• 𝐕𝐞𝐫𝐬𝐢́𝐜𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈 .- 𝑀𝑒𝑑𝑖𝑡𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝐷𝑒 𝐶𝑜𝑚𝑏𝑎𝑡𝑒

    "El maestro de la calma es el caos. Pudo el silencio del abismo otorgar conocimiento, pero fue el conflicto quien forjó nuestro temple, al encontrar el ojo en medio de la tormenta; la paz dentro de la violencia.

    Y en medio de la refriega, las voces del Mar Negro nos hablaron:

    Sé la sangre. No, respondimos.

    Sé el filo. No, respondimos.

    Sé el Vacío. Con regocijo, accedimos."




    From Sathôna's combat theme: https://youtu.be/bRP_BQa0LcE
    𝐕𝐞𝐫𝐬𝐢́𝐜𝐮𝐥𝐨 𝐈𝐈 .- 𝑀𝑒𝑑𝑖𝑡𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝐷𝑒 𝐶𝑜𝑚𝑏𝑎𝑡𝑒 "El maestro de la calma es el caos. Pudo el silencio del abismo otorgar conocimiento, pero fue el conflicto quien forjó nuestro temple, al encontrar el ojo en medio de la tormenta; la paz dentro de la violencia. Y en medio de la refriega, las voces del Mar Negro nos hablaron: Sé la sangre. No, respondimos. Sé el filo. No, respondimos. Sé el Vacío. Con regocijo, accedimos." From Sathôna's combat theme: https://youtu.be/bRP_BQa0LcE
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  • [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.]

    La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él.

    Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando.

    —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando.

    Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento.

    Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa.

    —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán.

    Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca.

    —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó.

    La súcubo rió, cruel, acercándose aún más.

    —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir.

    La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil.

    Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó.

    La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza.

    Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel.

    —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco…

    Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo.

    Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos.

    —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final.

    Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne.

    —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre.

    (Continuará....)
    [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.] La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él. Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando. —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando. Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento. Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa. —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán. Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca. —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó. La súcubo rió, cruel, acercándose aún más. —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir. La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil. Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó. La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza. Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel. —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco… Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo. Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos. —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final. Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne. —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre. (Continuará....)
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  • Niklas siempre ha sido un titán frente a cualquier exceso: drogas, alcohol, noches interminables. Nunca perdió la compostura, mucho menos el conocimiento, aunque llevara en el cuerpo dosis capaces de tumbar a un elefante. Pero esta mañana es diferente.

    Apenas logra incorporarse, los músculos apenas le responden y la mente es un pasaje en blanco.

    Parpadea, la luz le hiere. Mira alrededor, lento, desconcertado. No reconoce la cama bajo su piel desnuda, ni las paredes, ni el perfume que flota en el aire. Menos aún a la figura que le acompaña, unos ojos que parecen atravesarle.

    Busca un ancla en sus recuerdos, pero el vacío es absoluto: no sabe qué hacía hace un momento, como comenzó la noche, qué traía puesto... ni siquiera quién demonios es. Hasta su propio nombre se le escapa.

    ⸻ ¿Qué mierda pasó? ⸻bufa, la voz ronca, resaca y desconcierto⸻ ¿Dónde estamos? ⸻se lleva una mano al rostro, intentando recuperar la noción... en vano.
    Niklas siempre ha sido un titán frente a cualquier exceso: drogas, alcohol, noches interminables. Nunca perdió la compostura, mucho menos el conocimiento, aunque llevara en el cuerpo dosis capaces de tumbar a un elefante. Pero esta mañana es diferente. Apenas logra incorporarse, los músculos apenas le responden y la mente es un pasaje en blanco. Parpadea, la luz le hiere. Mira alrededor, lento, desconcertado. No reconoce la cama bajo su piel desnuda, ni las paredes, ni el perfume que flota en el aire. Menos aún a la figura que le acompaña, unos ojos que parecen atravesarle. Busca un ancla en sus recuerdos, pero el vacío es absoluto: no sabe qué hacía hace un momento, como comenzó la noche, qué traía puesto... ni siquiera quién demonios es. Hasta su propio nombre se le escapa. ⸻ ¿Qué mierda pasó? ⸻bufa, la voz ronca, resaca y desconcierto⸻ ¿Dónde estamos? ⸻se lleva una mano al rostro, intentando recuperar la noción... en vano.
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  • Se dignó a visitar la isla de Honshu en Japón, para explorar la ciudad de Kioto. El lugar era pintoresco, lleno de mucha historia y personas amables. Habían muchos templos budistas, santuarios, palacios imperiales. A Takashi siempre le ha interesado la historia de su país, pero no viajaba mucho. Ésta fue una ocasión especial porque tenía que obtener conocimiento para su trabajo.

