• Do you remember me? Remember all of that?
    Fandom IT
    Categoría Terror
    Los Ángeles, 2016.

    Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio.

    Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa.

    Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría.

    Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort.

    Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello:

    LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER.
    ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE.

    La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.”

    Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices.
    —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac-
    Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot.
    —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias.
    —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío.
    La muchacha de la cabina rodó los ojos.
    —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor…
    —Está cerrado, vuelva más tarde.
    —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices?
    —Abrimos de 19:00-
    Ally la interrumpió:
    —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que-
    Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca.
    En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba.
    Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí.
    —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad.
    No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas.
    —¿Asiento?
    —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa.
    —¿Hora?
    Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función.
    —Solo hay un espectáculo…
    —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano.
    Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show.
    —La diversión acaba de empezar.
    Después de un par de segundos, la chica respondió:
    —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.”
    —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo…
    —¿Quiere comprar una entrada para mañana?
    —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32.
    —¿A qué hora?
    —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia.
    —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra.
    —Sí —respondió, hastiada.
    —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana?
    Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada.
    —No, déjalo. No importa.
    —De acuerdo, que tenga un buen día.
    Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella.
    No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía.
    —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR!
    Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro.
    —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos…
    El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó.
    —Alice, no es un buen momento.
    —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista.
    —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico.
    —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting.
    —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es?
    —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono.
    —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin.
    —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas!
    —Eso si me cogen.
    —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato.
    —No es un buen momento…
    —¿Qué ha pasado?
    —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro.

    3 horas después, en el Holly West Restaurant.

    —¡¿Qué?!
    —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse.
    —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas?
    —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores.
    —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida?
    —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado.
    —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages?
    —Sí.
    —¿Esta noche?
    —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí?
    —¿Cómo se llama?
    —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre.
    —No. Él no. Su show.
    —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar.
    Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo.
    —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo?
    Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa.
    —¿Cómo cojones las has conseguido?
    —Sam…
    Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso.
    —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado?
    —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara…
    —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió.
    —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda.
    —¡Yo nunca he dicho eso!
    —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas.
    Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella.
    —Por favor, necesito esa entrada…
    Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre.

    Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES.
    A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían.

    El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir…
    Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte.
    El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi.
    Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A.

    Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones…
    Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento.
    Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono…
    El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común.

