• Helios Inmovations
    Categoría Ciencia ficción
    La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las cortinas blancas de la habitación de Nica, llenándola de una sensación de calma que apenas conseguía tocar su alma. La mesa, llena de libros y notas de la clase de neurociencia, parecía estar allí más por costumbre que por utilidad. La memoria de su novio la acompañaba en cada rincón de la habitación. Su risa, su pasión por la vida, sus sueños compartidos... todo se había desvanecido tras su lucha incansable contra el cáncer.

    Desde su partida, Nica no podía concentrarse en nada. Las neuronas, sus neuronas, se volvían líquidas en su mente, incapaces de procesar nada más allá de la desesperación. Había algo que no podía dejar ir, algo que la mantenía en pie: la idea de que su trabajo en neurociencia, su investigación sobre la mente humana y la conexión neuronal, tenía el poder de devolverle a su novio.

    Fue entonces cuando sonó el teléfono.

    —¿Nica? Soy Elena. Necesito que escuches lo que tengo para decirte.

    La voz de su colega, Elena, la sacó de su trance. En la otra línea, se sentía una urgencia apenas contenida.

    —Escucha, he encontrado algo. Una compañía que está haciendo experimentos con inteligencia artificial… no es ciencia ficción, Nica. Están intentando crear copias de la mente humana. Sé que lo que te estoy diciendo es... increíble, pero hay algo más: dicen que pueden traer a alguien de vuelta, aunque no sea "real". Si pudieras infiltrar la compañía, tal vez… tal vez puedas traerlo de vuelta. No de la forma en que tú lo recuerdas, pero sí lo suficiente para... hablar con él.

    Nica, con el corazón palpitante, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea la tentaba, la volvía loca de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¿Qué tan lejos estaría dispuesta a llegar?

    —¿Y el dueño? —preguntó, su voz quebrada pero decidida—. ¿Quién es el dueño de la compañía?

    —Apolo. Un hombre con una visión... peligrosa, y a la vez fascinante. Es un genio en inteligencia artificial, pero hay algo en él, Nica... no es fácil de tratar. Lo que están haciendo no es ético, pero… si quieres intentarlo… tendrás que entrar en su mundo.

    Nica dejó que las palabras se asentaran en su mente como un veneno dulce. Su instinto de científica, de humana, sabía que era un riesgo monumental. Pero el amor por su novio, la necesidad de verlo una vez más, de escucharlo, pesaba más que cualquier advertencia. La tentación de ver su rostro, de escuchar su voz, aunque solo fuera una versión distorsionada de él, era un faro que la atraía.

    —Voy a infiltrarme —dijo, y la decisión salió de su boca con una claridad que ni ella esperaba.

    La llamada se cortó, y Nica miró el teléfono con una mezcla de temor y determinación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no solo pondría a prueba su ética profesional, sino también su humanidad. Pero el corazón de Nica, rota y determinada, no podía dar marcha atrás.

    Apolo, el dueño de la compañía, la esperaba. Y ella haría lo que fuera necesario para lograr que su amor volviera a ella, aunque fuera solo una sombra de lo que alguna vez fue.