    Incluso escuchó que esa noche habría una presentación especial de Geishas en un salón famoso de bailes sobre éstas bellezas. No estaba interesado parcialmente, pero tenía mucho tiempo así que se preparó para asistir luego de su recorrido por las calles de la antigua capital.
    Se dignó a visitar la isla de Honshu en Japón, para explorar la ciudad de Kioto. El lugar era pintoresco, lleno de mucha historia y personas amables. Habían muchos templos budistas, santuarios, palacios imperiales. A Takashi siempre le ha interesado la historia de su país, pero no viajaba mucho. Ésta fue una ocasión especial porque tenía que obtener conocimiento para su trabajo. Incluso escuchó que esa noche habría una presentación especial de Geishas en un salón famoso de bailes sobre éstas bellezas. No estaba interesado parcialmente, pero tenía mucho tiempo así que se preparó para asistir luego de su recorrido por las calles de la antigua capital.
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  • —Conocí a un hombre una vez, humilde, servil; tan ignorante como feliz, pues es el desconocimiento de este mundo lo que nos resguarda de su cruda realidad.

    Ignorante, mas no por decisión propia, mi amigo era analfabeta. En cierto punto de su vida, se le dio la decisión de elegir entre estudiar o trabajar, y él eligió le segundo, volviéndose siervo de una acaudalada dama de edad avanzada.

    Los años pasaron, y él se mantuvo ahí. Sin deseos de cambiar, muchos lo catalogaróian como conformista, un ser sin afán de crecer, de superarse y expandir sus horizontes. Pero así era feliz, y feliz era la mujer con su compañía.

    Así pues, años pasaron, y en su lecho de muerte, ella preguntó a su más fiel compañero si había algo que quisiera, un regalo de despedida. Sencillo como siempre, lo único que se le ocurrió pedir fue la receta de las galletas de jengibre, secreto familiar.

    Claro, cualquiera en su situación hubiese pedido riquezas, joyas, ser incluído en la herencia, pero ya dejamos en claro que no hablamos de cualquier persona, ¿cierto? Pues bien, la anciana murió, y este amigo mío empezó a hacer galletas, ¿pues qué más podía hacer?

    Galletas de jengibre que pronto comenzó a vender, pues descubrió que tenía un don para la cocina. En lo que pareció un cerrar de ojos, pasó de vender en las calles a tener su propia repostería, después varias de ellas, y finalmente, ser dueño de fábricas enteras. Todo con la misma receta de esas galletas de jengibre.

    Y un día, hablando del tema, le exclamé: "¡Mira todo lo que has logrado, y sin saber leer! ¿Te imaginas dónde estarías si supieses leer?"

    "Si supiese leer, amigo mío", respondió. "Seguiría siendo un siervo".
    —Conocí a un hombre una vez, humilde, servil; tan ignorante como feliz, pues es el desconocimiento de este mundo lo que nos resguarda de su cruda realidad. Ignorante, mas no por decisión propia, mi amigo era analfabeta. En cierto punto de su vida, se le dio la decisión de elegir entre estudiar o trabajar, y él eligió le segundo, volviéndose siervo de una acaudalada dama de edad avanzada. Los años pasaron, y él se mantuvo ahí. Sin deseos de cambiar, muchos lo catalogaróian como conformista, un ser sin afán de crecer, de superarse y expandir sus horizontes. Pero así era feliz, y feliz era la mujer con su compañía. Así pues, años pasaron, y en su lecho de muerte, ella preguntó a su más fiel compañero si había algo que quisiera, un regalo de despedida. Sencillo como siempre, lo único que se le ocurrió pedir fue la receta de las galletas de jengibre, secreto familiar. Claro, cualquiera en su situación hubiese pedido riquezas, joyas, ser incluído en la herencia, pero ya dejamos en claro que no hablamos de cualquier persona, ¿cierto? Pues bien, la anciana murió, y este amigo mío empezó a hacer galletas, ¿pues qué más podía hacer? Galletas de jengibre que pronto comenzó a vender, pues descubrió que tenía un don para la cocina. En lo que pareció un cerrar de ojos, pasó de vender en las calles a tener su propia repostería, después varias de ellas, y finalmente, ser dueño de fábricas enteras. Todo con la misma receta de esas galletas de jengibre. Y un día, hablando del tema, le exclamé: "¡Mira todo lo que has logrado, y sin saber leer! ¿Te imaginas dónde estarías si supieses leer?" "Si supiese leer, amigo mío", respondió. "Seguiría siendo un siervo".
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  • En cada concierto, el público siempre veía el resultado final: una puesta en escena que parecía fluir sin esfuerzo, pero detrás de esa perfección había un camino agotador: horas de ensayo en el estudio de baile, ya fuese en solitario, con compañeros o con los bailarines de apoyo. Todo dependía de la coreografía que se estuviese realizando.

