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➴Desde mi azotea el mundo parece pequeño. Frágil. Las luces humanas parpadean como hilos mal tensados, a punto de romperse con el más leve descuido. Me apoyo en la baranda y enciendo otro cigarrillo.

No lo necesito. La nicotina no me reclama nada; no tengo cuerpo que se aferre ni química que mendigue. Aun así, inhalo. No por adicción, sino por la sensación. Ese instante exacto en que el humo entra y todo se vuelve lento, contenido, casi honesto. Me gusta cómo me hace sentir: presente, quieta, consciente del peso del tiempo entre mis dedos. Por eso vuelvo a fumar. Por eso regreso siempre a este gesto inútil.

Exhalo y observo cómo el humo se disfraza de niebla antes de desaparecer. Así es el amor para los humanos, pienso. Algo que no necesitan para sobrevivir, pero que buscan con una devoción ridícula. No es la sustancia lo que los ata, sino la sensación: la ilusión de calor, de sentido, de permanencia. Fuman personas como yo fumo cigarrillos, sabiendo —en el fondo— que todo se consume.

Me resulta curioso. Se dicen eternos en promesas que no durarán ni un suspiro. Llaman “amor” a lo que los calma y los hiere al mismo tiempo, a lo que los vuelve dóciles ante su propio final. Lo envuelven en palabras suaves, lo disfrazan de esperanza, cuando en realidad es crudo, torpe y desesperado. Tan humano.

Aplasto la colilla contra el cenicero con la misma delicadeza con la que corto un hilo. Sin prisa. Sin emoción visible. Ellos creen que el amor los eleva; no entienden que solo los distrae del momento en que vendré por ellos.

Desde aquí arriba, los observo amar como si eso los salvara. Y sonrío apenas. Porque al final, como el humo, todo se disipa… y yo soy la única que permanece.

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✧༺✦✮✦༻∞ ࿐ ∞༺✦✮✦༻✧ ➴Desde mi azotea el mundo parece pequeño. Frágil. Las luces humanas parpadean como hilos mal tensados, a punto de romperse con el más leve descuido. Me apoyo en la baranda y enciendo otro cigarrillo. No lo necesito. La nicotina no me reclama nada; no tengo cuerpo que se aferre ni química que mendigue. Aun así, inhalo. No por adicción, sino por la sensación. Ese instante exacto en que el humo entra y todo se vuelve lento, contenido, casi honesto. Me gusta cómo me hace sentir: presente, quieta, consciente del peso del tiempo entre mis dedos. Por eso vuelvo a fumar. Por eso regreso siempre a este gesto inútil. Exhalo y observo cómo el humo se disfraza de niebla antes de desaparecer. Así es el amor para los humanos, pienso. Algo que no necesitan para sobrevivir, pero que buscan con una devoción ridícula. No es la sustancia lo que los ata, sino la sensación: la ilusión de calor, de sentido, de permanencia. Fuman personas como yo fumo cigarrillos, sabiendo —en el fondo— que todo se consume. Me resulta curioso. Se dicen eternos en promesas que no durarán ni un suspiro. Llaman “amor” a lo que los calma y los hiere al mismo tiempo, a lo que los vuelve dóciles ante su propio final. Lo envuelven en palabras suaves, lo disfrazan de esperanza, cuando en realidad es crudo, torpe y desesperado. Tan humano. Aplasto la colilla contra el cenicero con la misma delicadeza con la que corto un hilo. Sin prisa. Sin emoción visible. Ellos creen que el amor los eleva; no entienden que solo los distrae del momento en que vendré por ellos. Desde aquí arriba, los observo amar como si eso los salvara. Y sonrío apenas. Porque al final, como el humo, todo se disipa… y yo soy la única que permanece. ✧༺✦✮✦༻∞ ࿐ ∞༺✦✮✦༻✧
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