    La luz tenue del atardecer se filtraba a través de las cortinas blancas de la habitación de Nica, llenándola de una sensación de calma que apenas conseguía tocar su alma. La mesa, llena de libros y notas de la clase de neurociencia, parecía estar allí más por costumbre que por utilidad. La memoria de su novio la acompañaba en cada rincón de la habitación. Su risa, su pasión por la vida, sus sueños compartidos... todo se había desvanecido tras su lucha incansable contra el cáncer. Desde su partida, Nica no podía concentrarse en nada. Las neuronas, sus neuronas, se volvían líquidas en su mente, incapaces de procesar nada más allá de la desesperación. Había algo que no podía dejar ir, algo que la mantenía en pie: la idea de que su trabajo en neurociencia, su investigación sobre la mente humana y la conexión neuronal, tenía el poder de devolverle a su novio. Fue entonces cuando sonó el teléfono. —¿Nica? Soy Elena. Necesito que escuches lo que tengo para decirte. La voz de su colega, Elena, la sacó de su trance. En la otra línea, se sentía una urgencia apenas contenida. —Escucha, he encontrado algo. Una compañía que está haciendo experimentos con inteligencia artificial… no es ciencia ficción, Nica. Están intentando crear copias de la mente humana. Sé que lo que te estoy diciendo es... increíble, pero hay algo más: dicen que pueden traer a alguien de vuelta, aunque no sea "real". Si pudieras infiltrar la compañía, tal vez… tal vez puedas traerlo de vuelta. No de la forma en que tú lo recuerdas, pero sí lo suficiente para... hablar con él. Nica, con el corazón palpitante, sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La idea la tentaba, la volvía loca de angustia y esperanza al mismo tiempo. ¿Qué tan lejos estaría dispuesta a llegar? —¿Y el dueño? —preguntó, su voz quebrada pero decidida—. ¿Quién es el dueño de la compañía? —Apolo. Un hombre con una visión... peligrosa, y a la vez fascinante. Es un genio en inteligencia artificial, pero hay algo en él, Nica... no es fácil de tratar. Lo que están haciendo no es ético, pero… si quieres intentarlo… tendrás que entrar en su mundo. Nica dejó que las palabras se asentaran en su mente como un veneno dulce. Su instinto de científica, de humana, sabía que era un riesgo monumental. Pero el amor por su novio, la necesidad de verlo una vez más, de escucharlo, pesaba más que cualquier advertencia. La tentación de ver su rostro, de escuchar su voz, aunque solo fuera una versión distorsionada de él, era un faro que la atraía. —Voy a infiltrarme —dijo, y la decisión salió de su boca con una claridad que ni ella esperaba. La llamada se cortó, y Nica miró el teléfono con una mezcla de temor y determinación. Sabía que lo que estaba a punto de hacer no solo pondría a prueba su ética profesional, sino también su humanidad. Pero el corazón de Nica, rota y determinada, no podía dar marcha atrás. Apolo, el dueño de la compañía, la esperaba. Y ella haría lo que fuera necesario para lograr que su amor volviera a ella, aunque fuera solo una sombra de lo que alguna vez fue.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    10
    Estado
    Disponible
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  • Takeru Arakawa respiró hondo, apesar de medicamentos y remedios aún permanecía sintiendo el dolor punzante, en cada rincón de su cuerpo. Su combate anterior lo había dejado al borde del colapso. Las costillas le dolían al respirar, su brazo izquierdo respondía con lentitud y su pierna derecha estaba entumecida. Pero no había tiempo para lamentaciones.

    Frente a él, Ryan Kure lo observaba con su típica sonrisa confiada. No tenía un solo rasguño en el cuerpo. Era un depredador en su mejor estado.

    **"Estoy en desventaja. Mi cuerpo está al límite, y Ryan está fresco. Si peleo de frente, perderé. No puedo dejar que me dicte el ritmo. Debo adaptarme."**

    Takeru cerró los ojos por un instante, organizando su estrategia. Enfrentaría esto como lo había hecho siempre: combinando la precisión de su **out-boxing** con la versatilidad del **estilo Niko.** La clave sería moverse constantemente, evitar sus golpes y desgastarlo hasta encontrar una apertura.

    Exhaló y abrió los ojos. **La pelea había comenzado.**

    Ryan fue el primero en atacar. Su puño recto cortó el aire con una velocidad aterradora. Takeru apenas logró esquivarlo, pero el viento del golpe rozó su mejilla. Un segundo después, un rodillazo se dirigió a su abdomen. Bloqueó con el antebrazo, pero la fuerza lo hizo retroceder varios pasos.

    Ryan no le dio respiro. Sus ataques eran veloces y precisos, como si ya supiera cada movimiento de Takeru. Cada esquive era más difícil, cada bloqueo enviaba un impacto punzante a su ya debilitado cuerpo.

