• El suave murmullo de un villancico llenaba el aire mientras Carmina ajustaba las luces en el árbol de Navidad. El salón estaba cálido y acogedor, decorado con tonos dorados y rojos, y el aroma a canela se mezclaba con el pino fresco del árbol. Lucia, su abuela, estaba cómodamente sentada en su sillón favorito, envuelta en una manta gruesa, con una taza de té caliente entre las manos.

    —Esa estrella está un poco torcida, ragazza —comentó Lucia, señalando con la cabeza hacia la cima del árbol—. Aunque tal vez no esté tan mal. Igual que tus citas.

    Carmina soltó un suspiro exasperado mientras se estiraba en la punta de los pies para enderezar la estrella. —¿De verdad vamos a hablar de eso ahora, nonna?

    —¿Y por qué no? —Lucia se encogió de hombros, su sonrisa llena de travesura—. El árbol no es lo único que necesita un poco de equilibrio.

    Carmina bajó del taburete, con un lazo dorado en la mano, y se giró hacia ella. —Si quieres darme consejos de amor, al menos hazlo con algo de tacto.

    Lucia rió suavemente, tomando un sorbo de su té. —Ah, pero ¿cómo te voy a ayudar si tú misma no sabes lo que buscas? Primero fue el tipo que hablaba solo de su gimnasio, luego el que trajo a su perro a la cita sin avisar… ¿Qué esperabas? ¿Un caballero de armadura brillante?

    Carmina se dejó caer en el sofá, dejando el lazo a un lado. —No quiero un caballero, solo alguien con… no sé, algo de sentido común.

    Lucia dejó su taza en la mesita, mirándola con ternura. —Escucha, tesoro. El amor no siempre es perfecto desde el principio. A veces es como ese árbol que estás decorando. Parece un lío al principio, pero con paciencia y cuidado, termina siendo hermoso.

    Carmina miró el árbol y luego a su abuela. —¿Estás diciendo que tengo que soportar un desastre para llegar a algo bueno?

    Lucia soltó una carcajada. —No exactamente, pero tampoco puedes esperar que todo sea fácil. A veces, el amor se encuentra donde menos lo esperas, mientras haces cosas simples. Como poner luces en un árbol o decorar una casa.

    Carmina sonrió levemente, poniéndose de pie para continuar con los adornos. Mientras colgaba una esfera roja, pensó que tal vez su abuela tenía razón. Quizá el amor no estaba tan lejos, solo debía dejar de buscarlo con tanta prisa.
    El suave murmullo de un villancico llenaba el aire mientras Carmina ajustaba las luces en el árbol de Navidad. El salón estaba cálido y acogedor, decorado con tonos dorados y rojos, y el aroma a canela se mezclaba con el pino fresco del árbol. Lucia, su abuela, estaba cómodamente sentada en su sillón favorito, envuelta en una manta gruesa, con una taza de té caliente entre las manos. —Esa estrella está un poco torcida, ragazza —comentó Lucia, señalando con la cabeza hacia la cima del árbol—. Aunque tal vez no esté tan mal. Igual que tus citas. Carmina soltó un suspiro exasperado mientras se estiraba en la punta de los pies para enderezar la estrella. —¿De verdad vamos a hablar de eso ahora, nonna? —¿Y por qué no? —Lucia se encogió de hombros, su sonrisa llena de travesura—. El árbol no es lo único que necesita un poco de equilibrio. Carmina bajó del taburete, con un lazo dorado en la mano, y se giró hacia ella. —Si quieres darme consejos de amor, al menos hazlo con algo de tacto. Lucia rió suavemente, tomando un sorbo de su té. —Ah, pero ¿cómo te voy a ayudar si tú misma no sabes lo que buscas? Primero fue el tipo que hablaba solo de su gimnasio, luego el que trajo a su perro a la cita sin avisar… ¿Qué esperabas? ¿Un caballero de armadura brillante? Carmina se dejó caer en el sofá, dejando el lazo a un lado. —No quiero un caballero, solo alguien con… no sé, algo de sentido común. Lucia dejó su taza en la mesita, mirándola con ternura. —Escucha, tesoro. El amor no siempre es perfecto desde el principio. A veces es como ese árbol que estás decorando. Parece un lío al principio, pero con paciencia y cuidado, termina siendo hermoso. Carmina miró el árbol y luego a su abuela. —¿Estás diciendo que tengo que soportar un desastre para llegar a algo bueno? Lucia soltó una carcajada. —No exactamente, pero tampoco puedes esperar que todo sea fácil. A veces, el amor se encuentra donde menos lo esperas, mientras haces cosas simples. Como poner luces en un árbol o decorar una casa. Carmina sonrió levemente, poniéndose de pie para continuar con los adornos. Mientras colgaba una esfera roja, pensó que tal vez su abuela tenía razón. Quizá el amor no estaba tan lejos, solo debía dejar de buscarlo con tanta prisa.
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    ¡Hola!