    Las noches previas al show eran incluso más intensas; había momentos de frustración cuando algo no funcionaba, pero también de alegría y risas cuando lograban resolverlo juntos.

    Para cuando llegaba el momento y se abría el telón, todo el esfuerzo de meses se transformaba, y los movimientos que habían repetido hasta el cansancio fluían con naturalidad. El escenario se convertía rápidamente en un mundo completamente nuevo para el público y, con cada aplauso que recibían se reflejaba el resultado del arduo trabajo y preparación. Aquel reconocimiento era el verdadero premio.



    #Seductivesunday
    「 📝 」 En cada concierto, el público siempre veía el resultado final: una puesta en escena que parecía fluir sin esfuerzo, pero detrás de esa perfección había un camino agotador: horas de ensayo en el estudio de baile, ya fuese en solitario, con compañeros o con los bailarines de apoyo. Todo dependía de la coreografía que se estuviese realizando. Las noches previas al show eran incluso más intensas; había momentos de frustración cuando algo no funcionaba, pero también de alegría y risas cuando lograban resolverlo juntos. Para cuando llegaba el momento y se abría el telón, todo el esfuerzo de meses se transformaba, y los movimientos que habían repetido hasta el cansancio fluían con naturalidad. El escenario se convertía rápidamente en un mundo completamente nuevo para el público y, con cada aplauso que recibían se reflejaba el resultado del arduo trabajo y preparación. Aquel reconocimiento era el verdadero premio. #Seductivesunday
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  • Si había algo que anhelaba Ao Bing, era tener amigos y conocer la humanidad.

    – ¿Que se sentirá estudiar como los humanos normales? Obtener nuevos conocimientos, jugar, convivir con otros y hacer amistades. Dónde no tengan miedo de lo que eres y sólo te acepten, sería algo lindo.
    Si había algo que anhelaba Ao Bing, era tener amigos y conocer la humanidad. – ¿Que se sentirá estudiar como los humanos normales? Obtener nuevos conocimientos, jugar, convivir con otros y hacer amistades. Dónde no tengan miedo de lo que eres y sólo te acepten, sería algo lindo.
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  • OFF: Deseo aclarar que todas las historias que subo son de dominio público con la intencion de que puedan participar quien guste ambientadas en la antigua china, de fantasía. Siempre y cuando se adapte es bienvenido (a) de incluirse.
    Si bien la historia es un poco Canon, deseo que aquellos interesados puedan participar si asi lo desea y puedan seguir la historia. Sean bienvenidos (as)
    ------------------------------------------------------

    China Antigua, 17 años atras:
    Secta Jin.- La ceremonia de cultivo acababa de empezar, jovenes de todas las sectas habian acudido en una ceremonia de cultivacion, el joven Wei Wuxian ahora solo era mas que una leyenda de lo que pasó antes de su muerte en los túmulos funerarios de Yilin, era tambien una enseñanza que los mayores solian contar a los jovenes para que aprendieran y no siguieran el ejemplo de ese mal cultivador que segun ellos se dejo llevar por la energia resentida y se desvió de su camino.

    La carpa de la secta Jin, era morada por algunos dias sobre platicas y tambien habria a final de cuentas un torneo para saber quienes serian la snuevas promesas del mañana.
    Un joven entre todos ellos, era el recien llegado, nadie sabia de donde provenia, pero sus ropas eran semejantes a las de la secta Lan mas sin el usual adorno de la frente ni e grabado de nubes.

    Se trataba de un joven que cumplia los 17 años, de cabellos negro azabaches, ojos azules como el firmamento, y atuendos blancos, disntiguido por portar su espada y un batidor que solo los taoistas de su clase podian usar, tranquilo, sereno y con buenos modales.
    Era un joven de temperamento firme, sin embargo con un grans entido de justicia que hacia honor a su linaje, se trataba despues de aquellas presentaciones de Xiao Xingchen, el ultimo discipulo de la maestra Baoshan Sanren, una gran maestra inmortal que era conocida por casi todos los clanes y muy pocos por no decir casi nadie habia visto, mas su conocimiento en la medicina era único.