    La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches.
    Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó:
    —Hola, Richie.
    —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear.
    —¿No te acuerdas de mí?...
    Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella.
    —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo.
    —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara.
    —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego.
    —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello.
    Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda.
    —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
    Los Ángeles, 2016. Aquel fin de semana no pudo ir a visitar a Nathan, estaba demasiado ocupada, su agenda estaba completa. Su teléfono no dejaba de sonar, Alice, su representante, estaba concertándole mil y una citas con agencias de actores, muchas ellas estaban buscando gente para micro teatros, otras para anuncios, y las que más le importaban a ella: las películas y las series. Llevaba años persiguiendo el papel de protagonista y hasta ahora no había pasado ninguno de los castings a los que se había presentado. ¿Tendría tal vez algo que ver con que ella jamás se marchó de Derry? ¿No del todo? Ese sitio te ataba, te estancaba, te hacía miserable en la vida. Si Ally hubiera coincidido con los que fueron en su día sus amigos, “los perdedores”, se hubiera asombrado de ver que cada uno de ellos había obtenido la fama y el trabajo de sus sueños. Sin embargo, ahí estaba ella, persiguiendo un sueño que parecía jamás lograr alcanzar. Alice le había conseguido, además de un casting como antagonista en una película de terror (de la cual aún no sabía el nombre), un piso en el centro a un buen precio. Las mudanzas nunca le habían gustado, y de no ser porque no tenía demasiadas cosas que transportar, se hubiera negado en rotundo, y hubiera continuado viviendo en ese cuchitril asqueroso al que llamaba casa. Eso le recordaba a Neibolt Street, a la casa de su hermano. Ella había pasado un año entero durmiendo en un sótano acondicionado como habitación, estaba acostumbrada al olor a humedad, a las telarañas… A todo eso que cualquiera que viviera en Los Ángeles detestaría. Ese día fue un día de lo más estresante: tuvo dos entrevistas de trabajo, tres castings y la dichosa mudanza. No le importaba que no le escogieran en ninguno de los dos ámbitos porque tanto los trabajos como los proyectos asignados a esos castings, eran aburridos, más de lo mismo que había hecho durante toda su vida; dependienta de una tienda de telefonía, y canguro. ¿Y más obras de teatro sobre la edad media? Estaba muy cansada de aquello. Necesitaba algo nuevo, romper con lo cuotidiano, salirse de su zona de confort. Lo que Ally no sabía, es que ese día, unos minutos antes de llegar al paseo de la fama, encontraría su respuesta en uno de los carteles del Hollywood Pantages Theatre. Llevaba consigo una de las últimas cajas de la mudanza, pues el apartamento estaba a unos 10 minutos desde allí, y menos mal que en el interior de ésta no había cosas demasiado pesadas, porque ésta se le cayó sobre los pies cuando vio aquello: LA DIVERSIÓN ACABA DE EMPEZAR, CON RICHIE TOZIER. ESTA NOCHE A LAS 22:00, EN EL PANTAGES THEATRE. La muchacha, en cuanto vio aquel nombre en pantalla y la foto que identificaba al protagonista de ese número, sintió cómo todo su cuerpo se tensaba. Pudo notar el corazón bombeándole en el interior del pecho con tanta intensidad, que incluso se preocupó. Una alerta en su reloj inteligente vibró en su muñeca: “Frecuencia cardiaca alta, date un respiro.” Tragó saliva, poniéndose nerviosa. En seguida se paró a recoger todo lo que se le había caído al suelo, sin mirar siquiera el interior de la caja, o si se dejaba algo sobre el suelo. No le importó, no podía dejar de mirar la enorme pantalla, con el rostro de su amigo. Corrió hacia la taquilla, ésta estaba a punto de cerrar, de hecho, la muchacha del interior, bajó la persiana delante de sus narices. —H-hola —dijo la chica, nerviosa, sintiendo que perdería aquella oportunidad—. Q-quería una entrada para —alzó la cabeza hacia la plantilla con todos los shows, para recordar el nombre—. La diversión ac- Pero la taquillera le interrumpió, con un tono borde y desganado. Se notaba que se había memorizado aquella frase, porque la dictaba como un robot. —Está cerrado. Abrimos de 10:00 a 14:00 y de 19:00 a 20:00 antes de la función. Gracias. —¡Eh! ¡Espera! Por favor, es un amigo mío. La muchacha de la cabina rodó los ojos. —Te pagaré la entrada doble, quédate con el resto, por favor… —Está cerrado, vuelva más tarde. —Escucha… Puedo pagarte una entrada y darte a ti el equivalente a tres entradas más. Tú te lo quedas, nadie se entera, y todos felices. ¿Qué me dices? —Abrimos de 19:00- Ally la interrumpió: —¡OH, POR FAVOR! ¡Ya sé a qué hora abrís, te estoy pidiendo por favor que- Pero la contraria cerró por completo la persiana, y la chica se quedó con la palabra en la boca. En aquel momento la hubiera estrangulado con sus propias manos. Ally era una persona impaciente, alguien que quería algo YA si se le antojaba. Acababa de encontrarle, a él, en Los Ángeles, después de 25 años sin verle. Al terminar con Eso, en agosto, Ally volvió con su familia a Ludlow, y no volvió hasta unos años más tarde, cuando Richie había dejado la ciudad de Derry, junto a sus padres. Desde entonces, Ally solo volvía para pasar fines de semana con su hermano, o alguna que otra festividad. Y ahora, después de tanto tiempo, la casualidad de la que hablaba cuando eran niños, la había llevado hasta allí. —Mira, entiendo lo que es que alguien venga a molestarte fuera de tu horario laboral, créeme… Pero de verdad que necesito esas entradas. Te daré lo que me pidas, de verdad. No supo cómo, pero la convenció. La muchacha del interior de la cabina tecleó en su ordenador dispuesta a imprimirle las entradas. —¿Asiento? —¡Gracias!... ¡Gracias! El que sea, de verdad que no me importa. —¿Hora? Ally frunció el ceño, confusa, y revisó de nuevo el cartel en el que aparecían los horarios de la función. —Solo hay un espectáculo… —¿Qué espectáculo desea ver? —realmente la voz cortante e inapetente de la contraria, la hacía parecer una máquina, un robot en el cuerpo de un humano. Ally chasqueó la lengua, molesta por tener que volver a revisar el título del show. —La diversión acaba de empezar. Después de un par de segundos, la chica respondió: —No quedan entradas para esta noche a la función de “La diversión acaba de empezar.” —¿Qué? Me tienes que estar tomando el pelo… —¿Quiere comprar una entrada para mañana? —C-claro… —respondió dubitativa. Ella no quería ir al día siguiente, quería verlo ese mismo día. Ya le iba a costar esperar 8 horas, como para esperar 32. —¿A qué hora? —A la… única maldita hora que hay —masculló entre dientes, esa mujer estaba acabando con su paciencia. —De acuerdo. Mañana a las 22:00 “La diversión acaba de empezar” —dijo antes de confirmar la compra. —Sí —respondió, hastiada. —Lo siento, no quedan entradas. ¿Quiere comprar una para pasado mañana? Ally soltó todo el aire de sus pulmones, completamente irritada. —No, déjalo. No importa. —De acuerdo, que tenga un buen día. Y una vez más la persiana volvió a cerrarse frente a ella. No podía tener tan mala suerte. O sí… Sí, por supuesto que podía. —¡EH! ¡OIGA! ¡VUELVA AQUÍ, SEÑOR! Cuando pensabas que las cosas no podían irte peor, era sin duda porque las cosas podían irte muchísimo peor. La caja de ropa que había dejado a un lado de la taquilla había desaparecido, y ahora estaba en los brazos de un anciano que no dejaba de correr, como si tuviera 15 años. Intentó ir tras él, pero estaba tan furiosa, que, en lugar de eso, se rindió, sentándose sobre los escalones que daban paso a la puerta del teatro. —Por dios, pero qué te he hecho… —preguntó mirando al cielo—. Dame una tregua, vamos… El teléfono sonó en el interior de su bolsillo, y sobre su muñeca, la pantalla del reloj se iluminó con el nombre de Alice. Ally se sacó el teléfono del bolsillo, deslizó el dedo hacia la derecha y contestó. —Alice, no es un buen momento. —Claro que lo es. Me han llamado del Journal para hacerte una entrevista. —¿Una entrevista? ¿En el Journal? ¿Necesitan secretaria? —preguntó con un tono sarcástico. —No, idiota. Quieren hacerte una prueba, un casting. —Joder, Alice, pues di las cosas bien si quieres que te entiendan a la primera. ¿Sobre qué es? —Te quieren como protagonista para una serie —dijo con ilusión la voz tras el teléfono. —¿De verdad?... —preguntó Ally, relajándose por fin. —¡Sí! Aún no sé cuál es la trama, pero pinta muy bien. Netflix ha comprado los derechos, ¡estarás en mil pantallas! —Eso si me cogen. —Ey, ¿qué te pasa? Acabo de conseguirte la entrevista de tu vida y estás con ese tonito todo el rato. —No es un buen momento… —¿Qué ha pasado? —¿Podemos vernos? Es demasiado fuerte como para contártelo por teléfono —dijo la chica, observando con admiración el rostro de su amigo en la gran pantalla sobre el teatro. 