    Quería decir que, estoy ahora preparando y planeando cosas que tengo pensado publicar más tarde, y que por ello ando inactiva tanto aquí como en mis otras cuentas.

    Pido paciencia, en cuanto termine, trataré de regresar a los roles pendientes. ♥
    ¡Hola! Quería decir que, estoy ahora preparando y planeando cosas que tengo pensado publicar más tarde, y que por ello ando inactiva tanto aquí como en mis otras cuentas. Pido paciencia, en cuanto termine, trataré de regresar a los roles pendientes. ♥
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  • El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos.

    El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural.

    Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar.

    La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones?
    Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo.

    — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría.

    El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído.

    El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
    El aire en la habitación era espeso, saturado de un calor sofocante que se mezclaba con el aroma a madera quemada. La única luz provenía del resplandor rojizo que emanaba de las antorchas y una lámpara de aceite en la esquina, llenando el espacio con un tenue brillo carmesí. Lyra estaba sentada en un rincón oscuro, sus piernas cruzadas y su capa negra cubriéndola casi por completo. Sus ojos rojos brillaban como carbones encendidos, perforando la penumbra, mientras su mente vagaba en una tormenta de pensamientos. El silencio en el ambiente no era completo; había un leve crujido de las paredes de madera y un susurro en el viento que se filtraba por las grietas, como si el mundo exterior intentara infiltrarse en su refugio. La elfa mantuvo una postura cerrada, con los brazos descansando sobre sus rodillas, sus dedos jugando distraídamente con los bordes de la capa. El rojo de sus ojos capturaba la luz de las llamas, otorgándoles una intensidad casi sobrenatural. Había algo profundamente inquietante en su quietud, como un depredador esperando en las sombras. Pero dentro de ella, la calma era una mentira; su mente era un torbellino, atrapada en recuerdos que no quería revivir por el momento. Pensaba en las cadenas que había roto, en los susurros de su conciencia, y en los rostros que habían desaparecido para siempre. Cada pensamiento la atormentaba como un aguijón punzante, pero su rostro no mostraba más que una expresión fría, una máscara bien ensayada que nadie, salvo quizá ella misma, podría desentrañar. La habitación era un lugar de refugio y aislamiento, un santuario que había elegido para huir de los gritos de un mundo que siempre exigía más de lo que estaba dispuesta a dar. Sus labios se curvaron en una mueca fugaz, un destello de desdén por la humanidad que parecía no dejarla en paz, incluso cuando la buscaba. Pero… ¿Era realmente el mundo el que la acosaba? ¿O era ella misma quien se condenaba a escuchar los ecos de sus propias decisiones? Se permitió un susurro apenas audible, un pensamiento que escapó de sus labios antes de que pudiera detenerlo. — Paz... —La palabra murió en el aire como una burla, un ideal que nunca había alcanzado y que quizás nunca lo haría. El peso de la noche recaía sobre sus hombros como una losa, y aunque la tormenta en su interior parecía crecer, no movió un solo músculo. Sus ojos continuaban ardiendo, observando el vacío, esperando... Algo. Un intruso que rompiera el silencio, una señal de que no estaba completamente sola en esa condena en la que ella misma había caído. El ambiente quedó suspendido, un momento que podía ser interrumpido en cualquier instante.
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    //Btw el evento que iba a subir, lo pondré otro día. Si es que lo subo, se me colmó la paciencia.
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  • Tener paciencia... No es algo que me agrade mucho...
    Pero no hay remedio
    Tener paciencia... No es algo que me agrade mucho... Pero no hay remedio
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  • Ay , no se dónde saco tanta paciencia ...... Pero esa bien.
    Ay , no se dónde saco tanta paciencia ...... Pero esa bien.
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  • El pasado no se olvida
    Fandom Saga Persona
    Categoría Acción
    Tamaya ( AU ) estaba mirando con cierta frustración el iPhone de la zorra, no había manera de desbloquearlo y hacer la llamada al cabron de Sanada, así que me tocaba esperar.