    **"Si esto sigue así, me va a destrozar."**

    Con un gruñido, Takeru activó **Posesión.** Su corazón latió con violencia, bombeando sangre a una velocidad inhumana. Sus músculos se tensaron, su piel se calentó. La fatiga y el dolor fueron arrastrados a un rincón de su mente.

    Ryan arqueó una ceja.

    —¿Eso es todo?

    Takeru desapareció de su vista. En un instante, apareció a su lado con un golpe directo al rostro. Ryan apenas pudo reaccionar, recibiendo el impacto de lleno. Su cabeza giró y su cuerpo retrocedió.

    —Interesante… —murmuró Ryan, limpiando la sangre de su labio.

    Entonces, su expresión cambió. **Liberación.**

    Takeru sintió un escalofrío. El cuerpo de Ryan se estremeció, sus pupilas se dilataron.

    —Si vamos a pelear en serio, entonces te mostraré lo que pasa cuando un Kure elimina sus limitaciones.

    Ryan desapareció.

    Antes de que Takeru pudiera reaccionar, un golpe demoledor impactó su abdomen, sacándole el aire. Luego, otro en la mandíbula. Su consciencia titiló. Sintió su cuerpo elevarse antes de ser estrellado contra el suelo con un brutal gancho.

    **"Es… demasiado rápido."**

    El mundo giró mientras intentaba ponerse de pie. Sus piernas tambaleaban, pero no podía ceder. Apoyándose en la fuerza de **Posesión,** rugió y se lanzó contra Ryan con un último golpe.

    Ambos puños chocaron en el aire, el impacto hizo temblar el suelo. El brazo de Takeru amenazaba con romperse, pero no se detuvo.

    **"Si caigo aquí, no tendré otra oportunidad."**

    Ryan sonrió, con una mirada de pura locura. **La pelea aún no había terminado.**

    Takeru Arakawa respiró hondo, apesar de medicamentos y remedios aún permanecía sintiendo el dolor punzante, en cada rincón de su cuerpo. Su combate anterior lo había dejado al borde del colapso. Las costillas le dolían al respirar, su brazo izquierdo respondía con lentitud y su pierna derecha estaba entumecida. Pero no había tiempo para lamentaciones. Frente a él, Ryan Kure lo observaba con su típica sonrisa confiada. No tenía un solo rasguño en el cuerpo. Era un depredador en su mejor estado. **"Estoy en desventaja. Mi cuerpo está al límite, y Ryan está fresco. Si peleo de frente, perderé. No puedo dejar que me dicte el ritmo. Debo adaptarme."** Takeru cerró los ojos por un instante, organizando su estrategia. Enfrentaría esto como lo había hecho siempre: combinando la precisión de su **out-boxing** con la versatilidad del **estilo Niko.** La clave sería moverse constantemente, evitar sus golpes y desgastarlo hasta encontrar una apertura. Exhaló y abrió los ojos. **La pelea había comenzado.** Ryan fue el primero en atacar. Su puño recto cortó el aire con una velocidad aterradora. Takeru apenas logró esquivarlo, pero el viento del golpe rozó su mejilla. Un segundo después, un rodillazo se dirigió a su abdomen. Bloqueó con el antebrazo, pero la fuerza lo hizo retroceder varios pasos. Ryan no le dio respiro. Sus ataques eran veloces y precisos, como si ya supiera cada movimiento de Takeru. Cada esquive era más difícil, cada bloqueo enviaba un impacto punzante a su ya debilitado cuerpo. **"Si esto sigue así, me va a destrozar."** Con un gruñido, Takeru activó **Posesión.** Su corazón latió con violencia, bombeando sangre a una velocidad inhumana. Sus músculos se tensaron, su piel se calentó. La fatiga y el dolor fueron arrastrados a un rincón de su mente. Ryan arqueó una ceja. —¿Eso es todo? Takeru desapareció de su vista. En un instante, apareció a su lado con un golpe directo al rostro. Ryan apenas pudo reaccionar, recibiendo el impacto de lleno. Su cabeza giró y su cuerpo retrocedió. —Interesante… —murmuró Ryan, limpiando la sangre de su labio. Entonces, su expresión cambió. **Liberación.** Takeru sintió un escalofrío. El cuerpo de Ryan se estremeció, sus pupilas se dilataron. —Si vamos a pelear en serio, entonces te mostraré lo que pasa cuando un Kure elimina sus limitaciones. Ryan desapareció. Antes de que Takeru pudiera reaccionar, un golpe demoledor impactó su abdomen, sacándole el aire. Luego, otro en la mandíbula. Su consciencia titiló. Sintió su cuerpo elevarse antes de ser estrellado contra el suelo con un brutal gancho. **"Es… demasiado rápido."** El mundo giró mientras intentaba ponerse de pie. Sus piernas tambaleaban, pero no podía ceder. Apoyándose en la fuerza de **Posesión,** rugió y se lanzó contra Ryan con un último golpe. Ambos puños chocaron en el aire, el impacto hizo temblar el suelo. El brazo de Takeru amenazaba con romperse, pero no se detuvo. **"Si caigo aquí, no tendré otra oportunidad."** Ryan sonrió, con una mirada de pura locura. **La pelea aún no había terminado.**
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  • "La Sombra del Ayer".
    #monorol

    Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo.

    Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano.

    Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado.

    Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse.

    Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla.

    Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas.

    Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente?

    Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse…

    Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    "La Sombra del Ayer". #monorol Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo. Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano. Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado. Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse. Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla. Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas. Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente? Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse… Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
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  • Pese a tener la ventaja de poseer estudios a nivel universitario... la mancha en su expediente de ser una ex convicta la acompañaría por siempre y sería el doble o triple de complicado conseguir empleo. ¿Quién le daría oportunidad? Sólo empleos temporales, tendría que conformarse por el momento.

    Tenía dos opciones aseguradas: mesera en un café o bartender en un bar.

    Eligió la segunda, un empleo nocturno. Sin rutinas y consciencia. Irían y vendrían cuerpos sin rostro que no la recordarían, era perfecto.

    Pese a tener la ventaja de poseer estudios a nivel universitario... la mancha en su expediente de ser una ex convicta la acompañaría por siempre y sería el doble o triple de complicado conseguir empleo. ¿Quién le daría oportunidad? Sólo empleos temporales, tendría que conformarse por el momento. Tenía dos opciones aseguradas: mesera en un café o bartender en un bar. Eligió la segunda, un empleo nocturno. Sin rutinas y consciencia. Irían y vendrían cuerpos sin rostro que no la recordarían, era perfecto.
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  • Su rostro, aunque era sumamente afeminado, estaba dejando atrás las facciones de adolescente, los 20´s lo alcanzaron, el cabello corto quedaría atrás dejándolo crecer, esos rubios naturales y lacios tocaban las puntas de sus delgados y picudos hombros, la vestimenta más formal, pero siempre coloridas la mayoría de las veces. 

    Los sueños recurrentes de forma negativa seguían siendo sus carceleros, amaba lo que era no importaba que causara tanto desastre emocional en su vida con los que se acercaran a él, jamás, había tenido novio, del poblado donde nació y creció no le fue posible ser parte de la “sociedad”, fue atacado por su esencia única, hasta llegar a la gran ciudad, donde empezaría conocer a personas increíbles como él. 


    Con dos trabajos era imposible salir a divertirse todos los días, tomando conciencia que de él dependía su abuelo y su hermana pequeña, omitía las salidas y cuando lo realizaba era al "Cosmos", bar conocido por todos y en solitario, una suave bebida y de nuevo al pequeño departamento que rentaba al sur. 