    Muchas gracias por su invitacion, soy Daozhang Xiao Xingchen..

    OFF: Deseo aclarar que todas las historias que subo son de dominio público con la intencion de que puedan participar quien guste ambientadas en la antigua china, de fantasía. Siempre y cuando se adapte es bienvenido (a) de incluirse. Si bien la historia es un poco Canon, deseo que aquellos interesados puedan participar si asi lo desea y puedan seguir la historia. Sean bienvenidos (as) ------------------------------------------------------ China Antigua, 17 años atras: Secta Jin.- La ceremonia de cultivo acababa de empezar, jovenes de todas las sectas habian acudido en una ceremonia de cultivacion, el joven Wei Wuxian ahora solo era mas que una leyenda de lo que pasó antes de su muerte en los túmulos funerarios de Yilin, era tambien una enseñanza que los mayores solian contar a los jovenes para que aprendieran y no siguieran el ejemplo de ese mal cultivador que segun ellos se dejo llevar por la energia resentida y se desvió de su camino. La carpa de la secta Jin, era morada por algunos dias sobre platicas y tambien habria a final de cuentas un torneo para saber quienes serian la snuevas promesas del mañana. Un joven entre todos ellos, era el recien llegado, nadie sabia de donde provenia, pero sus ropas eran semejantes a las de la secta Lan mas sin el usual adorno de la frente ni e grabado de nubes. Se trataba de un joven que cumplia los 17 años, de cabellos negro azabaches, ojos azules como el firmamento, y atuendos blancos, disntiguido por portar su espada y un batidor que solo los taoistas de su clase podian usar, tranquilo, sereno y con buenos modales. Era un joven de temperamento firme, sin embargo con un grans entido de justicia que hacia honor a su linaje, se trataba despues de aquellas presentaciones de Xiao Xingchen, el ultimo discipulo de la maestra Baoshan Sanren, una gran maestra inmortal que era conocida por casi todos los clanes y muy pocos por no decir casi nadie habia visto, mas su conocimiento en la medicina era único. Muchas gracias por su invitacion, soy Daozhang Xiao Xingchen..
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  • 𝑇𝑒 𝑛𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑛𝑚𝑖𝑔𝑜..
    Fandom Harry Potter
    Categoría Drama
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎:

    જ⁀➴ Nora Woodward



    Sentía el peso en sus brazos. El peso de un cuerpo inerte. Había tenido esa pesadilla muchas veces. Pero hacía tiempo que no regresaba a él… ahora había vuelto, no era la misma, se entremezclaba con otros recuerdos, aquellos que realmente ahora si le perseguían.
    Su cuerpo había reaccionado por memoria muscular, por instinto. No era la primera vez que vivía aquello, no era la primera vez que perdía a la mujer de su vida…
    Orión había extendido los brazos, se había preparado para recibir el cuerpo de Nora, para sostenerlo, acunarlo, acompañarla, hacerle saber que no estaba sola…
    Pero la bruja era pura energía, y en eso se había convertido.

    No tenía un cuerpo sobre el que llorar, no quedaba un lugar al que ir a drenar su dolor… tan solo quedaban promesas rotas. Las de un futuro, las de felicidad, amor y esperanza.

    El auror despierta de golpe, en el sofá de su casa. No había vuelto a pisar las habitaciones desde que todo había ocurrido, y tampoco es que importara mucho viendo la poca cantidad de tiempo que conseguía dormir.
    Promesas rotas… todas. Tan solo una quedaba intacta.
    No esperaba poder mantener su palabra, aquel último juramento que había salido de sus labios. Pero aquella vez… aquella vez tenía amigos.
    Se había apoyado en Jessica, Cameron, y Violet. Ellos le habían ayudado, si no a superar su dolor, algo que no esperaba poder conseguir jamás, si a tratar de vivir con el.

    Fuera de aquellas horas temidas en las que la oscuridad le devolvía sus fantasmas, y de cara a la galería, Orión era un mago y un hombre casi renacido.

    Los informes de Jessica, y la pareja Keane/Barrow acerca de todo cuanto había pasado, habían limpiado su imagen hasta tal punto que sin llegar a saber bien como, lo habían ascendido, a ni más ni menos que, Jefe del Departamento de Aurores.
    Aquello no dejaba de sorprenderle, pero entre luchar contra el síndrome del impostor, gestionar un departamento entero, y reuniones interdepartamentales e interministeriales, tenía su mente y su día entero lo suficientemente ocupado como para no pensar.