3 horas después, en el Holly West Restaurant. —¡¿Qué?! —Baja la voz… —le pidió Ally, pero Alice no pudo contener la sorpresa ante lo que acababa de escuchar—.Y es una mierda porque no he conseguido entradas para verle. Era la única forma que tenía de volver a hablar con él, ¿sino cómo? Ahora que es famoso a poca gente le dejará acercarse. —¿Y cómo pensabas hacerlo si conseguías las entradas? —Conozco el Hollywood Pantages como la palma de mi mano. He hecho ahí unas cuantas obras, sé por dónde salen los actores. —¿Y por qué no le esperas a la entrada en lugar de a la salida? —No quiero ponerle nervioso antes del espectáculo. ¿Sabes cómo se pondrá cuando me vea? Hace 25 años que no le veo, los dos hemos cambiado. —Espera un segundo… ¿Has dicho que actúa en el Pantages? —Sí. —¿Esta noche? —¿Conoces a alguien que me pueda colar sin que nadie se entere? —preguntó con una sonrisa fingida, pues sabía que las cosas no serían tan sencillas como lo esperaba. ¿O sí? —¿Cómo se llama? —Richie. Richie Tozier —jamás olvidaría ese nombre. —No. Él no. Su show. —Ah. Oh… La diversión acaba de empezar. Alice sacó su teléfono, con el entrecejo fruncido, como si buscara algo. —No las vas a conseguir, yo también las he buscado pensando que esa zorra de la taquilla me la tenía jurada… —espetó Ally, dándole un sorbo a la coca-cola, sintiendo cómo el hielo le adormecía el labio superior. Pero cuando su amiga le mostró su correo en la pantalla, y en éste aparecieron las entradas, no logró contener el líquido en su boca, escupiéndoselo en la cara sin poder evitarlo, ante la sorpresa—. ¡Oh, joder! Mierda, lo siento, ¿estás bien? ¿Te he dado en el ojo? Alice apretó los ojos, cerrándolos con fuerza para que no le entrara el líquido y le provocara una tremenda irritación, limpiándose los restos de refresco y saliva, con la servilleta sobre la mesa. —¿Cómo cojones las has conseguido? —Sam… Sam era el tipo que estaba empezando a conocer, el mismo que Ally días antes había estado criticando, y no era porque el chico no fuera una buena persona, lo poco que le había contado de él era suficiente para saber que era un buen tío. Lo que verdaderamente le sucedió para detestarlo tanto, es que sabía que si Alice conseguía un novio, dejaría de tenerla disponible las 24 horas, así que, egoístamente, lo hizo por eso. —¡Sam! —dijo de pronto, como si le hubiera recordado— .¡Sam, claro! ¡Ese gran tipo! ¿Por qué nunca me lo has presentado? —Te lo presenté, y le llamaste raro a la cara… —¿Qué? ¿De verdad? Por dios, no me acuerdo de haber hecho eso, pero ya sabes que soy una bocazas, no me lo tomes en cuenta, sabes que me encanta ese chico —mintió. —Le detestas. Siempre me dices que lo mande a la mierda. —¡Yo nunca he dicho eso! —Si querías las entradas no hacía falta que me mintieras, sabes que te basta con pedírmelas. Ally subió los codos sobre le mesa, juntó sus manos, entrelazando sus dedos y le suplicó inclinándose hacia ella. —Por favor, necesito esa entrada… Alice suspiró, mirándola como una madre miraría a su hija, una mirada que decía: “no tiene remedio”. El único inconveniente era que Alice tenía 23 años, y Ally 38, así que nunca podría ser su madre. Por fin la suerte estaba de su parte, había conseguido la maldita entrada y ya tenía su plan bien detallado mentalmente. Disfrutaría de ver a su amigo hacer lo que mejor se le daba; hacer reír a la gente. Lo esperaría en el parking de coches, donde se situaba la puerta de la salida de los camerinos, perfectamente disimulada con un cartel que el bar de enfrente les había prestado, en el que podía leerse: SALA DE CONTADORES. A nadie le hubiera interesado entrar en una sala de contadores, así que era un buen método para mantener a los fans alejados. Ella en cambio, siempre habría deseado salir de allí después de un estreno y encontrarse a millones de personas esperándola, pidiéndole autógrafos y fotos que después publicarían en sus redes sociales. Pero ese día aún no había llegado, la gente no le reconocía por la calle, y con esa suerte, seguramente nunca lo harían. El tiempo pasó lento, despacio, excepto cuando tuvo que escoger qué ropa ponerse y de qué color pintar sus labios, en ese momento el reloj corrió dando la vuelta por completo. Había perdido una hora en arreglarse, y poco era para el reencuentro que estaría a punto de vivir… Al final se decantó por una blusa blanca, con un escote que dejaba apreciar su esternón y una pequeña parte de la curvatura de sus pechos, descotados. En la parte inferior de su cintura llevaba unos pantalones negros, pitillos, junto con unas converse de color negro y blanco. No se había cargado de maquillaje, únicamente había usado su lápiz de ojos negro, marcando la línea inferior de su párpado, un poco de rímel para acentuar sus pestañas, y un pintalabios rojo oscuro, de esos que aguantaban toda la noche y que luego te costaba quitarte. El cuchitril en el que vivía, de momento, quedaba a más de una hora de allí, y ya eran las 20:30, así que se dio prisa en llamar a un taxi. Para cuando éste la dejó en la puerta del Hollywood Pantages, eran las 21:40. El maldito tráfico de L.A. Estuvo a punto de llegar tarde, a punto de que le cerraran la puerta en las narices, pero al no tratarse de una obra como tal, al ser un espectáculo de humor, algo que en esos sitios infravaloraban muchísimo, la dejaron pasar. Su asiento estaba situado en Platea B, justo la zona superior derecha frente al escenario, la parte alta de las butacas. No era un mal sitio, mejor que haber estado en primera fila, pues no quería sorprenderle en mitad de un número, quería verle la cara de cerca, saber cuáles eran sus pensamientos, sus sensaciones… Estaba nerviosa, casi como si la que tuviera que subirse al escenario fuera ella. Cuando su nombre resonó en los altavoces de la sala, sintió un hormigueo en el estómago, la emoción apoderándose de ella. Y al verle… al contemplar cómo salía, con qué andares y qué seguridad se acercaba al centro del escenario, se sintió temblar sobre el asiento. Los recuerdos la bombardearon, y no solo lloró de la risa por sus comentarios jocosos y sus chistes durante todo el espectáculo, sino que lo hizo por la emoción, la ilusión de ese reencuentro, de verle una vez más, de encontrarse después de tantos años. Él había cambiado físicamente, pero sus rasgos eran los mismos, y su personalidad no había cambiado en absoluto. Seguía haciendo ese tipo de comentarios subiditos de tono… El sexo siempre había sido un tema que él trataba con humor, tal vez porque esa era su forma de normalizar algo que con el resto de sus amigos no tenía en común. La gente lo adoraba, aplaudían, reían, gritaban, era todo un ídolo allí. Y aquello la enorgulleció, la hizo sentir feliz del hombre en el que se había convertido, sobre todo por haber podido llegar hasta allí, cumpliendo su sueño, eso que tanto quería; hacer reír al mundo entero. Ally esperó impaciente a que terminara el espectáculo, no por aburrimiento, sino porque no aguantaba más tiempo allí sentada, imaginándose cómo sería el reencuentro. Necesitaba tenerle ya delante, y cuando eso sucedió… cuando divisó que la puerta del cartel de la sala de contadores falsa, se abría, viéndolo, saliendo de allí encendiéndose el cigarro con el mechero, se deshizo por dentro. Se sintió como una de esas adolescentes que acampaban en las entradas de los conciertos días y días, esperando ver únicamente el coche en el que iban montados sus ídolos, con los cristales tintados. Era absurdo, ¿verdad? Sí, por supuesto que lo era, al igual que esos estúpidos nervios que estaba sintiendo, ese temblor en sus piernas. Necesitaba acabar ya con ese momento de tensión. Richie se quedó ahí de pie, abrazando con la palma de su mano el cigarro y la llama, evitando así que el viento la apagara. Ally se acercó, despacio. Lo único que los alumbraba era una farola en medio de aquella calle, que daba al patio trasero del edificio, cerca del parking de coches. Cuando estaba lo suficientemente cerca, musitó: —Hola, Richie. —¡OH, MIERDA! — masculló con el tabaco entre los labios. Sobresaltándose tanto, que por poco se tragó el cigarro, cayéndoseles éste junto con mechero. En seguida se puso en posición de defensa, con las palmas de las manos por delante, y los brazos estirados hacia la chica—. ¿Quién coño eres? —le preguntó con cierta sospecha. Era habitual últimamente que la gente lo acosara, muchos de sus fans incluso habían averiguado dónde vivía, y su última experiencia con una fan loca dejó mucho que desear. —¿No te acuerdas de mí?... Richie miró hacia todas partes, por si aquella tía venía acompañada de sus amiguitas las locas. Se separó, poniéndose a andar, con las manos en los bolsillos, alejándose de ella. —No te conozco de nada, lo siento —le dijo, ceñudo. —Pues yo a ti sí que te conozco —respondió ella, desde donde estaba. No se había movido, pero sí había alzado el tono para qué este le escuchara. —Todas me conocéis demasiado —murmuró él entre dientes, sacando las llaves de su Mustang Cabrío, de color burdeos. La luz del vehículo parpadeó dos veces, haciéndose ver entre el resto. Era un cochazo, desde luego. —Jamás podría olvidar al chico que me salvó de una paliza —dijo entonces ella, esperando que él recordaba aquello. Richie se detuvo en seco, con el ceño fruncido, dándole aún la espalda. —Al chico que me llevó en su bicicleta hasta su casa, porque yo estaba aterrorizada…
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  • Podía sentir como el frío mordía la punta de mi nariz mientras caminaba lentamente adentrandome entre las hileras de pinos con las manos hundidas en los bolsillos de mi abrigo.