    Un día de aquellos que elegía para pasar un tiempo consigo mismo, el celular sonó, parando la música, llamando así la atención, los audífonos de diadema los llevó a al cuello. Con curiosidad, la vista se posó en aquel aparato, desbloqueando con el índice derecho, notó el  -"Hola ¡Qué tal!" -, que provenía de un número que no tenía registrado, por seguridad, no contestó, de nuevo llevando los audífonos a su cabeza, dejó que la música inundara sus oídos, cerró los ojos, disfrutando del aire puro bajo aquel árbol que regalaba una sombra fantástica en la banca metálica donde estaba posado. 
    Su rostro, aunque era sumamente afeminado, estaba dejando atrás las facciones de adolescente, los 20´s lo alcanzaron, el cabello corto quedaría atrás dejándolo crecer, esos rubios naturales y lacios tocaban las puntas de sus delgados y picudos hombros, la vestimenta más formal, pero siempre coloridas la mayoría de las veces.  Los sueños recurrentes de forma negativa seguían siendo sus carceleros, amaba lo que era no importaba que causara tanto desastre emocional en su vida con los que se acercaran a él, jamás, había tenido novio, del poblado donde nació y creció no le fue posible ser parte de la “sociedad”, fue atacado por su esencia única, hasta llegar a la gran ciudad, donde empezaría conocer a personas increíbles como él.  Con dos trabajos era imposible salir a divertirse todos los días, tomando conciencia que de él dependía su abuelo y su hermana pequeña, omitía las salidas y cuando lo realizaba era al "Cosmos", bar conocido por todos y en solitario, una suave bebida y de nuevo al pequeño departamento que rentaba al sur.  Un día de aquellos que elegía para pasar un tiempo consigo mismo, el celular sonó, parando la música, llamando así la atención, los audífonos de diadema los llevó a al cuello. Con curiosidad, la vista se posó en aquel aparato, desbloqueando con el índice derecho, notó el  -"Hola ¡Qué tal!" -, que provenía de un número que no tenía registrado, por seguridad, no contestó, de nuevo llevando los audífonos a su cabeza, dejó que la música inundara sus oídos, cerró los ojos, disfrutando del aire puro bajo aquel árbol que regalaba una sombra fantástica en la banca metálica donde estaba posado. 
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  • *Preparación para la Tormenta*

    Takeru sabía que esta pelea no se parecería a ninguna de las que había tenido antes. Erick Strauss no era un peleador técnico, ni un infighter puro, ni un counterpuncher. Era algo peor: un boxeador sucio. Golpes ilegales ocultos al ojo del árbitro, empujones, codazos disfrazados de movimientos naturales, clinches eternos que desgastaban la paciencia y la energía del rival. Enfrentar a alguien así era un desafío mental tanto como físico.

    Por eso, su entrenamiento debía ser diferente.

    El gimnasio estaba vacío a esa hora de la noche. Solo se escuchaba el sonido de sus golpes rompiendo el aire. Frente a él, su entrenador vestía un peto acolchonado y unos guantes de foco, pero no solo se limitaba a recibir los golpes. Lo empujaba, le pisaba los pies, le jalaba el brazo después de cada combinación.

    —¡Concéntrate! —rugía su entrenador mientras lo desequilibraba con un empujón sutil.

    Takeru apretó los dientes y lanzó un recto al mentón, pero el entrenador lo atrapó en un clinch antes de que el golpe conectara.

    —¡No basta con ser rápido! ¡Va a tratar de sacarte de tu juego! ¡Necesitas calma!

    Takeru respiró profundo. Golpeó el saco de boxeo, pero cada vez que se acercaba demasiado, su entrenador lo golpeaba con los codos o lo empujaba. Aprendió a no desesperarse, a no morder el anzuelo. A usar su velocidad no solo para atacar, sino para mantener la distancia y esperar el momento adecuado.

    El golpe que había estado perfeccionando para este combate era el golpe sacacorchos, un puñetazo giratorio que sumaba la potencia del cuerpo entero en el impacto. Si podía conectar ese golpe en el momento adecuado, acabaría con la pelea.