    𝗨𝗻 𝗮𝗻̃𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗽𝘂𝗲𝘀

    >>Los días pasaban sin que nada los detuviera, y antes de que nadie se pudiera dar cuenta, había pasado un año desde aquel terrible día en el que él había perdido su mundo por salvar el mundo entero.
    Violet había sido un gran apoyo para el auror, todos sus nuevos amigos, pero la Slytherin en concreto, desde el momento en el que le había abrazado en aquel sótano, parecía que se había empeñado en evitar que se hundiera, y por Merlín si lo había conseguido.

    Aquel día no sabía por qué, ya que no era un día especial, no era diferente al resto, se sentía ligeramente optimista, y había acudido al callejón Diagon con intención de enviar un detalle a Violet y su familia.
    Un juego nuevo de plumas y tinteros para Cameron, una pequeña quaffle de peluche para Minerva, y para Violet… un set variado de ingredientes para pociones.
    Aquello era lo último en su lista, y sin muchas ganas de caminar y buscar por más tiendas, entra en la primera botica que aparece a su paso.

    La sutil y aguda campanita vibra cuando abre la puerta y después de nuevo al cerrarse. Él murmura un saludo a la nada, ya que no veía a nadie tras el mostrador, y centra su atención en las estanterías que poblaban la pared, llenas de tarros de cristal de todos los tamaños y colores y llenos de todo lo que uno pudiera desear.
    Llevaba en la mano izquierda un pequeño tarro lleno de polvo de serpiente arbórea africana, como primera elección cuando una voz que detrás suyo hace que su corazón se salte dos latidos.

    — “𝐵𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑖́𝑎𝑠, ¿𝑝𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑙𝑒?”

    Aquella voz hace que Orión en un solo segundo, se gire y su mano deje caer el pequeño bote que se estrella contra el suelo, haciéndose pedazos, del mismo modo que lo hace su mundo.
    Era ella, estaba frente a él, observándolo, esperando una respuesta a su pregunta, con una sonrisa amable, una preciosa sonrisa. Aquello no podia ser real… ¿estaba soñando? No… el peso de los paquetes que cargaba bajo su brazo izquierdo era muy real.

    — No puede ser… No eres…. — Su voz no es más que un susurro ininteligible, al menos hasta que inspira hondo, tratando de tragar un repentino nudo en la garganta, recomponerse y averiguar que está pasando. Claramente ella le miraba con amabilidad, pero sin ningún tipo de reconocimiento en sus ojos… —… si, es… es posible que sí. Busco hacerle un regalo a una buena amiga, una especie de lote indispensable para pociones… ¿crees que me puedes echar una mano? Soy… soy Orión, por cierto, y… perdona, perdona por este desastre.