    Suspiré dejando que el aroma verde y resinoso me llenara los pulmones, siempre había sentido algo reconfortante en este lugar: árboles reales, tierra húmeda, risas lejanas y el aroma del chocolate caliente invadiendo el aire como si me invitará secretamente a romper mis propias prohibiciones sobre el azúcar… Si, podía sentir una normalidad casi sagrada que hacía que mi corazón se llenará de calidez a pesar de que por fuera el frío estaba dejando rojas mis mejillas.

    Anoche, mientras la ciudad dormía, la nieve había aprovechado para jugar una travesura a aquellos que saldríamos al día siguiente. Silenciosa y generosa lo había cubierto todo y ahora el pasto era apenas un recuerdo bajo ese manto blanco que crujía suavemente bajo mis botas.

    Cada paso dejaba una huella que pronto desaparecería como si el lugar se resistiera a ser marcado y aún así aquí estaba yo, desafiando al viento helado con el cuerpo delgado envuelto en capas -y capas- de ropa como si eso pudiera protegerme de morir congelado. Negué con la cabeza sintiendo mi cabello despeinarse ligeramente y a pesar de todo me sentía extrañamente en paz.

    Había venido solo, decidido a cortar mi propio pino por primera vez, más por el ritual que por la tradición por qué si, los brujos también celebrabamos estás fechas. Un poco diferentes claro y con otros nombres pero el Solsticio de invierno -O Yule- no era una fiesta que pasara desapercibida para los de mi tipo.

    Fue entonces cuando lo sentí.
    Ese cosquilleo familiar en la nuca, leve pero inconfundible, como si algo hubiera despertado sin que yo lo llamara. Me detuve frente a un pino en particular, uno que parecía distinto sin una razón clara.
    Incliné la cabeza hacia atras observándolo en silencio, preguntándome si estaba a punto de elegir un árbol o si de alguna manera, había sido yo el elegido.

    Solo entonces pude notar lo alto que era. El pino se alzaba por encima de mí sin esfuerzo, sus ramas cubiertas de nieve parecían observarme con una paciencia burlona como si supiera que había ganado está batalla contra mi.

    Fruncí ligeramente el ceño, evaluándolo, y no pude evitar soltar una pequeña exhalación entre divertida y resignada. Vale, quizá había sido demasiado optimista viniendo solo.

    Saqué el teléfono del bolsillo, sopesándolo en la mano, mientras volvía a mirar el pino… ¿Llamar a alguien me hacía ver débil? Bueno ¿Que más da? De todos modos estaría poniéndome en vergüenza si intentaba cortar este pino y el maldito se me venía encima.

    Mi mirada volvió a dirigirse al teléfono entre mis manos preguntándome si ese era el momento de pedir ayuda...
    Sin pensarlo más y con un mohin en los labios escribí un rápido mensaje de auxilio con la dirección del lugar y esperé pacientemente frente al árbol.

    —Tu vendrás conmigo... —Sentencie con voz decidida al mismo tiempo que mis manos buscaban refugio en los bolsillos de mi abrigo.
    Thomas Dankworth
    Podía sentir como el frío mordía la punta de mi nariz mientras caminaba lentamente adentrandome entre las hileras de pinos con las manos hundidas en los bolsillos de mi abrigo. Suspiré dejando que el aroma verde y resinoso me llenara los pulmones, siempre había sentido algo reconfortante en este lugar: árboles reales, tierra húmeda, risas lejanas y el aroma del chocolate caliente invadiendo el aire como si me invitará secretamente a romper mis propias prohibiciones sobre el azúcar… Si, podía sentir una normalidad casi sagrada que hacía que mi corazón se llenará de calidez a pesar de que por fuera el frío estaba dejando rojas mis mejillas. Anoche, mientras la ciudad dormía, la nieve había aprovechado para jugar una travesura a aquellos que saldríamos al día siguiente. Silenciosa y generosa lo había cubierto todo y ahora el pasto era apenas un recuerdo bajo ese manto blanco que crujía suavemente bajo mis botas. Cada paso dejaba una huella que pronto desaparecería como si el lugar se resistiera a ser marcado y aún así aquí estaba yo, desafiando al viento helado con el cuerpo delgado envuelto en capas -y capas- de ropa como si eso pudiera protegerme de morir congelado. Negué con la cabeza sintiendo mi cabello despeinarse ligeramente y a pesar de todo me sentía extrañamente en paz. Había venido solo, decidido a cortar mi propio pino por primera vez, más por el ritual que por la tradición por qué si, los brujos también celebrabamos estás fechas. Un poco diferentes claro y con otros nombres pero el Solsticio de invierno -O Yule- no era una fiesta que pasara desapercibida para los de mi tipo. Fue entonces cuando lo sentí. Ese cosquilleo familiar en la nuca, leve pero inconfundible, como si algo hubiera despertado sin que yo lo llamara. Me detuve frente a un pino en particular, uno que parecía distinto sin una razón clara. Incliné la cabeza hacia atras observándolo en silencio, preguntándome si estaba a punto de elegir un árbol o si de alguna manera, había sido yo el elegido. Solo entonces pude notar lo alto que era. El pino se alzaba por encima de mí sin esfuerzo, sus ramas cubiertas de nieve parecían observarme con una paciencia burlona como si supiera que había ganado está batalla contra mi. Fruncí ligeramente el ceño, evaluándolo, y no pude evitar soltar una pequeña exhalación entre divertida y resignada. Vale, quizá había sido demasiado optimista viniendo solo. Saqué el teléfono del bolsillo, sopesándolo en la mano, mientras volvía a mirar el pino… ¿Llamar a alguien me hacía ver débil? Bueno ¿Que más da? De todos modos estaría poniéndome en vergüenza si intentaba cortar este pino y el maldito se me venía encima. Mi mirada volvió a dirigirse al teléfono entre mis manos preguntándome si ese era el momento de pedir ayuda... Sin pensarlo más y con un mohin en los labios escribí un rápido mensaje de auxilio con la dirección del lugar y esperé pacientemente frente al árbol. —Tu vendrás conmigo... —Sentencie con voz decidida al mismo tiempo que mis manos buscaban refugio en los bolsillos de mi abrigo. [zephyr_gray_magpie_670]
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  • Esta vez la cópula la realiza Lilim, la menor de las hermanas.

