rex Hiroshi Jaegerjaquez Ishtar es el epítome del poder contenido en forma humana. De complexión atlética y porte regio, su presencia eclipsa el ambiente a donde entra. Su mirada carmesí arde con fuego de antiguas batallas y su energía parece moldear el aire mismo. Su nombre resuena dentro de la agencia como símbolo de autoridad y disciplina, un modelo que combina la estética infernal con la perfección marcial. Cada paso que da en pasarela o sesión irradia supremacía y control. 🩸 Cita Interna (Archivo Ishtar ϟ#R-07) “Rex no camina entre nosotros... el mundo se curva a su paso.” — Sasha Ishtar, La Emperatriz del Clan
    Me encocora
    1
    0 comentarios 1 compartido
  • 𝐓𝐡𝐞 𝐛𝐞𝐠𝐢𝐧𝐧𝐢𝐧𝐠
    Fandom Teen Wolf
    Categoría Suspenso
    Beacon Hills Memorial Hospital — 2:43 a.m.

    El hospital estaba en calma, de esa clase de silencio que no tranquiliza sino que espera.
    Los pasillos olían a desinfectante y a miedo contenido, la luz del fluorescente titilaba justo afuera de la habitación 207.

    Dentro, la chica del instituto —una estudiante cualquiera de Beacon Hills High, pierna enyesada, los dedos manchados de tinta— soñaba con salir de allí.

    La puerta se abrió sin ruido.
    Una figura entró, recortada por la luz blanca del pasillo. Hyacith sonreía con la dulzura perfecta: ojos miel, rostro familiar, ese tipo de calidez que siempre engaña.

    —No podías dormir —dijo suavemente, acercándose—. ¿Verdad?

    La muchacha la miró, confundida, aunque en su mente algo susurró que conocía esa voz.
    Hyacith se sentó al borde de la cama. La conversación se volvió un suspiro; el aire cambió de peso.

    —Sometimes the body needs to rest and the mind just needs to forget.

    El monitor cardíaco titiló una última vez antes de quedarse en silencio. Afuera, el viento empujó las cortinas. Y cuando el primer enfermero pasó a revisar, solo encontró la cama vacía y, sobre la almohada, una flor marchita con pétalos grises.




    Beacon Hills High — 7:50 a.m.

    El murmullo recorrió los pasillos antes de que la campana sonara.
    La policía había estado toda la noche en el hospital, preguntando por la estudiante desaparecida.
    Y sin embargo, ahí estaba ella.
    Caminando con muletas, con la misma férula en la pierna y una sonrisa nueva en los labios.

    —¿Qué demonios? —murmuró una compañera al verla entrar.

    Hyacith —ahora ella— giró la cabeza con ese gesto tímido que cualquiera habría reconocido como suyo.
    Su mirada se detuvo en los ojos asombrados de los demás. Durante un segundo, nadie habló.

    El sonido de los lockers, los pasos, las voces… todo pareció quedar suspendido.
    Solo Hyacith sonreía.

    —I told you I’d be fine, didn’t I? —dijo, con un guiño encantador.

    Y continuó su camino por el pasillo, cada paso medido, cada respiración idéntica a la de la chica que todos conocían.
    Solo que ahora, los reflejos en las ventanas mostraban otra cosa:
    ojos negros que parpadeaban un instante antes que los suyos, una sombra que sonreía medio segundo después.