    Estaba fuera de lugar, nadie se presentaba a la dependienta de una tienda, así sin más, pero tenía que probar suerte, necesitaba ver si su nombre despertaba algo en ella, aunque fuera una chispa.
    𝑠𝑡𝑎𝑟𝑡𝑒𝑟 𝑝𝑎𝑟𝑎: જ⁀➴ [JailOfwoxd] Sentía el peso en sus brazos. El peso de un cuerpo inerte. Había tenido esa pesadilla muchas veces. Pero hacía tiempo que no regresaba a él… ahora había vuelto, no era la misma, se entremezclaba con otros recuerdos, aquellos que realmente ahora si le perseguían. Su cuerpo había reaccionado por memoria muscular, por instinto. No era la primera vez que vivía aquello, no era la primera vez que perdía a la mujer de su vida… Orión había extendido los brazos, se había preparado para recibir el cuerpo de Nora, para sostenerlo, acunarlo, acompañarla, hacerle saber que no estaba sola… Pero la bruja era pura energía, y en eso se había convertido. No tenía un cuerpo sobre el que llorar, no quedaba un lugar al que ir a drenar su dolor… tan solo quedaban promesas rotas. Las de un futuro, las de felicidad, amor y esperanza. El auror despierta de golpe, en el sofá de su casa. No había vuelto a pisar las habitaciones desde que todo había ocurrido, y tampoco es que importara mucho viendo la poca cantidad de tiempo que conseguía dormir. Promesas rotas… todas. Tan solo una quedaba intacta. No esperaba poder mantener su palabra, aquel último juramento que había salido de sus labios. Pero aquella vez… aquella vez tenía amigos. Se había apoyado en Jessica, Cameron, y Violet. Ellos le habían ayudado, si no a superar su dolor, algo que no esperaba poder conseguir jamás, si a tratar de vivir con el. Fuera de aquellas horas temidas en las que la oscuridad le devolvía sus fantasmas, y de cara a la galería, Orión era un mago y un hombre casi renacido. Los informes de Jessica, y la pareja Keane/Barrow acerca de todo cuanto había pasado, habían limpiado su imagen hasta tal punto que sin llegar a saber bien como, lo habían ascendido, a ni más ni menos que, Jefe del Departamento de Aurores. Aquello no dejaba de sorprenderle, pero entre luchar contra el síndrome del impostor, gestionar un departamento entero, y reuniones interdepartamentales e interministeriales, tenía su mente y su día entero lo suficientemente ocupado como para no pensar. 𝗨𝗻 𝗮𝗻̃𝗼 𝗱𝗲𝘀𝗽𝘂𝗲𝘀 >>Los días pasaban sin que nada los detuviera, y antes de que nadie se pudiera dar cuenta, había pasado un año desde aquel terrible día en el que él había perdido su mundo por salvar el mundo entero. Violet había sido un gran apoyo para el auror, todos sus nuevos amigos, pero la Slytherin en concreto, desde el momento en el que le había abrazado en aquel sótano, parecía que se había empeñado en evitar que se hundiera, y por Merlín si lo había conseguido. Aquel día no sabía por qué, ya que no era un día especial, no era diferente al resto, se sentía ligeramente optimista, y había acudido al callejón Diagon con intención de enviar un detalle a Violet y su familia. Un juego nuevo de plumas y tinteros para Cameron, una pequeña quaffle de peluche para Minerva, y para Violet… un set variado de ingredientes para pociones. Aquello era lo último en su lista, y sin muchas ganas de caminar y buscar por más tiendas, entra en la primera botica que aparece a su paso. La sutil y aguda campanita vibra cuando abre la puerta y después de nuevo al cerrarse. Él murmura un saludo a la nada, ya que no veía a nadie tras el mostrador, y centra su atención en las estanterías que poblaban la pared, llenas de tarros de cristal de todos los tamaños y colores y llenos de todo lo que uno pudiera desear. Llevaba en la mano izquierda un pequeño tarro lleno de polvo de serpiente arbórea africana, como primera elección cuando una voz que detrás suyo hace que su corazón se salte dos latidos. — “𝐵𝑢𝑒𝑛𝑜𝑠 𝑑𝑖́𝑎𝑠, ¿𝑝𝑢𝑒𝑑𝑜 𝑎𝑦𝑢𝑑𝑎𝑟𝑙𝑒?” Aquella voz hace que Orión en un solo segundo, se gire y su mano deje caer el pequeño bote que se estrella contra el suelo, haciéndose pedazos, del mismo modo que lo hace su mundo. Era ella, estaba frente a él, observándolo, esperando una respuesta a su pregunta, con una sonrisa amable, una preciosa sonrisa. Aquello no podia ser real… ¿estaba soñando? No… el peso de los paquetes que cargaba bajo su brazo izquierdo era muy real. — No puede ser… No eres…. — Su voz no es más que un susurro ininteligible, al menos hasta que inspira hondo, tratando de tragar un repentino nudo en la garganta, recomponerse y averiguar que está pasando. Claramente ella le miraba con amabilidad, pero sin ningún tipo de reconocimiento en sus ojos… —… si, es… es posible que sí. Busco hacerle un regalo a una buena amiga, una especie de lote indispensable para pociones… ¿crees que me puedes echar una mano? Soy… soy Orión, por cierto, y… perdona, perdona por este desastre. Estaba fuera de lugar, nadie se presentaba a la dependienta de una tienda, así sin más, pero tenía que probar suerte, necesitaba ver si su nombre despertaba algo en ella, aunque fuera una chispa.
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  • Caída a la Tierra
    Fandom OC
    Categoría Original
    El cielo nocturno se extendía como un manto silencioso sobre el bosque, y entre las hojas húmedas y el aroma a tierra recién mojada y madera en descomposición, yacía un cuerpo que no pertenecía a ese mundo. Raphael Veyrith estaba inmóvil, su respiración apenas perceptible, mientras la bruma del amanecer empezaba a colarse entre los troncos retorcidos. Había caído hace días, quizás semanas; el tiempo carecía de sentido para él en aquel limbo de inconsciencia, donde la gravedad de la Tierra lo abrazaba con una crudeza desconocida. Sus heridas aún ardían, latigazos invisibles de los dioses recorriendo su piel, cada cicatriz un recordatorio punzante de su pasado, de su dolor y de la fragilidad de cualquier ser mortal frente a la divinidad.