    El embarazo dura un solo día.
    Desde el primer instante algo es distinto. No hay tormento prolongado.

    El tiempo se comprime, se pliega sobre sí mismo. Las horas pasan extrañamente tranquilas, como si las criaturas comprendieran la fragilidad del recipiente que las sostiene.

    Durante ese día todo es silencio.
    Mi vientre no duele.
    No arde.
    No se rebela.
    Crecen rápido, demasiado rápido, pero en calma. Sanas. Completas.

    El sustento que Lilim les ofrece las satisface. No exigen más. No luchan entre ellas. Por un instante casi parece… misericordia.

    Y ese es el error.

    Horas después, cuando el sol aún no ha completado su arco, el parto comienza sin aviso.
    No hay transición.

    El dolor no avanza: me atraviesa.
    Un espasmo brutal me parte desde dentro, como si algo hubiera decidido que mi cuerpo ya no es mío. Grito, pero los gritos no sirven. No hay nacimientos. No hay salida.

    Entonces lo entiendo.
    No nacen criaturas.
    Nacen sus sombras.
    Sombras densas, vivas, con garras imposibles. Emergen primero, desgarrando mi vientre desde dentro, rasgando carne y alma a la vez. No buscan nacer: buscan abrir. Cada sombra se aferra, tira, desgarra, y a través de las heridas que ellas mismas crean, arrastran a sus cuerpos al mundo.

    Mis ojos se abren de par en par.
    El dolor me despoja de toda forma humana.
    Los gritos que brotan ya no son voz: son instinto, terror, animal puro.
    Uno tras otro.

    Algunos respiran al tocar el suelo.
    Otros nacen ya vacíos.

    La sangre lo cubre todo. El mundo se vuelve espeso, lejano, rojo. Mi conciencia se fragmenta hasta que no queda nada que sostener.

    Caigo dormida —o inconsciente— en un charco de sangre.

    Siete criaturas sanas.
    Cuatro muertas.

    Todo en un solo día.
    Gestación.
    Nacimiento.
    Pérdida.
    Yo…
    yo necesito ayuda.
    Y esta vez no es una frase ritual ni un lamento poético.

    Es una verdad desnuda, dicha desde alguien que empieza a preguntarse cuánto más puede romperse un cuerpo… antes de no volver a levantarse.

    Lilim Agrat Naamah Eisheth Zenunim
    Esta vez la cópula la realiza Lilim, la menor de las hermanas. El embarazo dura un solo día. Desde el primer instante algo es distinto. No hay tormento prolongado. El tiempo se comprime, se pliega sobre sí mismo. Las horas pasan extrañamente tranquilas, como si las criaturas comprendieran la fragilidad del recipiente que las sostiene. Durante ese día todo es silencio. Mi vientre no duele. No arde. No se rebela. Crecen rápido, demasiado rápido, pero en calma. Sanas. Completas. El sustento que Lilim les ofrece las satisface. No exigen más. No luchan entre ellas. Por un instante casi parece… misericordia. Y ese es el error. Horas después, cuando el sol aún no ha completado su arco, el parto comienza sin aviso. No hay transición. El dolor no avanza: me atraviesa. Un espasmo brutal me parte desde dentro, como si algo hubiera decidido que mi cuerpo ya no es mío. Grito, pero los gritos no sirven. No hay nacimientos. No hay salida. Entonces lo entiendo. No nacen criaturas. Nacen sus sombras. Sombras densas, vivas, con garras imposibles. Emergen primero, desgarrando mi vientre desde dentro, rasgando carne y alma a la vez. No buscan nacer: buscan abrir. Cada sombra se aferra, tira, desgarra, y a través de las heridas que ellas mismas crean, arrastran a sus cuerpos al mundo. Mis ojos se abren de par en par. El dolor me despoja de toda forma humana. Los gritos que brotan ya no son voz: son instinto, terror, animal puro. Uno tras otro. Algunos respiran al tocar el suelo. Otros nacen ya vacíos. La sangre lo cubre todo. El mundo se vuelve espeso, lejano, rojo. Mi conciencia se fragmenta hasta que no queda nada que sostener. Caigo dormida —o inconsciente— en un charco de sangre. Siete criaturas sanas. Cuatro muertas. Todo en un solo día. Gestación. Nacimiento. Pérdida. Yo… yo necesito ayuda. Y esta vez no es una frase ritual ni un lamento poético. Es una verdad desnuda, dicha desde alguien que empieza a preguntarse cuánto más puede romperse un cuerpo… antes de no volver a levantarse. [nebula_charcoal_rat_655] [f_off_bih] [n.a.a.m.a.h] [demonsmile01]
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  • El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura.
    Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse.
    Hasta entonces, no podía permanecer al mando.
    Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo.
    Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable.
    Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya.
    Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción.
    No eran dos.
    Nunca lo habían sido.

    "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella."

    El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena.
    Allí estaba Caceus Mori.
    Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata.

    —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra.

    La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien.
    Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad.
    —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad.
    —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial.
    Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella.
    Aquello fue… irritante.

    —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía.

    Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta.

    —Bah… estupideces... Bobadas...

    Pero el cuerpo no mentía.
    Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche.

    —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare.
    Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos.
    Veythra lo miró con seriedad absoluta.