    Por la tarde, la noticia del “milagro” se esparció.
    Nadie podía explicar cómo había regresado antes de que la policía cerrara el caso.
    Solo una enfermera insistía en algo imposible: que cuando revisó la habitación, la cama aún estaba caliente,
    pero el espejo frente a ella…
    todavía tenía huellas de manos, como si alguien hubiera intentado salir desde adentro.
    Beacon Hills Memorial Hospital — 2:43 a.m. El hospital estaba en calma, de esa clase de silencio que no tranquiliza sino que espera. Los pasillos olían a desinfectante y a miedo contenido, la luz del fluorescente titilaba justo afuera de la habitación 207. Dentro, la chica del instituto —una estudiante cualquiera de Beacon Hills High, pierna enyesada, los dedos manchados de tinta— soñaba con salir de allí. La puerta se abrió sin ruido. Una figura entró, recortada por la luz blanca del pasillo. Hyacith sonreía con la dulzura perfecta: ojos miel, rostro familiar, ese tipo de calidez que siempre engaña. —No podías dormir —dijo suavemente, acercándose—. ¿Verdad? La muchacha la miró, confundida, aunque en su mente algo susurró que conocía esa voz. Hyacith se sentó al borde de la cama. La conversación se volvió un suspiro; el aire cambió de peso. —Sometimes the body needs to rest and the mind just needs to forget. El monitor cardíaco titiló una última vez antes de quedarse en silencio. Afuera, el viento empujó las cortinas. Y cuando el primer enfermero pasó a revisar, solo encontró la cama vacía y, sobre la almohada, una flor marchita con pétalos grises. Beacon Hills High — 7:50 a.m. El murmullo recorrió los pasillos antes de que la campana sonara. La policía había estado toda la noche en el hospital, preguntando por la estudiante desaparecida. Y sin embargo, ahí estaba ella. Caminando con muletas, con la misma férula en la pierna y una sonrisa nueva en los labios. —¿Qué demonios? —murmuró una compañera al verla entrar. Hyacith —ahora ella— giró la cabeza con ese gesto tímido que cualquiera habría reconocido como suyo. Su mirada se detuvo en los ojos asombrados de los demás. Durante un segundo, nadie habló. El sonido de los lockers, los pasos, las voces… todo pareció quedar suspendido. Solo Hyacith sonreía. —I told you I’d be fine, didn’t I? —dijo, con un guiño encantador. Y continuó su camino por el pasillo, cada paso medido, cada respiración idéntica a la de la chica que todos conocían. Solo que ahora, los reflejos en las ventanas mostraban otra cosa: ojos negros que parpadeaban un instante antes que los suyos, una sombra que sonreía medio segundo después. Por la tarde, la noticia del “milagro” se esparció. Nadie podía explicar cómo había regresado antes de que la policía cerrara el caso. Solo una enfermera insistía en algo imposible: que cuando revisó la habitación, la cama aún estaba caliente, pero el espejo frente a ella… todavía tenía huellas de manos, como si alguien hubiera intentado salir desde adentro.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    22
    Estado
    Disponible
    Me encocora
    2
    2 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    𝑼𝒔𝒔; ¡¿por qué les va mejor a los qué suben contenido hot?!.
    𝑼𝒔𝒔; ¡¿por qué les va mejor a los qué suben contenido hot?!. :STK-91:
    Me entristece
    Me enjaja
    Me gusta
    Me shockea
    13
    22 comentarios 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    // Disclaimer: Si vienen buscando setso por amor al setso, mal les irá. Aquí nos gusta el drama, la emoción, el desarrollo de personajes y las tramas con contenido. El mete-saca sin sustancia nos aburre más pronto que tarde. Advertidos quedan.
    // Disclaimer: Si vienen buscando setso por amor al setso, mal les irá. Aquí nos gusta el drama, la emoción, el desarrollo de personajes y las tramas con contenido. El mete-saca sin sustancia nos aburre más pronto que tarde. Advertidos quedan.
    Me gusta
    Me enjaja
    2
    5 comentarios 0 compartidos
  • MONO ROL

    Noche Tormentosa


    Este mono rol contiene un tema bastante delicado tanto a la hora de escribirlo como para los lectores.
    Contiene contenido violento y sexual, aviso para las personas delicadas o que no les guste leer sobre ese tema.

    Es la primera vez que escribo sobre un suceso tan duro, espero expresar correctamente la idea que surgió en mi cabeza con esta nueva trama.



    Puede que fuera el cansancio acumulado de todo el día o el vino, cada vez empiezo a sentir más cansancio.
    Me despido de las dos mujeres para dirigirme a la habitación.


    Una vez dentro empiezo a quitarme todas las joyas que llevo encima, es algo tarde por lo que no he mandado llamar a la doncella.
    Puedo desvestirme yo sola, las guardo en el joyero al instante.

    Me alegro de que a ninguna de las mujeres le molestara que las dejara solas, además después de que Lady Crowley me acusará de tramposa no quería seguir en su compañía.