    Durante esos primeros días, su cuerpo permaneció dormido, un descanso forzado por el impacto de la caída y el shock del cambio de plano. El aire estaba impregnado de la fragancia de la tierra, de la humedad de la vegetación y de algo más, un susurro de vida que él no podía comprender del todo. Su respiración era lenta, casi inexistente, y sus párpados permanecían cerrados mientras su mente flotaba entre fragmentos de luz celestial y sombras infernales, recordándole quién era y lo que había perdido. Cada instante de inconsciencia estaba poblado de murmullos antiguos, ecos del idioma de los dioses, un lenguaje que vibraba como cuerdas cósmicas: “Ælthar, Nivaur, Shyvalen…”, palabras que no tenían traducción humana, pero que llenaban su mente con significados de poder, dolor y supervivencia.

    Cuando finalmente sus sentidos comenzaron a reaccionar, no fue el sonido ni la luz lo que lo despertó: fue el hambre. Un hambre profundo, primigenio, que recorría sus entrañas y le recordaba que, aunque herido, su naturaleza no podía permanecer pasiva. Abrió los ojos lentamente, sus iris violeta y rojo reflejando el follaje entre las sombras, intentando comprender, aunque no pudiera traducir las señales humanas. Todo era extraño, desde la textura rugosa de las hojas hasta el aroma metálico de la sangre de la Tierra, y su mente, entrenada en la observación y el análisis de mundos imposibles, comenzó a descifrar patrones, movimientos y presencias.

    Su mirada se posó sobre un par de ardillas que correteaban entre las raíces y las ramas bajas. Sus pequeños cuerpos eran ágilmente humanos y animales a la vez, ignorantes de la amenaza que lo observaba desde la penumbra. Raphael inclinó la cabeza, probando mentalmente sonidos en el idioma de los dioses: “Kryv’hal, shalanth… carne, vida…”. Su instinto depredador rugió silencioso. Cada músculo de su cuerpo reaccionó; sus garras apenas perceptibles tensándose bajo la piel, su aliento saliendo en bocanadas controladas para no ahuyentar a la presa.

    Y entonces se movió. Con un silencio casi imposible para un ser de su tamaño y fuerza, se deslizó entre hojas y raíces, siguiendo el aroma y el movimiento. La ardilla, ajena a su destino, saltó entre las ramas, pero no hubo escape que Raphael no pudiera anticipar. Saltó con precisión sobrenatural, sus manos sujetando con fuerza, y su boca, antes acostumbrada a palabras divinas, ahora probaba la carne que tanto necesitaba. La sangre caliente recorrió sus labios y descendió por su barbilla mientras los órganos de la pequeña criatura cedían a su fuerza, y Raphael la devoró con un ritmo instintivo, salvaje, casi ceremonial. Cada mordisco era un recordatorio de su necesidad, de la dualidad entre la gracia angelical y la brutalidad demoníaca que corría por sus venas.

    Entre bocados y respiraciones profundas, murmuró en el idioma de los dioses, como si aquello pudiera explicar lo que hacía o recordarle su origen: “Shyvalen… fuerza… vida… krellthar…”. No había remordimiento, solo el reconocimiento de que para sobrevivir en este mundo debía adaptarse, aceptar su hambre y confiar en sus instintos. Su mirada recorría el bosque, cada sombra y cada árbol evaluado, analizado; los animales, las corrientes de aire, la humedad y el terreno, todo formaba parte de un mapa invisible que solo él podía descifrar.