    —¿Tú quieres morir?
    Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó.
    La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen.

    Veythra bebió del caldo.
    Sus ojos se entrecerraron.
    —…No está mal.
    Luego sonrió.
    —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos.

    Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte.

    —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel.
    Veythra lo miró por última vez.
    —Tú no sabes lo que es cruel.
    Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más.

    El portal comenzó a cerrarse.
    Veythra ya no estaba.
    Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer.
    Vacío.
    La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido.

    —No está… —susurró.
    Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo.

    Caceus Mori
    El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura. Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse. Hasta entonces, no podía permanecer al mando. Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo. Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable. Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya. Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción. No eran dos. Nunca lo habían sido. "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella." El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena. Allí estaba Caceus Mori. Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata. —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra. La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien. Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad. —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad. —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial. Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella. Aquello fue… irritante. —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía. Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta. —Bah… estupideces... Bobadas... Pero el cuerpo no mentía. Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche. —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare. Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos. Veythra lo miró con seriedad absoluta. —¿Tú quieres morir? Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó. La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen. Veythra bebió del caldo. Sus ojos se entrecerraron. —…No está mal. Luego sonrió. —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos. Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte. —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel. Veythra lo miró por última vez. —Tú no sabes lo que es cruel. Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más. El portal comenzó a cerrarse. Veythra ya no estaba. Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer. Vacío. La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido. —No está… —susurró. Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo. [tempest_platinum_tiger_912]
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  • Llega la hora.

    No es un parto: es una maldición del infierno reclamando su precio.
    El pago de un ejército no se hace con oro ni con sangre ajena, sino con servidumbre… y con un dolor que no pertenece a ningún mundo humano.

    Me encuentro en los dominios de las amas, pero lejos de sus salones y de sus tronos. Un lugar apartado, desnudo, donde la piedra está caliente como una herida abierta. Mis gritos atraviesan el territorio, se expanden durante kilómetros, rompen el aire, desgarran el velo entre planos.
    A ninguna le importa.
    Nadie acude.

    Nadie… excepto Eisheth.

    Aparece sin prisa, como si el tiempo no la tocara. Se detiene a lo lejos y me observa con esa sonrisa torcida, ambigua, que hoy me aterra más que nunca. En mi vulnerabilidad absoluta no sé qué es peor: si ha venido a contemplar mi sufrimiento como un espectáculo… o si espera, paciente, a que nazcan los cuerpos sin vida para alimentarse de ellos.

    No tengo fuerzas para preguntarlo.

    El dolor me parte en dos.

    Los primeros salen desgarrándome, uno tras otro, sin tregua.
    Cinco.
    Cinco fragmentos del Caos arrancados de mí como si mi cuerpo fuese solo un envoltorio prescindible. El grito que libero no sale de mi garganta: sale de mi alma, de un lugar más antiguo que el miedo.

    Pero no me desmayo.
    No todavía.

    Con un esfuerzo que me roba años de existencia, consigo expulsar ocho más. Mis músculos tiemblan, mi visión se nubla, mi conciencia se rompe en bordes afilados. Siento cómo mi cuerpo empieza a fallar, cómo suplica rendirse.

    Pero aún quedan siete.

    Entonces algo se rompe del todo.

    Mi cuerpo ya no recuerda cómo ser humano. Me desplomo a cuatro patas, como un animal herido. Mis puños se clavan en el suelo, la piedra se resquebraja bajo ellos. Empujo. Grito. Suplico. Maldigo.
    Durante cinco horas.

    Cinco horas de gritos que no sirven.
    Cinco horas de contracciones que solo castigan.
    Cinco horas de infierno contenido en un cuerpo que ya no debería sostener nada.

    Y al final… salen.

    Los siete restantes emergen como un último castigo.
    Cuerpos sin vida, marcados, medio adornados por la intervención cruel de sus propias hermanas. Diminutas réplicas de mí misma, pero espectrales, irreales, como si nunca hubieran pertenecido del todo a este plano.

    Veinte en total.
    El precio completo.

    Las sanas no se quedan.
    Desaparecen una a una, devorando el mundo, creciendo lejos de mí, afinándose para convertirse en lo que han sido concebidas para ser: soldados del Caos.

    Yo ya no puedo seguir en pie.

    Caigo al suelo, apenas consciente, al borde del desmayo. El miedo me atraviesa de pronto, frío y puro: cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Desaparecer aquí, olvidada, después de haberlo dado todo.

    Me asusta…
    pero no creo tener fuerzas para evitarlo.

    Naamah Agrat Eisheth Zenunim
    Llega la hora. No es un parto: es una maldición del infierno reclamando su precio. El pago de un ejército no se hace con oro ni con sangre ajena, sino con servidumbre… y con un dolor que no pertenece a ningún mundo humano. Me encuentro en los dominios de las amas, pero lejos de sus salones y de sus tronos. Un lugar apartado, desnudo, donde la piedra está caliente como una herida abierta. Mis gritos atraviesan el territorio, se expanden durante kilómetros, rompen el aire, desgarran el velo entre planos. A ninguna le importa. Nadie acude. Nadie… excepto Eisheth. Aparece sin prisa, como si el tiempo no la tocara. Se detiene a lo lejos y me observa con esa sonrisa torcida, ambigua, que hoy me aterra más que nunca. En mi vulnerabilidad absoluta no sé qué es peor: si ha venido a contemplar mi sufrimiento como un espectáculo… o si espera, paciente, a que nazcan los cuerpos sin vida para alimentarse de ellos. No tengo fuerzas para preguntarlo. El dolor me parte en dos. Los primeros salen desgarrándome, uno tras otro, sin tregua. Cinco. Cinco fragmentos del Caos arrancados de mí como si mi cuerpo fuese solo un envoltorio prescindible. El grito que libero no sale de mi garganta: sale de mi alma, de un lugar más antiguo que el miedo. Pero no me desmayo. No todavía. Con un esfuerzo que me roba años de existencia, consigo expulsar ocho más. Mis músculos tiemblan, mi visión se nubla, mi conciencia se rompe en bordes afilados. Siento cómo mi cuerpo empieza a fallar, cómo suplica rendirse. Pero aún quedan siete. Entonces algo se rompe del todo. Mi cuerpo ya no recuerda cómo ser humano. Me desplomo a cuatro patas, como un animal herido. Mis puños se clavan en el suelo, la piedra se resquebraja bajo ellos. Empujo. Grito. Suplico. Maldigo. Durante cinco horas. Cinco horas de gritos que no sirven. Cinco horas de contracciones que solo castigan. Cinco horas de infierno contenido en un cuerpo que ya no debería sostener nada. Y al final… salen. Los siete restantes emergen como un último castigo. Cuerpos sin vida, marcados, medio adornados por la intervención cruel de sus propias hermanas. Diminutas réplicas de mí misma, pero espectrales, irreales, como si nunca hubieran pertenecido del todo a este plano. Veinte en total. El precio completo. Las sanas no se quedan. Desaparecen una a una, devorando el mundo, creciendo lejos de mí, afinándose para convertirse en lo que han sido concebidas para ser: soldados del Caos. Yo ya no puedo seguir en pie. Caigo al suelo, apenas consciente, al borde del desmayo. El miedo me atraviesa de pronto, frío y puro: cerrar los ojos y no volver a abrirlos. Desaparecer aquí, olvidada, después de haberlo dado todo. Me asusta… pero no creo tener fuerzas para evitarlo. [n.a.a.m.a.h] [f_off_bih] [demonsmile01]
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  • Hmmm... faust recuerda porque no da clases.... faust no tiene tanta paciencia...