    Me siento en el tocador y justo cuando empiezo a quitarme las horquillas que sujetan mi peinado, reflejado en el espejo veo a alguien abrir la puerta.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Veo que no soy la única que está cansada.
    La persona que abrió la puerta y se adentró en el interior de la habitación, no es mi esposo Anthony si no Lord Ronald.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¿Qué hace usted aquí?.
    Enseguida vuelvo a levantarme bastante nerviosa a la vez que asustada sin dejar de observar aquel hombre.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¡Se ha equivocado de habitación!
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻No me he equivocado, estoy justo donde quiero estar.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¡Márchese inmediatamente y le prometo que are como que su equivocación nunca ha ocurrido!
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Acaso sea quedado sorda, ya la he dicho que estoy donde quiero estar.

    Por cada paso que da hacia delante yo doy uno hacia atrás, intentando mantener la calma.
    De reojo observó los objetos que hay encima del tocador, él se dio cuenta enseguida lo que le provocó una sonrisa asquerosa.

    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Siempre me han gustado las mujeres peleonas.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Pienso gritar todo lo fuerte que pueda, para que todos se enteren.

    Tenía muy cerca un abrecartas bastante afilado, mi error fue por un instante dejar de mirarle, siento como puedo tocarlo con mis dedos, para mí desgracia él fue más rápido que yo.
    Me golpea muy fuerte en el estómago con su puño lo que me hizo sentir un dolor que hace que me cueste respirar y casi hace que caiga de rodillas.
    Luego vuelve a golpearme con el mismo puño pero esta vez fue en la cara.
    Lo que al final causa que caiga al suelo, sigue con esa sucia sonrisa mirándome desde arriba.

    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Nadie va a poder escucharte y mucho menos ayudarte, a fuera hay un lacayo que me es bastante servicial.

    No consigo hablar de nuevo ya que estoy haciendo un gran esfuerzo por no llorar ni quejarme de ninguna otra forma delante de ese asqueroso monstruo.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻No te preocupes preciosa, voy a darte justo lo que él imbécil de tú esposo jamás sabrá darte.

    Con bastante fuerza consigue inmovilizarme de las piernas, antes de que pudiera darle una patada pero si consigo darle un puñetazo en la cara haciendo que diera unos pasos hacia atrás a la vez que maldice en voz alta.
    ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Esto te va a costar muy carro.

    Empiezo con ayuda de las manos y los pies a echarme hacia atrás sin apartar la mirada de él bastante aterrada.
    Entonces de repente me fijo en el detalle en que alguien logró abrir la puerta, antes de que Lord Ronald volviera a tocarme mi esposo Anthony se abalanza sobre él, acabando los dos sobre la cama.
    Como puedo gateo hasta ponerme a salvo debajo del tocador, mi esposo sigue golpeando con fuerza a mi atacante.
    No veo apenas nada, solo escucho los golpes y gritos, Lord Rogers y dos lacayos más no tardan en llegar hasta la habitación.
    Lord Ronald empuja a mi esposo con todas sus fuerzas, le ha hecho un poco de sangre en el labio.
    Sigo escondida metiendo mi cabeza entre mis piernas, deseando que se lo lleven y todo acabe pronto.

    Finalmente los dos lacayos consiguen sacar deseando la habitación a Lord Ronald en un estado inconsciente.

    No recuerdo con exactitud como Anthony logró sacarme de debajo del tocador y lo que sucedió después.
    Esa misma noche Rogers se encargó de los Ronald para que se marcharan y aquel hombre no va a librarse de lo que me hizo.

    Lo único que sé es que deseo marcharme y nunca más volver hablar o recordar lo que sucedió aquella noche.