    Pero primero tenía que sobrevivir a la tormenta de Strauss.

    *La Pelea: Guerra Psicológica*

    El estadio estaba dividido. Strauss, el inglés de aspecto rudo, con su sonrisa confiada y mirada desafiante, tenía su propio grupo de seguidores. Takeru, con su estilo limpio y elegante, tenía los suyos. Pero el favoritismo no importaba cuando sonaba la campana.

    Desde el primer asalto, la pelea se volvió un desastre.

    Strauss lo empujó con el hombro antes de lanzar su primer golpe. Lo atrapó en un clinch cada vez que intentaba lanzar combinaciones. Usaba la cabeza para rozar su rostro, lo golpeaba con la muñeca en vez del puño, lanzaba ganchos al hígado con el pulgar mal colocado para aumentar el dolor.

    El árbitro advertía, pero nunca lo suficiente.

    Takeru intentó mantener la compostura, pero su precisión comenzó a fallar. Sus jabs no salían con la misma rapidez, su juego de pies se entorpecía porque estaba más enfocado en evitar las trampas que en atacar.

    Rondas pasaron y Strauss no dejaba de sonreír.

    En el sexto asalto, Takeru sintió el cansancio acumulado. Su respiración era más pesada de lo habitual. Strauss seguía fuerte, sucio, implacable.

    Y entonces entendió.

    Si seguía jugando a la defensiva, si seguía permitiendo que Strauss dictara el ritmo de la pelea con su caos, nunca lo vencería.

    Cambió de táctica.

    En el octavo asalto, comenzó a atacar con más ferocidad. Pero no de cualquier manera. Se adelantó a los trucos de Strauss, manteniéndose apenas fuera de alcance. En lugar de pelear con frustración, peleó con paciencia. Esperó la apertura perfecta.

    Y llegó.

    En el décimo asalto, Strauss cometió un error: intentó meter un golpe corto dentro de un clinch, pero Takeru lo anticipó y se zafó antes. Retrocedió medio paso y giró su cuerpo entero.

    El puño derecho viajó en un arco perfecto.

    ¡Golpe tirabuzón directo al mentón!

    Strauss cayó como si alguien le hubiera apagado un interruptor. Su cuerpo golpeó la lona con un estruendo seco. El público se puso de pie.

    El árbitro contó hasta diez.

    ¡Knockout!

    Takeru levantó los brazos, exhausto pero victorioso. Había sido una pelea sucia, larga, agotadora. Pero al final, el boxeo limpio, la paciencia y la técnica habían vencido.