    ¿67x34? Sencillo..
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    —Ya no me interesa su voluntad por contrato ni su lealtad forzada. He cambiado el deseo de dominio por algo más complejo: su compañía. Después de todo, no hay nada más gratificante que tener a alguien a quien proteger, caminar a su lado... y encontrar nuevas formas de hacerlo perder la paciencia. Sephtálon Feu
    —Ya no me interesa su voluntad por contrato ni su lealtad forzada. He cambiado el deseo de dominio por algo más complejo: su compañía. Después de todo, no hay nada más gratificante que tener a alguien a quien proteger, caminar a su lado... y encontrar nuevas formas de hacerlo perder la paciencia. [storm_pink_crow_361]
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    || No es una queja (si) pero responder mensajes aqui es lo mas tedioso del mundo, no se pueden borrar y por ende se acumulan y luego te dice que ya no hay más mensajes (de los antiguos) cuando segundos antes viste varios sin responder.
    Estresa.
    estresa..
    Estresa...
    Así que pido disculpas si no les he respondido mensajes, no es que no quiera, la plataforma no me ayuda y yo no tengo mucha paciencia en esos casos.
    || No es una queja (si) pero responder mensajes aqui es lo mas tedioso del mundo, no se pueden borrar y por ende se acumulan y luego te dice que ya no hay más mensajes (de los antiguos) cuando segundos antes viste varios sin responder. Estresa. estresa.. Estresa... Así que pido disculpas si no les he respondido mensajes, no es que no quiera, la plataforma no me ayuda y yo no tengo mucha paciencia en esos casos.
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  • ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ
    ​Irina tosió, el aire rancio del pasado raspándole la garganta, mientras se arrodillaba sobre la tierra seca y agrietada. La aparición había sido violenta - como siempre-
    Un estallido de luz fría en medio del día, seguido por el silencio ensordecedor de la nada.

    ​Se llevó la muñeca al rostro, el guante de cuero negro absorbiendo el hilo de sangre caliente que resbalaba de su nariz...Mareo, náuseas, visión borrosa el precio por viajar a través del espacio-tiempo. Pero esta vez la sensación era más profunda, un frío pegajoso que no provenía de la fatiga, sino de la misión. Sus clientes ya no pedían la mera recuperación de artefactos, ahora la exigencia era más siniestra, más… final.

    ​Levantó la cabeza. El sol se cernía como un ojo amarillo y enfermizo sobre un paisaje monocromático de tonos ocres y pardos. A cien metros de distancia, la granja o un intento de ella, era un esqueleto de madera una choza tambaleante, un granero inclinado y un molino de viento estático que parecía un crucifijo roto.

    ​Entonces los notó.
    ​Una bandada inmensa de cuervos se levantó del tejado desvencijado de la choza. No volaron hacia el cielo. En su lugar, comenzaron a describir círculos lentos y metódicos justo sobre la cabeza de Irina.
    Eran más de veinte, plumas negras como obsidiana, y sus graznidos no eran los sonidos casuales de las aves. Eran gritos roncos profundos que resonaban en el pecho de Irina, un coro de advertencia primitiva.

    ​Se detuvo en medio de la explanada, sin fuerzas ni convicción para dar el siguiente paso. La angustia le oprimía el pecho como una prensa de hierro fundido. Sabía que los cuervos no la estaban ahuyentando a ella estaban avisándole a él...​El viejo granjero, el objetivo.

    ​Mientras observaba a los cuervos girar, sintiendo sus ojos avizores sobre su nuca. ​Uno descendió y se posó en el hombro de Irina, sus pequeñas garras penetrando el tejido de su chaqueta de viaje. El pájaro no picoteó; simplemente la miró fijamente con un ojo brillante y maligno.

    ​En ese instante, la puerta de la choza se abrió lentamente, con el gemido de unas bisagras oxidadas. Un hombre de silueta curvada y piel curtida por el sol se asomó, sosteniendo una escopeta de doble cañón. No había sorpresa en sus ojos viejos, solo una paciencia infinita.

    ​──Sabía que venías —dijo el granjero. Su voz era un susurro seco, apenas audible por encima del graznido de la bandada—. Mis guardianes te trajeron el mensaje.
    ​Irina sintió cómo el corazón se le encogía, los clientes siempre le habían dicho que el objetivo no sabría que venía. Que sería un golpe limpio. El granjero, su víctima, no solo lo sabía, sino que la estaba esperando.
    ​El cuervo en su hombro levantó el pico y soltó un último y estridente graznido, como si estuviera dando la señal de ataque justo cuando el granjero levantaba lentamente la escopeta.
    Irina no se movió la repentina y punzante claridad chocaba contra su cara... había fallado antes de empezar. La misión estaba contaminada. El objetivo no era un peón ignorante, sino alguien que estaba, de alguna manera, conectado al flujo temporal, quizás incluso protegido por él.

    ​La vida de Irina dependía de ser eficiente, invisible y letal. En este momento, era visible, acorralada y completamente sin intención de cumplir la orden.
    ​El granjero dio un paso fuera de la choza. A pesar de su postura encorvada, su movimiento era deliberado.

    ​Irina sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el viento frío de ese desolado páramo. Sus clientes le habían mentido. Omitieron que este hombre era consciente de su destino y de los intentos por alterarlo. Matarlo ahora sería un acto sucio, un asesinato innecesario de un hombre que ya estaba viviendo bajo una condena.
    ​La mujer tomó una decisión en una fracción de segundo, una que equivaldría a su propia sentencia de muerte si sus empleadores la descubrían

    ​──No vengo a hacerte daño —logró decir Irina, su voz era ronca por la sequedad y la tensión.
    ​Una risa seca y breve salió de la garganta del granjero.