    MONO ROL Noche Tormentosa Este mono rol contiene un tema bastante delicado tanto a la hora de escribirlo como para los lectores. Contiene contenido violento y sexual, aviso para las personas delicadas o que no les guste leer sobre ese tema. Es la primera vez que escribo sobre un suceso tan duro, espero expresar correctamente la idea que surgió en mi cabeza con esta nueva trama. Puede que fuera el cansancio acumulado de todo el día o el vino, cada vez empiezo a sentir más cansancio. Me despido de las dos mujeres para dirigirme a la habitación. Una vez dentro empiezo a quitarme todas las joyas que llevo encima, es algo tarde por lo que no he mandado llamar a la doncella. Puedo desvestirme yo sola, las guardo en el joyero al instante. Me alegro de que a ninguna de las mujeres le molestara que las dejara solas, además después de que Lady Crowley me acusará de tramposa no quería seguir en su compañía. Me siento en el tocador y justo cuando empiezo a quitarme las horquillas que sujetan mi peinado, reflejado en el espejo veo a alguien abrir la puerta. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Veo que no soy la única que está cansada. La persona que abrió la puerta y se adentró en el interior de la habitación, no es mi esposo Anthony si no Lord Ronald. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¿Qué hace usted aquí?. Enseguida vuelvo a levantarme bastante nerviosa a la vez que asustada sin dejar de observar aquel hombre. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¡Se ha equivocado de habitación! ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻No me he equivocado, estoy justo donde quiero estar. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻¡Márchese inmediatamente y le prometo que are como que su equivocación nunca ha ocurrido! ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Acaso sea quedado sorda, ya la he dicho que estoy donde quiero estar. Por cada paso que da hacia delante yo doy uno hacia atrás, intentando mantener la calma. De reojo observó los objetos que hay encima del tocador, él se dio cuenta enseguida lo que le provocó una sonrisa asquerosa. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Siempre me han gustado las mujeres peleonas. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Pienso gritar todo lo fuerte que pueda, para que todos se enteren. Tenía muy cerca un abrecartas bastante afilado, mi error fue por un instante dejar de mirarle, siento como puedo tocarlo con mis dedos, para mí desgracia él fue más rápido que yo. Me golpea muy fuerte en el estómago con su puño lo que me hizo sentir un dolor que hace que me cueste respirar y casi hace que caiga de rodillas. Luego vuelve a golpearme con el mismo puño pero esta vez fue en la cara. Lo que al final causa que caiga al suelo, sigue con esa sucia sonrisa mirándome desde arriba. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Nadie va a poder escucharte y mucho menos ayudarte, a fuera hay un lacayo que me es bastante servicial. No consigo hablar de nuevo ya que estoy haciendo un gran esfuerzo por no llorar ni quejarme de ninguna otra forma delante de ese asqueroso monstruo. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻No te preocupes preciosa, voy a darte justo lo que él imbécil de tú esposo jamás sabrá darte. Con bastante fuerza consigue inmovilizarme de las piernas, antes de que pudiera darle una patada pero si consigo darle un puñetazo en la cara haciendo que diera unos pasos hacia atrás a la vez que maldice en voz alta. ⸻⸻⸻⸻⸻⸻⸻Esto te va a costar muy carro. Empiezo con ayuda de las manos y los pies a echarme hacia atrás sin apartar la mirada de él bastante aterrada. Entonces de repente me fijo en el detalle en que alguien logró abrir la puerta, antes de que Lord Ronald volviera a tocarme mi esposo Anthony se abalanza sobre él, acabando los dos sobre la cama. Como puedo gateo hasta ponerme a salvo debajo del tocador, mi esposo sigue golpeando con fuerza a mi atacante. No veo apenas nada, solo escucho los golpes y gritos, Lord Rogers y dos lacayos más no tardan en llegar hasta la habitación. Lord Ronald empuja a mi esposo con todas sus fuerzas, le ha hecho un poco de sangre en el labio. Sigo escondida metiendo mi cabeza entre mis piernas, deseando que se lo lleven y todo acabe pronto. Finalmente los dos lacayos consiguen sacar deseando la habitación a Lord Ronald en un estado inconsciente. No recuerdo con exactitud como Anthony logró sacarme de debajo del tocador y lo que sucedió después. Esa misma noche Rogers se encargó de los Ronald para que se marcharan y aquel hombre no va a librarse de lo que me hizo. Lo único que sé es que deseo marcharme y nunca más volver hablar o recordar lo que sucedió aquella noche.
    Me gusta
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Evento Canonico

    𝕌𝕟 𝕕𝕚𝕒 𝕕𝕖𝕤𝕡𝕦𝕖𝕤 𝕕𝕖 𝕝𝕒 𝕕𝕖𝕞𝕒𝕟𝕕𝕒 𝕒 𝕄𝕣. 𝕀𝕟𝕔𝕣𝕖𝕚𝕓𝕝𝕖.

    —Rick… —su voz resonó en la sala de conferencias de la ANS. Una sala en la que por el momento solo estaba presente El Agente Rick Dicker y Meta Man. Mientras el viejo permanecía sentado en su escritorio, el héroe se mantuvo frente a el. Con los brazos firmemente cruzados y el ceño fruncido, pues el tema a tratar en esta ocasión no era para nada delicado. Ya llevaban más de media hora en esa reunión y solo hubieron puras malas noticias.