    Strauss nunca volvió a sonreír después de ese golpe.
    *Preparación para la Tormenta* Takeru sabía que esta pelea no se parecería a ninguna de las que había tenido antes. Erick Strauss no era un peleador técnico, ni un infighter puro, ni un counterpuncher. Era algo peor: un boxeador sucio. Golpes ilegales ocultos al ojo del árbitro, empujones, codazos disfrazados de movimientos naturales, clinches eternos que desgastaban la paciencia y la energía del rival. Enfrentar a alguien así era un desafío mental tanto como físico. Por eso, su entrenamiento debía ser diferente. El gimnasio estaba vacío a esa hora de la noche. Solo se escuchaba el sonido de sus golpes rompiendo el aire. Frente a él, su entrenador vestía un peto acolchonado y unos guantes de foco, pero no solo se limitaba a recibir los golpes. Lo empujaba, le pisaba los pies, le jalaba el brazo después de cada combinación. —¡Concéntrate! —rugía su entrenador mientras lo desequilibraba con un empujón sutil. Takeru apretó los dientes y lanzó un recto al mentón, pero el entrenador lo atrapó en un clinch antes de que el golpe conectara. —¡No basta con ser rápido! ¡Va a tratar de sacarte de tu juego! ¡Necesitas calma! Takeru respiró profundo. Golpeó el saco de boxeo, pero cada vez que se acercaba demasiado, su entrenador lo golpeaba con los codos o lo empujaba. Aprendió a no desesperarse, a no morder el anzuelo. A usar su velocidad no solo para atacar, sino para mantener la distancia y esperar el momento adecuado. El golpe que había estado perfeccionando para este combate era el golpe sacacorchos, un puñetazo giratorio que sumaba la potencia del cuerpo entero en el impacto. Si podía conectar ese golpe en el momento adecuado, acabaría con la pelea. Pero primero tenía que sobrevivir a la tormenta de Strauss. *La Pelea: Guerra Psicológica* El estadio estaba dividido. Strauss, el inglés de aspecto rudo, con su sonrisa confiada y mirada desafiante, tenía su propio grupo de seguidores. Takeru, con su estilo limpio y elegante, tenía los suyos. Pero el favoritismo no importaba cuando sonaba la campana. Desde el primer asalto, la pelea se volvió un desastre. Strauss lo empujó con el hombro antes de lanzar su primer golpe. Lo atrapó en un clinch cada vez que intentaba lanzar combinaciones. Usaba la cabeza para rozar su rostro, lo golpeaba con la muñeca en vez del puño, lanzaba ganchos al hígado con el pulgar mal colocado para aumentar el dolor. El árbitro advertía, pero nunca lo suficiente. Takeru intentó mantener la compostura, pero su precisión comenzó a fallar. Sus jabs no salían con la misma rapidez, su juego de pies se entorpecía porque estaba más enfocado en evitar las trampas que en atacar. Rondas pasaron y Strauss no dejaba de sonreír. En el sexto asalto, Takeru sintió el cansancio acumulado. Su respiración era más pesada de lo habitual. Strauss seguía fuerte, sucio, implacable. Y entonces entendió. Si seguía jugando a la defensiva, si seguía permitiendo que Strauss dictara el ritmo de la pelea con su caos, nunca lo vencería. Cambió de táctica. En el octavo asalto, comenzó a atacar con más ferocidad. Pero no de cualquier manera. Se adelantó a los trucos de Strauss, manteniéndose apenas fuera de alcance. En lugar de pelear con frustración, peleó con paciencia. Esperó la apertura perfecta. Y llegó. En el décimo asalto, Strauss cometió un error: intentó meter un golpe corto dentro de un clinch, pero Takeru lo anticipó y se zafó antes. Retrocedió medio paso y giró su cuerpo entero. El puño derecho viajó en un arco perfecto. ¡Golpe tirabuzón directo al mentón! Strauss cayó como si alguien le hubiera apagado un interruptor. Su cuerpo golpeó la lona con un estruendo seco. El público se puso de pie. El árbitro contó hasta diez. ¡Knockout! Takeru levantó los brazos, exhausto pero victorioso. Había sido una pelea sucia, larga, agotadora. Pero al final, el boxeo limpio, la paciencia y la técnica habían vencido. Strauss nunca volvió a sonreír después de ese golpe.
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    Holiii. ¡Prometo que pronto me pondré al día! Gracias por su paciencia. Los tkm. ♡
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    Necesito hacer rol, por qué golpear gente que me colma la paciencia no es una opción, quizás si... pero no ir a la cárcel.//
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  • ×Pancarta: perfil en construcción, espero nos tengan paciencia, usser y Jinshi trabajando×
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    Lamentablemente no estoy muy presente como quisiera, la verdad es que han pasado muchas cosas buenas y entre ellas, es que estoy en estado, si estoy en la espera por lo cual las naúseas, y el cansancio no me permiten estar tan presente como quisiera. Solo pido paciencia y pido disculpas.

    User.
    Lamentablemente no estoy muy presente como quisiera, la verdad es que han pasado muchas cosas buenas y entre ellas, es que estoy en estado, si estoy en la espera 👶 por lo cual las naúseas, y el cansancio no me permiten estar tan presente como quisiera. Solo pido paciencia y pido disculpas. User.
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