    Esperar a que él llamara al auricular de la zorra o al iPhone, pero no tengo paciencia, así que termino reventando el iPhone contra uno de los árboles caídos y miro a la chica con rabia.

    Si no fuera porque quería al cabron de Sanada también, ya la habría matado por muy hermosa que era me recordaba a su asqueroso padre y lo que me hizo.

    Akihiko Sanada
    Tamaya ( AU ) estaba mirando con cierta frustración el iPhone de la zorra, no había manera de desbloquearlo y hacer la llamada al cabron de Sanada, así que me tocaba esperar. Esperar a que él llamara al auricular de la zorra o al iPhone, pero no tengo paciencia, así que termino reventando el iPhone contra uno de los árboles caídos y miro a la chica con rabia. Si no fuera porque quería al cabron de Sanada también, ya la habría matado por muy hermosa que era me recordaba a su asqueroso padre y lo que me hizo. [Sanada_Thcx]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
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  • La calle estaba vacía, desierta, más allá de la oscuridad. El único sonido que rompía el silencio era el crujir de las piedras bajo sus botas, ahogadas por el eco distante de una tormenta que había comenzado hacía horas. Scraps no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba deambulando por allí. La niebla espesa, un velo grisáceo que parecía tragarse cada rincón, se arrastraba por las calles como una serpiente que se deslizaba entre las sombras. Aquella zona estaba muerta, tanto en su gente como en su vida, una extensión perfecta de su propio vacío.

    La solitaria farola frente a él parpadeaba intermitentemente, proyectando una luz débil y vacilante que apenas iluminaba el paso tortuoso. Las paredes de los edificios, cubiertas de moho y marcas de vandalismo, respiraban humedad, emanando un aire denso y pegajoso. En la esquina más alejada, la entrada a un callejón olvidado le ofrecía un paso más hacia la penumbra. Sin embargo, algo lo mantenía allí, frente a la pared, con los ojos cerrados, mientras el aire nocturno le helaba la piel. Algo lo retenía dentro de su mente, como un peso invisible que, de alguna manera, era más pesado que cualquier otra carga.

    Las voces comenzaron entonces. Al principio fueron solo susurros, una leve sensación como si alguien hablara en su oído sin querer que se diera cuenta.

    «Lo sabes, ¿verdad?»

    Una voz suave, casi un murmullo, que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Apretó los dientes, su mandíbula tensándose, el dolor familiar de ese combate interno invadiéndolo. No era la primera vez que las voces intentaban arrastrarlo hacia el abismo, pero siempre había logrado mantenerse alejado. Al menos, eso pensaba.

    «No tienes a nadie. ¿Recuerdas?»

    Otra voz, más áspera, menos preocupada por el susurro. Esta vez, más fuerte, más incisiva. Scraps apretó los puños. Lo que antes había sido un roce contra su conciencia, ahora era un clamor constante. Como si estuviera siendo desgarrado desde dentro.

    «Ellos te abandonaron.»

    Esas palabras, esa frase, se coló entre las voces, desatando un torrente de pensamientos. La siempre cruda realidad lo golpeó como una cuchillada, los rostros surgiendo ahora en su mente como una imagen congelada.

    «Es irónico. ¿No es así? Aquellos que te ofrecen una salida, siempre se marchan, y ahora ni siquiera puedes enfrentarte a la verdad.»

    Las palabras fueron más rápidas, más hirientes. Como un veneno que se filtraba por sus venas. Un escalofrío recorrió su espalda. Pensar en aquellos pocos que podía haber ayudado, en medio de ese caos mental, parecía absurdo, casi cómico: como alguien como él podía salvar, si ni él mismo tenía salvación. Había tenido el coraje de intentar acercarse, abrirse, sin temor a lo que él mismo podría representar. Un gesto de liberación que ahora, con el peso de las voces, parecía una broma cruel.
    «Mira lo que has hecho…»

    Otra voz. Un rugido bajo, gutural, con un toque de pena y rabia. Dejó escapar un suspiro entrecortado. Estaba cansado, pero el dolor que lo acompañaba, ese desgaste constante que desgarraba cada rincón de su alma, no podía ganar. No debía dejarse arrastrar por esas voces.