    —No podemos permitir que prohíban a los Supers. Sin nosotros allá afuera, ¿quién contendrá lo que el mundo no puede soportar? ¿Quién detendrá lo que nadie más está preparado para enfrentar? —su tono reflejaba preocupación profunda, una que no desaparecería hasta tener respuestas claras.

    Rick, el veterano agente de la ANS, escuchó en silencio. Su mirada permanecía fija en Meta Man, pero su rostro se mantenía impasible, casi indiferente. Finalmente, dejó un archivo sobre la mesa frente a él.

    —Escucha, hijo. Lo entiendo. Pero las cosas son complicadas. La opinión pública está en contra, los políticos han cedido, y yo solo soy un hombre perdido en una oficina llena de burócratas que solo ven números y daños colaterales. —dijo con calma mientras empujaba el sobre un poco más hacia el héroe, deslizandose este hasta el borde de la mesa.

    En la portada podía leerse: *Programa de Reubicación de Supers – Top Secret*.

    —¿Qué es esto? —su atención se fue al documento y, apenas pudo distinguir el título, lo tomó con un gesto casi instintivo. Cada fibra de su ser le decía que no quería abrirlo, que el contenido que aguardaba dentro representaba una derrota para los suyos. Y al mantenerse firme en no querer ver el contenido, hizo una pausa; con la que trataría de organizar sus pensamientos, y tras una respiración profunda volvió a hablar.

    —Déjame liderar. Dame la autoridad para tomar las riendas. Permíteme organizar a los Supers, regular cada equipo, y demostrar que podemos controlarnos, ser útiles para la sociedad… —se acercó un poco más a la mesa, apoyando los puños contra ella con determinación. Su mirada se mantuvo fija en el viejo agente.

    El silencio que siguió fue abrumador. Rick miró hacia la mesa, casi como si estuviera meditando cada palabra soltada por el héroe. Finalmente se levantó con morosidad, Recogiendo el expediente poco después y al final, caminó hacia la puerta. No obstante, antes de irse se giró ligeramente el rostro hacia Meta Man.

    —Lo consideraré… —Y con esa única frase, la puerta se cerró tras de si, mientras Meta Man permanecía solo en la penumbra de la sala. ¿Ahora que le diría a sus compañeros?
    Evento Canonico 𝕌𝕟 𝕕𝕚𝕒 𝕕𝕖𝕤𝕡𝕦𝕖𝕤 𝕕𝕖 𝕝𝕒 𝕕𝕖𝕞𝕒𝕟𝕕𝕒 𝕒 𝕄𝕣. 𝕀𝕟𝕔𝕣𝕖𝕚𝕓𝕝𝕖. —Rick… —su voz resonó en la sala de conferencias de la ANS. Una sala en la que por el momento solo estaba presente El Agente Rick Dicker y Meta Man. Mientras el viejo permanecía sentado en su escritorio, el héroe se mantuvo frente a el. Con los brazos firmemente cruzados y el ceño fruncido, pues el tema a tratar en esta ocasión no era para nada delicado. Ya llevaban más de media hora en esa reunión y solo hubieron puras malas noticias. —No podemos permitir que prohíban a los Supers. Sin nosotros allá afuera, ¿quién contendrá lo que el mundo no puede soportar? ¿Quién detendrá lo que nadie más está preparado para enfrentar? —su tono reflejaba preocupación profunda, una que no desaparecería hasta tener respuestas claras. Rick, el veterano agente de la ANS, escuchó en silencio. Su mirada permanecía fija en Meta Man, pero su rostro se mantenía impasible, casi indiferente. Finalmente, dejó un archivo sobre la mesa frente a él. —Escucha, hijo. Lo entiendo. Pero las cosas son complicadas. La opinión pública está en contra, los políticos han cedido, y yo solo soy un hombre perdido en una oficina llena de burócratas que solo ven números y daños colaterales. —dijo con calma mientras empujaba el sobre un poco más hacia el héroe, deslizandose este hasta el borde de la mesa. En la portada podía leerse: *Programa de Reubicación de Supers – Top Secret*. —¿Qué es esto? —su atención se fue al documento y, apenas pudo distinguir el título, lo tomó con un gesto casi instintivo. Cada fibra de su ser le decía que no quería abrirlo, que el contenido que aguardaba dentro representaba una derrota para los suyos. Y al mantenerse firme en no querer ver el contenido, hizo una pausa; con la que trataría de organizar sus pensamientos, y tras una respiración profunda volvió a hablar. —Déjame liderar. Dame la autoridad para tomar las riendas. Permíteme organizar a los Supers, regular cada equipo, y demostrar que podemos controlarnos, ser útiles para la sociedad… —se acercó un poco más a la mesa, apoyando los puños contra ella con determinación. Su mirada se mantuvo fija en el viejo agente. El silencio que siguió fue abrumador. Rick miró hacia la mesa, casi como si estuviera meditando cada palabra soltada por el héroe. Finalmente se levantó con morosidad, Recogiendo el expediente poco después y al final, caminó hacia la puerta. No obstante, antes de irse se giró ligeramente el rostro hacia Meta Man. —Lo consideraré… —Y con esa única frase, la puerta se cerró tras de si, mientras Meta Man permanecía solo en la penumbra de la sala. ¿Ahora que le diría a sus compañeros?
    Me gusta
    Me encocora
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos.

    Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos.

    Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo.

    —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta.

    El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio.

    Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
    La noche caía sobre la mansión de Yūrei, y las sombras se alargaban por los pasillos como si quisieran susurrarle secretos olvidados. Sentada frente a un antiguo escritorio de madera, sus dedos rozaban con delicadeza un pergamino amarillento, repasando los nombres y rostros de aquellos que, hace años, intentaron arrebatarle lo más sagrado que poseía: sus hijos. Nunca había buscado venganza, ni siquiera justicia en el sentido humano. Aquellos padres que alguna vez caminaron cerca de sus hijos pensaron que podrían manipularlos, controlarlos, o incluso destruirlos. No entendían que en Yūrei convergían fuerzas que ningún mortal podía comprender: demoníacas, celestiales, yokai y espirituales. Y cuando intentaron actuar… desaparecieron. No fue un castigo sádico, sino un acto de protección, silencioso y definitivo. Los ecos de su desaparición nunca alcanzaron la tierra humana; eran secretos que ella guardaba con el mismo cuidado con el que cuidaba los latidos de sus hijos. Su mirada se perdió en la ventana, donde la luz de la luna iluminaba los jardines congelados en el tiempo. Cada estrella parecía recordarle la eternidad de su existencia, y el precio que había pagado por permitir que sus hijos vivieran sin cargar con su peso completo. La furia contenida en su ser podía ser devastadora, pero siempre la contuvo, siempre la canalizó para proteger sin mostrarlo. —Nunca entenderán… —susurró, la voz apenas un eco en la sala—. Pero ellos… ellos viven. Y eso basta. El silencio de la mansión parecía responderle con complicidad. Sus hijos, lejos, seguramente dormían, ajenos a la tormenta que Yūrei había contenido por ellos desde las sombras. Y aun así, no sentía culpa, sino la certeza serena de que lo imposible podía ser protegido si uno estaba dispuesto a pagar el precio. Y en ese instante, la madre de lo imposible volvió a cerrar los ojos, dejando que la eternidad de su existencia se entrelazara con la seguridad silenciosa de quienes más amaba.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania.

    ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses.

    La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer.

    Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas.

    Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora.

    Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto.

    Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea.

    Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha.

    Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas.

    El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar.

    La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio.

    La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar.

    ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros.

    Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó.

    ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo.

    El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba.

    Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar.

    En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza.

    Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo.

    Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades.

    Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque.

    En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire.

    La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises.

    Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir.

    Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo.

    ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte?

    Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque.

    Ese día, la corte estaba en silencio.

    ────Sí... me... me gustaría que te quedaras.

    Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal.

    Eneas. Su pequeño Eneas.

    Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises.

    Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió.

    Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises.

    La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban.

    Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir.

    Afro sonrió.