    Cuando terminó, se recostó entre raíces y musgo, con la sangre aún manchando sus labios, y por primera vez percibió la magnitud del bosque, su aislamiento, y la realidad de estar extraño y solo en un mundo que no comprendía. No había palabras humanas, no había aldeanos, solo la respiración de la Tierra y el eco de los dioses en su mente. Y mientras el sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, Raphael sintió que algo dentro de él comenzaba a despertar más allá del hambre: la conciencia de que su historia en esta tierra apenas empezaba, y que cada sombra, cada sonido, cada criatura que cruzara su camino podría ser tanto un enemigo como un alimento, o quizás un secreto que desvelaría su verdadero propósito.
    El cielo nocturno se extendía como un manto silencioso sobre el bosque, y entre las hojas húmedas y el aroma a tierra recién mojada y madera en descomposición, yacía un cuerpo que no pertenecía a ese mundo. Raphael Veyrith estaba inmóvil, su respiración apenas perceptible, mientras la bruma del amanecer empezaba a colarse entre los troncos retorcidos. Había caído hace días, quizás semanas; el tiempo carecía de sentido para él en aquel limbo de inconsciencia, donde la gravedad de la Tierra lo abrazaba con una crudeza desconocida. Sus heridas aún ardían, latigazos invisibles de los dioses recorriendo su piel, cada cicatriz un recordatorio punzante de su pasado, de su dolor y de la fragilidad de cualquier ser mortal frente a la divinidad. Durante esos primeros días, su cuerpo permaneció dormido, un descanso forzado por el impacto de la caída y el shock del cambio de plano. El aire estaba impregnado de la fragancia de la tierra, de la humedad de la vegetación y de algo más, un susurro de vida que él no podía comprender del todo. Su respiración era lenta, casi inexistente, y sus párpados permanecían cerrados mientras su mente flotaba entre fragmentos de luz celestial y sombras infernales, recordándole quién era y lo que había perdido. Cada instante de inconsciencia estaba poblado de murmullos antiguos, ecos del idioma de los dioses, un lenguaje que vibraba como cuerdas cósmicas: “Ælthar, Nivaur, Shyvalen…”, palabras que no tenían traducción humana, pero que llenaban su mente con significados de poder, dolor y supervivencia. Cuando finalmente sus sentidos comenzaron a reaccionar, no fue el sonido ni la luz lo que lo despertó: fue el hambre. Un hambre profundo, primigenio, que recorría sus entrañas y le recordaba que, aunque herido, su naturaleza no podía permanecer pasiva. Abrió los ojos lentamente, sus iris violeta y rojo reflejando el follaje entre las sombras, intentando comprender, aunque no pudiera traducir las señales humanas. Todo era extraño, desde la textura rugosa de las hojas hasta el aroma metálico de la sangre de la Tierra, y su mente, entrenada en la observación y el análisis de mundos imposibles, comenzó a descifrar patrones, movimientos y presencias. Su mirada se posó sobre un par de ardillas que correteaban entre las raíces y las ramas bajas. Sus pequeños cuerpos eran ágilmente humanos y animales a la vez, ignorantes de la amenaza que lo observaba desde la penumbra. Raphael inclinó la cabeza, probando mentalmente sonidos en el idioma de los dioses: “Kryv’hal, shalanth… carne, vida…”. Su instinto depredador rugió silencioso. Cada músculo de su cuerpo reaccionó; sus garras apenas perceptibles tensándose bajo la piel, su aliento saliendo en bocanadas controladas para no ahuyentar a la presa. Y entonces se movió. Con un silencio casi imposible para un ser de su tamaño y fuerza, se deslizó entre hojas y raíces, siguiendo el aroma y el movimiento. La ardilla, ajena a su destino, saltó entre las ramas, pero no hubo escape que Raphael no pudiera anticipar. Saltó con precisión sobrenatural, sus manos sujetando con fuerza, y su boca, antes acostumbrada a palabras divinas, ahora probaba la carne que tanto necesitaba. La sangre caliente recorrió sus labios y descendió por su barbilla mientras los órganos de la pequeña criatura cedían a su fuerza, y Raphael la devoró con un ritmo instintivo, salvaje, casi ceremonial. Cada mordisco era un recordatorio de su necesidad, de la dualidad entre la gracia angelical y la brutalidad demoníaca que corría por sus venas. Entre bocados y respiraciones profundas, murmuró en el idioma de los dioses, como si aquello pudiera explicar lo que hacía o recordarle su origen: “Shyvalen… fuerza… vida… krellthar…”. No había remordimiento, solo el reconocimiento de que para sobrevivir en este mundo debía adaptarse, aceptar su hambre y confiar en sus instintos. Su mirada recorría el bosque, cada sombra y cada árbol evaluado, analizado; los animales, las corrientes de aire, la humedad y el terreno, todo formaba parte de un mapa invisible que solo él podía descifrar. Cuando terminó, se recostó entre raíces y musgo, con la sangre aún manchando sus labios, y por primera vez percibió la magnitud del bosque, su aislamiento, y la realidad de estar extraño y solo en un mundo que no comprendía. No había palabras humanas, no había aldeanos, solo la respiración de la Tierra y el eco de los dioses en su mente. Y mientras el sol comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles, Raphael sintió que algo dentro de él comenzaba a despertar más allá del hambre: la conciencia de que su historia en esta tierra apenas empezaba, y que cada sombra, cada sonido, cada criatura que cruzara su camino podría ser tanto un enemigo como un alimento, o quizás un secreto que desvelaría su verdadero propósito.
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