    ​──Ya lo sé. Pero la intención no limpia la sangre, viajera. Y tú ya tienes suficiente en la nariz.

    ​Ignorando el cañón del arma que la apuntaba, Irina Intentó correr, dar la espalda al granjero, pero la desorientación fue inmediata. Dio un paso hacia adelante y se encontró girando, tropezando con una roca inexistente en la tierra. Cayó de rodillas, el impacto enviando un chispazo de dolor por sus rótulas. Los cuervos, que habían estado sobre ellos, se elevaron en el aire graznando con más intensidad, como un coro de despedida infernal.
    ​Irina se levantó tambaleante, la cabeza latiéndole al ritmo de una máquina averiada.

    ​Escuchó el sonido distante del granjero gritando algo, quizás una advertencia, pero ella ya estaba muy lejos, la voz del hombre se deshacía en la distancia

    ​Corrió ciegamente hacia ninguna parte, apenas consciente de que sus pies golpeaban el suelo. Cada zancada era un acto de voluntad bruta contra el cuerpo que había colpasado por el viaje, no supo como pero logró alejarse lo suficiente para no ver la choza desde su ubicación actual. Irina deshidratada y cansada se dejó caer en tierra seca, no había sombra ni agua, sólo el intenso sol quemando sus retinas aún desenfocadas

    ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀ 》ᴿᵒˡ ᵃᵇⁱᵉʳᵗᵒ ​Irina tosió, el aire rancio del pasado raspándole la garganta, mientras se arrodillaba sobre la tierra seca y agrietada. La aparición había sido violenta - como siempre- Un estallido de luz fría en medio del día, seguido por el silencio ensordecedor de la nada. ​Se llevó la muñeca al rostro, el guante de cuero negro absorbiendo el hilo de sangre caliente que resbalaba de su nariz...Mareo, náuseas, visión borrosa el precio por viajar a través del espacio-tiempo. Pero esta vez la sensación era más profunda, un frío pegajoso que no provenía de la fatiga, sino de la misión. Sus clientes ya no pedían la mera recuperación de artefactos, ahora la exigencia era más siniestra, más… final. ​Levantó la cabeza. El sol se cernía como un ojo amarillo y enfermizo sobre un paisaje monocromático de tonos ocres y pardos. A cien metros de distancia, la granja o un intento de ella, era un esqueleto de madera una choza tambaleante, un granero inclinado y un molino de viento estático que parecía un crucifijo roto. ​Entonces los notó. ​Una bandada inmensa de cuervos se levantó del tejado desvencijado de la choza. No volaron hacia el cielo. En su lugar, comenzaron a describir círculos lentos y metódicos justo sobre la cabeza de Irina. Eran más de veinte, plumas negras como obsidiana, y sus graznidos no eran los sonidos casuales de las aves. Eran gritos roncos profundos que resonaban en el pecho de Irina, un coro de advertencia primitiva. ​Se detuvo en medio de la explanada, sin fuerzas ni convicción para dar el siguiente paso. La angustia le oprimía el pecho como una prensa de hierro fundido. Sabía que los cuervos no la estaban ahuyentando a ella estaban avisándole a él...​El viejo granjero, el objetivo. ​Mientras observaba a los cuervos girar, sintiendo sus ojos avizores sobre su nuca. ​Uno descendió y se posó en el hombro de Irina, sus pequeñas garras penetrando el tejido de su chaqueta de viaje. El pájaro no picoteó; simplemente la miró fijamente con un ojo brillante y maligno. ​En ese instante, la puerta de la choza se abrió lentamente, con el gemido de unas bisagras oxidadas. Un hombre de silueta curvada y piel curtida por el sol se asomó, sosteniendo una escopeta de doble cañón. No había sorpresa en sus ojos viejos, solo una paciencia infinita. ​──Sabía que venías —dijo el granjero. Su voz era un susurro seco, apenas audible por encima del graznido de la bandada—. Mis guardianes te trajeron el mensaje. ​Irina sintió cómo el corazón se le encogía, los clientes siempre le habían dicho que el objetivo no sabría que venía. Que sería un golpe limpio. El granjero, su víctima, no solo lo sabía, sino que la estaba esperando. ​El cuervo en su hombro levantó el pico y soltó un último y estridente graznido, como si estuviera dando la señal de ataque justo cuando el granjero levantaba lentamente la escopeta. Irina no se movió la repentina y punzante claridad chocaba contra su cara... había fallado antes de empezar. La misión estaba contaminada. El objetivo no era un peón ignorante, sino alguien que estaba, de alguna manera, conectado al flujo temporal, quizás incluso protegido por él. ​La vida de Irina dependía de ser eficiente, invisible y letal. En este momento, era visible, acorralada y completamente sin intención de cumplir la orden. ​El granjero dio un paso fuera de la choza. A pesar de su postura encorvada, su movimiento era deliberado. ​ ​Irina sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con el viento frío de ese desolado páramo. Sus clientes le habían mentido. Omitieron que este hombre era consciente de su destino y de los intentos por alterarlo. Matarlo ahora sería un acto sucio, un asesinato innecesario de un hombre que ya estaba viviendo bajo una condena. ​La mujer tomó una decisión en una fracción de segundo, una que equivaldría a su propia sentencia de muerte si sus empleadores la descubrían ​──No vengo a hacerte daño —logró decir Irina, su voz era ronca por la sequedad y la tensión. ​Una risa seca y breve salió de la garganta del granjero. ​──Ya lo sé. Pero la intención no limpia la sangre, viajera. Y tú ya tienes suficiente en la nariz. ​Ignorando el cañón del arma que la apuntaba, Irina Intentó correr, dar la espalda al granjero, pero la desorientación fue inmediata. Dio un paso hacia adelante y se encontró girando, tropezando con una roca inexistente en la tierra. Cayó de rodillas, el impacto enviando un chispazo de dolor por sus rótulas. Los cuervos, que habían estado sobre ellos, se elevaron en el aire graznando con más intensidad, como un coro de despedida infernal. ​Irina se levantó tambaleante, la cabeza latiéndole al ritmo de una máquina averiada. ​Escuchó el sonido distante del granjero gritando algo, quizás una advertencia, pero ella ya estaba muy lejos, la voz del hombre se deshacía en la distancia ​Corrió ciegamente hacia ninguna parte, apenas consciente de que sus pies golpeaban el suelo. Cada zancada era un acto de voluntad bruta contra el cuerpo que había colpasado por el viaje, no supo como pero logró alejarse lo suficiente para no ver la choza desde su ubicación actual. Irina deshidratada y cansada se dejó caer en tierra seca, no había sombra ni agua, sólo el intenso sol quemando sus retinas aún desenfocadas ​ ​
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