    Tenía esperanza.
    𝐃𝐄𝐒𝐏𝐄𝐃𝐈𝐃𝐀𝐒 𝐘 𝐏𝐑𝐎𝐌𝐄𝐒𝐀𝐒 🌸 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 El sonido de las flautas y los tambores retumbó en el gélido bosque, entrelazándose con los rezos funerarios. Pero ella los escuchaba distantes, como ecos que pertenecían a otro mundo. El amanecer se dejaba ver entre las hojas de los árboles, un cielo violeta adornado por la luz rojiza que iluminaba las nubes, anunciaba la llegada del alba sobre la ciudad de Dardania. ────Y ahora derramo estas libaciones para los ancestros y los espíritus guardianes de esta tierra... paz con la naturaleza... paz con los dioses. La madre del príncipe, la reina Temiste, se acercó a la pira de madera con una jarra entre sus manos y derramó el vino, la miel dorada y las gotas blancas de leche que oscurecieron la tierra húmeda al caer. Los dedos helados de Afro se cerraron con fuerza alrededor de la antorcha. Inspiró hondo el aire impregnado de neblina, tierra mojada e incienso; los ojos le escocían por el humo de las antorchas y parpadeó varias veces, conteniendo las lágrimas. Todas las miradas se volvieron hacia ella. Había llegado la hora. Avanzó hacia la pira, arrastrando los pies. Le sorprendió ser capaz de moverse, continuar con los procedimientos rituales del funeral, a pesar de que, por dentro, se sentía como una cascara vacía. El fuego de la antorcha se desató en llamas en la madera y las flores que rodeaban el cuerpo dispuesto sobre la pira. Las flamas danzantes envolvieron el cuerpo del príncipe en su cálido abrazo y lo consumieron. Afro se encogió detrás de su velo de luto. Observó su rostro por ultima vez. Lo apodaban el León de Dardania por su espesa melena de rizos dorados y las pecas bronceadas que salpicaban su nariz. En batalla peleaba implacable como una tormenta de acero y promesas de muerte. Y al igual que los leones, era imponente, feroz, imposible de ignorar. Afro repasó sus facciones, sus labios. Esos ojos grandes color avellana en los que ella se había visto reflejada tantas veces, ahora se encontraban cerrados para siempre y esa piel radiante y tersa, estaba pálida y grisácea. Ella misma se había encargado de prepararlo para la ocasión: le vistió con la túnica que a él tanto le gustaba; la misma que llevó la noche en que escaparon del palacio real y se unieron a la celebración en la Gran Plaza, mezclándose con la multitud cómo dos ciudadanos comunes que festejaban la llegada de la cosecha. Ahora las llamas devoraron ese recuerdo, junto a muchos otros: la primera vez que sus miradas se encontraron, su voz llamándola entre risas. El humo ascendía, y con él todo lo que vivieron se elevó hacia un lugar que ella no podía alcanzar. La urna con cenizas fue colocada frente a la estela con su nombre grabado en piedra. Ella permaneció de rodillas junto a esta, inmóvil, con el corazón destrozado, oprimiéndole en las costillas y escuchando cómo los demás se alejaban rumbo al palacio. La madre del príncipe se detuvo a su lado. Con un gesto contenido, posó la mano sobre su hombro, tan cálida, de tacto liso y familiar. ────Hija de la espuma y el cielo, su espíritu ha partido con honor. Esta tierra resguardará su nombre. Mientras el fuego de este reino permanezca encendido, él seguirá con nosotros. Entonces, inclinándose apenas hacia ella, su tono se suavizó. ────Él te amó y yo lo sé. Guárdalo y llévalo contigo. Porque ni las llamas, ni la muerte pueden arrebatártelo. El peso de su mano fue firme, a pesar del suave temblor que advirtió en su agarre. Luego se retiró en silencio, dejándole el espacio que ella necesitaba. Una sonrisa frágil asomó en los labios de Afro, entre la humedad de sus lágrimas. Tenue, pero sincera. Siempre había admirado eso de ella: incluso en la adversidad, se levantaba con la frente en alto. Con la espalda recta, los hombros firmes y esa mirada desafiando al mundo, con la fuerza de quién ha enfrentado mil batallas y era capaz de sostener el mundo sin vacilar. En ese instante, la diosa quiso beber de esa fortaleza. Los dedos de Afro rozaron la cerámica de la urna aún tibia. Eso... eso era lo único que quedaba del príncipe Anquises, el León de Dardania en el mundo. Apoyó su frente contra la estela y susurró plegarias sagradas que se mezclaron con el humo y la bruma. Con cuidado, colocó una corona de laurel y flores que ella misma había hecho y vertió una última libación de vino, dejando que el líquido humedeciera la piedra como