    «Todo lo que tocas se destruye, Keenan. Siempre fue así.»
    La última voz parecía ser la que definía su destino. La más oscura. La que, al escucharse, convencía a su ser de que no había más salida que sucumbir. Apretó los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el flujo de pensamientos que inundaban su mente. De repente, la niebla pareció moverse, como si las sombras fueran ahora más espesas, más densas… Seguida de una nueva voz que ahora acechaba en su mente.

    «Libérate de tu miseria. Encierralas donde no puedas escucharlas.»

    Un destello de ironía recorrió su mente. ¿Liberarse? ¿De qué? ¿De la oscuridad en la que vivía, o de la mentira que se había convertido en su única realidad?

    Se enderezó, su figura delineada contra la penumbra, y con los ojos aún cerrados, un leve suspiro escapó de sus labios. Las voces seguían allí, queriendo devorarlo, provocando pequeñas reacciones en él: sus manos temblorosas, sus dedos que se abrían y cerraban en un tic nervioso, su cuerpo balanceándose ligeramente de un lado a otro. Todo denotaba que, aquella noche, estaba al límite.
    La calle estaba vacía, desierta, más allá de la oscuridad. El único sonido que rompía el silencio era el crujir de las piedras bajo sus botas, ahogadas por el eco distante de una tormenta que había comenzado hacía horas. Scraps no estaba seguro de cuánto tiempo llevaba deambulando por allí. La niebla espesa, un velo grisáceo que parecía tragarse cada rincón, se arrastraba por las calles como una serpiente que se deslizaba entre las sombras. Aquella zona estaba muerta, tanto en su gente como en su vida, una extensión perfecta de su propio vacío. La solitaria farola frente a él parpadeaba intermitentemente, proyectando una luz débil y vacilante que apenas iluminaba el paso tortuoso. Las paredes de los edificios, cubiertas de moho y marcas de vandalismo, respiraban humedad, emanando un aire denso y pegajoso. En la esquina más alejada, la entrada a un callejón olvidado le ofrecía un paso más hacia la penumbra. Sin embargo, algo lo mantenía allí, frente a la pared, con los ojos cerrados, mientras el aire nocturno le helaba la piel. Algo lo retenía dentro de su mente, como un peso invisible que, de alguna manera, era más pesado que cualquier otra carga. Las voces comenzaron entonces. Al principio fueron solo susurros, una leve sensación como si alguien hablara en su oído sin querer que se diera cuenta. «Lo sabes, ¿verdad?» Una voz suave, casi un murmullo, que parecía surgir de lo más profundo de su ser. Apretó los dientes, su mandíbula tensándose, el dolor familiar de ese combate interno invadiéndolo. No era la primera vez que las voces intentaban arrastrarlo hacia el abismo, pero siempre había logrado mantenerse alejado. Al menos, eso pensaba. «No tienes a nadie. ¿Recuerdas?» Otra voz, más áspera, menos preocupada por el susurro. Esta vez, más fuerte, más incisiva. Scraps apretó los puños. Lo que antes había sido un roce contra su conciencia, ahora era un clamor constante. Como si estuviera siendo desgarrado desde dentro. «Ellos te abandonaron.» Esas palabras, esa frase, se coló entre las voces, desatando un torrente de pensamientos. La siempre cruda realidad lo golpeó como una cuchillada, los rostros surgiendo ahora en su mente como una imagen congelada. «Es irónico. ¿No es así? Aquellos que te ofrecen una salida, siempre se marchan, y ahora ni siquiera puedes enfrentarte a la verdad.» Las palabras fueron más rápidas, más hirientes. Como un veneno que se filtraba por sus venas. Un escalofrío recorrió su espalda. Pensar en aquellos pocos que podía haber ayudado, en medio de ese caos mental, parecía absurdo, casi cómico: como alguien como él podía salvar, si ni él mismo tenía salvación. Había tenido el coraje de intentar acercarse, abrirse, sin temor a lo que él mismo podría representar. Un gesto de liberación que ahora, con el peso de las voces, parecía una broma cruel. «Mira lo que has hecho…» Otra voz. Un rugido bajo, gutural, con un toque de pena y rabia. Dejó escapar un suspiro entrecortado. Estaba cansado, pero el dolor que lo acompañaba, ese desgaste constante que desgarraba cada rincón de su alma, no podía ganar. No debía dejarse arrastrar por esas voces. «Todo lo que tocas se destruye, Keenan. Siempre fue así.» La última voz parecía ser la que definía su destino. La más oscura. La que, al escucharse, convencía a su ser de que no había más salida que sucumbir. Apretó los ojos con fuerza, como si intentara bloquear el flujo de pensamientos que inundaban su mente. De repente, la niebla pareció moverse, como si las sombras fueran ahora más espesas, más densas… Seguida de una nueva voz que ahora acechaba en su mente. «Libérate de tu miseria. Encierralas donde no puedas escucharlas.» Un destello de ironía recorrió su mente. ¿Liberarse? ¿De qué? ¿De la oscuridad en la que vivía, o de la mentira que se había convertido en su única realidad? Se enderezó, su figura delineada contra la penumbra, y con los ojos aún cerrados, un leve suspiro escapó de sus labios. Las voces seguían allí, queriendo devorarlo, provocando pequeñas reacciones en él: sus manos temblorosas, sus dedos que se abrían y cerraban en un tic nervioso, su cuerpo balanceándose ligeramente de un lado a otro. Todo denotaba que, aquella noche, estaba al límite.
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  • ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande.

    Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo".

    Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor.

    « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
    ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande. Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo". Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor. « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
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  • La tienda de Carmina estaba más bulliciosa que de costumbre. El aire frío del invierno se colaba cada vez que la puerta se abría, trayendo consigo un aroma a pino fresco y canela. Con un gorro navideño ligeramente torcido, Carmina colgaba luces parpadeantes alrededor de los estantes, ajustando cada detalle con esmero.

    — ¿Qué opinas, Pietro?—, murmuró en voz baja, sosteniendo una guirnalda de acebo que había visto mejores días. Su abuelo ya no estaba, pero ella aún podía escuchar su voz en su mente: “Quizás algo menos desaliñado, bambina”. Carmina sonrió con nostalgia, imaginando a Pietro sacudiendo la cabeza con esa mezcla de paciencia y humor que siempre lo caracterizaba.

    Lucia, su abuela, apareció con una caja de adornos antiguos. —"Aquí están los buenos, niña. Estos sobrevivieron más navidades que tú"—, dijo con una sonrisa. Carmina sacó una estrella dorada que había pertenecido a la familia por generaciones. —Perfecto —, susurró, trepándose a una escalera para colocarla en lo alto de un pequeño árbol.

    Cuando las luces finalmente se encendieron, la tienda brilló con un cálido resplandor. Carmina se quedó en silencio un momento, sintiendo una paz reconfortante. —Espero que te guste cómo quedó, nonno—, dijo suavemente, dejando que el recuerdo de Pietro la acompañara mientras un villancico llenaba el aire.
    La tienda de Carmina estaba más bulliciosa que de costumbre. El aire frío del invierno se colaba cada vez que la puerta se abría, trayendo consigo un aroma a pino fresco y canela. Con un gorro navideño ligeramente torcido, Carmina colgaba luces parpadeantes alrededor de los estantes, ajustando cada detalle con esmero. — ¿Qué opinas, Pietro?—, murmuró en voz baja, sosteniendo una guirnalda de acebo que había visto mejores días. Su abuelo ya no estaba, pero ella aún podía escuchar su voz en su mente: “Quizás algo menos desaliñado, bambina”. Carmina sonrió con nostalgia, imaginando a Pietro sacudiendo la cabeza con esa mezcla de paciencia y humor que siempre lo caracterizaba. Lucia, su abuela, apareció con una caja de adornos antiguos. —"Aquí están los buenos, niña. Estos sobrevivieron más navidades que tú"—, dijo con una sonrisa. Carmina sacó una estrella dorada que había pertenecido a la familia por generaciones. —Perfecto —, susurró, trepándose a una escalera para colocarla en lo alto de un pequeño árbol. Cuando las luces finalmente se encendieron, la tienda brilló con un cálido resplandor. Carmina se quedó en silencio un momento, sintiendo una paz reconfortante. —Espero que te guste cómo quedó, nonno—, dijo suavemente, dejando que el recuerdo de Pietro la acompañara mientras un villancico llenaba el aire.
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