un puente entre los vivos y los que ya no lo eran. Rozó la estela con un beso, un último beso de despedida, sellando su memoria en ese lugar. Deseándole un buen viaje hacia el Hades. Cada paso que arrastraba, alejándola del bosque sagrado, se sentía tan irreal, un sueño del que no podía despertar. La procesión se desvanecía tras ella, entre cánticos apagados y el humo del incienso que se perdía en la neblina. El sendero de tierra cubierto de hojas la condujo de regreso a las enormes murallas que protegían a la ciudad de Dardania, sus altas torres y murallas pálidas parecían más pesadas que nunca. Al cruzar sus puertas, el silencio se hizo más hondo que en el bosque. En sus calles reinaba un silencio sepulcral, las ventanas de las casas se abrían, los mercaderes comenzaban con sus actividades… nadie sonreía; la ciudad estaba en luto por la pérdida de su príncipe. Ella lo estaba por algo más profundo: había perdido a quién había sido su confidente, su amigo, el hombre que la diosa había escogido. Con quién había compartido secretos, risas y sueños que ahora parecían evaporarse en el aire. La sensación no mejoró al llegar al palacio. Cada rincón, cada recuerdo suyo que contenía en sus blancas paredes, dolía como un eco que retumbaba sin parar. No importaba a donde mirara, al comedor, a los largos pasillos o los jardines con sus frondosos árboles frutales, el espacio simplemente resentía la ausencia de Anquises. Afro se enjuagó las lágrimas con el puño y pese al dolor que la atravesaba, volvió a encarnar su papel de nodriza, el papel que el deber le exigía y que le ofreció un ancla estable en medio de la tormenta. Necesitaba buscar a alguien y sabía exactamente a donde ir. Lo encontró sentado en las solitarias escaleras que daban a los jardines; el pequeño príncipe Eneas jugueteaba distraídamente con una figura de un caballo de madera que tenía entre sus manos, balanceaba las piernas como si estuviera sumergido en el agua; un hábito suyo que, al observarlo continuamente, Afro había aprendido que era su forma particular de manifestar nerviosismo. ────Hola, mi príncipe... –dijo ella suavemente, con una sonrisa tenue para diluir el luto– ¿Puedo acompañarte? Eneas levantó la vista. Sus ojos grandes y enrojecidos buscaron a su nodriza entre la neblina de las lágrimas. Por un instante vaciló y luego asintió con la cabeza, apoyando la figura de madera sobre el peldaño. Él solía refugiarse en esa zona apartada del palacio cuando se sentía triste, cansado o a veces huía de las lecciones que todo príncipe debía aprender. Los sirvientes y demás miembros que vivían en el palacio no frecuentaban con regularidad esa área de los jardines, así que Eneas lo había reclamado como su espacio. Decía que ese era “su bosque” y él su guardián. A veces la invitaba a jugar allí, diciendo que ella era una invitada especial en la corte del bosque. Ese día, la corte estaba en silencio. ────Sí... me... me gustaría que te quedaras. Ella se sentó a su lado y juntos permanecieron en silencio, dejando que este se transformara en un refugio compartido. Pero Eneas no pudo permanecer mucho tiempo así, el pequeño niño se abrazó a su cintura, rompiendo en llanto y la diosa acarició sus cabellos dorados con suavidad, con ternura maternal. Eneas. Su pequeño Eneas. Por dentro, la pena la consumía como un fuego imposible de apagar, tentándola a ceder, a desbordarse en un mar de lágrimas. Pero por más que quisiera, no podía hacerlo. Debía mantenerse en su papel de nodriza. Debía mantenerse fuerte. Por Eneas. Por Anquises. Levantó la vista al brumoso cielo blanco fluorescente más allá de los árboles. En su pecho algo se mantuvo intacto: el recuerdo de Anquises y.… esperanza. Ahora tenía una promesa que mantener, cuidar de su hijo. Por él, por ella, por ambos. Porque cuidar de su hijo, también era un acto de amor hacia su príncipe que partió. Mientras lo abrazaba, comprendió que proteger a Eneas, enseñarle, sostenerlo y estar para él en los momentos de dolor, era honrar la memoria de Anquises. La diosa del amor acompañó a su hijo, sin palabras. No las necesitaban. Mientras lo sostenía en sus brazos, sintió que la esperanza permanecía firme y luminosa. Un hilo invisible que unía el pasado, el presente y todo lo que aún estaba por venir. Afro sonrió. Tenía esperanza.
    Me encocora
    Me entristece
    Me gusta
    8
    0 turnos 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados